Introduce el texto que quieres buscar.

Oremos con amor y alegría. (Ejercicio de Lectio Divina del Evangelio del Domingo XXIX del Tiempo Ordinario del Ciclo C).

   Domingo XXIX del Tiempo Ordinario del Ciclo C.

   Oremos con amor y alegría.

   Ejercicio de lectio divina de LC. 18, 1-8.

   Lectura introductoria: Éx. 3, 7-8.

   1. Oración inicial.

   Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y, del Espíritu Santo.

   R. Amén.

   Orar es hablar con Dios, teniendo la certeza de que, Nuestro Padre común, escucha lo que le decimos. Esta es la razón por la que no permitiremos que nuestras ocupaciones y preocupaciones nos distraigan al llevar a cabo el presente ejercicio de oración y meditación, ya que queremos pedirle a Nuestro Padre celestial que nos ayude a resolver los problemas que tenemos, nos haga fuertes para cumplir su voluntad a pesar de que muchos cristianos vivimos en entornos en que no todos nuestros prójimos profesan la fe que nos caracteriza, y nos enseñe a orar, especialmente, cuando las dificultades nos abrumen, y atenten contra la débil fe, que tenemos.

   Jesús nos incita a orar insistentemente. Ello no significa que debemos repetirle a Dios machaconamente lo que deseamos que nos conceda hasta que consigamos ver cumplidos nuestros deseos, pues necesitamos ser conscientes de las limitaciones que nos caracterizan, y vamos a evitar utilizar a Nuestro Padre común, para que cumpla las aspiraciones que podemos realizar, por nuestros medios.

   Existen diferentes formas de orar. El tipo de oración que más conocemos es la vocal, de hecho, es a la que más recurren la mayoría de cristianos. La lectura y meditación pausada de la biblia, es un tipo de oración al que nos conviene recurrir, para relacionarnos mejor, con Nuestro Padre celestial.

   Orar no solo es hablar con Dios, pues también lo hacemos fervientemente, cuando cumplimos la voluntad divina. Una vez que adquirimos la costumbre de conversar con el Dios Uno y Trino, nuestros pensamientos, palabras, gestos y obras, se convierten, en fervientes plegarias.

   Jesús no nos incita a orar mal, poco y prácticamente nunca, sino, insistentemente. Cuanto más experimentemos el silencio de Dios si tarda en concedernos las dádivas que le pidamos, se nos aumentará la fe que profesamos, si nos esforzamos en no perderla, estudiando la Biblia, aplicando la Palabra del Señor a nuestras vivencias, y orando perseverantemente.

   No oremos dejando que el cansancio y la pesadez se adueñen de nuestros corazones, sino con la certeza de que, aun cuando Dios no nos conceda lo que le pidamos, se manifestará en nuestra vida, concediéndonos, lo que mejor convenga, a nuestro crecimiento espiritual, y, en ciertas ocasiones, a la resolución de los problemas, que podamos tener.

   Así como el juez que no temía a dios ni respetaba a los hombres le hizo justicia a la viuda con quien coprotagoniza la parábola evangélica que consideraremos en el presente trabajo, no porque la amaba, sino para que dejara de molestarlo, Dios les hará justicia a sus elegidos, no para que dejen de importunarlo, sino, porque son sus hijos amados.

   La viuda del texto evangélico que meditaremos seguidamente, consiguió lo que deseaba, por causa de la insistencia, con que importunó al juez a quien le era indiferente el cumplimiento de la voluntad divina, y no se arredraba ante los hombres, y nosotros esperamos que Dios escuche las peticiones que le dirigimos, para que nos las conceda, porque tenemos fe en Él.

   Clamemos a dios día y noche, haciendo fervientes oraciones, de nuestros pensamientos, palabras, gestos, y, obras.

   Dios les hará justicia a sus elegidos, cuando Jesús concluya de instaurar su Reino de amor y paz entre nosotros, pero, cuando acontezca la Parusía -o segunda venida- del Mesías a nuestro encuentro, ¿Encontrará el Señor sobre la tierra la fe que es capaz de perseverar en oración, aunque tarde en encontrar respuestas a sus inquietudes, e incluso aunque jamás vea realizadas sus aspiraciones, en este mundo marcado por las diversas formas en que se manifiesta el sufrimiento?

   Oremos:

   Espíritu Santo:

   Nos han dicho que eres el amor del Dios que aspira a ser todo en todos (1 COR. 15, 28), pero no nos percatamos de tu presencia, en nuestras vidas.

   Jesús nos pide que oremos insistentemente, pero nos cuesta hacerlo, porque carecemos de fe. No podemos creer que, el Dios que aparentemente permanece impasible ante el sufrimiento de sus hijos los hombres, escucha nuestras oraciones, y está dispuesto, a concedernos, lo que le pidamos.

   ¿Cómo podremos creer que el Dios Uno y Trino nos ama, si quienes no temen a dios ni respetan a los hombres, no dejan de sembrar el mal en el erial, en que a veces tenemos la impresión, de que están convirtiendo el mundo?

   Ya que conoces la flaqueza que nos caracteriza, inspíranos lo que debemos pedir al orar, y las palabras con que quieres que te agradezcamos el bien que nos haces, porque no sabemos cómo hablarte, nos falta fe para hablar contigo creyendo que nos escuchas, e ignoramos lo que más conviene, a la salvación de nuestras almas (ROM. 8, 26).

   Concédenos una fe pequeña como un grano de mostaza (LC. 19, 18-19), para que te permitamos cambiar nuestra debilidad, por tu fortaleza divina.

   Porque nos acorralan los problemas cuya visión nos hace sufrir, ayúdanos a resolverlos en cuanto ello convenga a nuestra purificación y la santificación que aguardamos.

   Enséñanos a orar con la insistencia que, la viuda de la parábola que consideraremos seguidamente, consiguió que, el juez que no temía a Dios y no respetaba a los hombres, le hiciera justicia.

   Invádenos con tu presencia, cuando nos flaquee la salud.

   Habita nuestros corazones, cuando nos afecten las desavenencias familiares.

   Sé nuestro más fiel compañero, cuando experimentemos el aislamiento social.

   Alimenta nuestros espíritus con tu Palabra, y fortalécelos con tus dones, para que, cuando nos falten el dinero y los bienes terrenales, no perdamos la esperanza de superarnos a nosotros mismos, y consigamos abrir ventanas con tu ayuda, cuando el mundo nos cierre sus puertas.

   Aunque en ciertas ocasiones deseamos sentir tu presencia en el mundo exterminando el mal así como los temporales de viento y lluvia producen situaciones desastrosas, habita nuestros corazones con la suavidad de una caricia, la ternura de un recién nacido, y el ímpetu de tu amor misericordioso.

   Haznos sentir el gozo de tener el privilegio de clamar por la plena instauración de tu Reino de amor y paz día y noche, porque, en el cumplimiento de la promesa divina de salvarnos, radica la plenitud, de la felicidad que añoramos.

   Porque eres el amor de dios, ayúdanos a superar el odio.

   Porque eres la plenitud de la felicidad, cambia nuestra tristeza por tu gozo, pero hazlo por nuestro medio, para que jamás creamos, que no servimos para nada.

   Porque eres paz, haznos fuertes, para superar situaciones conflictivas.

   Porque eres salud de los enfermos y fortaleza de los oprimidos, escucha la oración que pronunciamos en tu presencia, y haz de nosotros, artícifes de la salvación, de la humanidad. Así lo esperamos.

   2. Leemos atentamente LC. 18, 1-8, intentando abarcar el mensaje que San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.

   2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.

   2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.

   3. Meditación de LC. 18, 1-8.

   3-1. Oremos insistentemente (LC. 18, 1, 1 TES. 5, 17, y EF. 6, 18).

   Si comprendemos que la oración es una conversación silenciosa que mantenemos con un Dios en cuya existencia difícilmente creemos, y por ello somos proclives a pensar que no escucha nuestras peticiones, podremos considerar que se trata de un ejercicio de meditación al que podemos recurrir para considerar los problemas que tenemos, para tomar decisiones referentes a la manera en que los vamos a resolver, o para buscar la forma de sobrellevarlos que nos produzca menos sufrimiento, pero no podremos recurrir a la misma, con la disposición que se requiere de los cristianos, para que podamos creer, que, Nuestro Padre común, atenderá las peticiones, con que le manifestemos, las necesidades que tengamos.

   Se nos ha dicho en multitud de ocasiones que, aunque no deseemos orar, que hablemos con Nuestro Padre común perseverantemente, porque ello aumentará la fe que tenemos en Él, y nos ayudará a considerar las situaciones que deseemos que sean resueltas, desde su perspectiva. Así como los niños pequeños aprenden a amar a sus padres y hermanos relacionándose con ellos, cuanto más oremos deseando sentirnos hijos de dios, más disfrutaremos de nuestros encuentros con Él, aunque, en un principio, ello no nos sea fácil, por creer que no escucha, lo que le digamos. Cuando haya transcurrido el tiempo que necesitemos para adquirir la costumbre de orar, meditando el texto de la Biblia, veremos nuestra vida desde el punto de vista de Dios, sin sentirnos presionados por Él.

   Hagamos de nuestros pensamientos, palabras, gestos y obras, fervientes oraciones. No recurramos a la oración utilizándola para evitar pensar en los problemas que nos hacen sufrir, sino para buscar la forma de resolverlos o sobrellevarlos durante muchos años. La oración no es una falsa ilusión que nos mantiene en actitud quietista haciéndonos olvidar las preocupaciones, y obligándonos a cargar con el peso de las mismas, cuando volvemos a nuestra realidad cotidiana. Si nuestras oraciones no se convierten en vías de crecimiento espiritual, no nos son provechosas, y pueden hacernos sucumbir a la tristeza profunda, si al recitarlas, no encontramos la manera de sobrellevar los padecimientos que nos caracterizan, y pensamos que, por ser víctimas de los mismos, estamos, en un callejón, sin salida.

   La oración es un arte que debe ser aprendido, para ser debidamente valorado. Si la reducimos a pedirle a Dios dones continuamente, terminará siendo cansina y tediosa, por lo que no desearemos recurrir más a ella, y, consecuentemente, dejaremos de practicarla. Si mezclamos la oración de petición con la acción de gracias, agradeciéndole a Dios el bien que ha hecho en nuestro favor, alabándolo, y sintiendo su presencia en nuestra vida, recurriremos a la misma con bastante frecuencia al sentirnos objeto del mayor de los amores, y, con el paso del tiempo, sin percatarnos de ello, nuestros pensamientos, palabras, gestos y obras, serán fervientes oraciones. No olvidemos que la oración no es una carga, sino multitud de ocasiones de amar a Dios, y de sentirnos amados, por el Padre, el Hijo, y, el Espíritu Santo.

   ¿Cómo podemos aprender a orar? No conviene aquí exponer técnicas adecuadas para ello porque el propósito del Evangelio que estamos considerando consiste en inducirnos a hablar con Dios sin dejarnos afectar por la pesadez, la rutina y el cansancio, pero, para aprender a orar, podemos interpretar un texto bíblico intentando buscar las aplicaciones que el mismo tenga en nuestra vida, pensar en una situación que vivimos que queremos agradecérsela a Nuestro Criador si nos alegra o deseamos superarla si nos hace sentirnos tristes, o imaginar que estamos en contacto con la naturaleza, y alabar a Dios, por la belleza de las flores, el canto de los pájaros, las ganas de vivir que nos inspiran los niños, y la inmensidad del mar.

   Orar es pasar tiempo con Dios, compartiéndole nuestros gozos, proyectos, y, sufrimientos. Así como cuanto más nos relacionamos con nuestros familiares, amigos y hermanos en la fe, confiamos más en los tales, cuanto más tiempo pasemos orando, y disfrutando de nuestro encuentro con Dios, más desearemos vivir en la presencia, de Nuestro Padre común.

   No importa si somos ricos o pobres, o si estamos sanos o enfermos, pues orar es mostrarnos ante Dios como somos. No necesitamos disimular los problemas que tenemos ni los defectos que nos caracterizan ante quien nos conoce mejor que nosotros, y desea ayudarnos a superarnos, más de lo que pensamos, que nos es posible hacerlo.

   Recuerdo que hace años hablé con una joven mujer que me dijo que tenía que decirle a su novio cómo era la casa que le gustaría comprar, y qué tipo de muebles le gustaría tener. También quería decirle que lo invitaba a cenar ese mismo día, y que siempre pensaba en él, y, además, quería preguntarle qué le gustaría que le regalara, porque se acercaba el día de San Valentín. A pesar de estas y otras cosas que aquella joven mujer quería decirle a su novio, cuando lo vio guardó silencio, y lo escuchó embelesada. Igualmente, solemos utilizar muchas palabras a la hora de orar (MT. 6, 7), pero no escuchamos, lo que dios tiene que decirnos. Abramos la biblia al azar cuando queramos orar, y escuchemos lo que Dios nos dice, en la parte del texto sagrado, en que los videntes sitúen los ojos, y los ciegos pongan sus dedos.

   Busquemos a dios con las manos vacías, para que llene nuestros corazones de dicha.

   Quizás cuando recemos no cambiarán las circunstancias vitales que nos son adversas, pero, al cambiar la manera que tenemos de juzgarlas, nuestra vida dará un giro de 360 grados.

   3-2. El juez injusto y la viuda (LC. 18, 2-5).

   ¿Comparó Jesús a Nuestro Padre celestial con el juez que protagoniza la parábola que estamos considerando? Las parábolas de Jesús están encaminadas a transmitirnos ciertas enseñanzas, pero ello no significa que, todos los elementos que aparecen en las mismas, son perfectos. A modo de ejemplo, recordemos que en LC. 11, 5-8, Jesús habló de un amigo importunado, que le dio alimentos a uno de sus vecinos contra su voluntad, para que dejara de molestarlo, a altas horas, de la madrugada. Obviamente, Dios no escucha a sus hijos tal como el juez resolvió hacerle justicia a la viuda para que dejara de fastidiarlo, ni les concede lo que le piden, con la actitud de aquel amigo importunado, que le dio a su vecino lo que le pidió, para no seguir siendo extorsionado. Las dos parábolas que estamos recordando, nos traen a la memoria el hecho de que Nuestro Salvador desea que oremos, insistentemente.

   Dado que cuando San Lucas escribió su Evangelio aún era muy reciente para los cristianos el recuerdo amargo de la persecución de Nerón contra los seguidores de Jesús, el juez de la parábola que estamos considerando, de alguna manera, podía representar los poderes del mundo, que se oponían al cumplimiento de la voluntad de Dios, y, la viuda, podía representar a los hijos de la Iglesia, padeciendo graves dificultades. Así como la viuda presionaba al juez para que le hiciera justicia, los cristianos, siendo víctimas de incomprensiones y persecuciones, clamaban a Dios por el fin de sus dificultades, y la plena instauración del Reino divino, en la tierra.

   3-3. Oremos con insistencia (LC. 18, 6-8A).

   Si el juez que ignoraba el cumplimiento de la voluntad de Dios y no trataba benignamente a los hombres le hizo justicia a la viuda que no dejaba de molestarlo, ¿cómo no les hará Dios justicia a aquellos de sus hijos que sufren por cualquier causa, si los ama infinitamente?

   El hecho de que Dios les hará justicia a sus hijos pronto (LC. 18, 8A), no debe interpretarse literalmente, pues se refiere a que, cuando menos lo esperemos, el Señor concluirá la plena instauración de su Reino entre nosotros, y nos concederá lo que le pidamos. Mientras ello sucede, crezcamos espiritualmente, orando día y noche, sin desfallecer. Animémonos pensando que dios nos socorrerá pronto, pues, el tiempo que tarde en venir a nuestro encuentro, nos servirá para fortalecer la fe, que nos ha concedido. Recordemos que, aunque el Reino mesiánico está entre nosotros (LC. 17, 21), aún no se ha llevado a cabo el designio de Nuestro Padre común plenamente, y por ello oraremos sin dejarnos vencer por el cansancio, porque, el Dios que no miente, partiendo de nuestras circunstancias vitales, nos ha concedido, la vida eterna (TT. 1, 2).

   3-4. ¿Qué tipo de fe quiere infundirnos el Señor por medio del Espíritu Santo? (LC. 18, 8B).

   En los Evangelios se recogen dos frases de Jesús conmovedoras, si tenemos en cuenta, el amor y la ilusión con que Nuestro Redentor, llevó a cabo, la obra salvadora, de la humanidad, y, sus sufrimientos. La primera de tales frases es la que estamos considerando en el presente apartado de este trabajo, y, la segunda (MT. 27, 46), es la manifestación de la mayor angustia del Señor crucificado, preguntándole a Nuestro Padre común, por qué lo había desamparado. Jesús no oró como quienes piden dones para los que sufren ignorando el padecimiento de la humanidad, sino como los más necesitados de dádivas espirituales, y, materiales.

   No nos preocupemos pensando cuándo nos concederá Dios lo que le pidamos, porque daremos por cierto que ello sucederá, en el sentido de que hará lo que más nos beneficie, aunque nos cueste aceptarlo en un principio, sino por tener una fe capaz de vencer dificultades, y permanecer orando sin ceder al cansancio, mientras acontece la Parusía, de Nuestro Redentor.

   3-5. El silencio de Dios.

   La parábola que hemos considerado concluyó felizmente, porque el juez malvado, terminó haciéndole justicia a la viuda, pero, muchas veces, cuando somos afectados por lo que erróneamente llamamos adversidad, nuestras experiencias, no concluyen, de la misma manera, así pues, cuando estamos enfermos, fallece uno de nuestros familiares, pasamos meses y años buscando trabajo y no lo encontramos, y en otras situaciones difíciles, le pedimos ayuda a dios, y Él da la impresión, de permanecer silente. Si en tales ocasiones le pidiéramos a Nuestro Padre común que nos concediera caprichos insignificantes, comprenderíamos su silencio, pensando que no está obligado a concedernos dones sin importancia, pero, dado que lo que necesitamos nos es urgente, nos cuesta comprender, por qué no se nos manifiesta, socorriéndonos.

   Los predicadores tenemos ciertas razones que justifican el silencio de Dios, pero debemos ser prudentes, a la hora de utilizarlas, porque, a modo de ejemplos, ¿cómo se le puede explicar a un enfermo mortal, que Dios no lo socorre, porque se le acaba el tiempo que le ha concedido, para que crezca espiritualmente? ¿Cómo se le puede hacer creer a una madre desesperada porque su hijo pequeño está a punto de morir, que dios no se lo sana milagrosamente, porque, el tiempo de Yahveh, no está relacionado con el nuestro? ¿Cómo se le puede decir a dicha señora que su hijo está a punto de ser engendrado a la vida de la gracia, cuando, lo que más desea, es jugar con él, y abrazarlo?

   Las razones por las que dios no nos concede lo que le pedimos no son ficticias, pero debemos cuidarnos de no utilizarlas, para hacerles daño, a quienes necesitan obtener respuestas urgentes, que, aunque se les den, no las pueden vislumbrar, por causa de su estado de desesperación, y la debilidad de su fe divina.

   Afirmar que no sabemos pedirle a Dios lo que más conviene a nuestro crecimiento espiritual (ROM. 8, 26), es una manera de justificar, el silencio, de Nuestro Padre celestial. Ello significa que podemos ceder a la tentación de pedirle lo que jamás nos concederá, porque nos alejará de su presencia, y nos impedirá relacionarnos correctamente, con nuestros prójimos los hombres.

   Decimos que Dios escribe derecho con líneas torcidas, cuando no nos concede lo que le pedimos, y encamina nuestra vida por sendas insospechadas, para concedernos, dones indispensables, que nos hacen experimentar una felicidad, que jamás habíamos conocido.

   Decir que dios no tiene por qué cumplir nuestros deseos, ya que solo ha jurado cumplir la promesa de redimirnos y conducirnos a su presencia, aunque es verdad cuando deseamos cosas sin importancia, ofende a Nuestro Padre común, y logra que, quienes tienen una fe poco formada, en ciertas circunstancias, dejen de relacionarse con Él.

   Decirles a quienes sufren mucho que dios pone a prueba su paciencia antes de concederles lo que más añoran, es algo sumamente desagradable. Dado que somos especialistas en causarnos problemas a nuestros prójimos y a nosotros, y la ciencia nos ha demostrado que Nuestro Santo Padre no nos manda las enfermedades que padecemos como lo hemos creído desgraciadamente durante muchos siglos, no debemos juzgar a Nuestro Padre común, acusándolo de someternos a duras pruebas, en condiciones que no nos ha impuesto, y utilizará cuando lo crea conveniente, para manifestársenos, y hacer que, nuestras circunstancias difíciles, merezcan la pena, ser vividas.

   Cuando Dios guarda silencio, nos toca a los cristianos, iluminar el mundo, con la luz que se nos ha dado. Quizás pensamos que no sabemos por qué no extermina Dios el hambre del mundo, pero la miseria es menos dolorosa, cuando los que la padecen se unen, y comparten sus escasas posesiones. Probablemente ignoramos por qué Dios no extermina el sufrimiento de los enfermos, pero el padecimiento y la muerte nos enseñan a valorar a nuestros familiares y amigos. En ciertas circunstancias queremos que dios haga, lo que nos atañe. A modo de ejemplo, oramos por la extinción de la pobreza, y corremos el riesgo de ser tacaños, para no socorrer debidamente, a quienes tienen carencias materiales.

   Al investigar las razones por las que dios no actúa en ciertas circunstancias dramáticas en que le pedimos que se nos manifieste, podemos perder mucho tiempo examinando lo que pueden ser elucubraciones apologéticas, sin aclarar nuestras dudas de fe, pero, aunque ignoramos por qué Nuestro Padre común no actúa como lo haríamos nosotros en situaciones extremadamente dolorosas, ¿sabemos por qué no nos movilizamos para exterminar el padecimiento existente en el mundo, en conformidad con nuestras escasas y, al mismo tiempo, benditas posibilidades?

   el Dios omnipotente a quien le pedimos que nos consuele cuando sufrimos, se nos muestra en la biblia, más que como médico que cura las heridas del alma, como hermano en el padecimiento, y así le saca partido a nuestras situaciones dolorosas, para inducirnos a que la vivencia de las mismas nos haga crecer, al nivel espiritual.

   3-6. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.

   3-7. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.

   4. Apliquemos la Palabra de dios expuesta en LC. 18, 1-8 a nuestra vida.

   Respondemos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.

   3-1.

   1. ¿Nos sería útil el hecho de recurrir a la oración si no creyéramos en Dios?
   2. ¿Meditamos al orar?
   3. ¿Por qué se nos insta a que oremos, aunque nuestra falta de fe, nos haga comprender, que, en el caso de que Dios exista, no escucha nuestras oraciones?
   4. ¿Por qué es probable que cuanto más tiempo pasemos orando sintamos un mayor deseo de relacionarnos con Dios?
   5. ¿Cuándo conseguiremos ver los acontecimientos que vivimos desde la óptica de Nuestro Padre común?
   6. ¿Cómo podremos convertir en oraciones nuestros pensamientos, palabras, gestos y obras?
   7. ¿Por qué no nos conviene utilizar la oración para olvidarnos de las causas por las que sufrimos, sin intentar solventar nuestros problemas, o sobrevivir a los mismos, si no podemos solucionarlos?
   8. ¿Qué nos sucederá si nuestras oraciones no se convierten en vías de crecimiento espiritual?
   9. ¿Qué nos sucederá si reducimos nuestras oraciones a pensar en las dificultades que tenemos cansinamente y a pedirle dones a Dios constantemente?
   10. ¿Qué nos sucederá si elevamos al cielo al mismo tiempo oraciones de petición y acción de gracias?
   11. ¿Cómo podemos sentir la presencia de dios en nuestra vida?
   12. ¿Cómo podemos sentir que somos objeto del amor divino?
   13. ¿En qué sentido son nuestras oraciones multitud de ocasiones de amar a dios, y de sentirnos amados, por el Padre, el Hijo, y, el Espíritu Santo?
   14. ¿Cómo podemos aprender a orar?
   15. ¿Cómo podemos utilizar la biblia para que el texto contenido en la misma nos haga sentir el deseo de orar?
   16. ¿Cómo podemos orar partiendo de nuestras circunstancias vitales?
   17. ¿Cómo podemos orar contemplando la naturaleza?
   18. ¿Qué es orar?
   19. ¿Por qué podemos orar mostrándonos ante Dios tal cuales somos?
   20. ¿Cómo podemos dejar de pedirle infinidad de cosas a dios cuando oramos, para escuchar lo que tiene que decirnos?
   21. ¿Intentamos orar buscando versículos bíblicos al azar?
   22. ¿Por qué buscaremos a dios con las manos vacías?
   23. ¿Por qué oramos, si nuestras circunstancias vitales adversas, no cambian?

   3-2.

   24. ¿Comparó Jesús a Nuestro Padre celestial con el juez que protagoniza la parábola que estamos considerando?
   25. ¿Por qué no son perfectos todos los elementos utilizados en ciertas parábolas de Jesús?
   26. ¿Qué nos recuerdan los textos de LC. 18, 2-5, y 11, 5-8?
   27. ¿A quiénes representaba el juez injusto cuando San Lucas escribió su Evangelio?
   28. ¿A quiénes representaba en aquel tiempo la viuda?

   3-3.

   29. Si el juez malvado le hizo justicia a la viuda que no dejaba de molestarlo, ¿cómo no les hará Dios justicia a aquellos de sus hijos que sufren por cualquier causa, si los ama infinitamente?
   30. ¿Cómo interpretaremos el hecho de que dios les hará justicia a sus elegidos pronto?
   31. ¿Cómo podremos crecer espiritualmente, orando día y noche, sin desfallecer?
   32. ¿Para qué nos servirá el tiempo que dios tarde en venir a nuestro encuentro?
   33. ¿En qué sentido está el Reino de dios entre nosotros, según LC. 17, 21?
   34. ¿Por qué oraremos sin dejarnos vencer por el cansancio?
   35. ¿En qué sentido nos ha concedido Dios la vida eterna partiendo de nuestras circunstancias vitales?

   3-4.

   36. ¿Por qué son conmovedores los textos de LC. 18, 8B, y MT. 27, 46?
   37. ¿Por qué oró Jesús como lo hacen quienes han experimentado los efectos de la miseria?
   38. ¿Por qué no merece la pena preocuparnos pensando cuándo nos concederá Dios lo que le pedimos cuando oramos?
   39. ¿Por qué nos ocupamos en tener una fe capaz de vencer dificultades y orar perseverantemente hasta que acontezca la Parusía del Señor?

   3-5.

   40. ¿Por qué concluyó la parábola lucana que hemos considerado felizmente?
   41. ¿Por qué nos da dios la impresión de permanecer silente cuando más necesitamos su ayuda divina?
   42. ¿Por qué nos es difícil comprender las causas por las que no se nos manifiesta dios socorriéndonos cuando más lo necesitamos?
   43. ¿Por qué conviene que nos cuidemos al recurrir a las razones que justifican el silencio de dios cuando sufrimos para no herir a quienes viven situaciones difíciles?
   44. ¿Por qué en ciertas circunstancias no pueden vislumbrar la luz de Dios quienes necesitan respuestas que resuelvan sus dudas de fe?
   45. ¿Cuándo podemos decir que no sabemos pedirle a Dios lo que más conviene a nuestro crecimiento espiritual?
   46. ¿Cuándo decimos que dios escribe derecho con líneas torcidas?
   47. ¿Cuándo no nos equivocamos al afirmar que dios no tiene por qué cumplir nuestros deseos, ya que solo ha jurado cumplir la promesa de redimirnos y conducirnos a su presencia?
   48. ¿Es verdad que Dios nos manda el sufrimiento para poner a prueba la fortaleza de la paciencia que nos ha concedido el Espíritu Santo? ¿Por qué?
   49. ¿Por qué nos toca a los cristianos iluminar el mundo con la luz que se nos ha dado, cuando Dios guarda silencio?
   50. ¿Por qué no extermina Dios el hambre del mundo?
   51. ¿Por qué se reduce la miseria, cuando quienes la padecen se unen, y comparten sus escasas posesiones?
   52. ¿Por qué no extermina Dios el padecimiento de los enfermos?
   53. ¿Por qué el padecimiento y la muerte nos enseñan a valorar a nuestros familiares y amigos?
   54. ¿Oramos para que dios acabe con la pobreza, y nos negamos a socorrer a los carentes de dinero y bienes materiales?
   55. ¿Por qué se nos muestra Dios en la Biblia como el más indefenso de los hombres de todos los tiempos?

   5. Lectura relacionada.

   Leamos 1 JN. 5, 14-15. Meditemos el citado texto joánico pausadamente, ya que contiene un mensaje muy importante, para los seguidores de Jesús.

   6. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 18, 1-8.

   Comprometámonos a buscar el tiempo que necesitamos para orar. Disfrutemos nuestros encuentros de oración y meditación con Dios.

   Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.

   7. Oración personal.

   Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.

   Ejemplo de oración personal:

   Señor Jesús:

   Hoy te pido fe para aprender a orar, perseverancia para seguirte, y amor para hacer el bien, en favor de los necesitados de dádivas materiales, y espirituales.

   8. Oración final.

   Leamos y meditemos el Salmo 45, y alabemos a Dios, por la grandeza del amor, que nos manifiesta, constantemente.

   José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en

joseportilloperez@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja aquí tus peticiones, sugerencias y críticas constructivas