Meditación.
1. ¡Cuántas veces nos quejamos a lo largo de nuestra vida!. La primera lectura correspondiente a la Eucaristía que estamos celebrando junto al Salmo responsorial, constituye un breve e intenso resumen de la vivencia de los israelitas durante una parte de su peregrinación que se prolongó durante 40 años a través del desierto. Los israelitas, antes de emprender su largo camino para llegar a la Tierra prometida, estaban acostumbrados a trabajar en la construcción, no estaban capacitados para constituirse en una sociedad libre, y tampoco eran capaces de soportar las duras pruebas que les esperaban a lo largo de su complicada estancia en el desierto.
Para los amantes de los ejercicios espirituales cuaresmales, la palabra “desierto” adquiere un significado teológico muy relevante, gracias al cuál estos hermanos nuestros obtienen la fortaleza necesaria para vencer las vicisitudes que caracterizan parte de su vida, en conformidad con el ejercicio de los dones y virtudes que han recibido de Nuestro Padre y Dios. Quienes contemplamos la difícil peregrinación de los hebreos a través del desierto, comprendemos que los contemporáneos de Moisés eran semejantes a los enfermos que están siendo atendidos por unos cirujanos que constantemente les hacen pruebas muy dolorosas, las cuales les producen un malestar físico y psíquico que les hace quejarse, pues no saben si se les restablecerá la salud perdida definitivamente. De igual forma que Dios vio el sufrimiento de sus siervos cuando estos eran esclavos en Egipto, Nuestro Padre del cielo y la tierra, también se ocupó de aliviar el dolor de sus hijos en el desierto, enviándoles codornices y el divino maná, el símbolo o prefiguración de nuestro actual Sacramento de la Eucaristía, un pan que a simple vista no parecía que podía alimentar a ninguna persona, y que, sin embargo, fortaleció al pueblo, hasta que Nuestro Padre Santo consideró que sus fieles estaban preparados para trabajar y obtener alimentos variados.
Se nos dice en el Salmo responsorial que los hebreos se enfermaron cuando se saciaron de carne. A veces deseamos alcanzar algún logro con tanta fuerza que, cuando se cumple nuestro deseo, es demasiado tarde para alegrarnos de nuestro último logro, así pues, lo que originalmente queríamos que fuese un éxito, es convertido por nuestra falta de virtudes y dones divinos en un fracaso que nos parece irremediable.
2. Los católicos del pasado, el presente y el futuro, hemos sido llamados a imitar a Moisés y a su hermano Aarón, así pues, de la misma forma que los hermanos mencionados conducían a los hebreos a través del desierto hacia la Tierra prometida, nosotros tenemos el deber de ayudar a quienes deseen salir de la mediocridad de su entorno, y tenemos que ofrecerles nuestra mano a quienes estén estancados en su desierto interior y nos demuestren que desean ver la luz de Nuestro Padre y Dios. Todos vivimos uno o varios periodos de sequedad espiritual en nuestra vida, así pues, pidámosle a Nuestro Padre común que esta realidad dolorosa nos ayude a superar nuestra adversidad y a socorrer a nuestros hermanos los hombres en sus carencias.
3. San Pablo nos dice en la lectura de la Carta a los cristianos de la Iglesia de Efeso que escuchamos hace unos minutos que antes de que decidiéramos convertirnos al Evangelio de Jesús, éramos “el hombre viejo”, la criatura herida por el aguijón del dolor, los efectos de la cobardía o la mala intención de los pecados cometidos contra nuestros prójimos, pues, los mismos, cuando les producen a quienes deseamos herir el daño que deseamos si es que lo llegan a producir, se vuelven automáticamente contra nosotros. Desde que nos hemos convertido a Jesús, lentamente, nos estamos transformando de manera que ya somos “el hombre nuevo”, la criatura que no se destruye bajo sus miedos y rencores, las personas que encuentran la plenitud de la felicidad, porque se confían a su Padre y Dios.
4. Cuando en el Evangelio que la Iglesia nos propone para que consideremos en esta ocasión Jesús descubrió que la multitud deseaba encontrarle, se produjo una situación muy desagradable, de la cuál mis lectores asiduos saben que suelo hablar con mucha frecuencia en mis trabajos. Imaginemos a Jesús, el gran médico que curaba a los enfermos a pesar de que era consciente de que quienes miraban la sucesión de sus muchos milagros rodeaban a los recién sanados para constatar la realidad de los citados prodigios. Nuestro Señor sabía que los enfermos que curaba normalmente no le agradecían la buena acción de restablecerles la salud, pero, hermanos, la conciencia de Nuestro Señor carecía de remordimientos, cuando el Hijo de María hacía obras de misericordia, muy a pesar de la falta de afecto humano que invadía su corazón. Quienes un día antes de que ocurriera el suceso del cuál os voy a hablar se habían saciado de pan, seguían buscando a Jesús para hacerle Rey. Hermanos, amigos, Jesús no es un rey de copas, Nuestro Señor no es precisamente la carta de la buena suerte en la baraja del complicado azar de nuestro destino, así pues, muchos de nosotros, sabemos que el Hijo de Dios y María en nuestra vida, ha significado contradicción y dolor de 1000 maneras diferentes.
Jesús les preguntó a sus oyentes:
¿Por qué me buscáis?
¿Queréis verme porque habéis oído la Palabra de Dios?
¿Queréis hacerme vuestro Rey porque aún no habéis digerido el pan con que ayer fuisteis alimentados?
Recordemos, a tal efecto, las palabras del Emmanuel de Isaías: (IS. 55, 8).
El pasado 31 de julio, cuando yo ejercía mi trabajo -soy vendedor de cupones-, pude ver cómo unos estudiantes de Psicología esgrimían conjuntamente los argumentos que habían extraído de uno de sus libros de estudio, con la finalidad de manipular a sus progenitores, para así sustraerles todo el dinero que requerían para divertirse, exceptuando la gran cantidad de dinero que necesitaban para cubrir el coste de su próxima temporada universitaria, que comenzó en el mes de octubre. Quizá la situación económica de los padres de los citados vagos -no digo esa palabra para insultar a los jóvenes, sino para describir la conducta de los mismos- presente grandes dificultades para cubrir las necesidades de esas personas tan especiales, pero eso a ellos no les importa, porque simplemente no trabajan, y desconocen lo que significa ganarse la vida.
5. Jesús nos dice en el Evangelio de hoy que trabajemos para conseguir bienes no perecederos. Si los chicos de los cuales os hablé en el punto 4 de esta meditación fueran responsables, trabajarían para construir un entorno social justo, aprovecharían el tiempo, se convertirían en personas necesarias en su entorno social, dejarían de ser vagos y, en el futuro, podrían ser unos padres ejemplares. Jesús, según nos dice San Juan, no sólo nos pide que rindamos al máximo en nuestra vida familiar y laboral, pues Nuestro Señor desea que nos esforcemos tanto en crecer espiritualmente, como hacemos lo propio para obtener bienes materiales, por consiguiente, si nos es posible, es muy provechoso dedicar todo el tiempo que esté a nuestro alcance a ser mejores hijos de Dios de lo que somos actualmente.
6. Jesús dice que Él es el pan que nos ayuda a no sumirnos en nuestros fracasos cotidianos, el alimento que produce en nuestro interior e incluso en nuestras obras un fruto de tan extraordinario valor, que nos asegura la vida eterna.
Jesús es nuestro ejemplo a imitar en su conocimiento de la voluntad de Dios y en su donación personal.
Jesús lo es todo para nosotros sus hermanos.
¿Podemos creer esta realidad?
¿Podremos caminar cogidos de la mano de Jesús sabiendo que debe existir un punto de concordancia entre la fe y la razón?
joseportilloperez@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja aquí tus peticiones, sugerencias y críticas constructivas