Meditación.
4. Jesús fue rechazado por sus convecinos.
Meditación de MC. 6, 1-6A.
¿Por qué hay problemas en la Iglesia? Si comparamos la mentalidad de los autores bíblicos con la manera de pensar que tiene mucha gente en nuestros días, no podemos dejar de sorprendernos. Sabemos que a mucha gente no le gusta dar a conocer sus fracasos, porque tiene el pensamiento de que, o no se le comprende, o se le margina. Hay mucha gente que no cuenta sus experiencias desagradables, por temor a ser rechazada. En contraste con la mentalidad actual, los autores bíblicos no tenían reparo alguno a la hora de dar cuenta, no solo de los fracasos del Señor y de otros personajes, sino de los suyos propios, porque tenían la creencia de que el sufrimiento constituye una vía de aprendizaje, lo cual contrasta bruscamente con la creencia de mucha gente de nuestro tiempo, que no percibe el padecimiento como algo útil, sino como una experiencia desagradable, que debe ser evitada, porque no le aporta beneficio alguno.
No es este el momento apropiado para argumentar sobre los beneficios del hecho de sobrellevar estoicamente las contrariedades, pues no es conveniente que este trabajo sea demasiado largo, para no cansar a mis pacientes lectores, a quienes deseo decirles que los cristianos no queremos sufrir por sufrir, pero, si se da el caso en que hemos de hacerlo, pensamos que podemos afrontar y confrontar el dolor con valentía, dado que todas las experiencias vitales que tenemos, tienen el fin de aportarnos alguna enseñanza, que contribuye a fortalecer nuestras convicciones.
Frecuentemente recibo cartas de algunos de mis lectores, que se extrañan del hecho de que la Iglesia Católica tenga problemas. Tales hermanos en la fe y amigos, se preguntan que, si Dios es perfecto, y según la fe que profesamos guía a su Iglesia, ¿cómo es posible que los católicos tengamos que tener dificultades? Ciertamente, Jesucristo fundó la Iglesia Católica por mediación de sus Apóstoles, y el Espíritu Santo cuida de los cristianos, lo cual justifica el hecho de que la citada fundación no se haya extinguido, a lo largo de sus veinte siglos de historia, pero sucede que, tanto los religiosos como los laicos -o seglares- somos humanos, y tenemos libertad, tanto para acatar el cumplimiento de la voluntad de Dios, como para obviarla. De la misma forma que todos tenemos dificultades independientemente de que seamos cristianos porque la vida constituye una experiencia que no deja de aportarnos enseñanzas, a no ser que se dé el dramático caso de que nos estanquemos en una determinada situación, y nos neguemos a seguir superándonos, a los cristianos nos sucede exactamente lo mismo con respecto a nuestra vivencia de la fe que profesamos, pues, aunque el Espíritu Santo nos inspira para que cumplamos la voluntad divina, no nos esclaviza, y nos deja que optemos por lo que queremos hacer, lo cual, en muchas ocasiones, es fuente de gran diversidad de problemas.
En la actualidad, nos planteamos cómo han de ser las relaciones entre Iglesia y Estado. Unos piensan que el clero debe tener poder político para poder cristianizar a la humanidad, y otros piensan que, cuanto más humildes seamos los hijos de la Iglesia, tendremos la oportunidad de realizar mejor, la obra que nos ha encomendado Nuestro Fundador. La Historia es testigo de que ni las persecuciones que han padecido los cristianos, han logrado que muchos de los tales hayan cesado de predicar el Evangelio y de hacer obras caritativas, en favor de quienes más les han necesitado. Los cristianos necesitamos adaptarnos a nuestro mundo actual, porque, si no conocemos las necesidades de la gente, ni la respuesta desde la fe a las mismas, no tardaremos muchas décadas en constatar que las iglesias albergan a menos gente, en las celebraciones sacramentales.
Nos es necesario crear un entorno social en que todos seamos respetados, independientemente de que seamos cristianos. No podemos exigir que se nos respete, si nos negamos a comprender a quienes no comparten nuestra ideología. No pensemos que quienes no comparten nuestras creencias no merecen ser respetados. Comprendamos las razones que mueven a la gente a pensar de diferente manera, pues ello, además de ayudarnos a crear el citado entorno en que todos seamos aceptados, nos permitirá conocer mejor la situación actual de la humanidad, y buscar la forma de conseguir que el Evangelio siga siendo actual para la gente de nuestro tiempo, y no un mensaje trasnochado e incomprensible.
La sociedad avanza imparablemente, y si queremos, podemos aceptar este hecho, buscando la manera de actualizar el anuncio de la Palabra de Dios, adaptándonos a la utilización de los medios que tenemos para realizar nuestro propósito, sin modificar el contenido de las Sagradas Escrituras. El amor fraterno predicado por Jesús, fue aceptable en el siglo I, y sigue siendo aceptable en el siglo XXI, porque, tanto en el siglo I de nuestra era como en este tiempo, tenemos la necesidad de no vivir aislados.
Hay muchos millones de católicos en el mundo, pero no todos aceptan plenamente la doctrina predicada por la Iglesia.
¿Realizamos los esfuerzos adecuados para que nuestra fe sea conocida?
¿Deberíamos, -tanto los religiosos como los laicos-, hacer algo que no estamos haciendo, para que la Palabra de Dios no sea ignorada por muchos que se dicen creyentes?
¿Por qué la doctrina de la Iglesia ha dejado de atraer a muchos de nuestros hermanos en la fe a la fundación de Cristo?
Hay un hecho que hace que mucha gente no participe de la vida de la Iglesia, el cual es los pecados cometidos por muchos religiosos y laicos. Los cristianos somos humanos, y, por causa de nuestra tendencia natural a equivocarnos, tenemos muchas posibilidades de hacer el mal voluntaria e involuntariamente, así pues, esta es la causa por la que nuestras imperfecciones no deberían atentar contra la fe que profesamos, pero en este mundo destacan más las inicuas acciones que las buenas obras.
Si en los medios de comunicación se denuncian nuestros pecados, evitemos sentirnos atacados, y encaremos las consecuencias de las acciones que llevamos a cabo con valentía.
Necesitamos celebrar una Liturgia que contenga el alto contenido espiritual al que quienes tenemos conocimientos bíblicos y litúrgicos estamos acostumbrados, que además tenga la virtud de ser comprendida, hasta por quienes desconocen totalmente la Palabra de Dios. Necesitamos comprender el contenido de las celebraciones litúrgicas a que asistimos, y saber el significado de los gestos que realizamos, porque queremos tributarle culto a Dios, y no actuar mecánicamente porque eso es precisamente lo que muchos creyentes han hecho siempre, aunque no saben la razón de existir de ello, y quizás ni les interesa conocerla.
Pensemos en el siguiente problema que surgió en la Iglesia primitiva de Jerusalén, para recordar que siempre han existido dificultades en la fundación de Cristo (HCH. 6, 1-5).
Una de las actividades características de la Iglesia, ha sido, desde su fundación, el cuidado de los menesterosos. Los judíos de origen griego, se quejaron de que sus viudas eran desatendidas en el reparto de alimentos. Por su parte, los Apóstoles, no querían descuidar la predicación del Evangelio ni su dedicación a la oración con tal de servir a los pobres, pero tampoco quisieron dejarlos sin ser atendidos adecuadamente, por lo cual eligieron a siete diáconos para que realizaran el citado trabajo, y también se dedicaran a la predicación.
En cierta forma, no olvidemos nunca que debemos estar contentos porque la Iglesia tiene problemas, porque las dificultades son vías que nos ayudan a ser santificados, si las resolvemos, adaptándonos al cumplimiento de la voluntad de un Dios tan increíblemente maravilloso, como para desear que vivamos en un mundo en que no exista la exclusión social.
San Pablo nos dice con respecto a la necesidad que tenemos los cristianos de tener problemas, si consideramos la utilidad que nos aporta la resolución de los mismos: (1 COR. 11, 19).
En la Iglesia siempre han existido problemas, y ello seguirá sucediendo, hasta que Cristo concluya la plena instauración de su Reino entre nosotros, y extinga todas las formas de maldad e ignorancia existentes desde que el hombre habita la tierra. De nada nos sirve perder el tiempo fantaseando y pensando que algún día no habrá problemas en la Iglesia, porque los seguirá habiendo, mientras que Jesús no concluya su obra redentora.
Necesitamos tener problemas porque aún no hemos alcanzado la plenitud de la madurez en la profesión de nuestra fe. Aún necesitamos vencer muchas discrepancias entre nosotros, y tenemos que trabajar más y mejor, sirviendo a los necesitados de dones espirituales y materiales, al mismo tiempo que debemos mejorar la calidad y aumentar la calidez, de nuestras relaciones, tanto con Dios, como con nuestros hermanos los hombres.
En el caso de que los cristianos actuales hubiéramos alcanzado una notable madurez espiritual, seguiríamos teniendo problemas, porque no cesaríamos de unir a la Iglesia a nuevos cristianos imperfectos, y, por consiguiente, expertos en crearse -y crearnos- dificultades. No busquemos la perfección por nuestros siempre escasos medios sin contar con la ayuda divina. Si hubiéramos crecido notablemente espiritualmente, y les cerráramos las puertas de la Iglesia a nuevos cristianos creadores de problemas, seríamos un grave problema en la viña del Señor, al empeñarnos en vivir cómodamente, obstaculizando la expansión de la predicación del Evangelio en el mundo.
No ignoraremos ni negaremos los problemas que tenemos como cristianos, pues Dios pone a nuestro alcance los medios que necesitamos, ora para resolverlos en conformidad con nuestras posibilidades, ora para sobrevivir con ellos durante mucho tiempo, si no está en nuestras manos la posibilidad de solventarlos adecuadamente.
Evitemos ser fuente de problemas, y seamos sinceros, intentando resolver, todos los que hayamos creado.
Si nos es posible, en conformidad con nuestras creencias, intentemos resolver los problemas que tenemos, a partir del momento en que los conocemos. No permitamos que los problemas se estanquen en nuestras comunidades indefinidamente.
Consideremos brevemente el Evangelio de hoy.
(MC. 6, 1). Tal como recordamos en el Evangelio correspondiente a la celebración eucarística del Domingo XIII del Tiempo Ordinario del Ciclo B (MC. 5, 21-43), Jesús le restableció la salud a una mujer hemorroísa, dándole así la oportunidad de no vivir como si hubiera sido maldita por Dios, porque su enfermedad hacía que legalmente fuera considerada como impura, y resucitó a la hija del principal de una sinagoga.
En el Evangelio correspondiente a esta celebración eucarística, Nuestro Señor, quien había cosechado éxitos y fracasos en su actividad evangelizadora, fue a Nazaret, a visitar a sus familiares y amigos, y a predicarles el Evangelio, pero se llevó una desagradable sorpresa, según veremos seguidamente. Quienes conozcan el Evangelio de San Marcos, o hayan tenido la oportunidad de leer las meditaciones referentes al citado volumen bíblico que he escrito con ocasión de las celebraciones eucarísticas del tiempo ordinario del presente ciclo litúrgico, conocen parte de los citados éxitos y fracasos de Jesús, y cómo sus discípulos lo seguían, aunque no tenían una comprensión plena de los dichos y obras de Nuestro Salvador.
Quizás nos es difícil interpretar la Biblia ateniéndonos a las circunstancias en que vivimos, y pensamos que, aunque decimos que somos cristianos, no somos tan buenos seguidores de Jesús como quisiéramos. En tal caso, podemos buscar la forma de mejorar nuestra manera de actuar y no estancarnos en el pensamiento de que la Iglesia debería mejorar su enseñanza bajo nuestro criterio, porque todos somos miembros de la fundación de Cristo, y, de alguna manera, nuestras acciones, benefician o perjudican la imagen que el mundo tiene de la misma, a no ser que se dé el caso de que no reconozcamos nuestra catolicidad ante el mundo, y profesemos nuestra fe interiormente, sin que nadie conozca tal realidad.
Tal como Jesús era seguido por sus discípulos sin ser plenamente comprendido por los tales, no dejemos de profundizar nuestro conocimiento de la voluntad divina ni de adaptar nuestra vida a su pleno cumplimiento, pues llegará el día en que encontraremos las respuestas que necesitamos, para percatarnos de que tiene sentido profesar la fe que caracteriza nuestra vida.
(MC. 6, 2-3). Llegado el día de reposo, Jesús, como judío practicante, asistió a la reunión de la sinagoga, y, como predicador, se prestó a dar a conocer el Evangelio. Entre los judíos existía la creencia de que el Mesías tendría que aparecer momentáneamente sin que se supiera su procedencia, así pues, dado que los nazarenos, además de conocer la procedencia de Jesús, eran conscientes de que el Señor había convivido con ellos desde que había sido pequeño, y conocían cómo su Madre quedó en estado de gestación antes de convivir con José, su marido (LC. 1, 26-38), no podían aceptar a Jesús, ni como profeta, ni, mucho menos, como Mesías, aunque, por otra parte, no podían dejar de sorprenderse, ni de la sabiduría que se desprendía de sus palabras, ni del extraordinario poder, con que estaba capacitado, para realizar prodigios.
¿Cómo era posible que Jesús, sin haber tenido la oportunidad de ser convenientemente formado por ningún rabino, probablemente porque su familia no había podido pagarle los estudios, tuviera una sabiduría tan admirable? Los habitantes de Nazaret, en vez de admirar la sabiduría de Jesús, optaron por despreciar al Señor, por causa de la simplicidad de su vida. ¿Cómo podían tener por profeta a un hombre sencillo, carente de formación aparentemente, y con escasos medios económicos para sobrevivir, si entre los judíos existía la creencia de que los ricos y sanos eran bendecidos por Dios, y que los pobres y enfermos padecían el castigo merecido, ora por sus pecados, ora por las transgresiones en el cumplimiento de la Ley llevadas a cabo por sus antepasados?
Lo que le sucedió a Jesús en Nazaret, me recuerda mi propia experiencia religiosa. Yo, miembro de una familia que se dice cristiana, pero que no es practicante, un buen día tomé la decisión de dar a conocer mi fe, sin saber los problemas que ello me supuso, dificultades que no me arrepiento de haber afrontado y confrontado. Cuando condenamos los pecados y vicios, somos despreciados automáticamente.
Si los habitantes de Nazaret se admiraron de la sabiduría y el poder de Jesús, ¿por qué se convirtieron en enemigos de Nuestro Salvador? San Marcos no relató este hecho en su Evangelio porque el mismo es un resumen muy breve de la vida de Jesús, pero San Lucas sí se ocupó de ello en su primer libro. Dado que los habitantes de Nazaret contemplaron el testimonio que les dejó Jesús durante muchos años, el Mesías les pidió que creyeran en Él (LC. 4, 16-30).
Los habitantes de Nazaret intentaron asesinar a Jesús, porque el Señor les dijo que eran ellos quienes tenían que adaptarse al cumplimiento de la voluntad divina, pues Dios no debía adaptarse a sus exigencias. Hay católicos que, por su escasa formación religiosa, han llegado a creer que los Santos hacen milagros por sí mismos, y hay otros que son reacios a arrodillarse en las celebraciones eucarísticas y a hacer genuflexiones, alegando que, para ser cristianos practicantes, más les vale hacer el bien, que realizar determinados gestos simbólicos, que, en la actualidad, carecen de significado. Nos gustaría que todos tuviéramos creencias similares para evitar disputas, pero ello escapa a nuestras posibilidades, y, como no es razonable discriminar a nadie en razón de su fe, debemos aprender a convivir como hermanos y amigos, en cuanto nos sea posible, pues, la imposición de creencias, en vez de estabilizar la fe, puede extinguirla.
(MC. 6, 4-6A). Jesús no pudo llevar a cabo prodigios, porque sus vecinos pensaron que Él, que había sido siempre una persona sencilla, no podía ser más importante que ellos.
¿Conocemos el caso de algún clérigo o laico cuya actividad religiosa haya sido entorpecida por alguien que le haya tenido envidia? En la Biblia tenemos un conocido ejemplo de ello. Después de que San Pablo evangelizara admirablemente a los cristianos de Galacia, muchos de los tales fueron adoctrinados por cristianos judíos, los cuales, para aceptar como hermanos de fe a los paganos, les exigían a los tales que se circuncidaran, y observaran escrupulosamente las demás prescripciones judaicas, que carecían de significado para los gentiles.
He aquí lo que sucedió, cuando aconteció la entrada triunfal, de Jesús a Jerusalén: (JN. 12, 19). Los fariseos, viendo que perdían protagonismo ante la actividad evangelizadora de Jesús, no soportaban la idea de que sus oyentes se hicieran seguidores del nuevo Mesías, pues ellos vivían consagrados a la predicación de sus costumbres, y se sentían cómodos adaptando a las masas a su manera de ser. Este hecho me hace pensar en la necesidad que tenemos de ser comprensivos con quienes desconocen nuestra fe, pues no debemos imponerles nuestras creencias a la fuerza como si fueran una carga insoportable, porque es preciso dejarlos que se hagan cristianos lentamente, al ritmo que puedan ir asimilando la Palabra de Dios.
Si Jesús se adaptaba a la comprensión y aceptación que tenían de su mensaje quienes le oían anunciarles el Evangelio, ¿por qué vamos nosotros a predicar de una forma diferente?
En el Evangelio de hoy, se mencionan a los hermanos de Jesús. Entre los llamados protestantes existe la creencia de que tales hermanos de Nuestro Salvador eran carnales, y, entre los católicos, se afirma que eran primos del Mesías. Tanto las creencias de unos como la ideología de otros están basadas en la manera en que interpretan la Biblia, así que no deseamos ponernos en pie de guerra aduciendo argumentos, que, más que beneficiarnos, pueden desestabilizar la fe de quienes, independientemente de que sean protestantes o católicos, tengan un escaso conocimiento de la Palabra de Dios, así pues, concluyamos esta meditación orando, recitando las siguientes palabras de Nuestro Salvador: (JN. 17, 20-21).
Al igual que les sucedió a los Profetas del Antiguo Testamento y a San Juan Bautista, nuestro Señor pudo constatar que la mayoría de sus oyentes no aceptaban su mensaje cuando escuchaban sus predicaciones. No olvidemos que Jesús y sus mártires fueron asesinados por la incomprensión de aquellos de sus enemigos que no aceptaban su doctrina. En la actualidad muchos de nuestros hermanos en la fe son perseguidos en los países en que habitan, y otros, de alguna forma, pretenden hacernos rechazar nuestras creencias, al ridiculizar nuestra fe universal. Veamos cómo nuestro Señor nos advierte de las grandes dificultades que tendremos para evangelizar al mundo.
Meditaremos la lectura de Ezequiel que acabamos de leer orando. Utilizaremos un fragmento del Salmo 122 para elevar nuestro espíritu a Dios, pues le vamos a pedir a nuestro Padre común que fortalezca nuestra fe, para que el mundo no extermine nuestras relaciones con Él.
A continuación, San Pablo nos recordará que jamás se glorió en modo alguno del trabajo que llevó a cabo fundando comunidades de creyentes, pues él, al ser consciente de que era un instrumento utilizado por el Dios Trinidad para llevar a cabo la misión que le fue encomendada, se gloriaba de que nuestro Dios le fortaleció en sus diversas tribulaciones, de forma que siempre superó sus crisis de fe, y pudo llevar a cabo las diversas actividades que le fueron encomendadas por el Hijo de María.
¿Predicamos la Palabra de Dios en nuestro hogar de la misma forma que lo hacemos en las reuniones formativas en que participamos?
Jesús fue rechazado por los nazarenos. ¿Rechazaremos al Señor que ha venido a nuestro encuentro para que le comulguemos en la fiesta que significa el encuentro de Dios con los hombres?
joseportilloperez@gmail.com
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