Introduce el texto que quieres buscar.

Sintámonos orgullosos de tener el privilegio de servir a Dios en sus amados hijos. (Ejercicio de Lectio Divina del Evangelio del Domingo XXVII del Tiempo Ordinario del Ciclo C).

   Domingo XXVII del Tiempo Ordinario del Ciclo C.

   Sintámonos orgullosos de tener el privilegio de servir a Dios en sus amados hijos.

   Ejercicio de lectio divina de LC. 17, 5-10.

   Lectura introductoria: ROM. 3, 9-11.

   1. Oración inicial.

   Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y, del Espíritu Santo.

   R. Amén.

   Orar es meditar pausadamente la Palabra de Dios, porque la misma es un mensaje de crucial importancia, para quienes nos consideramos seguidores de Jesús.

   Orar es evitar que nuestras ocupaciones y preocupaciones nos distraigan cuando meditamos las Sagradas Escrituras, con el fin de que podamos abarcar el contenido de las mismas, y aplicarlo a nuestra vida cristiana.

   Orar es pedirle al Señor incansablemente que nos aumente la fe, y, al mismo tiempo, actuar como si nos hubiera concedido nuestra petición, porque, si la fe es un don divino, hasta que no la ejercitemos, nadie podrá demostrarnos, que nos ha sido concedida.

   Tal como les sucedió a quienes oyeron la predicación de Jesús expuesta en el texto evangélico que consideraremos en el presente trabajo, quizás le pedimos al Mesías que aumente nuestra creencia en Dios, y nos responde que no le pidamos que engrandezca nuestra fe, porque no creemos en Él. Quizás hemos concebido una fe espiritualizada e intelectualizada, que, hasta que no sea probada, no sabremos si es real, o imaginaria, así pues, no es lo mismo afirmar que creemos en Dios, que no sucumbir a la tentación de perder la fe, cuando fracasan nuestros proyectos, somos afectados por la pobreza y/o el aislamiento, o sufrimos una enfermedad grave. La fe que se pone a prueba a través de las vivencias que nos caracterizan, es la que nos permite ser amoldados al cumplimiento de la voluntad divina, tal como se deduce del texto de JER. 18, 1-6.

   Si tenemos fe, ello nos inducirá a actuar tal como lo haría Dios, aunque sea ilógico, a los ojos de nuestros familiares, vecinos, amigos, y, compañeros de trabajo. A modo de ejemplo, para quienes no creen en Nuestro Padre celestial, no tiene sentido orar, pero ello es agradable para nosotros, si creemos que, Nuestro Padre común, escucha nuestras fervientes oraciones.

   Orar es cumplir la voluntad de Dios, sin esperar recibir recompensa divina alguna, por obedecer, a Nuestro Padre celestial. Servir a Dios esperando ser debidamente recompensados por ello, es una manera de sobornar al Criador del universo, quien sabe de nuestras necesidades (MT. 6, 8), y nos dará lo que convenga a nuestra salvación, aunque quizás, durante algún tiempo, pensemos que sus dones no nos serán útiles.

   No sirvamos a Dios esperando ser recompensados, y agradezcámosle a Nuestro Padre común, el privilegio que nos ha concedido, de hacernos siervos suyos, así pues, si cumplimos la voluntad divina, sintámonos felices por ello, porque estamos haciendo, lo que tenemos que hacer, pero no pensemos que ello es suficiente, porque aún podemos hacer más de lo que hacemos. Quizás cumplimos muchas prescripciones religiosas, pero no atendemos a quienes tienen carencias espirituales y/o materiales. Mientras que muchos creyentes cumplen cientos de prescripciones religiosas esperando ser galardonados por ello, Jesús nos insta a cumplir la voluntad divina, no jactándonos de ello, sino pensando qué más podemos hacer, para salvar a nuestros prójimos los hombres, no solo en lo que atañe a su espiritualidad, sino partiendo de sus carencias materiales actuales. El Reino de Dios no se deja sentir por medio de los prodigios extraordinarios que nos gustaría contemplar, pero, según Jesús, está entre nosotros (LC. 17, 21). Esta es la razón por la que se espera de los cristianos que trabajemos para salvar a toda la humanidad.

   Oremos:

   Espíritu Santo:

   Porque creo tener fe en ti, y no actúo como debe hacerlo un cristiano cuando tengo dificultades, ayúdame a creer en Ti.

   Porque creo tener una fe intelectualizada basada en el aprendizaje de muchos conceptos de los que tengo la impresión que no están relacionados con mi vida, ayúdame a creer en Ti.

   Porque escucho, leo y medito los textos bíblicos, y no vivo en conformidad con lo expuesto en los mismos, ayúdame a creer en Ti.

   Porque actúo como ha de hacerlo un cristiano cuando participo en las celebraciones cultuales, e imito a los ateos en mi vida ordinaria, ayúdame a creer en Ti.

   Porque no encuentro el tesoro ni la perla fina (MT. 13, 44-46) por cuya posesión sería capaz de cumplir tu voluntad, ayúdame a creer en Ti.

   Porque me conformo con la escasa fe que tengo, siento pereza a la hora de estudiar y meditar tu Palabra, y me atraen más los bienes terrenales que tus dones espirituales, ayúdame a creer en Ti.

   Porque, así como me relaciono con mucha gente esperando recibir gratificaciones por los favores que le hago, y no cumplo prescripciones religiosas porque tengo fe, sino por si recibo una recompensa divina, ayúdame a creer en Ti.

   Porque no es fácil ser cristiano comprometido con el cumplimiento de tu divina voluntad, ayúdame a creer en Ti.

   Ayúdame a dejar de ser el siervo útil a todo lo que me separa de Ti, y haz de mí un siervo inútil, para que desee cumplir tu voluntad, con el deseo de amar y ser amado, y de comprender que, dar, es tan importante, como recibir.

   Espíritu Santo:

   Por todo lo que te pido, y por todo el bien que puede hacer la inutilidad que puede vivificar a quienes sufren por cualquier causa, ayúdame a creer en ti.

   2. Leemos atentamente LC. 17, 5-10, intentando abarcar el mensaje que San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.

   2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.

   2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.

   3. Meditación de LC. 17, 5-10.

   3-1. ¿Qué es la fe? (HB. 11, 1).

   La fe es la garantía del cumplimiento de la promesa divina de conducirnos a la presencia de Nuestro Padre común más allá del sufrimiento.

   La fe es la prueba de que Dios cumplirá dicha promesa, porque, sin que la haya cumplido plenamente, creemos que no nos decepcionará.

   "La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida" (CIC. n. 26).

   No podemos saber cuánta fe tenemos porque nos es imposible medirla, pero, según crecemos espiritualmente venciendo obstáculos, podemos conocer con gran certeza, la calidad de la misma.

   Quizás creemos tener fe en Dios, pero consideramos que dicha creencia es un tesoro que tenemos que guardar celosamente, y administrar prudentemente. La fe que no se vive ni comparte, es como el dinero que, se guarda, jamás es invertido, y por ello es inutilizado, porque no es provechoso.

   Quizás recurrimos a la fe para que Dios nos proteja impidiéndonos la vivencia de las dificultades que caracterizarán nuestra vida, independientemente de que creamos en Él. La fe no nos evita el sufrimiento, pero le da sentido a todas las experiencias que vivimos. La fe no es un escudo protector, sino confiar en el Dios Uno y Trino, y actuar bajo las inspiraciones, del Espíritu Santo. No nos adhiramos a Dios para que nos asegure el bienestar en este mundo ni en el otro, sino para dejarnos llevar por el Espíritu Santo, de quien queremos creer, que no nos hará nada, que pueda perjudicarnos.

   La fe, más que un conjunto de creencias que deben ser aceptadas y profesadas perfectamente, es caminar en pos del Dios que quiere ser todo en todos (1 COR. 15, 28).

   3-2. ¿Le pedimos al Señor que nos aumente la fe? (LC. 17, 5).

   Después de exponer las parábolas del administrador astuto (LC. 16, 1-8) y el rico epulón y Lázaro (LC. 16, 19-31) que consideramos los Domingos XXV y XXVI del Tiempo Ordinario del presente ciclo litúrgico, Jesús les habló a sus oyentes de los supuestos creyentes por cuya conducta muchos cristianos poco formados espiritualmente y con fe débil dejan de creer en Dios (LC. 17, 1-2), y les recordó que siempre debían perdonar a quienes los ofendieran (LC. 17, 3-4). Por su parte, los futuros Apóstoles, al comprender la dificultad que puede entrañar el hecho de perdonar un número de ofensas ilimitado, le pidieron al Mesías que les aumentara la fe, porque, por sí mismos, no se sentían capacitados, para perdonar, a quienes pudieran ofenderlos.

   Ya que no es fácil comprender la manera de proceder de Dios al equipararla a la nuestra, no solo necesitamos tener más fe de la que nos caracteriza porque nos es difícil perdonar a quienes nos han ofendido, pues también la necesitamos, cuando tenemos problemas de cualquier índole, con tal de sobrevivir a los mismos, sin dejar de creer, ni en Dios, ni en sus hijos los hombres. La fe es la plena dependencia de Dios, y la manifestación del deseo de cumplir su voluntad, por nuestra parte, siempre que la obedezcamos. Reconocernos necesitados de la fe divina, es creer que aún no conocemos a Nuestro Padre común plenamente, y que tampoco nos amoldamos, al cumplimiento de sus deseos, lo cual es necesario, porque los mismos están encaminados, a fortalecernos espiritualmente, para que podamos hacer, lo que espera, de quienes somos, sus queridos hijos.

   3-3. ¿Cómo le pedimos al Señor que nos aumente la fe, si no creemos en Él? (LC. 17, 6).

   El hecho de que Jesús les hablara a sus seguidores de la posibilidad de que pudieran plantar un sicómoro en el mar, carece totalmente de sentido. De la misma manera, tanto para muchos cristianos que viven una fe espiritualizada e intelectualizada que se niegan a profesar en el plano práctico, como para los no creyentes en Dios, el hecho de que vivamos amoldados al cumplimiento de la voluntad de Nuestro Padre celestial, es totalmente ilógico. En ciertas circunstancias, el hecho de que los seguidores de Jesús vivamos cumpliendo la voluntad divina, resulta tan raro, como creer que una higuera pueda plantarse y crecer, en el fondo del mar.

   La religiosidad de Israel estaba simbolizada por una higuera egipcia llena de hojas, que aunque sea muy bella, no produce fruto. El Judaísmo constaba de 613 preceptos que los creyentes debían cumplir escrupulosamente, y de celebraciones cultuales, pero, la mayoría de los descendientes de Abraham, no le dieron su adhesión a Jesús. Oremos y esforcémonos para que las denominaciones cristianas no den la impresión de ser muy fructíferas, y se muestren incapaces, de hacer que la fe en Dios renazca, en los países en que se está extinguiendo.

   En ciertas circunstancias, los creyentes nos quejamos, de que, la fe en Dios, no forma parte, de la vida de mucha gente. Podríamos pensar si verdaderamente la fe divina se está extinguiendo, o si está evolucionando. A modo de ejemplo, entre los católicos asisten menos feligreses a las procesiones, y cada día son menos los que llevan a cabo prácticas tales como el rezo del Rosario y ciertas novenas. Muchos que pierden tales costumbres, dejan de creer en Dios, pero, otros, el tiempo que les dedicaban a tales devociones, se lo dedican al estudio de la Palabra de Dios, a la predicación del Evangelio, a visitar a los presos... En este último caso, más que decir que tales cristianos han perdido la fe, conviene reconocer que ello no es cierto, pues sucede que, su manera de demostrar que creen en Dios, ha evolucionado.

   Puede suceder que nos guste conocer la cantidad de fe que tenemos, así como sabemos con qué dinero contamos, pero ello no es posible. Nuestra fe debe ser como una semilla de mostaza, la cual es como la cabeza de un alfiler, pero, a pesar de ser muy pequeña, está viva, y, después de ser sembrada, crecerá, y, lentamente, se convertirá, en un gran arbusto. Una cantidad de fe tan pequeña como un grano de mostaza, es más que suficiente, para que se pueda decir de nosotros con plena certeza, que somos cristianos. Quizás con una lentitud mayor que con la que un grano de mostaza tarda en convertirse en arbusto, nuestra fe puede ir creciendo, hasta hacerse inmensa, si no permitimos que, la visión que tengamos de las dificultades que caractericen nuestra vida, nos la debilite, o haga que la perdamos. Recordemos que Dios es quien nos da la fe, pero está en nuestras manos la posibilidad de aumentarla con la ayuda del Espíritu Santo, o de que se extinga de nuestros corazones, si no la profesamos adecuadamente, cumpliendo la voluntad, de Nuestro Padre común.

   Cuando he visto cómo se han quejado algunas madres que les han comprado ropa a sus bebés que han tenido que regalar o desechar porque los niños han crecido rápidamente, he tenido la oportunidad de pensar que, como nuestra fe crece lentamente cuando superamos las dificultades que tenemos, y en el caso de que no lo consigamos, también se hace grande, porque nos ayuda a sobrevivir a nuestros problemas sin desfallecer, no nos percatamos de cómo progresa, pero, con el paso de los años, cuando se nos propone que renunciemos a Nuestro Dios Uno y Trino, nos negamos a ello, porque forma parte, de nuestras vidas. El crecimiento de la fe suele ser doloroso, pero no por ello la rechazamos, porque moldea nuestro carácter aunque ello no sea fácil que suceda, y le da a nuestra vida, el sentido de la eternidad, cuando aprendemos a juzgar los acontecimientos que vivimos, desde la óptica de Dios.

   Cuando los futuros Apóstoles le pidieron a Jesús que les aumentara la fe, dieron por supuesto que creían en Dios, pero el Señor les dio a entender, que, su creencia en Él, era inexistente. Prueba de ello era la incapacidad de los citados seguidores de Jesús, de perdonar a quienes los ofendieron, y estuvieran dispuestos, a seguir haciéndolo. El texto de LC. 17, 6, debió de ser muy difícil de asimilar por los oyentes del Mesías, ya que entre los judíos existía la creencia de que, al cumplir los Mandamientos de la Ley divina, serían premiados por Yahveh (DT. 10, 20. 30, 16).

   ¿Por qué Jesús les hizo entender a sus futuros Apóstoles que no tenían fe, dado que no podían perdonar a quienes no dejaran de ofenderlos?

   ¿Qué relación existe entre tener fe, y la capacidad de perdonar?

   Jesús tenía la costumbre de manifestarle su fe al Padre celestial orando públicamente (MT. 11, 25-26), y privadamente (LC. 6, 12), pero no la reducía exclusivamente, a los campos espiritual, e intelectual, pues también la aplicaba, en el campo práctico. Tener esta manera de ser del Señor es un hecho muy comprometedor, porque nos induce a creer que, todo lo que no queremos hacer para cumplir la voluntad divina, indica, sin dar lugar a ninguna duda, que no creemos, en el Dios, Uno y Trino. Perdonar a quienes nos ofenden, y ayudar a quienes tienen carencias espirituales y/o materiales, o sufren por cualquier otra cuestión, significa, que tenemos fe, en Nuestro Padre común.

   3-4. ¿Queremos ser siervos inútiles? (LC. 17, 7-10).

   ¿Justificó Jesús la existencia de la esclavitud al exponerles a sus oyentes la parábola que vamos a meditar? El Señor no justificó la posesión de esclavos, pero se sirvió de la misma para exponer el texto que estamos considerando, tal como anteriormente se sirvió de la pequeñez de un grano de mostaza y el crecimiento  del mismo, para explicitar, cómo debe aumentársenos la fe, según la profesemos, aunque nos cueste percatarnos de ello, por causa de la lentitud con que se lleva a cabo, el proceso de nuestra conversión. Recordemos otro ejemplo de cómo San Pablo se sirvió de la existencia de la esclavitud, para anunciar que los cristianos queremos amarnos, como hermanos. Filemón tenía un esclavo llamado Onésimo, quien se separó de su señor, y, junto al Apóstol de los gentiles, se hizo cristiano. San Pablo le devolvió a Onésimo a su amo, disculpándose por haberlo retenido, -es importante recordar que Filemón perdió el trabajo que debió hacerle Onésimo mientras estuvo con el Apóstol, ya que los esclavos no eran considerados como personas, sino como bestias-, y pidiéndole que lo tratara como hermano, porque también era discípulo del Señor. San Pablo no arremetió contra el cristiano Filemón por decir de sí mismo que era seguidor de Jesús y tenía esclavos, pero le pidió que tratara a Onésimo como a un hermano en la fe. De igual manera, los cristianos no hemos sido llamados a actuar contra las religiones y partidos políticos cuyos miembros no creemos que actúan correctamente, pues es de esperar que colaboraremos con ellos, a la hora de hacer el bien, en beneficio de quienes más necesiten, al Dios Uno y Trino.

   Cuando San Lucas escribió su Evangelio, los fariseos lideraban el Judaísmo, y no mantenían buenas relaciones con los cristianos. Esta parece ser la razón por la que el tercer Evangelista narró la parábola que estamos considerando en su Evangelio, pues, mientras que los judíos esperaban ser recompensados por Dios por causa de su escrupuloso cumplimiento de la Ley divina, el citado fiel amigo de San Pablo, mantenía la creencia, de que los cristianos debemos servir a Nuestro Padre común sin esperar recibir nada a cambio de ello, porque lo amamos, y sabemos que Él jamás nos desamparará. ¿Servimos a Dios porque nuestra fe nos induce a amarlo, o porque esperamos ser premiados si cumplimos su Santa Ley?

   Dado que no podemos hacerlo todo gratuitamente, se nos hace normal trabajar para ganar dinero, y mantener ciertas relaciones que nos beneficien de alguna manera, pero, servir a Dios esperando recibir un pago, es como si cuidáramos a nuestros padres ancianos para heredar su dinero, y no por amor, a quienes nos dieron la vida. Cuando he tenido diversas dificultades a lo largo de los años que me he considerado cristiano, algunos creyentes que han conocido parte de los problemas que he tenido, me han pedido que asista a Misa o lleve a cabo ciertas devociones, pidiéndole a Dios que me socorra, para ver si me hacía caso. Como cristiano católico, rezo y celebro los Sacramentos, pero no me gusta llevar a cabo prácticas que me exigen que haga un esfuerzo insignificante, para recibir un gran don celestial. Es por eso que, cuando me dicen que lleve a cabo tal ejercicio piadoso por si me sucede que salgo beneficiado, siempre respondo que Dios sabe lo que tiene que darme, y que lo que haré es confiar en Él, porque proveerá mis necesidades porque me ama, y no si intento ganar tal favor.

   Si pensamos que somos hijos de Dios, y que la voluntad de Nuestro Padre común, consiste en alcanzarnos la plenitud de la felicidad,consideraremos que, obedecerlo, es un deber para nosotros, así como también es un deber para los niños, acatar las órdenes de sus progenitores, para que puedan ser, educados correctamente. Jesús no considera nuestro servicio inútil ni dejará de premiarnos por ello, pero nos pide que reflejemos en nuestra vida la actitud de los esclavos que trabajaban día y noche y sus amos no tenían que agradecérselo, porque para eso eran alimentados y conservados vivos, no para que cedamos a la depresión y nos restemos valor personal, sino para que evitemos imitar la actitud de quienes sirven a Dios, pero no lo hacen por amor, sino para ser recompensados, por Nuestro Padre celestial, y, en ciertas circunstancias, por los hombres. El hecho de que actuemos sirviendo a Dios en sus hijos los hombres humildemente, se comprende claramente al leer MC. 12, 28-34. Jesús no quiere que amemos a Dios de cualquier manera, sino más que a nada y que a nadie, y que no amemos a nuestros prójimos como queramos, sino tal como nos amamos. Ello solo podremos hacerlo si servimos a Dios gratuitamente, y no lo hacemos, esperando ser recompensados, porque, aunque sirvamos exquisitamente a los pobres, a los enfermos y a los desamparados, y no los ayudemos demostrándoles que los amamos, sino actuando como trabajadores que los atienden con cierta desgana, se percatarán de ello.

   3-5. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.

   3-6. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.

   4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 17, 5-10 a nuestra vida.

   Respondemos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.

   3-1.

   1. ¿Qué es la fe cristiana?
   2. ¿Cómo puede ser la fe garante del cumplimiento de una promesa divina que aún no se ha llevado a cabo plenamente?
   3. ¿Por qué es la fe la prueba de que Dios cumplirá la promesa de conducirnos a su presencia más allá de las miserias que caracterizan a la mayor parte de la humanidad?
   4. Resumimos con nuestras palabras la definición de la fe que aparece en el numeral 26 del CIC.
   5. ¿Por qué no podemos conocer la cantidad de fe que tenemos?
   6. ¿Cómo podremos conocer la calidad de nuestra fe?
   7. ¿Por qué no es la fe un tesoro que tenemos que guardar celosamente, y administrar prudentemente?
   8. ¿En qué se parece la fe que no se vive ni comparte a una gran cantidad de dinero guardado que no se invierte en conseguir bienes materiales ni en beneficiar a quienes lo necesiten?
   9. ¿Recurrimos a la fe para ver si Dios nos protege de las asechanzas del mal? ¿Por qué?
   10. ¿Por qué no nos impide la fe pasar por las dificultades que caracterizan nuestra vida?
   11. ¿De qué nos sirve tener fe, si ello no nos evitará el sufrimiento?
   12. ¿De qué manera le da la fe sentido a todas las experiencias que vivimos?
   13. ¿Por qué no es la fe un escudo protector?
   14. ¿Por qué manifestamos la fe que tenemos confiando en Dios y actuando bajo las inspiraciones del Espíritu Santo?
   15. ¿Por qué nos adherimos a Dios?
   16. La fe, más que un conjunto de creencias que deben ser aceptadas y profesadas perfectamente, es caminar en pos del Dios que quiere ser todo en todos (1 COR. 15, 28).
   17. ¿Significa este hecho que debemos prescindir del cumplimiento de las prescripciones religiosas, o que podemos vivirlas, sabiendo que el fundamento de nuestra fe es Dios, y no tales ordenanzas? Razonemos nuestras respuestas.

   3-2.

   18. ¿Qué textos del tercer Evangelista consideramos los Domingos XXV y XXVI del Tiempo Ordinario del presente ciclo litúrgico?
   19. ¿De qué tipo de creyentes les habló Jesús a sus oyentes en LC. 17, 1-2?
   20. ¿Qué deducimos al leer LC. 17, 3-4?
   21. ¿Por qué los futuros Apóstoles le pidieron al Mesías que les aumentara la fe?
   22. ¿Perdonamos a quienes nos ofenden, aunque sigan haciéndolo durante años?
   23. ¿Comprendemos que, al perdonar a quienes nos ofenden, somos los primeros beneficiados de nuestra actitud, porque nos ahorramos sufrir inútilmente, al pensar en lo que les haríamos y les diríamos a quienes nos han hecho daño?
   24. ¿Por qué no es fácil comprender la manera de proceder de Dios al equipararla a la nuestra?
   25. ¿Para qué necesitamos tener fe?
   26. ¿Por qué necesitamos hacernos dependientes de Dios para poder tener una fe auténtica?
   27. ¿Por qué carecemos de fe si no cumplimos la voluntad de Dios?
   28. ¿Qué es reconocernos necesitados de la fe divina?
   29. ¿Por qué es necesario que cumplamos los deseos de Dios?
   30. ¿En qué consiste la voluntad de Dios respecto de nosotros?

   3-3.

   31. ¿Por qué carece de sentido el hecho de que Jesús les hablara a sus seguidores de la posibilidad de que pudieran plantar un sicómoro en el mar?
   32. ¿Por qué es ilógico el hecho de que vivamos cumpliendo la voluntad de dios para los cristianos que tienen una fe espiritualizada e intelectualizada y para los no creyentes en Dios?
   33. ¿Por qué estaba simbolizada la religiosidad de Israel por una higuera egipcia llena de hojas que no puede fructificar?
   34. ¿Es aplicable tal símbolo a las denominaciones cristianas? ¿Por qué?
   35. ¿Consiguen las prescripciones religiosas que cumplimos acercarnos a Dios y a nuestros prójimos los hombres, o las vivimos sintiéndonos obligados a ello, por compromiso, y/o con desgana?
   36. ¿Se extingue la fe divina en nuestro entorno familiar y social, o está evolucionando?
   37. ¿Es positiva la evolución de la fe? Razonemos nuestras respuestas.
   38. ¿En qué sentido es nuestra fe como una semilla de mostaza?
   39. ¿Para qué nos es suficiente tener una cantidad de fe tan pequeña como un grano de mostaza?
   40. ¿Cómo se nos puede aumentar la fe?
   41. ¿Cómo podemos entorpecer el aumento de la fe que tenemos?
   42. ¿Podemos ayudar a Dios a que nos aumente la fe, o pensamos que ello solo depende del Espíritu Santo? Razonemos nuestras respuestas.
   43. ¿Por qué no dejamos de ser cristianos, si, el crecimiento de la fe que nos caracteriza, suele ser doloroso?
   44. ¿Cómo nos beneficia el crecimiento de la fe que nos caracteriza?
   45. ¿Qué dieron por supuesto los futuros Apóstoles cuando le pidieron a Jesús que les aumentara la fe?
   46. ¿Nos sucede lo mismo que a los citados seguidores del Mesías?
   47. ¿Por qué les dio el Señor a entender a sus futuros Apóstoles que carecían de fe?
   48. ¿Por qué causas no tenemos fe en Dios?
   49. ¿Por qué debió ser difícil de asimilar el texto de LC. 17, 6 por los seguidores del Mesías?
   50. ¿Por qué Jesús les hizo entender a sus Apóstoles que no tenían fe, dado que no podían perdonar a quienes no dejaran de ofenderlos?
   51. ¿Qué relación existe entre tener fe, y la capacidad de perdonar?
   52. ¿Qué relación existe entre tener fe, y visitar a los presos?
   53. ¿Qué relación existe entre tener fe, y acompañar a los enfermos, aliviándoles sus sufrimientos, en cuanto ello nos sea posible?
   54. ¿Qué relación existe entre tener fe, y ayudar a los desamparados, a no sentirse aislados?
   55. ¿Qué relación existe entre tener fe, animar a los deprimidos, y socorrer a los pobres?
   56. ¿Cómo le manifestaba Jesús su fe a Nuestro Padre celestial?
   57. ¿Por qué nos conviene vivir la fe en los campos espiritual, intelectual y práctico, y no reducirla a la opción que más nos guste?
   58. ¿Por qué es comprometedor el hecho de vivir nuestra profesión de fe a los niveles espiritual, intelectual y práctico?
   59. ¿Por qué indican nuestros incumplimientos de la voluntad divina que no creemos en Dios?
   60. ¿Por qué son indicativas las buenas obras que llevamos a cabo de que creemos en Nuestro Padre celestial?

   3-4.

   61. ¿Justificó Jesús la existencia de la esclavitud al exponerles a sus oyentes la parábola que leemos en LC. 17, 7-10?
   62. ¿Por qué se sirvió Jesús de la existencia de la esclavitud  para inventar una parábola, si ello no es conforme a la voluntad del Dios que quiere que nos tratemos como hermanos?
   63. ¿Por qué nos es difícil constatar cómo se nos aumenta la fe?
   64. ¿Por qué San Pablo le devolvió a Filemón a su esclavo Onésimo, corriendo el riesgo de que lo azotara e incluso lo  asesinara?
   65. ¿Por qué quiso San Pablo que Filemón tratara a su esclavo como hermano?
   66. ¿Por qué no arremetió San Pablo contra Filemón porque tenía esclavos?
   67. ¿Podemos colaborar con las religiones y partidos políticos cuyas doctrinas son contrarias a la fe que profesamos? Razonemos nuestras respuestas.
   68. ¿Por qué escribió San Lucas la parábola que hemos considerado en el Evangelio de hoy?
   69. ¿Por qué se nos insta a que sirvamos a Dios sin esperar recibir nada a cambio de ello?
   70. ¿Servimos a Dios porque nuestra fe nos induce a amarlo, o porque esperamos ser premiados si cumplimos su Santa Ley?
   71. ¿En qué sentido es para nosotros un deber el hecho de obedecer a Dios?
   72. ¿Por qué nos pide Jesús que reflejemos la conducta de los esclavos a la hora de servir a Dios en nuestros prójimos los hombres? ¿Qué conlleva ello? Razonemos nuestras respuestas.
   73. ¿Por qué nos ayuda el texto de MC. 12, 28-34, a servir a Nuestro Padre común, humildemente?
   74. ¿Cómo quiere Jesús que amemos a Nuestro Padre celestial?
   75. ¿Cómo quiere Jesús que amemos a los hombres?
   76. ¿Cómo podremos amar a Dios más que a nadie y que a nada, y a nuestros prójimos como a nosotros mismos?

   5. Lectura relacionada.

   Leamos y meditemos el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos, en el que encontraremos la definición de la fe sobre la que hemos meditado en el apartado 3-1 del presente trabajo, y el recuerdo de grandes ejemplos de fe, recogidos en diferentes libros de la Biblia.

   6. Contemplación.

   Pidámosle a Jesús que nos aumente la fe, ya que la creencia que tenemos en Dios es muy débil, porque nos cuesta un gran esfuerzo rezar y asistir a los actos cultuales, nos resulta prácticamente imposible perdonar a los que nos ofenden, y no hacemos todas las obras buenas que podríamos llevar a cabo si quisiéramos.

   Contemplémonos asistiendo a ciertos actos cultuales, y avergonzados a la hora de actuar como cristianos ante nuestros familiares, vecinos, amigos, y compañeros de trabajo, porque no queremos quedar mal, ante los tales.

   Contemplémonos callados y quizás avergonzados y abochornados, cuando los no creyentes nos plantean cuestiones relativas a la fe que profesamos y la denominación cristiana a que pertenecemos, y no sabemos responderlas satisfactoriamente.

   Contemplemos a Jesús y a todos los Santos que sirvieron a Dios gratuitamente, y visualicémonos pensando que no nos sirve de nada cumplir prescripciones religiosas, si Dios no nos recompensa por ello.

   Trabajamos para ganar dinero, y mantenemos ciertas relaciones, para obtener beneficios.

   ¿De qué nos sirve servir a Dios si ello no nos reporta ningún provecho?

   ¿Para qué queremos servir a Dios, si nos promete dificultades en este mundo, y la felicidad en el cielo, si solo pretendemos ser dichosos en esta vida, por si no existe la otra?

   ¿Por qué se sienten muchos cristianos tan raros como lo sería el hecho  de que creciera una higuera en el fondo del mar?

   No sirvamos a Dios con la prepotencia de muchos que se sienten todopoderosos, ni el egoísmo de quienes no le encuentran sentido a ello si no son recompensados, sino con la humildad de quienes no se valoran más, de lo que lo hace, el Dios Uno y Trino.

   7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 17, 5-10.

   Comprometámonos a pasar un día sirviendo a Dios en nuestros prójimos desinteresadamente según nuestras posibilidades, y, si la experiencia nos resulta grata, llevémosla a cabo, con cierta periodicidad.

   Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.

   8. Oración personal.

   Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.

   Ejemplo de oración personal:

  Señor Jesús:

   Gracias por enseñarme a tener una fe espiritual, intelectual y práctica. Hoy que me enseñaste que el aumento de la fe que me has dado depende tanto de Ti como de mí, me propongo vivir como fiel hermano tuyo, para agradecerte el bien que me has hecho, y demostrarte que te amo, sirviéndote en quienes me necesiten, según me sea posible.

   9. Oración final.

   Leamos y meditemos los primeros ocho versículos del Salmo veintiuno, alabando a Dios, por el bien que nos ha hecho.

   José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en

joseportilloperez@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja aquí tus peticiones, sugerencias y críticas constructivas