Introduce el texto que quieres buscar.

Sirvamos a nuestros prójimos con amor y humildad. (Meditación para el Domingo XV del Tiempo Ordinario del Ciclo C).

   Meditación.

   Sirvamos a nuestros prójimos con amor y humildad.

   (LC. 10, 22-37). Como es sabido, en tiempos de Jesús, los israelitas odiaban a los samaritanos, ya que los mismos no vivían el Judaísmo de la forma que ellos lo hacían y por tanto deseaban que también lo hicieran los habitantes de Samaria, con tal de que ellos los consideraran judíos piadosos. Jesús supo muy bien lo que hizo al hacer que un samaritano fuera el ejemplo a imitar de la parábola con la que le explicó a un intérprete de la Ley religiosa de Israel cómo podemos demostrar que nuestros hermanos los hombres son nuestros prójimos, así pues, creo que no somos pocos los que estamos cansados de ver ejemplos de discriminación totalmente injustos entre creyentes en Dios, es decir, entre gente que, al tener la Biblia, -el libro que mejor nos puede enseñar a amarnos unos a otros como verdaderos hermanos e hijos de un mismo Padre-, creen que son verdaderos ejemplos a seguir, no porque aman a sus prójimos, sino porque se adhieren a unas prácticas que convierten en costumbres ineludibles.

   Os he dado a entender en algunas ocasiones que, aunque soy católico, mantengo contacto con hermanos cristianos separados de la Iglesia Católica. Aún no dejo de asombrarme cuando recuerdo a algunos cristianos que conozco los cuales afirman que la humildad no consiste en el hecho de que reconozcamos nuestras limitaciones y actuemos consecuentemente con la realidad que vivimos, sino en vestir lujosamente y en aparentar que el derecho de tener un alto status social se tiene porque el mismo es un premio que Dios les concede a sus hijos más aptos para ser imitados como verdaderos ejemplos de fe, olvidando que, salvo casos excepcionales, los pobres instruidos en el conocimiento de la Palabra de Dios, son mejores ejemplos a imitar que quienes viven apegados a sus bienes materiales, y siempre están pensando constantemente que tienen miedo a perder los mismos, pues creen que serían incapaces de soportar la pobreza.

   Jesús nos dice en la parábola sobre la que estamos meditando que un sacerdote y un levita vieron a la víctima de los salteadores malherida, y que pasaron de largo, así pues, el precepto religioso de no contaminarse al contactar con un muerto, les sirvió a ambos para ahorrarse la molestia de auxiliar a aquél pobre hombre. Yo sé que los preceptos religiosos existen para ser cumplidos, pero, en ciertos casos, más que la observancia sectaria de los mismos, se requiere de nosotros la capacidad para discernir lo que se ha de hacer en una situación determinada.

   Recuerdo el caso de una chica que quería estudiar Psicología, pero sus padres, argumentando que "no merece la pena estar con locos", querían que aquella adolescente estudiara Magisterio. Si aquella chica estudiaba la carrera que le gustaba, contradecía a sus padres incumpliendo el cuarto Mandamiento de la Ley de Dios, pero, si estudiaba Magisterio, incumplía el quinto Mandamiento del Código legal divino, rechazando a personas a las que pocos se ofrecen a amar, dado que muchas veces le tenemos miedo a lo que desconocemos y lo rechazamos para no complicarnos la vida, o, simplemente, para no tener molestias.

   La citada joven tomó la decisión de estudiar Psicología para disgusto de sus padres, y, actualmente, tiene el orgullo de haber ayudado a muchas personas a resolver sus problemas mentales.

   Anteriormente os dije que Jesús supo muy bien lo que hacía al hacer protagonista de su parábola a un samaritano, es decir, a una persona que no se podía considerar que era cumplidora fiel de los preceptos divinos, simplemente, porque habitaba en Samaria, la antigua capital del Reino de Israel. Recuerdo a una señora que, cuando yo era niño y me preparaba a recibir por vez primera a Jesús Sacramentado, no faltaba ni un solo Domingo a Misa, y controlaba a todos los adultos que asistían a la celebración eucarística. Cada semana que alguna de las personas que solía asistir al Templo faltaba, decía hablando en voz alta para sí: "Qué poca vergüenza tiene fulano. ¿Cómo puede darle más importancia a otra cosa que a la misa?". En vez de hacer ese comentario, aquella señora podría haberse planteado la posibilidad de formarse en el conocimiento de la Palabra de Dios y de los documentos publicados por la Iglesia, con el fin de aumentar el número de los hijos de la misma, por más cómodo que le resultara criticar a quienes faltaban un sólo Domingo al Templo.

   (1 COR. 10, 23-24). Ateniéndome a las palabras del citado Apóstol, obtengo las siguientes conclusiones:

   1. Como habitante de un país aconfesional que soy, siempre que no incumpla la Ley civil, puedo hacer todo lo que quiera.

   2. Si soy cristiano, debo abstenerme de hacer cosas que hagan que mis prójimos los hombres se perjudiquen espiritualmente. Si casualmente como con un cristiano que mantiene la creencia del hecho de que comer morcilla es pecaminoso, y al verme comer a mí ese alimento le hago dudar y su duda le hace debilitarse espiritualmente, me aplicaré las palabras de San Pablo: (1 COR. 8, 13).

   San Pablo nos ha dicho que busquemos el interés de nuestros prójimos antes que el nuestro, pero, ¿hasta qué punto debemos aplicarnos las palabras del Apóstol de las gentes?

   Cuando yo trabajaba, aunque hacía lo posible en el tiempo que podía escribir mis textos y chatear con vosotros para cumplir lo que creo que es parte de mi deber cristiano, tenía que priorizar mi actividad laboral anteponiéndola a la predicación, porque, mientras que el hecho de trabajar me permitía percibir el dinero que necesitaba para vivir y mantener mi relación matrimonial, el hecho de predicar, aunque era -y lo sigue siendo- muy satisfactorio, no me ayudaba, sino que, al contrario, me producía gastos, así pues, no podéis imaginaros la cantidad de miles de euros que tuve que gastar para aprender algo de Informática y para poder mantenerme activo en Internet.

   En este caso ocurre lo mismo que le sucedió a la estudiante de la cual os hablé anteriormente. Podemos renunciar a ciertas diversiones y a pocas cosas más para favorecer a nuestros prójimos, pero, de la misma forma que tenemos que cubrir nuestras necesidades, tenemos que estar pendientes a cubrir las carencias de quienes viven bajo nuestro techo, pues no en vano, San Pablo le escribió al Obispo Timoteo: (1 TIM. 5, 8).

   La primera Carta a Timoteo, fue escrita por San Pablo en Macedonia, entre los años 61 y 64 de nuestra era cristiana. San Pablo escribió que el que no cuida de sus familiares es peor que los infieles, lo cuál no significa que los cristianos rechazamos a quienes no aceptan nuestra fe, sino que en aquel tiempo los cristianos eran perseguidos por quienes no compartían su fe, lo cuál justificaba las palabras paulinas anteriormente mencionadas.

   San Pablo les escribió a los Corintios en la segunda Carta que les envió, en referencia a la colecta que hizo en favor de los cristianos de Jerusalén: (2 COR. 8, 7).

   Si somos cristianos, de la misma manera que tenemos fe y algunos vivimos intentando cumplir la Ley del Señor en conformidad con las posibilidades que tenemos para adaptarnos a lo que nos pide Nuestro Padre común, también podemos ayudar a nuestros prójimos a cubrir sus necesidades espirituales y materiales (2 COR. 8, 9).

   ¿Hasta qué punto hemos de considerar los intereses de nuestros prójimos los hombres como superiores a los nuestros? (2 COR. 8, 12-13; 9, 7-8).

   Aunque no todos los asistentes a las celebraciones eucarísticas de los templos a los que vamos los Domingos nos conocemos, o en el caso de conocernos no mantenemos relaciones familiares con los mismos, hemos de buscar en la Biblia razones que justifiquen los hechos de ayudar y de ser ayudados que no hemos de olvidar.

   ¿Nos sentimos presionados por causa de los problemas que a corto o largo plazo caracterizan nuestra vida?

   ¿Sufrimos por causa de nuestras enfermedades?

   ¿Nos sentimos desgraciados por causa de nuestros problemas matrimoniales o de las dificultades que caracterizan las relaciones que mantenemos con nuestros hijos?

   Jesús nos dice a quienes padecemos por cualquier situación: (MT. 11, 28-30).

   Fijémonos en que Jesús nos ofrece su consuelo divino en el caso de que suframos, pero también nos insta a que carguemos nuestra cruz al mismo tiempo que nos hacemos eco de los problemas de nuestros prójimos los hombres, ya que todos somos hijos de un mismo Padre.

   ¿Qué aprenderemos si actuamos como verdaderos hijos de la Iglesia? (1 TIM. 3, 14-16).

   En la Iglesia, aparte de conocer a Cristo, aprenderemos a imitar a Dios, en conformidad con nuestras posibilidades (EF. 5, 1-2).

   San Pedro nos anima para que no perdamos la fe, al decirnos: (2 PE. 2, 9).

   San Pablo nos ofrece su testimonio de cómo el amor de los Corintios que le fue manifestado a través de Tito, le ayudó a sobrevivir a su sufrimiento (2 COR. 7, 4-7).

   Si nos formamos convenientemente en el conocimiento de nuestra fe, a través de la Biblia, los escritos de la Iglesia y los predicadores de la misma, el hecho de ser cristianos, y de formar parte de la familia de Dios, nos proporcionará una gran seguridad, según palabras del Salmista: (SAL. 27, 4-5).

   El Salmista llamó a Dios “mi camarada, mi amigo, mi confidente” (SAL. 55, 14).

   San Pablo nos insta a que nos relacionemos como hermanos, ya sea presencialmente en la Iglesia, en nuestro medio social o a través de Internet o de otros medios de comunicación, pues es preciso que nos animemos a no perder la fe, y que nos consolemos cuando necesitemos una palabra de ánimo y un abrazo sincero (ROM. 1, 9-12. GÁL. 6, 9-10).

   Entiendo que no hemos de beneficiar a un cristiano antes que a un no creyente, sino que favorecemos con más prontitud de ánimo a aquellos con los que nos relacionamos, especialmente si nos han favorecido en alguna ocasión.

   Nuestra instrucción bíblica conducida por la Iglesia, nos hará amarnos unos a otros, según se deduce del capítulo 12 de la Carta de San Pablo a los Romanos (ROM. 12, 1-21. 1 PE. 3, 8-12. EF. 4, 2-3).

   Es bueno que tengamos ciertas costumbres como la de asistir a las celebraciones eucarísticas dominicales, pero, seremos mejores cristianos, si nos aplicamos las palabras de Santiago el Menor (ST. 1, 27).

   Si nos integramos en la Iglesia de manera que actuamos como hijos de la misma, tanto en los templos, como en nuestro ambiente social o en los medios de comunicación que estén a nuestro alcance, nos percataremos de que la Iglesia es nuestra familia, pues Jesús les dijo a sus Apóstoles, respondiendo la cuestión que Pedro le planteó, referente a la ganancia que les supondría el seguimiento constante del Mesías: (MC. 10, 29-30).

   Aunque parece utópica la realidad que os estoy describiendo, es posible que podamos vivir inspirados por la misma, gracias a los religiosos y laicos que se aplican las palabras de Nuestro Hermano, Dios y Señor: (MT. 24, 45).

   Indudablemente, podríamos aumentar nuestro esfuerzo para comprender y potenciar las actividades de quienes, sin necesidad de estar pendientes a la solución de los problemas de nadie, le dedican todo su tiempo -o una parte del mismo- a la Evangelización, por amor a Dios, y a aquellos que desean que disfruten de su conocimiento, es decir, que sean alimentados espiritualmente con el Sacramento de la Eucaristía y la Palabra de Dios (1 PE. 5, 1-4).

   La Iglesia les ofrece ayuda espiritual a quienes la necesitan (ST. 5, 15).

   La Iglesia puede llevar  a cabo esta obra, porque Dios la inspira para que ello le sea posible (EZ. 34, 11-16).

   Quizá me diréis que nunca habéis visto en las iglesias a que asistís la realidad que he tratado de describiros, pero os voy a responder contándoos una experiencia personal, que contiene un mensaje útil para todos nosotros.

   Cuando empecé a desear ser instruido en el conocimiento de nuestra fe, vivía en un pueblo pequeño, cuya Iglesia permanecía cerrada, porque estaba en muy mal estado. En aquel tiempo no existían las aplicaciones informáticas de que disponemos actualmente los  ciegos para trabajar con ordenadores, y la biblioteca para invidentes más cercana a mi vivienda estaba a 30KM aproximadamente de mi pueblo. A parte de que me era difícil desplazarme hasta la misma, dado que la literatura religiosa no está de moda, en aquella biblioteca apenas había libros con los que pudiera aumentar mi conocimiento de Dios.

   Cuando el Obispado reconstruyó la Iglesia de mi pueblo, y vi la escasa cantidad de personas que se interesaban por celebrar la Eucaristía, y mucho menos por ser instruidas en el conocimiento de nuestra fe, comprendí que, si no podía formar parte de una comunidad activa por falta de medios económicos, yo mismo tenía que ser esa comunidad, así pues, si actualmente pierdo la cuenta al contabilizar los miles de personas que semanalmente leen mis trabajos dominicales, no me ha sido muy fácil llegar a vosotros, pero he conseguido mi objetivo, porque Dios siempre ha estado conmigo.

   De igual manera, si creemos que podemos vivir en comunidad, hagamos el bien, porque, aunque no se nos reconozcan nuestros esfuerzos en algunas ocasiones, Dios nos ayudará a realizar nuestras aspiraciones con el paso del tiempo.

   Que Nuestro Padre común os bendiga.

joseportilloperez@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja aquí tus peticiones, sugerencias y críticas constructivas