Domingo XXII del Tiempo Ordinario del Ciclo C.
¿Aceptaremos el Evangelio, o sólo retendremos las partes del mismo que más nos gustan?
Ejercicio de lectio divina de LC. 14, 1. 7-14.
Lectura introductoria: PR. 26, 5-7.
1. Oración inicial.
Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y, del Espíritu Santo.
R. Amén.
Orar es disponernos a acoger la Palabra de Dios predicada por Jesús contenida en los Evangelios, no con el propósito de buscar razones por las que despreciar al Hijo de Dios y María porque sus puntos de vista no son coincidentes con los nuestros como hicieron los fariseos que coprotagonizaron el Evangelio que vamos a considerar en esta ocasión, sino para aplicarla a nuestra vida, a fin de que podamos cumplir, la voluntad de Nuestro Padre común.
Orar es esforzarnos para ocupar los primeros puestos, no en este mundo sediento de poder, riquezas y prestigio, sino en el Reino de Dios, donde tantas carencias espirituales y materiales características de nuestros prójimos los hombres creyentes y no creyentes, deben ser extinguidas, a fin de que todos podamos alcanzar, la plenitud de la dicha.
Las apariencias son muy importantes en nuestro medio. Según un antiguo refrán, "la mujer del César no solo debe ser honrada, sino que también debe parecerlo." Dado que en este mundo, -aunque afirmemos lo contrario-, valemos el monto del dinero que acumulamos, y el valor de los bienes terrenales que conseguimos, quienes desean aparentar, deben valerse de su alta posición para ello, o se ven obligados a mentir, fingiendo tener una posición, un dinero y ciertos bienes, que, probablemente, jamás conseguirán.
Los cristianos, en vez de preocuparnos por aparentar, tenemos que ocuparnos, en cumplir la voluntad de Dios. En este terreno, contamos con la ventaja de que, la gente sencilla, suele tener muy buena prensa, salvo que se dé el caso de que, quienes no saben qué hacer para escalar una posición superior a la que ostentan, pretendan humillarla, por si persigue sus mismos logros. Quienes desean superarse aunque sea costa de explotar a los más débiles, conocen un gran repertorio de técnicas psicológicas, para quitarse a los tales de en medio.
Al considerar el Evangelio correspondiente a la Misa del Domingo XXII del Tiempo Ordinario del ciclo C, tendremos la oportunidad de decidir si queremos destacar en este mundo, o si queremos destacar en nuestra tierra, como miembros del Reino de Dios. En el primer caso, si no tenemos dinero para conseguir ascender a una posición superior a la que ocupamos, tendremos que soportar sufrimientos estériles, y, si conseguimos superarnos, nos encontraremos con que querremos alcanzar otra posición superior, a la que alcancemos. En el segundo caso, por medio de la adquisición del conocimiento de Dios, el cumplimiento de la voluntad de Nuestro Padre celestial, y la práctica de la oración, alcanzaremos la plenitud de la felicidad, aunque ello nos suponga llevar a cabo grandes esfuerzos, por los que seremos debidamente recompensados.
Si nos ensalzamos a costa de no colaborar en la extinción de las carencias psíquicas y físicas de nuestros prójimos los hombres, seremos excluidos del Reino de Dios.
Si nos humillamos renunciando a las riquezas que no nos son indispensables para poder vivir, y las invertimos en beneficiar a nuestros prójimos los hombres, seremos aceptos en el Reinado divino, aunque por ello tengamos que situarnos entre quienes no destacan por acumular muchas riquezas.
Jesús no se opone a que participemos en banquetes y fiestas con aquellos que podrán devolvernos lo que les demos con creces, pues el Señor no se muestra contrario a que nos relacionemos con nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo, y hermanos en la fe, pero nos pide que sentemos a nuestra mesa, a quienes, por su indigencia, jamás podrán devolvernos, el dinero que invirtamos en ellos.
El hecho de ayudar a quienes no podrán devolvernos los favores que les hagamos, nos hará merecedores de la recompensa divina, que es la satisfacción, de hacer el bien.
Oremos:
ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO
¡Oh Espíritu Santo!, alma de mi alma, te adoro; ilumíname, guíame, fortifícame, consuélame, dime qué debo hacer, ordéname.
Concédeme someterme a todo lo que quieras de mí, y aceptar todo lo que permitas que me suceda. Hazme solamente conocer y cumplir tu voluntad.
(Desconozco el autor).
2. Leemos atentamente LC. 14, 1. 7-14, intentando abarcar el mensaje que San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 14, 1. 7-14.
3-1. El mejor puesto que podemos alcanzar desde la óptica de Dios (LC. 14, 1).
3-1-1. Celebremos el Día del Señor debidamente.
Los judíos comían antes de que amaneciera y después de que se pusiera el sol los días laborales, y celebraban los días festivos, comiendo reunidos con sus familiares y amigos, después de celebrar el culto sinagogal. Las comidas eran oportunidades de mantener conversaciones sobre temas importantes, y tomar decisiones, relativas a las tribus.
¿Cómo son nuestras celebraciones familiares? No es malo comer viendo una película, pero sí lo es el hecho de que pase el tiempo, y no encontremos oportunidades para compartir con nuestros familiares, nuestros deseos, proyectos e inquietudes.
Cuando Jesús vivió en Israel, no existía lo que hoy conocemos como clase media. En Israel había una pequeña cantidad de gente inmensamente rica, y, la mayoría de habitantes del país, estaban tan sumidos en la pobreza, que muchos se veían obligados a venderse como esclavos, con tal de poder sobrevivir. A pesar de que vivían explotados por sus amos, dichos hermanos de raza del Señor, dedicaban el Domingo a orar, y a relacionarse con sus familiares.
Dado que este trabajo será leído por hermanos cristianos de diferentes denominaciones, deseo decirles que, aunque no logramos ponernos de acuerdo a la hora de celebrar el Día del Señor el Sábado o el Domingo, podríamos vivir el citado día, imitando la actitud de los hermanos de raza del Señor, que oraban, y comían con sus familiares y amigos.
3-1-2. ¿Cuál es el puesto que deben ocupar los hijos de Dios en la sociedad?
Quienes eran influyentes en las ciudades o pueblos en que vivían, invitaban a quienes pertenecían a su status social, a que les acompañaran en las celebraciones sabáticas. Los asistentes a dichas celebraciones, intentaban ocupar los puestos más cercanos a los de los organizadores de los banquetes, con el fin de destacar, ante quienes no tenían más remedio que situarse, en puestos inferiores.
Ya que en el medio en que vivimos, tenemos el valor del dinero que acumulamos, y de los bienes que conseguimos, quienes desean destacar, tienen que demostrar que están mejor situados que sus familiares, vecinos, amigos y hermanos en la fe, aunque, en muchas ocasiones, ello sea, totalmente incierto.
Afortunadamente, los cristianos estamos exentos de guardar las apariencias, a no ser que nos dejemos arrastrar por la manera de ser de la mayoría de la gente. Necesitamos tener mucha fe en Dios y muy alta la autoestima, para no dejarnos arrastrar por una mentalidad destinada a atraernos sufrimientos innecesarios.
3-1-3. Jesús fue espiado por los fariseos.
Dado que Jesús contradecía abiertamente a los fariseos, y muchos de entre los tales despreciaban a quienes no observaban escrupulosamente sus preceptos religiosos, el Señor fue espiado tanto por el organizador del banquete, como por los demás invitados al mismo. Los fariseos tenían la misión de demostrar que Jesús tenía que ser socialmente marginado, por cuanto no se amoldaba a sus criterios.
¿Por qué asistió Jesús al citado banquete, si sabía que fue invitado al mismo a fin de que sus persecutores aumentaran su deseo de eliminarlo, por cuanto no se adaptaba a sus exigencias? Para responder esta pregunta, podemos pensar en las ocasiones en que nos conducimos de acuerdo a nuestras convicciones políticas y/o religiosas, aunque ello moleste a nuestros prójimos.
No imitemos la conducta de los fariseos que espiaron a Jesús. No despreciemos a quienes tomen la decisión de no amoldarse plenamente a nuestras creencias, porque, tal como nos sucede a nosotros, deben tomar decisiones, tener aciertos y cometer errores, a fin de que, sus experiencias personales y comunitarias, les enseñen el arte de vivir.
3-2. Seamos humildes (LC. 14, 7-10).
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la humildad es:
1. Una "virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento.
2. Bajeza de nacimiento o de otra cualquier especie.
3. Sumisión, rendimiento."
Ateniéndonos a los tres conceptos citados del término humildad, quizás tenemos la impresión, de que, ser humildes, consiste en ser apocados, o, peor aún, en empeñarnos en que somos perfectos inútiles, y por ello carecemos de valor, y no merecemos ninguna dádiva buena. Estas creencias, no son características de gente humilde, sino, de gente con la autoestima baja, o que pretende empequeñecerse, a fin de que otros le engrandezca, y le eleve a posiciones de la que piensa que, por sí misma, no podrá alcanzar.
Humildad es conocer la Palabra de Dios, y aplicarla a nuestra vida.
Humildad es conseguir dinero y bienes, sin atentar contra la dignidad de nuestros familiares, vecinos, amigos, compañeros de trabajo, y, hermanos en la fe.
Humildad es vestir trajes limpios característicos de quienes son más pobres que nosotros, a fin de que, cuando nos relacionemos con ellos, nos traten con confianza, y no se sientan apocados, viendo que, de nuestro aspecto físico, se deduce que somos superiores a ellos (2 COR. 8, 9).
A propósito del deseo de los fariseos de ocupar los primeros puestos, recuerdo una anécdota que le sucedió a un señor muy mayor, a quien le gustaba presumir, de que se relacionaba con los personajes más influyentes de España. En cierta ocasión, al saber que el Rey Juan Carlos I visitaría un pueblo que frecuentaba, fue al Ayuntamiento del mismo, a pedirle al alcalde, que lo dejara saludar al Rey, porque ambos se conocían. El alcalde no lo atendió, pero, quienes trabajaban en el Ayuntamiento, al verlo sucio y desarrapado, lo obligaron a que se fuera, diciéndole que el alcalde no le permitiría saludar al monarca.
Si aparentamos tener una posición social que jamás podremos alcanzar, nos sucederá que ello nos aportará muchos dolores de cabeza, porque encontraremos a quienes nos hagan ver nuestra realidad, y no tendremos más remedio que reconocerla.
Os cuento otra historia de uno de mis amigos, quien presumía de tener la familia perfecta, las mejores amistades, un trabajo muy bien remunerado, e iba a heredar una casa de sus padres. En cierta ocasión que estuve con él en casa de sus padres, su hermano menor se enfrentó con la madre, mi amigo intentó defenderla, y tanto la madre como el hermano, lo trataron como si careciera de valor personal. Por mi parte, viendo que mi presencia podía ser molesta e inoportuna en aquel infierno, quise irme, pero mi amigo no me dejó salir de la casa. Rato después, cuando salimos de allí, empezó a llorar, y me dijo que su familia era muy desagradable y lo sometía a maltratos, no tenía amigos, y apenas conseguía trabajo. Un día después, fingió que no había sucedido nada, y siguió aparentando que era totalmente feliz. Años después, cuando necesitó vivir en la casa de sus padres con su mujer, ellos se lo impidieron, y no le heredaron la casa, argumentando que tendrá que compartirla con sus hermanos, cuando fallezcan.
3-3. Los Ensalzados y los humillados (LC. 14, 11).
Jesús no se mostró contrario al hecho de que sus seguidores adquirieran riquezas, pero no deseó que ello sucediera a costa de que los más indefensos de su país fueran explotados inmisericordemente. Por otra parte, el Señor no estaba de acuerdo con la conducta de quienes atesoraban grandes cantidades de dinero y bienes materiales, porque ello contribuía al empobrecimiento de la mayoría de sus hermanos de raza.
Si nos ensalzamos en este mundo obviando el cumplimiento de la voluntad de Dios, seremos excluidos de su Reino, no porque somos odiados por Nuestro Padre común, sino porque no deseamos formar parte del mismo.
Si nos humillamos renunciando a acumular dinero y bienes no por el hecho de guardarlos por si nos faltan, sino por el placer de tenerlos, e invertimos parte de nuestras riquezas en hacer el bien, formaremos parte de la familia de Dios.
3-4. ¿A quiénes podemos sentar a nuestra mesa? (LC. 14, 12-14).
Jesús no se mostró contrario a que sus seguidores banquetearan con quienes podían pagarles con creces las invitaciones que les hicieran. Ello no tenía sentido que sucediera en una sociedad en que eran tan importantes las celebraciones de banquetes comunitarias, en la que, al mismo tiempo, se excluía de tales celebraciones, a los pobres, a los enfermos, y, a los desamparados, ya que, los tales, eran considerados, como reprobados por Dios, por causa de sus supuestos pecados, o los de sus antepasados.
¿En qué medida son nuestros compromisos familiares consecuencias de que amamos y somos amados? En la medida que nos sea posible, no invitemos a nuestros familiares y amigos porque ello es un deber, sino porque los amamos, y deseamos estar con ellos. Tal como les sucedía a muchos fariseos que vivieron en el tiempo de Jesús, hemos llegado a valorarnos tanto como se remonta el costo de nuestros bienes, que hemos convertido en meros compromisos, las ocasiones que tenemos, para demostrarnos que nos amamos.
¿Qué sentido tiene el hecho de sentar a nuestra mesa a quienes, además de que jamás pagarán nuestras invitaciones, tienen costumbres y creencias diferentes a las nuestras? Jesús nos pide que seamos abiertos de mente, a fin de que comprendamos que cada cual busca la felicidad siguiendo su propio camino, y aprende el arte de vivir, por medio de sus aciertos y errores.
Hagamos el bien, no esperando que Dios nos lo pague, sino para contribuir a la eliminación de las barreras sociales que nos separan por causas injustificables, desde el punto de vista de Dios.
3-5. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.
3-6. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 14, 1. 7-14 a nuestra vida.
Respondemos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
3-1-1.
1. ¿Cuántas veces comían los hermanos de raza de Jesús los días laborales?
2. ¿Cuántas veces comían los judíos los días festivos?
3. ¿Qué hacían los judíos mientras celebraban los banquetes característicos de los días festivos?
4. ¿Cómo son nuestras celebraciones familiares?
5. ¿Aprovechamos dichas celebraciones para dialogar con nuestros familiares?
6. ¿Qué podemos compartir con nuestros familiares en tales ocasiones?
7. ¿Por qué se vendían muchos indigentes como esclavos?
8. ¿Qué hacían los hermanos de raza de Jesús los días festivos, a no ser que se diera el caso de que por su indigencia y marginación social se vieran obligados a trabajar?
9. ¿Cómo se supone que celebramos los cristianos el Día del Señor?
3-1-2.
10. ¿A quiénes invitaban los personajes influyentes a participar en los banquetes que organizaban los días festivos?
11. ¿Por qué no invitaban a quienes pertenecían a un status social inferior al de ellos?
12. ¿Están nuestras comunidades cristianas abiertas a ricos y pobres, o son guetos en que se congrega una sola clase social?
13. ¿Por qué querían los fariseos ocupar los puestos más cercanos a los de los organizadores de los banquetes?
14. ¿Qué deben hacer quienes deseen destacar en nuestro entorno materialista?
15. ¿Qué sentido tiene intentar hacer creer que se tiene una posición social más elevada que la que se ha logrado alcanzar?
16. ¿Podemos los cristianos librarnos del cumplimiento del deber de guardar las apariencias?
17. ¿Qué necesitamos los cristianos para no dejarnos arrastrar por el deseo de sentirnos superiores a los demás?
3-1-3.
18. ¿Por qué espiaron los fariseos a Jesús?
19. ¿Con qué intención fue espiado Jesús por los fariseos?
20. ¿Por qué asistió Jesús al citado banquete, si sabía que fue invitado al mismo a fin de que sus persecutores aumentaran su deseo de eliminarlo, por cuanto no se adaptaba a sus exigencias?
21. ¿Por qué nos conducimos independientemente de que seamos cristianos de acuerdo a nuestras convicciones políticas y/o religiosas, aunque ello moleste a nuestros prójimos?
22. ¿Por qué nos conviene no despreciar a quienes no observan nuestras prescripciones religiosas?
3-2.
23. ¿Qué es la humildad según el diccionario de la R. A. E?
24. ¿Qué actitudes depresógenas quizás vividas para manipular a los demás pretenden ser humildes y no lo son?
25. ¿Qué es la humildad cristiana?
26. ¿Son compatibles los conceptos de humildad generalizados en el mundo y la definición de la humildad cristiana? ¿Por qué?
27. ¿Qué nos sucederá si vivimos aparentando tener una posición social que quizás jamás nos caracterizará?
3-3.
28. ¿Bajo qué condiciones quiere Jesús que sus seguidores consigan dinero y bienes materiales?
29. ¿Es posible conseguir riquezas sin humillar a quienes trabajen para nosotros?
30. ¿En qué sentido se autoexcluirán del Reino de Dios quienes se ensalcen en este mundo incumpliendo la voluntad divina?
31. ¿Cómo podemos humillarnos los cristianos para cumplir la voluntad de Dios y beneficiar a los hombres?
32. ¿Qué conseguiremos a cambio de humillarnos?
33. ¿Debemos servir a Dios por amor a Él y a nuestros prójimos los hombres, o para sobornarlo, a fin de que nos conceda una buena posición en su Reino?
3-4.
34. ¿Se mostró Jesús contrario al hecho de que sus seguidores banquetearan con sus familiares y amigos?
35. ¿Por qué carece de sentido el hecho de que Jesús se opusiera a las celebraciones familiares y comunitarias?
36. ¿Por qué se excluía de dichos banquetes a los pobres, a los enfermos, y a los desamparados?
37. ¿En qué medida son nuestros compromisos familiares consecuencias de que amamos y somos amados?
38. ¿Por qué invitamos a nuestros familiares y amigos?
39. ¿Acogemos a los tales porque los amamos, o porque nos vemos comprometidos a invitarlos?
40. ¿Qué hemos hecho para convertir en compromisos las ocasiones que tenemos de demostrarnos que nos amamos?
41. ¿Qué sentido tiene el hecho de sentar a nuestra mesa a quienes, además de que jamás pagarán nuestras invitaciones, tienen costumbres y creencias diferentes a las nuestras?
42. ¿Por qué quiere Jesús que seamos abiertos de mente con quienes no comparten nuestras creencias?
43. ¿Qué esperaremos cuando hagamos el bien?
5. Lectura relacionada.
Leamos y meditemos MT. 23, pensando si nuestra profesión de fe es auténtica, o si se asemeja a la de aquellos de quienes Jesús dijo que su conducta no debía ser imitada.
6. Contemplación.
Jesús fue invitado por un fariseo a un banquete sabático, no porque lo apreciaba como Maestro, sino para recabar los puntos en que la doctrina del Señor se distanciaba de sus creencias. Este hecho debe hacernos reflexionar sobre las razones por las que nos acercamos al Señor.
¿Nos acercamos al Hijo de Dios y María porque queremos cumplir su voluntad, ya que hemos comprendido que ello es lo mejor que nos puede suceder, o porque queremos adaptarlo al cumplimiento de nuestros deseos?
¿Nos gusta destacar de alguna manera?
¿Realizamos en nuestras comunidades parroquiales las actividades que nos hacen relacionarnos con la gente para que se sepa lo que hacemos, y rehuimos las actividades que han de realizarse en soledad o con poca gente?
Es fácil tener mucho dinero y una gran cantidad de bienes materiales, pero no nos es fácil ser los primeros en servir a quienes necesitan nuestros dones espirituales y materiales, ora porque somos soberbios y egoístas, ora porque tenemos malas experiencias en ese terreno, que nos desaniman a la hora de ejercitar la virtud teologal de la caridad.
No deseemos ocupar el primer puesto social, si el Señor estima que debemos ocupar otra posición humanamente inferior, para poder servirlo. Si Dios quiere que lo sirvamos teniendo una posición alta, nos la concederá.
No aparentemos tener un estado social que no nos caracteriza, para que nadie nos recuerde nuestra realidad, y nos cause sufrimientos estériles.
Situémonos en el último puesto, -el del servicio-, y Dios nos concederá la posición, en la que mejor podamos servirlo, ayudando a solventar las carencias, de nuestros prójimos los hombres.
No pretendamos ser ensalzados para ser humillados, sino humillarnos, para ser ensalzados, si Dios nos juzga dignos de ello.
Que nuestros compromisos familiares sean ocasiones de amar, y no deberes que cumplir, ni días de guardar la apariencia de una realidad ficticia.
Cuando organicemos un banquete, invitemos al mismo a quienes amamos, y tengamos presentes a quienes nunca podrán pagarnos el bien que les hagamos. Dios nos recompensará por ello, con la satisfacción de haber hecho el bien.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 14, 1. 7-14.
Comprometámonos a aplicarnos las siguientes palabras de San Pablo: (1 COR. 9, 19-23).
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Señor Jesús:
Hoy me comprometo a conocerte, a cumplir tu voluntad, y a estar en contacto contigo por medio de la oración, porque no quiero que, el afán de riquezas perecederas, me separe del Dios Uno y Trino, ni de mis prójimos los hombres.
9. Oración final.
Leamos y meditemos el Salmo 66, pensando en la obra purificadora y salvadora, que dios está llevando a cabo en nosotros.
José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en
joseportilloperez@gmail.com
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