Introduce el texto que quieres buscar.

Meditemos la Palabra de Dios antes de iniciar la gran obra de nuestra vida. (Meditación del Evangelio del Domingo XVI del Tiempo Ordinario del Ciclo B).

   Meditación.

   Meditemos la Palabra de Dios antes de iniciar la gran obra de nuestra vida.

   Meditación de MC. 6, 30-34.

   Introducción.

   Estimados hermanos y amigos:

   Durante los Domingos del presente Ciclo B de la Liturgia de la Iglesia, estamos considerando el Evangelio de San Marcos, una obra en que se destacan, tanto los éxitos, como los fracasos que caracterizaron, el Ministerio público de Jesús. Sin duda alguna, merece la pena detenernos unos minutos para recordar, cómo Jesús, a pesar del rechazo que sufrió, siguió cumpliendo la voluntad de Nuestro Santo Padre de redimirnos por medio de su Pasión, su muerte y su Resurrección, pues ello nos sirve de estímulo, ya que muchos nos desanimamos, apenas percibimos una simple dificultad, en nuestra vida.

   (MC. 1, 12-13). San Marcos nos dice que, cuando Jesús fue bautizado, el Espíritu Santo lo impulsó a pasar cuarenta días en el desierto, para disponerlo a afrontar y confrontar, el sufrimiento que caracterizó su Ministerio público, y las horas que antecedieron a su muerte. Recordemos que Jesús se hizo semejante a nosotros en todos los aspectos de la vida, exceptuando la comisión de pecados, porque la Ley de dios tiene que cumplirse cabalmente, y en la misma se nos informa de que, nadie ni nada que le pertenezca a Nuestro Santo Padre plenamente, puede estar marcado por las manchas de la impureza.

   Si Jesús evitó las ocasiones de pecar para poder pertenecerle plenamente a Nuestro Santo Padre, no se aprovechó de su Divinidad para beneficiarse a Sí mismo, aunque sí lo hizo, con todos los beneficiarios de los prodigios que realizó. Jesús no solo fue tentado en el desierto, pues también lo fue de una manera que quizás no podemos vislumbrar, cuando no solo fue rechazado por muchos de sus hermanos de raza, pues también fue despreciado por algunos de sus familiares, cuando fracasaban sus intentos de predicar el Evangelio y de hacer el bien, y cuando le entregó su espíritu a Nuestro Santo Padre en la cruz.

   El Espíritu Santo impulsó a Jesús a irse al desierto. Muchas veces nos empeñamos en no pensar en las dificultades que caracterizan nuestra vida porque las tales nos agobian, pues, en vez de buscar la forma de resolverlas, y de esperar que llegue el tiempo oportuno para lograr tan sano propósito, perdemos el tiempo pensando en las mismas, de tal forma, que acabamos sufriendo por sufrir.

   Las tentaciones de Jesús de que nos habla San Marcos en su Evangelio, se prolongaron durante cuarenta días. Este hecho me hace pensar que no debemos impacientarnos contemplando los problemas que tenemos, porque, o se resolverán cuando menos lo esperemos, o Dios nos dará la forma de sobrellevarlos durante muchos años, si estima que ello nos ayudará a ser purificados y santificados. Aunque no poseemos la comprensión de las razones que mueven a Dios a actuar de un modo incomprensible para nosotros, tenemos la plena seguridad de que no nos hace daño porque le gusta vernos padecer, pues consiente nuestros sufrimientos, porque sabe que podemos extraer importantes lecciones de los mismos, y, por ello, son imprescindibles, para que podamos crecer, a nivel espiritual.

   Jesús fue tentado por Satanás el Diablo en el desierto, y también estuvo rodeado por animales salvajes, pero, en medio de tan desesperada situación, los ángeles lo sirvieron. Dios nunca permitirá que afrontemos problemas que no pueden ser soportados por nosotros (1 COR. 10, 13), y, si nos permite sobrevivir a dificultades excepcionales, porque sabe que las vamos a superar exitosamente, también nos enviará auxilios excepcionales para lograr tan magno propósito, tal como hizo con Jesús, en el desierto de Judea, enviándole ángeles que lo sirvieron. .

   A pesar de las incomprensiones que caracterizaron el Ministerio público de Nuestro Salvador, fueron muchos los que le oyeron decir, con voz alta y clara, las siguientes palabras, que encontramos en MC. 1, 15.

   ¿Cómo podían creer los oyentes de Jesús que eran muy pobres o estaban enfermos que el Reino de Dios se acercaba a ellos, si su situación vital a veces era extremadamente difícil? Quizá nos imaginamos que el Reino de dios no puede ser diferente al falso concepto de felicidad que muchos han adoptado. Si consideramos que la felicidad consiste en alcanzar muchos dones espirituales y una gran riqueza material, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que, la felicidad plena, en esta tierra, es inalcanzable para todos los habitantes del orbe, independientemente de que seamos pobres o ricos, y de que estemos sanos o enfermos.

   Llegará el día en que nuestra tierra será el Reino de Dios, y, tal como se nos ha inculcado desde que somos cristianos esta idea, no existirá el padecimiento, pero, tanto en el futuro que añoramos, como en el presente lleno de dificultades que vivimos, el Reino de Dios, no es un mundo en que existe la plenitud de la felicidad, sino una Persona que, cuando nos entrega su vida, y correspondemos su amor sin tacañería, hace de nuestra tierra un paraíso, en que, algún día, nos hará experimentar la plenitud de la felicidad, no tal como pensamos que debe ser según nuestro concepto de habitantes de un mundo materialista y sin Dios, sino como la concibe, el Dios que es el Todo que todos necesitamos.

   Para ser miembros del Reino de Dios, además de creer en la realidad del cumplimiento del designio divino sobre nosotros, debemos estar dispuestos a vivir el proceso de la conversión al Dios Uno y Trino. Nos es necesario adaptarnos al cumplimiento de la voluntad de Nuestro Santo Padre, pero ello no sucede porque Él es egoísta y desea manipularnos, sino porque quiere enseñarnos a amarnos con el amor que nos acoge en su presencia, por más que ello parece una utopía inconcebible, si tenemos en cuenta las situaciones de marginación y desprecio, que caracterizan a mucha gente.

   La conversión no puede realizarse plenamente en nuestra vida, si no somos humildes como para reconocernos débiles y expuestos a caer en el pecado. La reparación de nuestros pecados, no por miedo a la condenación eterna, sino para corregir el mal que hemos hecho, porque ello es parte de lo que quiere Nuestro Santo Padre que hagamos, no puede realizarse perfectamente, si no creemos en el Evangelio.

   En el capítulo primero del Evangelio de San Marcos, se sintetiza perfectamente la labor realizada por Nuestro Señor, tanto de evangelizarnos, como de redimirnos. Jesús aparece en el citado texto predicando el Evangelio con una sabiduría sorprendente (MC. 1, 21-22), expulsando demonios, -lo cual puede interpretarse como el enfrentamiento del Señor con las fuerzas del mal hasta conseguir derrotarlas- (MC. 1, 23-27. 32-34), y también aparece curando enfermos (MC. 1, 32-34), y se involucró tanto en la realización de su obra, que acabó ocupando el lugar de un leproso (MC. 1, 40-45). Como sabemos, los leprosos eran considerados malditos por Dios, y tenían que vivir aislados, por razones que, aunque eran higiénicas, también eran inhumanas.

   Al leer los cuatro Evangelios, nos percatamos de que Jesús llevó a cabo su obra sin intentar adaptarse a los líderes de las diferentes facciones en que se dividió el Judaísmo con el paso de los siglos, lo cual hizo que tuviera muchos enemigos. San Marcos nos cuenta que, utilizando el pretexto de la curación de un hombre que tenía una mano seca, los fariseos y herodianos, a pesar de que estaban enemistados, tomaron la resolución de unirse, para acabar con la vida del Hijo de María (MC. 3, 1-6).

   Dado que, a pesar del acoso que Jesús sufría por parte de los fariseos, no cesaba de realizar su obra salvadora, algunos de su clan intentaron hacer que sus seguidores lo estimaran falto de juicio. No sabemos si ellos actuaron de tal manera previendo que la vida de Nuestro Salvador corría peligro, o si actuaron indignados, porque Jesús, en vez de buscar seguidores entre sus familiares, los buscó entre extraños. Los intérpretes de la Ley religiosa, por su parte, se aprovecharon de aquella situación tan difícil para Jesús, para afirmar que el Mesías estaba endemoniado, para buscar el apoyo de sus seguidores, con tal que Jesús fuera lapidado (MC. 3, 20-35).

   Hay un pasaje en el Evangelio de San Marcos que no consideramos durante los Domingos del presente ciclo litúrgico, que es impresionante. En la región de Gerasa, un personaje agresivo, que rompía las cadenas con que era atado, le salió al paso al Mesías, y Jesús lo liberó de su mal, e hizo de él un evangelizador que produjo frutos admirables entre quienes, teniendo la oportunidad de mantener su status social cuidando cerdos, y la posibilidad de gozarse de que su convecino se integró a la sociedad, hubieran preferido no ver morir a los citados animales, porque les importaba más el dinero que ganaban, que la vida de aquel hombre a quien tanto habían maltratado. Lo sorprendente de dicha historia, no es que sucedió hace veinte siglos, sino que se ha repetido muchas veces desde aquel tiempo hasta nuestros días, y aún habrá gente que se interese más por los bienes efímeros que por el bienestar de quienes sean muy pobres, o estén gravemente enfermos (MC. 5, 1-20).

   Jesús les dijo a quienes comisionó para que predicaran en los lugares en que iba a pasar, cuando pronunció su discurso misionero, las palabras que leemos en: MT. 10, 23.

   Jesús les recomendó a sus seguidores que rehuyeran a las persecuciones cuando los envió a predicar sin su ayuda, porque aún estaban iniciándose en la evangelización, y no quería hacerles muy difícil la misión que realizaron, porque era la primera que llevaron a cabo, sin que el Mesías los acompañara. La Historia es testigo de cómo los Apóstoles no rehuyeron al Martirio, y de cómo San Juan, aunque no fue asesinado, fue desterrado a Patmos, donde convivió con cristianos maltratados, de los cuales, muchos fueron asesinados.

   Los Apóstoles se dejaron maltratar, siguiendo el ejemplo de Jesús, pues, aunque el Señor fue rechazado por muchos de sus familiares, hubo un día en que fue a Nazaret a anunciarles el Evangelio (MC. 6. 1-6A. LC. 4, 16-30), y volvió a ser rechazado por quienes amaba, muchos de los cuales intentaron asesinarlo, aunque se les escapó de las manos, porque, según nos dice San Lucas, no había llegado la hora de su muerte, y de su posterior Resurrección y glorificación.

   ¿Se desanimó Jesús cuando se convenció de que sus familiares y vecinos no serían sus seguidores, y abandonó su actividad evangelizadora? San Marcos nos dice que el Señor buscó seguidores que compartieran su pensamiento (MC. 6, 7-13), y siguió cumpliendo su misión, tal como lo hizo, desde que superó las tentaciones del desierto, heroicamente.

   Hay situaciones en que debemos superar dificultades antes de superar problemas que teníamos antes de percatarnos de que existían más motivos por los que preocuparnos. A veces recibo cartas de gente que sufre mucho, en que me preguntan:

   ¿Cómo es posible que se nos complique la vida tanto?

   ¿Tan difícil es tener un poco de felicidad?

   ¿Tenemos que estar toda la vida sufriendo?

   Si recordamos que mucha gente tiene un concepto erróneo de la felicidad, -un concepto que no solo es erróneo para quienes somos cristianos, pues también lo es para quienes, aunque no creen en Dios, se han dado cuenta de que la felicidad perfecta no existe en esta tierra-, nos percatamos de lo que le dije a uno de mis clientes que se me acercó un día cuando vendía el cupón de la ONCE, y me dijo que se sentía totalmente fracasado. Cuando el buen hombre me dejó hablar, le dije que, de la misma manera que no podemos ser plenamente felices, tampoco podemos ser totalmente desdichados. Mi cliente se quedó pensando unos instantes, me agradeció aquella frase espontánea, y más nunca lo vi tan triste como aquel día.

   Jesús superó el rechazo de los suyos redoblando su actividad, y organizando a los voluntarios que lo acompañaban, para que produjeran más frutos, pero su felicidad fue muy corta, pues todos sufrieron un enorme dolor, aunque lo hicieron de una forma muy especial, quienes fueron discípulos de San Juan el Bautista (MC. 6, 14-29), a quien Herodes encarceló para darle gusto a su esposa Herodías, y le mandó amputar la cabeza, para no quedar mal, incumpliendo la promesa que le hizo a su sobrina Salomé, de concederle lo que le pidiera, por haber bailado, el día de su cumpleaños, ante él, y sus invitados.

   Al meditar el Evangelio de hoy (MC. 6, 30-34), si tenemos en cuenta que Jesús, que era un evangelizador infatigable, organizó un retiro espiritual para estar con sus discípulos a solas, ello probablemente sucedió, porque, tanto Él como sus amigos, estaban terriblemente afectados, por causa de la muerte de San Juan el Bautista. A lo largo de los años que he predicado la Palabra de Dios en Internet, me he encontrado con cristianos que han empezado a predicar el Evangelio más o menos formados para ello, que, a fuerza de ser víctimas de contrariedades, han desistido de realizar el trabajo que iniciaron con tanta ilusión. Yo mismo, que en la actualidad no puedo contar los millones de lectores que tengo, cuando empecé a predicar en Internet, y en seis meses solo encontré un lector, me planteé seriamente la posibilidad de desistir, una posibilidad que gracias a Dios deseché. Imaginaos a alguien que trabaja unas 16 horas al día para serle rentable a la empresa en que le han contratado, que escribe un texto semanal a altas horas de la madrugada, y que tarda cinco meses en recibir un primer comentario de un lector. Gracias a Dios que superé el desánimo que me invadió.

   1. Pensemos sobre cómo realizamos nuestro trabajo en la viña del Señor.

   San Pedro les escribió unas palabras a los dirigentes cristianos lectores de su primera carta, que son aplicables, por los religiosos y laicos, que trabajamos en la viña del Señor (1 PE. 5, 1-3). Tal como podemos constatar en los Evangelios, no todos los discípulos de Jesús, tenían la pretensión de servir a los hombres, sin esperar ganancia alguna, a cambio del ofrecimiento de sus servicios (MC. 9, 33-37; 10, 35-45).

   Jesús no desea que sus predicadores empiecen a anunciar el Evangelio sin ser conscientes de lo problemático que ello puede ser. Por eso, a quienes desean saber cuál será su ganancia por trabajar en la viña del Señor, les dice claramente, las palabras que encontramos en MC. 10, 29-30.

   ¿Cómo se sintieron los seguidores de Jesús que pretendían ser engrandecidos por medio de la predicación en términos humanos, cuando supieron que San Juan el Bautista falleció, por serle fiel a Dios?

   ¿Merece la pena ser apóstol o discípulo de Jesús en situaciones desesperadas en que se puede perder la vida?

   ¿Cómo es posible que Dios desampare a quienes más lo aman?

   (MC. 6, 30). ¿Qué hacemos y enseñamos en la viña del Señor?

   ¿Saben quienes nos conocen que todos nuestros actos están inspirados en la fe que profesamos?

   (LC. 10, 17-20). Cuando Jesús les dijo a sus discípulos que nada les dañaría, se refirió al hecho de que nadie detendría la difusión del Cristianismo plenamente jamás. Tales creyentes, no debían entender que, por predicar el Evangelio, iban a ser privados de sufrir, de la misma manera que no debían gloriarse de sus logros, porque los mismos no eran obra de ellos, sino del Espíritu Santo. Los predicadores podemos ser felices porque Dios nos ama, pero no debemos presumir de los éxitos que alcanzamos, porque no cosechamos el fruto de nuestra siembra.

   2. ¿Cómo percibimos las enseñanzas de Jesús?

   La relación de Jesús con sus evangelizadores, no es como la relación existente entre los profesores y sus alumnos. Mientras que los profesores dan clases sobre una determinada materia, Jesús es un Maestro que, para ser conocido plenamente por sus discípulos, tiene que convivir con ellos. La evangelización no es adoctrinamiento, sino dar a conocer a una Persona.

   Jesús no predicó exclusivamente pronunciando bellos discursos, pues también lo hizo ejemplificando todo lo que anunció, por medio de sus vivencias.

   Veamos cómo Jesús nos compromete a realizar la misión que nos encomienda, porque sabe que podemos llevarla a cabo.

   (LC. 9, 1-2; 10, 1-2). Tal como vimos al considerar brevemente LC. 10, 17-20, el Señor examinó la misión realizada por sus discípulos, con la doble intención de aumentar su disposición a servir a Nuestro Santo Padre, y de hacer más eficaces sus actividades. No nos conformemos trabajando mediocremente en la viña del Señor, si podemos ser más útiles, para colaborar en la plena instauración, del Reino de Dios en nuestra tierra.

   Jesús corregía a sus discípulos cuando no querían servir a Nuestro Santo Padre en los hombres gratuitamente, sino obteniendo beneficios, como si la evangelización fuera un trabajo humano, y no una comisión divina, y cuando cometían errores. Jesús corregía a sus amigos cuando estaba solo con ellos, con tal de que no se sintieran intimidados por la gente. Igualmente, si queremos corregir a alguien que trabaja en nuestras comunidades religiosas físicas o virtuales, hagámoslo cuando estemos solos con esa persona, y no ante quienes pueda sentirse ridiculizada, cuidándonos de no ser nosotros quienes erramos.

   (MC. 7, 17-23). Jesús corregía a sus discípulos públicamente, cuando lo que les decía no podía ser un motivo para que nadie pensara de ellos que eran malvados. A modo de ejemplo, cualquiera hubiera entendido que, en el siguiente extracto del Evangelio de San Marcos, el Maestro no hubiera sido molestado, por quienes querían que sus hijos fueran bendecidos por el Señor, considerando que el Mesías era superior a los tales, ya que los niños y las mujeres, eran vistos, por los israelitas, como esclavos (MC. 10, 13-16).

   Jesús ayuda a sus discípulos a discernir situaciones difíciles (MC. 9, 25-29).

   Recordemos cómo durante el tiempo de Cuaresma se nos insiste en que debemos valernos del ayuno para eliminar todo lo que hay en nuestro interior que nos aleja de Dios y de nuestros prójimos los hombres, de la práctica de la oración para no perder la fe, y de la caridad, para poner en práctica todo el conocimiento que el Señor nos inculca, por medio de su Palabra.

   ¿Por qué no constatamos que mucha gente se convierte al Evangelio de salvación por nuestro conducto?

   ¿Podemos hacer algo para mejorar nuestra actividad en la viña del Señor?

   ¿Es infructífera nuestra misión evangelizadora porque los actos que realizamos, al ser pecaminosos, desmienten los discursos que pronunciamos?

   Sirvámonos del ayuno, la oración y la caridad, para aprender a ser muy humildes, y para ser mejores trabajadores, en la viña del Señor.

   Cuando Jesús se percata de que nuestra actividad en la Iglesia se hace lenta y pesada, nos interpela para que recuperemos nuestro ritmo de trabajo (MC. 8, 14-21).

   Jesús quiere que sus mensajeros conozcan la realidad del ambiente en que se desenvuelven, y que actúen en conformidad con dicho conocimiento (MC. 8, 27-29. MT. 16, 1-4; 12, 38-42).

   Jesús reflexiona con nosotros sobre los sucesos que acaecen en este tiempo, por cuya visión es cuestionada la fe que profesamos (LC. 13, 1-5).

   Es fácil culpar a Dios por todo lo que nos sucede y no nos gusta, porque tenemos que creer que alguien es el responsable de todo lo que nos acontece que nos desagrada. No sigamos manteniendo la creencia de que los pobres y enfermos pagan el castigo merecido, ora por sus pecados, ora por la conducta licenciosa de sus antepasados. Todo lo que nos sucede debe ser aprovechado para que podamos ser purificados y santificados. No perdamos nuestro valioso tiempo pensando en culpas ni en culpables, porque no está en nuestras manos la posibilidad de moldear el mundo según los criterios que rigen nuestra mentalidad, y, dado que el sufrimiento aparece en nuestra vida a veces sin ser invocado, intentemos ser felices, y hagamos que tan apasionante reto, le dé sentido a nuestra existencia.

   Jesús nos prepara para afrontar situaciones difíciles, sin que perdamos la fe que nos caracteriza (MT. 10, 16-25; JN. 16, 33).

   Jesús nos recuerda a quienes trabajamos en la viña del Señor, las necesidades que caracterizan la vida de los pobres y enfermos, para que ayudemos a remediarlas, en conformidad con nuestras posibilidades que, aunque suelen ser escasas, el hecho de no poder solventar tales situaciones plenamente, no debe inducirnos a desanimarnos, y a desamparar a quienes tienen carencias (JN. 6, 5-6).

   Jesús no solo nos insta a que hagamos el bien, pues Él nos sirve de ejemplo a imitar (MT. 9, 35-38).

   Jesús nos pide que no hagamos de la evangelización una doctrina sectaria. Para el Hijo de María, es más trascendental la resolución de los problemas de los hombres, que las prescripciones legales (MC. 3, 1-6).

   Jesús predicó contra el cumplimiento de los deseos de venganza (LC. 9, 51-56). No intentemos adaptar a Jesús a la consecución de nuestros intereses como quisieron hacerlo los samaritanos que se negaron a hospedarlo cuando vieron que no lograrían su objetivo, ni pretendamos condenar a quienes no acepten nuestras creencias. El Evangelio se propone, no se impone.

   Aunque los discípulos de Jesús eran instruidos al mismo tiempo que el Mesías evangelizaba a sus oyentes, el Señor perfeccionaba la formación de sus colaboradores, estando a solas con ellos (MC. 4, 33-34. 9, 30-32).

   Jesús nos da ejemplo de cómo debemos escuchar a nuestros interlocutores, aunque se dé el caso de que el diálogo con ellos sea difícil de mantener (JN. 4, 3-42). No satanicemos a quienes no comparten nuestra manera de pensar, y busquemos la forma de compartir nuestro tiempo con ellos, tal como lo hizo Jesús con la samaritana de Sicar.

   Jesús es exigente con nosotros, pero, al mismo tiempo, nos ayuda a aceptarnos como somos, lo cual no significa que debemos renunciar a la posibilidad de perfeccionarnos (LC. 12, 32-34).

   Jesús es severo a la hora de corregir a los hipócritas (LC. 11, 37-54. MT. 23).

   Concluyamos esta meditación, comprometiéndonos a procurarnos el tiempo necesario para adquirir el conocimiento de la Palabra de Dios, y pidiéndole a Nuestro Santo Padre, que nos ayude a ser cristianos practicantes.

joseportilloperez@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja aquí tus peticiones, sugerencias y críticas constructivas