Introduce el texto que quieres buscar.

Meditación para el Domingo XXV del Tiempo Ordinario del Ciclo C.

   Meditación.

   1. La riqueza, en los campos espiritual y material, la poseen quienes la han recibido de Dios, de otras personas o se han ganado una serie de cualificaciones excelentes. En el caso de la riqueza material, son muchos los que se esfuerzan en alcanzar beneficios valiéndose de medios ilegales para lograr los fines que se proponen.

   Las lecturas correspondientes a la Eucaristía que estamos celebrando, nos instan a reflexionar sobre el uso que hacemos del dinero. La riqueza material es tan importante para mucha gente que llega a valorarse a sí misma teniendo en cuenta sus posesiones, de tal manera que afirma que todos valemos lo que otros pueden pagar para lograr las riquezas que hemos alcanzado. Hay quienes piensan que el hombre más rico del mundo es el más valioso y, el más pobre, el más insignificante. Quienes aman excesivamente las riquezas son incapaces de valorar los dones espirituales que todos hemos recibido de Nuestro Padre común.

  Nosotros somos cristianos, y por ello necesitamos evitar que el apego a los bienes materiales nos desvíe del camino de perfección que Dios ha trazado para que lo recorramos con el fin de ser santificados. Tenemos que trabajar y esforzarnos para que nuestros seres queridos y nosotros podamos vivir con cierta holgura, pero hemos de cuidarnos para que la ambición, el deseo que nos es necesario para que no nos falte el estímulo o afán que nos ayuda a seguir progresando o alcanzando metas según mucha gente, no se convierta en una carga que nos impida valorarnos como personas, porque Dios nos ha creado para que seamos felices en su presencia. Dios ha permitido que utilicemos el dinero sustituyendo el antiguo intercambio de productos, por consiguiente, el dinero no debe ser divinizado ni satanizado, así pues, si queremos ser felices, ni debemos amar el dinero más que a nosotros, a Dios y a nuestros prójimos, ni debemos considerar que nuestras posesiones son los medios que nos apartan de Dios, así pues, Jesús nos invita a reflexionar en los siguientes términos: (LC. 9, 25). No olvidemos nunca que, si poseemos dinero y no lo utilizamos ateniéndonos a la óptica del amor que ha de caracterizarnos como cristianos, nos convertiremos en avaros.

   Tengamos presente el hecho de que, aunque necesitamos ser buenos trabajadores para superarnos en los campos espiritual y material, la avaricia ha de ser rechazada por nosotros para que no sean nulas las posibilidades que tenemos de alcanzar logros espirituales y materiales.

   2. "El que es fiel en lo poco -leemos en el Evangelio de hoy-, también es fiel en lo mucho". No ha de extrañarnos el hecho de que Jesús nos haya dicho en el Evangelio de hoy que utilicemos las riquezas ajenas para ganarnos a nuestros prójimos, así pues, teniendo en cuenta que los hijos de Dios en cierta forma no somos miembros de este orden de cosas o de este mundo, hemos de interpretar la Palabra de Dios pensando que Jesús no nos insta a usar la corrupción para ganarnos el cielo, porque el Señor habla de las riquezas materiales como si las tales fuesen ajenas a nosotros. El Señor nos dice que la riqueza material nos es ajena en cierta forma porque sabe que nuestra propia riqueza es espiritual, y consiste en los dones y virtudes que todos hemos recibido según la medida que nos es proporcional a nuestra fe individual, por consiguiente, cuanto mayor sea nuestra fe, más dispuestos estaremos a consentir que el Señor habite en nuestro corazón.

   Si no sabemos usar correctamente las riquezas ajenas (materiales), si no sabemos compartir nuestras posesiones con nuestros prójimos los hombres, seremos incapaces de usar debidamente nuestras riquezas propias (espirituales).

   San Juan nos dice: (1 JN. 4, 20). Utilicemos las riquezas materiales para ponerlas a disposición del bien espiritual que nos atañe a nosotros y a nuestros seres queridos.

   Muchas veces, cuando somos atormentados por el sufrimiento, le preguntamos a Dios: ¿Por qué permites que padezcamos de esta forma? En esos momentos podemos constatar que Dios guarda silencio y el Espíritu Santo se entristece profundamente, porque nuestra bondad es inerte, pues no somos capaces de amar al Dios Uno y Trino cuando las cosas no nos salen como queremos.

   Quizá no nos hemos percatado de que aprendemos amar las riquezas de una forma incorrecta desde que somos niños. No cometamos el error de ilusionar a nuestros hijos con los regalos que van a recibir en la próxima Navidad, no vaya a suceder que amen más las dádivas que van a recibir que a las personas que, a través de los presentes que les concederán, intentarán transmitirles el amor que sienten por ellos.

   Es muy importante para nosotros el hecho de tener cuidado con el consumo excesivo, pues nuestro tiempo de ocio se ha convertido en tiempo de comprar muchas cosas que quizá sólo nos sirven para derrochar dinero y perder tiempo, cuando en realidad lo que necesitamos es hablar con nuestros familiares y amigos, abrirnos el corazón unos a otros para solventar nuestros problemas y poder recordar que amamos y somos amados por nuestra capacidad de ser receptivos con nuestros prójimos.

   Cuando recibamos un regalo de alguno de nuestros seres queridos, vamos a intentar valorar el don que recibiremos ateniéndonos al amor que nos demostrarán nuestros seres queridos, independientemente del dinero que se vallan a gastar en comprarnos esos regalos tan especiales que nos concederán. Vamos a pedirle a Dios que en nosotros no se verifique la siguiente cita del Eclesiastés: (Eclesiastés, 5, 10).

   Isaías nos incita a reflexionar: (IS. 55, 2). No pretendo decir que el consumismo es pecaminoso, sino que tenemos que dedicarnos a hablar con nuestros seres queridos para solventar problemas, pues ello es más importante que divertirnos, así pues, esta es la causa por la cuál el Señor nos dice: (PR. 8, 18-19).

   3. Nada nos sucede por casualidad. Todos los acontecimientos de nuestra vida son causados, es decir, son originados por alguna razón, de la misma forma que muchas personas que son muy vivaces tienen tendencia a aislarse cuando se sienten tristes, desconcertando a sus familiares y amigos. El afán de riquezas suele ser causado por la incertidumbre que se cierne en los corazones de quienes tienen la certeza de que vivirán un futuro incierto en el que prevén que una gran multitud de desgracias se ceñirá sobre ellos y las personas que aman sin medida. Cuando muchos que padecen el citado miedo alcanzan un status social que les es muy favorable y tienen la certeza de que jamás sufrirán por causa de necesidades y humillaciones, defienden su patrimonio con más ahínco que su vida, como si sus bienes fuesen su valía personal.

   Vamos a concluir esta meditación pidiéndole a Nuestro Padre y Dios que nos colme de sus riquezas espirituales, para que podamos administrar con sabiduría nuestras riquezas materiales, que en cierta forma nos son ajenas.

joseportilloperez@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja aquí tus peticiones, sugerencias y críticas constructivas