Meditación.
¿Es cierto que Dios les hará justicia a sus elegidos?
Vivimos en una sociedad en que las noticias desagradables se dan en cualquier momento, y tienen una gran difusión, gracias a la atención que les prestamos a los medios de comunicación, que las dan a conocer. La desconfianza se ha instalado en nuestros corazones hasta llegar a alcanzar el límite de entorpecer las relaciones que mantenemos, en algunos casos, hasta con quienes viven bajo nuestro techo. Muchos temen ser víctimas de un atentado terrorista en el momento menos esperado, y es difícil contar un año sin que estalle alguna guerra que haga sufrir a los habitantes de algún país empobrecido,, aunque la misma no llegue a nuestro conocimiento.
A los cristianos siempre se nos ha dicho que hemos sido escogidos por Dios para ser salvos, y que, por ser los elegidos de Nuestro Padre común, Él nos hará justicia al final de los tiempos, cuando concluya la plena instauración de su Reino entre nosotros. ¿Debemos creer la citada promesa de Dios, o debemos reducir la misma al campo de lo que para los no creyentes es el subjetivismo de las religiones? Es importante que respondamos esta pregunta coherentemente porque, al recordar tanto algunas de nuestras experiencias dolorosas como el desenlace de la vida de los Mártires, podemos tener la impresión de que Nuestro Padre común nos ha desamparado.
¿Es razonable creer que Dios cumplirá la promesa de conducirnos a su presencia, para que vivamos en un mundo que no esté marcado por las dificultades que empañan nuestra vida actual? San Pablo nos instruye en TT. 1, 2.
Antes de crear el mundo, y, por tanto, antes de que los hombres decidiéramos prescindir de Nuestro Padre común a la hora de intentar alcanzar la plenitud de la dicha, Nuestro Creador, siendo consciente de que por nuestro medio no podríamos alcanzar el citado propósito, tomó la decisión de conducirnos a vivir en su presencia. Según las palabras de San Pablo que hemos recordado, Dios no miente, pero ello no significa que no tarde en cumplir sus promesas el tiempo que crea oportuno, en atención a nuestra santificación. Esto nos lo demuestra San Pedro en el siguiente texto: 2 PE. 3, 8-9.
Dado que el tiempo de nuestra vida es limitado, a veces nos dejamos arrastrar por la impaciencia que nos caracteriza, ora por nuestra forma de ser, ora por la desesperación que nos producen las situaciones que vivimos. Dado que Dios nunca morirá, Nuestro Santo Padre dispone del tiempo que necesita para santificarnos, para que así podamos vivir en su presencia como sus hijos amados. Dios tarda tiempo en cumplir sus promesas por nuestra causa, porque necesitamos esta espera para ser purificados de nuestros pecados, y, tenemos que aprender a superar la amargura de las experiencias dolorosas que vivimos, por consiguiente, no digamos nunca que no podemos soportar ninguna situación trágica que padezcamos, porque San Pablo nos dice lo expuesto en 1 COR. 10, 13.
Existen denominaciones cristianas que paralizan la vida de sus adeptos, los cuales sólo se preocupan por leer la Biblia y asistir a sus reuniones, mientras esperan la llegada del fin del mundo. Por nuestra parte, los católicos, aunque esperamos que Dios cumpla sus promesas, creemos que la salvación ha de ser experimentada ya en este mundo, en que tenemos la oportunidad de que la gracia divina nos vivifique.
-Podemos experimentar la salvación esperando el cumplimiento de las promesas de Nuestro Padre común, pues las mismas son la razón que nos ayuda a soportar nuestras dificultades actuales.
-Podemos experimentar la salvación a nivel mental y espiritual. No podemos permitir que los recuerdos de las experiencias dolorosas que hemos vivido paralicen nuestra vida, impidiéndonos avanzar en cualquier campo de la misma en que nos desenvolvamos.
-Necesitamos experimentar la salvación en nuestro ambiente familiar. Esto es posible si somos muy optimistas y vivimos bajo la inspiración del ejemplo de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. Unámonos a nuestros familiares en la alegría y en la adversidad, para que aprendamos a valorar la dicha de no vivir aislados.
-Necesitamos experimentar la salvación mediante la formación que podamos adquirir y el trabajo que realicemos a lo largo de nuestra vida. La formación y el trabajo, desde la óptica de la fe que profesamos, son vías de santificación que nos ayudan a madurar y a valorar todo lo que conseguimos a lo largo de los años que se prolonga nuestra existencia.
-Necesitamos experimentar la salvación en nuestro círculo de relaciones sociales. No todos nuestros conocidos son cristianos practicantes, pero, de la misma manera que ellos nos enseñan muchas cosas, podremos evangelizar a algunos de los tales si lo desean.
-Necesitamos experimentar la salvación mediante el ejercicio de los dones y virtudes con que nos ha dotado el Espíritu Santo. Recordemos que las palabras puede llevárselas el viento, pero las obras perduran para siempre.
-Necesitamos experimentar la salvación por medio de la oración, según deducimos esto, cuando leemos, IS. 62, 6-7.
De la misma manera que necesitamos alimentarnos para vivir, precisamos orar para no perder la fe. La oración es una conversación que mantenemos con Dios. Esa conversación tiene que ser sincera porque nadie nos ama como lo hace Nuestro Padre común, y sencilla, porque podemos dirigirnos a Nuestro Criador con confianza. El libro de los Salmos consta de ciento cincuenta modelos para aprender a orar. Aprovechémonos de esas oraciones para hablar con Dios en la alegría y la tristeza, pues las mismas nos ayudarán a ello. Recordemos que Nuestro Señor oraba utilizando el libro de los Salmos. Leyendo dichas oraciones pausadamente, podremos recordar los estados de alegría, tristeza y ansiedad que han caracterizado nuestra vida, y nos encontraremos con profecías relacionadas con la vida de Jesús, las cuales podemos constatar que tuvieron su acabado cumplimiento, en los relatos evangélicos.
No leamos los Salmos como si fuesen una novela, así pues, meditemos cada uno de los versículos de dichas oraciones como lo que son, palabras inspiradas por dios, destinadas a consolar a sus elegidos.
La Liturgia de las horas también es una gran colección de meditaciones, textos bíblicos y oraciones, que tienen la finalidad de elevar nuestro espíritu al cielo. Si tenemos la tentación de creer que la Liturgia de las horas nos resulta repetitiva, pensemos que es necesario que ello suceda, porque quizá nuestro conocimiento de Dios sigue siendo insuficiente, y dicha Liturgia tiene la misión de recordarnos las verdades esenciales que creemos, por lo que, la llamada "oración de la Iglesia", es altamente recomendable, para quienes desean ser santificados.
joseportilloperez@gmail.com
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