Meditación.
¿Cómo debemos administrar los cristianos nuestras riquezas?
Estimados hermanos y amigos:
Por razones lógicas, uno de los temas que más nos inquietan a los hombres de todos los tiempos, es la forma en que debemos administrar nuestras riquezas. Los cristianos sabemos que nos son necesarios tanto el dinero, como un techo bajo el que vivir, la ropa con que nos vestimos y otros bienes, sin los que difícilmente podríamos subsistir, sobre todo teniendo en cuenta que vivimos en un mundo en que se valora a las personas por los bienes que las mismas poseen, en vez de hacerlo por quienes son o por la conducta que observan.
¿Es cierto el dicho: "Tanto tienes, tanto vales?" Si somos cristianos practicantes, hemos de reconocer que el mismo no es válido para nosotros, dado que contradice la voluntad de Dios, Nuestro Padre celestial, que quiere que todos vivamos en un mundo marcado por la estrecha aplicación de su justicia, según la cual, todos los hombres, por el mero hecho de ser sus hijos, tienen derecho a no vivir bajo los efectos de la pobreza, y a no ser víctimas de ningún tipo de discriminación, causada por su carencia de bienes materiales.
En la Biblia se denuncia enérgicamente la explotación injusta de los pobres por parte de quienes abusan de ellos sin escrúpulos. Veamos algunos ejemplos de ello: (ST. 5, 4-5. EF. 6, 8-9).
¿Qué nos dice Jesús con respecto al hecho de cubrir nuestras necesidades básicas, y el hecho de que no nos dejemos arrastrar por la preocupación ni por la ambición desmedida? (MT. 6, 24-34). Jesús nos incita a que no nos preocupemos por el hecho de cubrir nuestras necesidades básicas. Este hecho es muy difícil de ser comprendido por quienes son muy pobres, ya que nadie se preocupa de ellos, y, cuando los tales reciben esta instrucción de parte de quienes evitan ayudarles y al mismo tiempo insisten en consolarles con la Biblia en la mano, dicha instrucción no puede ser vista nada más que como una enseñanza de hipócritas, en el caso de que quienes les predican tengan todas sus necesidades cubiertas.
En la Biblia se nos incita a comprender que hemos de tratar la manutención de los pobres como si la misma fuera una necesidad nuestra, ya que la verdadera fe se demuestra practicando la caridad cristiana, y no diciendo palabras que se lleva el viento y resultan ser estériles (ST. 1, 27. 2, 14-17).
Por su parte, San Pablo nos dice con respecto a la ayuda que hemos de prestarles a los carentes de bienes materiales: (2 COR. 9, 6-11).
Cuando San Pedro pronunció su primer discurso el día de Pentecostés en que fue fundada la Iglesia, sucedió el siguiente hecho: (HCH. 2, 42). ¿Por qué surgió tanta solidaridad repentinamente en la Iglesia madre jerosolimitana? Aunque muchos creyentes practicarían la caridad gustosamente en favor de los más pobres de los hijos de la fundación de Cristo, no pocos lo hacían, no por amor a sus hermanos los desfavorecidos, sino porque, al creer que se acercaba el fin del mundo, buscaban, de esa manera, ganarse una buena posición en el Reino de Dios. Jesús desea que hagamos el bien, no a cambio de ser salvos porque este hecho procede del amor de Dios para con nosotros, sino por amor al Dios Uno y Trino y a nuestros hermanos los hombres.
El hecho de que nuestra salvación dependa del amor de Dios, no significa que hemos de dejar de hacer el bien, así pues, atendamos, nuevamente, a la instrucción de Nuestro Señor: (LC. 16, 19-31). Meditemos brevemente el texto que hemos recordado. El rico que aparece en la parábola que estamos considerando jamás se compadeció del pobre Lázaro, cuyo estado era tan lamentable, que hasta los perros salvajes lamían sus llagas. No debemos olvidar que en nuestro mundo hay gente cuyo estado es peor que el de Lázaro. Ciertamente, no está en nuestras manos el hecho de evitar la utilización de niños en muchas guerras como soldados ni la pedofilia, pero, al responsabilizar al Estado, a la Iglesia o a quien sea para que se ocupe de los pobres, ocurre que nadie resuelve convenientemente la situación de los mismos, unas veces por falta de recursos, y, otras, por falta de ganas para trabajar en beneficio de los tales.
De la misma manera que Lázaro deseaba comerse las sobras del rico, los pobres desean tener oportunidades en este mundo en el que han nacido sólo para sufrir y tener la certeza de que van a morir.
Se nos habla en la citada parábola del "seno de Abraham", donde fue llevado Lázaro después de su muerte, y del "hades", el lugar en que el rico fue condenado por su injusticia y avaricia. El seno de Abraham era el lugar en que muchos de los judíos creían que los muertos habían de esperar el día de su resurrección. El hades era lo que actualmente conocemos como el infierno.
Egoístamente, el rico, antes de pedirle a Abraham que enviara a Lázaro para que les contara a sus hermanos lo que le había sucedido y evitar su condenación, quiso ser socorrido él mismo.
No deja de llamarnos la atención el hecho de que, si no nos convertimos al Evangelio leyendo la Biblia, no lograríamos este hecho, ni aunque recibiéramos una revelación celestial. Aunque es imposible demostrar la existencia de Dios por medio de la ciencia, no hemos de olvidar que, para tener fe, no sólo se requiere del deseo de creer en Dios, sino de un corazón capacitado para expresar por medio de obras de caridad la ilimitada misericordia de Nuestro Padre común.
Es preciso que no imitemos la conducta del joven rico piadoso, que, con tal de no desprenderse de sus riquezas, no quiso ser discípulo de Jesús (MT. 19, 16-22).
Hace unos quince años, una señora me dijo: "Cuando era joven tenía ganas de ser monja carmelita, pero no lo hice. No fui monja porque ellas se azotaban diariamente, sino porque tienen prohibido maquillarse, y a mí me gusta mucho maquillarme".
Los cristianos tenemos que desempeñar nuestra labor en el triple entorno familiar, amistoso y laboral en que nos desenvolvemos, pero sólo el cumplimiento de la voluntad de Dios debe ser nuestra opción preferencial en la vida, porque ello no tiene que significar que renunciemos al cumplimiento de nuestros deberes, sino que, al contrario, nos incita a cumplirlos con mayor perfección.
"Parece que en vacaciones no se debe hacer nada. Por eso, probé. ¿No lo han probado ustedes? Es endiabladamente difícil y a la larga, cansadísimo. Pero así son las vacaciones, ¿no es cierto?
Entonces, para obligarme a no hacer nada, tomé un libro. Un libro cuyas hojas estaban aún sin abrir, pues en París - créanme - no había tenido tiempo de curiosearlo. Porque en París no hay vacaciones. ¡Gracias, Dios mío!
Leí el título del libro, cogido al azar: “Geografía del hambre”. Y en el prólogo de esta obra realista y espantosa: “Está comprobado, de manera rigurosamente científica, que alrededor de dos tercios de la humanidad viven en estado de hambre permanente”. Necesidad total o sub alimentación que es la causa de las terribles epidemias que condenan a muerte a pueblos enteros. Y presenta cifras, estadísticas, documentos, ejemplos. Leí el libro. Y sentí vergüenza.
Así pues, mientras yo descanso ante uno de los más hermosos y conmovedores paisajes del mundo, centenares de millones de seres viven en tugurios sin luz, se estremecen de frío o sufren el martirio de un sol implacable. ¿POR QUÉ?
Cuando haya saturado mis ojos de estos esplendores, bajaré al comedor. Y elegiré menú. Y veré cómo se llevan platos a medias consumidos, para arrojarlos en seguida. Mientras que mueren de hambre centenares de millones de seres, para quien ese trozo de pan despreciado sería un festín, y quizá la salvación. ¿POR QUÉ?
Luego subiré a mi cuarto y me acostaré entre sábanas frescas y limpias. Mientras que centenares de millones de seres viven entre porquería, parásitos y hediondez. ¿POR QUÉ?
Y mañana lo mismo. Continuaré mi vida fácil, gastando, derrochando sin pena ni gloria lo que sería tanta felicidad. Y - esto es lo más trágico y lo menos perdonable - procuraré no pensar en los demás. Para no estropearme “las vacaciones”. Y jamás me dirigiré estas palabras: ¿Por qué ellos sí y yo no? ¿Por qué ellos sí y yo no ? ¿Por qué usted tampoco?
Lo que hace falta es amar. Y aprender a pensar en los demás. No de vez en cuando, sino siempre. Lo que hace falta es vivir con la miseria de los demás. Y sufrir ante su injusto padecimiento.
“Yo no puedo hacer nada”. He ahí el prototipo de la ruin excusa. Y que viene a ser una confesión de nuestra cobardía. ¿Usted no puede hacer nada? ¿Cómo lo sabe? ¿Qué ha intentado hacer? Nada, desde luego. Usted se ocupa de sí, y luego de sí, y siempre de sí. ¿Que este es su mundo? De acuerdo. Pero entonces, no diga que es usted cristiano, ni siquiera, simplemente, un ser civilizado.
Porque no se podrá hablar de civilización y menos de civilización cristiana, mientras aceptemos vivir al tiempo que otros mueren, porque nosotros tenemos en demasía lo que a ellos les falta para vivir.
No se podrá hablar de civilización, ni de humanidad, mientras aceptemos (sin hablar de ello, por supuesto, y esforzándonos incluso en no pensarlo) que unos cuantos hombres se enriquecen vergonzosamente - y tranquilamente - con el hambre y la muerte de los otros...
Y ahora yo le desafío, sabiendo esto, a comer con buen apetito y a dormir sin pesadillas, si antes no hemos hecho algo - usted, yo, cada uno de nosotros - para que este monstruoso balance sea el último...
(Raoul Follereau. “Si Cristo mañana...”, p. 87).
joseportilloperez@gmail.com
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