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Meditación para el Domingo XXII del Tiempo Ordinario del Ciclo C.

   Meditación.

   1. Muchos de nuestros hermanos están viviendo durante estos últimos días de agosto el fin de su tan ansiado periodo vacacional. Es difícil concluir un periodo de descanso para volver a iniciar la actividad diaria, pero, la Iglesia, a través de su Liturgia, nos insta a que todos los días iniciemos nuestra doble actividad laboral y doméstica como si nuestro trabajo fuera muy novedoso para nosotros. Independientemente de si estamos pasando unos días fuera de nuestro ambiente o de si no hemos tenido la dicha de descansar durante el verano, el Señor nos pide que trabajemos todos los días con la ilusión de hacer bien hecho lo que tenemos que hacer con la máxima perfección que podamos. Si hacemos el citado esfuerzo, será para nosotros muy fácil prepararnos para heredar el Reino de Nuestro Padre común. Dios nos llama a todos, así pues, Nuestro Santo Padre nos busca cuando sabe que no vamos a oponernos a la vocación que recibimos de Él cuando estamos dispuestos a aceptar el hecho de que su voluntad se cumpla en nosotros.

   San Mateo, en el capítulo 19 de su Evangelio, nos cuenta que, en cierta ocasión, un viñador salió a distintas horas del día para contratar a una cierta cantidad de jornaleros para que trabajaran en su viña. El viñador no tenía la intención de contratar al menor número de labradores para forzarlos y obtener de ellos el máximo rendimiento posible reduciendo los gastos que le hubiera supuesto el hecho de contratar más hombres como hacen muchos empresarios, pues el Señor de las mieses tenía la intención de evitar la frustración que padecían quienes carecían de empleo. Al final de la jornada, cuando el dueño de la viña convocó a sus jornaleros para pagarles su sueldo correspondiente, quienes trabajaron más horas se encontraron con que el dueño de las mieses les había pagado a todos sus hombres la misma cantidad de dinero, a pesar de que no todos trabajaron las mismas horas.

   A veces nos creemos que por ser católicos tenemos más derecho a vivir en la presencia de Dios que quienes no comparten nuestras creencias. Para nosotros puede ser muy difícil el hecho de discernir hasta qué punto hemos de ser condescendientes con las ideologías de nuestros prójimos, de la misma forma que nos cuesta entender que quienes no aceptan nuestros planteamientos religiosos han de relativizar nuestra verdad para intentar aceptarnos como somos.

   San Pablo les escribió a los Efesios las siguientes palabras: (EF. 4, 23-24).

   Los seguidores de Jesús sabemos que no nos es fácil ser cristianos en nuestra sociedad hedonista, así pues, con la intención de alentar a sus lectores hebreos, un Hagiógrafo bíblico, les escribió a sus hermanos de raza: (HEB. 12, 1-4).

   Se nos ha dicho que cambiemos de conducta, así pues, no es Dios quien tiene que adaptarse a nosotros, pues su perfección nos insta a que seamos nosotros los que nos adaptemos a Él. Se nos insta a que no nos desanimemos en la lucha que mantenemos contra la adversidad, porque no podemos ser comparados con los Mártires.

   Nosotros no podemos alcanzar la perfección divina por nuestros medios.

   2. Jesús nos dice, las palabras que encontramos en MC. 9, 23.

   Para que nos sea posible salvar los obstáculos de nuestra vida, necesitamos formarnos continuamente con el propósito de conocer la Palabra de Dios, porque queremos que la voluntad de Nuestro Padre común se cumpla en nosotros.

   No es positivo el hecho de que aprendamos la Palabra de Dios y no cumplamos los Mandamientos de Nuestro Santo Padre, así pues, a través de nuestras acciones, el mundo ha de saber que somos soldados de Cristo Rey.

   Para que nuestra formación nos sea provechosa y nuestras acciones no nos alejen de Dios, podemos orar con más confianza que hablamos con quienes conversan con nosotros todos los días, así pues, si nuestros prójimos son parte de nuestra vida, Nuestro Padre común es nuestro todo.

   Si nos caracterizamos por tener una formación exquisita, si somos cristianos activos, y si somos capaces de hablar con Dios sin dudar de que Él escucha nuestras plegarias, estaremos dispuestos, en cualquier momento de nuestra vida, a hacer cualquier cosa, según afirmamos en las celebraciones eucarísticas, "por Cristo, con Él y en Él", es decir, por amor a Cristo, in Persona Christi, en la misma persona de Cristo, así pues, según palabras de San Pablo: (1 COR. 6, 15).

joseportilloperez@gmail.com

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