Domingo XXIII del Tiempo Ordinario del Ciclo C.
¿Somos conscientes de lo que realmente supone seguir a Jesús?
Ejercicio de lectio divina de LC. 14, 25-33.
Lectura introductoria: GÁL. 2, 19-20.
1. Oración inicial.
Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y, del Espíritu Santo.
R. Amén.
Prestémosles atención a las palabras de Nuestro Salvador que vamos a considerar, porque contienen un mensaje trascendental para nuestra vida de fe.
No vivamos una religiosidad estática. Si no queremos dejar de crecer espiritualmente, nos conviene cuestionarnos siempre nuestras creencias, a fin de poder resolver las dudas de fe que nos surjan, y las de aquellos que nos permitan transmitirles nuestras creencias. Si la fe se nos estanca en un determinado estado y no nos la cuestionamos, dejará de crecer, y, dado que es como un fuego que se alimenta constantemente, al no estudiar y meditar la Palabra de Dios, se nos debilitará, sin que apenas nos percatemos de ello, hasta que, prácticamente, la hayamos perdido.
En el Evangelio que consideraremos en este trabajo, veremos que mucha gente seguía a Jesús, pero el Señor, corriendo el riesgo de quedarse con pocos seguidores, le explicó claramente en qué consiste su seguimiento y la imitación de su conducta, para que nadie se llevara a engaño. Ser discípulo de Jesús es difícil, y, con respecto a quienes les sea fácil, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que sintonizan más con cualquier ideología humana, que con la fe predicada por Nuestro Redentor.
Jesús nos transmitirá en esta ocasión un mensaje tan radical, que difícilmente podremos olvidarlo, pues, quienes queramos ser sus seguidores, no debemos anteponer a ninguno de nuestros familiares ni ninguna de nuestras propiedades u ocupaciones a Dios, pues, tal como se deduce del texto paulino que encabeza el presente trabajo, hemos sido llamados a vivir, no a nuestra manera, sino tal como lo hizo Nuestro Redentor. Ello significa que no debemos pensar y actuar a nuestro modo, sino tal como lo haría el Hijo de Dios y María, si viviera nuestras circunstancias. Ello no significa que queremos ser despersonalizados por Jesús, sino que aspiramos a un nivel de santidad muy elevado, y deseamos dejarnos perfeccionar por el Mesías, pues, con nuestros propios medios, no podríamos alcanzar, tan loable meta.
Si queremos ser seguidores de Jesús, debemos llevar nuestras cruces personales y de aquellos a quienes amamos, y caminar, no delante ni junto a Jesús, sino detrás del Señor, tal como los Apóstoles recorrían Israel caminando en pos del Hijo de Dios y María, para poder recibir sus enseñanzas.
Es curioso cómo, frente al deseo de poder, riquezas y prestigio característico de la mayor parte de la humanidad, Jesús no nos pide que caminemos detrás de Él adquiriendo sabiduría, poder ni riquezas que nos hagan destacar tal como se hace en el mundo cuando se alcanzan logros importantes. Jesús nos pide que portemos nuestras cruces con dignidad, porque nos quiere tal cuales somos, con nuestras virtudes y defectos, con nuestras tristezas y alegrías, y sin dobleces. Para caminar detrás de Jesús, en vez de guardar apariencias, necesitamos ser nosotros mismos, pues, solo al reconocernos inferiores a Dios, e imperfectos, nos dejaremos moldear por Nuestro Padre común, quien nos purificará, y nos santificará, a su debido tiempo.
Dado que el seguimiento de Jesús es complicado, y nos gusta terminar lo que empezamos, con tal de no sentirnos fracasados, necesitamos pensar lo que vamos a hacer, antes de declararnos cristianos practicantes. Todos los años recibo cartas de gente que, aunque termina de celebrar la Semana Santa con mucha fe, la misma se le debilita en cuestión de pocos días. Se trata de gente buena que se emociona al aprender -o recordar- lo que el Señor hizo por nosotros, pero se declara creyente sin pensar lo que ello supone, y cuando apenas sus familiares, amigos, o compañeros de trabajo, descubren que quiere ser cristiana, le recuerdan las leyendas negras de la Iglesia, y que la cuestión de la existencia del mal no se puede resolver tal como lo haríamos nosotros, y le hacen que la fe se le debilite, o la pierda.
Tal como el rey que dispone de 10.000 soldados debe buscar la estrategia adecuada para enfrentar a sus hombres con un ejército de 20.000 guerreros, después de pensar en el riesgo que comporta seguir a Jesús, necesitamos descubrir nuestra vocación, y la manera de desempeñarla. No actuemos como el rey que quiere pactar condiciones de paz con su adversario antes de ser vencido por el mismo, pues, aunque en ciertas circunstancias el hecho de seguir a Jesús sea doloroso, terminaremos ganando la guerra, aunque ello no suceda durante los años que se prolongue nuestra existencia mortal.
Jesús concluye el Evangelio que vamos a meditar con una de sus frases lapidarias, indicando que, quienes queramos seguirlo, debemos renunciar a nuestros bienes, no porque la posesión de los mismos es mala, sino porque, el cuidado de nuestras riquezas, puede separarnos de Él y de nuestros prójimos, si caemos en la avaricia.
¿Aceptaremos el desafío de ser buenos seguidores de Jesús, o nos arrepentiremos de haberlo considerado y rechazado, quizás pensando que nos faltó valor para hacer lo que tendría que haber caracterizado nuestra vida?
Oremos:
Espíritu Santo, amor que procedes del Padre y del Hijo, y que con ellos recibes una misma adoración y gloria:
Ayúdanos a comprender que necesitamos sentirnos amados y protegidos por Dios, y a comprender que, servir a quienes necesitan nuestras dádivas espirituales y materiales, es la única forma que tenemos, de demostrar que te amamos.
Espíritu Santo, aliento divino que nos das la vida:
Quema nuestras impurezas con tu fuego, y haznos imitadores de tu divina caridad.
Espíritu Santo, amor del Dios ante quien somos pequeños:
Enséñanos a ser humildes, para que podamos vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre.
Espíritu Santo, amor del dios para quien no hay nada imposible:
Haz de nuestra tierra un paraíso de luz en que la humanidad pueda encontrar la plenitud de la felicidad, más allá de las razones por las que los hombres sufren. Amén.
2. Leemos atentamente LC. 14, 25-33, intentando abarcar el mensaje que San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 14, 25-33.
3-1. Jesús quiere ser el centro de nuestra vida (LC. 14, 25-26).
A cualquier líder religioso le gustaría ver su lugar de culto lleno de gente, y, todos los que predicamos el Evangelio en Internet, quisiéramos que las listas de correo, blogs y portales en que publicamos nuestros trabajos, recibieran muchas visitas. Jesús no comparte nuestro pensamiento, dado que, al Señor, más que tener una enorme cantidad de seguidores, le importa ser seguido por un grupo de gente que, aunque no sea muy grande, sea leal y sincero. Jesús no actuó como los políticos que prometen muchas cosas cuando quieren que se les vote, ni como los predicadores que les hacen creer a sus oyentes -o lectores- que el seguimiento de Jesús no conlleva dificultades, con tal de que los mismos no dejen de asistir a sus lugares de culto, ni desistan de leer sus publicaciones.
Dado que el seguimiento de Jesús es difícil, y no todos tenemos la fortaleza necesaria para resistir las contradicciones de que podemos ser víctimas, el Señor les explicó a sus oyentes claramente en qué consiste su seguimiento, para que, ninguno de ellos, se dejara llevar, por falsas ilusiones.
Dado que el único arma con que Jesús contaba para ganar seguidores era su palabra, como buen predicador oriental, se servía de frases lapidarias, para que sus oyentes no las olvidaran fácilmente, de hecho, no solo los oyentes del Mesías, sino que todos mis lectores, cuando terminen de considerar el presente trabajo, recordarán que Jesús los invita a odiar a sus padres, a sus madres, a sus cónyuges, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas, e incluso sus propias vidas, si quieren ser, discípulos del Profeta de Nazaret.
La traducción litúrgica del texto evangélico que estamos considerando, en vez de indicarnos que odiemos a nuestros familiares para poder ser seguidores de Jesús, tal como lo hace el texto original del tercer Evangelista, nos indica que los pospongamos, -que no los prefiramos al Señor-, para que, los cristianos de nuestro tiempo, sin ser conocedores de las costumbres orientales, podamos darles a las palabras de Jesús, su verdadero sentido, así pues, probemos, con la Biblia en la mano, que Jesús no desea que odiemos, a nuestros familiares.
A un legista que deseaba saber qué debía hacer para heredar la vida eterna, Jesús le hizo decir, las siguientes palabras de la Ley de Moisés y de Israel: (LC. 10, 27).
Dado que, mientras que para nosotros nuestros prójimos son nuestros familiares y amigos queridos, para Jesús todos hemos sido llamados a formar parte de la familia de Dios, así pues, esta es la causa por la que, el Señor, nos dice, estas palabras: (LC. 6, 27-28).
¿Qué han de hacer aquellos que deben elegir entre ser discípulos de Jesús y conservar el afecto de sus familiares y amigos? Aunque este caso es extremo, se ha dado muchas veces, a lo largo de la historia, por diversas causas. Dado que Jesús quiere que nos amemos, quienes lo siguen imitando su conducta, no odian a nadie, y sirven a sus familiares, aunque solo sea con sus oraciones, porque no se relacionan con los tales. Existen situaciones en la vida en que el hecho de no cumplir la voluntad paterna, elegir profesar un estado religioso, estudiar una carrera o formar parte de un partido político, rompen la armonía de muchas familias. Ello sucede porque hay padres que no quieren dejar que sus hijos aprendan a vivir partiendo de sus aciertos y errores, y/o que no quieren que se relacionen con quienes son más pobres que ellos, y porque quizás todos deberíamos ser más tolerantes.
Si nos es difícil situar a Jesús por encima de quienes amamos para poder ser fieles seguidores del Mesías, no nos es más fácil odiar nuestra propia vida, para que podamos vivir la misma existencia del Señor. Odiar nuestra vida, significa que nos comprometemos a extinguir de la misma, todo lo que nos separa, tanto de Nuestro Padre común, como de sus hijos los hombres.
3-2. ¿Qué cruz portaremos para poder ser fieles seguidores de Jesús? (LC. 14, 27).
Normalmente, al hablar de nuestras cruces, nos referimos a los defectos que nos caracterizan que parecen ser insuperables. Cuando han faltado -o no se han reconocido- los argumentos científicos que explican la existencia de las enfermedades, hemos llegado a creer que las tales son cruces que Dios nos manda, unas veces porque las han merecido nuestros pecados, y, en otras ocasiones, para enseñarnos algo, que quizás nunca hemos terminado de descubrir. En otros casos, por creer que necesitábamos cruces que moldearan nuestra conducta a fin de poder ser salvos, quizás nos hemos castigado, con tal de encontrar los instrumentos de tortura que creíamos que nos faltaban, para alcanzar nuestro propósito.
Mientras que las cruces han llegado a ser para muchos creyentes simples adornos que lucen, otros han buscado excusas para sentirse crucificados, tales como el cuidado de sus familiares enfermos, pero no lo han hecho por humildad, sino porque han creído que ello les ayudaría a llamar la atención, y a ser sobrevalorados, por sus familiares y amigos.
Se ha especulado mucho sobre la cruz, y pocos son los que han pensado que Jesús quiere que seamos portadores de su cruz, no caminando a los lugares en que debemos ser crucificados, sino cumpliendo nuestra misión cristiana. Portar nuestra cruz puede llevarnos al auto desprecio o al egoísmo, pero, portar la cruz de Jesús con la nuestra, nos hace tener un cuerpo espiritual robusto, para que podamos ser portadores de las cruces de toda la humanidad, -es decir, para que nos solidaricemos con el padecimiento de quienes sufren por cualquier causa-.
Si queremos ser discípulos de Jesús, debemos llevar la cruz, y caminar detrás de Nuestro Maestro, acatando sus enseñanzas, e imitando su conducta. Ha llegado la hora en que podemos considerar cómo la cruz nos glorifica, más de lo que consideramos que la misma nos hace ser humillados constantemente.
3-3. ¿Estamos seguros de querer ser seguidores de Jesús? (LC. 14, 27-30).
No he sido creyente en Dios durante toda mi vida, pero, cuando empecé a estudiar su Palabra durante los años de mi adolescencia, conforme fui recuperando la débil fe que perdí, sentí la necesidad de dar a conocer el Evangelio. Quise ser sacerdote, pero, por causa de mi deficiencia visual, todos los sacerdotes a los que les planteé mi inquietud, intentaron desanimarme, argumentando que sería difícil que pudiera adaptarme al ritmo de vida de los seminaristas. Cuando después de conseguir asistir a una convivencia vocacional comprendí que debía realizar mi actividad como laico, pensé encontrar a una mujer con quien casarme, y, cuando lo conseguí, muchos que sabían de mi deseo de ser sacerdote, se rieron, unos porque pensaron que no fui capaz de hacer lo que me gustaba, y otros porque pensaron que preferí casarme antes que ser célibe. Cuando hice el retiro vocacional, comprendí que, si era sacerdote, tendría que esperar que la gente me buscara para predicarle, pero, si era laico, tanto en mi vida ordinaria, como en Internet, tendría que ser yo quien buscara a quienes necesitaran conocer la Palabra de Dios, lo cual, aunque es difícil, después de pasar más de once años anunciando el Evangelio, da buenos resultados.
Lo que me sucedió explica el significado de las palabras de Jesús, referentes a lo que le ocurre a quien, por no calcular bien la inversión que debe hacer, empieza a construir una casa, y la deja sin terminar. Yo escogí el camino que el Señor me mostró, pero no pocos entendieron para qué hice otras cosas.
Independientemente de que seamos cristianos, tenemos que planificar lo que queremos hacer, pues todos nuestros actos tendrán sus consecuencias. La planificación y el riesgo forman parte de nuestra vida. A modo de ejemplos, quienes desean casarse, deben planificar el modo de mantener sus relaciones conyugales, con tal de que las mismas se prolonguen, y, al mismo tiempo, deben arriesgarse a convivir, porque nadie les garantiza, que vivirán felizmente, sin dificultades. Igualmente, quienes estudian una carrera, no tienen garantizado el hecho de pasar toda su vida laboral, trabajando en el campo en que se han formado convenientemente.
Quienes desean ser empresarios, deben conocer el campo en que desean laborar, las inversiones que deben hacer para tener sus propias empresas, los impuestos que deben pagar, y el horario en que han de trabajar. Igualmente, quienes queremos seguir a Jesús, debemos saber las satisfacciones y el riesgo que ello comporta. No es lo mismo seguir a Jesús para quienes viven en países en que el hecho de ser cristiano no supone ningún problema, que habitar en las naciones en que los seguidores del Señor son perseguidos. Tampoco es lo mismo ser cristianos para quienes tienen familiares que no se oponen a ello, que para quienes tienen que elegir entre complacer a sus seres queridos, o profesar la fe predicada por el Salvador de la humanidad.
3-4. Si nos consideramos seguidores de Jesús, ¿qué haremos para actuar como tales? (LC. 14, 31-32).
Hay quienes reducen su fe al hecho de creer en Dios y recurrir a Él cuando tienen problemas. Tales creyentes no necesitan desarrollar ninguna estrategia para vivir como seguidores de Jesús, porque no son cristianos practicantes. Quienes optan por seguir a Jesús porque ello se les impone como una necesidad, no se contentan viviendo de cualquier forma, pues imitan el modelo que nos dejó Jesús cuando vivió en Israel, en cuanto ello les es posible, ya que el Señor es un modelo de santidad muy perfecto, como para que lo alcancemos, por nuestros medios.
Anteponer nuestra fe a los familiares y amigos que tenemos, no significa que odiaremos a los tales, sino que los serviremos mejor que si careciéramos de fe, pues ello nos compromete a servirlos, no a nuestro modo, sino, a la manera del Redentor de la humanidad.
Odiar nuestra vida, significa disponernos a vivir plenamente, no según nuestros criterios, sino como lo haría Jesús, si experimentara las circunstancias que caracterizan nuestra existencia.
Aunque se nos ha dicho que antepongamos a Jesús a nuestros familiares y a nuestra vida, aún nos falta un aspecto relacionado con la profesión de nuestra fe, que consideraremos en el siguiente apartado del presente trabajo.
3-5. Renunciemos a nuestros bienes (LC. 14, 33).
Parece que Jesús nos está dificultando demasiado el hecho de seguirlo. El Señor nos pide que nadie ni nada influya en nuestra manera de seguirlo negativamente, y que, tal como debemos evitar dejarnos llevar por nuestros seres queridos que nos aconsejan que renunciemos a la fe que profesamos, también necesitamos evitar que el poder, las riquezas y el prestigio, que tanto necesitamos para triunfar en este mundo materialista, no atenten contra nuestra fe.
Solo si creemos que los deseos del Señor son más buenos que los nuestros, podremos renunciar a parte de lo que añoramos. Renunciar a algo malo para conseguir algo bueno es fácil, pero renunciar a algo bueno -o excelente- para conseguir algo mejor, es bastante difícil. De esto saben mucho los religiosos que se han hecho ministros de Cristo actuando contra la voluntad de sus familiares.
Hace mucho tiempo me contó uno de mis lectores que estaba sometiéndose a una terapia psicológica, porque, como fue maltratado por sus padres durante los años de su infancia, siempre fue tímido, y carecía de voluntad y coraje, para superar sus problemas. Dado que adoptó la costumbre de hacer todo aquello que le producía placeres inmediatos, su psicólogo le dijo que hiciera cosas que le produjeran resultados de larga duración, a largo plazo. Esta anécdota me recuerda que si nos embriagamos una noche de fin de semana podemos divertirnos, pero nuestro placer es de corta duración, el gasto es elevado, y el dolor de cabeza que puede aquejarnos al día siguiente, puede ser difícil de soportar, pero, si trabajamos incansablemente durante nuestra vida laboral, podremos jubilarnos, con una pensión, que nos ayude a vivir, con cierta holgura.
La profesión de nuestra fe no ha de llevarse a cabo esperando recompensas de ningún tipo en este mundo, con la excepción de la satisfacción que producen la predicación del Evangelio, y la realización de obras benéficas. Tal como muchos que trabajan durante varias décadas consiguen jubilarse con pensiones altas, el seguimiento de Jesús produce resultados muy satisfactorios, a largo plazo, que no se consiguen en un espacio corto de tiempo. A modo de ejemplo, os cuento que, cuando empecé a predicar en Internet, pasé varios meses, teniendo un solo lector. Más de once años después de iniciar mi labor de predicación, no puedo contar los lectores que tengo. Para que esto sea posible, he necesitado recurrir a dueños de sitios de Internet cristianos, y servirme de los servicios gratuitos de blogs y listas de correo, y de la inclusión de mis trabajos, en varios buscadores.
¿Merece la pena seguir a Jesús? Seguir a Jesús no merece la pena, sino, la vida. Ello constituye una rica experiencia en diversos sentidos. Nuestros abuelos saben que muchos no aprendieron a valorar lo que sus antecesores hicieron por ellos, hasta que tuvieron hijos, y comprendieron lo que significa ser padres. Necesitamos pensar si vamos a ser cristianos, y, en caso afirmativo, necesitamos desarrollar una vocación, tal como el rey estratega del que Jesús nos habla en el Evangelio, tuvo que decidirse entre enfrentar a sus 10.000 hombres a un ejército de 20.000 soldados, o entre pactar condiciones de paz, con su oponente.
Si optamos por seguir a Jesús, no pensemos que cambiaremos el curso del mundo. Si nos mantenemos fieles al Señor y nadie logra hacernos perder la fe, habremos conseguido hacer un excelente trabajo. Con el paso del tiempo, a fuerza de actuar como lo haría Jesús si viviera nuestras circunstancias, lograremos conversiones al Evangelio, pero ello será difícil, y requerirá de fe y empeño, para que no nos arrepintamos de haber empezado a trabajar, en la viña del Señor.
3-6. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.
3-7. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 14, 25-33 a nuestra vida.
Respondemos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
1. ¿Por qué al Señor, más que tener una enorme cantidad de seguidores, le importa ser seguido por un grupo de gente que, aunque no sea muy grande, sea leal y sincero?
2. ¿Cómo actuó Jesús a la hora de explicarles a sus seguidores en qué consistía su seguimiento? ¿Por qué?
3. ¿Por qué les explicó Jesús a sus oyentes claramente en qué consiste su seguimiento?
4. ¿Por qué se servía Jesús de frases lapidarias cuando predicaba el Evangelio?
25. ¿Por qué la traducción litúrgica del Evangelio que estamos considerando cambia el término "odiar" del texto original por el vocablo "posponer"?
6. ¿Por qué sabemos que Jesús no nos manda odiar a los miembros de nuestras familias?
7. ¿Quiénes son nuestros prójimos según Jesús?
8. ¿Qué sentido tiene amar a nuestros enemigos, beneficiar a quienes nos odien, bendecir a los que nos maldigan, y orar por los que nos difamen?
9. ¿Qué han de hacer aquellos que deben elegir entre ser discípulos de Jesús y conservar el afecto de sus familiares y amigos?
10. ¿En qué se debe diferenciar la manera de servir a sus familiares de los creyentes de la forma de hacer lo propio de quienes carecen de la fe cristiana?
11. ¿Cómo pueden servir a sus familiares los cristianos que no se relacionan con los tales porque actúan como seguidores de Jesús en contra de la voluntad de ellos?
12. ¿Por qué se rompe la armonía de muchas familias cuando los hijos no hacen lo que desean sus padres?
13. ¿Qué haremos para vivir la vida de Jesús?
14. ¿En qué sentido quiere el Mesías que odiemos nuestra vida?
3-2.
15. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de las cruces que portamos?
16. ¿En qué ocasiones llegamos a creer que las cruces que tenemos nos las manda Dios?
17. ¿En qué casos recurren muchos cristianos a infringirse castigos físicos y mentales?
18. ¿Qué piensan los cristianos que supone el hecho de cargar cruces?
19. ¿Por qué son muchos los que fingen que sus cruces son insoportables?
20. ¿Qué cruces quiere Jesús que portemos?
21. ¿Qué diferencia existe entre cargar cruces porque ello parece ser obligatorio, y cargar con la cruz de Jesús?
22. ¿Cómo portaremos la cruz de Jesús?
23. ¿A qué puede conducirnos el hecho de portar nuestra cruz?
24. ¿Cómo podremos portar todas las cruces de la humanidad, al ser portadores de la cruz de Jesús, y de la nuestra personal?
25. ¿Qué haremos para ser portadores de la cruz de Jesús?
26. ¿Cómo consideraremos la cruz como instrumento de glorificación, en vez de considerarla como instrumento de tortura?
3-3.
27. ¿Por qué necesitamos planificar el modo de hacer las cosas más importantes que tenemos en mente?
28. ¿Cómo es posible que la planificación y el riesgo formen parte de nuestra vida?
29. ¿En qué sentido deben planificar su vida quienes deseen casarse?
30. ¿Por qué tenemos que planificar nuestra manera de ser cristianos tal como tienen que calcular su forma de proceder quienes quieren ser empresarios?
31. ¿Por qué no es lo mismo seguir a Jesús en países en que ello está permitido, que en naciones en que ello se considera que es incorrecto?
32. ¿Por qué no es lo mismo ser cristianos para aquellos a quienes no se les oponen sus familiares, que para quienes tienen que optar entre seguir al Señor, o tener el afecto de sus seres queridos?
3-4.
33. ¿Por qué los cristianos nominales no necesitan adaptarse a la vivencia de ninguna vocación cristiana?
34. ¿Por qué los cristianos practicantes tienen la necesidad de amoldar su vida al seguimiento de Jesús y a la imitación de la conducta que el Señor observó cuando vivió en Israel?
35. ¿En qué sentido es el Señor Jesús un modelo de santidad muy elevado para que lo alcancemos por nuestros propios medios?
36. ¿Por qué serviremos a nuestros familiares mejor siendo seguidores de Jesús, que si hacemos lo propio sin creer en el Hijo de Dios y María?
37. ¿Qué significa el hecho de odiar nuestra vida?
3-5.
38. ¿Qué nos pide Jesús en el fragmento del Evangelio de San Lucas que estamos considerando?
39. ¿Está Jesús en contra del hecho de que consigamos ser poderosos, ricos y prestigiosos? ¿Por qué?
40. ¿En qué caso pueden atentar el poder, las riquezas y el prestigio, contra nuestra profesión de fe?
41. ¿En qué caso renunciaremos a nuestros deseos para cumplir los del Señor?
42. ¿Por qué es bastante difícil renunciar a algo bueno -o excelente- para conseguir algo mejor?
43. ¿Por qué no seguimos al Señor esperando recibir recompensas en este mundo?
44. ¿Por qué el gozo de predicar el Evangelio y la satisfacción que produce el hecho de hacer el bien son las únicas recompensas que recibimos en este mundo al servir al Señor en nuestros prójimos los hombres?
45. ¿Por qué el seguimiento de Jesús produce resultados muy satisfactorios a largo plazo, que no se pueden conseguir en un corto espacio de tiempo?
46. ¿Merece la pena seguir a Jesús?
47. ¿Por qué quizás no aprendemos a valorar lo que nuestros padres han hecho por nosotros hasta que tenemos hijos?
48. ¿Por qué necesitamos desarrollar una vocación si nos decidimos a ser cristianos?
49. ¿Por qué nos afanamos en seguir a Jesús, si no lograremos cambiar el mundo?
50. ¿Qué nos sucederá si nos mantenemos fieles al Señor y nadie logra hacernos perder la fe?
51. ¿Qué nos sucederá si perdemos la fe y el empeño a la hora de seguir a Jesús?
5. Lectura relacionada.
Leamos y meditemos 2 COR. 12, fijándonos en cómo San Pablo hizo hincapié, en el hecho de que evangelizó a los corintios, no en provecho personal, sino, para beneficiar a los tales. Oremos y esforcémonos para conseguir hacer nuestro el glorioso ejemplo del Apóstol de los gentiles.
6. Contemplación.
Contemplemos a Jesús siendo seguido por una gran multitud, y oremos para que nuestras comunidades de fe estén llenas de hermanos que busquen la manera de servirse entre sí, y de beneficiar al mayor número de personas posible.
Cuidémonos de no dejar de cuestionarnos la fe que profesamos, pues así podremos seguir cultivándola, y no nos arriesguemos jamás, ni a que se nos debilite, ni a perderla.
Oremos y trabajemos para conseguir que quienes celebramos el culto cristiano nos conozcamos y convivamos como hermanos, y no adoremos al Señor como desconocidos.
La gente seguía a Jesús quien caminaba hacia Jerusalén. Ello me sugiere que nos esforcemos para que nuestra fe individual y comunitaria sea activa, y no estática.
Jesús no nos pide que odiemos a nuestros familiares, sino que ampliemos el círculo de nuestros parientes, aceptando en el mismo, a todos nuestros hermanos en la fe.
Para seguir a Jesús, además de posponer a nuestros familiares y posesiones, necesitamos odiar nuestra vida, y los bienes que tenemos. Nos es necesario sacrificar nuestro todo, para recibir el todo de Dios.
No vivamos una fe basada en la aplicación de torturas físicas y en la presión psicológica, acusándonos de ser pecadores incorregibles, y actuando contra Dios, al afirmar que su obra es mala. Llevemos la cruz del Señor, para poder portar la nuestra, y las de toda la humanidad. Unámonos al Señor y a todos sus hijos, en el dolor, y en la dicha.
No pensemos que nuestras cruces son instrumentos de tortura, pues, cuando concluya el tiempo del sufrimiento, experimentaremos la glorificación divina.
El hecho de seguir a Jesús tiene consecuencias que deben ser asumidas por nosotros. Es por eso que necesitamos pensar si vamos a ser seguidores del Señor, porque puede sucedernos que nos arrepintamos algún día de ello, ya que nuestras condiciones vitales, están sujetas a ciertos cambios.
¿Qué nos sucederá si emprendemos muchos proyectos y no concluimos ninguno?
Si nos decidimos a servir al Señor en nuestros prójimos los hombres, nos vemos necesitados de cultivar alguna vocación. Tal como los profesores deben cultivar la sabiduría de sus alumnos, los cristianos deseamos vivir a la manera de Jesús, en cuanto ello nos sea posible.
Si tenemos poder, riquezas y prestigio, sirvámonos de ello para cumplir la voluntad de Nuestro Padre común, y no consintamos que la avaricia nos separe de Dios, ni de nuestros prójimos los hombres.
¿consideraremos que el hecho de creer en Dios y de predicar el Evangelio es obligatorio? La cuestión que os planteo en esta ocasión nos atrae muchos dolores de cabeza a quienes predicamos la Palabra de Dios. Muchos que vivimos en países desarrollados, tenemos demasiado presente la tentación de ser amantes de la vida fácil. Demasiadas son las veces que somos tendentes a olvidar que, si queremos alcanzar metas en la vida, debemos estar dispuestos, no solo a realizar grandes esfuerzos, sino a llevar a cabo costosos sacrificios.
Muchos no creyentes, y otros tantos católicos no formados en el conocimiento de nuestra fe, -muchos de los cuales no desean adquirir el citado conocimiento-, al pretender reducir la vivencia de nuestra religión al ámbito meramente personal, pretenden dar por correcta la idea de que la vivencia de nuestra fe no tiene más importancia que la elección de nuestras actividades de ocio. A pesar de este hecho, los cristianos sabemos que una de las causas por las que nuestra fe es rechazada, es porque nos exige vivir bajo una disciplina que no todos los que critican nuestro punto de vista están dispuestos a aceptar. Para cualquiera es más agradable el hecho de llegar a su casa después de trabajar y ver la televisión o encontrarse con los amigos que estudiar concienzudamente la Biblia o cualquier documento de la Iglesia. Lo mismo sucede durante el fin de semana, cuando se descarta la posibilidad de asistir a la Eucaristía dominical, ante la posibilidad de realizar otras actividades que resultan más placenteras.
Con frecuencia me dicen muchos de mis lectores que estas y otras casuísticas se dan porque los predicadores somos incapaces de llegar a la gente que nos rodea. No niego que puede haber defectos en la forma de trabajar de quienes predicamos la Palabra de Dios, pero no acepto excusas tales como que las celebraciones eucarísticas son incomprensibles para quienes desconocen nuestra fe, porque, aunque en el mundo faltan evangelizadores, muchas veces nuestros prójimos saben que podemos resolverles sus dudas de fe, y no nos piden que lo hagamos, porque no les incumbe en absoluto el hecho de creer en Dios, y, en el caso de que tengan fe, se conforman con que la misma sea muy débil.
Personalmente pienso que la enseñanza de la religión debe ser propuesta, no impuesta. A pesar de mi forma de pensar, tengo que decir que el hecho de creer en Dios y de predicar el Evangelio debe ser una obligación libremente aceptada, no una carga impuesta a la fuerza.
Muchos de nuestros hermanos solo utilizan las celebraciones religiosas para celebrar determinados eventos sociales como lo son las bodas. Otros tantos sólo se acuerdan de Dios cuando tienen dificultades, y se olvidan de la fe cuando se sienten felices. No sólo fuera de la Iglesia, sino entre los mismos creyentes, son muchos los que ven la sumisión al clero como una carga innecesaria e insoportable. Recuerdo que cuando mi mujer y yo hicimos nuestro cursillo prematrimonial, algunos de nuestros compañeros de grupo se reían porque un sacerdote nos daba charlas sobre el matrimonio, un tema del que decían que el citado pastor carecía de experiencia.
Recuerdo que cuando estudié el último curso de la ya desaparecida Enseñanza General Básica en España, tenía un compañero de clase que decía que entendía por qué el profesor de ciencias de la naturaleza recurría a sus dotes disciplinarias para que los estudiantes no se rieran de él, pero que no se le ocurriera meterse en su vida. Esto es precisamente lo que les pasa a muchos católicos cuando se les habla del poder que tienen los religiosos para interpretarnos la Palabra de Dios. Cuando tales hermanos ven que es preciso que renuncien a la realización de determinadas prácticas porque las tales son contrarias a la voluntad de Nuestro Padre común, protestan enérgicamente, diciendo que los "curas" no tienen autoridad para darles órdenes.
Por supuesto que el hecho de creer en Dios es obligatorio para nosotros. Esa obligatoriedad libremente aceptada por nosotros, no debe basarse en que de la misma depende la salvación de nuestra alma, sino en aceptar que la salud de nuestra alma depende del amor con que Nuestro Padre común nos ama, así pues, no vivamos como buenos cristianos por el interés egoísta de ser salvos, sino hagámoslo con la intención de agradecerle a Nuestro Padre común todo lo que ha hecho y hace por nosotros.
Jesús nos dice en el Evangelio de hoy unas palabras que pueden escandalizarnos: (LC. 14, 26).
¿Qué significa la palabra "odiar" en el texto evangélico que estamos considerando? No tiene sentido el hecho de que Jesús pretenda que odiemmos a nuestros familiares, por consiguiente, no nos es necesario recurrir a los Evangelios para recordar que Nuestro Señor no cesa de instarnos a que hagamos el bien, e incluso nos pide que amemos a nuestros enemigos, para que así hagamos todo lo posible para perdonarnos mutuamente las causas que enturbian nuestras relaciones. Para demostrar que Jesús no quiere que nos odiemos unos a otros bajo ningún pretexto, recordemos la siguiente cita de los Hechos de los Apóstoles: (HCH. 20, 34-35).
Cuando Jesús nos dice que odiemos a nuestros familiares, nos dice que no permitamos que ninguna causa se anteponga ante Dios y nosotros. No creamos que Jesús quiere que seamos fanáticos, pues no nos es desconocido el hecho de que, si queremos ser fieles hijos de Dios, nos es preciso vivir haciendo el bien, especialmente en beneficio de los que sufren por cualquier causa, y, para que ello sea posible, necesitamos desprendernos del odio, y de todos los sentimientos que puedan minimizar nuestra espiritualidad.
Dado que Dios es Todopoderoso, y su forma de pensar no siempre coincide con la nuestra, no nos es fácil comprender su voluntad. Cuando leemos, -a modo de ejemplo-, todas las indicaciones que Jesús les dio a sus Apóstoles en su discurso misionero (Vé. MT. 10), podemos tener la falsa impresión de que el Mesías no quiere seguidores sencillos, sino cristianos perfectos. Para evitar este pensamiento que hace que los más débiles de nuestros hermanos cedan a la tentación de no seguir creciendo espiritualmente, Jesús, nos dice las palabras contenidas en LC. 14, 27.
Para ser seguidores de Jesús, no necesitamos tener una vida plenamente perfecta. A Jesús no le importa que tengamos problemas, que a veces nos salga mal casi todo lo que hacemos, ni que nos falle la salud, ni que nuestra familia intente desesperadamente acabar con nuestra fe, pues Él se contenta con que tengamos la firme convicción de caminar sobre sus pisadas. Lo que tenga que hacerse perfectamente será llevado a cabo por el Espíritu Santo en el tiempo oportuno. Por nuestra parte, lo único que tenemos que hacer, es caminar detrás de Jesús.
Es verdad que la presencia de Jesús entre nosotros es espiritual, pero no olvidemos que la Iglesia tiene la misión de hacer posible el hecho de que no perdamos la fe a la hora de seguir a Jesús. El Papa, los Obispos y los sacerdotes, están deseando que los laicos requiramos su ayuda para engrandecer la institución de nuestro Señor, más que con riquezas materiales, con las riquezas espirituales que necesitamos para sentirnos hijos amados de Nuestro Padre común.
Aunque no podemos verles, es impresionante la enorme cantidad de almas, que, independientemente de si están consagradas a Dios, se dedican a orar, como si ello fuera su actividad laboral. Hace unos meses me conmovió el testimonio de una señora viuda de setenta y ocho años, que oraba todos los días utilizando la Liturgia de las horas, como si de ello dependiera la conclusión de la plena instauración del Reino de Dios entre nosotros. Yo sé que Dios actúa contra toda lógica humana, pero de aquellos de quienes se prescinde muchas veces en nuestro mundo por considerarlos inútiles, Dios ha hecho un reino de almas proféticas y sacerdotales, dedicadas a servirlo y alabarlo. San Pablo era consciente de esta realidad, cuando les escribió a los cristianos de Corinto el siguiente texto: (1 COR. 1, 23-30).
Concluyamos esta meditación, pidiéndole a Nuestro Padre común, que ninguna persona, ni el amor a los bienes materiales, se interpongan entre Él y nosotros. Que así sea.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 14, 25-33.
Comprometámonos a llevar a cabo alguna obra que agrade a Dios, y que nos beneficie a nosotros, y a alguien necesitado de algún don espiritual o material, al mismo tiempo.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús:
Porque por miedo a lo que pensarán mis familiares, amigos y compañeros de trabajo, me avergüenzo de reconocer que soy cristiano, ayúdame a cumplir tu voluntad.
Porque soy reacio a portar tu cruz y la mía, ya que ello me exige cargar con una responsabilidad difícil de aceptar, ayúdame a cumplir tu voluntad.
Porque deseo seguirte, y siempre lo evito ya que ello tiene consecuencias difíciles de asumir, ayúdame a cumplir tu voluntad.
Porque muchas veces me he comprometido a servirte, y mis prójimos me han hecho perder la fe y el entusiasmo, ayúdame a cumplir tu voluntad.
Porque me dejo afectar más por lo que piensan mis prójimos que por tu Palabra, ayúdame a cumplir tu voluntad.
Porque me confieso cristiano/a, no hago lo que me pides, y mantengo mi fe en secreto por miedo al qué dirán, ayúdame a cumplir tu voluntad.
9. Oración final.
Leamos y meditemos el Salmo 47, y alabemos a Dios, por causa del bien, que nos ha hecho.
José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en
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