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Meditación para el Domingo XVI del Tiempo Ordinario del Ciclo B.

   Meditación.

   Introducción.

   Quizá podemos pensar que las recriminaciones que aparecen contra los pastores de almas en el extracto de la profecía de Jeremías sólo están dirigidas a los sacerdotes, ya que ellos son los pastores acreditados por la Iglesia para difundir la doctrina católica, pero, de alguna forma, todos los cristianos, además de tener el deber de conciencia de vivir en conformidad con los Mandamientos de la Ley de Dios, con el propósito de agradecerle a Nuestro Padre común el bien que nos ha hecho, no hemos de olvidar la responsabilidad que nos atañe a la hora de predicarles el Evangelio a nuestros prójimos los hombres, así pues, cuando proclamemos la Palabra de Dios, intentemos dar a conocer a Nuestro Padre común, teniendo cuidado de no querer aparentar que somos mejores cristianos de lo que somos en nuestra vida ordinaria.

   El Señor es nuestro buen Pastor que cuida de nosotros, nos fortalece en el tiempo en que somos atribulados, nos hace felices cuando aceptamos el hecho de vivir en su presencia, y, mientras aguardamos la segunda venida -o Parusía- de Jesús y la conclusión de la instauración del Reino mesiánico en el mundo, el Hijo de María nos sigue preparando la mesa para que celebremos la Eucaristía, al mismo tiempo que nos invita a que nos unamos a Él, el pan que se parte y se comparte para el pueblo de los redimidos.

   Si en el pasado Nuestro Padre común se les reveló a los judíos, desde que Jesús les envió el Espíritu Santo a sus Apóstoles, Nuestro Criador es Padre de toda la humanidad.

   A pesar de que vivimos sumidos en muchas actividades o encerrados en nuestro interior, nos es fácil encontrar a hermanos nuestros que sufren por diversas causas, así pues, digámosles a esas ovejas sin pastor que Nuestro Padre común es misericordioso, y que desea que le den la oportunidad de hacer que se sientan redimidas.

   1.   Recuerda lo que has hecho por Dios.

   En el Evangelio de hoy leemos las siguientes palabras: (MC. 6, 30). Tal como indica el título del primer punto de esta meditación, Nuestro Señor, en esta ocasión, nos invita a que recordemos lo que hemos hecho para servir al Dios Uno y Trino en nuestros prójimos los hombres, así pues, el versículo de la obra del intérprete de San Pedro en Roma que estamos recordando, me hace pensar en el tiempo en que empecé a leer la Biblia con la intención de descubrir la causa por la que la gente cree en Dios, ignorando que yo, al culminar la lectura del volumen bíblico de San Marcos, además de empezar a creer en Nuestro Padre común, iba a tener el deseo de convertirme en evangelizador. En aquél tiempo yo tenía 12 años. Cuando tenía 19 años, empecé a trabajar como catequista de niños de primera Comunión, ignorando que acabaría haciendo, por un espacio de unos 3 años, otros trabajos en mi parroquia, como animador de cantos, lector de la Palabra, y catequista de adultos. En la primavera del año 2000, cuando tenía 23 años, suspendí mis actividades parroquiales por 2 causas: La primera de las citadas causas consistía en que tenía el presentimiento de que mi actividad parroquial era infructífera, y anhelaba disponer de un medio de comunicación para llegar a todos los católicos de lengua hispana del mundo. La otra causa consistía en que trabajaba muchas horas, y carecía de tiempo para descansar y seguir trabajando tal como lo había hecho en los años anteriores en la parroquia de San José de Nazaret (Cajiz, Málaga, España), cubriendo las necesidades de niños y adultos, lo cuál constituye un trabajo muy difícil de llevar a cabo.

   Todos tenemos una serie de fechas muy importantes que recordar. Para mí fueron muy importantes los días en que viví el Cursillo de Cristiandad número 507 de la Archidiócesis de Málaga y Melilla, así pues, en aquéllos días aprendí que Cristo cuenta conmigo. No menos importantes son los días en que inicié mi actividad parroquial en Cajiz, la noche del 23 de diciembre del año 2001, cuando el webmaster de la página “Trigo de Dios, pan de vida”, me telefoneó diciéndome que, mi primer libro, estaba siendo publicado al fin en la red de redes, para que todos los católicos de lengua hispana pudieran leerlo gratuitamente.

   Dos Meses después empecé a trabajar en diversas listas de correo y, a pesar de que he tenido que pasar mucho tiempo lejos de vosotros por causas ajenas a mi voluntad, sólo puedo deciros que no he hecho nada al trabajar para Nuestro Padre común, si tengo en cuenta la felicidad que me causa la posibilidad que Él me da de vivir en su presencia y la alegría que me produce el hecho de poder enviaros mis boletines semanales a vuestras casillas de correo electrónico.

   ¿Debemos gloriarnos por causa de la forma que tenemos de servir a Nuestro Criador en nuestros prójimos? San Lucas nos dice en su Evangelio: (LC. 10, 17. 20). La causa principal por la que hemos de trabajar sirviendo a Nuestro Padre común es el amor con que hemos de agradecerle nuestra redención al Creador del universo. A mí no me sirve de nada orar diciéndole a Nuestro Padre común que paso muchas horas sentado delante de mi ordenador leyendo su Palabra y escribiendo mis boletines semanales para enviároslos y chateando con quienes desean darme a conocer las causas por las que sufren, pues, si actúo de esa forma, seré tan soberbio como el fariseo de la parábola lucana que le dio gracias a Dios porque él no era tan malvado como el publicano que oraba sintiéndose indigno de ser perdonado por Dios (LC. 18, 9-14). Si amamos a Dios y a nuestros prójimos, y sabemos que sirviendo a Nuestro Padre común en sus hijos nos servimos también a nosotros, no habremos de atemorizarnos al leer las siguientes palabras que el citado médico escribió en su primera obra: (LC. 10, 18). Mientras que los 72 estaban fascinados porque habían vencido a algunos espíritus satánicos, Jesús les decía que no bajaran la guardia, porque aún les quedaban muchos obstáculos que superar a lo largo de su existencia mortal.

   2. El descanso del alma.

   (MC. 6, 31). Jesús y sus compañeros vivían exclusivamente para difundir la buena noticia de la salvación. Ellos necesitaban descansar para posteriormente seguir realizando su trabajo con un mayor deseo de servir a Nuestro Creador y con más ánimo. A pesar de la necesidad de reposo que tenían Jesús y sus seguidores, el Hijo de María necesitaba buscar lugares en que la gente no interrumpiera el crecimiento espiritual de los futuros Apóstoles por su parte, dado que, cuando Él ascendiera al cielo, ellos tendrían que fundar la primitiva comunidad de creyentes de Jerusalén después de recibir al Espíritu Santo en sus corazones y seguir llevando a cabo la difusión de la Iglesia a lo largo del Imperio romano.   Una vez más, cuando Jesús y sus seguidores llegaron al lugar que habían elegido para descansar, se encontraron con que una gran multitud se les había anticipado, y les esperaban, para escuchar la Palabra de Dios predicada por el Rabbi, y para vivir la experiencia de los prodigios divinos que realizaba Nuestro Señor en favor del pueblo de Dios.  

   ¿Por qué interrumpió Nuestro Señor su descanso y el reposo de sus compañeros para atender a la multitud que le esperaba? (MC. 6, 34).

   Jesús es Nuestro Buen Pastor, así pues, San Juan, -el más amado de los Apóstoles de Nuestro Señor-, escribió en su Evangelio las siguientes palabras del Hijo del carpintero: (JN. 10, 10b-11. 14-15).

   Antes de finalizar esta meditación, vamos a meditar brevemente el Salmo 22/23.

   (SAL. 22/23, 1). El Señor cuida de nosotros, así pues, Él cubre en cada momento de nuestra existencia nuestras necesidades básicas, aunque no nos percatamos de ello, porque vivimos ocupados pensando en nuestras carencias y en las metas que nos gustaría alcanzar (MT. 5, 45). Independientemente de que nuestra conducta sea considerada buena o adversa por Nuestro Padre común, Él nos bendice siempre, con el fin de que deseemos vivir en su presencia.

   (SAL. 22/23, 2-3). Cuando somos atribulados, Nuestro Padre común nos concede la oportunidad de descansar, con el fin de que, después de ordenar nuestros pensamientos, seamos capaces de solventar los problemas que nos ocasionamos nosotros, pues, de esa forma, no veremos como cargas muy pesadas las dificultades que nos causan algunos de nuestros familiares, amigos o compañeros de trabajo. Aprovechemos nuestros tiempos de descanso, las celebraciones de los Sacramentos y las reuniones formativas a que asistimos, para fortalecer nuestra fe, a través de la meditación de la Palabra de Nuestro Padre celestial.

   (SAL. 22/23, 3). En algunas ocasiones hemos de tomar decisiones muy difíciles, dado que nos encontramos en encrucijadas de las que únicamente podemos elegir un sólo camino para recorrerlo. Ante las dudas que podemos tener a la hora de tomar las citadas decisiones, hemos de confiar en Nuestro Padre común, pues Él, por mediación de la inspiración del Paráclito, nos conducirá por el sendero de la justicia, la paz, la caridad, la fe y la lealtad. A este respecto, podemos leer en el libro de los Salmos, las siguientes palabras, escritas en el SAL. 37, 25.

   (SAL. 22/23, 4). Aunque tengamos muchos problemas, aunque andemos apretados económicamente y aún en el caso de que todo nos salga mal, el Señor está con nosotros. El Salmista nos hace entender que, si escogemos caminos incorrectos, el Señor nos sosiega con su callado de pastor. En el Apocalipsis de San Juan leemos: (AP. 3, 19).

   (SAL. 22/23, 5-6). Jesús nos prepara la mesa y se nos ofrece nuevamente como sacrificio y don celestial, dispuesto a hacer que vivamos eternamente en su presencia.

   Concluyamos esta meditación agradeciéndole a Nuestro Buen Pastor el bien que nos ha hecho, y recordemos a María Santísima, la Divina Pastora que, en atención a su amor para con su querido Hijo, participa activamente en la obra de nuestra redención.

   Gracias, Santa Madre, por entregarnos a Jesús, muy a pesar de nuestra incomprensión para con Él.

José Portillo Pérez

joseportilloperez@gmail.com

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