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Queremos conocer a Jesús para adquirir la libertad de los hijos de Dios. (Meditación para el Domingo II del Tiempo Ordinario del Ciclo B).

   Meditación.

   Queremos conocer a Jesús para adquirir la libertad de los hijos de Dios.

   Cuando conocemos a algunas personas, les hacemos preguntas como las siguientes:

   ¿Cómo os llamáis?

   ¿Cuántos años tenéis?

   ¿Cuál es vuestra profesión?

   ¿Dónde vivís?

   ¿Cuáles son vuestras actividades de ocio preferidas?

   Las respuestas que obtenemos a estas y otras preguntas de quienes tenemos la oportunidad de conocer, nos ayudan a valorar a esas personas, de manera que, al comparar sus aptitudes con las nuestras, en el caso de que coincidamos con esas personas, nos planteamos la posibilidad de establecer relaciones amistosas con las mismas. En el caso de Jesús, no hemos de buscar en Nuestro Señor un comportamiento afín al nuestro, porque Él es el primogénito de Dios, y porque su sabiduría es superior a la nuestra. A este respecto, podemos leer en la Biblia las siguientes palabras del Mesías: (MT. 11, 19).

   Os expondré una breve ilustración, con el fin de que vislumbremos las palabras de Nuestro Señor con mayor claridad. Cuando inicié mi actividad como camarero y vendedor de pan no conocía el mundo de la Hostelería como lo conozco ahora. A pesar de que antes de iniciar dichas actividades comerciales adquirí mucha información con el fin de intentar no fracasar en mi trabajo, durante los meses que trabajé, adquirí una experiencia muy útil. Cuando en la Biblia se nos insta a que seamos nosotros quienes nos adaptemos a Jesús, en vez de ser Nuestro Señor quien se adapte a nuestra forma de vivir, no se nos plantea esa posibilidad para hacernos comprender que no somos capaces de alcanzar la felicidad tal como nos sucede paradójicamente, pues se nos dan suficientes razones para creer que el Dios Uno y Trino quiere que seamos felices viviendo en su presencia.

   (MT. 7, 24-25). Ciertamente Jesús es superior a nosotros, pero Él no nos fuerza para que lo aceptemos, así pues, en la Biblia podemos constatar que Nuestro Señor quiere que lo aceptemos, una vez que hayamos comprendido, no por medio de la imposición obligatoria de su doctrina, sino por nuestra razón, que Él es el Hijo de Dios, que vino al mundo para concedernos la vida eterna.

   Cuando Jesús pronunció su primer discurso eucarístico, sus oyentes le preguntaron: (JN. 6, 30).

   San Pablo escribió con respecto al Hijo de María: (COL. 1, 15). Aunque no faltan quienes interpretan el versículo bíblico que estamos comentando afirmando que Jesús fue creado por Dios, y por ello es el primogénito de la creación, es decir, la primera creación de Dios, debemos interpretar las palabras del Apóstol desde el punto de vista de otros textos, pues en los Proverbios se contiene el siguiente texto referido a Jesucristo, la sabiduría increada, según la doctrina de la Iglesia: (PR. 8, 24-30).

   ¿Cómo hemos de interpretar el hecho de que la sabiduría divina fue creada antes de que Dios llamara al universo a la existencia? Jesús ha existido siempre, así pues, en el Evangelio de San Juan, leemos: (JN. 1, 1). Si San Juan no nos dice que Jesús fue creado por Dios, dado que la Biblia no puede contradecirse, porque si lo hace no contiene la Palabra de Dios, sino palabras meramente humanas, el hecho de que la sabiduría fue creada, significa que el primogénito de la creación se sometió a Dios, así pues, el hecho de ser igual al Padre eterno, no lo hizo revelarse contra Él, pues prefirió someterse a Dios como un Hijo amante y confiado se deja guiar por su predecesor con el corazón henchido de gozo.

   Recordemos unas palabras de San Agustín:

   "Recordad que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras, que es un mismo Verbo (o Palabra) que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque está sometido al tiempo" (S. Agustín, SAL. 103, 4, 1).

   ¿Por qué interrogaron a nuestro Señor los oyentes de su sermón eucarístico con respecto a sus credenciales?

   ¿Hasta qué punto son importantes las obras de Jesús para que podamos reconocerlo como Hijo de Dios?

   Quienes predicamos somos presionados muchas veces por quienes nos dicen que, hasta que no vean un milagro, no creerán en la existencia de nuestro Padre común. Jesús dijo en cierta ocasión: (JN. 10, 37-38).

   Utilicemos un nuevo símil para interpretar las palabras de Jesús. ¿Se puede decir de un empresario que es cristiano practicante si explota injustamente a sus trabajadores y les retiene el salario a pesar de que no carece de dinero para pagarles el sueldo a sus empleados?

   La Iglesia nos insta en este día a que imitemos a los Apóstoles Andrés y Juan, pues ellos, antes de convertirse en discípulos de Jesús, se dejaron instruir por el Mesías con respecto al conocimiento de su verdad. Jesús adoctrinaba a sus seguidores para que valoraran la posibilidad de aceptar o la opción de rechazar sus enseñanzas, de manera que el Rabbi no presionaba a nadie para que se viera forzado a ser su seguidor. Por otra parte, quienes hemos celebrado la Navidad y nos hemos regocijado al pensar que Jesús ha nacido nuevamente en nuestros corazones para fortalecer nuestra débil fe, no debemos aprovechar el comienzo del tiempo ordinario para olvidarnos de Dios.

   En el Catecismo de la Iglesia, encontramos el siguiente texto:

   ""El hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios; nadie debe estar obligado contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza" (DH 10; cf. CIC, can. 748, 2). Ciertamente, Dios llama a los hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por ello, quedan vinculados por su conciencia, pero no coaccionados... Esto se hizo patente, sobre todo, en Cristo Jesús" (DH 11). En efecto, Cristo invitó a la fe y a la conversión, El no forzó jamás a nadie jamás. "Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino... crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia El" (DH 11). (Catecismo de la Iglesia Católica, "La libertad de la fe").

   Aunque la fe nos es necesaria a quienes creemos en Dios porque la desobediencia a Dios y la negación de la primera de las virtudes teologales son pecados graves, nadie puede decirnos que tiene el monopolio de la verdad, porque el Catecismo afirma:

   "Cristo murió por todos y la vocación última del hombre es realmente una sola, es decir, la vocación divina. En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien a este misterio pascual" (GS 22; cf LG 16; AG 7). Todo hombre que, ignorando el Evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la voluntad de Dios según él la conoce, puede ser salvado. Se puede suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente el Bautismo si hubiesen conocido su necesidad." (CIC. n. 1260).

   En atención a la doctrina expuesta brevemente en esta meditación, la cuál no es mía ni una invención de la Iglesia, pues procede del mismo Dios, tened cuidado de no caer en las redes de quienes, siendo católicos o cristianos de otras iglesias o congregaciones, deseen monopolizar la verdad y hacer de vosotros pasto de cultivo, sobre todo si os captan por causa de vuestro sufrimiento, pues cuando nos duele el alma puede sucedernos que cualquiera se aproveche de nuestro dolor y nos aligere el bolsillo.

   Si no es obligatorio creer en Dios, ¿nos disculpará esta realidad de hacer el bien? Santiago responde esta pregunta en los siguientes términos: (ST. 2, 17).

   Aunque son veraces las palabras de San Pablo contenidas en GÁL. 3, 26, dado que la Biblia no se puede contradecir, hemos de pensar que, si amamos a nuestro Padre celestial, no haremos el bien egoístamente para salvar el alma de las llamas del infierno, sino por amor a nosotros, a Dios y a nuestros prójimos los hombres, porque San Juan escribió: (1 JN. 4, 18).

   Si podemos desechar el temor al castigo, ¿por qué dice la Iglesia que el temor de Dios es uno de los dones del Espíritu Santo? El citado temor no ha de estar relacionado con el miedo, ya que es un respeto reverencial que nos impide incumplir la voluntad de nuestro Padre común. Dios no quiere hijos marcados por el miedo, pues Él nos hace iguales a Nuestro Creador.

   (2 COR. 3, 17). Si Dios es libre y somos el objeto de su amor, ¿para qué puede querer que seamos sus esclavos?

   Quizás algunos me preguntaréis: Si tanto defiendes la libertad, ¿cómo explicas la entrega de María a Dios como esclava?

   ¿Por qué muchos cristianos se consagran a Dios como sus esclavos?

   La palabra que San Lucas escribió en su Evangelio para describir la disposición de María para entregarse al servicio de Dios no era esclava, sino sierva, porque, mientras que los siervos se entregan al cumplimiento de su trabajo por su voluntad, los esclavos carecen de libertad, y el Espíritu no engendró a Jesús en las entrañas de Nuestra Santa Madre, hasta que ella lo autorizó para que actuara por su medio, a fin de que el Mesías viniera a nuestro encuentro.

joseportilloperez@gmail.com

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