Meditación.
¿Cómo actuamos en nuestro círculo familiar y social?
1. ¿Cómo actuamos entre nuestros amigos?
El hecho de meditar este Domingo el Evangelio del buen samaritano (LC. 10, 25-37), nos da la oportunidad de considerar el comportamiento que observamos entre nuestros familiares y amigos. Desde el momento en que nacemos hasta el día en que fallecemos, todos tenemos pendiente el estudio de la esencial asignatura de "aprender a vivir", cuyo conocimiento adquirimos lentamente a lo largo de los años que se prolonga nuestra vida. A veces el conocimiento de esta asignatura es muy fructífero, pero hay ocasiones en que circunstancialmente distorsionamos el mismo porque la comprensión y aceptación de las circunstancias que vivimos nos obliga a ello, de manera que, además de hacernos sentirnos desgraciados, podemos hacer sufrir a nuestros prójimos, por causa de nuestra visión distorsionada de los hechos que vivimos.
Veamos cómo distorsionamos algunas ideas, pues, si las enfocamos de forma diferente, podremos constatar que, aunque ello sea difícil, logrará el efecto de disminuir nuestro dolor.
Es conveniente que sepamos elegir a nuestras amistades. Aunque no todos hemos tenido la oportunidad de vivir en gran variedad de ambientes, el aspecto físico de las mismas, su cultura, y otros detalles, hacen que nos interesemos por las personas con quienes queremos mantener relaciones de amistad. Personalmente creo que podríamos fijarnos en las cualidades psicológicas de nuestros amigos, en el caso de que queramos que nuestras relaciones con los mismos sean largas y estables, por causa de la afinidad que nos une a los tales. El hecho de querer mantener nuestras amistades, tiene como consecuencia el deseo que queremos tener de conocer y superar los defectos que nos caracterizan, en la medida que ello nos sea posible, pues nuestros amigos deben aceptarnos como somos, así pues, de aquí viene la "exigencia" de superarnos, con el fin de mantener a los tales, a quienes también necesitamos aceptar con sus cualidades y defectos. Para lograr este propósito, necesitamos rodearnos de personas optimistas y llenas de esperanza, que, al ser conocedoras de la vida, sean capaces de tolerar nuestros defectos, hasta que los superemos, en conformidad con las posibilidades que tenemos para ello. No pretendo afirmar que no nos relacionemos con personas psicológicamente más débiles que nosotros porque ello nos impediría ayudar a las mismas a superarse, pero sí digo que hay que tener cuidado de que el pesimismo de muchos no nos sea contagiado, de manera que, sin que nos percatemos de ello, nos debilitemos psicológicamente.
Confiemos en la capacidad de cambiar y mejorar nuestra conducta que todos tenemos. Siempre que veo a mi madre me torpedea recordándome los defectos de mi niñez, pues no acepta el hecho de que he superado los mismos. A bastantes madres les duele el hecho de que sus hijos crezcan, pero necesitan ser realistas y, si les aman, deben alegrarse por el hecho de que los mismos se han superado en muchos aspectos al crecer.
He conocido a muchas personas que han creído tener muchas amistades por conocer la vida de quienes han llegado a apreciar, sin que los tales hayan tenido la oportunidad de conocer ningún detalle significativo de la vida de quienes les tienen por amigos. La falta de comunicación que caracteriza a muchas personas tiene como consecuencia el triste hecho de que las tales viven más del castillo de sus falsas ilusiones que de la realidad, lo cual, tarde o temprano, acaba causándoles sufrimientos absurdos.
Es cierto que a veces depositamos nuestra confianza en personas que no saben guardar nuestros más íntimos secretos o que al no comprendernos son incapaces de respetar lo que sentimos, pero, a pesar de ello, esas malas experiencias, no nos harán renunciar a la posibilidad de contactar con gente abierta a la amistad y a la vivencia de los valores característicos de quienes se niegan a vivir aislados.
La vivencia de relaciones amistosas y amorosas es personal. Los sentimientos característicos de las mismas deben ser vividos recíprocamente. No es justo que mi amigo sea capaz de prestarme dinero y que yo ni siquiera sea capaz de manifestarle mi apoyo y comprensión cuando tenga problemas, aunque se dé el caso de que no comprenda la razón por la que se queja. Las relaciones familiares y amistosas deben caracterizarse por la aceptación, el respeto, y la confianza mutuas.
Tenemos deberes para con nuestros familiares y amigos, de la misma manera que ellos también los tienen para con nosotros. Si mi familiar o amigo me hace un regalo, dicho presente no debe ser considerado como un pan prestado, sino como un detalle expresivo del aprecio que el mismo siente hacia mí. Si yo en un determinado momento emprendo una buena acción en beneficio de una persona a la que aprecio, no espero que se me pague de alguna manera por lo que he hecho, sino que quien he beneficiado se alegre por causa de mi entrega desmedida a él.
A veces podemos llegar a creer que las personas con que nos relacionamos tienen que cumplir nuestras expectativas. Cometemos un grave error al creer que esas personas tienen que compenetrarse con nosotros hasta el punto de compartir nuestros pensamientos y aficiones. Las personas a las que amo no me fallan si en un determinado momento actúan de forma contraria a como lo haría yo en sus circunstancias, pues no todos somos iguales a la hora de pensar y actuar, lo cual tiene como consecuencia nuestras diferentes visiones de las circunstancias que vivimos. De la misma forma que no es lo mismo presenciar una corrida de toros como espectador que vivirla como torero, existen circunstancias que preocupan excesivamente a muchos, que para otros carecen de importancia.
Las personas que amo tienen todo el derecho a plantear su vida como mejor les parezca, y, lo mismo que yo debo respetar sus decisiones -aunque no las comparta-, ellas tienen que actuar de la misma forma conmigo. Supongamos que una de mis amigas va a contraer matrimonio y ni ella ni su novio tienen trabajo. Yo puedo recomendarles que sigan viviendo con sus padres antes de casarse hasta que encuentren trabajo, pero, si ellos desoyen mi consejo, no tengo por qué sentirme ofendido, pues les desearé que alcancen la plenitud de la felicidad. Si después de casarse me dicen que las deudas les llegan al cuello y que están a punto de vivir bajo el umbral de la miseria, no les diré: "Yo os advertí que...", no sólo por respeto a ellos, sino también para que se solidaricen conmigo cuando sufra por cualquier otro motivo, al recordar que les comprendí cuando sufrieron.
He tenido amigos que han querido establecer relaciones cerradas conmigo. Esas personas han querido prohibirme que me relacione con otras personas por las que ellos han sentido antipatía e incluso odio. Mis familiares y amigos tienen el mismo derecho que me asiste de conocer gente y establecer las relaciones que quieran. No podemos olvidar que las personas a las que amamos no son nuestras propiedades personales, sino seres dotados de libertad destinados a vivir en plenitud su vida.
Hay quienes creen que sus seres queridos deben adivinar sus carencias y sufrimientos. Si -a modo de ejemplo- me quedo sin trabajo, mis seres queridos no podrán conocer este hecho por sus dotes de adivinación, sino porque otra persona o yo les comunique ese hecho. Algunos disimulamos nuestra tristeza demasiado bien como para que los demás se percaten de que las cosas no andan bien para nosotros, de la misma manera que a mucha gente no le basta ver una cara triste para suponer que alguno de sus seres queridos tiene problemas.
La falta de comunicación es una gran enemiga, si la visión de la misma nos conduce a creer que conocemos perfectamente a quienes nos rodean. Recuerdo el caso de un amigo que conoció una mujer que quería establecer con él una sana relación de amistad, y se hizo ilusiones de que ella quería mantener relaciones sexuales con él, hasta el punto de que llegó a regalarle varias prendas apropiadas para cumplir sus sueños.
No pretendamos recurrir a la gente para conocer a nuestros amigos, así pues, cuando queramos saber algo de los mismos, tenemos dos opciones: Preguntárselo directamente, o, si no nos atrevemos a hacerlo, esperar a que ellos mismos, después de comprobar que somos personas dignas de su confianza, nos digan todo lo que deseamos saber. Los "diles y diretes" contribuyen a la ruptura de las relaciones más que a la consolidación de las mismas. Si la gente critica a mi amigo, -por ejemplo-, por su falta de honestidad, si me interesa seguir manteniendo su amistad, deberé escuchar la versión de los hechos de que se le acusa hecha por sí mismo, y tendré que confiar en él.
No caigamos en el error de convertir nuestras relaciones familiares o de amistad en relaciones de dependencia. Yo necesito a quienes amo porque les quiero junto a mí, no para que satisfagan mis carencias, sino para tener su amor. Las personas adultas podemos prescindir de quienes nos relacionamos porque nuestra vida es independiente de la suya. No todos tenemos los mismos gustos y necesidades. No olvidemos que la diversidad de experiencias que nos caracteriza ejerce la función de enriquecernos personalmente y de ampliar el campo de nuestras relaciones. Las relaciones cerradas, no abiertas a la aceptación de más amistades, acaban por ser dolorosas y por parecerse a un atasco de tráfico del que no es nada fácil salir, en el sentido de que la carencia de experiencias enriquecedoras de terceras personas pasa la factura del deterioro de las mismas.
2. ¿Cómo actuamos con nuestra pareja?
A pesar de que cada día es más frecuente el hecho de que los homosexuales se vinculen sin temor a ser rechazados por ello, aún le damos una especial importancia a las relaciones que se mantienen entre personas heterosexuales. Yo comparto el pensamiento social de la necesidad de vivir en pareja, pero no comparto la visión negativa de quienes piensan que, al vivir en pareja, tienen totalmente prohibido el hecho de mantener relaciones con personas de distinto sexo, porque piensan que este hecho significa que se les verá como si les fuesen infieles a sus parejas. No olvidemos que las amistades no dependen del sexo de las personas, y que, quienes quieren serles infieles a sus parejas, no necesitan establecer amistades para llevar a cabo su propósito.
Los católicos seguimos manteniendo la creencia de que la pareja es la base de la familia, la cual a su vez es el fundamento de las demás instituciones, pero, a pesar de ello, no olvidemos que la pareja ha adquirido recientemente un sentido que la independiza de todas las instituciones, incluso de la familia. Mientras que muchos casados siguen opinando que sus hijos son su "gran amor", cada día hay más gente que piensa que dicho gran amor es su pareja, porque, mientras que sus hijos se independizan cuando se hacen adultos, deben cuidar el amor de quienes se vinculan a ellos hasta el día de su muerte.
A pesar de que cada día aumenta el número de parejas homosexuales, no hemos de olvidar que las mismas, en rasgos generales, deben tener presente que sus relaciones se basan en las mismas bases que las de las parejas heterosexuales según las leyes cívicas que las apoyan, y que habrán de hacerles frente a los mismos problemas que pueden tener las citadas parejas.
Consideremos superficialmente los problemas que pueden caracterizar la vivencia de las parejas. Cuando dos personas se vinculan, viven una etapa inicial en la que dan y reciben todo tipo de atenciones, sólo porque están enamoradas, y ello les resulta satisfactorio. A medida que dichas atenciones dejan de prestarse y recibirse, -a modo de ejemplos-, por rutina, o porque dejan de ser satisfactorias para uno de los constituyentes de la pareja, sólo porque vivimos cambiando constantemente, si las parejas no se esfuerzan para vivir permanentemente como si no hubiera terminado la etapa del noviazgo, empiezan a surgir problemas entre las mismas. Es conveniente que las parejas no pierdan la ilusión con que empezaron a convivir.
Probablemente puede sucedernos que no tengamos la pareja de nuestros sueños, y que la persona con la que convivimos no es lo que creíamos que era. Para no sentirnos desilusionados, pensemos que en este mundo nadie es perfecto, y que existe una gran probabilidad de que algunas características nuestras desilusionen a nuestro cónyuge. Si se da este caso, intentaremos corregir nuestros defectos, y hacer las cosas de manera que ninguno de los constituyentes de las parejas sea discriminado.
No olvidemos que no mantenemos nuestros mismos gustos durante toda la vida. Os digo esto porque podemos decepcionarnos al pensar que estamos haciendo cosas para satisfacer a nuestra pareja por las que la misma ya no siente satisfacción. Es necesario que dialoguemos mucho con nuestra pareja para evitar estos hechos desagradables.
He tenido la oportunidad de vivir en un ambiente en el que las mujeres se casan para servir a los hombres y a sus hijos, y en el que los hombres sólo se dedican a trabajar y a divertirse, de manera que desatienden a sus esposas e hijos. Tales parejas sólo se relacionan los días festivos (y no todos), y cuando hablan de su economía o mantienen relaciones sexuales. En los ambientes machistas, los hombres trabajan y actúan como quienes se lo merecen todo porque ellos son los que le aportan el dinero a sus familias. Por su parte, las mujeres se consagran a la realización de sus actividades hogareñas, a la complacencia de sus maridos y a la crianza de sus hijos. Mientras que durante las noches los hombres descansan frente a la TV., las mujeres hacen sus actividades frenéticamente. A la hora de ir a dormir, los hombres quieren mantener relaciones sexuales, y las mujeres, cansadas de sus actividades, no pueden complacer siempre a sus maridos. La falta de comunicación y el hecho de considerar a las mujeres como bienes muebles hacen de las relaciones muchas veces callejones sin salida por causa de los problemas que tienen que afrontar los cónyuges.
Cuando tengamos problemas y queramos discutir con nuestro cónyuge, recordemos que, cuando estamos enfadados, somos incapaces de ver los esfuerzos que nuestra pareja hace para complacernos.
No caigamos en el error de pensar que nuestra pareja debe adivinar nuestros sentimientos y carencias.
Evitemos el error de reprocharle a nuestro cónyuge, permanentemente, tanto sus errores, como las situaciones desagradables que vivimos, sobre todo cuando tengamos en mente hechos que no se pueden cambiar, pues no debemos pretender controlar su conducta manteniéndole bajo presión psicológica. No mantengamos la costumbre de no premiar a nuestro cónyuge por las cosas que hace que son agradables para nosotros, y de castigarle por todos los errores que comete.
Vistas de forma positiva, las discusiones tienen la cualidad de hacernos valorar la calidad de nuestras relaciones de pareja. No discutamos con tal de librarnos de la tensión que nos embarga, pues, para que una discusión sea provechosa, hemos de atenernos a una serie de normas existentes para ello, como no insultar con la intención de herir, o no culpar a nuestro cónyuge por la carencia de felicidad que vivimos. Discutir sin la intención de solucionar nuestros problemas es perder el tiempo y atentar contra la calidad de nuestra relación de pareja.
No acumulemos estrés y tensión. Si no nos gusta algo que vemos en nuestra pareja, digámoselo tranquila, amable y cariñosamente, con tal de que no acabemos peleándonos inútilmente. Si pensamos que nuestra pareja va a cometer un error, tenemos que decírselo tranquilamente, y no esperemos a que lo cometa para echárselo en cara de mala manera. No seamos unos "sabelotodos" rencorosos y orgullosos.
Evitemos discutir siempre sobre los mismos problemas. La utilización de los mismos argumentos acaba por hacer que los cónyuges conflictivos se encierren en una burbuja, de manera que su ceguera mental les impide barajar alternativas para resolver sus diferencias. Recordemos que las discusiones deben servir para solucionar nuestros problemas en la medida que ello nos sea posible.
Centremos nuestras discusiones en los problemas que tenemos en la actualidad. No perdamos el tiempo "echando pestes" contra nuestro cónyuge, culpándole de todo lo que nos pasa, pues si durante una discusión recordamos discusiones del pasado y acumulamos tensión para explotar agrediendo física, psíquica o verbalmente a nuestra pareja, no solucionaremos nuestras desavenencias.
Las discusiones siempre son positivas si empleamos nuestras energías en buscar posibles soluciones a nuestros problemas, y no malgastamos las mismas hiriendo a nuestra pareja.
A la hora de discutir, muchas personas que son incapaces de mantener una buena pelea, se hacen las mártires, -como se dice en mi pueblo, "las probecitas"-, de manera que, al culpar a su cónyuge de todo lo que les sucede, se atraen más la ira de su pareja. Los mártires, -independientemente de que compartamos sus creencias-, murieron por causas nobles y especiales, pero ningún hombre murió porque su pareja se fue a un centro comercial y no se quedó a charlar en casa, ni ninguna mujer perdió la vida porque el hombre lleva toda la tarde viendo la TV. y ella anda aburrida.
Recordemos que, para vivir en pareja, tenemos que renunciar a ciertos placeres, y hacer cosas que no nos gustan, sólo por hacer que nuestro cónyuge se sienta feliz. Quienes descargan la responsabilidad de mantener su relación sobre su pareja, tienden a olvidarse de que tienen que solucionar sus problemas entre los dos, lo cual significa para ellos que tienen que "arrimar el hombro".
Es importante que tanto nuestro cónyuge como nosotros seamos independientes.
¿Qué provecho tiene a largo plazo para una persona el hecho de mantener atado a su cónyuge, de manera que el mismo sea dependiente para salir, relacionarse con otras personas del sexo opuesto, o para hacer cualquier cosa insignificante?
A veces podemos cometer el error de creer que nuestra pareja no cambia. De la misma manera que cuando somos adultos no tenemos las aficiones que teníamos cuando éramos niños, cuando nos casamos, cambiamos con el paso del tiempo, pues no podemos olvidar que en cierta medida estamos sujetos a las influencias del ambiente en que vivimos.
Nuestras relaciones conyugales no satisfacen todas nuestras necesidades personales. Nos es necesario recordar nuevamente la importancia que tiene el hecho de que permanezcamos abiertos al mundo con tal de conseguir nuevas amistades. Más nos vale permanecer abiertos al mundo que acabar culpando a nuestra pareja del aislamiento al que la misma supuestamente nos ha sometido, sin querer reconocer que hemos sido nosotros quienes nos hemos cerrado al mundo.
Normalmente cometemos el error de "cargarle" toda la responsabilidad del mantenimiento de nuestra relación a uno de los miembros de la pareja, normalmente, a la mujer. Los hombres suelen tener mucha libertad al contraer matrimonio, pero la mayoría de las mujeres se convierten en auténticas esclavas. A no ser que se dé el caso de que el cónyuge sometido sea totalmente dependiente de su pareja, ninguna relación cuya responsabilidad se cargue sobre los hombros del hombre o la mujer, mientras que el otro espere sentado a que se lo hagan todo, acabará felizmente, sin complicaciones.
Muchas veces creemos que la vivencia en pareja es una especie de esclavitud que nos priva de libertad. Esto desgraciadamente les sucede a muchas mujeres. La vivencia del matrimonio es elegida libremente por los contrayentes, y, la libertad que los mismos tengan, dependerá del amor y la actitud que ambos se prodiguen. Si consideramos que el matrimonio es una esclavitud porque limita el tiempo y el dinero que invertimos en vicios inútiles, o consideramos que el matrimonio tiene la virtud de ayudarnos a querer dejar de vivir basando nuestra felicidad en dichos vicios, o es mejor que no nos casemos.
Muchas personas no viven intensamente sus relaciones sexuales porque piensan que las mismas son un examen que tienen que superar, cada vez que las mantienen, con una calificación más alta. En estas relaciones, no han de reñirse la cantidad con la calidad. Cada persona tiene su propio ritmo sexual, y se adapta al aprendizaje de dichas relaciones que vive. Es inútil que mucha gente se quiera igualar a los protagonistas del cine pornográfico a la hora de mantener relaciones sexuales, pues tales actores y actrices son presentados como máquinas para producir placer, no como personas que se aman y tienen la intención de hacerse felices. Las relaciones sexuales las viven intensamente quienes no se marcan metas y son espontáneos.
Un caso especial es el de los maltratos físicos y psíquicos. Los agresores suelen ser personas cariñosas que pierden el control cada vez con más frecuencia y maltratan a sus cónyuges, los cuales aguantan estoicamente esa situación, porque, las pruebas de afecto que posteriormente reciben, compensan los maltratos de que fueron y serán víctimas antes y después de recibir dichas muestras de afecto. Cuando las personas maltratadas quieren separarse de sus maltratadores, éstos astutamente hacen que se arrepientan de lo que quieren hacer, ya que les dicen llorando que jamás las volverán a maltratar, y sus víctimas, creyéndoles, prolongan su "mala vida" hasta que la situación que viven se hace insoportable, o hasta que fallecen.
3. ¿Cómo actuamos en nuestro ambiente familiar?
Las familias son las instituciones en que sus miembros aprenden en mayor o menor medida las habilidades y hábitos necesarios para vivir en la sociedad. Estas instituciones son insustituibles, por su carácter de "maestras del arte de saber vivir", y por la ayuda que les prestan a sus miembros, cuando los tales tienen dificultades.
Una de las características de las familias es la involuntariedad, es decir, todos nacemos en el seno de las familias en que nacemos, y nos tenemos que conformar con ello, tanto si las cosas nos van bien, como si nos van mal. Aunque cuando somos adultos tenemos la posibilidad de separarnos de nuestros familiares en el caso de no poder solucionar convenientemente los conflictos que nos caracterizan, ello no es posible en el caso de que la presión de que somos víctimas haga que los lazos de dependencia que nos vinculan por ejemplo a nuestros padres nos asfixien, de manera que no nos dejen discernir lo que debamos hacer, o no nos atrevamos a separarnos de los mismos.
Ojalá todos tuviéramos la capacidad de expresarles nuestros sentimientos a nuestros familiares sin tener que medir constantemente nuestras palabras, pues ello indicaría que estaríamos a gusto con ellos, pero hay ocasiones en las que, como decimos los españoles, "la confianza mata al gato". Hay veces en las que la confianza excesiva o el descaro nos impiden controlar lo que decimos y cómo lo decimos, y nuestras emociones e impulsos, lo cual acaba provocando conflictos.
Si vemos nuestros problemas familiares como retos que debemos -y podemos- superar en mayor o menor medida, tendremos el consuelo de que los mismos acabarán enriqueciéndonos. Evitemos que la acumulación de conflictos (los problemas nunca vienen solos) nos impulse a no gestionar adecuadamente nuestras emociones y a perdernos el respeto.
Aunque nuestra capacidad de cambio nos hace ver nuestros conflictos con una mentalidad más abierta, los cambios que vivimos pueden ser conflictivos si nuestros familiares los aceleran con tal de conseguir sus propósitos. A modo de ejemplo, como cuando conocí a mi novia mis padres no estaban de acuerdo con nuestra relación, hicieron todo lo humanamente posible para lograr conseguir que viviéramos una temporada juntos, con tal de que comprendiéramos que, al ser deficientes visuales, lo mejor que podíamos hacer era separarnos, porque nos era imposible convivir como matrimonio. A pesar de esa presión, mi mujer y yo estuvimos más de tres años siendo novios, y llevamos más de siete casados.
A la hora de comunicarnos con nuestros familiares, hemos de tener presentes las habilidades que utilizamos para relacionarnos con otras personas que no pertenecen a nuestro entorno familiar, porque hay situaciones en las que actuamos mejor con quienes nos son desconocidos que con quienes viven bajo nuestro techo.
Un verdadero campo de batalla lo constituye el de las relaciones entre padres e hijos. Mientras que muchas veces los unos no dejan hablar a los otros, los padres deben tener en cuenta que sus hijos no son tan conocedores de la vida como ellos, por lo que han de tener presente tanto la empatía como su capacidad de escucha, con tal de poder comunicarse lo mejor posible con sus descendientes.
Muchos padres piensan que sus hijos, al pertenecerles como si fueran sus propiedades personales, tienen que adaptarse totalmente a ellos, hasta el punto de compartir hasta sus pensamientos más insignificantes. Es verdad que los hijos les aportan satisfacciones a sus padres, los cuales deben hacerles autónomos, porque los hijos sólo se pertenecen a sí mismos.
Si los hijos son independientes, no tienen por qué verse obligados a hacer todas las cosas según el beneplácito de sus padres. Errar es de humanos, y, quienes no permiten que sus hijos se equivoquen, les privan de las experiencias que harían de ellos personas autosuficientes y capaces de resolver sus problemas. Los padres deben guiar y orientar a sus hijos para que hagan las cosas con adecuación a sus circunstancias vitales atendiendo a su gran conocimiento vital, pero no dominarlos y hacerles dependientes de sí. No hay ninguna razón científica que confirme la idea errónea de que los hijos tienen que ser psicológicamente idénticos a sus padres.
Los padres que deseen que sus hijos sean independientes cuando crezcan, deben dejarles que cometan errores, pues errar es de humanos, y, gracias a ello, tenemos la oportunidad de mejorar nuestra personalidad.
De la misma manera que muchos hombres piensan que sus mujeres les deben amor, respeto y obediencia porque para eso ellos las alimentan y visten, lo mismo les sucede a muchos padres con sus descendientes. Quienes observan esta mentalidad, no reconocen los beneficios que tiene, en el primer caso, enamorar al cónyuge día a día, y, en el segundo caso, no criar a los hijos con la intención de que devuelvan los cuidados, pues eso lo harán si se compadecen de sus padres sin que nadie les obligue a ello, mejor que si se les carga injustificablemente con esa responsabilidad. Los hijos les deben a sus padres el mismo amor que les deben a los mismos quienes no les conocen. El amor es gratuidad comprometida, no una obligación impuesta.
Recordemos que, cuanto menos esperemos de las personas que nos rodean, menos ofendidos nos sentiremos si se da el caso de que las mismas nos hieren.
Antes de enfrentarnos a nuestros padres o hijos, interpretemos su papel, si hace falta, con otra persona, o frente a un espejo. Al vislumbrar el pensamiento de quienes creemos que son nuestros oponentes, podemos ver que los mismos no siempre tienen que actuar como si fueran nuestros enemigos.
joseportilloperez@gmail.com
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