Meditación.
Jesús nos envía a predicar el Evangelio y a manifestarle al mundo la existencia de Dios a través de las obras que realizamos.
1. Seamos fieles siervos del Señor.
Meditación de EZ. 2, 1-7.
Nota: Aunque el texto correspondiente a la primera lectura es el de EZ. 2, 2-5, he incluido en esta meditación los versículos 1, 6-7, ya que los mismos aclaran el mensaje que nos transmite su autor, y sirven para explicitar el contenido de la segunda lectura y el Evangelio.
¿Quién fue el profeta Ezequiel? Ezequiel fue un sacerdote y profeta que fue exiliado a Babilonia con el Rey Joaquín el año 597 antes de Cristo, once años antes de que aconteciera la destrucción de Jerusalén, y realizó su labor entre los cautivos, durante veintidós años. Ezequiel obedeció a Dios llevando a cabo la misión que le fue encomendada con admirable fidelidad, pronunciando duras reprensiones contra quienes no se amoldaban al cumplimiento de la voluntad de Yahveh, y consolando a los exiliados, para evitar que llegaran a creer que el único Dios verdadero, los había desamparado.
El libro de Ezequiel se caracteriza por una gran riqueza simbólica. A modo de ejemplo, cuando falleció la mujer del citado Profeta, le fue prohibida a Ezequiel la expresión de su dolor, para que así les demostrara a sus hermanos de raza, la gran calamidad que iban a padecer, y cómo debían sobrevivir a la misma estoicamente (EZ. 24, 15-24).
En la Biblia se nos narran las experiencias de quienes tenían valor para denunciar las obras impropias de creyentes en Dios quienes decían aceptar a Yahveh, aunque su conducta los desmentía. A modo de ejemplos, recordemos la oposición que sufrieron Jeremías, Jesús y San Pablo, quienes llegaron a ser torturados, por no renunciar a la realización de la misión, que les fue encomendada, por Nuestro Santo Padre.
En el fragmento bíblico de la profecía de Ezequiel que estamos considerando (EZ. 2, 1-7), el citado predicador recibió la orden de escuchar la instrucción divina de pie, -e incluso el Espíritu Santo lo afirmó sobre sus pies-, lo cual significaba que tenía que mostrarse dispuesto a actuar exactamente del modo que le fue indicado, y en el tiempo que debiera hacerlo. Ello nos recuerda la disponibilidad que podemos tener para cumplir la voluntad del Dios Uno y Trino, independientemente de que seamos religiosos o laicos. Dios se nos da sin tacañería, y, al mismo tiempo, nos pide que hagamos lo propio para con Él, a la hora de servirlo en nuestros prójimos los hombres, que tienen carencias espirituales y materiales.
Antes de iniciar a llevar a cabo la misión que Yahveh le encomendó, Ezequiel recibió una detallada descripción de la conducta de la gente a la que tenía que predicarle la Palabra de Dios. Este hecho me recuerda la necesidad que tenemos los predicadores de conocer el ambiente en que vamos a trabajar antes de iniciar nuestra actividad, para evitar problemas, y, sobre todo, que se nos debilite la fe, hasta perderla totalmente. La Palabra de Dios es, -a pesar de la antigüedad característica de la Biblia-, una novedad, porque es desconocida, y además es observada como una ideología opresora, e insuficiente, para ayudarnos a encontrar la felicidad, que tanto deseamos tener.
Los israelitas no solo tenían con respecto a la aceptación de la Palabra de Dios la rebeldía natural de quienes le tienen miedo a lo que desconocen, pues se habían revelado abiertamente contra su Creador. Este hecho hacía muy hostil la realización de la misión que Ezequiel cumplió cabalmente, y nos hace cuestionarnos, con respecto a la resistencia que nos caracteriza, a la hora de mantenernos profesando nuestra fe cristiana, cuando nos sentimos solos, porque nos falta el apoyo de hermanos en la fe, que nos ayuden a mantenernos firmes profesando la primera virtud teologal, cuando se nos debilite.
Si los israelitas se negaban a escuchar el mensaje que les fue predicado por Ezequiel, no recibirían el anuncio profético en vano, pues nunca podrían olvidar, que Yahveh suscitó un Profeta entre ellos, para recordarles su designio divino. De igual manera, quienes predican la Palabra de Dios actualmente, y son tendentes a desanimarse, porque no le ven utilidad a la labor que realizan, deben tener presente que, precisamente, la realización de su actividad evangelizadora, no puede pasar desapercibidamente ante el mundo no creyente. Recordemos que no somos quienes vamos a cosechar el fruto de nuestra labor evangelizadora, porque ello le corresponde exclusivamente a Dios, ya que nadie conoce nuestro interior, como lo hace Nuestro Padre común. Pensemos que no nos predicamos a nosotros mismos, ni queremos buscar el aplauso de los hombres, por consiguiente, propongámonos seguir sembrando el conocimiento divino, en los corazones de quienes acojan nuestro mensaje, el cual no es nuestro, pues es del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
(EZ. 2, 6-7). Aunque Ezequiel estaba acosado por grandes peligros, precisamente, porque la mayoría de sus oyentes eran muy rebeldes, no debía tener miedo.
¿Cómo podría Ezequiel no tenerle miedo a la rebeldía e incomprensión humanas, las cuales hacían que viviera temiendo por sí mismo?
¿Cómo podremos predicar el Evangelio en un entorno que nos sea hostil?
¿Cómo podrán vencer el desánimo los catequistas que sufren porque no notan cambios importantes en la vida de los niños y adolescentes a quienes les predican la Palabra de Dios, que indiquen que los tales son felices profesando la fe que intentan inculcarles?
¿Cómo podemos predicar el Evangelio cuando sabemos que no se nos escucha?
En el texto que estamos considerando, se nos dice que, aunque no se nos escuche, que seamos persistentes, porque no somos nosotros quienes recogemos el fruto de nuestra siembra.
joseportilloperez@gmail.com
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