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Meditación para el Domingo XXX del Tiempo Ordinario del Ciclo C.

   Meditación.

   Una de las consignas más repetidas por Jesús éra esta: (Lc. 18, 14; Mt. 23, 12; Lc. 14, 11). Al meditar esta frase de Jesús hemos de tener en cuenta estas palabras del Apóstol San Pablo: (Flp. 2, 3). Es cierto que los que se humillan son enaltecidos, pero no hemos de entender que el hecho de humillarnos ante nuestros prójimos ha de significar que debemos considerar que nuestro rango social es inferior a la posición que ellos han alcanzado. Jesús y San Pablo nos instan a que sirvamos a nuestros prójimos de igual forma que San Juan Bautista preparó el camino para que Jesús comenzara su Ministerio público (Jn. 3, 30). San Juan se hizo pequeño para dar a conocer el designio salvífico de Dios que muchos judíos habían olvidado con el paso de los siglos, pero el Profeta no se sintió en ningún momento más pequeño que ninguna persona, muy a pesar de que gozaba de la amistad de Dios (Mt. 11, 11).

   Si creemos en Dios, si somos conscientes de que el amor es el mejor de los dones de Dios y sabemos que el amor es fundamental para que el mundo y nosotros vivamos en un entorno de paz y armonía, ¿por qué tenemos que sentirnos humillados al servir a nuestros hermanos los más desfavorecidos de la sociedad? ¿Por qué tenemos que sentirnos molestos al acompañar a un anciano en su lecho de muerte o al ayudar a una adolescente para que no se crea obligada a interrumpir su embarazo? Esta actitud de servicio que nos confiere a los cristianos una grandeza divina, es, precisamente, lo que nos hace más pequeños e importantes a los ojos de Nuestro Padre y Dios.

   Concluyamos esta meditación del Evangelio diario, pidiéndole a Nuestro Padre y Dios, que nos ayude a entender la necesidad que tenemos de no separar el amor de la posibilidad de servir a nuestros prójimos.

joseportilloperez@gmail.com

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