Meditación.
La conversión de Zaqueo.
Según LC. 19, 2, Zaqueo no era un simple judío -o pagano-, pues era jefe de recaudadores de impuestos, y amasó una gran fortuna, porque se aprovechó de los más pobres, aumentando el sueldo que percibía de los mismos, más de lo debido. Los colectores de impuestos tenían muy mala prensa entre los judíos.
Al mirarnos al espejo de la sabiduría de dios y la luz de la fe que nos caracteriza, ¿Hemos averiguado por dónde pasa Cristo, para salir al encuentro del Mesías?
¿Sabemos dónde está el Señor, y en la vida de quiénes se manifiesta?
Si sabemos la respuesta a estos y a otros interrogantes, ¿qué nos impide encontrarnos con Cristo Resucitado?
¿Hacemos todo lo posible para vivir en la presencia de Dios, porque ello es la plenitud de la felicidad a que aspiramos?
Si Zaqueo se hubiera subido a la higuera para mirar a un personaje importante, tal acto, aunque se hubiera considerado demencial, hubiera tenido una breve justificación, pero, si el citado funcionario de aduanas, quería mirar a un pobre nazareno, cuya condición social era muy inferior a la suya, tenía que sentir algo más grande, que la mera curiosidad, para poner en juego, su prestigio social.
Jesús se invitó a hospedarse en casa de Zaqueo (LC. 19, 5).
¿Nos ha dicho Jesús a quienes celebramos la Eucaristía que lo comulguemos, porque quiere que seamos miembros de su Cuerpo místico?
¿Hemos oído en nuestro interior las palabras de Jesús recogidas en LC. 19, 9? Si creemos tales palabras del Señor, y las aplicamos a nuestra vida creyente, produciremos innumerables frutos salvíficos en nuestro entorno social, y, si existe algo que nos detiene impidiéndonos colaborar en tan santa labor evangelizadora, aún no creemos plenamente que seamos hijos de Dios, porque no tenemos fe en Él.
Imaginemos, hermanos y amigos, que caminamos hacia nuestro lugar de trabajo en medio de una gran multitud, y que, delante de nosotros, aparece un señor que nos dice: -¿Dónde vais? Esta noche me hospedaré en vuestra casa.
¿Qué pensaríamos si nos sucediera nuestro caso imaginario?
¿De qué nos conocería ese señor para querer hospedarse en nuestra casa?
El caso es que nuestro personaje viste una túnica tejida de una sola pieza, así pues, no parece que sea un mendigo.
¿Cómo es posible que este señor quiera intimar con nosotros para atreverse a pedirnos sentarse a nuestra mesa sin estimar la posibilidad de que nos deshagamos de él?
Esto es, pues, lo que precisamente le sucedió a Zaqueo. Él estaba ejerciendo su trabajo de jefe de cobradores de impuestos cuando escuchó que la gente decía que Jesús de Nazaret iba a pasar por aquel lugar. Como nuestro simpático publicano era de baja estatura y la gente se aglutinaba para ver al Señor, tuvo la ocurrencia de subirse a una higuera egipcia para ver al Mesías por un momento. Algo más que la simple curiosidad debía mover a Zaqueo para que no pensara en sentirse humillado cuando la gente empezara a reírse de él al verlo tan pequeño y subido al árbol.
Apenas Jesús levantó la cabeza y lo vio subido en el árbol, le dijo que descendiera rápido y lo tuviera todo listo, porque, aquella noche, iba a hospedarse en su casa.
Zaqueo se sintió muy contento al encontrar a alguien que, sin ser de su condición social, se atrevió a cometer la osadía de no rechazarlo. Durante la cena, probablemente algunos Apóstoles se sintieron incómodos al comer con aquel pecador si asistieron a aquel encuentro, pero, de todas formas, Jesús los tenía acostumbrados a los doce a codearse con gente de mala reputación. Jesús habló con Zaqueo y, después de cenar, Nuestro Señor se sintió satisfecho de constatar que, el nombre de aquel recaudador de impuestos, estaba inscrito en el libro de la vida, un gigantesco tomo que según los judíos hay en el cielo, en que están registrados con letras mayúsculas y grandes, los nombres de todos los que gozaremos al vivir en la presencia de Nuestro Padre y Dios.
Jesús era un judío que tenía una mentalidad muy abierta, así pues, gozaba al relacionarse con gente de todos los estamentos sociales. Me da mucha pena ver a quienes sienten miedo de contemplar a quienes están mal vestidos porque creen que les van a robar. No me da pena de los pobres a este respecto, sino de quienes se han construido un caparazón con unos cuantos bienes caducos, que ni siquiera les sirven, para protegerse del golpe más insignificante, que puedan recibir.
Muchas veces recuerdo el caso de una señora que era muy mal vista por la gente del pueblo en que vivía porque tenía un sorprendente buen humor, ya que tenía un hijo en estado terminal, pues decían de ella que era tan feliz, porque no le importaba ver cómo su hijo moría lentamente. Zaqueo, -el protagonista del Evangelio que consideramos este Domingo XXXI del Tiempo Ordinario del Ciclo C-, era jefe de recaudadores de impuestos, lo cual le atrajo el odio de sus hermanos de raza, por el hecho de trabajar para los colonizadores de Palestina. El desprecio con que era tratado Zaqueo nos enseña que no todos actuamos en nuestra vida movidos por la maldad, así pues, antes de juzgar temerariamente a una persona, nos es conveniente averiguar el propósito que la mueve a actuar de una forma determinada, con tal de comprenderla, y ver la causa que la mueve desde su propia perspectiva, con tal que podamos aprender a conocernos, y también podamos entender que el mal no es el motor que mueve a nuestros prójimos los hombres.
(LC. 19, 1). No es difícil tener la impresión de que Jesús recorría Jericó buscando a Zaqueo, como si supiera que en aquella ocasión iba a salvar su alma del pecado y el menosprecio al que la condenaron sus coetáneos.
Jesús nos busca a ti y a mí en las circunstancias que vivimos y en el medio social en que nos desenvolvemos, así pues, te pregunto -y me interrogo- en los siguientes términos:
¿Estamos dispuestos a creer en Dios y consecuentemente a vivir como verdaderos cristianos?
¿Qué salvación nos promete Jesús?
Aunque en este mundo no podemos experimentar la salvación de nuestra alma plenamente, la salvación divina no sólo se reduce a inculcarnos la esperanza de vivir en un mundo mejor que el actual no se sabe cuándo, pues también consiste en que podamos solventar nuestros problemas psicológicos, nos sea posible que podamos adquirir una educación cívico-religiosa que nos sea útil, podamos tener medios suficientes para solventar nuestras carencias, y, sobre todo, en que nos sintamos amados tanto por Dios como por sus hijos los hombres.
(LC. 19, 2). Muchas veces, algunos de entre los carentes de recursos, tienen la falsa impresión de que los ricos son los más felices del mundo, porque tienen bienes de sobra como para no pasar necesidades, y porque pueden hacer lo que desean. Muchos pobres no saben que algunos ricos han caído en la avaricia y, al vivir exclusivamente para adquirir bienes materiales, al no cultivar ninguna relación afectuosa con nadie, están padeciendo una soledad que les hace sufrir mucho. Tales ricos ni siquiera tienen el consuelo de la fe, pues sus muchas posesiones les han impedido mantener un encuentro personal con Dios, nuestro Bien Supremo. Pensando en los avaros, Jesús dijo en cierta ocasión, las palabras recogidas en MT. 19, 24.
Zaqueo, -el protagonista del Evangelio que hoy consideramos-, era uno de esos ricos que andan perdidos entre sus muchos bienes, que no pueden disfrutar plenamente de sus riquezas, por causa de su necesidad de cambiar el aislamiento que caracteriza su vida, por la placentera felicidad de quienes se sienten amados.
¿Qué impulsó a Zaqueo a cambiar de vida? (LC. 19, 3-4). Dado que Zaqueo se expuso a hacer el ridículo ante quienes sin duda se burlaron de él con todo el desprecio que fueron capaces de demostrarle, tenía que tener algo más que simple curiosidad para desear conocer a Jesús.
¿Somos capaces de reconocer que somos cristianos sin sonrojarnos ante nuestros familiares y amigos?
¿Somos capaces de reconocer abiertamente que leemos la Biblia todos los días?
¿Somos capaces de obedecer la urgente llamada de la Iglesia de ser misioneros en nuestro medio familiar y social?
¿Somos capaces de aparecer en algún medio de comunicación reconociendo que somos creyentes y predicando la Palabra de Dios?
(LC. 19, 5). Jesús debió darse cuenta sin duda de que la gente se burlaba de aquel jefe de recaudadores de impuestos que cometió la locura de subirse a una higuera con el fin de poder verlo. El Señor levantó la vista para mirar a Zaqueo porque, de la misma manera que nos busca a nosotros para inculcarnos la fe divina, también quería convertirlo al Evangelio.
Jesús le dijo a Zaqueo que se bajara pronto de aquel árbol, porque no quería que nadie se burlara de su futuro hermano, al cual quería evangelizar, no cuando buenamente pudiera (esto significa quizás nunca) como muchos cristianos relegan en demasiadas ocasiones las cosas de Dios, sino urgentemente, porque los temas relacionados con Dios tienen un carácter de urgencia e inmediatez superior a la resolución de bastantes de nuestros problemas, ya que sólo Nuestro Padre común puede concedernos la felicidad auténtica.
Zaqueo había adquirido muchos bienes materiales durante los años que ejerció su labor de recaudador de impuestos, pero vivía aislado y sin amor. ¿Qué sensación sintió el citado jefe de publicanos cuando Jesús le dijo que era necesario que Él se hospedara en su casa?
¿Consideramos que Jesús es atrevido porque, a través de la Biblia, los documentos de la Iglesia y los predicadores religiosos y laicos, tiene la osadía de decirnos que quiere formar parte de nuestra vida, desde este preciso instante, en que estamos considerando la conversión de Zaqueo?
¿Qué hizo Zaqueo con respecto a la llamada a la conversión al Evangelio que recibió del Señor?
¿Cuál es nuestra respuesta cuando Jesús nos llama para que le sigamos como religiosos o laicos?
(LC. 19, 6). ¿Nos abrimos al Señor con prontitud y alegría cuando leemos la Palabra de Dios escrita en la Biblia?
(LC. 19, 7). Primeramente, cuando Zaqueo se subió a la higuera, la gente intentó demostrarle que carecía de valor personal por haberle demostrado que estaba fuera de sí. Como este gesto no detuvo a Jesús en su intento de evangelizar a su futuro hermano, la muchedumbre atacó directamente a Nuestro Salvador, como si tuviera la necesidad vital de ver a Zaqueo consumirse entre las llamas del infierno.
¿Por qué hay gente que necesita entorpecer el progreso de sus prójimos?
¿Por qué los envidiosos no pueden aceptar que sus prójimos prosperen más que ellos?
(LC. 19, 8). Las cantidades de dinero que Zaqueo se comprometió a darles tanto a los pobres como a quienes había robado, obedecen al cumplimiento del siguiente precepto legal: EX. 21, 37, y a la Ley romana. Zaqueo sabía que estaba haciendo el mal a los ojos de Dios hasta el punto de conocer el castigo que merecía por su incumplimiento de la Ley, pero la situación de desprecio en que vivía le hacía indiferente al deseo de sentirse libre de ataduras innecesarias, -es decir, salvado por Dios-.
No imitemos a Zaqueo pensando que somos inútiles, que no merecemos amor, que no tenemos remedio... Imitemos, -sin embargo-, a Zaqueo, en su apertura a la hora de abrirle su corazón a la Persona y al mensaje del Mesías, para que Jesús, -Nuestro Hermano y Señor-, pueda infundirnos su paz.
(LC. 19, 9-10). Si reconocemos que antes de creer en Dios hemos andado perdidos por los mares de la adversidad que ha caracterizado nuestra existencia, no seamos severos con quienes comienzan el proceso de su conversión personal, y seamos con ellos tan amorosos y pacientes, como Nuestro Padre común lo ha sido con nosotros.
Pidámosle a Dios que, a imitación de Zaqueo, no sólo nos convirtamos al Evangelio, sino que seamos capaces de demostrar ese hecho haciendo el bien, tal como nos corresponde a los que nos llamamos y somos hijos de Dios.
María Santísima, ejemplo de donación sin reparos al Señor, iluminará el difícil camino de nuestra dedicación al servicio de Dios en sus hijos los hombres.
joseportilloperez@gmail.com
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