Meditación.
Jesús nos llama a servir a Dios en nuestros hermanos los hombres.
Meditación de LC. 10, 1-20.
1. Necesitamos a Dios.
Cuando Jesús comenzó su Ministerio público, se rodeó de un grupo de discípulos que, conforme surgían nuevas necesidades en la pequeña comunidad de creyentes que crecía rápidamente, aumentó en gran manera, hasta el día en que, después de pasar una noche entera orando, Nuestro Señor decidió elegir a doce de sus discípulos, a los cuales llamó Apóstoles, con el fin de que le ayudaran a coordinar las diversas actividades que llevaban a cabo sus discípulos, con el propósito de remediar las necesidades de los creyentes en conformidad con los medios de que disponían para llevar a cabo su propósito. Recuerdo que hace varios años, una de mis lectoras me preguntó por qué se rodeó Nuestro Señor de hombres para llevar a cabo la misión de predicar el Evangelio, cuando Él se bastaba para cumplir perfectamente esa labor, pero lo cierto es que Jesús quiso acompañarse de sus hermanos los hombres, para así vivir más plenamente sus gozos y penalidades, y porque su tiempo entre los hombres era muy reducido, a pesar de que su obra tendrá que seguir llevándose a cabo hasta que la tierra sea llamada Reino de Dios.
Aunque prácticamente han transcurrido veinte siglos desde que Jesús predicó el Evangelio en Palestina, a pesar de que muchos países han evolucionado mucho en todos los aspectos, aún siguen existiendo las mismas necesidades que impulsaron al Hijo de María a rodearse de discípulos para llevar a cabo su labor.
Jesús les dijo a los setenta y dos discípulos que comisionó para que predicaran el Evangelio temporalmente, las palabras que encontramos en LC. 10, 2.
Muchos que carecen de nuestra fe pueden afirmar que no necesitan a Dios porque nadie puede valorar lo que no conoce ni posee, pero los católicos tenemos la firme convicción de que el mundo necesita a Nuestro Padre común. Es cierto que no todos los cristianos somos grandes ejemplos a imitar, pero también es verdad que, si la fe en Dios fuera un valor a tener en cuenta en el mundo, viviríamos en un perfecto estado de paz, no sabríamos lo que es la pobreza, y, en general, no existiría el mal en ninguna de sus formas. Aunque desgraciadamente muchos laicos les dejan el trabajo de la predicación a los religiosos, para comprender la necesidad de Dios que tenemos, nos es necesario recordar el trabajo que han hecho a lo largo de la Historia y aún siguen haciendo muchos religiosos y laicos que, durante toda su vida o un tiempo determinado, se han consagrado exclusivamente a cumplir la voluntad de Nuestro Padre común. Aunque actualmente las imprentas pueden imprimir grandes cantidades de versiones de la Biblia en muy poco tiempo, se nos hace necesario recordar los años que muchos traductores de los idiomas hebreo y griego y copistas le han dedicado a la traducción y la copia de la Palabra de Dios, con el fin de que la misma llegara a nuestro tiempo íntegramente.
2. Para nosotros no es fácil vivir cumpliendo la voluntad de Dios.
Jesús les siguió diciendo a los setenta y dos discípulos que comisionó para que predicaran el Evangelio, las palabras que leemos en LC. 10, 3.
En el mundo siempre ha existido la tendencia a rechazar lo que es desconocido por miedo a que ello sea perjudicial. Aunque la mayoría de los católicos vivimos en paz y Muchos tenemos la dicha de vivir en países en que la mayoría de sus habitantes son nuestros hermanos en la fe al menos teóricamente, no podemos olvidar que muchos de nuestros hermanos en la fe están siendo maltratados y asesinados por no renegar de su fe, tal como les sucedió a muchos de los primeros cristianos. Aún recordamos el caso de un matrimonio de Afganistán que, por no renunciar a su fe, fue maltratado, así pues, el empresario con quien trabajaba el cabeza de familia quemó vivo a su empleado, y violó a la mujer delante de sus hijos.
Todo el mundo sabe que los cristianos hemos cometido errores a lo largo de la Historia, pero pocos son los que saben que muchos de nuestros hermanos en la fe, están haciendo obras de caridad sin recibir a cambio de ello nada más que desprecio y un trato injusto por motivos ajenos a dichos cristianos. Quienes nos manifestamos como creyentes hasta el punto de llegar a predicar o de inmiscuirnos en alguna actividad pastoral, somos semejantes a los psicólogos que tienen que contarles a sus pacientes algunas de sus debilidades del pasado para demostrarles que se han superado para hacerles creer que ellos también pueden hacerlo, al mismo tiempo que tienen que cuidarse de que sus clientes algún día en que estén a la defensiva porque no les gusten los temas que tratan con ellos, no les echen en cara sus sufrimientos de antaño.
Normalmente hacemos cosas que no estamos obligados a llevar a cabo por mero placer, pero el activismo cristiano en ciertas circunstancias, sólo desde el punto de vista de la fe, y desde el punto de vista de la necesidad de Dios que tiene el mundo, no deja de ser placentero, porque el optimismo cristiano tiene que ver la necesidad apremiante de actuar como un reto, y no como un camino de dificultades, a menos que se dé el caso de que muchos creyentes tengan que elegir entre sobrevivir a sufrimientos de variada índole, o renunciar a su actividad cristiana.
3. Para cumplir la voluntad de Dios, no podemos dejarnos arrastrar por la estéril acumulación de bienes mundanos.
(LC. 10, 4). Cuando nos disponemos a viajar, lo primero que preparamos es la ropa que necesitamos para vestirnos los días que vamos a estar fuera de nuestro hogar. Jesús nos dice que a la hora de vivir según la fe que nos caracteriza, que no nos preocupemos por tener calzado de repuesto, y que no nos preocupen los bienes materiales exceptuando los que necesitemos día a día, dando a entender que, quienes no somos religiosos, no debemos esperar a sabernos la Biblia y el Catecismo de memoria para predicar, pues, de querer aprender tanto, moriríamos sin decirle a nadie que tenemos fe en Dios.
Por otra parte, cuando Nuestro Señor nos pide que no saludemos a nadie en el camino, nos alerta para que nos cuidemos de no interrumpir nuestras actividades de cristianos para hacer cosas que no son necesarias en un determinado momento. Hace varios años, una predicadora de una denominación no católica, le dijo a mi mujer que quería venir a nuestra vivienda a predicarle la verdad. Mi mujer aceptó la invitación por cortesía. Cuando la predicadora llegó a nuestra vivienda, se dio la casualidad de que su hijo la llamó por teléfono, diciéndole que se había comprado un coche nuevo. Dado que ella hubiera querido haber acompañado a su hijo para ver qué coche se iba a comprar, aquella situación fue un motivo suficiente para que se olvidara de la Biblia, y se dedicara a hablarnos durante unos minutos de su hijo que no era creyente, antes de irse corriendo, sin ni siquiera tener el detalle de quedar para volver otro día. Si aquella mujer era cristiana, sabiendo que estaba en su horario dedicado a la difusión de su fe, tendría que haberse ceñido a la realización de su trabajo, o haberse disculpado, fijando otro día y hora para volver a hacer su trabajo.
4. Deseémosles a quienes les prediquemos que alcancen la plenitud de la felicidad.
(LC. 10, 5-6). En los años de acercamiento que he vivido a diversos grupos cristianos con tal de conocer sus interpretaciones de la Biblia, me ha sorprendido cómo muchos creyentes se cuidan de quienes no pertenecen a sus iglesias -o congregaciones- como si los tales fueran emisarios del demonio. Tales cristianos creen que sólo ellos son dueños de la verdad, y piensan que, quienes no son sus hermanos espirituales, sólo son indeseables cuyo contacto tienen que evitar, con tal de no pecar como supuestamente lo hacen los tales. Estos cristianos tan despectivos, por no querer ser como quienes llaman "la gente del mundo", no se dan cuenta de que caen en el pecado del desprecio, pues, como sabemos, Jesucristo nunca despreció a nadie, lo cual no significa que dejara de defender sus creencias en ningún momento.
5. ¿Qué derechos tenemos los predicadores con respecto a quienes adquieren la fe por nuestro medio?
(LC. 10, 7-8). A lo largo de los años que he trabajado como catequista en una pequeña iglesia y he transmitido la Palabra de Dios a través de Internet, he tenido la oportunidad de conocer a mucha gente deseosa de predicar la Palabra de Dios. Siento decir que muchos de los predicadores laicos que he conocido han abandonado su actividad alegando para ello el rechazo e incomprensión de la mayoría de sus oyentes, y el acoso social de que han sido víctimas, al abogar, -por ejemplo-, por la erradicación del aborto. Mientras que en nuestra vida hacemos muchas cosas por mero placer, desgraciadamente, de nuestra actividad de predicadores, muchas veces debemos esperar incomprensión y rechazo (1 COR. 9, 11-19).
Antes de continuar con la meditación del Evangelio de hoy, necesito haceros una aclaración, por causa de un malentendido que me ha surgido, por pedir donativos para construir una página web, en la que pueda ordenar todos los materiales de que dispongo, para ponerlos a vuestra disposición. Con la intención de desprestigiarme, algunos andan diciendo que pido dinero para mi uso personal, y que vivo a causa de los incautos a quienes engaño. De mí no puedo decir nada que no podáis decir quienes desde hace años leéis mis meditaciones y me conocéis, así pues, soy pensionista y, como puedo costearme la conexión a la red, puedo enviaros mis meditaciones sin problemas, pero, con respecto a quienes se han consagrado a cumplir la voluntad de Dios, -especialmente en los países en que los mismos no tienen un salario definido-, sólo puedo recordaros las palabras del Apóstol, recogidas en GÁL. 6, 6.
6. Ante todo y ante todos, anunciemos la cercanía del Reino de Dios.
(LC. 10, 9). Como católicos que somos, mantenemos la creencia de que nuestra Iglesia fue fundada por Jesucristo, pero, a pesar de ello, nos llama la atención el fervor con que muchos cristianos no católicos leen la Biblia y se aferran a la Palabra de Dios, de manera que viven en conformidad con sus creencias. Tales cristianos tienen algo muy claro: El Reino de Dios está cerca de nosotros. Es cierto que no sabemos la fecha exacta en que la tierra será convertida en el Reino de Dios, pero la esperanza en que Nuestro Padre común cumplirá la promesa de salvarnos de nuestras miserias actuales y de hacernos vivir eternamente, podría ayudarnos a realizar nuestras actividades ordinarias, especialmente si sufrimos por cualquier causa.
7. ¿Qué hacemos cuando nuestros oyentes no quieran escuchar el mensaje que tenemos que transmitirles?
(LC. 10, 10-12). El gesto de sacudirse el polvo de los pies, significa la desaprobación por parte de los setenta y dos de la cerrazón de quienes no querían escuchar el mensaje que les tenían que transmitir los predicadores del Evangelio.
Nosotros, cuando seamos rechazados por ser cristianos, intentaremos utilizar la asertividad con el fin de no vivir apartados del mundo por causa de nuestra fe, así pues, al mismo tiempo que respetaremos a quienes no compartan nuestras creencias, les pediremos a ellos que nos acepten como somos.
Como todos sabemos, cuatro ciudades de la Pentápolis fueron carbonizadas por causa de la inmoralidad sexual de sus habitantes. Los habitantes de dichas ciudades pecaban sin saber que su actitud era contraria a la voluntad de Dios. Jesús nos dice que, la situación de quienes conozcan el Evangelio y no dejen de pecar, será peor que la de los habitantes de la Pentápolis. Este hecho no ha de ser utilizado para infundir miedo, pues es factible el hecho de que, cuanto mayor sea la maldad de una persona, mayor sea la corrección que se le ha de aplicar (LC. 10, 13-15),.
8. ¿Qué importancia tiene el hecho de que nuestros oyentes acepten el Evangelio que les predicaremos? ¿Somos conscientes de la responsabilidad que ello implica para nosotros?
(LC. 10, 16). Si la salvación de cada persona depende de su aceptación de la Palabra de Dios, quienes anunciamos la completa instauración del Reino de Dios entre nosotros, tenemos una enorme responsabilidad sobre nosotros, pues, de nuestras palabras y buenas acciones, depende el hecho de que quienes nos oyen y/o nos conocen empiecen a tener fe en Nuestro Padre común.
9. El mal domina al mundo.
(LC. 10, 17-18). El texto evangélico que estamos meditando me recuerda mis años de catequista en una pequeña iglesia prácticamente abandonada. Cuando aún no había aprendido que lo que me pertenecía era sembrar y achacaba a mi incapacidad el hecho de no producir frutos, el hecho de pensar que Dios me ayudaba, me ayudó a hacer mi trabajo el tiempo que estuve en aquel templo. Ahora que sé que sólo Dios recoge el fruto de nuestra siembra, no me arrepiento de haber tenido aquella difícil experiencia, que, aunque fue dura, me enseñó a mantener la fe viva.
10. El poder de los predicadores.
(LC. 10, 19). No se nos puede hacer daño a los predicadores en el sentido de que, si le somos fieles a Dios, tenemos la salvación asegurada, de la misma forma que, cuando menos lo esperemos, Dios nos dará la sabiduría que necesitemos para superar dificultades graves.
11. ¿Cuál debe ser el mayor motivo de alegría de los predicadores?
(LC. 10, 20). Jesús, sabiendo que el cumplimiento de la voluntad de Dios nos atrae complicaciones en esta vida, nos dice que nuestro mayor gozo no han de ser los frutos que producimos porque los mismos sólo los recoge Dios, ni el amor de quienes beneficiamos que muchas veces se traduce en rechazo, sino el conocimiento de que nuestro nombre está escrito en el libro de la vida, el libro en que constan los nombres de quienes viviremos eternamente en el Reino de Nuestro Santo Padre celestial.
joseportilloperez@gmail.com
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