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Meditación para el Domingo XVIII del Tiempo Ordinario del Ciclo C.

   Meditación.

   Durante las semanas anteriores la Iglesia nos ha recordado que Jesús desea que seamos sus seguidores. Si la semana pasada recordamos lo agradable que es para Dios y lo gratificante que es para nosotros la oración, en esta ocasión vamos a pensar cómo hemos de vivir los cristianos en nuestro entorno social.

   ¿Es mejor para nosotros la vida activa que la vida contemplativa? Santo Tomás decía que para nosotros es muy recomendable la vida mixta, es decir, mezclar nuestras vivencias con la oración de contemplación. En el Evangelio de hoy un joven le pidió a Jesús que Nuestro Señor obligara a su hermano a compartir su herencia con Él, pero el Mesías le respondió que Él no era juez entre ellos. ¿No era injusto el hecho de que uno de los dos hermanos se apoderara de la heredad del otro? Jesús instó a ambos hermanos a que resolvieran sus diferencias amándose, teniendo en cuenta que el amor no es avaricioso.

   Como cristianos podemos vivir en nuestro entorno familiar laboral y en un círculo amistoso solidario. Dios quiere que pongamos a su disposición todos los dones y virtudes que nos ha concedido a través de su Espíritu sirviendo a nuestros familiares, haciendo lo mejor que podamos nuestro trabajo, y promocionando nuestras relaciones con el mayor número de personas posible. Es cierto que para nosotros lo más necesario es relacionarnos con Dios, pero pienso que no debemos encerrarnos en nuestro interior despreciando la oportunidad que se nos da en nuestro medio para promocionarnos desarrollando nuestras virtudes a través de la vivencia de múltiples actividades.

   ¿Qué tenemos que hacer los cristianos para agradecerle a Dios su inmensa misericordia? Lo único que Dios quiere de nosotros es que creamos en su Hijo Jesús. Si creemos en Jesús, cumpliremos los Mandamientos de la Ley de Dios y los preceptos de nuestra Santa Madre la Iglesia. Pienso que no debemos anteponer el materialismo a la espiritualidad y viceversa, así pues, podemos limitarnos a hacer lo que tiene que ser bien hecho. Hace varios días recibí un correo en el que se narraba la historia de dos monjes que regresaban a su casa de espiritualidad cuando vieron a una mujer que necesitaba que la ayudaran a cruzar un río. El más joven de los monjes se negó a prestarle ayuda porque le estaba prohibido mantener contacto físico con las mujeres, pero, el más anciano, cogió en sus brazos a la mujer, y le cruzó el río. Sin esperar a que ella le agradeciera su gesto solidario, el monje anciano, seguido por su discípulo, volvió a emprender su camino.

   El monje joven le preguntó a su maestro: -¿Por qué ayudaste a la mujer? ¿No nos está prohibido hacer eso?

   El maestro le respondió: -Yo la ayudé a cruzar el río porque ella no podía hacerlo por sus propios medios, pero, ¿qué pasa contigo que aún tienes a esa mujer en tu mente?

   Si los contemplativos pueden gozar de la paz divina y humana de una forma especial, no podemos negar que se han privado del placer de predicar la Palabra de Dios y del gozo que produce el hecho de contemplar que, a pesar de todos los avances de que hemos sido testigos, el mundo persiste porque Dios lo quiere así. Quienes únicamente se afanan en cumplir acabadamente sus tareas y nunca tienen tiempo para dedicarse a la oración, ignoran las virtudes que tienen los contemplativos, esos hermanos nuestros a los que hemos de agradecerles sus oraciones en pro de nuestra salvación.

joseportilloperez@gmail.com

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