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La gran exigencia de la fe. (Meditación para el Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario del Ciclo C).

   Meditación.

   La gran exigencia de la fe.

   Consejos apostólicos sobre la fe.

   Estimados hermanos y amigos:

   La gran exigencia de la fe consiste para nosotros en que debemos ceñirnos estrictamente al cumplimiento de la voluntad de Dios. Fui educado en un entorno marcado en gran manera por el analfabetismo en que tuve la oportunidad de conocer a muchos hermanos en la fe que utilizaban las imágenes de los Santos como si fuesen fetiches. Si las imágenes les concedían a tales hermanos lo que les pedían, en ese caso las mismas eran santas de su devoción, pero, si no les concedían lo que les pedían, dependiendo de lo importantes que eran los favores que necesitaban para ellos, así acababan siendo sus crisis de fe. Ellos no entendían si en el caso de que se les concediese lo que pedían era Dios o los Santos quienes obraban los milagros, -de hecho, este detalle ni les incumbía-, pues sólo les interesaba ser favorecidos, con tal de no perder la fe. Estos casos se dan porque, a diferencia de otras confesiones, cuyas creencias son muy fáciles de aceptar en cuanto son alagadoras, los católicos aún no hemos encontrado la forma de evangelizar a la gente de nuestro tiempo, y vivimos unas creencias difíciles de aceptar, en cuanto nos exigen sacrificios, por los cuales no esperamos ser recompensados en esta vida.

   A Naamán el sirio le sucedía algo parecido a la experiencia de dichos hermanos de fe que he recordado en el párrafo anterior. Él creía que el profeta Elías podía curarlo de su lepra, pero esperaba que ello sucediera por medio de ceremonias complicadas, adaptadas a sus creencias. Por otra parte, al negarse a obedecer a Elías, su enfermedad no le remitió, hasta que, por mediación de uno de sus siervos, acató el mandato del profeta. Demasiadas son las ocasiones en que, en vez de gastar nuestra energía en hacer el bien, nos gastamos creándonos un dios a nuestra imagen y semejanza, un ídolo perdonadefectos incapaz de criticar jamás nuestra imperfección, y, a veces, capacitado para, según hizo el fariseo que oró en el Templo de Jerusalén en el mismo tiempo en que también lo hizo un publicano según la conocida parábola de nuestro Salvador (LC. 18, 9-14), esconder nuestra maldad, y perder el tiempo criticando injustamente a nuestros prójimos.

   La gran exigencia de la fe consiste en que, si verdaderamente poseemos dicha virtud teologal, ello implica que vamos a obedecer a Nuestro Padre común, por más que no entendamos su designio -o plan salvador- sobre nosotros.

   San Pablo les escribió unas palabras a los cristianos de Corinto que nos son muy útiles a los cristianos del siglo XXI: (1 COR. 16, 13). Analicemos el citado versículo paulino.

   ¿Qué significa el hecho de que permanezcamos en vela? Según la fe que profesamos, vivimos en este mundo como peregrinos que esperan ser llevados a su morada definitiva, la cual es el Reino de Dios. El hecho de velar significa que no dejemos de cumplir la voluntad de Nuestro Padre común, como si de ello dependiera la salvación de nuestra alma.

   San Pablo nos dice que nos mantengamos firmes en la fe, -es decir, que, aunque tengamos grandes dificultades, que nunca dejemos de creer en Dios, ni aun en el caso de que Nuestro Padre común se demore en cumplir la promesa de socorrernos en nuestras aflicciones-. Dado que ello no es fácil, San Pablo nos dice que seamos hombres y mujeres fuertes, con tal que podamos alcanzar nuestro propósito.

   San Pedro escribió en su primera Carta que el poder de Dios nos protege porque tenemos fe (1 PE. 1, 3-5). San Pedro nos dice que, aunque estemos marcados por el sufrimiento, que no dejemos de creer en Dios, ya que la superación de nuestras dificultades actuales, cuando Él concluya la instauración de su Reino entre nosotros, será el motivo que nos impulsará a glorificar a Nuestro Padre común (1 PE. 1, 6-7).

   San Pedro nos dice que recordemos la grandeza de la gracia divina, con tal que podamos mantenernos sin perder la fe que nos caracteriza (1 PE. 1, 13).

   ¿Cómo debemos actuar quienes tenemos fe en Dios ante quienes no creen en Nuestro Padre común? San Pedro, nos dice: (1 PE. 2, 12).

   ¿Qué se dice en nuestro entorno de los cristianos? Si es cierto que muchos no creyentes nos alaban por causa de la gran obra social que muchos creyentes llevan a cabo en beneficio de los desposeídos de la tierra, también es cierto que se nos critica por no aceptar el aborto, por rechazar a los homosexuales y por otras causas. San Pedro nos insta a que se nos conozca porque hacemos el bien.

   ¿Debemos mantener nuestra fe viva aun en los casos en que no se nos comprenda en nuestro entorno social, y ello nos atraiga consecuencias dolorosas, como rechazo y persecuciones? San Pedro, nos instruye en su primera Carta, diciéndonos las palabras que escribió en 1 PE. 3, 14-17. San Pedro trata en este último fragmento de su primera Carta que estamos recordando uno de los temas más incomprendidos por el común de los cristianos carentes del conocimiento de nuestra fe, el cual es el sufrimiento de los justos -o creyentes en Dios-. El primer Papa de nuestra Iglesia Católica, sabiendo que estamos en este mundo de paso, con el deber de prepararnos a vivir en la presencia de Dios indefinidamente, sin que nos vuelvan a afectar el sufrimiento ni la muerte, nos dice que no importa el hecho de que suframos por ser buenos, es decir, si sufrimos enfermedades, tenemos otros problemas o se nos persigue porque creemos en el Dios Uno y Trino, ello no tiene tanta importancia como lo tendría el hecho de sufrir el castigo de Dios que les espera a los pecadores que no quieren corregir su conducta, dado que el mismo, cuando Dios concluya la plena instauración de su Reino entre nosotros, será indefinido. No nos extrañemos, -teniendo en cuenta esta consideración-, de que San Pedro nos diga: (1 PE. 3, 17).

   Bastantes jóvenes suelen actuar en atención a los dictámenes que les imponen los grupos de amigos en los que se integran. Cuando la mayoría de los integrantes de dichos grupos no son cristianos, sucede, muchas veces, que nuestros jóvenes hermanos de fe son ridiculizados, y, o acaban separándose de la Iglesia, o terminan, unas veces obedeciendo las imposiciones de sus grupos, y otras veces dejándose llevar por nuestras creencias, lo cual los confunde. Es esta la causa por la que el Apóstol cuya carta estamos considerando brevemente, les dice a los adolescentes y jóvenes: (1 PE. 3, 14).

   San Pedro nos dice que estemos dispuestos en cualquier momento a dar testimonio de nuestra esperanza, pero no de cualquier manera, sino con dulzura y respeto, con tal de que nuestros oyentes comprendan que no son tan ciertas las acusaciones que ordinariamente se vierten contra nosotros en el medio en que nos desenvolvemos. No pretendo decir que los católicos siempre nos hemos abstenido de hacer el mal, sino que no todos los creyentes hijos de las Iglesias cristianas somos encarnaciones del demonio precisamente.

   Quienes sufren con tal de no renegar de su fe, tienen la oportunidad de perfeccionar dicha virtud, lo cual les hace sentirse amados por Dios, hasta el punto en que no les importa sacrificarse, con tal de no renunciar al amor del Dios Uno y Trino. ¿Nos avergonzamos de que se nos vea leer la Biblia o de asistir a las celebraciones eucarísticas? ¿Nos da reparo que la gente sepa que somos cristianos? Apliquémonos las palabras del primer Papa: (1 PE. 4, 12-13. 1-2).

   En nuestro tiempo, gracias a Dios, los cristianos no estamos siendo perseguidos en muchos países. Hace algún tiempo nos impresionó un artículo de prensa en que se nos contaba cómo un católico afgano fue quemado vivo por su jefe por negarse a convertirse al Islam, y cómo su mujer fue violada por el mismo asesino en la presencia de la hija de ambos, que tenía doce años. Dicha familia, al ser humana, no sería perfecta, pero por su fe, debería estar bien alejada del pecado, cuando se dejó maltratar, con tal de no renunciar a la fe que la caracterizaba.

   Al hablar del martirio, la primera pregunta que se nos ocurre, es la siguiente: ¿Por qué permite Dios que sus creyentes sean maltratados? Los teólogos nos han enseñado, bajo la guía de los autores de la Biblia, que el sufrimiento nos hace fuertes, y nos enseña a valorar lo que tenemos. Cuando nuestra fe es puesta a prueba y no consentimos que se nos debilite, estamos dispuestos a sufrir lo que tengamos que padecer, con tal de no alejarnos de la presencia de Dios.

   Es paradójico el hecho de que, mientras que algunos nos construimos iglesias excesivamente lujosas, en las que ahorramos unas monedas para los pobres con tal de no reconocer que tenemos la conciencia en mal estado, muchos de nuestros hermanos en países como China, Afganistán y la India, están muriendo torturados de muchas formas, -hasta se les crucifica-, con tal de hacer lo que nosotros no hacemos, que no consiste en mantener grandes templos como si los mismos fuesen sitios de recreo, sino en testimoniar aquello en lo que creen.

   San Pedro nos dice lo que tenemos que hacer si queremos ser cristianos sinceros (1 PE. 4, 8).

   Aunque la salvación de nuestra alma no depende del bien que hacemos, sino del amor de Dios para con nosotros, no es posible que los verdaderos cristianos, -los que no son hipócritas-, prescindan de hacer el bien en beneficio de sus prójimos los hombres, pues en ello consiste en parte el hecho de cumplir la voluntad de Nuestro Padre común.

   San Pedro nos sigue instruyendo: (1 PE. 4, 9-11).

   Pongamos al servicio de Dios en las personas de nuestros prójimos los hombres los dones que hemos recibido del Espíritu Santo, y, cuando pongamos los mismos en práctica, abstengámonos de enorgullecernos por el bien que hacemos, pues es el Espíritu Santo el que nos conduce a servir a Dios en nuestros hermanos los hombres. Prestémosles atención a las palabras de San Pablo: (1 COR. 9, 15-17).

   A imitación de San Pablo, ¿preferimos morir antes que nadie nos arrebate el orgullo de que el Espíritu Santo nos halla hecho aptos, con sus dones y virtudes, para que podamos servir a Dios en nuestros prójimos los hombres?

   ¿Nos hemos impuesto la necesidad de servir al Dios Uno y Trino en nuestros hermanos los hombres?

   San Pedro les dice a quienes tienen responsabilidades en la Iglesia: (1 PE. 5, 1-4).

   Siendo conocedor de las dificultades que caracterizan a los adolescentes y a los jóvenes para abrazar nuestra fe universal, San Pedro les dice a los tales: (1 PE. 5, 5).

   Dado que en nuestras sociedades actuales, marcadas por la imposición del consumismo excesivo, y alejadas de la espiritualidad cristiana, tanto los adolescentes como los jóvenes suelen sentir deseos de independizarse de sus padres, y a veces muchos de ellos se dejan arrastrar por la impaciencia que les produce dicho deseo, merece la pena hacer un alto en nuestra meditación, para analizar las palabras del primer Papa que acabamos de recordar.

   ¿Qué significa el hecho de que los jóvenes respeten a los mayores? Aunque en nuestro tiempo el respeto a los padres y abuelos no es como lo fue en tiempos pasados, y consiste, en bastantes casos, en llevar a los mismos a residencias en las que no molesten a sus familiares, San Pedro escribió la Epístola de la que estamos extrayendo varios fragmentos para llevar a cabo esta meditación, en un tiempo en que los padres decidían el destino de sus hijos, sin contar con la voluntad de los mismos. En nuestros días, aunque muchos son los padres que aceptan que no son amos de sus descendientes, aún existen muchos problemas entre padres e hijos, unas veces porque los padres no comprenden que sus hijos deben aprender de sus propios aciertos y errores, y, en otros casos, porque los hijos no se dan cuenta de que están a punto de precipitarse en un abismo del que quizás no podrán salir jamás.

   El respeto a los mayores consiste en que los adolescentes y jóvenes, antes de tomar decisiones precipitadas y mal meditadas, tengan en cuenta las recomendaciones de sus padres y abuelos, los cuales, evitando el deseo de arrastrarlos a su terreno, deben comprender que los años de su juventud ya pasaron, y que vivimos en tiempos diferentes a los que ellos adquirieron su mentalidad, por lo cual han de ayudar a sus jóvenes familiares, de forma que, los tales, en el caso de que tomen en cuenta sus dichos, caminen por el camino de la rectitud y la justicia.

   ¿Por qué nos conviene ser sencillos en vez de ser orgullosos? Jesús nos responde gráficamente la pregunta que nos hemos planteado, en los siguientes términos: (MT. 5, 25-26).

   Ana es una joven española que alquiló una vivienda durante once meses, y, dado que tenía problemas con uno de sus vecinos por lo que en consecuencia quería dejar la vivienda, no quería cumplir las estipulaciones del contrato que firmó, con tal de poder ocupar su vivienda. Ana me contó que habló con su abogado, el cual le dio una tarjeta suya, y le dijo que se la enseñara a la propietaria de la vivienda que había alquilado, para que viera que su clienta estaba dispuesta a demandarla. Yo le dije a Ana que, antes de enseñarle la tarjeta de su abogado a su casera, que hablara tranquilamente con ella y le expusiera su problema, pues, cuando leí el contrato que ambas firmaron, comprendí que Ana no podía reclamarle nada a su casera, pues ella sólo le exigía que, si no cumplía las estipulaciones del contrato porque decidía irse antes de ocupar la vivienda el tiempo que ambas pactaron, no le devolvía la mensualidad del alquiler que le entregó como depósito, para compensar pérdidas. Ana me hizo caso, le demostró a la propietaria de la vivienda que tenía problemas con su vecino, le buscó otro cliente por Internet, y, viendo su buena intención, la propietaria incumplió el contrato, devolviéndole la fianza. En este mundo tan egocéntrico en que vivimos, en ciertas ocasiones, en vez de actuar como perros que les enseñan los dientes a sus atacantes, nos es preciso ceder un poco si ello es necesario, con tal de no resolver nuestros problemas de forma que salgamos perjudicados, aunque tengamos la creencia de que la razón, la fe y la Ley están de nuestra parte, porque es imprevisible la forma en que pueden girar los acontecimientos que vivimos.

   Aparte de respetar a los mayores, los jóvenes pueden hacer lo que les dice San Pedro: (1 PE. 5, 6).

   Si los adolescentes y jóvenes se prestan a cumplir la voluntad de Dios, nuestro Padre común los favorecerá en sus dificultades, y, cuando llegue el tiempo oportuno, les concederá la vida eterna.

   San Pedro no nos dice únicamente que Dios es la autoridad a la que se tienen que someter los jóvenes, sino que Nuestro Padre común es el confidente de ellos (1 PE. 5, 7). Tengamos clara la idea cierta de que Dios es el Amigo que nunca nos falla, y siempre nos comprende, aunque, por nuestra falta de tacto, creamos que no está a nuestro favor.

   ¿Cómo deben actuar los jóvenes cuando la presión que la sociedad ejerza sobre ellos les obligue a actuar en contra del cumplimiento de la voluntad de Dios? San Pedro responde esta pregunta animando a nuestros jóvenes, ya que los tales no son los únicos que sufren presión por causa de nuestra fe, pues sabemos que los cristianos no somos los preferidos de este mundo (1 PE. 5, 8-9).

   No nos engañemos pensando que a quienes tenemos fe en Dios se nos debe facilitar la vida, pues, en los Hechos de los Apóstoles, leemos: (HCH. 14, 22). San Pablo resalta la importancia de que seamos probados por medio del sufrimiento, cuando dice en su Carta a los Tesalonicenses: (1 TES. 3, 4).

   Concluyamos esta meditación pidiéndole a Nuestro Padre común que, al infundirnos la necesidad de vivir en su presencia, nos acreciente la fe, para que, cuando le permitamos que nos santifique, podamos ser aptos para que nos conceda la vida eterna de la gracia. Que así sea.

joseportilloperez@gmail.com

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