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Actuemos como Jesús, el Buen Samaritano que vivió haciendo el bien y amando a sus prójimos los hombres. (Ejercicio de Lectio Divina del Evangelio del Domingo XV del Tiempo Ordinario del Ciclo C).

   Domingo XV del Tiempo Ordinario del Ciclo C.

   Actuemos como Jesús, el Buen Samaritano que vivió haciendo el bien y amando a sus prójimos los hombres.

   Ejercicio de lectio divina de LC. 10, 25-37.

   Lecturas introductorias: DT. 6, 5. LV. 19, 18.

   1. Oración inicial.

   Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y, del Espíritu Santo.

   R. Amén.

   En el lenguaje de la Biblia, conocer a una persona, significa mantener una plena identificación con ella, estar con ella. A modo de ejemplo, cuando San Pablo dice: "Quiero conocer a Cristo" (FLP. 3, 10), afirma que quiere identificarse con el Señor. El Evangelio que vamos a considerar en esta ocasión, nos hace reflexionar sobre si nos conocemos a nosotros mismos, si conocemos a nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo, y hermanos en la fe, y si conocemos a Dios.

   Como bien sabemos, Dios no ha escatimado sacrificio alguno para hacernos felices viviendo en su presencia. Dios conoce su amor, lo que siente, y el poder que tiene. Al entregársenos, Dios se hace feliz a Sí mismo, porque hace lo que más le satisface.

   ¿Nos conocemos?

   ¿Conocemos la fuerza de nuestro amor?

   ¿Está basado nuestro amor en el interés, o en la vivencia del amor con que Dios nos ama?

   ¿Conocemos nuestros sentimientos?

   ¿Sabemos qué logros puede hacernos alcanzar la capacidad que tenemos de superarnos?

   ¿Conocemos los sentimientos y pensamientos de nuestros prójimos?

   ¿Significa el conocimiento de nuestros prójimos que tenemos que queremos vivir identificados con ellos?

   ¿Conocemos a dios?

   ¿Conocemos el designio de Dios sobre nosotros?

   Si seguís leyendo este trabajo, encontraréis la respuesta a una de las preguntas más importantes que deseamos respondernos los cristianos, si vivimos en conformidad con la fe que profesamos. Tal pregunta, es la siguiente: ¿Cómo podremos alcanzar al mismo tiempo la felicidad en esta vida y cuando el Reino de Dios sea plenamente instaurado entre nosotros? Esta cuestión se nos resuelve la mayoría de veces que meditamos los textos evangélicos correspondientes a las celebraciones eucarísticas, así pues, ¿nos extraña el hecho de no saber responderla, si ello nos sucede?

   Jesús es el Buen Samaritano con quien los cristianos deseamos identificarnos, para alcanzar la plenitud de la felicidad, imitando su conducta.

   Quizás nos parecemos al pobre herido y robado por los salteadores. Hemos probado varias alternativas para alcanzar la felicidad, pero ninguna de las tales nos ha sido útil. Hemos intentado formar parte de varias denominaciones religiosas, hemos intentado refugiarnos en el entorno familiar y laboral..., pero no hemos logrado sentirnos plenamente realizados.

   Quizás somos semejantes a los salteadores. Quizás creemos que somos libres de hacer con nuestros prójimos los hombres lo que nos plazca, porque nada nos interesa más que conseguir lo que deseamos, independientemente del daño que tengamos que hacerles a nuestras desafortunadas víctimas.

   Quizás actuamos como el sacerdote y el levita que aparecen en la parábola que vamos a considerar. Quizás, aunque nos consideramos creyentes ejemplares, por causa de la fe que afirmamos tener, o del cargo que ocupamos en nuestra iglesia -o congregación-, cuando tenemos la posibilidad de servir a quienes necesitan nuestras dádivas espirituales y materiales, damos un rodeo, para evitar hacer el bien.

   El caso extremo de entrega generosa del buen samaritano, es el que hemos sido llamados a imitar. Lo primero que hizo el citado personaje cuando vio al herido, fue acercarse y compadecerse de él. Los dos religiosos que tendrían que haber dado ejemplo de buena conducta según nuestra mentalidad cristiana, dieron un rodeo cuando tuvieron la oportunidad de hacer el bien, pero el buen samaritano, se compadeció de la víctima de los salteadores.

   A continuación, el buen samaritano, curó y vendó las heridas del maltratado por los salteadores.

   ¿Somos capaces de vendar los corazones rotos?

   El buen samaritano, montó al herido sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada, y cuidó de él. Seguro que el buen samaritano tenía cosas importantes que hacer mientras cuidaba al herido, pero, consideró que, la más importante de sus responsabilidades, era llevar al herido a la posada, a fin de cuidarlo, con la ayuda del posadero.

   Imitemos la conducta del buen samaritano, llevando a la Iglesia a quienes encontremos en nuestro camino, a fin de que se les facilite el crecimiento espiritual, para que vivan el conocimiento de Jesús, si el Señor los ve aptos para llamarlos a servirlo, en sus prójimos los hombres.

   El buen samaritano no solo invirtió tiempo cuidando al enfermo, pues le dio dinero al posadero para que lo cuidara, y le dijo que, si necesitaba gastar más dinero en el herido, se lo pagaría a su regreso.

   No actuemos como el posadero, que hacía el bien, pero a cambio de recibir un beneficio. Tal como hizo el posadero, cobraremos nuestros honorarios cuando trabajemos porque los necesitamos, pero, a pesar de ello, aprovechemos las oportunidades de hacer el bien, que tengamos.

   Oremos:

Consagración al Espíritu Santo

Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno
de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi Director, mi Luz, mi Guía, mi Fuerza, y todo el amor de mi Corazón.

Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones.

¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús.

Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén.
(Desconozco el autor).

   2. Leemos atentamente LC. 10, 25-37, intentando abarcar el mensaje que San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.

   2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.

   2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.

   3. Meditación de LC. 10, 25-37.

   3-1. ¿Podemos probar a Dios? (LC. 10, 25A).

   En el Catecismo de la Iglesia Católica, leemos: "La acción de tentar a Dios consiste en poner a prueba de palabra o de obra, su bondad y su omnipotencia... El reto que contiene este tentar a Dios lesiona el respeto y la confianza que debemos a nuestro Criador y Señor. Incluye siempre una duda respecto a su amor, su providencia y su poder" (CIC. 2119).

   Podemos pedirle a dios que nos demuestre que está con nosotros, pero no podemos someterlo a prueba para ver si se ve forzado a ayudarnos, tal como quiso Satanás que hiciera Jesús, cuando lo tentó (MT. 4, 1-12).

   Veamos un ejemplo de cómo no es pecaminoso el hecho de que le pidamos a dios que nos demuestre que está con nosotros (JC. 6, 36-38).

   3-2. ¿Qué debemos hacer para alcanzar la vida eterna? (LC. 10, 25B).

   San Lucas nos informa que el legista quiso poner a prueba a Jesús, dado que, la pregunta que le hizo, la consideramos en nuestro tiempo tan fácil de responder, que es una de las primeras enseñanzas que reciben los niños católicos pequeños, apenas empiezan a prepararse, para comulgar la primera vez. A pesar de lo fácil que era tanto para el legista como para Jesús responder esta pregunta, tal como veremos más adelante, el legista tenía cierta dificultad, para aplicar la respuesta a dicha pregunta, a su vida.

   Si bien nuestra vida actual y la vida eterna que aguardamos son diferentes, por cuanto esta vida se nos acabará y la otra no, y cuando el Reino de Dios sea plenamente instaurado entre nosotros, tendremos una calidad de vida muy superior a la que experimentaremos durante los años que se nos prolongue la vida actual, Jesús nos dice que las dos vidas se complementan. Mientras que para Jesús es imposible el hecho de ganar la vida eterna sin cumplir la voluntad de Dios mientras vivimos en este mundo, -a no ser que se dé el caso de que no conozcamos a Nuestro Santo Padre-, muchos de sus creyentes, por no tener la costumbre de imitar la conducta del buen samaritano, podemos caer en la tentación de vivir pensando en cómo alcanzaremos la vida eterna, sin prestarnos a ayudar a quienes sufren, y necesitan nuestros dones espirituales, y materiales. Si vivimos cumpliendo la voluntad de Dios, no tenemos que esperar que Jesús concluya la plena instauración de su Reino entre nosotros para formar parte del mismo, porque ya somos integrantes del Reinado divino. Esta es la razón por la que Jesús dijo en cierta ocasión, las palabras que encontramos en LC. 17, 20-21.

   3-3. ¿Comprendemos la biblia cuando la leemos, y aplicamos la Palabra de Dios a nuestra vida? (LC. 10, 26).

   Es importante no pasar por alto las dos preguntas que Jesús le hizo al legista, e intentar aplicarlas, a nuestra vida cristiana.

   ¿Qué está escrito en la biblia, y en los libros eclesiásticos en que se explican nuestras creencias?

   ¿Cómo interpretamos dichos textos, para recitarlos sin pensar en lo que se nos dice en los mismos, o para aplicar a nuestra vida, exclusivamente, los mensajes de los tales que nos interesan?

   3-4. Los dos Mandamientos de imprescindible cumplimiento para los cristianos, son: amar a Dios sobre todas las cosas, y, a nuestros prójimos, como a nosotros mismos (LC. 10, 27).

   La respuesta del legista, está entresacada de DT. 6, 5, y de LV. 19, 18, los dos versículos bíblicos, que encabezan el presente trabajo.

   ¿Amamos a Dios tal como se nos indica que lo hagamos en LC. 10, 27? Para saber si amamos a Dios sobre todas las personas y cosas, necesitamos amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos, así pues, San Juan nos instruye, en los siguientes términos: (1 JN. 4, 20).

   3-5. Ama a Dios y a tus prójimos, para ser feliz durante los años que vivas, y para alcanzar la vida eterna (LC. 10, 28).

   Los judíos aprendieron que, si se amoldaban al cumplimiento de la Ley de Dios, no serían alcanzados por la adversidad. Jesús se aprovechó de esa creencia de sus hermanos de raza para aplicarla a la consecución de la vida eterna por parte de sus creyentes, quienes debían vivir cumpliendo la voluntad divina, como si por ello pudieran alcanzar la salvación de sus almas.

   Si amamos a dios más que a nadie y las posesiones que tengamos, seremos felices en este mundo, y alcanzaremos la vida eterna, que empezamos a experimentar, cuando sentimos que el Señor actúa en nuestra vida.

   3-6. ¿Quiénes son nuestros prójimos? (LC. 10, 29).

   Amar a Dios es algo relativamente fácil, si ello se reduce a observar ciertas prácticas religiosas, y a pedirle ayuda, cuando necesitamos que nos favorezca. Amar a Dios es todavía más fácil, cuando supone leer la Biblia cuando queremos relajarnos, y no nos obliga a asumir ningún compromiso. Otra cosa muy distinta, es demostrar el amor a Dios, por medio del servicio desinteresado, a sus hijos los hombres, carentes de dones espirituales, y, materiales.

   Los hebreos, con el paso de los siglos, profundizaron mucho a la hora de explicitar lo que es amar a Dios, pero no lo hicieron tanto, a la hora de definir, el amor al prójimo. Para los hermanos de raza de Jesús, prójimos eran sus familiares, hermanos de raza, y los prosélitos extranjeros, que se adherían a su religión. Los demás eran simples paganos, que, al no merecer el amor de Yahveh, no merecían ser considerados por ellos. Quizás por causa de las invasiones que sufrieron los hebreos a lo largo de su historia, en el tiempo que Jesús vivió en Israel, llamaban "perros" a los extranjeros.

   Desgraciadamente, en ciertas denominaciones cristianas, se ha heredado el concepto del prójimo que tenían los judíos. Tales cristianos consideran prójimos a sus correligionarios, y desprecian a quienes no se les unen, aunque algunos de estos últimos sean sus familiares carnales.

   3-7. La santidad se alcanza recorriendo el camino del desprendimiento y la negación personal (LC. 10, 30).

   Jesús inició su parábola del buen samaritano, contando un suceso relativo a un desconocido, que podía ser cualquiera de sus oyentes, o de sus lectores de cualquier tiempo, por cuanto todos hemos sido servidos y redimidos, por el Buen Samaritano.

   El hecho de que el desconocido bajara de Jerusalén a Jericó, tiene un significado crucial, para comprender la parábola que estamos considerando. En Jerusalén estaba el Templo, y allí habitaba la élite religiosa. Salir de la ciudad santa para no tributarle culto a Dios, era un error muy grave, que podía pagarse con la vida. El camino de Jerusalén a Jericó era largo, y, cualquiera que lo atravesara sin estar acompañado y convenientemente armado, podía ser víctima de salteadores.

   Jesús, -Nuestro Buen Samaritano-, dejó el cielo para sufrir por nosotros, tal como el desconocido dejó Jerusalén, para dirigirse a Jericó. Pensemos cómo Nuestro Buen Samaritano, para demostrarnos su amor, quiso servirnos desinteresadamente, y, para que pudiéramos creer que nos ama en este mundo carente de fe, murió crucificado.

   Quizás nos sentimos bien leyendo la biblia, y llevando a cabo ciertas prácticas piadosas, en la Jerusalén de nuestras comunidades religiosas, o de nuestro interior. Cuando quienes viven en nuestro entorno pierden la fe en Dios, se hace necesario que emprendamos rápido el camino de Jericó, a pesar de los riesgos que ello comporta, para buscar a los heridos de muerte que encontremos, que se aferren a Nuestro Dios, para ganar la vida eterna.

   No imitemos la conducta de los salteadores, porque Dios nos ha confiado la misión de vivificar a nuestros prójimos los hombres, y por ello no queremos atentar contra ellos. No despojemos a la humanidad de los dones espirituales y materiales que necesita para realizarse plenamente.

   Los salteadores despojaron, golpearon y dejaron medio muerto al desconocido. Podrían haberse contentado despojándolo, pero prefirieron asesinarlo. En este mundo hay muchos salteadores que son capaces de hacer cualquier cosa por escalar una mejor posición.

   No confundamos la negación personal de Jesús, -el Buen Samaritano-, con la actitud que observan quienes se desprecian, hasta llegar a extinguir su estima personal. Negarnos es servir a nuestros prójimos los hombres cuando sus necesidades sean más importantes que las nuestras. La ascesis puede ayudarnos a superarnos espiritualmente, pero, si la utilizamos para despreciarnos en este mundo en que se resalta tanto el egoísmo, tendremos mal humor al maltratarnos mucho, se lo contagiaremos a nuestros prójimos, y quizás por ello los tales se negarán a creer en Dios, admirados de la inutilidad que ven en una religiosidad basada en la aplicación de torturas y presiones psicológicas.

   3-8. El sacerdote y el levita (LC. 10, 31-32).

   Dado que los judíos no podían contraer una impureza legal tocando a los muertos, el sacerdote y el levita, evitaron al moribundo.

   ¿Evitamos ayudar a solventar los problemas de quienes sufren en conformidad con nuestras posibilidades, porque nos sentimos más cómodos refugiándonos en nuestras prácticas religiosas?

   ¿Evitamos ayudar a quienes sufren considerándolos problemáticos?

   3-9. Jesús, El Buen Samaritano (LC. 10, 33-35).

   Jesús, -Nuestro Buen Samaritano-, se acerca a nosotros, tiene compasión de nuestros padecimientos y pecados,  venda nuestras heridas después de curarlas, y nos hace miembros de la Iglesia, para que encontremos la felicidad actuando como buenos samaritanos, con los heridos de muerte, que encontremos en nuestro camino.

   ¿Con qué venda cura el Señor nuestras heridas? La Palabra de Dios remedia nuestro dolor, y por ello queremos utilizarla para hacer más llevaderas las dificultades de nuestros prójimos los hombres.

   El buen samaritano puso al herido sobre su cabalgadura. Ello nos recuerda que el Buen Samaritano cargó con nuestros sufrimientos y pecados, para llevar a cabo nuestra redención.

   Cuando aceptamos ser hijos de la Iglesia, Jesús cuida de nuestro crecimiento espiritual personalmente, por medio de sus predicadores religiosos y laicos, y de quienes sirven a quienes sufren, desinteresadamente.

   El día en que el buen samaritano dejó al posadero cuidando al herido, puede equipararse al Domingo de Resurrección, en que Jesús resucitó y ascendió al cielo, y, los dos denarios que dejó en la posada, -la Iglesia-, pueden equipararse a los dos Testamentos en que se divide la Biblia, por cuanto ambos contienen la Palabra de Dios, cuya comprensión es fundamental para nosotros, a fin de que se nos facilite, el crecimiento espiritual.

   3-10. No nos preguntemos. ¿Quién es nuestro prójimo?, sino: ¿De quiénes somos prójimos? (LC. 10, 36-37).

   Por causa de las malas relaciones existentes entre judíos y samaritanos, el legista no podía decir la palabra "samaritano", porque la consideraba como un vocablo indigno de ser pronunciado. A pesar de ello, dado que Jesús no estaba de acuerdo con la actitud de los judíos que eran extremadamente ritualistas, y no hacían el bien, hizo que el personaje cuya conducta era ejemplar de su parábola fuera un samaritano, -un excomulgado por los judíos-, para enseñarles a sus oyentes que consideraba que la religiosidad meramente ritualista, sin complementarse con el servicio a los hijos de Dios carentes de dones espirituales y materiales, no conduce a sus practicantes, a tener fe plena en Dios, porque, San Juan escribió, la siguiente enseñanza: (1 JN. 4, 20).

   3-11. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.

   3-12. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.

   4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 10, 25-37 a nuestra vida.

   Respondemos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.

   3-1.

   1. ¿En qué consiste el hecho de tentar a Dios, según el numeral 2119 del CIC?
   2. ¿Por qué no necesitan tentar a Dios quienes creen firmemente en Él?
   3. ¿Qué diferencia existe entre pedirle a Dios que nos demuestre que está con nosotros, y probar su amor a nosotros, intentando forzarlo a que haga lo que queremos?

   3-2.

   4. ¿Por qué quiso probar el legista a Jesús?
   5. ¿Nos es difícil responder la pregunta que el legista le hizo a Jesús con obras y palabras?
   6. ¿En qué sentido nuestra vida actual y la vida eterna son diferentes e iguales?
   7. ¿Por qué para Jesús es imposible el hecho de ganar la vida eterna sin cumplir la voluntad de Dios en este mundo?
   8. ¿Podrán alcanzar la vida eterna quienes incumplen la voluntad de dios por no conocer a Nuestro Padre común?
   9. ¿Por qué muchos creyentes podemos caer en la tentación de vivir pensando en cómo alcanzaremos la vida eterna, sin prestarnos ayudar a quienes sufren, y necesitan nuestros dones espirituales y materiales?
   10. ¿Cómo podemos ser integrantes del Reino divino sin esperar que Jesús concluya la plena instauración del mismo entre nosotros?

   3-3.

   11. ¿Comprendemos la biblia cuando la leemos, y aplicamos la Palabra de Dios a nuestra vida?
   12. ¿Qué está escrito en la biblia, y en los libros eclesiásticos en que se explican nuestras creencias?
   13. ¿Cómo interpretamos dichos textos, para recitarlos sin pensar en lo que se nos dice en los mismos, o para aplicar a nuestra vida, exclusivamente, los mensajes de los tales que nos interesan?

   3-4.

   14. ¿Cuáles son los dos Mandamientos de cuyo cumplimiento depende el hecho de que podamos ser cristianos?
   15. ¿Amamos a Dios tal como se nos indica que lo hagamos en LC. 10, 27?
   16. ¿Qué necesitamos hacer para saber si realmente amamos a Dios sobre todas las cosas? ¿Por qué?

   3-5.

   17. ¿Qué nos sucederá si amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestros prójimos como a nosotros mismos?
   18. ¿Qué creían los judíos que les sucedería si cumplían puntualmente la Ley de Dios?
   19. ¿Qué modificación hizo Jesús con respecto a la citada creencia?
   20. ¿Cuándo empezamos a experimentar la vida eterna?

   3-6.

   21. ¿En qué casos es fácil amar a Dios?
   22. ¿En qué casos es difícil demostrar el amor a Dios?
   23. ¿Quiénes eran los prójimos de los judíos?
   24. ¿Quiénes son nuestros prójimos?

   3-7.

   25. ¿Qué haremos si queremos alcanzar la santidad?
   26. ¿Por qué el herido de la parábola del buen samaritano carecía de nombre?
   27. ¿Qué significado tenía la bajada de Jerusalén a Jericó del desconocido?
   28. ¿Qué semejanza existe entre Jesús y el desconocido?
   29. ¿Por qué quiere Jesús que dejemos la Jerusalén de nuestras comunidades acuarteladas o de nuestro interior para que salvemos a los moribundos que encontremos en el camino de Jericó?
   30. ¿Por qué no conviene que imitemos la conducta de los salteadores?
   31. ¿Qué le sucederá a la humanidad si la despojamos de sus dones espirituales y materiales?
   32. ¿Qué diferencia existe entre la negación personal y la eliminación de la estima personal?

   3-8.

   33. ¿Por qué evitaron el sacerdote y el levita pasar junto al moribundo?
   34. ¿Evitamos ayudar a solventar los problemas de quienes sufren en conformidad con nuestras posibilidades, porque nos sentimos más cómodos refugiándonos en nuestras prácticas religiosas?
   35. ¿Evitamos ayudar a quienes sufren considerándolos problemáticos?

   3-9.

   36. ¿Qué espera de nosotros Nuestro Buen Samaritano después de redimirnos e incorporarnos a la Iglesia?
   37. ¿Con qué cura y venda el Señor nuestras heridas?
   38. ¿Qué significa el hecho de que el buen samaritano puso al herido sobre su cabalgadura?
   39. ¿Por medio de quiénes cuida el Señor personalmente de nuestro crecimiento espiritual?

   3-10.

   40. ¿Por qué el legista no podía pronunciar la palabra "samaritano"?
   41. ¿Sentimos rechazo por quienes no comparten nuestra manera de pensar?
   42. ¿Por qué hizo Jesús que el personaje principal de su parábola fuera un samaritano?

   5. Lectura relacionada.

   Leamos y meditemos 1 COR. 13, 1-12, pensando cómo es el amor, con que queremos servir a Dios, en sus hijos los hombres.

   6. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 10, 25-37.

   Comprometámonos a intentar extinguir los sentimientos de rencor que tenemos durante un día. Si la experiencia que tenemos es positiva, podemos prolongarla, o repetirla cada cierto tiempo.

   Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.

   7. Oración personal.

   Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.

   Ejemplo de oración personal:

   Señor Jesús:

   Gracias por acercarte a mí, tenerme compasión, curar y vendar mis heridas, sufrir por mí hasta morir, resucitar para llevarme contigo al cielo, y hacerme formar parte de la Iglesia, el pueblo del que has hecho tu familia.

   8. Oración final.

   Leamos y meditemos el Salmo 16, pensando cómo Dios nos ha manifestado su amor misericordioso.

   José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en

joseportilloperez@gmail.com

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