Meditación.
Arrepentíos y creed en el Evangelio.
1. La conversión.
En el capítulo tres de la profecía de Jonás, encontramos una frase muy llamativa (JON. 3, 4).
¿Cuál era la causa que justificaba dicha amenaza?
Dios le dijo a su profeta: (JON. 1, 2).
Al recordar la meditación de las lecturas eucarísticas del Domingo anterior que os propuse, me pregunto:
¿Conocían los ninivitas a Dios, para que el hecho de su desobediencia consciente y culpable por cuanto ignoraron a Yahveh, fuera castigada con la muerte?
¿Existen otros episodios bíblicos similares al texto del Profeta Jonás?
Recordemos la causa por la que la tierra fue inundada en tiempos de Noé: (GN. 6, 13).
Recordemos también la causa que justificó la catástrofe que arrasó las ciudades de la Pentápolis, exceptuando la ciudad de Zoar: (GN. 19, 13).
Jesús también dijo con respecto a los habitantes de unas ciudades que no creyeron su mensaje de salvación: (MT. 11, 21).
Los acontecimientos que estamos meditando están relacionados con nuestra conversión, porque, si no morimos al pecado, y aceptamos a Nuestro Padre común, no podremos tener la dicha de ser sus hijos, ni de vivir en su presencia, porque, aunque Dios no nos abandona, no podemos valorar lo que desconocemos. Aunque para nosotros son hombres justos los varones que practican la justicia, en la Biblia la palabra justo es sinónimo de creyente en Dios (ROM. 10, 9-10).
Muchos cristianos no tenemos inconveniente alguno en asociar el significado de la palabra justo con quienes practican la justicia, ya que la citada práctica tiene que caracterizar a los hijos de Dios.
San Pablo nos dice claramente que la conversión es un cambio de vida, el cuál es simbolizado por las destrucciones de que se informa en la Biblia, ya que es un giro radical (ROM. 6, 3-4).
San Pablo le escribió unas palabras muy útiles a Timoteo, las cuales nos sirven a quienes predicamos para tratar este tema con delicadeza, ya que son muchos los que les inculcan un miedo irracional a sus adeptos con respecto al hecho de que serán condenados si no se unen a ellos, y a quienes sois padres, porque nunca nos viene mal aprender la pedagogía de Dios (2 TIM. 2, 24-26).
Yo no creo en el demonio como enemigo al que Dios no le impide hacer el mal, -tengo que ser sincero con vosotros-, pero no soy partidario del hecho de utilizar el miedo para coaccionar a ninguna persona para que se vea obligada a abrazar la fe.
2. ¿Se acerca el fin del mundo?.
San Pablo nos ha dicho en la segunda lectura correspondiente a la Eucaristía que estamos celebrando, las palabras que leemos en 1 COR. 7, 31. ¿Debemos interpretar literalmente las palabras del Apóstol, o debemos verlas desde el punto de vista del lenguaje de los símbolos apocalípticos? No nos hace falta recurrir a la Biblia para averiguar esta realidad, porque los científicos ya se han percatado de ello, de hecho, San Pedro escribió en su segunda Carta: (2 PE. 3, 10).
Si el mundo está destinado a ser destruido, ¿Qué sucederá con quienes vivan al final de los tiempos? Los Profetas menores tenían un mensaje que transmitirles a sus oyentes (JL. 2, 31-32).
Con respecto al fin del mundo nos surgen muchas preguntas que no son respondidas en la Biblia, así pues, más que una crónica exacta de los sucesos concernientes a la historia de la humanidad, Dios pretende que veamos en el libro que contiene su Palabra un mensaje destinado a fortalecer nuestra fe, pues en él leemos: (1 TIM. 1, 18-19).
3. ¿Qué significa el hecho referente a que el Reino de Dios está cerca de nosotros?.
En el Evangelio de hoy, Jesús nos dice: (MC. 1, 15).
Jesús tuvo razón cuando dijo: (LC. 17, 20-21).
El Catecismo de la Iglesia, en el número 541, nos informa de la cercanía del Reino que Jesús inauguró.
""Después que Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15). "Cristo, por tanto, para hacer la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los cielos" (lG 3). Pues bien, la voluntad del Padre es "elevar a los hombres a la participación de la vida divina" (lG 2). Lo hace reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es la Iglesia, que es sobre la tierra "el germen y el comienzo de este Reino" (LG 5)".
El Reino de Dios no es un espacio geográfico, sino el estado en que viven quienes se convierten a Nuestro Criador de corazón, -es decir, quienes se confían al Altísimo sin reservas-. El Reino de Dios es importante porque, el Dios Uno y Trino, -Nuestro Rey-, nos concede, según nos convertimos al Evangelio predicado por Jesús, los valores que caracterizan nuestras vidas y las relaciones que mantenemos en el medio en que vivimos. Los cristianos no aspiramos a vivir en el citado estado de felicidad solos, pues queremos estar en la presencia de Dios como comunidad visible fundada por Cristo Resucitado. El Reino de Dios es el eje central del Evangelio, por consiguiente, el Padre nuestro comienza con estas palabras: (MT. 6, 9-10).
Si Dios es el sentido de nuestras vidas, debemos santificar su nombre, es decir, tenemos que demostrarle al mundo que Nuestro Padre celestial es Santo por medio de la profesión de nuestra fe y de las buenas obras que podemos hacer, tenemos que desear que culmine la instauración de su Reino en el mundo con el fin de que extermine las miserias que enturbian la felicidad de la humanidad, y, para que esto ocurra, deseamos que se haga la voluntad de Nuestro Padre común, de igual manera que se cumple cabalmente en el cielo.
¿Cuándo inauguró Jesús el Reino de Dios? Jesús inauguró su Reino cuando subió al cielo después de su Resurrección, y se sentó a la diestra del Padre, según leemos en el número 664 del Catecismo.
"Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: "A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás" (Dn 7, 14). A partir de este momento, los apóstoles se convirtieron en los testigos del "Reino que no tendrá fin" (Símbolo de Nicea-Constantinopla)."
Concluyamos esta meditación considerando algunos de los versículos bíblicos mencionados en el número 764 del Catecismo.
joseportilloperez@gmail.com
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