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Jesús quiere sanarnos espiritual y físicamente. (Ejercicio de Lectio Divina del Evangelio del Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario del Ciclo C).

   Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario del Ciclo C.

   Jesús quiere sanarnos espiritual y físicamente.

   Ejercicio de lectio divina de LC. 17, 11-19.

   Lectura introductoria: 1 COR. 4, 7).

   1. Oración inicial.

   Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y, del Espíritu Santo.

   R. Amén.

   Aunque existen diferencias por las que nos separamos, tales como el hecho de ser de determinada raza, pobres o ricos, cultos o carentes de instrucción, etcétera, en ciertas circunstancias, la pobreza, las enfermedades, y el aislamiento social, pueden unirnos, rompiendo las barreras que nos distancian, al hacernos iguales. Ello es lo que se nos describe en el Evangelio que consideraremos en el presente trabajo. Cuando Jesús hizo su último viaje a Jerusalén, y pasó entre Galilea y Samaria, le salieron al encuentro diez leprosos, de entre los cuales, uno, era samaritano y por ello era considerado hereje, y permanecía con los otros nueve judíos considerados impuros, porque padecía la misma enfermedad, que los tales.

   Orar es desear y esforzarnos a la hora de trabajar para extinguir las diferencias marginales que existen, para que no solo nos sintamos identificados unos con otros, cuando nos afecte el padecimiento.

   Orar es recorrer el camino de nuestra conversión personal y las sendas de la evangelización de todos los hijos de Dios, porque Jesús nos pide que seamos como un solo ser, tal como les sucede al Señor, y a Nuestro Padre común (JN. 10, 30).

   Los leprosos se pararon a cierta distancia de Jesús y sus seguidores, cumpliendo una prescripción legal, consistente en evitarles, el contagio de su enfermedad. Oremos y esforcémonos para acercarnos a quienes están en una condición inferior a la nuestra, con tal de que podamos servirlos adecuadamente, al mismo tiempo que aprendamos a no marginarlos, ya que, ante Dios, todos somos iguales, porque nos ha hecho hermanos.

   La oración de los leprosos, nos sirve como ejemplo de plegaria, a quienes queremos aprender a orar. Ellos llamaron al Mesías "Jesús", porque el Nombre de Nuestro Maestro significa Dios salva. Llamaron a Jesús "Jefe" según el texto original del Evangelio que estamos considerando, porque reconocían su autoridad como intérprete de la Ley y sanador, y creían que la misma era proveniente de Yahveh. También le pidieron al Hijo de Dios y María que tuviera compasión de ellos, porque no actuaban como quienes creen que son merecedores de la salvación divina por cumplir las prescripciones legales de su denominación religiosa, sino como quienes lo tienen todo perdido, y se muestran humildes, implorando un gran favor.

   Jesús no recurrió a ningún gesto terapéutico para curar a los leprosos, pero les dijo que se presentaran ante los sacerdotes tal como ordenaba la Ley, para que los tales certificaran su curación, lo cual debía servirles de testimonio a tales enemigos del Señor, de la autoridad de Aquel, a quien deseaban asesinar.

   Según recordamos el Domingo XXVII del Tiempo Ordinario del Ciclo C, hay creyentes que piensan que Dios tiene la obligación de concederles lo que le piden, porque para ello cumplen su Ley, y también hay quienes sirven a Nuestro Padre común voluntariamente, y por ello van más allá del cumplimiento de las prescripciones religiosas, a la hora de servir a Nuestro Padre celestial, en sus hijos los hombres. En el texto evangélico que vamos a considerar en este trabajo, de los diez leprosos que fueron curados por Jesús, solo uno tuvo la ocurrencia de agradecerle al Mesías, lo que hizo en su beneficio. Mientras que los nueve judíos puros se dieron prisa para que se les admitiera en su sociedad como gente normal y se les readmitiera en sus sinagogas, el hereje, el mayor desconocedor de Dios, y, por tanto, el menos obligado a cumplir prescripciones religiosas, antes de intentar conseguir el certificado de su sanidad para no seguir siendo marginado, le agradeció a Jesús, el bien que hizo, en su beneficio. Los judíos puros no tuvieron tal detalle, porque, por cumplir con su Ley escrupulosamente, se consideraron merecedores, de recuperar la salud perdida, y ser reintegrados, a la sociedad judía.

   Jesús curó a diez leprosos, pero, solo uno de ellos, alcanzó la salvación, el cual, curiosamente, era hereje. Ello puede recordarnos la posibilidad que tenemos de crecer espiritualmente al mismo tiempo que nos esforzamos en satisfacer las carencias que tenemos, y la necesidad que nos caracteriza de no marginar a quienes no comparten nuestra manera de pensar y actuar, porque hemos sido llamados a hacer de la humanidad una familia de hijos de Dios, y no a sembrar la discordia.

   ¿Por qué el citado samaritano se postró ante Jesús reconociendo su Divinidad, mientras que los judíos puros, se negaron a ello? Dado que San Lucas escribió su Evangelio para instruir en el conocimiento de Jesús a sus lectores paganos -o gentiles-, destacó que, en ciertas circunstancias, los extranjeros humildes tenían más facilidades para creer en Dios, que los judíos orgullosos, que, sabiéndose merecedores de la amistad divina por sus propios méritos, rechazaron al Redentor de la humanidad.

   Jesús se alegró porque uno de los diez enfermos a quienes curó glorificó a Dios por causa del bien que le hizo, teniendo en cuenta que, los leprosos, eran marginados socialmente, pero, se entristeció, porque, los nueve judíos puros, creyéndose merecedores de recuperar su salud perdida, no alabaron a Nuestro Padre celestial. Oremos y esforcémonos para que, cuando se lleven a cabo celebraciones de culto, y nos encontremos con gente necesitada de dádivas espirituales y materiales, no se pregunte el Señor: ¿Dónde están aquellos por quienes fui torturado, derramé mi Sangre, y fui crucificado?

   Los nueve judíos puros fueron sanados físicamente, pero no alcanzaron la salvación divina, porque no supieron agradecerle a Dios, el bien que les hizo.

   Oremos:

   Espíritu Santo:

   Ayúdanos a estar a la altura de las circunstancias vitales de aquellos con quienes nos encontremos, en el camino de nuestra purificación, y nuestra santificación.

   Inspíranos las palabras que conviene que digamos y las obras que mejor podamos llevar a cabo, para ayudar a quienes sufren, por cualquier causa.

   Danos una fe firme y una gran voluntad de servirte, para que eliminemos las diferencias marginales que hemos inventado, buscando la manera de sentirnos más importantes, que nuestros prójimos los hombres.

   Gracias por enseñarnos que la verdadera riqueza consiste en conocer la Palabra de Dios, y en aplicarla a nuestra vida de fe.

   Gracias por enseñarnos que en términos espirituales solo existe una raza, conformada por los hijos de Dios, a la que quieres que se una, toda la humanidad.

   Gracias por permitirnos vivir la pobreza que nos enseña a valorar la verdadera riqueza.

   Gracias por permitirnos padecer las enfermedades que nos han enseñado a valorar la buena salud, la vida como don divino, y a añorar la salvación.

   No te hablamos como quienes creen que merecen ser favorecidos por Ti porque se amoldan al cumplimiento de tu voluntad divina, sino como quienes sabemos que la Ley no es el fin de nuestra salvación, sino, un medio, que nos ayudará a alcanzarla, si la cumplimos con amor, y, honestidad.

   Ya que cuando te pedimos que nos aumentes la fe, deseas que actuemos como si nos hubieras concedido nuestro deseo, y ponemos en juego nuestra creencia en Ti pensando que nos la has fortalecido, ayúdanos a cumplir tu voluntad perfectamente, porque ello engrandecerá nuestra fe, y hará que muchos no creyentes, al ver la bondad de las obras que llevemos a cabo, y al escucharnos predicar el Evangelio apasionadamente, deseen conocerte.

   Porque te pedimos que nos ayudes cuando tenemos problemas, y no nos acordamos de agradecerte lo que haces en nuestro beneficio cuando recuperamos la felicidad, enséñanos a orar, y a ser agradecidos, contigo, y, con nuestros prójimos que nos benefician.

   Ayúdanos a orar humildemente, como lo hizo aquel samaritano a quien Jesús le restableció la salud, sin que le importara postrarse ante su Salvador, ni las críticas que por ello debió recibir, por parte de los opositores del Mesías.

   Fortalece nuestra fe, para que te adoremos en las celebraciones de culto, y nos hagamos presentes ante quienes sufren por cualquier circunstancia, e intentemos ayudarles a remediar sus dificultades, en conformidad, con las posibilidades que tengamos.

   Espíritu Santo:

   Porque eres el amor en que queremos inspirar nuestras vivencias, y el poder que necesitamos para cumplir perfectamente tu divina voluntad, escucha nuestra confiada oración.

   2. Leemos atentamente LC. 17, 11-19, intentando abarcar el mensaje que San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.

   2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.

   2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.

   3. Meditación de LC. 17, 11-19.

   3-1. Jesús caminaba hacia Jerusalén (LC. 17, 11).

   San Lucas es el Evangelista que narró más pasajes acaecidos en el tiempo en que aconteció el último viaje del Señor a Jerusalén. A pesar de que era consciente de que iba a morir, Jesús no cesaba de proclamar el Evangelio, ni de hacer el bien, en favor de quienes lo escuchaban predicar, y los pobres, enfermos y, desamparados. En vez de huir de sus persecutores, o de sentir que se le paralizaba la vida temiendo el padecimiento que lo aguardaba en Jerusalén, Nuestro Salvador aprovechaba todo el tiempo de que disponía, para llevar a cabo las obras benéficas que lo hacían feliz. Ello es una gran enseñanza para nosotros, porque nos recuerda cómo podemos aprovechar los años que se prolongue nuestra vida, viviendo en cristiano. El autor del Salmo 39 oró pidiéndole a Dios que le manifestara el fin con que lo creó y le diera a conocer el tiempo de vida que le quedaba, para que pudiera ser consciente de su fragilidad (SAL. 39, 5). Aunque tal deseo puede parecer deprimente si pensamos que no queremos hablar de la muerte, si lo vemos positivamente, es muy atractivo, porque nos recuerda cómo podemos aprovechar nuestros días, viviéndolos "a tope". El hecho de vivir cada uno de nuestros días como si fuera el último, si bien puede parecer triste, visto positivamente, resulta apasionante. Demostrémosles el amor que sentimos por ellos a quienes amamos como si jamás pudiéramos hacerlo, y hagamos lo que más nos gusta, como si no tuviéramos más oportunidades de disfrutarlo.

   Jesús recorrió Israel y se relacionó con ricos y pobres, sanos y enfermos, y compartió experiencias, con quienes mantenían creencias diferentes a las suyas. Tales experiencias no siempre fueron agradables, pero ello no eximió al Mesías, de llevar a cabo, su misión redentora. Ello nos incita a imitar la conducta de Nuestro Redentor, relacionándonos con quienes sufren por cualquier causa, y colaborando con quienes sostienen creencias diferentes a las nuestras, en la medida que ello sea posible, para convertir el mundo en un hogar cálido, en que todos seamos acogidos, de manera que no existan diferencias marginales, que nos distancien.

   3-2. Jesús entró en un pueblo, en que diez leprosos, le salieron al encuentro (LC. 17, 12).

   El hecho de que Jesús entró en un pueblo, era indicativo, de que entró en una comunidad, que sostenía determinadas creencias. El tercer Evangelista no nos informa con respecto a tales creencias, ya que su objetivo se redujo a diferenciar la actitud que deben mantener los cristianos del comportamiento que observaban los judíos opositores del Mesías, y narrar la curación de los diez leprosos, los cuales no se acercaron al Señor, por causa de la prescripción legal, que los obligaba a distanciarse, de quienes no padecían su enfermedad.

   3-3. La instructiva oración de los leprosos (LC. 17, 13).

   Los leprosos invocaron a Jesús pronunciando su Nombre, porque el mismo significa, "Dios salva". Probablemente desconocemos el significado de nuestros nombres, y por ello, al pronunciar el Nombre del Mesías, no recordamos, que Dios, es Nuestro Salvador.

   Según el texto original del Evangelio que estamos considerando, los leprosos llamaron a Jesús "Jefe", reconociendo el poder divino, que caracteriza al Hijo de Dios y María. Dado que asociamos la palabra "maestro" con la actitud de alguien que tiene el deber de transmitir sus conocimientos, al llamar con tal título a Jesús, no recordamos su divina sabiduría, ni el poder que tiene, para beneficiarnos.

   Los leprosos le pidieron al Señor que tuviera compasión de ellos, -es decir, que los socorriera, como si fuera partícipe, de sus padecimientos-.

   ¿Qué podemos decir respecto de nuestras oraciones?

   ¿Oramos con fe en que el Señor nos concederá lo que le pidamos, o hará algo por nosotros, que, a largo plazo, nos convendrá más, que lo que añoramos?

   3-4. Actuemos como si el Señor nos concediera lo que le pedimos cuando oramos (LC. 17, 14).

   Jesús, en vez de llevar a cabo algún gesto terapéutico para curar a los leprosos como hizo en otras ocasiones (sirvan de ejemplos LC. 22, 51, y JN. 9, 6-7), les dijo a los leprosos que fueran a Jerusalén a conseguir sus certificados de pureza, porque les servirían para ser reintegrados a la sociedad, y, al mismo tiempo, dichas curaciones, les recordarían a los sacerdotes, que el conocido Hijo de José el carpintero, seguía llevando a cabo, su obra de predicación.

   A los leprosos no debió serles fácil iniciar su viaje a Jerusalén sin estar curados, pero, a pesar de ello, tuvieron fe en las palabras de Jesús, y se pusieron en marcha. A tales enfermos se les restableció la salud, por causa de su fe en el Mesías.

   A pesar de que el Señor no mantenía buenas relaciones con los dirigentes de la clase sacerdotal, y no estaba de acuerdo con parte de las prácticas que los saduceos llevaban a cabo, les envió a los diez leprosos, para que los reintegraran en la sociedad. Ello nos enseña que probablemente no estamos de acuerdo con el hecho de que ciertos ministros religiosos no pierdan su posición en las denominaciones religiosas en que trabajan por haber cometido pecados de cierta gravedad, y no vemos con buenos ojos la posibilidad de que se lleven a cabo ciertas prácticas en las iglesias -o congregaciones- cristianas de que somos miembros, pero ello no significa que debemos abandonarlas. Dado que es imposible que todos los miembros de una denominación cristiana compartan la misma manera de pensar y actuar, nos conviene pensar que en nuestros lugares de culto se reúnen grandes familias, entre cuyos miembros, es comprensible, el hecho de que surjan conflictos. Pensemos que, si a veces tenemos problemas con nuestros familiares, a pesar de que somos pocos los que vivimos bajo un mismo techo, ¿cómo evitaremos que ello suceda en nuestras denominaciones religiosas, las cuales abarcan entre cientos de miles y millones de seguidores? Recordemos que Jesús discrepaba con los líderes del Judaísmo con respecto a su manera de profesar la fe, pero cumplía las prescripciones religiosas características de sus hermanos de raza, de las que pensaba que no lo distanciaban de Nuestro Santo Padre, ni de sus hijos los hombres.

   3-5. La actitud del excluido del pueblo creyente (LC. 17, 15-16).

   Dado que los leprosos fueron curados cuando se dirigían a Jerusalén, nueve de ellos corrieron a obtener sus certificados de pureza, porque ardían en deseos, de ser considerados, personas normales. Es comprensible la actitud de quienes estaban cansados de vivir siendo marginados e incluso quizás hasta maltratados. Antes de pensar mal de estos personajes, podríamos meditar sobre lo que hubiéramos hecho nosotros, si hubiéramos ocupado, su lugar. Tengamos presente que, cuando Dios nos concede lo que le pedimos, normalmente, imitamos a tales personajes, a pesar de que no necesitamos que se nos rehabilite como personas sanas. La conducta de los citados nueve judíos se justificó por su prisa de ser tratados como personas normales, pero, nuestra falta de agradecimiento para con Dios, no tiene justificación alguna.

   Es posible encontrar en ciertas denominaciones cristianas a quienes marcan la diferencia, saltándose el cumplimiento de las normas legales, que caracterizan la conducta, de sus hermanos en la fe. Esto fue lo que le sucedió al samaritano de quien San Lucas nos habla en el Evangelio de hoy, pues, al no ser considerado como judío puro, no tendría por qué haberse ido a Jerusalén, con los nueve hermanos de raza del Señor, considerados intachables. El citado samaritano, en vez de disimular su estado anterior, se volvió a encontrarse con Jesús, alabando a Dios, en alta voz. Este hombre que incumplió la orden que le dio Nuestro Redentor, además de conseguir ser sanado físicamente, consiguió algo que no obtuvieron los perfectos cumplidores de las normas religiosas, lo cual fue, la salvación. El samaritano necesitaba demostrar que estaba sano, pero tenía una necesidad aún más grande, de agradecerle a Jesús, el bien que hizo, en su beneficio.

   Antes de ser curado, el samaritano podía convivir con los judíos impuros aunque era considerado como hereje, por compartir su misma condición de exclusión social. Cuando los enfermos fueron curados, cada cual ocupó su posición social, lo cual significa, que, probablemente, los judíos que convivieron con el hereje, volvieron a despreciar al samaritano, con tal de sentirse, superiores a él. El samaritano cambió su vida cuando fue curado, pero, los judíos, no se dejaron influir, por Nuestro Redentor.

   Las actitudes observadas respecto de Jesús por los diez antiguos leprosos son significativas para nosotros, porque nos instan a pensar, si nos esforzamos tanto para crecer espiritualmente, como lo hacemos, a la hora de conseguir dinero, y, bienes materiales. Cuanto más pobres seamos, más horas tendremos que trabajar si tenemos la dicha de poder hacerlo, pero, ¿cómo descuidaremos nuestro crecimiento espiritual? Quizás no tenemos mucho tiempo para estudiar la Palabra de Dios, pero, ¿por qué no hacemos que nuestras palabras, gestos y obras, sean fervientes oraciones?

   Hay muchos cristianos que no están muy seguros de la fe que afirman que los caracterizan, y por ello no la exteriorizan. El samaritano de quien San Lucas nos habla en el Evangelio que estamos considerando, alabó a Dios públicamente porque lo curó de la lepra que padeció, y se postró ante el Señor, reconociendo su Divinidad. Quizás los cristianos participamos activamente en las celebraciones cultuales, nos postramos para orar, y hacemos obras caritativas, pero, ¿nos portamos como verdaderos creyentes, fuera de nuestros lugares de culto?

   Merece la pena leer LC. 17, 16, y meditar dicho texto, pausadamente. Mientras que los judíos solo consideraban buenos a los que se amoldaban al cumplimiento de sus prescripciones religiosas, -y los cristianos también podemos acceder a dejarnos arrastrar por esa tentación-, Jesús no alabó a los nueve israelitas que se limitaron a cumplir la orden que les dio y posteriormente se olvidaron de Él, sino al hereje que lo desobedeció, a quien, además de alabarlo, le concedió el don, de la salvación. Ello no significa que debemos incumplir las normas religiosas características de nuestras denominaciones, sino que podemos ir más allá de lo que nos indican las mismas. En este sentido, nos convendrá meditar el texto de MT. 5, 38-42.

   Quizás nos diferenciamos del samaritano, en que, en vez de darle gracias al Señor por el bien que nos hace cuando oramos, solo le hacemos peticiones. La oración de petición es indicativa de la fe que tenemos en Dios, pero, quienes hemos hecho el bien invirtiendo amor, ilusión, medios, energía y tiempo, y no se nos han agradecido las buenas obras que hemos llevado a cabo, sabemos lo importante que es, la gratitud.

   3-6. ¿Dónde están los cristianos que glorifican a Dios estudiando su Palabra, practicando lo que aprenden, y orando? (LC. 17, 17-18).

   Jesús se alegró por causa del extranjero que alabó a Dios por haber sido curado, pero se entristeció por causa de los nueve ingratos, que se ocuparon en rehacer sus vidas, y se olvidaron del Dios de la gratuidad. Quizás el Señor también se entristece, porque siempre le estamos pidiendo dádivas, y difícilmente le agradecemos, lo que nos concede.

   Jesús no se entristeció porque los judíos que curó no le agradecieron lo que hizo por ellos, sino porque no glorificaron a Dios (LC. 17, 18). ¡Qué gran ejemplo de humildad es el Señor para nosotros!

   ¿Si hubiéramos estado en el lugar del Mesías, nos habríamos entristecido porque los nueve judíos puros no glorificaron a Dios, o porque no nos agradecieron el hecho de haberlos curado?

   3-7. Tu fe te ha salvado (LC. 17, 19).

   Los judíos que fueron curados por el Señor, no fueron sanados por la prontitud con que fueron a Jerusalén a que los sacerdotes certificaran su pureza, sino, por la fe que depositaron en Jesús.

   El Señor no quería que el samaritano permaneciera postrado ante Él. Antes de decirle al buen extranjero que fue salvado por su fe que su creencia en Él le había restablecido la salud, Jesús le dijo que se levantara. Estar de pie significa tener la disposición necesaria, para cumplir la voluntad divina.

   Recordemos que nos salvaremos si tenemos fe en Dios, pero ello no nos induce a dejar de cumplir prescripciones religiosas, porque dichas leyes nos serán útiles para crecer espiritualmente, si las cumplimos con amor, y no para ser salvados por ello, ni para ganar prestigio ante quienes, al vernos ser tan devotos, puedan alabarnos, por la supuesta grandeza, de la fe que tenemos.

   3-8. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.

   3-9. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.

   4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 17, 11-19 a nuestra vida.

   Respondemos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.

   3-1.

   1. ¿Cuál de los cuatro Evangelistas narró más sucesos del Ministerio público de Jesús acaecidos cuando el Mesías inició su último viaje a Jerusalén?
   2. ¿Por qué no cesó Jesús de realizar su obra, si sabía que iba a sufrir mucho, y a morir?
   3. ¿Aprovecharemos los años que se prolongue nuestra vida para vivir en cristiano?
   4. Interpretemos con nuestras palabras el SAL. 39, 5.
   5. ¿Podremos imitar la conducta de Jesús, relacionándonos con quienes sufren por cualquier causa, y colaborando con quienes tienen creencias diferentes a las nuestras, en la medida que ello sea posible, para convertir el mundo en un hogar cálido, en que todos seamos acogidos, de manera que no existan diferencias marginales, que nos distancien?

   3-2.

   6. ¿Por qué nos indica San Lucas que Jesús entró en un pueblo?
   7. ¿Con qué intenciones escribió San Lucas el texto evangélico que hemos considerado?
   8. ¿Cuál era el aspecto de los diez leprosos? Respondamos esta pregunta leyendo LV. 13, 45-46.
   9. ¿Por qué no se acercaron los leprosos a Jesús?

   3-3.

   10. ¿Por qué invocaron los leprosos el Nombre de Jesús?
   11. ¿Qué podríamos recordar cuando pronunciemos el Nombre de Nuestro Salvador?
   12. ¿Por qué llamaron los leprosos al Señor "Jefe"?
   13. ¿Qué nos conviene recordar cuando llamemos al Hijo de dios y María "Maestro"?
   14. ¿Por qué le pidieron los leprosos a Jesús que tuviera compasión de ellos?
   15. ¿Qué podemos decir respecto de nuestras oraciones?
   16. ¿Oramos con fe en que el Señor nos concederá lo que le pidamos, o hará algo por nosotros, que, a largo plazo, nos convendrá más, que lo que añoramos?
   17. ¿Oramos con cierta frecuencia?
   18. ¿Nos concederá Dios lo que le pidamos teniendo en cuenta la insistencia con que oremos, o porque nos ama?
   19. ¿Por qué quiere el Señor que oremos, si sabe lo que necesitamos, antes de que se lo manifestemos? (MT. 6, 8).

   3-4.

   20. ¿Por qué envió Jesús a los enfermos a Jerusalén a que obtuvieran la certificación de su pureza antes de curarlos?
   21. ¿Somos capaces de actuar como si el Señor nos hubiera concedido lo que le hemos pedido en nuestras oraciones?
   22. ¿Para qué necesitaban los leprosos ser reconocidos como personas puras?
   23. ¿Qué les recordó a los saduceos la curación de los leprosos?
   24. ¿Nos percatamos de que la obra de Dios se lleva a cabo aunque no colaboremos en su realización?
   25. ¿Por qué iniciaron los leprosos el viaje a Jerusalén sin estar curados? ¿Qué deducimos de este hecho?
   26. ¿Por qué se les restableció la salud a los diez leprosos?
   27. ¿Por qué nos concede el Señor lo que le pedimos cuando ello conviene a nuestro crecimiento espiritual?
   28. ¿Por qué cumplía Jesús ciertas prescripciones características del Judaísmo, si no estaba de acuerdo con la manera de proceder de la clase sacerdotal de Israel?
   29. ¿Por qué no abandonaremos nuestras denominaciones religiosas aunque algunos dirigentes de las mismas cometan pecados graves, y no estemos de acuerdo con algunas prescripciones religiosas que se nos imponen?
   30. ¿Por qué es comprensible que surjan conflictos en nuestras denominaciones religiosas e incluso en las iglesias -o congregaciones- en que celebramos el culto divino?
   31. ¿Por qué no se distanció Jesús de sus correligionarios, y cumplió los preceptos legales, que pensó que no lo distanciarían de Dios, ni de sus hijos los hombres?

   3-5.

   32. ¿Por qué corrieron los judíos puros a Jerusalén cuando fueron curados, para obtener la certificación de su pureza?
   33. ¿Por qué es comprensible en cierta manera la ingratitud con respecto al Señor de tales judíos?
   34. ¿Qué hubiéramos hecho si hubiéramos vivido la experiencia de dichos leprosos?
   35. ¿Por qué no le agradecemos a Dios las dádivas que se nos conceden, aunque no tengamos la necesidad de cumplir nuestras obligaciones, que caracterizaba a los nueve judíos, que necesitaban ser aceptados socialmente?
   36. ¿Por qué le concedió Jesús la salvación a un samaritano que se atrevió a incumplir la orden que le dio?
   37. ¿Por qué alabó el samaritano a Dios en alta voz, y nosotros tenemos la costumbre de orar en silencio?
   38. ¿Por qué no fueron salvados los judíos conocedores de Dios y perfectos cumplidores de sus prescripciones religiosas?
   39. ¿Por qué se sintió el samaritano más necesitado de agradecerle a Dios el bien que le hizo que de ser considerado puro por los hombres?
   40. ¿Por qué solo podía convivir con sus compañeros enfermos el samaritano cuando era leproso, y quizás se tuvo que separar de los mismos, apenas recuperó la salud?
   41. ¿En qué sentido le cambió el Señor la vida al samaritano cuando lo curó, y los judíos vivieron tal como lo hicieron antes de contraer la lepra, sin percatarse de que el Mesías actuó en sus vidas?
   42. ¿Por qué son significativas para nosotros las actitudes que observaron los diez antiguos leprosos cuando fueron curados?
   43. ¿Cómo podremos crecer al mismo tiempo a los niveles espiritual y material?
   44. ¿Por qué exteriorizó el samaritano su fe, y muchos cristianos no lo hacemos?
   45. ¿Por qué se postró el samaritano ante Jesús?
   46. ¿Actuamos como verdaderos creyentes, fuera de nuestros lugares de culto?
   47. ¿Por qué curó y salvó Jesús al samaritano, y se sintió triste, por causa de los nueve judíos desagradecidos?
   48. ¿Por qué nos conviene cumplir normas religiosas?
   49. ¿Cómo cumpliremos las prescripciones características de nuestra denominación cristiana, para que nos sirvan a fin de que crezcamos espiritualmente?
   50. ¿En qué caso el cumplimiento de las leyes religiosas nos distancia de dios y sus hijos los hombres?
   51. ¿Cómo iremos más allá de lo que se indica en las prescripciones religiosas de las denominaciones cristianas a que pertenecemos?
   52. ¿Qué aprendemos del texto de MT. 5, 38-42, al recordar que no debemos cumplir las leyes religiosas rutinariamente, sino por amor a Dios, y a sus hijos los hombres?
   53. ¿En qué se diferencia la profesión de fe del samaritano de la nuestra?
   54. ¿De qué es indicativa la oración de petición?
   55. ¿Por qué quiere Dios que le demos gracias por las dádivas que nos concede?

   3-6.

   56. ¿Por qué se alegró Jesús por causa de la profesión de fe del samaritano?
   57. ¿Por qué entristeció a Jesús la ingratitud de los judíos puros?
   58. ¿Por qué se entristeció Jesús pensando en los judíos ingratos, según se nos indica en LC. 17, 18?
   59. Si hubiéramos estado en el lugar de Jesús, ¿nos habríamos entristecido porque los nueve judíos puros no glorificaron a Dios, o porque no nos agradecieron el hecho de haberlos curado?
   60. ¿Somos agradecidos con Dios y aquellos de nuestros prójimos que nos sirven desinteresadamente?

   3-7.

   61. ¿Por qué fueron sanados los judíos ingratos?
   62. ¿Por qué fue curado y salvado el samaritano?
   63. ¿Por qué no quiso el Señor que el samaritano permaneciera postrado ante Él?
   64. ¿Cumplimos prescripciones religiosas para glorificar a Dios, o para ser alabados por los hombres?

   5. Lectura relacionada.

   Leamos y meditemos MC. 1, 40-45, y comparemos la actitud de Jesús para con los marginados con la nuestra, para que podamos llevar a cabo, el siguiente ejercicio, de contemplación.

   6. Contemplación.

   La curación de los diez leprosos, debió acontecer, pocas semanas antes de que Nuestro Redentor, concluyera su último viaje a Jerusalén. Jesús se encontró durante los años que se prolongó su Ministerio público con gente diferente, por su condición social, y las creencias que observaba. Nuestra vida cristiana puede ser como la del Señor, en el sentido de que hemos sido llamados a ser receptores y transmisores de la verdad divina, que en parte podremos conocer, relacionándonos con gente diversa. La vida es como un largo viaje que hacemos en tren o en autobús, y, en cada ocasión que miramos el paisaje, constatamos que es distinto. Cada paisaje que contemplemos, nos hará aprender una gran lección, nos evocará un recuerdo, o nos hará vivir una nueva experiencia.

   Cuando Jesús se encontraba entre Galilea y Samaria, le salieron al encuentro diez leprosos, nueve de los cuales eran judíos, y uno samaritano. Los judíos y los samaritanos llevaban siglos enemistados, pero, en el caso que hemos considerado, la impureza, y la exclusión social, unieron a dichos enfermos.

   Así como estamos destinados a morir, y podemos tener vivencias similares a la hora de sufrir, ¿por qué no creamos un mundo en que nos sea posible igualarnos para conseguir vivir sin carencias?

   Los leprosos mantuvieron cierta distancia respecto de Jesús, para no contagiarle al Señor su enfermedad. Quizás también nosotros nos distanciamos de ciertos pobres y enfermos, de manera que no nos mostramos dispuestos, a imitar la conducta, del Señor.

   Así como los leprosos oraron para ser curados, pidámosle al Señor que ayude a todos los que sufren, por cualquier causa.

   Cuando nos flaquea la salud, tenemos problemas con nuestros familiares y amigos, o nos falta el trabajo, le pedimos al Señor que nos ayude, y Él nos indica que actuemos, como si hubiéramos recibido, su apoyo celestial. ¿Cómo podremos permanecer tranquilos cuando tengamos dificultades graves? Oremos para que se nos conceda la paz divina, la cual no consiste en la ausencia de conflictos, sino en saber cumplir la voluntad de Dios, aunque ello suponga, sobrellevar, grandes dificultades.

   El samaritano a quien Jesús curó de la lepra, glorificó a Dios, en alta voz. A muchos cristianos nos sucede que hemos interiorizado la fe que nos caracteriza, y nos cuesta un gran esfuerzo exteriorizarla. Quizás nos hemos acostumbrado a celebrar actos de culto públicos, pero, fuera de nuestras iglesias o congregaciones, difícilmente nos mostramos, como hijos de Nuestro Padre celestial.

   El samaritano se postró ante el Hijo de dios y María para orar, reconociendo así la Divinidad del Salvador de la humanidad. Independientemente de la postura que adoptemos cuando oremos, ello nos recuerda, que Dios quiere que le hablemos, con gran humildad. Nuestro Santo Padre quiere que estemos en su presencia, con la sencillez con que nos ha acogido, ha perdonado los pecados que hemos cometido, y nos ha hecho, objeto de su amor misericordioso.

   Jesús echó de menos la gratitud de los nueve judíos a quienes sanó de su lepra, y también echa de menos nuestro agradecimiento, porque puede sucedernos que seamos muy pedigüeños al orar, y nunca le demos gracias, a quien nos ha demostrado más amor.

   Así como fue un extranjero considerado hereje el que mejor glorificó a Dios, no discriminemos a quienes no piensan ni actúan como nosotros, porque puede suceder que, los tales, sean mejores personas, que quienes, teniendo la biblia que es un manual para enseñarnos a amarnos entre nosotros y a toda la humanidad, no inspiramos nuestra vida, en el mensaje que se nos transmite, por medio de la misma.

   Recorramos nuestro camino de purificación y santificación con fe y ánimo, y acompañemos en su crecimiento espiritual, a quienes, a través de nuestras palabras, gestos y obras, quieran encontrarse, con el Dios de la vida, y el amor.

   7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 17, 11-19.

   Comprometámonos a rezar un Padre nuestro, meditando dicha oración pausadamente, para que la humanidad, a pesar de las divisiones que la caracterizan, llegue a ser, la verdadera familia, de Dios, y sus hijos.

   Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.

   8. Oración personal.

   Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.

   Ejemplo de oración personal:

   Señor Jesús:

   Haz mi corazón dócil a tu Palabra y a las inspiraciones del Espíritu Santo, para que pueda aprender a amar y comprender, a quienes no piensan ni actúan como yo.

   9. Oración final.

   Leamos y meditemos el Salmo 86, pidiéndole a Dios que nos ayude a vencer las dificultades que caracterizan nuestra vida, y agradeciéndole el gran amor, que nos ha manifestado.

   José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en

joseportilloperez@gmail.com

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