Meditación.
No despreciemos la cruz que el Señor nos ha regalado.
Indudablemente, la Semana Santa ha perdido protagonismo entre los católicos. Muchos de nuestros hermanos en la fe aprovechan los días de la semana más intensa a nivel cultual de todo el año eclesiástico para vivir las vacaciones previas al verano, de manera que incluso dejan de celebrar la Eucaristía, argumentando que quieren cambiar totalmente su rutina ordinaria cuando viven periodos de descanso, con el fin de iniciar sus actividades rutinarias posteriormente con fuerzas renovadas. Naturalmente, no me olvido de que todos podemos hacer en cada momento de nuestras vidas lo que creamos más conveniente, pues por eso vivimos en países de tradición cristiana aconfesionales, en los que nadie nos va a reprochar que nos alejemos de Nuestro Padre común.
Una de las razones por las que nuestra fe se debilita en el mundo es el empeño que tenemos en abrazarnos a la cruz, considerando que la misma es útil en conformidad con nuestro crecimiento espiritual. Sabéis que muchos cristianos no católicos nos critican incesantemente por causa de nuestro apego a la cruz, haciéndole entender al mundo que somos masoquistas, y que nos gusta sufrir por sufrir.
Aunque desde que éramos niños aprendimos a desear ser felices, sucede en nuestro medio que hay gente que sufre por diversos motivos. Frente a la búsqueda del placer que vivimos, nos encontramos con gente a la que no le falta riquezas que se siente desgraciada. Comprendemos perfectamente que los enfermos sufran porque no quieren vivir en su estado actual, que se lamenten aquellos que han visto fallecer a sus seres queridos, que se desesperen y entristezcan los que han perdido el empleo y ven cómo sus hijos pasan hambre... A muchos de nuestros hermanos les es sumamente difícil comprender la soledad de muchos millonarios de los que piensan que, por el hecho de tener dinero, no deberían sufrir, -a no ser que se dé el caso de que contraigan alguna enfermedad-, por ninguna causa, de los que no piensan que su infelicidad se debe a que, al haber procurado únicamente obtener riquezas a lo largo de su vida, sufren la comprensible soledad de quienes no se sienten amados, por consiguiente, el amor verdadero no se puede comprar con todo el oro del mundo.
Nuestro apego a la cruz choca frontalmente con la creencia de que, dado que no somos capaces de solventar la mayoría de nuestros problemas, ni de resucitar a nuestros familiares y amigos queridos que han muerto, lo mejor que podemos hacer, es evitar pensar en las causas por las que sufrimos, e intentar divertirnos todo lo que podamos, pues, cuando perdamos la vida, lo que hayamos disfrutado, será el mayor tesoro con que nos encontraremos antes de expirar. Es correcto el hecho de que pensemos en disfrutar al máximo porque alguien dijo que "un santo triste es un triste santo", pero no sirve de nada el hecho de evitar pensar en las causas que nos entristecen, pues Nuestro Padre común quiere que solucionemos los problemas que tenemos, en conformidad con las posibilidades que tenemos para alcanzar tal fin.
Por parte de muchos cristianos no católicos, se nos critica incesantemente porque utilizamos la cruz de Nuestro Señor Jesucristo como mero adorno, así pues, los tales nos preguntan:
"Si asesinaran a vuestros hijos con una espada, ¿os haríais una réplica de ese instrumento mortal y os la colgaríais al cuello?"
Aunque las imágenes de la cruz de Cristo deberían recordarnos que la misma significa que de la misma manera que Jesús padeció y posteriormente resucitó, nosotros seremos plenamente felices cuando Dios concluya plenamente la instauración de su Reino entre nosotros y nos libre de las miserias por las que sufrimos, lo cierto es que la cruz de Nuestro Señor ya no nos impresiona, sino que nos recuerda que se acerca la Semana Santa, hecho que significa que al fin vamos a tener la oportunidad de divertirnos un poco.
¿Cómo podemos explicarles a nuestros prójimos los hombres que el olvido de la cruz que nos caracteriza es la causa que nos hace vivir un gran vacío interior, independientemente de que pensemos en el mismo o lo ignoremos con tal de evitar buscar las respuestas que creemos que jamás encontraremos?
¿Cómo es posible que se nos esté olvidando que para conseguir crecer en cualquier aspecto vital tenemos que esforzarnos para no caer aplastados por el peso de nuestra cruz?
La negación a reconocer lo positivo que es el hecho de llevar una cruz nos hace caminar como auténticos ciegos espirituales por el mundo.
-Muchos de nuestros jóvenes no tienen paciencia para culminar sus estudios, porque no tienen la esperanza de encontrar un trabajo que según ellos les demuestre que el hecho de estudiar les ha sido útil. ¿Por qué no saben quienes tienen este problema que la formación siempre abre puertas en la vida, y que para adquirir la misma hay que llevar la cruz vital con dignidad, valentía y optimismo?
-Cada día son más los ancianos que se quejan porque están solos. Ellos comprenden que sus familiares tienen que trabajar y estudiar, los unos para obtener el dinero que necesitan, y los otros para labrarse el futuro, de manera que, al rechazar su cruz, -por negarse a soportar el peso de la misma-, se han olvidado de que Dios nunca abandona a sus hijos, lo cual no significa que no deje que los mismos sufran un poco, con el fin de que se sientan motivados a crecer espiritualmente.
-Muchos trabajadores no soportan a sus compañeros, pues los tales, con el fin de que pierdan su trabajo, -bien para escalar un puesto mejor remunerado, o simplemente por hacerles sufrir-, les someten a pruebas muy difíciles. Muchas veces olvidamos que podemos llevar nuestras cruces unidos a quienes nos rodean, pues la evitación del aislamiento que nos caracteriza suavizaría el peso de los instrumentos purificadores a través de los que esperamos que Dios concluya nuestra santificación.
El mismo Jesús nos dio a entender que en la vida no se consigue nada sin esfuerzo (JN. 12, 24).
-Como somos "hijos de nuestra mentalidad moderna", tenemos miedo a servir a gente de la que no tenemos garantía de que algún día corresponderá generosamente a nuestra entrega, así pues, por no aceptar el peso de nuestra cruz, nos hemos dejado arrastrar por el precio que más o menos conscientemente le hemos atribuido a nuestra capacidad de hacer el bien, un precio basado en una soberbia rica en posibilidades de aislarnos definitivamente de nuestros hermanos los hombres.
-Como no tenemos la garantía de que el trabajo que desempeñamos actualmente nos va a durar algún tiempo, podemos tener la tentación de no hacer rendir al cien por ciento las posibilidades que tenemos de realizar el mismo adecuadamente, así pues, nuestro deseo de sentirnos asegurados, puede lograr que nos cesen de nuestra actividad laboral aún más pronto de lo que esperamos que ello nos suceda. Recordemos que, el beneficio de la duda, -consistente en el desarrollo de la paciencia y en la búsqueda de respuestas coherentes-, es más recomendable que la toma y ejecución de decisiones erróneas.
¿Qué significa el hecho de llevar nuestra cruz con dignidad?
-Tenemos que renunciar a nuestro proyecto y acoger el que Dios tiene para nosotros. Recordemos el caso de San José. Nuestro Santo deseaba contraer matrimonio con María cuando le sucedió algo por cuya visión, de no ser por el ángel de su sueño, habría rechazado a su prometida.
"2. El ejemplo de San José.
De la misma forma que Zacarías no creyó el anuncio de su paternidad, pero cuando su hijo fue circuncidado recuperó la voz y su fe, San José no podía concebir la idea de que su prometida le había sido infiel, no obstante, recordemos con el mayor número de detalles posible esta historia.
(LC. 1, 26-27; MT. 1, 18). Según la Ley de los judíos, la primera parte de la celebración del matrimonio de José y María -la cuál era la celebración del contrato legal de su compromiso-, se había llevado a cabo, así pues, ambos estaban esperando que concluyera el año que según la Ley debía transcurrir para que se comprometieran a amarse y respetarse ante Dios en la celebración religiosa que concluía los requerimientos legales para que ambos pudieran convivir juntos al fin. Dado que todos los judíos -con la excepción de los esenios- no valoraban la virginidad, en la práctica, la gran mayoría de las parejas que se comprometían ante los hombres a amarse y respetarse mantenían relaciones sexuales, pues ello era visto como un hecho que en absoluto contradecía la Ley de Dios y de Israel.
En el caso que nos ocupa, sabemos que Jesús no es descendiente de José, sino que Nuestro Señor es Dios, pues, San Pablo, un gran conocedor del Antiguo Testamento, debió enseñarle a su discípulo, el Evangelista San Lucas, el siguiente pasaje de Isaías (IS. 7, 14).
San José sufrió mucho cuando supo que su prometida estaba en estado de gestación, y que, el Hijo que ella esperaba, no era el fruto de la relación que ambos mantenían. Como todos sus hermanos de raza que contraían matrimonio, José esperaba de su prometida que le fuera fiel y obediente, y que también fuera una excelente ama de casa. Sin embargo, el estado actual de María, la cuál, quizás no le fue infiel, pero fue forzada a mantener relaciones sexuales en contra de su voluntad, derrumbó el castillo de sus ilusiones. Dado que José no tomó la decisión de denunciar a su prometida para que la misma fuera apedreada por causa de su supuesta relación de adulterio, suponemos que, el amor que sentía por ella, le impidió pensar que María era prostituta. En una sociedad tan machista como la Palestina, llama la atención el hecho de pensar que José no se dejara arrastrar por los celos (PR. 6, 32-34).
¿Cómo podría explicarle María a su prometido que no le había sido infiel, y que su Hijo era el Redentor de Israel?
¿Cómo podría José afrontar el hecho de recordar la circunstancia que frustró su felicidad en cada ocasión que mirara al descendiente de su esposa?
José sufrió la contradicción de tener que elegir una de dos disposiciones legales las cuales en su caso se contradecían, así pues, por una parte, debía perdonar a María en el caso de que esta le hubiera sido infiel, pues uno de los Mandamientos de la antigua ley de Moisés,, le obligaba a ello (LV. 19, 18), y, por otra parte, tenía que cumplir este otro precepto: (LV. 20, 10).
Cuando siguiendo las indicaciones del ángel que se le apareció en un sueño José decidió aceptar a Jesús como si Nuestro Señor fuera su Hijo, el esposo de María Santísima nació de nuevo, superando su crisis de fe, así pues, si sufrimos por causa de nuestros problemas familiares, porque no tenemos trabajo, porque nos flaquea la salud, o por cualquier otro motivo, que nuestro sí a la aceptación de la realización del designio de Dios en nuestras vidas, nos ayude a crecer espiritualmente.
Otro ejemplo digno de ser considerado es San Francisco de Asís, un joven que por su posición social se suponía que estaba destinado a vivir sin estrecheces, el cual, al aceptar el proyecto de Dios, y renunciar al proyecto de su padre, acabó sumido en una gran pobreza.
Un último ejemplo a tener en cuenta es San Pablo. Este Santo renunció a la consecución de grandes cantidades de dinero que ampliaran su fortuna personal con tal de hacerse Apóstol del Rey de los reyes.
-Llevar dignamente nuestra cruz, significa renunciar a la posibilidad de no esforzarnos, ora para crecer a los niveles espiritual y material, ora para favorecer a nuestros prójimos los hombres, como si de Dios o de nosotros mismos se tratara.
-Llevar nuestra cruz con dignidad, no significa que nos vamos a conformar sirviendo a Nuestro Padre común haciendo pequeñas e insignificantes obras de caridad, sino que nos vamos a entregar al máximo al cumplimiento de la voluntad de Nuestro Padre celestial. Sabemos que las prácticas cuaresmales tienen como fin prepararnos a servir más y mejor a Nuestro Padre Santo, haciendo renuncias insignificantes, tales como ver menos la TV. o fumar unos cuantos cigarrillos menos al día, en beneficio de los solitarios en el primer caso, y de los menesterosos en el segundo. Si todos hacemos un pequeño esfuerzo, acabaremos con el aislamiento y la pobreza del mundo.
-Cargaremos dignamente con nuestra cruz, cuando tomemos la decisión de cumplir la voluntad de Nuestro Padre celestial, por más que no entendamos lo que Él espera de nosotros, y por más que suframos por causa de la vocación que caracteriza nuestras vidas.
-Llevar nuestra cruz con dignidad, significa que no vamos a creer que la misma nos tortura en la incertidumbre y en el dolor de los momentos más angustiosos de nuestras vidas, sino que vamos a utilizarla, -es decir, vamos a aprovecharnos de los beneficios espirituales que la misma nos aporta-, para cumplir la voluntad de Nuestro Salvador. Atendamos con alegría nuestras obligaciones. Levantémonos todos los días cantando, para que las horas que vamos a vivir estén llenas de felicidad. Recordemos que la contemplación de la cruz no significa que vamos a vivir tristes y cabizbajos, sino que, una vez que encontremos un respiradero en medio de nuestras dificultades, vamos a respirar y gozar el aire fresco que nos entre a través del mismo.
-Llevar nuestra cruz con dignidad, significa soportar con paciencia y entereza las burlas y sufrir las persecuciones de quienes se niegan a comprender que nuestra fe no es fanatismo. No queremos sufrir por sufrir, sino amar por amar, aunque en algunos casos ello sea doloroso.
¿Qué significa la cruz para los cristianos?
¿Es cierto que se deben eliminar los crucifijos de los lugares públicos, porque los tales son representaciones violentas marcadas por el masoquismo? Quienes tienen tal pretensión, no conocen el significado que los cristianos le damos a la cruz. Muchos tenemos la dicha de vivir en países en que existen muchos medios que nos facilitan la vida en gran manera, lo cual, en lugar de tener un efecto positivo, ha logrado que perdamos el afán de esforzarnos por alcanzar metas elevadas, porque las tales significan que tenemos que estar acostumbrados a superar dificultades. Es razonable el hecho de evitar sufrir, y de evitar dificultades cuando ello sea conveniente, pero muchos no conocemos el término medio de los dos extremos de obviar todo esfuerzo y de realizar actividades que superan nuestras posibilidades, lo cual puede sumirnos en el más lamentable de los fracasos.
Hoy no celebramos la Eucaristía porque conmemoramos la muerte de Jesús, así pues, si es posible, en torno a la hora en que murió el Señor, la Iglesia recuerda su Pasión mediante el relato de la misma del cuarto Evangelista, porque el mismo nos hace comprender las palabras que Nuestro Señor les dijo el Domingo de Pascua a los discípulos que huían de Jerusalén a Emaús (LC. 24, 25-26).
¿Cómo se puede comprender el valor de la Pasión y muerte de Jesús y el significado de la cruz de Nuestro Salvador en un mundo que ha aprendido a evitar el sufrimiento a toda costa?
¿Cómo se les puede inculcar a los adolescentes y jóvenes el valor del esfuerzo constante a la hora de alcanzar una meta, cuando los tales dejan de estudiar pensando que ello no resolverá su futuro a la hora de trabajar, muchas veces porque sus padres no les privan de ningún capricho?
En la Biblia se nos enseña que estamos en este mundo de paso, así pues, hasta que la tierra no sea el Reino de Dios, y seamos resucitados con Jesús, no podremos ver realizadas todas nuestras aspiraciones. Esta es la causa por la que San Pablo nos dice que, en este mundo, tanto la dicha como el dolor, constituyen breves momentos de nuestra existencia (1 COR. 7, 29-31). La pretensión de San Pablo no consiste en que dejemos de llevar a cabo nuestras responsabilidades, sino en que encaminemos nuestros pensamientos y actos al tiempo en que no nos será necesario tener fe, porque viviremos en la presencia de Nuestro Padre y Dios.
A pesar de que los predicadores llevamos a cabo grandes esfuerzos para que nuestros oyentes y lectores celebren la Pascua de resurrección adecuadamente, tenemos que reconocer que, los cristianos que sufren por cualquier causa, al identificarse con Jesús crucificado, le dan más importancia al Viernes Santo que al tiempo de Pascua, porque su identificación con el Cristo sufriente les impide sentirse desamparados por Dios algunas veces, y porque les cuesta un gran esfuerzo creer que el mismo Dios, cuando menos lo piensen, los socorrerá, así pues, en el libro de Isaías, leemos: (IS. 65, 16-19).
Cuando meditamos la Pasión de Jesús, podemos pensar que, si hubiéramos podido acompañar a Nuestro Señor durante las horas de su agonía, aunque no le hubiéramos evitado el sufrimiento, no hubiéramos estado de acuerdo, ni con Judas, ni con las autoridades político-religiosas que lo condenaron, ni con el populacho que, después de haber sido beneficiado por la bondad del Mesías, se conformó con pedir su crucificción, a cambio de que obtuviera la libertad uno de sus hermanos de raza que había asesinado a un romano en una revuelta. Si hubiéramos estado en el huerto de los Olivos y hubiéramos visto a Jesús sudando gotas de sangre que le caían al suelo por causa de la angustia que lo embargó al pensar en el sufrimiento que lo aguardaba, no nos hubiéramos quedado dormidos como lo hicieron los Apóstoles Pedro, Juan y Santiago. Si hubiéramos visto a Jesús calumniado ante el Sumo Sacerdote, y con la cara amoratada por los golpes que recibió, aunque no hubiéramos evitado su dolor por nuestra carencia de poder, en el fondo de nuestro corazón, hubiéramos sentido que su Palabra es la verdad, lo cual nos hubiera hecho adolecernos de la injusticia con que fue tratado.
Si hubiéramos visto a Jesús humillado por Pilato, quien inicialmente no quiso juzgarlo por considerar que su falta de cordura no lo hacía digno de morir, y burlado por Herodes, ello nos habría hecho predicadores valientes, continuadores de la obra que el Mesías no terminó de llevar a cabo, y, consiguientemente, se la encomendó a los hijos de su Iglesia.
Si hubiéramos visto a Jesús manando sangre de sus heridas, y si hubiéramos escuchado las frases que Jesús pronunció en la cruz, ¿habríamos comprendido que al hacer estas consideraciones hacemos el trabajo de los actores griegos llamados hipócritas porque representaban facetas no correspondientes a su vida, si no nos solidarizamos con los crucificados de este mundo?
Muchas veces celebramos la Eucaristía, y, antes de salir del templo, oramos ante las imágenes de los Santos a quienes veneramos, pero, al salir de la iglesia, ¿nos informamos con respecto al hecho de si el mendigo que pide limosna en la puerta de la casa de Dios tiene necesidades reales, y es atendido por alguna ONG?
Dado que Jesús murió una sola vez, todos los años, el Viernes Santo, Jesús no se queja por causa de su dolor, sino por la situación de sus hermanos desamparados, porque los cristianos nos hemos creado dioses individuales hechos a nuestra imagen y semejanza. Recuerdo un día en que casualmente tuve la oportunidad de chatear con un empresario y un trabajador del mismo que estaban en desacuerdo. Como los dos eran cristianos, el empresario acosaba al trabajador mencionándole versículos bíblicos en que se les insta a los empleados a cumplir sus obligaciones como si sirvieran a Dios, mientras que el segundo se defendía, argumentando en su defensa con otros textos en que se dice que para Dios todos somos iguales, independientemente de si somos empresarios o trabajadores.
Estoy de acuerdo con la identificación que quienes sufren hacen con Jesús crucificado, si, al no sentirse solos, los tales se sienten confortados. La imagen del Señor crucificado, no debe ser únicamente la estampa que contemplamos el Viernes Santo, pues también debe ser la motivación que debe impulsarnos a ser solidarios y caritativos con quienes nos necesitan, si en verdad queremos vivir en un mundo en que se extingan las cruces de nuestros hermanos los hombres, para que así podamos identificarnos con Jesús Resucitado.
Todos los días son Navidad, si renace en nuestro corazón la esperanza de que nuestra tierra sea el Reino de Dios, y por ello nos solidarizamos con las carencias de nuestros prójimos los hombres.
Todos los días son Jueves Santo, si, a imitación de Jesús, somos un pan que se parte y comparte, con tal de evitar, -en conformidad con nuestras escasas posibilidades-, el sufrimiento de nuestros hermanos los hombres.
Todos los días son Viernes Santo, si actuamos contra el pecado de nuestro egoísmo y la pobreza y la exclusión social no le ganan terreno a la fe y el amor, y nuestros hermanos los hombres, sumidos en sus sufrimientos, empiezan a creer en el Dios que les ayuda a vivir.
Todos los días son Domingos de Pascua, si imitamos la conducta y la fe de quien se fió de Dios hasta el punto de dejarse crucificar, creyendo que tenía poder para vencer la muerte desde la entraña de la misma.
Jesús crucificado, nos interroga.
¿Qué más puedo hacer para que me dediquéis una mirada?
Al principio de los tiempos, quise que habitárais el mundo, para que fuéseis la luz que ilumina a los que hierran, el corazón que perdona a quienes le hieren, los labios que sólo saben hablar de amor...
Ante los actos de la soberbia humana, quise hacerme presente entre vosotros, me despojé de mi Divinidad, y sólo conseguí pasar desapercibidamente entre la multitud.
Nací entre los pobres, para que mi misericordia se manifestara plenamente entre vosotros, pero os contentásteis con tirarme una moneda que os sobró cuando fuísteis a comprar cerveza y tabaco.
En el mundo del ruido, quise hablaros, para ver si sois capaces de explicar la importancia de la paz y los besos fraternos, pero vosotros me ignorásteis, porque vuestros caminos, no son mis caminos.
Quise hablaros de la abundancia del Reino de Dios a través de múltiples milagros o prodigios, pero vosotros utilizásteis el poder de vuestra ciencia, para desplazar el amor, ante la evidencia de la lógica humana.
Quise morir para enseñaros a perdonar al ser redimidos, pero no habéis querido dejar de cumplir aquello de "ojo por ojo, y diente por diente", como si nadie tuviera derecho a cambiar su óptica.
Todos los días me entrego a vosotros hecho Sacramento de amor para enseñaros a ser artífices de la donación, mientras que me volvéis a asesinar en vuestro interior, cada vez que les negáis vuestro pan y hogar a los más desfavorecidos.
Quise daros la Unción de enfermos para restablecer vuestras almas del pecado, pero vosotros decís que este Sacramento es ineficaz, porque no habéis sido curados de vuestro egoísmo.
¿Por qué me pedís que abra los ojos a los ciegos, si os negáis a abrir los vuestros?
¿Por qué me pedís que haga oír a los sordos, si no oís gritar a quienes proclaman mi Evangelio?
Decidme, pueblo mío, ¿qué puedo hacer para ser digno de que me miréis con un poco de ternura?
joseportilloperez@gmail.com
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