Domingo XIV del Tiempo Ordinario del Ciclo C.
Señor Jesús: ¿Por qué me has elegido para trabajar en tu viña predicando el Evangelio y haciendo el bien, si sabes que en el mundo hay gente más apta que yo para hacer tu voluntad?
Ejercicio de lectio divina de LC. 10, 1-12. 17-20.
Lectura introductoria: MC. 3, 13.
1. Oración inicial.
Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y, del Espíritu Santo.
R. Amén.
Jesús eligió a setenta y dos discípulos para que dispusieran a la gente de los lugares por los que iba a pasar a acogerlo cuando llegara y a aceptar la predicación del Señor. Al igual que los citados discípulos de Jesús, hemos recibido del Señor la misión de disponer a nuestros prójimos a recibir al Hijo de Dios y María, cuando acontezca su Parusía -o segunda venida-. Esta es la causa por la que no deseamos interrumpir nuestro tiempo de instrucción, acción y oración, pues, para agradecerle a Nuestro Salvador la confianza que ha depositado en nosotros, nos propondremos ser cristianos practicantes, así pues, para no defraudar al Dios Uno y Trino, más que con nuestros medios, contamos con la asistencia del Espíritu Santo.
Quienes aún no servís al Señor, planteaos la posibilidad de hacerlo. Si cuando llevéis tiempo sirviendo al Señor descubrís que la vida, más que en buscar la felicidad pasajera, consiste en servir desinteresadamente a quienes nos necesitan, encontraréis una felicidad que nadie podrá quitaros, y que ninguna circunstancia podrá evitaros.
Quienes servimos al Señor, queremos plantearnos si trabajamos adecuadamente en la viña del Señor, o si podemos hacer algo para ser mejores discípulos de Jesús. Después de empezar a servir al Señor, necesitamos estimular nuestra fe constantemente, para no perder la constancia que necesitamos, tanto para ser fieles discípulos de Jesús, como para encontrar la plenitud de la dicha a que aspiramos.
En el mundo hay muchas carencias que cubrir, y muy pocos cristianos dispuestos y formados convenientemente para lograrlo. El servicio cristiano es más que un servicio social. Necesitamos orar para que Dios haga lo que no nos es posible a nosotros, ora por falta de sabiduría, ora por falta de medios adecuados a ayudar a paliar los padecimientos de nuestros hermanos los hombres. Oremos para que cada día seamos más los braceros que servimos al Señor, y para que no carezcamos de los medios que necesitamos, para cumplir su voluntad, sirviendo a nuestros prójimos los hombres.
La realización de nuestra actividad cristiana no es fácil. Jesús nos envía como corderos en medio de lobos. Oremos para no ser los lobos que ataquen a los siervos de Dios, y para no ser víctimas de quienes son agresivos, porque no comprenden el valor de la misión que nos ha encomendado el Señor.
Dado que existen muchos problemas que solventar en el mundo, es importante que quienes trabajamos en la viña del Señor no perdamos tiempo acumulando riquezas ni realizando actividades que nos impidan cumplir la misión que nos ha sido encomendada por Nuestro Salvador. Además de evitar dichas distracciones, necesitamos elaborar un minucioso plan de trabajo, para atender las necesidades de nuestros prójimos los hombres, según la urgencia característica de las mismas.
Al trabajar para el Señor, les desearemos la paz a quienes encontremos en nuestro camino. En el lenguaje bíblico, la paz no es la ausencia de conflictos, sino sobrellevar los mismos tal como lo haría Jesús, y el deseo de que quienes la reciben, tengan los dones con que Dios premia la fidelidad de quienes lo sirven.
Si les deseamos la paz a quienes encontremos en nuestro camino, puede sucedernos que algunos de ellos se interesen por conocer al Señor, y, por ello, la citada paz sea con ellos, y no vuelva a nosotros, por no ser rechazada.
Aunque no predicaremos pensando en las ganancias que obtendremos por ello, aquello que se nos dé, es lo que merecemos. A modo de ejemplo, hace años pedí donativos para crear una página web. Aunque no recibí dinero, me dieron el espacio que necesito en Internet, para colgar tanto mis meditaciones, como los demás materiales que publico. Mi experiencia fue algo desagradable porque no faltaron quienes me acusaron de querer enriquecerme con la predicación del Evangelio, pero lo importante es que conseguí lo que necesitaba, y, gracias a ello, he llegado a varios cientos de miles de nuevos lectores.
Dado que la misión que desempeñaron los setenta -o setenta y dos- discípulos fue corta, los tales no tenían que preocuparse de cubrir sus necesidades básicas, pues serían atendidos por algunos de sus oyentes. Al consagrarse al Señor de por vida, los predicadores religiosos y laicos, necesitan medios para vivir dignamente, y para llevar a cabo su vocación. A pesar de ello, nadie debería predicar el Evangelio pensando en el sueldo que va a ganar, sino en qué dirá y qué hará, para convencer a sus oyentes, de la necesidad que tienen, de creer en el Dios Uno y Trino. Nadie debe trabajar para el Señor pensando en enriquecerse, pero se hace necesario que los cristianos sostengan a sus predicadores, de manera que no les falten los bienes indispensables para vivir, ni los medios necesarios para desempeñar su misión.
Las actividades que llevamos a cabo los cristianos en el mundo, deben ser indicativas, de que, el Reino de Dios, está cerca de nosotros. La Iglesia terrena es parte del Reino de Dios porque está compuesta de gente que opta por ser purificada y santificada, y, al mismo tiempo, es el pueblo que busca formar parte del Reinado divino, y por ello se esfuerza en ser perfeccionada.
A quienes no deseen aceptar nuestra predicación, les demostraremos que no estamos de acuerdo con su conducta, sin ser violentos con ellos, sino, respetuosos con su forma de pensar y proceder, y les diremos que el Reino de Dios está cerca de nosotros, dejándoles abierta la posibilidad de creer, en un futuro cercano o lejano, si Dios los llama a servirlo, porque sabe que aceptarán ser purificados y santificados, por medio de la superación de sus dificultades, y del servicio a Él, en sus prójimos los hombres.
Jesús nos hace una seria advertencia: Es necesario que nos cuidemos de que nuestra conducta no sea más reprobable que la de quienes pecan por ignorancia. Conocer a Dios, además de significar un gozo inmenso, significa que adoptamos una gran responsabilidad. Al conocer a Dios y saber lo importante que es la pureza para Nuestro Santo Padre, aunque toda la humanidad cometiera los mismos pecados, la responsabilidad de los creyentes sería juzgada con más severidad, que la de quienes ignoran los Mandamientos de Nuestro Padre celestial.
Si trabajamos en la viña del Señor, alegrémonos del bien que hacemos, a pesar de nuestros errores, y pensemos en la falta de voluntad que tenemos, para dedicarle más tiempo, al servicio de dios, en sus hijos los hombres. En este mundo, la alegría es la única recompensa que podemos obtener los cristianos, si predicamos el Evangelio, y hacemos el bien, demostrando con ello, que somos seguidores de Jesús.
Mientras que los Doce tuvieron muchas dificultades que no pudieron superar cuando fueron enviados por Jesús a predicar, y sobrevivieron a muchos fracasos, el mal y la increencia, fueron vencidos, por los setenta y dos discípulos del Señor. El hecho de que en un texto lucano (LC. 10, 23-24) que no consideramos hoy Jesús les puso a los Doce como ejemplos a imitar a los setenta y dos, nos recuerda la humildad que debe caracterizarnos a la ora de servir al Señor, y cómo necesitamos fortalecer nuestra fe constantemente, para ser cristianos practicantes.
Mientras los setenta y dos le predisponían a Jesús a aquellos de sus oyentes que asistirían a sus sermones poco tiempo después de que pasaran predicando el Evangelio por sus pueblos y ciudades, Jesús veía cómo producían frutos salvíficos. Aunque por nuestra carencia de fe nos sintamos desamparados por Dios en ciertas circunstancias, no olvidemos que el Señor vela por la realización de nuestras actividades cristianas, y el Espíritu Santo nos asiste, para que podamos llevar a cabo, la misión que nos ha sido encomendada.
No nos enorgullezcamos de trabajar en la viña del Señor, sino de ser el objeto del amor del Dios Uno y Trino. El servicio cristiano debe prestarse por amor, y nunca para manifestar el deseo de alcanzar el reconocimiento de los hombres. No creamos jamás que el Evangelio se predica y se hace el bien gracias a nosotros, porque, si no trabajáramos en la viña del Señor, otros ocuparían nuestro lugar, y Dios llevaría a cabo su obra redentora, por medio de tales discípulos. A la hora de actualizar los blogs y listas de correo de Trigo de Dios, ni siquiera yo, -el moderador de los mismos-, soy indispensable, a pesar de que soy el único que llevo a cabo las actualizaciones, porque tal trabajo no es mío, sino, de Dios.
Oremos:
ORACIÓN PARA PEDIR LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO
¡Oh Espíritu Santo!, humildemente te suplico que enriquezcas mi alma con la abundancia de tus dones.
Haz que yo sepa, con el Don de la Sabiduría, apreciar en tal grado las cosas divinas, que con gozo y facilidad sepa frecuentemente prescindir de las terrenas.
Que acierte con el Don de Entendimiento, a ver con fe viva la trascendencia y belleza de la verdad cristiana.
Que, con el Don de Consejo, ponga los medios más conducentes para santificarme, perseverar y salvarme.
Que el Don de Fortaleza me haga vencer todos los obstáculos en la confesión de la fe y en el camino de salvación.
Que sepa con el Don de Ciencia, discernir claramente entre el bien y el mal, entre lo falso y lo verdadero, descubriendo los engaños del demonio, del mundo
y del pecado.
Que, con el Don de Piedad, os ame como a Padre, os sirva con fervorosa devoción y sea misericordioso con el prójimo.
Finalmente, que con el Don de Temor de Dios, tenga el mayor respeto y veneración a los mandamientos divinos, cuidando con creciente delicadez de no quebrantarlos
lo más mínimo.
Llenadme sobre todo, de vuestro santo amor. Que ese amor sea el móvil de toda mi vida espiritual. Que lleno de unción, sepa enseñar y hacer entender, al
menos con mi ejemplo, la sublimidad de vuestra doctrina, la bondad de vuestros preceptos, la dulzura de vuestra caridad. Amén.
(Desconozco el autor).
2. Leemos atentamente LC. 10, 1-12. 17-20, intentando abarcar el mensaje que San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 10, 1-12. 17-20.
3-1. Todos los cristianos somos necesarios en la viña del Señor.
¿Por qué quiso Jesús rodearse de discípulos para predicar el Evangelio, si, por ser Dios, se bastaba a Sí mismo para llevar a cabo dicha labor? Jesús quiso valerse de los medios y situaciones meramente humanos para evangelizar a sus creyentes. Si un rico le dice a un pobre no creyente que Dios proveerá sus necesidades, tal necesitado no tendrá tanta facilidad para creer el mensaje que le ha sido transmitido por alguien que desconoce la pobreza, como si se lo transmite alguien que está viviendo su situación, aunque se diferencia de él, por su gran fe en Dios. Para Jesús es importante que nos vaciemos de nuestra nada para poder llenarnos del todo que es Dios para nosotros.
Cuando el Señor inició su Ministerio, ayudado por pocos discípulos, resolvía las situaciones difíciles que vivía su pequeña comunidad de seguidores, pero, cuando el número de creyentes fue muy elevado, el Señor buscó el apoyo de los Doce que lo siguieron incondicionalmente durante los años que se prolongó su Ministerio, y el apoyo de otros discípulos que, durante cierto tiempo u ocasionalmente, prestaban sus servicios desinteresadamente, a la comunidad de sus seguidores.
Todos los cristianos somos necesarios en la viña del Señor. El servicio a Dios en nuestros prójimos los hombres nos aumenta la estima personal, nos hace percatarnos de la necesidad que tenemos de valorar nuestras comunidades de fe, y, en el caso de que prediquemos el Evangelio, nos aporta un gran conocimiento de Dios, al mismo tiempo que solventamos las dudas de fe, de nuestros oyentes o lectores. Además, el servicio a los carentes de dádivas materiales, nos recuerda que en el mundo hay quienes sufren más que nosotros, se quejan menos, y sobrellevan sus dificultades con una alegría que quizás desconocemos, y deseamos tener. El servicio cristiano es muy satisfactorio, cuando descubrimos que recibimos mucho más de lo que damos, cuando no pretendemos ser recompensados.
3-2. La misión de los Doce (LC. 9, 1-5).
Los Doce recibieron la misma misión que caracterizó a los setenta y dos. Las recomendaciones que recibieron unos y otros no fueron exactamente las mismas, pero el significado del mensaje que recibieron del Señor, fue idéntico, pues fueron comisionados para predicar la Palabra de Dios, y ganar nuevos seguidores de Jesús, que quisieran formar parte, de su comunidad creyente.
Los Doce sobrevivieron a algunos fracasos cuando empezaron a llevar a cabo la misión que Jesús les encomendó. Ello se debió a su falta de fe en el Señor, y al deseo que existía entre ellos de constituir un Reino mesiánico que, en lugar de estar basado en el servicio desinteresado, estuviera basado en el poder, como lo están los reinados humanos. Ello nos recuerda lo importantes que son para nosotros la fe, y el hecho de tener, según palabras de San Pablo, "los mismos sentimientos que Cristo" (FLP. 2, 5).
Veamos cómo les faltó la fe a los Doce, cuando Jesús multiplicó panes y peces, para saciar a la multitud de sus oyentes (LC. 9, 12). Dado que los Doce no disponían de la comida necesaria para alimentar a la multitud, quisieron que Jesús le pidiera a la gente que buscara su propio sustento. El Señor conocía una manera de alimentar a sus seguidores que quizás no se le pasó por la mente a ninguno de quienes llegaron a ser sus Apóstoles. Ninguno de sus oyentes pasaría hambre, si se repartían los alimentos que tenían. Fue así como con pocos alimentos, se alimentó una gran multitud, y aún sobró bastante comida. A pesar de ello, a los Doce les faltó fe en Dios y quizás también un deseo más fuerte que su carencia de medios, de alimentar a los oyentes del Mesías.
(LC. 9, 38-42). La misión de los cristianos solo alcanza la perfección absoluta cuando se identifica plenamente con la misión de Jesús. Mientras que el Señor se transfiguró en el monte Tabor ante sus discípulos Pedro, Juan y Santiago, los nueve discípulos de los que ocho también llegaron a ser sus Apóstoles, no pudieron curar a un epiléptico, pero el Señor sí pudo sanar al enfermo. El hecho de que nuestras actividades no sean tan perfectas como las de Jesús, significa que aún nos queda mucho que superarnos para ser como el Mesías, y que, por ello, nuestra fe es inestable. Como veremos seguidamente, entre los Doce existía el deseo de formar parte de un reino mesiánico basado en el poder, y no en el servicio recíproco.
(LC. 9, 46-56). ¿Por qué fallaron los Doce estrepitosamente en el cumplimiento de su misión, y los setenta y dos cosecharon muchos éxitos en el cumplimiento de la labor que Jesús les encomendó?
¿Sería creíble que un evangélico bautizado fuera mejor predicador que el pastor de su iglesia, que un ministro testigo de Jehová fuera más eficiente que un anciano de su congregación, o que un laico católico realizara un trabajo en la viña del Señor con mayor perfección de lo que lo haría el sacerdote de la iglesia en que celebra la Eucaristía semanal o diariamente?
San Lucas nos narra en su Evangelio algunos pecados de los Doce que les impedían ser perfectos seguidores de Jesús, pero no narra los pecados de los setenta y dos, aunque se deduce que los tales eran samaritanos, -es decir, eran de esa gente sobre la que los Hijos del Trueno quisieron hacer descender fuego celestial, por no haber querido hospedar al Señor. Ello nos enseña a no sentir envidia si, en nuestras comunidades cristianas, hay gente más eficiente que nosotros, para cumplir la voluntad de Dios. Tal como los hijos de Zebedeo no podrían suponer que entre los samaritanos surgirían predicadores que demostrarían ser más aptos que ellos para anunciar el Evangelio, no supongamos que hay pecadores que jamás se corregirán, porque, como todos sabemos, grandes Santos se han visto en el mundo, partiendo de la mentalidad de quienes, lo que menos querían ser, era cristianos.
3-3. Los nuevos discípulos de Jesús (LC. 10, 1).
¿Cuántos discípulos designó el Señor para que predicaran el Evangelio? En unos códices se nos informa de que Jesús designó a setenta discípulos, y, en otros, setenta y dos. Aunque no es posible saber exactamente cuántos discípulos fueron elegidos por Jesús para que lo precedieran por los lugares por donde tenía que pasar para ir a Jerusalén, lo importante es el simbolismo representado por el número setenta en la Biblia, ya que hace referencia a las setenta naciones que, según los judíos, había en el mundo (GN. 10, 1-32). Tales discípulos del Señor representan al común de los creyentes, judíos y gentiles, ya que, cuando San Lucas escribió su Evangelio, los cristianos se debatían entre la posibilidad de encomendarles la predicación a los judíos tal como la mayoría de los católicos se la encomiendan al clero, y entre incluir en tal actividad al común de los creyentes, aunque no fueran hermanos de raza de Jesús. San Lucas intentó resolver esa cuestión, escribiendo en su Evangelio el envío de los setenta y dos por parte del Mesías, e indicando que estos tuvieron un gran éxito en su actividad evangelizadora, cosa que no les sucedió a los Doce. Esta es la causa por la que existe un gran parecido entre el envío de los Doce y el envío de los setenta y dos, y por la que San Lucas es el único Evangelista que narra el envío de estos últimos.
¿Eran los setenta y dos laicos, o religiosos? Al considerar a los Apóstoles como Obispos, muchos católicos a quienes no les gusta que los laicos nos inmiscuyamos en la predicación del Evangelio, ven en los setenta y dos a sacerdotes, que habían de estarles sujetos a los Doce. Si tenemos en cuenta que la jerarquía eclesiástica tal como la conocemos en la actualidad surgió mucho tiempo después de que Jesús predicara el Evangelio, y que el mismo Señor, aun siendo Sumo Sacerdote por excelencia, actuó como un laico común, no erramos al pensar que, los setenta y dos, eran laicos que sirvieron al Señor, el tiempo que consideraron oportuno.
Es comprensible el hecho de que Jesús enviara a predicar a los Doce porque los instruyó perfectamente para llevar a cabo tal misión, pero, ¿qué formación religiosa recibieron los setenta y dos por parte del Mesías, antes de iniciar su predicación? San Lucas no responde esta pregunta en su Evangelio, pero demuestra que, por causa de su fe, su conocimiento de Jesús, y su capacidad de comprender las circunstancias en que vivía sumida la gente, los setenta y dos realizaron su misión, mejor que los Doce. Los setenta y dos no eran los creyentes en Jesús más ricos, ni los más capacitados para anunciar el Evangelio, ni los más cultos.
Si queremos ser fieles seguidores de Jesús, nos conviene seguir el ejemplo de los setenta y dos. De nada nos sirve dedicar nuestras cualidades a la difusión del Reino de Dios, si no hemos experimentado la presencia de Nuestro Padre celestial en nuestra vida, ni conocemos su voluntad, o, si la conocemos, queremos ignorarla, para adaptar la predicación del Evangelio, a la consecución de nuestros intereses personales.
Tal como sucede con el Judaísmo y el Islam, las denominaciones cristianas suelen caracterizarse por montones de normas que deben cumplir sus componentes, para poder considerarse miembros de las mismas. El peligro de aferrarnos al cumplimiento de los deberes religiosos, estriba en que podemos llevarlos a cabo para sentirnos merecedores de la salvación y buscar la aprobación de los hombres, y no por amor a Dios, ni a sus hijos que sufren por cualquier causa. Los preceptos religiosos tienen el fin de hacernos desear ser purificados y santificados, pero, al cumplirlos, podemos adoptar la mentalidad de los fariseos, quienes estaban tan orgullosos del rigor con que cumplían la Ley, que, aun conociendo las antiguas Escrituras, rechazaron a Jesús como Mesías, y llegaron a asesinar al Señor.
Cuidémonos de no impedir que crezcan espiritualmente quienes creen en Nuestro Dios, pero no comparten plenamente nuestras creencias. La obra de la Evangelización pertenece a Dios, y no a los hombres. Esta es la razón por la que Jesús nos dice, las palabras que leemos en MC. 9, 42.
No sembremos dudas de fe en los creyentes poco formados y en quienes carecen de nuestra fe con nuestro mal comportamiento.
3-4. Jesús envió a los setenta y dos dividiéndolos en treinta y seis parejas.
Era necesario que en los juicios testificaran un mínimo de dos o tres testigos a fin de que los jueces pudieran dictar sentencia (DT. 19, 15).
Un solo predicador enviado, no tendría ante la sociedad, la credibilidad que tendrían dos discípulos del Señor. Además, teniendo en cuenta el riesgo de sufrir atracos existente en tiempos en que existe una gran pobreza, porque mucha gente se ve obligada a hacer cualquier cosa para poder sobrevivir, y las dificultades características de la predicación del Evangelio, sobre todo en entornos marcados por el fanatismo religioso, como eran los casos de los saduceos y los fariseos, era conveniente que los predicadores fueran acompañados, para brindarse el apoyo que necesitaran, cuando se vieran en dificultades. Esta es la causa por la que leemos en la Biblia, las siguientes palabras: (ECL. 4, 9-10).
¿Somos conscientes de la necesidad que tenemos de evangelizar a nuestros prójimos los hombres y de hacer el bien trabajando, no individualmente, sino como miembros de nuestras comunidades de fe?
Además de que no es fácil mantener la fe cuando se anuncia el Evangelio en ambientes hostiles a nuestras creencias, el anuncio de la Palabra de Dios, sigue presentando dificultades, que no podemos resolver individualmente, sin contar con el apoyo, de nuestros líderes religiosos, y de nuestros hermanos en la fe.
3-5. Se necesitan obreros que trabajen en la plena instauración del Reino de Dios en la tierra (LC. 10, 2).
El Cristianismo es una de las religiones que cuenta con más seguidores en el mundo, pero, a pesar de ello, no todos los que hemos sido invitados por Jesús a ser sus seguidores, nos hemos comprometido a servirlo, cubriendo las necesidades espirituales y materiales, de nuestros prójimos los hombres. Se necesitan muchos predicadores y mucha gente dispuesta a hacer el bien en el mundo, con tal de hacer lo humanamente posible, para exterminar la miseria existente.
Jesús envió a los setenta y dos de dos en dos, a que lo ayudaran a llevar a cabo, su misión evangelizadora. Los citados discípulos de Jesús, no llevaron a cabo su actividad de predicación en solitario, ni se bastaron con la ayuda que debieron prestarse unos a otros, para solventar las dificultades que se les presentaron. Los setenta y dos, al percatarse de que carecían del tiempo necesario para evangelizar al común de sus oyentes, y de que les era imposible exterminar el sufrimiento de los tales, debieron orar fervientemente, para que Dios les concediera colaboradores, que les ayudaran a llevar a cabo, la misión que Jesús les encomendó.
En ciertas situaciones, los cristianos podemos desear negarnos a trabajar en equipo. Ello suele suceder, cuando desconfiamos de nuestros hermanos en la fe, o cuando queremos que se haga nuestra voluntad, aunque ello signifique, que ignoremos el cumplimiento, de la voluntad divina. La Evangelización es una misión demasiado grande y a veces penosa para que la llevemos a cabo individualmente, sin tener en quienes apoyarnos, para sobrevivir a las dificultades que se nos presenten. Es por eso que, antes de orar por la conversión de los no creyentes, necesitamos orar para que sea aumentado el número de colaboradores de Jesús que, por medio de sus palabras y obras, le demuestren a la humanidad, que, la utopía de la plena instauración del Reino de Dios entre nosotros, es una realidad que, lentamente, se está consumando.
No olvidemos que el desempleo no existe entre los cristianos, cuando nos referimos a colaborar en la realización de la obra de Jesús. No nos quedemos sentados mirando cómo evangelizan y hacen el bien muchos de nuestros hermanos en la fe, y unámonos a ellos, para acelerar la Parusía -o la segunda venida de Jesús al mundo-. Es muy fácil mirar cómo laboran los demás y criticar aquellas de sus actuaciones con que no concordamos, pero no es tan fácil acatar parte de las responsabilidades de dichos hermanos. Tal como hombres y mujeres debieran compartir las labores domésticas y el trabajo para comprender los esfuerzos que hacen sus cónyuges, en la mayoría de los casos, las mujeres como amas de casa, y los hombres trabajando fuera, deberíamos trabajar algunos años en la viña del Señor, antes de juzgar precipitadamente, a quienes sirven a Dios, en sus prójimos los hombres.
3-6. ¿Actuamos como corderos, o como lobos? (LC. 10, 3).
Cuando Jesús predicó el Evangelio, sus creyentes eran representados por corderos, y, sus opositores, por lobos. San Lucas cuenta en los Hechos de los Apóstoles que, cuando aconteció el martirio de San Esteban, se desató en Jerusalén una persecución contra los cristianos, de la que los tales se valieron, para iniciar la evangelización, de los diversos territorios, en que fueron dispersados.
Si en nuestro tiempo muchos cristianos vivimos en países en que profesamos nuestra fe sin que nadie nos lo impida, muchos de nuestros hermanos en la fe, de diferentes denominaciones cristianas, siguen siendo maltratados y asesinados, tal como Roma asesinó a muchos cristianos, durante los primeros siglos de existencia de la Iglesia.
En ciertas situaciones se han declarado guerras y han surgido conflictos importantes entre los cristianos. Lamentablemente los seguidores de Jesús, argumentando que somos defensores de la verdad, podemos actuar como lobos, atacando a nuestros hermanos en la fe, para hacerles adaptarse a nuestras creencias, con tal de tener razón, aunque tengamos que manipular y forzar la misma, para que esté de nuestra parte.
Es un deber de los cristianos, enfrentar a nuestros opositores, no con agresiones, sino amándolos y comprendiéndolos, en la medida que sea posible. No nos escudemos en la posesión de la verdad para actuar con los no creyentes, tal como lo hicieron los fariseos con Jesús.
3-7. ¿Qué necesitamos para cumplir la voluntad de Dios? (LC. 10, 4).
Los judíos llevaban el dinero en bolsas que se ataban al cinto. Cuando Jesús les dijo a los setenta y dos que no llevaran bolsa, les dio a entender, que iniciaran la realización de su misión, sin llevar dinero encima. ¿Cómo pudo querer Jesús que sus seguidores, además de enfrentar los problemas que convierten la Evangelización en un desafío, partieran con las manos vacías? La respuesta a esta pregunta, la encontramos en el siguiente extracto, del libro de los Salmos: (SAL. 16, 5).
Dios es la riqueza de los predicadores, pero, especialmente, en el caso de los siervos del Señor que viven consagrados a la realización de su servicio, ¿cómo deben conseguir los tales los bienes necesarios para cubrir sus necesidades básicas? San Pablo responde esta pregunta, en los siguientes términos: (GÁL. 6, 6).
Si los siervos de Dios que viven consagrados a la predicación del Evangelio trabajan en beneficio de los cristianos, es justo que el pueblo de Dios los sostenga con sus bienes. Es preciso tener en cuenta que Jesús comisionó a los setenta y dos para que realizaran su misión durante un corto espacio de tiempo, y que los consagrados a la difusión de la Palabra de Dios, le dedican a tal actividad muchos años, y por ello necesitan ser sostenidos por los creyentes, ya que no laboran para obtener los bienes que necesitan, y, en muchos casos, ni siquiera se constituyen en familias, para poder consagrar todo su tiempo, a la realización de su misión.
Los predicadores consagrados al cumplimiento de la voluntad de Dios, necesitan un salario adecuado a la satisfacción de sus necesidades, apoyo emocional, reconocimiento de su labor, y colaboración, en el caso de que acepten la ayuda de los fieles.
Las alforjas son especies de talegas abiertas por el centro y cerradas por los extremos, las cuales forman dos bolsas grandes y normalmente cuadradas, donde, repartiendo el peso entre ambas bolsass para mayor comodidad, se portan cosas para llevar, o alimentos. Jesús no solo les dijo a los setenta y dos que realizaran su misión sin dinero, pues, también les dijo, que no llevaran equipaje ni comida. ¿Qué ropa debían ponerse tales predicadores cuando se les ensuciara la que tenían? San Pablo responde esta pregunta, en los siguientes términos: (EF. 4, 22-24).
Los setenta y dos debían tener a Dios como única riqueza, y vestirse con las virtudes y la gracia del Señor.
¿Cuáles debían ser los alimentos de tales predicadores? Cuando los Doce le insistían a Jesús que comiera, y el Señor no tenía hambre, porque se sentía feliz por haber convertido a la samaritana de Sicar, les dijo a sus amigos unas palabras, con que respondió la pregunta, que nos hemos planteado (JN. 4, 34).
Los judíos utilizaban sandalias de cuero que se ataban mediante correas. Jesús no quería que sus predicadores llevaran sandalias para que recordaran la costumbre hebrea de descalzarse en los lugares sacros, pues ello debía hacerles pensar que la Evangelización es tarea de Santos. La privación de sandalias y de vestimentas superfluas marcaba la condición de los esclavos en el tiempo de la deportación babilónica, y los setenta y dos debían dedicarse a la Evangelización asumiendo libremente la actitud de esclavos. Habían de servir al Señor con la prontitud con que los esclavos servían a sus amos, pero no debían hacerlo obligados, sino haciendo uso de su libertad. La carencia de sandalias también era señal de aflicción. Si los setenta y dos renunciaron a sus comodidades para dedicarse a la Evangelización de quienes escucharan su mensaje, debieron hacerlo, por causa de la aflicción que les causaba, la situación miserable de muchos de sus hermanos de raza, y los pecados que los mismos cometían.
Para los hebreos, echar la sandalia sobre algún lugar, simbolizaba la toma de posesión del mismo, o, echarles las sandalias a los esclavos para que las limpiaran o las llevaran, indicaba su poder sobre los tales. Jesús quería que los setenta y dos predicaran el Evangelio, sintiendo que Yahveh era su única posesión.
¿Cómo deben calzarse los predicadores de Jesús? (EF. 6, 15).
La Evangelización es una tarea que ha de llevarse a cabo evitando distracciones. Es por ello que Jesús quería que los setenta y dos evitaran la pérdida de tiempo que podían producirles los largos y ceremoniosos saludos orientales, y las conversaciones largas que sucedían a los mismos.
¿En qué sentido viven los predicadores religiosos y laicos de nuestro tiempo las exigencias que Jesús les impuso a los Doce y a los setenta y dos para que pudieran ser evangelizadores?
¿Son nuestros lugares de culto aptos para que ricos y pobres, esclavos y libres, y sanos y enfermos, encuentren la asistencia que necesitan, y se sientan impulsados a creer en Dios, y a formar parte de nuestras comunidades?
¿Están los predicadores de nuestro tiempo desprovistos de dinero, ropa, comida y calzado, con tal de no tener ataduras, que les impidan cumplir con su deber?
3-8. Lo más importante para los cristianos, es la vivencia de su fe, y el cumplimiento de sus deberes (LC. 10, 5).
Supongamos que nos vamos durante un mes a un territorio de misión. Al llegar al mismo con las manos vacías, siguiendo las recomendaciones de Jesús, nos percatamos de que tenemos que buscar alojamiento y comida. A pesar de nuestras necesidades materiales ineludibles, Jesús nos dice que, cuando entremos en una casa, les deseemos a sus dueños esa paz que no es ausencia de conflictos, sino fortaleza para sobrevivir al sufrimiento, y las bendiciones divinas, con que dios premia a sus fieles hijos. No tendríamos problema alguno al desearles la paz a los dueños de las casas, pero, ¿qué sería de la resolución de nuestros problemas de alojamiento y comida?
¿No mereceríamos un trato especial de huéspedes honoríficos por dedicarnos a evangelizar a quienes desconocen al Señor, sin tener necesidad de hacer tal trabajo? Veamos lo que el Señor nos dice, para responder la pregunta que nos hemos planteado, en el apartado 3-10 de este trabajo.
3-9. Deseémosles las bendiciones divinas a los creyentes y a los no creyentes (LC. 10, 6).
Si quienes conocemos se niegan a creer en Dios, que no lo hagan porque no les hemos anunciado el Evangelio, sino porque han optado por no tener fe, en Nuestro Padre celestial. A fuerza de predicar, encontraremos a quienes Jesús denominó merecedores de su paz, y descubriremos que nos merecieron la pena nuestros éxitos y fracasos, porque hicimos un buen trabajo, en la viña del Señor.
3-10. Las recompensas que los hombres deben darles a los predicadores del Evangelio (LC. 10, 7-8).
Si los predicadores itinerantes cuyas iglesias -o congregaciones- no cuentan con casas en las que puedan hospedarse, cada día se alojan en las casas de creyentes diferentes, pueden crear malestar entre los tales. Los ricos pueden sentirse ofendidos pensando que los misioneros quieren más atenciones a pesar de que se les trata bien, y los pobres pueden sentirse ofendidos, pensando que los predicadores no los consideraron dignos de recibirlos, por causa de su carencia de dinero y de bienes.
¿Os imagináis lo que sucedería si un grupo de misioneros llegara a un pueblo cuyos habitantes iniciaran una especie de competición entre ellos para ver quiénes los hospedan, y quiénes les dispensan un mejor trato? En tal caso, las recomendaciones de Jesús referentes a la humildad característica de los predicadores, quedarían ignoradas, y los predicadores, probablemente, ignorarían a los más necesitados de escuchar la Palabra de Dios, para complacer a quienes los hospedaran.
El hecho de que los predicadores se nieguen a aceptar la hospitalidad que se les ofrece, puede hacer que se entorpezca su predicación del Evangelio. A modo de ejemplo, no sirve de nada predicar las bondades del desprendimiento de los bienes materiales, cuando se vive en la opulencia.
Al hospedarse en una sola casa durante el tiempo que se prolongue su estancia en un territorio de misión, los predicadores pueden consagrarse a la Evangelización siguiendo las recomendaciones de Jesús referentes al desprendimiento de los bienes materiales, sin tener que preocuparse de cubrir sus necesidades básicas. Es importante que los misioneros hospedados acepten la hospitalidad que se les ofrece sin críticas ni exigencias que dificulten su predicación del Evangelio. A modo de ejemplo, mi experiencia me dice que, si chateo con un enfermo y lo trato bien, el mismo, si desea ser creyente, es más receptivo al mensaje que le anuncio, que si soy descortés con él.
3-11. La curación de los enfermos y el anuncio de la plena instauración del Reino de Dios entre nosotros (LC. 10, 9).
No podemos restablecerles la salud a los enfermos, pero podemos intentar animar a quienes han perdido la esperanza de superarse a sí mismos. El hecho de saber que el Reino de Dios será plenamente instaurado entre nosotros cuando menos pensemos en ello, es indicativo de que el padecimiento humano no será eterno. Necesitamos encontrar palabras y llevar a cabo obras benéficas que les devuelvan la salud anímica a quienes perdieron la fe en Dios, en los hombres, e incluso, en sí mismos. Quienes vean resueltos sus problemas, si son humildes, al no sentir que el mundo actúa en contra de ellos, no verán a Dios como enemigo, e incluso, sentirán que les sonríe. No nos desanimemos si hacemos una obra de caridad y quien beneficiamos nos trata mal, porque piensa que podíamos haberle hecho un bien mayor que el que le hicimos.
Si somos capaces de devolverles la alegría a los tristes y la fe y la esperanza a los desalentados, mucha gente comprenderá que el Evangelio es un mensaje capaz de dar vida, y terminará creyendo en Dios. A veces la gente se niega a creer en Dios, porque los cristianos no marcamos la diferencia como deben hacerlo los hijos de Dios, en el ambiente en que nos desenvolvemos.
3-12. ¿Cómo trataremos a quienes rechacen el Evangelio? (LC. 10, 10-11).
El hecho de sacudirse el polvo de los pies, era un gesto de desaprobación de la conducta de los no creyentes. El polvo es un signo de debilidad, y, el hecho de que los setenta y dos se lo sacudieran de los pies, significaba que habían intentado cumplir con su deber, y que, al no haber sido aceptado el Evangelio, sus oyentes quedaban expuestos a la sentencia que Dios dictara sobre ellos, por haber rechazado a su Hijo.
Si nuestros oyentes o lectores no aceptan nuestra predicación del Evangelio, seamos amables y respetuosos con ellos, comprendamos su pensamiento, y sigamos realizando nuestra actividad evangelizadora. A base de predicar mucho, encontraremos a quienes quieran conocer al Señor, y por ello merecerán la pena todos los éxitos y fracasos que cosechemos, antes de encontrar a dichos futuros creyentes.
3-13. El juicio de Dios sobre los malos creyentes y los incrédulos (LC. 10, 12).
En GN. 19 se narra la destrucción de la mayoría de las ciudades de la Pentápolis, que fue la consecuencia directa, de los pecados que cometieron, los habitantes de las mismas. El nombre de Sodoma se ha convertido en símbolo de perversidad e inmoralidad. Los habitantes de Sodoma y Gomorra tendrán que recibir el pago merecido por sus obras cuando acontezca el Juicio Universal, pero, quienes hayan conocido a Dios, y lo hayan rechazado, serán más merecedores de ser excluidos de su Reino, que los habitantes de Sodoma.
Los habitantes de Sodoma incumplieron la voluntad de Dios, sin conocerla como la conocen los cristianos que se niegan a aceptarla, y no dejan de pecar. Cuanto más conscientes seamos de la gravedad de nuestros malos actos, más merecedores seremos de asumir las consecuencias directas de los mismos.
3-14. Los setenta y dos cumplieron su misión satisfactoriamente (LC. 10, 17).
Los setenta y dos buscaron a Jesús cuando cumplieron la misión que el Señor les encomendó con mucha alegría, porque, la colaboración en la realización de la obra del Señor, a pesar de las dificultades que puede presentar en ciertas situaciones, es muy satisfactoria.
Los setenta y dos le dijeron a Jesús que, los demonios, -los poderes malignos que eran ejercidos desde las alturas (EF. 2, 2)-, se les sometieron, no por su poder, sino, por causa del poder que tenía, el hecho de pronunciar sobre los tales, el Nombre del Señor.
Si servimos a Dios sin la intención de buscar la aprobación de los hombres, somos conscientes de que no predicamos el Evangelio ni hacemos el bien en nuestro nombre, pues actuamos en el Nombre del Señor Jesús, de quien somos testigos, para anunciar su Palabra en todo el mundo (HCH. 1, 8). Dado que los miembros de las diversas denominaciones cristianas existentes creemos que nuestras iglesias -o congregaciones- fueron fundadas por Jesús, el hecho de ser enviados a predicar en nombre y representación de las mismas, implica el hecho de anunciar el Evangelio, en nombre y representación de Nuestro Salvador, exceptuando el caso de quienes creen que Jesús no es Dios, y por ello, en lugar de actuar en nombre del Señor, lo hacen en nombre de Nuestro Padre común, a quien llaman Jehová.
3-15. Jesús vio caer al demonio del cielo como un rayo (LC. 10, 18).
Jesús no quiso que los hijos de Zebedeo hicieran caer fuego del cielo que consumiera a los samaritanos que se negaron a hospedarlo (LC. 9, 54), pero no impidió que, el poder maligno que era ejercido desde el aire (EF. 2, 2), cayera como un rayo, lo cual indica, la derrota del demonio, y sus secuaces. Mientras que los Doce fracasaron a veces en el cumplimiento de su misión por su carencia de fe y por querer adaptar el Reino de Dios a sus pretensiones personales, los setenta y dos lograron trocar el mal en bien, y la increencia en derroche de fe.
3-16. ¿Cuál debe ser el único motivo de orgullo de quienes trabajan en la viña del Señor? (LC. 10, 19-20).
Jesús ha facultado a sus predicadores para que no se dejen arrastrar por el orgullo y la presunción, y los ha dispuesto para vencer las fuerzas del mal, y convertir la increencia de sus prójimos los hombres, en derroche de fe.
Los discípulos de Jesús no deben gloriarse de los éxitos que cosechan en la realización de su labor cristiana, sino de formar parte del Reino de Dios. Dado que los cristianos somos como instrumentos en las manos de Dios, es Él quien predica el Evangelio y hace el bien. Jesús quiere que tengamos esto en cuenta para que trabajemos por la extensión del Reino de Dios, y no por la consecución de bienes materiales o de crédito personal, que dificulten o imposibiliten, nuestra labor evangelizadora.
3-17. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.
3-18. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 10, 1-12. 17-20 a nuestra vida.
Respondemos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
1. ¿En qué sentido somos necesarios todos los cristianos en la viña del Señor?
2. ¿Por qué quiso Jesús rodearse de discípulos para predicar el Evangelio, si, por ser Dios, se bastaba a Sí mismo para llevar a cabo dicha labor?
3. ¿En qué sentido utiliza el Señor los medios y situaciones humanos para evangelizarnos?
4. ¿Por qué se suelen sentir más confortados muchos de quienes tienen que superar determinadas situaciones si son aconsejados por quienes las han superado anteriormente?
5. ¿Qué significa vaciarnos de nuestra nada para poder llenarnos del todo que es Dios para nosotros?
6. ¿Qué beneficios nos aporta la colaboración en la realización de la obra del Señor?
7. ¿Qué nos recuerda el servicio a los carentes de bienes materiales?
8. ¿Qué necesitamos pensar para que la realización de nuestras actividades cristianas sea satisfactoria?
3-2.
9. ¿Existe alguna diferencia entre la misión de los Doce y la misión de los Setenta y dos?
10. ¿Qué defectos de los Doce contribuyeron a hacerles vivir varios fracasos en la realización de su misión?
11. ¿Por qué necesitamos tener fe en el Señor y tener los sentimientos de Cristo, para no fracasar en el cumplimiento de nuestra misión, por no creer en el Hijo de Dios y María, y por querer satisfacer nuestras ambiciones personales?
12. ¿Por qué quisieron los Doce que la multitud mencionada en LC. 9, 12, se sustentara por sí misma?
13. ¿Qué idea tuvo Jesús para conseguir que sus oyentes no pasaran hambre, e incluso quedaran saciados?
14. ¿Qué dos cosas les faltaron a los Doce para llevar a cabo la idea que tuvo Jesús para conseguir que todos sus oyentes fueran alimentados?
15. ¿Cuándo alcanza la perfección absoluta la realización de la misión de los cristianos?
19. ¿Por qué los nueve no pudieron sanar al epiléptico, mientras que a Jesús no le fue difícil conseguirlo?
17. ¿Qué significa el hecho de que nuestras actividades no sean tan perfectas como las que llevó a cabo Jesús?
18. ¿Por qué fallaron los Doce estrepitosamente en el cumplimiento de su misión, y los setenta y dos cosecharon muchos éxitos en el cumplimiento de la labor que Jesús les encomendó?
19. ¿Sería creíble que un evangélico bautizado fuera mejor predicador que el pastor de su iglesia, que un ministro testigo de Jehová fuera más eficiente que un anciano de su congregación, o que un laico católico realizara un trabajo en la viña del Señor con mayor perfección de lo que lo haría el sacerdote de la iglesia en que celebra la Eucaristía semanal o diariamente?
20. ¿Cuál es nuestra actitud ideal ante los cristianos que están formados convenientemente y tienen una gran fe, y por ello obtienen mejores resultados que nosotros en la realización de sus actividades cristianas?
21. ¿Por qué debemos darles oportunidades de ser cristianos a los pecadores que parecen incorregibles?
3-3.
22. ¿Cuántos discípulos designó el Señor para que predicaran el Evangelio, según LC. 10, 1?
23. ¿Por qué es posible que el número de elegidos por Jesús fuera setenta, según GN. 10, 1-32?
24. ¿A quiénes representan los setenta y dos?
25. ¿Por qué escribió San Lucas en su Evangelio el envío de los setenta y dos, y el éxito que los mismos obtuvieron, en la realización de su misión?
26. ¿Eran los setenta y dos laicos, o religiosos?
27. ¿Por qué no erramos al considerar que los setenta y dos eran laicos comprometidos con la realización de la obra de Jesús?
28. ¿Qué formación religiosa recibieron los setenta y dos por parte del Mesías, antes de iniciar su predicación?
29. ¿Qué cualidades tuvieron los setenta y dos que les faltaron a los Doce, gracias a las cuales tuvieron un gran éxito en la realización de su misión?
30. ¿Por qué no nos sirve de nada dedicar nuestras cualidades a la difusión del Reino de dios, si no creemos en Nuestro Padre común, y queremos adaptar el Reino de Dios a la consecución de nuestros intereses personales?
31. ¿En qué consiste el peligro que corremos si cumplimos puntualmente las prescripciones de la religión a que pertenecemos?
32. ¿Cuál es el fin de los preceptos religiosos?
3-4.
33. ¿Por qué envió Jesús a los setenta y dos de dos en dos?
34. ¿Somos conscientes de la necesidad que tenemos de evangelizar a nuestros prójimos los hombres y de hacer el bien trabajando, no individualmente, sino como miembros de nuestras comunidades de fe?
3-5.
35. ¿Cómo quiere Jesús que lo sirvamos?
36. ¿Por qué, además de ayudarse unos a otros cuando tuvieron dificultades, los setenta y dos recurrieron a la oración?
37. ¿Qué razones justifican el hecho de que algunos cristianos quieran trabajar en la viña del Señor solitariamente?
38. ¿Por qué nos conviene orar para que cada día surjan nuevos colaboradores de Jesús en el mundo?
39. ¿Cómo explicas el hecho de que, la plena instauración del Reino de Dios entre nosotros, es una realidad que, lentamente, se está consumando?
40. ¿Por qué es recomendable el hecho de que trabajemos en la viña del Señor para poder juzgar correctamente a quienes ya están realizando sus actividades en la misma?
3-6.
41. ¿Por qué eran representados los discípulos directos del Señor y los primeros cristianos por corderos, y sus opositores por lobos?
42. ¿Consideras cobarde la actitud de los cristianos que huyeron de Jerusalén cuando murió San Esteban para salvar sus vidas?
43. ¿En qué situaciones actuamos los cristianos como lobos contra nuestros hermanos en la fe de la iglesia a que pertenecemos y de otras denominaciones?
44. ¿Cómo conviene que los cristianos nos manifestemos ante nuestros opositores?
3-7.
45. ¿Cómo pudo querer Jesús que sus seguidores, además de enfrentar los problemas que convierten la Evangelización en un desafío, partieran con las manos vacías?
46. ¿Consideramos que dios es una de nuestras riquezas, nuestra mayor riqueza, o nuestra única riqueza?
47. ¿Cómo deben conseguir los religiosos los bienes necesarios para cubrir sus necesidades básicas?
48. ¿Por qué es justo que los cristianos sostengan a sus predicadores con el patrimonio de que disponen?
49. ¿Qué necesidades tienen los predicadores que dedican muchos años exclusivamente a la Evangelización?
50. Los rabinos judíos dedicados a la predicación, portaban alforjas con su equipaje y su comida, ya que no querían mezclarse con los pobres y enfermos, porque los consideraban pecadores. La multitud de pecadores públicos, pobres y enfermos rechazados por dichos predicadores, se convirtieron en seguidores de Jesús. Teniendo este hecho en cuenta, ¿comprendemos por qué los setenta y dos no debían llevar alforjas?
51. ¿Cuál es la vestidura cristiana descrita en EF. 4, 22-24?
52. ¿Cuál es el alimento de los predicadores según JN. 4, 34?
53. ¿Por qué debían caminar los setenta y dos desprovistos de sandalias?
54. ¿Cómo pueden asumir los predicadores la actitud de los esclavos para con sus dueños, y sentirse libres?
55. ¿Cuál es el calzado de los discípulos de Jesús, según EF. 6, 15?
56. ¿Por qué es la Evangelización una tarea que ha de llevarse a cabo evitando distracciones?
57. ¿En qué sentido viven los predicadores religiosos y laicos de nuestro tiempo las exigencias que Jesús les impuso a los Doce y a los setenta y dos para que pudieran ser evangelizadores?
58. ¿Son nuestros lugares de culto aptos para que ricos y pobres, esclavos y libres, y sanos y enfermos, encuentren la asistencia que necesitan, y se sientan impulsados a creer en Dios, y a formar parte de nuestras comunidades?
59. ¿Están los predicadores de nuestro tiempo desprovistos de dinero, ropa, comida y calzado, con tal de no tener ataduras, que les impidan cumplir con su deber?
3-8.
60. ¿Consideran nuestros predicadores la vivencia de su fe y el cumplimiento de sus deberes más importante que la satisfacción de sus necesidades básicas?
61. ¿En qué consiste la paz del Señor según el lenguaje bíblico?
62. ¿Merecen los predicadores alojados por sus oyentes un trato especial de huéspedes honoríficos por dedicarse a evangelizar a quienes desconocen al Señor, sin tener necesidad de hacer tal trabajo?
3-9.
63. ¿Les deseamos las bendiciones divinas a los creyentes y a los no creyentes?
64. ¿Por qué es necesario que prediquemos el Evangelio aunque se dé el caso de que nos cueste grandes esfuerzos descubrir a los cristianos del futuro que se encuentren entre nuestros oyentes y/o lectores?
3-10.
65. ¿Por qué quería Jesús que los setenta y dos no se cambiaran de casa constantemente?
66. ¿Se dedican los misioneros hospedados por sus oyentes a la predicación del Evangelio de quienes más los necesitan, o gastan su tiempo con quienes los hospedan, para conseguir ser mejor atendidos?
3-11.
67. ¿En qué sentido podemos curar a los enfermos?
68. ¿Qué necesitamos hacer para que la gente crea que el Evangelio es un mensaje capaz de darle vida?
69. ¿Por qué influyen nuestros pecados y nuestra falta de dedicación a la realización de la obra de Jesús en el hecho de que la gente crea en Dios?
3-12.
70. ¿Por qué se sacudían el polvo de los pies los setenta y dos cuando abandonaban las ciudades en que el Evangelio no era aceptado por sus habitantes?
71. ¿Cómo actuaremos con quienes les anunciemos el Evangelio y no se amolden al cumplimiento de la voluntad de Dios?
3-13.
72. ¿Por qué serán más responsables de sus malas acciones quienes pecaron conociendo la voluntad de Dios que quienes hicieron el mal sin conocerla?
3-14.
73. ¿Por qué es satisfactoria nuestra colaboración en la realización de la obra del Señor?
74. ¿Por qué causa se les sometieron los demonios a los citados discípulos de Jesús?
75. ¿Trabajamos en la viña del Señor en nuestro nombre, o en el Nombre de Jesús?
76. ¿Por qué creemos los cristianos que los predicadores de las denominaciones a que pertenecemos anuncian el Evangelio en el Nombre de Jesús o en el Nombre de Nuestro Padre celestial?
3-15.
77. ¿Qué indica el hecho de que Jesús vio caer al demonio del cielo como un rayo?
78. ¿Qué lograron los setenta y dos al cumplir la misión que Jesús les encomendó?
3-16.
79. ¿Para qué ha facultado Jesús a sus predicadores?
80. ¿Por qué no deben gloriarse los evangelizadores cristianos por causa de los éxitos que cosechan en la realización de su labor?
81. ¿Por qué deben gloriarse los predicadores por ser hijos de Dios, y no por causa de sus bellos discursos y de sus buenas obras?
5. Lectura relacionada.
Leamos y meditemos la vocación del Profeta Jeremías, que está narrada en JER. 1, 1-19, pensando en las dificultades características de la realización de la obra del Señor, y en cómo Nuestro Dios ayuda a sus predicadores, a realizar la misión que les encomienda.
6. Contemplación.
Contemplemos a Jesús explicándoles a los setenta y dos la misión que se comprometieron a llevar a cabo. Al igual que tales discípulos de Jesús fueron enviados a anunciar el Evangelio, nosotros hemos sido elegidos para predicar la Palabra de Dios, y hacer el bien, en nuestro entorno, o en el lugar en que hayamos sido enviados, para dar testimonio, de la fe que profesamos.
En el mundo existen muchas necesidades espirituales y materiales, y hay poca gente capacitada y con los medios necesarios para ayudar a satisfacerlas. Además de rezar para que el Señor envíe braceros a su viña, adoptemos el compromiso de ser parte de la comunidad de viñadores, que trabajan desinteresadamente, cumpliendo la voluntad, de Nuestro Padre común.
En el caso de que nos surjan disputas con nuestros hermanos en la fe, antes de enfrentarnos a los tales, recordemos que hemos sido enviados al mundo a actuar como corderos, no como lobos. Defendamos las verdades que caracterizan nuestra fe respetando las posiciones de quienes no comparten nuestra manera de pensar, y sin ser violentos.
Que el deseo de riquezas, la acumulación de bienes, y la tentación de sentirnos poderosos, no nos impulsen a querer adaptar el Reino de Dios, a la consecución de nuestros intereses personales.
La realización de la obra del Señor es urgente, por causa de las necesidades espirituales y materiales que existen en el mundo, y porque no sabemos cuándo concluirá Jesús la plena instauración de su Reino entre nosotros. No nos distraigamos para evitar retardar el cumplimiento de la voluntad de Dios, en el campo pastoral en que lo servimos.
Los predicadores que son ayudados por sus oyentes o lectores a realizar su obra de predicación y a satisfacer sus necesidades, no deben quejarse de las atenciones que reciben, ni ser exigentes con quienes comparten sus bienes con ellos, dado que, tal actitud, puede perjudicar seriamente, la realización de su actividad, y puede impedir que, quienes les ayudan, lleguen a tener fe en Dios. En la medida que les sea posible, los predicadores deben esforzarse más en evangelizar a sus oyentes y lectores, que en satisfacer sus necesidades básicas.
Curemos a los enfermos que encontremos en nuestro camino, demostrándoles que nuestra esperanza se cifra, en la plena instauración del Reino de Dios, entre nosotros. Esforcémonos en conseguir que nuestro ejemplo de fe sea imitado por quienes carecen de la fe y el ánimo necesario para superar sus dificultades.
No nos desanimemos cuando nos sea difícil conseguir que sea aumentado el número de hijos de Dios. Si nuestros esfuerzos para aumentar el número de hijos de Dios fracasan, planteémonos la posibilidad de llevarlos a cabo de otra manera, y pensemos si conocemos las necesidades y deseos de aquellos a quienes les predicamos la Palabra de Dios.
Seguir a Jesús es un gran motivo de gozo, y una gran responsabilidad. No seamos incoherentes con la fe que profesamos, y aprovechemos el conocimiento que hemos recibido de Dios, para alcanzar la vida eterna, seguidos de una multitud de nuevos cristianos.
No presumamos porque la obra de dios se lleva a cabo por nuestro medio, porque, si nos negamos a realizarla, Dios encontrará a quienes nos sustituyan, porque la obra es suya, y no se suspenderá eternamente. Gloriémonos de ser hijos de Nuestro Padre celestial, pues ello no nos hará buscar razones para modificar el Evangelio, con tal de conseguir ver realizados nuestros deseos que son contrarios, al cumplimiento de la voluntad divina.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 10, 1-12. 17-20.
Comprometámonos a pasar un día imitando la conducta de los predicadores itinerantes. En la medida que nos sea posible, consagremos nuestras cualidades y los bienes de que disponemos, al cumplimiento de la voluntad divina. Si la experiencia nos resulta satisfactoria, podemos prolongarla, o llevarla a cabo, cada cierto tiempo.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús:
Hoy quiero que seas mi riqueza y mi poder, y que, el cumplimiento de la voluntad de Nuestro Padre común, sea mi alimento.
9. Oración final.
Leamos y meditemos el Salmo 86, pensando cómo Dios nos ayuda a superar nuestras dificultades personales, y los problemas relacionados con el campo pastoral en que profesamos nuestra fe, si trabajamos en la viña del Señor.
José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en
joseportilloperez@gmail.com
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