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Permanezcamos en vela, porque el Señor, cuando menos lo esperemos, concluirá la realización de su obra redentora. (Ejercicio de Lectio Divina del Evangelio del Domingo XIX del Tiempo Ordinario del Ciclo C).

   Domingo XIX del Tiempo Ordinario del Ciclo C.

   Permanezcamos en vela, porque el Señor, cuando menos lo esperemos, concluirá la realización de su obra redentora.

   Ejercicio de lectio divina de LC. 12, 32-48.

   Lectura introductoria: 1 TES. 5, 1-6.

   1. Oración inicial.

   Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y, del Espíritu Santo.

   R. Amén.

   Orar es meditar la Palabra de Dios expuesta en la Biblia, de manera que podamos aplicar la misma a nuestra vida de creyentes comprometidos, con el cumplimiento de la voluntad divina.

   Orar es tener en cuenta la Palabra de Dios cuando tengamos que tomar decisiones difíciles, pues, si la misma influye positivamente en nuestra toma de decisiones, nos ayudará a demostrarnos a nosotros mismos que, verdaderamente, tenemos fe.

   Orar es no permitir que nuestras dificultades ordinarias nos atemoricen cuando tengamos que sufrir o tomar decisiones difíciles, porque Nuestro Padre común quiere que formemos parte de su familia, y nada debe haber tan importante para nosotros, como ser miembros activos, del Reino de Dios.

   Orar es comprometernos a obtener las bolsas de  bienes espirituales que jamás se corrompen ni se deterioran. Ello no significa que renunciaremos al dinero y a los bienes terrenos que necesitamos, sino que no dejaremos que, estos últimos, se conviertan en el centro de nuestra vida.

   Orar es conseguir bienes que nadie nos podrá quitar, por medio del servicio a nuestro Padre celestial, en nuestros prójimos los hombres, carentes de dones espirituales y materiales.

   Orar es tener nuestro corazón donde está el tesoro que más valoramos.

   Orar es adquirir el conocimiento de la fe en la que inspiramos nuestra vida de cristianos comprometidos con el cumplimiento de la voluntad divina.

   Orar es poner en práctica lo que aprendemos en nuestros años de formación religiosa, sirviendo a Dios en sus hijos los hombres, carentes de dádivas espirituales y materiales.

   Orar es hablar con el Dios Uno y Trino, tal como lo hacemos con quienes en más confiamos, contándole nuestros anhelos, deseos, y pecados.

   Orar es estar siempre dispuestos como si Jesús estuviera por concluir la instauración de su Reino entre nosotros dentro de pocos días, porque no queremos ser excluidos del Reino divino, no por Dios, sino por nuestra falta de disposición, a formar parte del mismo.

   Orar es tener la dicha de ser servidos por el Señor, no solo cuando Jesús concluya la plena instauración de su Reino entre nosotros, pues se nos entrega en la Eucaristía, nos da a conocer su Palabra por medio de la Biblia, los documentos de la Iglesia y sus predicadores, y nos da la oportunidad de desear ser santificados, en cada ocasión que nos presenta las carencias de nuestros prójimos los hombres, para que tratemos de extinguirlas, en conformidad con nuestras posibilidades.

   Orar es permanecer dispuestos a recibir al Señor cuando acontezca su Parusía -o segunda venida-, pues nos sorprenderá cuando menos lo esperemos, como el ladrón que roba una casa aprovechándose de que su dueño duerme durante la noche, sorprende al propietario de la misma.

   Orar es pensar que todos los cristianos tenemos responsabilidades que nos son comunes, que no deben ser relegadas exclusivamente a los líderes religiosos. A modo de ejemplos, todos podemos predicar el Evangelio, hacer el bien, y orar por la extinción de las carencias de la humanidad.

   Si le somos fieles al Señor en este mundo, cuando concluya la plena instauración de su Reino entre nosotros, nos agradecerá lo que hicimos por nuestros prójimos los hombres, y para ayudarle a llevar a cabo su obra.

   De la misma manera que los fieles siervos del Señor serán recompensados según el bien que hayan hecho, quienes conociendo la voluntad divina no la cumplan voluntariamente, o quienes teniendo la oportunidad de conocerla la ignoren, serán sancionados, en conformidad con su conducta. Cuanto más notables sean el conocimiento de la voluntad divina y la ignorancia voluntaria de la misma, se recibirá una mayor sanción.

   Oremos:

"   Espíritu Santo, amor que procedes del Padre y del Hijo, y que con ellos recibes una misma adoración y gloria:

   Ayúdanos a comprender que necesitamos sentirnos amados y protegidos por Dios, y a comprender que, servir a quienes necesitan nuestras dádivas espirituales y materiales, es la única forma que tenemos, de demostrar que te amamos.

   Espíritu Santo, aliento divino que nos das la vida:

   Quema nuestras impurezas con tu fuego, y haznos imitadores de tu divina caridad.

   Espíritu Santo, amor del Dios ante quien somos pequeños:

   Enséñanos a ser humildes, para que podamos vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre.
   Espíritu Santo, amor del dios para quien no hay nada imposible:

   Haz de nuestra tierra un paraíso de luz en que la humanidad pueda encontrar la plenitud de la felicidad, más allá de las razones por las que los hombres sufren. Amén".

   2. Leemos atentamente LC. 12, 32-48, intentando abarcar el mensaje que San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.

   2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.

   2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.

   3. Meditación de LC. 12, 32-48.

   3-1. Desechemos el miedo (LC. 12, 32).

   ¿Conocemos a alguien que no haya sentido miedo durante su vida? Por causa de la crisis económica actual, quienes carecen de trabajo temen pasar años sin poder laborar, y, muchos que trabajan, piensan que quizás perderán sus empleos. El miedo es una perturbación anímica que no todos sabemos gestionar, y por ello nos afecta, independientemente de que, las causas que nos producen dicho miedo, sean reales, o sean producidas por nuestra mente, y por ello carezcan de importancia.

   ¿Por qué no debemos tener miedo los miembros del pequeño rebaño de los cristianos que habitamos en el mundo? La respuesta a esta pregunta es fácil de decir, y difícil de aplicar a nuestra vida. Aunque tengamos que vivir enfermedades, y afrontar problemas familiares, económicos, y de otra índole, independientemente de lo que nos suceda, a Dios le ha parecido bien, darnos su Reino. Ello significa que, cuando el Señor concluya la plena instauración de su Reino en el mundo, nuestra historia acabará bien, aunque, durante los años que se prolongue nuestra vida actual, no superemos unos problemas, cuando nos surjan otros, pues, como todos sabemos, los problemas no surgen, sin hacer aparecer otras dificultades.

   ¿Cómo lograremos que no nos paralicen la vida los problemas que tenemos? (LC. 12, 29-31).

   3-2. Adquiramos la verdadera riqueza (LC. 12, 33).

   ¿Cómo nos exige Jesús que nos desprendamos de nuestros bienes en beneficio de los pobres, si tenemos que sustentar a nuestros familiares? Cuando los Apóstoles del Señor instituyeron la Iglesia de Jerusalén, muchos ricos se desprendieron de sus bienes en beneficio de los desheredados, porque creían que estaba por concluirse la instauración del Reino divino en el mundo, y deseaban formar parte del mismo. A lo largo de la historia de la Iglesia, no han faltado quienes han renunciado a sus bienes, y se han consagrado a la oración, y/o al servicio de los pobres.

   Naturalmente, quienes hemos optado por tener familia, no podemos desprendernos de todas nuestras posesiones, porque no sirve de nada satisfacer las necesidades de los pobres, a costa de obligar a nuestros familiares, a afrontar carencias. Somos libres de afrontar carencias si creemos que por ello hacemos el bien, pero no debemos hacer que nuestros familiares afronten necesidades, porque de poco nos sirve ser bondadosos con los pobres, y desconsiderados con quienes viven bajo nuestro techo.

   Aunque no podemos desprendernos de la totalidad de nuestras posesiones para beneficiar a los pobres, quizás tenemos la posibilidad de crear puestos de trabajo, o quizás necesitamos que alguien nos preste un servicio, y podemos pedir en las oficinas de Cáritas que nos envíen a alguien que tenga necesidad de dinero, no para aprovechar la misma y pagar su trabajo con la menor cantidad de dinero posible, sino para remunerarlo tal como se esté pagando la prestación del servicio que nos presten, en una empresa destinada a ello.

   Si la consecución de dinero y bienes materiales se convierte en el centro de nuestra vida, nos distanciaremos de Dios y de nuestros prójimos los hombres. Aunque debemos pensar cuánto dinero vamos a gastar en obtener los bienes que necesitamos, si nos consideramos cristianos, también debemos acordarnos de la realización de la obra del Señor.

   Trabajar para ganar dinero es loable, pero los cristianos necesitamos sentirnos libres para ayudar a quienes nos necesiten en la medida que nos sea posible, con tal que no le concedamos más importancia a las riquezas, que a Dios, y a las necesidades de sus hijos los hombres.

   Jesús nos pide que demos limosna con el producto de nuestros bienes. En este terreno cada cual debe actuar según le indique su conciencia, en conformidad con sus posibilidades, dando el dinero que le gustaría recibir, si se encontrara en el caso de la gente cuyas carencias intente ayudar a extinguir, o suavizar.

   Los judíos solían llevar las monedas en bolsas. Jesús nos pide que nos hagamos bolsas que no puedan romperse, tal como sucede con las bolsas de plástico y de tela. Nuestras bolsas de dinero y bienes materiales pueden deteriorarse, y, si no se nos rompen, podemos vernos obligados a cambiar bruscamente nuestros planes vitales, y por ello puede sucedernos que no podamos aprovechar tales riquezas, por ejemplo, por sufrir un grave accidente, que nos obligue a estar postrados en cama, o encerrados en casa, haciéndonos renunciar, a muchas de nuestras actividades.

   Nuestras bolsas de obras caritativas no se pueden corromper. Aunque enfermemos o nos arruinemos, Dios nunca ignorará el bien que hayamos hecho.

   Adquiramos un tesoro en el cielo, que no nos pueda ser arrebatado por ningún ladrón, ni deteriorado por la polilla.

   3-3. Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón (LC. 12, 34).

   Donde esté nuestro tesoro, estará nuestro corazón. Cuando tenemos necesidad de trabajar y se nos presenta la oportunidad de hacerlo, trabajamos más horas de las que se nos exigen en el contrato que se nos hace firmar. Nuestra necesidad nos obliga a poner el corazón en el cumplimiento de nuestro deber, porque ello es nuestro tesoro, y, donde está nuestro tesoro, tenemos el corazón.

   Los enamorados siempre desean estar juntos, disfrutando de sus encuentros, y planeando lo que harán en el futuro, porque, el amor que sienten, es su tesoro, y, donde tienen su tesoro, también tienen sus corazones.

   Tener familia nos motiva a trabajar y a resolver los problemas que tenemos. Nuestra familia es nuestro tesoro, y, donde está nuestro tesoro, también está nuestro corazón.

   En el caso de los cristianos, conocer a Dios mediante el estudio de su Palabra, poner en práctica todo lo que aprendemos haciendo el bien, y orar, constituye nuestro tesoro, y, donde está nuestro tesoro, está nuestro corazón.

   Si emprendemos un negocio, concentraremos nuestro dinero y nuestros mejores esfuerzos, en hacerlo rentable. Si amamos a nuestros prójimos, dedicaremos parte del dinero que tenemos, a ayudarlos a resolver sus problemas.

   ¿Cómo y dónde invertimos nuestro tiempo, dinero y energías?

   ¿Podemos modificar la inversión de nuestros recursos para reflejar claramente los valores del Reino de Dios?

   3-4. ¿Estamos dispuestos a recibir al Señor? (LC. 12, 35).

   Los judíos utilizaban túnicas anchas y se las ceñían con un cinturón. Tener ceñidos los lomos, significa que debemos estar dispuestos a actuar como hijos de Dios, en cualquier momento de nuestra vida. Quizás nos sucede que únicamente actuamos como cristianos cuando celebramos la Eucaristía, y cuando realizamos algún trabajo pastoral. Jesús nos pide que vivamos dispuestos a cumplir la voluntad divina, porque no sabemos en qué momento acontecerá su Parusía, y queremos estar dispuestos, a vivir en la presencia, de Nuestro Padre común.

   Quizás nuestra fe se reduce al cumplimiento de normas legales, y actuamos como los fariseos, que discriminaban a quienes no se amoldaban, al cumplimiento de la Ley de Moisés, ni al acatamiento de la tradición de los ancianos. Ciertamente, los cristianos tenemos una Ley que cumplir, pero no por ello debemos rechazar, a quienes no piensan como nosotros.

   Quizás nuestra fe se reduce al cumplimiento de normas relativas al culto, pero no vivimos como hijos de Dios, fuera de nuestros lugares de formación y oración.

   Jesús nos pide que tengamos ceñidos los lomos, y las lámparas de la fe encendidas. Los judíos utilizaban aceite para encender sus lámparas, y el aceite es un símbolo del Espíritu Santo. Para saber por qué el aceite simboliza al Espíritu Santo, pensemos en lo que sucedería, si se nos derramara un poco de aceite. Tal como las vírgenes prudentes de MT. 25, 1-13 esperaron la llegada del novio durante la noche con sus lámparas encendidas, y el siervo fiel y prudente debía esperar el retorno de su señor de la boda, permanezcamos alerta, mientras acontece la Parusía de Jesús.

   No creamos que solo podremos recibir a Jesús al final de los tiempos, pues lo recibimos en la Eucaristía, en la atenta lectura de su Palabra, y en las personas de quienes necesitan nuestros dones espirituales y materiales.

   Creer que el Reino de Dios no ha sido plenamente instaurado entre nosotros es una idea que nos motiva a cumplir la voluntad de Dios, pero, vivir en el Reino divino, aquí y ahora, nos motiva aún más a cumplir los deseos de Nuestro Padre celestial, porque, el hecho de sentir que ya formamos parte de su familia, nos estimula más a trabajar, por la conclusión de la instauración de su Reinado de amor y paz, entre nosotros.

   3-5. Permanezcamos en vela (LC. 12, 36).

   Dado que cuando Jesús vivía en Israel muchos de sus hermanos de raza trabajaban al servicio de ricos terratenientes, el Señor sabía perfectamente que sus oyentes comprenderían que, de la misma manera que los siervos y esclavos permanecían atentos al cumplimiento de la voluntad de sus señores, los cristianos debían -y debemos- vivir atentos, al cumplimiento de la voluntad divina, así pues, tal como los siervos y esclavos debían esperar que sus señores retornaran de las celebraciones de las bodas a que asistían durante la noche, los cristianos debemos esperar el día en que acontezca la Parusía del Señor, pero nuestra espera no debe ser pasiva, sino activa, pues queremos disponernos a vivir en la presencia, de Nuestro Padre celestial.

   3-6. El Señor recompensará a sus siervos en conformidad con el bien que hicieron (LC. 12, 37-38).

   No nos quedemos dormidos pensando que el Señor tardará en venir a nuestro encuentro. No descuidemos nuestra formación, la práctica de lo que aprendamos durante nuestros años de estudio constante, ni evitemos el hecho de orar.

   ¿En qué sentido servirá Jesús a sus siervos? Algunos intérpretes bíblicos creen que el Señor los servirá tal como dice San Lucas en el Evangelio de hoy, y otros piensan que tal servicio consistirá en que, Nuestro Salvador, les concederá su dignidad real, profética y sacerdotal. Personalmente, al pensar que Jesús murió por el bien de sus hermanos los hombres, no me extraña, ni que sirva a sus creyentes actuando como siervo de los tales, ni que les conceda su dignidad divina.

   No sabemos cuándo acontecerá la Parusía del Señor, pero no queremos que, cuando acontezca, desconozcamos a Dios, y carezcamos de una buena bolsa de dones espirituales, y obras caritativas.

   3-7. Cuando acontezca la Parusía del Señor, la humanidad será sorprendida (LC. 12, 39-40).

   Quizás desde los años de nuestra infancia fuimos concienciados con respecto a la necesidad que teníamos de estudiar, y, posteriormente, se nos hizo mucho hincapié, en la necesidad que teníamos, de trabajar incansablemente. En lo que quizás no se nos ha insistido, es en lo necesario que es para nosotros, el hecho de cumplir la voluntad de Dios. Aunque les dejamos este trabajo a los líderes religiosos, quienes quieran que sus hijos sean buenos cristianos, deben darles ejemplo en sus hogares. Asistir a varias decenas de charlas catequéticas y a la Misa dominical, no es todo lo que necesitamos, para adaptarnos al cumplimiento de la voluntad divina.

   (LC. 18, 8b). ¿Qué podría decir Jesús de la religiosidad de los miembros de las diferentes denominaciones cristianas existentes si aconteciera su segunda venida en este tiempo?

   No pensemos que la segunda venida de Jesús fue un truco utilizado por el Señor para presionarnos psicológicamente a fin de que nos dispusiéramos a recibirlo, con tal de no ser condenados en el infierno. Esta es la causa por la que San Pedro escribió las siguientes palabras: (2 PE. 3, 9).

   San Pedro nos da pistas sobre cómo debe ser nuestra conducta, para que seamos dignos de vivir, en la presencia de Nuestro Santo Padre (2 PE. 1, 3-11).

   Os recomiendo que leáis la primera Carta de San Pedro, pues la misma está llena de recomendaciones, para quienes desean formar parte del Reino de Dios. Igualmente, las dos Cartas de San Pablo a los cristianos de Tesalónica, también nos enseñan a aguardar la plena instauración del Reinado divino en nuestra tierra, sin descuidar el cumplimiento de nuestros deberes cristianos.

   3-8. Los cristianos tenemos responsabilidades que nos son comunes, independientemente de la posición que tengamos en nuestras iglesias o congregaciones (LC. 12, 41-42).

   Dado que la mayoría de los cristianos les confiamos el desempeño de la obra de Jesús a los líderes religiosos, podríamos hacer la siguiente adaptación, de la pregunta que Pedro, le hizo a Jesús:

   ¿Deben permanecer en vela esperando la Parusía del Señor sus ministros, o el común de los creyentes?

   Jesús respondió la pregunta de Pedro, con otra pregunta, que podemos actualizar, en los siguientes términos:

   ¿Quiénes son los siervos fieles y prudentes que quieren cumplir la voluntad de su Dios?

   La respuesta de Jesús nos indica que, independientemente del cargo que ocupemos en nuestras denominaciones cristianas, podemos ser colaboradores del Mesías.

   Los laicos no podemos dedicarle tanto tiempo a la predicación del Evangelio y a la oración como los religiosos, pero ello no nos excluye de anunciar la Palabra de Dios, ni de orar.

   No podemos dedicar toda nuestra vida a hacer el bien como lo hacen las religiosas consagradas al cuidado de los desheredados de la tierra, pero podemos hacer obras caritativas.

   Jesús desea que sus seguidores alimenten a quienes tienen carencias espirituales y materiales. El mundo necesita el conocimiento de dios para que le sirva de alimento espiritual, de igual manera que hay pobres imposibilitados para sustentarse por sus propios medios, que necesitan de nuestra generosidad, hasta que encuentren los medios necesarios, para depender de sí mismos.

   3-9. Jesús premiará la conducta de los siervos fieles de Dios (LC. 12, 43-44).

   Los siervos y esclavos que trabajaban para sus señores, que tenían la dignidad de alcanzar mayores responsabilidades, por llevar a cabo actividades inferiores a las mismas, se sentían muy felices, por ser distinguidos por sus señores. Esto también sucede en la actualidad. Si por realizar sus actividades honradamente muchos trabajadores son ascendidos en las empresas en que desempeñan sus labores, se sienten orgullosos de ello. Igualmente, si los cristianos llevamos a cabo nuestras responsabilidades lo mejor posible, el Señor nos recompensará, cuando concluya la plena instauración de su Reino, entre nosotros.

   Si creemos que vivimos en el Reino de Dios, ¿Por qué tenemos que esperar a ser recompensados al final de los tiempos, y no somos premiados en la actualidad, apenas hacemos el bien? Cuando llevamos a cabo algún proyecto adecuadamente, por la fe que tenemos, podemos pensar que Dios nos ha ayudado, a conseguir lo que queríamos. Dios no suele recompensarnos inmediatamente después de que terminemos de hacer una obra de caridad, para que no pensemos que somos merecedores de dicho galardón. Dado que Dios nos concede sus dones gratuitamente, podemos servir a nuestros prójimos sin esperar nada a cambio de ello, sabiendo que, aunque Dios nos recompensará debidamente, no deseamos actuar buscando ser premiados, sino, buscando favorecer a quienes tengamos la oportunidad de servir.

   3-10. Cada cual será recompensado en conformidad con su conocimiento de Dios, la aplicación del mismo a su vida, y su dedicación a la oración (LC. 12, 45-46).

   Jesús no nos pide únicamente que actuemos como cristianos en las celebraciones de culto y en los días festivos, sino todos los días de nuestra vida. Dado que entre la primera generación de cristianos se extendió la idea de que Jesús estaba por concluir la plena instauración de su Reino mesiánico, cuando San Lucas escribió su Evangelio, muchos creyentes habían dejado de esperar que aconteciera la Parusía del Señor. Ello significaba que no les merecía la pena vivir como seguidores de Jesús, porque estaban expuestos a las persecuciones imperiales, y, más que recompensados por Dios, se veían torturados y asesinados por los emperadores romanos, y odiados por los judíos.

   Aunque Jesús no concluyó la plena instauración de su Reino a partir de la fundación de la Iglesia plenamente, San Lucas no dejó de esperar este hecho, y por ello, dado que sus oyentes y lectores conocían las penalidades características de la servidumbre, les expuso la parábola que estamos considerando, para decirles que, de la misma manera que los siervos infieles eran apaleados por sus señores hasta ser heridos o asesinados, los cristianos que no actuaran como fieles servidores del Señor, serían excluidos del Reino de Dios, una vez aconteciera la plena instauración del mismo, aunque ello tardara miles de años en suceder.

   3-11. La justa distribución de las responsabilidades de los creyentes y de los castigos de los pecadores (LC. 12, 47-48).

   Si conocemos la voluntad de Dios, y no nos disponemos a vivir en su Reino, merecemos ser excluidos del mismo. El conocimiento de dios nos aporta muchas satisfacciones, y una gran responsabilidad, en la que normalmente no pensamos, porque pensamos que solo les corresponde a los ministros religiosos.

   Quienes no tengan la oportunidad de conocer a Dios y cumplir su voluntad, y se nieguen a ello, no serán tan penalizados como quienes conocen a Nuestro Padre común. Tales creyentes serán sancionados porque despreciaron al Dios Uno y Trino, pero, al desconocer al mismo, no serán sancionados al mismo nivel de quienes, conociendo la voluntad divina, se negaron a cumplirla.

   Cuanto mayor sea nuestro conocimiento de Dios, mayor será nuestra responsabilidad cristiana. Acordémonos de esto, no por miedo al castigo, sino porque, cuanto mejor llevemos a cabo nuestras responsabilidades cristianas, más nos gozaremos, por ser hijos de Dios.

   3-12. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.

   3-13. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.

   4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 12, 32-48 a nuestra vida.

   Respondemos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.

   3-1.

   1. ¿Qué es el miedo?
   2. ¿Nos es posible pasar todos los días de nuestra vida sin sentir miedo?
   3. ¿Por qué nos afecta el miedo, independientemente de que las causas que nos lo pueden producir sean reales o producidas por nuestra mente?
   4. ¿Por qué no debemos tener miedo los miembros del pequeño rebaño de los cristianos que habitamos en el mundo?
   5. ¿Nos consuela el hecho de pensar que Dios ha decidido darnos su Reino cuando se nos acumulan las dificultades? ¿Por qué?
   6. ¿Cómo lograremos que no nos paralicen la vida los problemas que tenemos?
   7. ¿Por qué cosas se afanan los no creyentes por las que no debemos preocuparnos, porque Dios nos las dará por añadidura? ¿Estamos seguros de ello? ¿Por qué?
   8. ¿Creemos que dios es consciente de nuestras carencias?
   9. Si Dios conoce nuestras carencias, ¿por qué no las solventa de inmediato?
   10. ¿Por qué no solventa Dios nuestras carencias por Sí mismo, y les encomienda dicha labor a sus creyentes, aun sabiendo que muchos de ellos no son misericordiosos?

   3-2.

   11. ¿Cuál es la verdadera riqueza según Jesús? ¿Por qué?
   12. ¿Cómo nos exige Jesús que nos desprendamos de nuestros bienes en beneficio de los pobres, si tenemos que sustentar a nuestros familiares?
   13. ¿Por qué razones muchos ricos se desprendieron de sus bienes materiales cuando los Apóstoles de Jesús fundaron la Iglesia de Jerusalén?
   14. ¿Por qué no nos sirve de nada a quienes tenemos familia hacer que nuestros seres queridos afronten necesidades para que podamos sustentar a los pobres?
   15. De la misma forma que quienes se mortifican pueden autocastigarse sin que sus seres queridos lo noten para que no sufran en vano, podemos ayudar a los más necesitados, sin hacer sufrir a quienes viven en nuestros hogares.
   16. ¿En qué sentido podemos llevar a cabo el deseo del Señor de desprendernos de nuestros bienes, sin renunciar a la totalidad de los mismos, y cumpliendo la voluntad de Dios a un mismo tiempo?
   17. ¿Qué nos ocurre si la consecución de dinero y bienes materiales se convierte en el centro de nuestra vida?
   18. ¿Cómo podremos invertir el dinero de que disponemos en solventar las carencias de nuestros familiares y nuestras, y en la realización de la obra del Señor, consistente en socorrer a los necesitados, y en cubrir los gastos relacionados con el culto?
   19. ¿Cómo podemos los cristianos trabajar para gastar dinero y sentirnos libres para invertir parte de nuestras ganancias en la realización de la obra de dios?
   20. ¿Carecemos de ambición sana quienes pensamos que el dinero no es el móvil de nuestra vida? ¿Por qué?
   21. ¿Por qué son más importantes para los cristianos Dios y las carencias de los hombres que la obtención de riquezas?
   22. ¿Cuál es la medida que debemos utilizar a la hora de dar limosna?
   23. ¿Debemos darles limosna a los pobres, o a las organizaciones que se ocupan de cubrir las necesidades básicas de los tales?
   24. ¿De qué material deben ser las bolsas que queremos crearnos para que no se nos rompan?
   25. ¿Qué queremos portar dentro de dichas bolsas?
   26. ¿Por qué estamos expuestos a dejar de disfrutar o a perder nuestras riquezas materiales, y nuestras riquezas espirituales nos acompañarán siempre?
   27. ¿Por qué no se pueden corromper nuestras bolsas de obras caritativas?

   3-3.

   28. ¿Cuáles son nuestros tesoros?
   29. ¿Por qué están apegados nuestros corazones a los tesoros de que disponemos?
   30. ¿Hacemos bien en convertir el trabajo y la consecución de dinero y bienes materiales en nuestro tesoro? ¿Por qué? Piensa detenidamente la respuesta a esta pregunta, porque, 31. Sin dinero ni bienes, difícilmente, podremos vivir.
   32. ¿Es el cumplimiento de nuestros deberes cristianos y mundanos nuestro tesoro? ¿Por qué?
   33. ¿Cuál es el tesoro de los enamorados?
   34. ¿Cuál es el tesoro de quienes tienen familia?
   35. ¿Cuál es el tesoro de los cristianos practicantes?
   36. ¿Cómo y dónde invertimos nuestro tiempo, dinero y energías?
   37. ¿Podemos modificar la inversión de nuestros recursos para reflejar claramente los valores del Reino de Dios?

   3-4.

   38. ¿Qué significa el hecho de que tengamos ceñidos los lomos?
   39. ¿Por qué quiere Jesús que vivamos como cristianos cada instante de nuestra vida?
   40. ¿Qué riesgo corren quienes creen que la religión solo consiste en cumplir normas legales y en llevar a cabo ritos cultuales?
   41. ¿Cómo debe ser nuestro cumplimiento de las normas religiosas para que no nos impida relacionarnos con Dios ni con nuestros prójimos los hombres?
   42. ¿Qué significa el hecho de que tengamos las lámparas de nuestra fe encendidas?
   43. ¿Por qué el aceite es un símbolo del Espíritu Santo?
   44. ¿Podremos recibir a Jesús únicamente al final de los tiempos, o también podemos recibirlo actualmente?
   45. ¿Cómo podemos recibir a Jesús actualmente?
   46. ¿En qué sentido es motivador para no perder la fe el hecho de creer que el Reino de Dios es una realidad espiritual que no está relacionada con el mundo actual?
   47. ¿En qué sentido nos motiva a cumplir la voluntad divina el hecho de creer que el Reino de Dios se hace presente en nuestra vida y en el mundo aquí y ahora, y que cuanto más mejoremos nosotros y el mundo, más contribuiremos a la plena instauración del mismo en nuestra tierra?

   3-5.

   48. ¿Qué significa para los cristianos el hecho de permanecer en vela?
   49. ¿Por qué equiparó Jesús la conducta de los siervos y esclavos de los ricos terratenientes a la conducta de sus seguidores?
   50. ¿Por qué tiene que ser nuestra espera de que acontezca la Parusía del Señor activa?

   3-6.

   51. ¿Qué significa el hecho de dormirnos mientras esperamos que Jesús concluya la plena instauración de su Reino en la tierra?
   52. ¿Cómo quiere el Señor que nos mantengamos despiertos?
   53. ¿En qué sentido servirá Jesús a sus siervos?
   54. ¿Qué queremos tener cuando acontezca la Parusía del Señor?

   3-7.

   55. ¿Por qué muchos cristianos nos empeñamos más en llevar a cabo el cumplimiento de nuestros deberes mundanos que en actuar como seguidores de Jesús?
   56. ¿Por qué es conveniente que los padres cristianos enseñen a sus hijos a seguir a Jesús por medio de su ejemplo de fe viva?
   57. ¿Por qué necesitamos fortalecer nuestra fe haciendo algo más que asistir a varias decenas de charlas catequéticas y a la Misa dominical?
   58. ¿Qué podría decir Jesús de la religiosidad de los miembros de las diferentes denominaciones cristianas existentes si aconteciera su segunda venida en este tiempo?
   59. ¿Es la Parusía de Jesús un truco utilizado tanto por el Señor como por los líderes religiosos para presionarnos psicológicamente a fin de que nos dispongamos a recibir al Mesías?
   60. ¿En qué sentido nos beneficiamos del hecho de que el Señor tarde en cumplir la promesa de concluir la plena instauración de su Reino en el mundo, según 2 PE, 3, 9?
   61. ¿Aprovechamos el citado retraso para intentar evangelizar al mayor número de almas posible, a fin de que las tales no sean excluidas del Reino divino?
   62. ¿Qué recomendaciones recuerdas haber encontrado en las Cartas de San Pedro y en las Cartas a los Tesalonicenses las cuales nos son útiles para disponernos a recibir al Señor cuando acontezca su Parusía?

   3-8.

   63. ¿En qué sentido tenemos todos los cristianos responsabilidades que nos son comunes, independientemente de que seamos líderes religiosos o laicos?
   64. ¿Deben permanecer en vela esperando la Parusía del Señor sus ministros, o el común de los creyentes? ¿Por qué?
   65. ¿Quiénes son los siervos fieles y prudentes que quieren cumplir la voluntad de su Dios?
   66. ¿En qué sentido debemos alimentar a quienes tengan carencias espirituales y materiales?

   3-9.

   67. ¿Cómo explicó Jesús el hecho de que recompensará a sus siervos cuando concluya la plena instauración de su Reino mesiánico entre nosotros?
   68. Si creemos que vivimos en el Reino de Dios, ¿por qué debemos esperar a ser recompensados al final de los tiempos, y no somos premiados en la actualidad, apenas hacemos el bien?
   69. ¿Cómo nos recompensa Dios en la actualidad?
   70. ¿Por qué no acostumbra Dios a recompensarnos en cada ocasión que estudiamos su Palabra, la aplicamos a nuestra vida haciendo el bien, y oramos?
   71. ¿Por qué podemos servir a nuestros prójimos sin esperar nada a cambio de ello?
   72. ¿De qué nos servirá hacer el bien sin buscar recompensas humanas?

   3-10.

   73. ¿Por qué muchos cristianos dejaron de esperar que aconteciera la Parusía del Señor cuando San Lucas escribió su Evangelio?
   74. ¿Por qué muchos que dicen ser cristianos no esperan que acontezca el citado hecho?
   75. ¿Qué significaba para los cristianos del tiempo en que San Lucas escribió su Evangelio no esperar que aconteciera la Parusía del Señor?
   76. ¿Qué significa la citada falta de fe en nuestro tiempo para muchos cristianos que no esperan que el Señor venga a concluir la realización de su obra?
   77. ¿Por qué no perdió San Lucas la fe en que algún día acontecería la Parusía del Señor, si muchos fieles fueron martirizados por Nerón, y el Señor no concluyó la realización de su obra en el siglo I?
   78. ¿Cómo podemos esperar el regreso del Señor en medio de las penalidades características de nuestra vida?
   79. ¿Qué ejemplo utilizó San Lucas para explicarles a sus oyentes y lectores que serían juzgados según la conducta que observaran?

   3-11.

   80. ¿Por qué merecemos ser excluidos del Reino de Dios, si conocemos su voluntad, y no nos disponemos a vivir en el mismo?
   81. ¿En qué sentido nos supone el conocimiento de Dios muchas satisfacciones y una gran responsabilidad?
   82. ¿Por qué no piensan habitualmente muchos católicos en la responsabilidad que supone para ellos el hecho de conocer la voluntad divina?
   83. ¿Por qué serán penalizados quienes se nieguen a conocer a Dios y a cumplir su voluntad teniendo oportunidades de relacionarse con Nuestro Padre común?
   84. ¿Por qué no serán sancionados de la misma manera quienes pequen conociendo a Dios, que quienes cometan los mismos pecados que los anteriores, sin apenas conocer a Nuestro Padre común?
   85. ¿Por qué tenemos que recordar siempre que, cuanto mayor sea nuestro conocimiento de Dios, mayor será nuestra responsabilidad cristiana?

   5. Lectura relacionada.

   En el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo que os recomiendo que leáis, encontraréis más pistas, para disponeros a recibir al Mesías, cuando acontezca su segunda venida.

   6. Contemplación.

   Mientras que Jesús nos invita a tener confianza en la resolución de nuestros problemas, y en que podremos convivir con las dificultades que no podamos resolver en un corto espacio de tiempo, a veces nos es difícil superar el miedo.

   Dado que nuestra fe es pequeña, no nos consuela saber que Dios nos ha dado su Reino, cuando las dificultades que tenemos, nos inducen a preocuparnos, por creer que son insoportables, o muy duras de sobrellevar.

   ¡Qué difícil es para nosotros vender nuestros bienes! El desprendimiento cristiano es una asignatura que tenemos pendiente, que nos aleja de Dios y de nuestros prójimos los hombres, porque no nos esforzamos en aprobarla, cuando estudiamos el arte de saber vivir.

   ¿Cómo daremos limosna en este tiempo de crisis económica, en que lo mejor que podemos hacer, es acumular dinero, por si nos afecta la pobreza, poder superarla? Si quienes alcanzaron un nivel de santidad heroico se desprendieron de todas sus posesiones porque su fe era muy superior al miedo de ser afectados por la pobreza, no necesitamos repartir todos nuestros bienes, sino una pequeña parte de los mismos, para hacer un gran bien, y alcanzar la santidad.

   ¡Qué difícil nos es tener bolsas que no se pueden romper llenas de bienes imperecederos! Vivimos demasiado inmersos en nuestras ocupaciones y preocupaciones, como para esforzarnos en aprender a conjugar la espiritualidad con la consecución de dinero y bienes materiales. El trabajo constante no nos impide ser santos, pero, la ambición desmedida, nos separa de Dios, y de nuestros prójimos los hombres.

   Donde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón. Aquello que más deseamos, se convierte en el sentido de nuestra vida. ¿Están nuestros tesoros relacionados con el cumplimiento de la voluntad de Dios?

   Tengamos ceñidos los lomos y encendidas las lámparas de la fe, porque el Señor vendrá a nuestro encuentro cuando menos lo esperemos, y deseamos ser dignos de vivir en su presencia.

   Si en la actualidad servimos a nuestros prójimos los hombres en quienes mora el Señor, cuando Jesús concluya la plena instauración de su Reino entre nosotros, nos servirá personalmente. Dispongámonos a recibir al Señor, no solo al final de los tiempos, sino comulgando, estudiando su Palabra, y beneficiando a nuestros prójimos los hombres.

   Tal como el propietario de una casa estaría pendiente a la llegada de un ladrón si conociera tal dato para impedir que lo robe, queremos aguardar la venida del Mesías.

   Independientemente de los cargos que ocupemos en nuestras denominaciones religiosas, todos los cristianos tenemos responsabilidades comunes. ¿Quiénes son los siervos que desean servir a su Señor en las personas de sus prójimos?

   Nuestra responsabilidad cristiana es insignificante, en comparación con el premio que recibiremos, si la cumplimos puntualmente, pero no trabajemos para ser premiados, sino para hacer el bien. Tengamos una moral adulta, y no trabajemos para ser premiados ni para evitar un castigo, sino para agradecerle a Dios el bien que nos ha hecho, y para demostrarles a nuestros prójimos los hombres, que podemos cumplir nuestros deberes cotidianos, y cumplir la voluntad de Dios, a un mismo tiempo.

   Sirvamos al Señor en nuestros prójimos los hombres, como si de ello dependiera nuestra salvación.

   Si conocemos a Dios y no ignoramos su voluntad, actuemos en consecuencia, como si pudiéramos apresurar la plena instauración de su Reino en la tierra.

   Si no conocemos la voluntad divina, adquiramos su conocimiento, para aprender a ser felices.

   Conocer a Dios es un gran gozo y una enorme responsabilidad, que, cuanto mejor la acatamos, más aumenta nuestra dicha cristiana.

   7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 12, 32-48.

   Comprometámonos a adquirir la costumbre de pensar que todo lo que hagamos mejorará nuestras relaciones con Dios y sus hijos los hombres, o nos alejará de ellos.

   Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.

   8. Oración personal.

   Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.

   Ejemplo de oración personal:

   Señor Jesús:

   El sueño me impide permanecer en vela, aguardando tu segunda venida. El sueño de la falta de fe, y de los afanes mundanos, me impide permanecer alerta, esperando tu venida. Ayúdame a abrir los ojos de la fe que me has dado, para que pueda adaptar mi vida, al cumplimiento de tu voluntad divina.

   9. Oración final.

   Leamos y meditemos SAL. 17, 1-8, pensando en las pistas que se nos ofrecen en el citado texto, para disponernos a recibir al Señor, cuando acontezca su Parusía.

   José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en

joseportilloperez@gmail.com

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