Meditación.
¿Cómo heredaremos la vida eterna?
Para responder la pregunta que nos hemos planteado, necesitamos responder este otro interrogante: ¿Actuaremos desde el momento en que terminemos de leer el presente trabajo como prójimos de la humanidad, en la medida que ello nos sea posible?
Aunque decimos que amamos a Dios sobre todas las cosas, y a nuestros prójimos como a nosotros mismos, si examinamos nuestra conciencia, descubrimos que ello no es cierto. Amamos más el poder, las riquezas y el prestigio, que a Dios y a sus hijos. Ojalá nuestro corazón creyera lo que dicen nuestros labios cuando rezamos y recitamos la Biblia.
Contemplemos la Encarnación, la Natividad, el Ministerio, la Pasión, la muerte, la Resurrección, y la glorificación de Jesús, Nuestro Buen Samaritano.
Contemplemos a Jesús bajando de la Jerusalén celestial a nuestro camino de Jericó, para perdonar nuestros pecados, y curar y vendar nuestras heridas.
Contemplémonos en nuestras comunidades religiosas cerradas al mundo, o meditando la Palabra de Dios en nuestro interior, reteniendo lo que más nos gusta de la misma, y rechazando lo que más nos compromete a amar a Dios en sus hijos, negándonos a recorrer el camino de Jerusalén a Jericó de la humanidad, para ayudar a los heridos de muerte, a vislumbrar la salvación que añoramos.
Contemplémonos en las ocasiones que queremos conseguir lo que nos proponemos, sin que nos importe herir a nuestros prójimos los hombres. Aún deseamos más los bienes materiales que los dones espirituales.
No evitemos a quienes sufren considerándolos problemáticos, y ayudémosles a superarse, en la medida que nos sea posible.
Siguiendo el ejemplo de Jesús, -Nuestro Buen Samaritano-, acerquémonos a quienes sufren por cualquier causa, y seamos compasivos con ellos.
Curemos las heridas de quienes padecen, y vendémoselas.
Carguemos con los sufrimientos y pecados de nuestros prójimos, para aprender que son el objeto del amor de Dios, y por ello nos conviene evitar juzgarlos incorrectamente.
Llevemos a quienes sufren a la Iglesia, curémosles, y ayudémosles a crecer espiritualmente.
Meditemos la Palabra de Dios con nuestros hermanos en la fe, mientras esperamos que acontezca la Parusía -o segunda venida- del Señor.
No despreciemos a quienes el Señor llama a la conversión, aunque no compartan nuestra manera de pensar. Cuidémonos de no pensar que nuestra conversión es completa, para que no suceda que, quienes tenemos por pecadores incorregibles, sean mejores cristianos que nosotros.
joseportilloperez@gmail.com
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