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La humildad es esencial para los buenos hijos de Dios. (Ejercicio de Lectio Divina del Evangelio del Domingo XXX del Tiempo Ordinario del Ciclo C).

   Domingo XXX del Tiempo Ordinario del Ciclo C.

   La humildad es esencial para los buenos hijos de dios.

   Ejercicio de lectio divina de LC. 18, 9-14.

   Lectura introductoria: MT. 6, 1; 7, 1-5.

   1. Oración inicial.

   Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.

   R. Amén.

   Los romanos utilizaban a ciertos habitantes de Israel para cobrar el impuesto imperial, a cambio de que los citados cobradores, obtuvieran un buen porcentaje de quienes se veían obligados a entregarles el dinero que les exigían. En Palestina denominaban a los citados cobradores de impuestos “publicanos”, así pues, los habitantes de la tierra en que habitó Jesús los consideraban traidores, ya que trabajaban al servicio de los "perros", -es decir, los romanos, porque llamaban perros a los extranjeros, por las invasiones que sufrieron sus antepasados, y porque los tales no pertenecían al pueblo de Dios en aquel tiempo-. Era tan grande el desprecio que el pueblo les manifestaba a los publicanos abiertamente, que muchos de ellos, como quizá le sucedió al Apóstol San Mateo, llegaron a desestimarse completamente. Los citados cobradores tenían la oportunidad de amasar una gran fortuna a costa de abusar de los más marginados de la sociedad, pero ello no les ayudaba a olvidar la soledad en que vivían sumidos.

   En el Evangelio de hoy, Jesús nos narra una parábola cuyos protagonistas son: Dios, un fariseo y un publicano. El publicano oraba en el Templo guardando prudencialmente la distancia que lo separaba del fariseo. Jesús nos dice que dicho orante permanecía sumido en una gran humillación. Él permanecía cabizbajo (IS. 58, 5), sentía que era tan malvado que ni aún merecía su padecimiento actual en compensación por el trabajo que ejercía, y quizá también por la forma que tuvo en el pasado de entregarse al hedonismo olvidándose de sus hermanos carentes de dádivas materiales y espirituales, a costa de los cuales había conseguido mucho dinero fácil. El pobre hombre no sólo guardaba la distancia que lo separaba del elegante fariseo, pues no se sentía capaz de elevar sus ojos al cielo buscando la mirada de Dios. Muchos Santos, a lo largo de la Historia, se han denominado pecadores excepcionales, negándose a reconocer, que eran dignos de ser amados por dios. No sabemos si el publicano de la parábola se sintió perdonado cuando abandonó el recinto sacro, a pesar de que Jesús nos informa de que Dios dispensó de sus culpas a dicho protagonista de la parábola, en atención a su humildad y, a su deseo de alcanzar la santidad.

   Los fariseos eran adoctrinados por los escribas o maestros de la Ley. Memorizaron los 613 preceptos legales que cumplían escrupulosamente, y vivían para echar cargas pesadas en los hombros de los demás, aunque ellos no estaban dispuestos a tocarlas con uno de sus dedos (Mt. 23, 4). Los fariseos eran soberbios y presumidos. Ciertamente no tenían reparos a la hora de servir a la gente ante grandes multitudes, pero no lo hacían para alabar a Dios, ni para agradecerle al Altísimo el manantial de misericordia que nuestro Santo Padre derramó sobre ellos, sino para aparentar que eran seres ejemplares, designados por Yahveh para adoctrinar a su pueblo.

   Entre nosotros se habla mucho de que debemos actuar correctamente en la Iglesia, de que no debemos asistir a las celebraciones del Templo mal vestidos... Todas esas normas no han de ser rechazadas por nosotros, pero tampoco podemos permitir que la observancia de las mismas nos haga cristianos de domingo, para que nos sintamos libres para actuar como ateos los demás días de la semana, y rechacemos a quienes las incumplan. Ver un templo lleno de gente para celebrar la Eucaristía nos llena el alma de felicidad, pero deberíamos preocuparnos más por interiorizar las verdades de nuestra fe y observarlas, que por hacer que no falten flores frescas ante la imagen de nuestra Santa Madre.

   Jesús, por mediación de San Mateo, nos describe el comportamiento de los fariseos, entre los que había quienes actuaban como aquellos actores griegos que fingían en sus representaciones escénicas ser quienes en realidad no eran, por lo que eran llamados hipócritas. Jesús nos dice respecto de los citados personajes, lo que podemos leer en Mt. 23, 5.

   Los fariseos de todos los tiempos no actuaron -ni proceden- bajo la óptica del amor, sino bajo el ángulo de la aprobación que necesitan para sentirse importantes en su medio social, así pues, todos sabemos que a muchos les es necesario sentirse amados y que constantemente se les demuestre amor, aprecio yo reverencia, para que no se derrumbe el edificio de sus ilusiones.

   (MT. 23, 6-7). Jesús nos dice que los fariseos de su tiempo devoraban las haciendas de las viudas, y oraban mucho rato para tranquilizar sus conciencias (Mt. 23, 14).

   El fariseo de la parábola que estamos meditando no se humilló como lo hizo el publicano, porque estaba seguro de que tenía el cielo ganado ya que era un legalista ejemplar. Dios no perdonó al fariseo porque no se humilló como lo hizo el recaudador de impuestos, sino porque éste no supo armonizar los preceptos legales bajo el punto de vista del amor divino y humano. Dios nos perdona a todos, así pues, yo creo que también perdonó al fariseo de la parábola, pero a él ello no le sirvió de nada, pues lo único que consiguió fue ensimismarse más, y mentalizarse más con respecto a los errores que no cesaba de cometer.

   A través de la parábola del fariseo y el publicano, Jesús intenta explicarnos que, no podremos perdonar a quienes nos ofendan yo nos hieran de alguna forma, hasta que no aprendamos a perdonarnos nuestros defectos, y las equivocaciones causadas por la humana imperfección que nos caracteriza. Fijémonos en que Dios debería haber perdonado al fariseo por cuanto era un legalista ejemplar y vivía para cumplir los preceptos divinos y hacer que los demás se sometieran a Yahveh, mientras que la lista de transgresiones en el acatamiento de la Ley del publicano era interminable. Dios no perdonó al fariseo, porque éste no quiso confrontar los preceptos legales, suavizando los mismos con respecto a la óptica del amor divino y humano.

   Nuestro Padre común no les pidió al fariseo ni al publicano que fuesen perfectos, porque sabía que eso era pedirles mucho a dos seres frágiles para superar la debilidad de su condición humana, pero sí les pidió que amaran al Señor su Dios, se amaran a sí mismos, y a sus prójimos (MC. 12, 28-31). El fariseo era incapaz de corregirse a sí mismo, de la misma forma que, quienes odian a los que les hieren, lo único que consiguen, es perder su tiempo, pensando en lo que deberían sufrir, aquellos a quienes jamás les manifestarían su amor.

   (Mt. 12, 31). Si nos empecinamos en no amar, si nos empeñamos en vivir llenos de amargura y de odio para con quienes circunstancialmente nos han herido quizá sin la intención de lograr el efecto que se ha producido en nuestro corazón, ¿cómo podremos ser felices?

   ¿Cómo podrán ser felices quienes se quieren suicidar porque no le encuentran ningún aliciente a la vida que Dios les ha dado?

   Oremos:

   Espíritu Santo:

   Concédenos tu santa humildad, para que cumplamos la voluntad divina por amor al Dios Uno y Trino y sus hijos los hombres, y no para ser estimados, por quienes sepan, que somos cristianos.

   Para que la grandeza de la fe que tenemos y la bondad de nuestras obras caritativas, no sean utilizadas para que nos sintamos superiores a quienes no piensan ni actúan como nosotros, haznos humildes.

   Para que podamos relacionarnos adecuadamente los cristianos de las diferentes denominaciones de seguidores de Jesús existentes, haznos humildes.

   Para que no escudemos con el orgullo característico de nuestra condición de cumplidores de preceptos religiosos el desprecio a quienes no piensan ni actúan como nosotros, haznos humildes.

   Para que comprendamos que nuestro exhaustivo cumplimiento de prescripciones religiosas no nos diferencia de aquellos a quienes consideramos pecadores irremisibles, haznos humildes.

   Para que no pensemos constantemente en los pecados de aquellos a quienes marginamos porque no piensan ni actúan como nosotros, para ocultar nuestros incumplimientos de tu divina voluntad, haznos humildes.

   Para que no deseemos cumplir los Mandamientos de la Ley para que a cambio de ello nos concedas tus dones y la salvación, haznos humildes.

   Para que cumplamos tu voluntad con la gratuidad con que Jesús entregó su vida por nosotros, haznos humildes.

   Para que cuando nos sintamos pecadores, no tengamos miedo de acercarnos a Ti, para implorarte el perdón divino, recuérdanos que nos amas.

   Para que cuando nos humillemos al comparar tu grandeza con la fragilidad que nos caracteriza, comprendamos que nos amas, y que quieres sustituir nuestros corazones endurecidos por las experiencias adversas, por corazones de carne (EZ. 11, 19), recuérdanos que nos amas.

   Para que no busquemos la felicidad, mirando este suelo que hemos contaminado, dejándonos arrastrar por el egoísmo y la insolidaridad, sino, elevando los ojos al cielo, en actitud orante, recuérdanos que nos amas.

   Para que nuestras culpas no nos induzcan a castigarnos, sino a no cometer nuevamente los pecados de los que nos arrepintamos, recuérdanos que nos amas.

   Espíritu Santo:

   Manifiéstate en nuestra vida, para que podamos cumplir tu voluntad humildemente, y no pretendamos ser salvados por nuestra manera de cumplir tus Mandamientos, sino, por la grandeza y gratuidad, de tu amor misericordioso.

   2. Leemos atentamente LC. 18, 9-14, intentando abarcar el mensaje que San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.

   2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.

   2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.

   3. Meditación de LC. 18, 9-14.

   3-1. Los fariseos de todos los tiempos (LC. 18, 9-12).

   San Lucas escribió la parábola que consideraremos en el presente trabajo, para corregir la actitud de los cristianos de las comunidades a las que dirigió sus dos obras, que se creían dignos de alcanzar la salvación por su manera de cumplir las prescripciones religiosas que los caracterizaban, y rechazaban a quienes no pensaban ni procedían, como ellos (LC. 18, 9). Ello podría inducirnos a pensar si nos sentimos discípulos de Jesús intachables porque cumplimos los Mandamientos de Dios y la Iglesia -o congregación- a la que pertenecemos, y despreciamos, a quienes no comparten nuestras creencias.

   Dado que los fariseos cumplían escrupulosamente sus prescripciones religiosas, creían que por ello hacían méritos para comprar la amistad divina, pensaban que lo hacían todo bien, y despreciaban, a quienes no pensaban ni actuaban, como ellos. Tales personajes, que vivían separados de sus hermanos de raza, -a quienes consideraban malditos, porque no se amoldaban a su estilo de vida-, eran considerados cultos, grandes conocedores de la Palabra de Yahveh, y muy poderosos. Ello podría inducirnos a reflexionar, sobre lo que, quienes carecen de la fe que profesamos, creen respecto, de los discípulos de Jesús.

   Los fariseos de todos los tiempos piensan que, según cumplan la voluntad divina, serán recompensados. Para los religiosos extremadamente legalistas, no existe la gratuidad. Esta es la razón por la que comparan su relación con Dios, con un contrato de compraventa. Dado que la salvación de tales creyentes no proviene de dios, sino de su correcto cumplimiento de las prescripciones religiosas al que amoldan sus vidas, tienen una gran seguridad, de sí mismos. Para los fariseos, la consecución de dones divinos, no es una dádiva celestial, sino, un derecho adquirido.

   Dado que Jesús quiso enseñar a sus seguidores a creer que no serían salvados por su perfecto cumplimiento de las prescripciones religiosas características del Judaísmo, sino porque eran objeto del amor de Nuestro Padre celestial, y los fariseos no aceptaban que nadie contradijera su forma de pensar y actuar, consideraron al Señor como blasfemo, porque curó a un paralítico gratuitamente, sin exigirle que compensara a Yahveh por ello, sometiéndose al cumplimiento, de la Ley divina (LC. 5, 21).

   Como los fariseos se creían perfectos, y por ello pensaban que no debían relacionarse con quienes consideraban malditos de Dios, se enfrentaron a los discípulos del Mesías, porque se sentaron a la mesa de San Mateo, cuando éste cambió su oficio de recaudador de impuestos, por la vivencia de su apostolado (LC. 5, 30).

   Ya que los fariseos discriminaban injustificadamente a quienes no abrazaban su manera de vivir, cuestionaron a los discípulos del Señor, porque cogían espigas para comérselas, un día festivo (LC. 6, 2).

   Ya que Jesús no se sometía a la observancia de la Ley que los fariseos querían imponerle, lo espiaron un sábado, en que había un hombre con una mano atrofiada en una sinagoga, para ver si lo curaba, para así tener una nueva acusación contra     el Señor, de que incumplía la Ley de Moisés (LC. 6, 7).

   Jesús fue juzgado incorrectamente y espiado por los fariseos, quienes querían sorprenderlo incumpliendo la Ley, un día en que fue invitado a un banquete, y le perdonó sus pecados, a una mujer, que deseó, cambiar de conducta (LC. 7, 36-50).

   En cierta ocasión en que un fariseo invitó a Jesús a un banquete, y se admiró de que el Señor no observó la limpieza ritual imprescindible en aquella ocasión según la Ley, el Mesías le reprochó el afán que tenía de aparentar ser un buen judío, y le recordó la maldad que había en su interior (LC. 11, 39), que se traducía en odio, con respecto a quienes no se amoldaban, a su forma de pensar, y, actuar.

   Jesús acusó a los fariseos de someterse a ciertas prácticas religiosas que carecían de importancia, frente a la urgencia existente en su entorno, de que hicieran el bien, para favorecer a pobres, enfermos, desamparados, y, ancianos (LC. 11, 42).

   El Señor denunció la obsesión de los fariseos por tener una buena imagen social, aunque su interior se asemejaba a los sepulcros sobre los que a veces la gente caminaba sin saber que existían, porque estaban bajo tierra (LC. 11, 43-44).

   Jesús acusó a los intérpretes de la Ley de poner fardos muy pesados sobre los hombres, que ellos ni siquiera tocaban con uno de sus dedos (LC. 11, 46). Ello nos enseña que los preceptos religiosos tendrían que tener la capacidad de hacernos crecer espiritualmente, y no ser utilizados, para asfixiarnos.

   Jesús acusó a los fariseos, porque reconstruían los sepulcros de los Profetas asesinados por sus antepasados, y estaban dispuestos a actuar del mismo modo que sus antepasados actuaron con tales siervos de Dios con quienes no se amoldaban al cumplimiento de su voluntad, si pensaban que los tales, se les oponían, cumpliendo lo que consideraban como la voluntad divina (LC. 11, 47-48).

   Jesús dijo ante una gran multitud que sus creyentes debían guardarse de la hipocresía farisaica (LC. 12, 1).

   Jesús expuso las tres parábolas de la misericordia que ocupan el capítulo 15 del tercer Evangelio, porque los fariseos que despreciaban a quienes consideraban pecadores, consideraron que, el Hijo de dios y María, observaba la conducta, de los tales (LC. 15, 2).

   así como el hermano del hijo pródigo no soportaba la idea de que éste fuera agasajado por su padre misericordioso (LC. 15, 29), porque después de haber estado muerto, resucitó (LC. 15, 24), los fariseos de todos los tiempos, por creer que compran la salvación con su cumplimiento de las prescripciones religiosas que observan escrupulosamente, tienen dificultades para aceptar que aquellos a quienes desprecian sean perdonados por Dios, apenas se arrepienten de sus pecados, sin hacer méritos, para que ello suceda.

   Cuando después de que el Señor les expuso a sus oyentes la parábola del administrador astuto, y les dio ciertas recomendaciones para que se sirvieran del dinero y los bienes materiales para crecer espiritualmente (LC. 16, 1-13), los fariseos se burlaron de Él, porque creían que su cumplimiento de la Ley les atraía las riquezas que tenían, aunque algunas de las tales las conseguían sirviéndose de cierta deshonestidad (LC. 16, 14), y el Señor les dijo que podían aparentar tener una gran fe y ser muy buenos ante los hombres, pero les era imposible, engañar a dios (LC. 16, 15).

   Dado que hay que hacerles justicia a los fariseos de todos los tiempos, se hace necesario recordar, que no todos, son despreciativos, con quienes no son, como ellos.

   Oremos y actuemos convenientemente, para que, nuestro cumplimiento de las prescripciones religiosas que caracterizan las denominaciones cristianas a que pertenecemos, nos haga mejores seguidores de Jesús, y nos acerque a todos los hijos de Dios, especialmente, a los que sufren, por cualquier causa.

   El fariseo que aparece en la parábola de Jesús que estamos considerando, oró porque dios lo hizo diferente a los demás hombres, y superior al publicano (LC. 18, 11). Es comprensible que le agradezcamos a Dios el hecho de habernos concedido el don de la fe, porque la esperanza cristiana les da sentido a las dificultades que tenemos, pero no tiene sentido querer ser tenidos como superiores a quienes carecen de nuestra fe, -o dicen que la tienen y no la practican-, porque Dios desea que hagamos una familia de la humanidad, y, por consiguiente, que no despreciemos a nadie.

   El fariseo ayunaba los lunes y jueves de todo el año a pesar de que solo estaba obligado a hacerlo el día de la Expiación (LV. 16, 29-31; 23, 29-32), y le donaba al Templo el diezmo de sus ganancias, cuando solo estaba obligado a dar, el diez por ciento, de los frutos principales (LV. 27, 30). Es de alabar la manera en que el citado personaje iba más allá de lo que se indicaba en las prescripciones religiosas, pues nos sirve de ejemplo a quienes nos es difícil amoldarnos al cumplimiento de las normas características, de las denominaciones cristianas a que pertenecemos.

   Si el fariseo cumplía perfectamente la Ley, ¿por qué no fue alabado por Jesús? El Señor no tuvo por ejemplar la conducta del citado cumplidor de la Ley, porque no servía a Dios por amor a Él y a sus hijos los hombres, sino para pasarle factura, por los servicios que le vendió, al cumplir perfectamente, sus preceptos.

   Cumplamos prescripciones religiosas si consideramos que es correcto hacerlo, pero no lo hagamos esperando ser recompensados, sino por amor, a Nuestro Padre común, y, a sus hijos los hombres.

   3-2. Los publicanos de siempre (LC. 18, 13).

   Mientras que los fariseos cumplían escrupulosamente sus prescripciones religiosas, los publicanos vivían al margen del culto religioso, porque eran considerados, como malditos de dios, por causa del trabajo que llevaban a cabo. Ellos sabían que existían las prescripciones religiosas, pero no las cumplían, y, en cierta manera, actuaban, como quienes, en la actualidad, se separan de las iglesias -o congregaciones- cristianas. Mientras que el Señor nos insta a considerar por qué a la gente no le interesa el Evangelio, para que nos sintamos evocados a buscar la manera de ganar almas para el cielo, los fariseos despreciaban, a quienes dejaban de practicar, el culto. Ojalá los cristianos de hoy no nos encerremos en nuestras prácticas de siempre, y nos abramos a quienes abandonan nuestras iglesias, quizás, impulsados a ello, por nuestro pésimo ejemplo de fe, y calor humano.

   Mientras que los fariseos pensaban que lo hacían todo bien porque su vida estaba fríamente calculada para que no se les pudiera acusar de incumplir la Ley divina, el publicano de la parábola que estamos considerando, además de que no cumplía prescripción alguna, sabía que todo lo hacía mal, pues, aunque tenía dinero para suplir sus carencias, incumplía la voluntad, de Yahveh.

   A pesar de que los fariseos pensaban que debían rechazar a quienes no eran como ellos, el publicano se despreciaba a sí mismo, porque, al llegar a creerse lo que sus contemporáneos creían de él, se supo impuro. En tal estado de tristeza y desesperación, el citado personaje se convirtió en ejemplo a seguir por quienes perdemos la fe divina fácilmente, porque, en vez de condenarse a pasar la vida maltratándose psicológicamente, recurrió a Dios, porque solo Él, podía ayudarlo, a vencer el dolor, que le corroía el alma.

   Mientras que el fariseo se puso a orar en un lugar en que podían verlo todos los orantes intentando que los tales lo admiraran por su devoción, el publicano oró en un lugar más oculto, porque, más que la aprobación de su conducta por parte de los hombres, necesitaba el consuelo de Dios.

   ¿Cómo podría alzar el publicano los ojos al cielo para orar, si se veía atrapado por la miseria de su situación vital? Cuando la desesperación embargaba el alma del publicano, este se golpeaba el pecho, indicando con ello, que, al merecer ser castigado por su conducta, él mismo se intentaba aplicar, la tortura que merecía.

   En cuestión de autoestima, el fariseo pecó por exceso (narcisismo), y, el publicano, por defecto, así pues, mientras que el primero confundió la adoración a Dios con el hecho de idolatrarse, el segundo pecó despreciándose, ya que no debe ser odiada, la obra de Nuestro Padre común.

   Si nos afirmamos pecadores para no considerar que seamos superiores a nadie, ello no debe inducirnos a odiarnos ni a maltratarnos, sino a buscar la manera de superar los defectos que nos caracterizan, con tal de que podamos crecer espiritualmente. El hecho de querer superarnos puede ser doloroso, así pues, no nos maltratemos pensando que somos inútiles, y que no merecemos el perdón divino, porque, si llegamos a creernos estas y otras afirmaciones negativas, quizás nos causaremos un daño irreversible, y la vida es demasiado bella, como para que nos evitemos ser felices.

   3-3. ¿Por qué le fueron remitidos los pecados al publicano, y el fariseo no mereció el perdón divino? (LC. 18, 14).

   Dios escribe recto con líneas torcidas.

   Cómo es posible que se le perdonaran su incontable lista de pecados al publicano?

   ¿Dejó éste acaso su oficio de colector de impuestos para reconciliarse con Dios? Como mucho, en el caso de que se aprovechara de los más pobres para exigirles más dinero del que le estaba mandado para enriquecerse, quizás dejó de hacerlo, y solo les exigió, el que le pedían sus superiores. Quizás, con el paso del tiempo, el publicano volvió a incurrir en los pecados de que se arrepintió, al ser maltratado por los legalistas intransigentes, y volver a pensar que, en la vida, el dinero, es lo único importante, a lo que se debe aspirar. No sabemos lo que hizo el publicano con su vida, pero estamos seguros de que, porque se arrepintió del mal que hizo, alcanzó el perdón divino.

   ¿Por qué no le fueron perdonados sus pecados al fariseo, si prácticamente nos hubiera servido de ejemplo a seguir a los cristianos, por la perfección con que cumplía la Ley? Dios no quiere que cumplamos la Ley porque necesita de nuestro trabajo, porque es perfecto y Todopoderoso, sino porque sabe que, la misma, si se aplica con amor a nosotros, a Él, y a nuestros prójimos los hombres, se convierte en camino de purificación, y, de santificación. Si cumplimos la Ley para exigirle a Dios el pago de nuestros servicios cuando Jesús concluya la plena instauración de su Reino en el mundo, llegará el día en que estaremos lejos de Nuestro Padre celestial, y sin el amor de nuestros prójimos los hombres, por no haber sabido mantenerlo.

   Jesús nos dice que, todo el que quiera servirse de la fe cristiana para sentirse grande ante los hombres será humillado, y que, todo el que se haga pequeño sirviendo a Nuestro Padre común en aquellos hijos suyos más necesitados de dádivas espirituales y materiales, será ensalzado, por Nuestro Padre celestial.

   Al publicano se le perdonaron sus pecados, por la misma razón que se nos perdonan a nosotros las transgresiones en el cumplimiento de la Ley divina, aunque las llevemos a cabo muchas veces, y porque no seremos salvos por cumplir la Ley, sino porque Jesús nos redimió, por medio de su Pasión, muerte, y, Resurrección (EF. 2, 5, 8 y 9).

   3-4. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.

   3-5. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.

   4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 18, 9-14 a nuestra vida.

   Respondamos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.

   3-1.

   1. ¿Con qué intención escribió San Lucas la parábola del fariseo y el publicano en su Evangelio?
   2. ¿Nos sentimos discípulos de Jesús intachables, porque cumplimos los Mandamientos de dios y la Iglesia -o congregación- a que pertenecemos, y despreciamos a quienes no comparten nuestras creencias?
   3. ¿Cómo creían los fariseos que alcanzaban los méritos que necesitaban para comprar los dones divinos que anhelaban?
   4. ¿En qué sentido lo hacían los fariseos todo bien, y fallaban en el cumplimiento de los Mandamientos principales, expuestos en MC. 12, 29-31?
   5. ¿Por qué despreciaban los fariseos a quienes no pensaban ni actuaban como ellos?
   6. ¿Imitamos la citada conducta de los fariseos?
   7. ¿Por qué se separaban los fariseos de sus hermanos de raza?
   8. ¿Vivimos los cristianos separados de quienes carecen de nuestra fe universal, porque los marginamos?
   9. ¿Qué consideración tenían los fariseos por parte de la gente común?
   10. ¿Qué creen respecto de los cristianos quienes carecen de fe en Jesucristo? ¿Por qué?
   11. ¿En qué medida compartimos las creencias que mantienen respecto de los cristianos los no creyentes?
   12. ¿Por qué es equiparable la relación que los fariseos de siempre mantienen con Dios con un contrato de compraventa?
   13. ¿Por qué están los fariseos seguros de sí mismos?
   14. ¿Por qué quiso Jesús que sus seguidores aprendiéramos que no seremos salvos por causa de la exactitud con que cumplamos las prescripciones religiosas que caracterizan nuestra vida de fe?
   15. ¿De qué nos sirve cumplir tales Mandamientos, si ello no nos alcanzará la salvación?
   16. ¿Qué diferencia existe entre tener la seguridad de alcanzar la salvación por cumplir la Ley, y esperar tal don celestial, confiando en que somos objeto del amor divino?
   17. ¿Por qué razones se escandalizaron los fariseos en LC. 5, 21, porque Jesús curó a un paralítico, sin que el mismo ameritara merecer, tal don celestial?
   18. ¿Por qué se enfrentaron los fariseos a los discípulos del Señor, cuando se sentaron con Nuestro Maestro, a la mesa de quien llegó a ser el Apóstol San Mateo, según LC. 5, 30?
   19. ¿Por qué cuestionaron los fariseos a los discípulos de Jesús, según el texto de LC. 6, 2?
   20. ¿Por qué espiaron los escribas y fariseos a Jesús, según el texto de LC. 6, 7?
   21. ¿Qué hicieron los fariseos con respecto a Jesús, según el texto de LC. 7, 36-50?
   22. ¿Por qué pronunció el Señor las palabras expuestas en LC. 11, 39?
   23. ¿Por qué pronunció el Señor las palabras expuestas en LC. 11, 42?
   24. ¿Por qué les dijo Jesús a los fariseos, según LC. 11, 43-44, que, aunque estaban obsesionados por tener una buena imagen social, su interior estaba marcado por la podredumbre?
   25. ¿Qué significa la acusación que aparece en LC. 11, 46?
   26. ¿Cuándo nos son útiles los preceptos religiosos?
   27. ¿Cuándo nos asfixian las prescripciones religiosas?
   28. ¿Qué deducimos al leer LC. 11, 47-48?
   29. ¿Qué nos enseña el texto de LC. 12, 1?
   30. ¿Por qué les expuso Jesús a sus oyentes las parábolas de la misericordia, que San Lucas redactó, en el capítulo 15 de su primera obra?
   31. ¿Por qué no soportaba el hijo mayor del padre misericordioso la idea de que su hermano fuera agasajado por su padre? (LC. 15, 29-30).
   32. ¿Por qué les es difícil de creer a los fariseos que muchos a quienes consideran pecadores irremisibles pueden alcanzar la salvación por el simple hecho de arrepentirse de sus pecados?
   33. ¿Por qué se burlaron los fariseos de Jesús, según LC. 16, 14?
   34. ¿Qué deducimos al leer LC. 16, 15?
   35. ¿En qué sentido hay que hacerles justicia a los fariseos de todos los tiempos?
   36. ¿Por qué oró el fariseo que aparece en el texto lucano que estamos considerando?
   37. ¿Por qué es comprensible el hecho de que le agradezcamos a Dios el don de la fe?
   38. ¿Por qué no tiene sentido despreciar a quienes carecen de nuestra fe, ni, a quienes, aunque dicen que la tienen, no la practican?
   39. ¿Por qué ayunaba y daba más diezmos de lo que lo obligaba la Ley el fariseo?
   40. ¿En qué sentido es de alabar la manera en que el fariseo cumplía la Ley?
   41. Si el fariseo cumplía perfectamente la Ley, ¿por qué no fue alabado por Jesús?
   42. ¿Con qué intención quiere el Señor que cumplamos prescripciones religiosas? ¿Por qué?

   3-2.

   43. ¿Por qué vivían los publicanos al margen del culto religioso?
   44. ¿Nos preocupamos por quienes abandonan las iglesias de que somos miembros?
   45. ¿Qué haremos para atraer a los tales a nuestros lugares de culto?
   46. ¿Somos conscientes de que, aunque no seamos ministros religiosos, los pecados que cometemos y se difunden, perjudican a todos nuestros hermanos en la fe?
   47. Hay quienes afirman que en las iglesias, más que saludarnos unos a otros, debemos dedicarnos, a orar, pero también hay quienes dicen que, los templos carentes de calor humano, no pueden ser considerados, casas de dios. ¿Podemos crear climas de oración y calor humano?
   48. ¿Por qué sabía el publicano que lo hacía todo mal?
   49. ¿Por qué se despreció el publicano?
   50. ¿Por qué se golpeó el pecho el publicano?
   51. ¿Por qué se convirtió el publicano en ejemplo a seguir por quienes se sienten pecadores imperdonables?
   52. ¿Por qué sabemos que, a diferencia del fariseo ególatra, que oró buscando la aprobación de los hombres, el publicano oró suplicándole a dios, que perdonara sus pecados?
   53. ¿Cómo podría alzar el publicano los ojos al cielo para orar, si se veía atrapado por la miseria de su situación vital?
   54. ¿Oramos sin miedo ni tristeza, o sentimos que nos sobrepasan los pecados que hemos cometido?
   55. ¿Por qué el fariseo pasó de estimarse a egolatrarse, y el publicano cedió a una gran tristeza, que quizás le impidió sentir, que Dios perdonó sus pecados?
   56. ¿Por qué pecó el publicano al odiarse?
   57. ¿en qué sentido nos sabemos pecadores?
   58. ¿Cómo podremos superarnos sin ceder a la depresión estéril?
   59. ¿Por qué necesitamos evitar maltratarnos física y psicológicamente?

   3-3.

   60. ¿Cómo es posible que se le perdonaran su incontable lista de pecados al publicano?
   61. ¿Dejó éste acaso su oficio de colector de impuestos para reconciliarse con Dios?
   62. ¿Por qué no le fueron perdonados sus pecados al fariseo, si prácticamente nos hubiera servido de ejemplo a seguir a los cristianos, por la perfección con que cumplía la Ley?
   63. ¿En qué sentido no necesita Dios que cumplamos la Ley?
   64. ¿Por qué quiere Dios que cumplamos prescripciones religiosas por amor a Él, y a nuestros prójimos los hombres?
   65. ¿Por qué nos alejamos de dios y sus hijos los hombres cuando cumplimos la Ley esperando ser recompensados?
   66. ¿Por qué todo el que quiera servirse de la fe cristiana para sentirse grande ante los hombres será humillado?
   67. ¿Por qué todo el que se haga pequeño sirviendo a Nuestro Padre común en aquellos hijos suyos más necesitados de dádivas espirituales y materiales, será ensalzado, por Nuestro Padre celestial?
   68. ¿Por qué se le perdonaron los pecados al publicano?
   69. ¿Por qué remite Dios nuestros pecados?
   70. ¿Seremos salvos por cumplir la Ley divina, o porque Jesús nos ha redimido?
   71. Si seremos salvados por haber sido redimidos por Jesús, ¿para qué queremos cumplir la Ley?

   5. Lectura relacionada.

   Leamos y meditemos ROM. 3, 21-31, y bendigamos a Dios, quien no nos salvará por la perfección con que cumplimos su Ley, sino, porque somos objeto, de su amor misericordioso.

   7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 18, 9-14.

   Comprometámonos a orar y trabajar, para que, nuestros lugares de culto, sean casas de oración, en las que abunde el calor humano.

   Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.

   8. Oración personal.

   Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.

   Ejemplo de oración personal:

   Señor Jesús:

   Gracias por hacerme comprender que no soy superior a los que no te aceptan ni a quienes pecan, para que, la humildad que le he pedido al Espíritu Santo, haga de mí, un buen cristiano, capaz de cumplir tu voluntad, y de ganar almas, para el cielo.

   9. Oración final.

Leamos y meditemos los Salmos 40 y 41, agradeciéndole a Dios el bien que nos ha hecho, y dándole gracias, porque nos ayuda a superar, las dificultades que tenemos.

   José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en

joseportilloperez@gmail.com

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