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Meditación para el Domingo XXVI del Tiempo Ordinario del Ciclo C.

   Meditación.

   1. Las lecturas correspondientes a la Eucaristía que estamos celebrando, al igual que lo hicieran los textos litúrgicos del Domingo XXV ordinario del Ciclo C, nos incitan a meditar sobre lo que significan para nosotros la pobreza y la riqueza, sobre la forma en que nos afecta la primera, y sobre la manera que tenemos de administrar la segunda. Amós nos sigue hablando en la primera lectura en la misma línea que lo hizo la semana pasada, a saber: denunciando las injusticias que se suceden todos los días en nuestro medio social. Amós no se dedica a denunciar las injusticias únicamente, sino a responsabilizarnos a todos del hecho referente a la miseria que azota a todos los pobres de este mundo. Quizá muchos nos preguntamos:

   ¿Por qué el simpático Profeta nos acusa si no hacemos nada malo?

   ¿Somos nosotros los promotores de la miseria que azota inmisericordemente a la mayor parte de la humanidad?

   ¿Somos responsables de no saber devolverles la alegría a quienes se han olvidado del significado de la felicidad?

   ¿Somos responsables de la pobreza cultural que está conquistando el corazón de muchos de nuestros hijos?

   De la misma forma que existen diversas pobrezas, los cristianos tenemos varias maneras de encarar las citadas formas de miseria. Aquí no nos vale el hecho de justificar el dolor de quienes sufren intentando consolar a los tales con el hecho de que nuestro Padre común compensará sus padecimientos en su postmuerte, así pues, si "el reino de Dios está ya entre vosotros" (LC. 17, 21), buscaremos la forma de hacer que el mayor número de personas posible deje de sufrir las carencias que le hacen sentirse inferior con respecto a nosotros.

   Tampoco aceptamos como buena la siguiente reflexión que hacen algunos de nuestros hermanos que se dicen: "si no nos vamos a salvar porque somos muy cumplidores de la Ley de Dios, ¿qué necesidad tenemos de ocuparnos de los pobres?". Estos hermanos nuestros son los herederos del rico epulón, los que se preguntan: "¿Por qué dicen los beatos que Dios nos va a mandar al infierno porque no invertimos nuestro dinero en facilitarles a los mendigos la tarea de adquirir diversas drogas?".

   Yo estoy persuadido de que debemos dotar de recursos humanos y económicos los centros en los que son atendidos muchos menesterosos, pero esos hermanos no ven más allá de sus opulentos deseos. No podemos decir que los pobres no tienen nada que ver con nosotros porque Jesús rezó en estos términos antes de salir del Cenáculo para encaminarse con sus discípulos a Getsemaní en la noche del Jueves Santo: (JN. 17, 22). Los cristianos constituimos una familia universal, es esta la causa por la que queremos librarnos de todos los prejuicios que nos dividen.

   2. El rico de la parábola que banqueteaba murió y fue enviado al infierno por causa de su carencia de amor con respecto a Lázaro. Yo no creo en el infierno ni en el purgatorio como lugares físicos, pero estoy seguro de que si no somos capaces de unirnos y solventar nuestras divisiones aunando nuestra fuerza para que nada ni nadie pueda separarnos de Cristo Rey, no podremos afirmar que somos cristianos según el espíritu de las Bienaventuranzas.

   Hace unos minutos, al empezar esta meditación, nos preguntábamos si Dios no se satisface de que alcancemos logros materiales. Dios está satisfecho con el esfuerzo que todos hacemos para vivir con holgura, pero tiene derecho a acusarnos de que pecamos de omisión al no esforzarnos en acabar con la pobreza. Los políticos no son los únicos responsables de extinguir la pobreza de la humanidad, de la misma forma que no conseguiríamos acabar con la miseria que se extiende en el mundo como una alfombra vendiendo el patrimonio de la Iglesia que por cierto es muy valioso, así pues, ese patrimonio no es exclusivo del Clero como afirman los amantes de la polémica y la división, pues nos corresponde a todos los católicos, especialmente a quienes demuestran su fe haciendo que quienes podéis ver aumentéis vuestra fe contemplando verdaderas maravillas.

   Todos conocemos la célebre frase: "No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita". A este respecto os he dicho que para nosotros es un gran anhelo y posteriormente una gran dicha dejarnos invadir el corazón por el espíritu de las Bienaventuranzas. Jesús, nuestro Hermano, Maestro y Señor, nos dice: (MT. 5, 3). No necesitamos ninguna titulación especial para alcanzar la santidad, aunque os digo que a muchos les es más fácil luchar por un título universitario que aprender a ser "sencillos como palomas" (MT. 10, 16).

   Nosotros trabajamos afanándonos para alcanzar logros apasionantes. Intentamos conservar nuestro estado social. Jesús recorría Palestina sin más riqueza que el amor de Dios, y venciendo un obstáculo que pudo con Él durante 3 días hasta que lo venció desde la entraña de la muerte, es decir, el egoísmo de los hombres.

   Jesús le habló al joven rico que obvió la posibilidad de ser su discípulo cuando el Maestro le pidió que dejara de ser rico para ser pobre muy claramente: (LC. 18, 19). Quizá el joven rico era según decía un buen cumplidor de la Ley de Dios, que destinaba el diezmo de sus ganancias a cubrir las necesidades del Templo, pagaba el llamado es corbán, y también gastaba algo de dinero en ayudar a los pobres, pero finalmente no pudo ser discípulo de Jesús, porque el Señor no se contentaba con tener una ínfima parte de sus riquezas, así pues, nuestro Señor lo quería a él.

   2. Nuestra gran riqueza es espiritual, así pues, San Pablo les escribió a los Colosenses las siguientes palabras: (COL. 3, 1). Pablo nos explica lo que nos acaba de decir en su Carta a los Gálatas: (GÁL. 2, 20).

   San Pedro describe nuestra riqueza espiritual con gran belleza, diciendo: (1 PE. 2, 9).

   El Salmista escribió con gran sabiduría: (SAL. 51, 19). En este caso la humillación no significa que debemos creer que somos insignificantes, sino que nos disponemos a cambiar nuestros valores por las verdades divinas que nos hacen conscientes de que "el reino de Dios ya está entre vosotros" (LC. 17, 21).

   4. En el ejercicio de lectio divina correspondiente al Domingo XXV del Tiempo Ordinario del Ciclo C meditamos sobre el miedo que muchos de nuestros hermanos tienen al presentir que van a vivir dificultades en un futuro próximo o lejano. A este respecto, Jesús nos dice en el Evangelio del fiel amigo de Saulo de Tarso: (LC. 12, 32).

   San Mateo nos dice en su obra: (MT. 6, 19-20).

   A nosotros nos pueden robar las pertenencias, pero nadie puede quitarnos nuestra riqueza espiritual. Los ricos tienen la obligación de poner sus riquezas a salvo de quienes se las pueden sustraer, así pues, esta es la causa por la que San Mateo nos transmite las siguientes palabras del Mesías: (MT. 13, 45-46).

   Quienes conocemos a nuestro Padre común somos incapaces de cambiar nuestros bienes espirituales por bienes caducos, así pues, nuestro Maestro y Señor nos sigue diciendo por mediación del Apóstol y Evangelista: (MT. 6, 21).

   Jesús nos explica lo que nos acaba de decir con gran coherencia: (LC. 16, 13).

   San Juan nos dice que Jesús le dijo a Nicodemo: (JN. 3, 6). En este punto todos los que hemos sido bautizados no debemos optar por las riquezas del mundo, sino por las riquezas espirituales, ya que no podemos vivir al mismo tiempo bailando al son que nos marca el mundo y cumpliendo literalmente la Ley de nuestro Padre y Dios.

   Todos hemos sentido miedo en alguna ocasión. El miedo es un sentimiento que nos paraliza haciendo que no practiquemos nuestras actividades sin que nos percatemos de ello, pues, cuando sufrimos ese sentimiento, nuestra mente está demasiado ocupada como para reaccionar ante los deberes que tenemos que cumplir puntualmente. Independientemente del miedo que podamos sentir al tener la certeza de que no podremos mantener siempre nuestra posición social, el citado sentimiento podrá mermar nuestra actividad diaria, contribuyendo a empobrecernos en los órdenes material y espiritual, de forma que contribuiremos a realizar lo que tanto tememos. Esto lo deducimos al finalizar esta meditación leyendo MT. 6, 25-34.

joseportilloperez@gmail.com

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