Introduce el texto que quieres buscar.

Meditemos en estado de recogimiento interior. (En grupos de Catequesis y/o de Liturgia, pueden leer los diferentes diálogos varios participantes, para hacer los encuentros más amenos. Viernes Santo).

   Meditemos en estado de recogimiento interior.

   Esta mañana nos despertamos oyendo no sé qué rumor de que iban a crucificar a uno de nuestros hermanos de la raza de los hijos de Dios. La mayoría de nosotros nos afligimos porque la injusticia es reina y señora de este mundo. Minutos después, supimos que el ajusticiado era Jesús, el gran Profeta a quien no supimos defender en su momento. Al parecer, Jesús fue arrestado durante la noche de ayer, fue enjuiciado ante Anás, Caifás, -el Sumo Sacerdote-, y, Pilato.

   Apenas me informé de los últimos acontecimientos de la noche de ayer, corrí al Tribunal de Pilato, para saber de qué se acusaba a Jesús. Cuando me acerqué al Enlosado, no pude reconocer a Jesús en el Hombre que encontré ante mí. Parecía leproso, no tenía aspecto humano. Si la gente huye de los leprosos por temor a ser contagiada por dicha enfermedad, a este hombre nos acercábamos todos, para ver su desfigurado rostro, quizás fingiendo falsa compasión, quizás escondiendo una pequeña semilla de fe en nuestro débil corazón.

   No hubo forma de evitar la condena de Jesús.

   Señor, si nos abriste los ojos para concedernos tu luz, nosotros bien supimos mantenerlos cerrados, para no contemplar tu derrota, causa de nuestra debilidad.

   Tú nos enseñaste a orar, a hablar con Dios, y, nosotros, no supimos defender nuestras vidas en la vida de Dios, pues, más bien, oramos, insistentemente, para que pasara la hora de las tinieblas. Aún no es tarde, Señor, para socorrerte en nuestros hermanos que sufren.

   La Cena del Señor (MC, 14, 12-26. MT. 26, 17-30. LC, 22, 14-38. JN, capítulos 13-17).

   Nota: Incluyo la participación de la Madre de Jesús en la última cena en esta dinámica catequética, para poner en sus labios la explicación de la muerte del Mesías.

   Jesús. -Padre mío, Padre Santo, al fin ha llegado la hora de que mis humildes seguidores empiecen a percatarse de que muero por todos los hombres desde que tú y yo creamos el universo a partir de la nada. Nos ha parecido oportuno el hecho de reunirnos en el Cenáculo para que yo pueda despedirme de mis seres queridos antes de vivir ese fin que para todos los hijos de Dios no es más que el principio. Mis seguidores hablan de la Pascua, de la dominación romana... Ninguno de los que estamos aquí reunidos mencionamos la razón por la cual vamos a celebrar nuestra primera Pascua cristiana juntos.

   Me dirijo a mis seguidores en estos términos.

   "-Deseo que me escuchéis, porque esta es la última ocasión en que voy a hablaros. El tiempo nos apremia y es preciso que yo me esfuerce para aclarar vuestro inmenso mar de dudas. Sé que todos estáis viviendo un terrible estado de confusión. Quiero deciros que yo también estoy siendo atormentado por mi debilidad.

   Siguiendo la tradición de Moisés y del pueblo de Israel, debemos recordar la razón por la cual nos hemos reunido las familias hebreas durante muchos siglos para celebrar la Pascua del Señor. Este año debo ser breve en mi relato, pues me apremia el tiempo de mi detención. Moisés fue designado por el Padre del cielo para sacar a nuestros antepasados de la esclavitud que les impusieron los faraones egipcios, y yo he sido designado por Nuestro Dios para que todos juntos venzamos nuestras dificultades según las posibilidades que nos otorgan los dones y virtudes que hemos recibido de Dios y la fuerza de voluntad que nos caracteriza. 'las negativas de Ramsés respecto de la petición de Yahveh de liberar a los hebreos cautivos eran semejantes a los tiempos de prueba que nosotros hemos vivido no sólo durante estos 3 años de ministerio comunitario, sino durante todos los días de nuestras vidas. Bebamos el vino que nos fortalecerá en nuestra peregrinación, comamos las hierbas amargas que simbolizan nuestras actitudes, y comed el cordero que Dios ha preparado para fortaleceros en su Pascua o paso antes de mi Crucificción.

   Madre, hermanos, amigos, yo soy el Cordero de Dios y he venido a encontrarme con vosotros para cumplir la voluntad de Dios. La voluntad de Nuestro Padre común consiste en que yo viva la más humillante y dolorosa de las miserias para que vosotros aprendáis que el dolor y el desaliento no justifican la derrota de los hombres. Hoy es el día de la víspera de Pascua. Mañana dejaré este mundo para volver a encontrarme con el Padre. Sabéis que os he amado con toda mi alma, con toda mi fuerza, con toda mi mente, con todo mi ser, es esta la causa por la cual os seguiré manifestando mi amor hasta llegar al extremo de la muerte (JN. 13, 1; 15, 13).

   Pedro. Señor, nos has enseñado a caminar sobre tus pasos. No somos tan perfectos como tú, pero, si estamos seguros de algo, es de que no sabemos vivir sin ti. ¿A quién seguiremos si nos dejas? ¿Quién puede transmitirnos palabras de vida eterna semejantes a las tuyas? Nosotros sabemos y creemos que tú eres el Santo de Dios, esa realidad nos basta para seguirte en medio de nuestros defectos. Nosotros superamos la adversidad porque tú estás con nosotros, pero, ¿qué será de tus ovejas cuando el pastor haya sido asesinado? (JN. 6, 68-69).

   Jesús. Amigo Pedro, sólo has comprendido una parte de mi mensaje salvífico, te falta comprender y aceptar lo más esencial de las dos partes en que se divide este Evangelio. He venido a predicar la Palabra de Dios, y si la predicación y aceptación del Verbo se unen al servicio mutuo, la realidad divina y humana son una misma cosa.

   Soy consciente de que he venido del Padre y de que regreso a Él, y reconozco la autoridad que he recibido de parte de Nuestro Padre y Dios. Vosotros discutís frecuentemente para intentar saber quien de entre los Doce será mi sucesor privilegiado. Hijos míos, la Majestad de Dios consiste en que aprendáis a amar el servicio recíproco. Voy a lavaros los pies.

   (Jesús coge una palangana o jofaina con agua y una toalla, y lava y seca los pies de once Apóstoles, pero Pedro no acepta recibir el servicio del Mesías)

   Pedro. Maestro, comprendo que para ti es muy importante el hecho de que sirvamos a nuestros prójimos. Pero, aún así, ¿cómo crees que yo podré dejarte que laves mis pies?

   Jesús. -Pedro, no puedes comprender lo que quiero deciros ahora porque tienes la mente embotada. Déjame hacer y te explicaré el significado de este gesto cuando estés más tranquilo.

   Pedro. -­Jamás permitiré que me laves los pies! ¿Cómo voy a permitir que tú que eres Hijo de Dios laves los pies de un pescador inmensamente bruto, terco y pecador? ­Recapacita! Con mucho esfuerzo puedo aceptar que te unas a los publicanos y que hables con las prostitutas, pero no puedo aceptar que te humilles ante mí.

   Jesús. -Si no me dejas que te lave los pies, no te contaré entre los míos. Te sirvo de igual forma que he venido al mundo a servir a todos los hombres de todos los tiempos, y, además, ¿quién te hace suponer que para mí lavaros los pies a mis amigos es una obligación?

   Pedro. -Señor, además de lavarme los pies, lávame también las manos, la cabeza, la cara, todo, pero no me digas que no soy de los tuyos, porque no sé vivir sin tenerte cerca de mí.

   (Jesús lava los pies de Pedro) (Jn. 13, 4-10)

   María, Madre de Jesús. -Las mujeres en Israel debemos permanecer en silencio en las reuniones en las cuales los hombres manifiestan sus opiniones, es esta norma una tradición que siempre hemos respetado las mujeres judías. Hoy quiero marcar una excepción, pues yo sé lo que Jesús quiere decirnos al lavar nuestros pies. Yo soy Madre, y lo que menos deseo es tener a mi Hijo amado muerto entre mis brazos con el cuerpo herido y ensangrentado. ¿Qué debo hacer en esta dramática situación? ¿Debo rogarle a Dios que cambie el pensamiento de Jesús? ¿No haré mejor al sufrir viendo que mi Hijo lleva a cabo el designio salvífico de Dios, por más que esta realidad me duela?

   Jesús. -Me encuentro profundamente turbado. ¿Qué puedo decir o hacer respecto del dolor que me aguarda? ¿Le pido a Dios que me libre del sacrificio que he de llevar a cabo? Yo he venido al mundo para morir, y, por consiguiente, no puedo cambiar de actitud en este preciso instante (Jn. 12, 27)

   He deseado ansiosamente comer esta mi última Pascua con vosotros antes de sumirme en el padecimiento que me conducirá a un fin que para todos nosotros se convertirá en un principio. Bebamos juntos el vino que nos fortalecerá a la hora de la prueba. No sé si podré resistir el dolor, tengo que estar muy despierto y renunciar a toda anestesia que se me pueda proporcionar para no renunciar a mi fe y a mi ciego amor por vosotros.

   Quiero deciros que no celebraré más la Pascua hasta que esta no haya sido consumada en la plena instauración del Reino de Dios.

   Bebed el vino de mi copa, bebed de este fruto de la vid que no beberé más hasta que nos reunamos en el Reino de Dios. Quiero sufrir teniendo fe en que Nuestro Padre común haga todas las cosas nuevas y perfectas.

   Comed de este pan que os entrego con mi propia mano. Muero y resucito por amor a vosotros en cada instante de la eternidad, de hecho, no ceso de hacer esto desde que el primer hombre pisó la haz de la tierra. Comedme, devoradme, dejad que las migajas caigan al suelo, porque este pan partido sólo puede ser compartido si los comensales del banquete desean saciarse de este manjar del cielo y la tierra. Quiero que recordéis este gesto mío cuando yo no esté entre vosotros. Quiero pediros que imitéis mi entrega y mi forma de amaros (LC. 22, 19).

   Bebed el vino de este cáliz. Esta copa que tengo en la mano no contiene vino, así pues, estáis contemplando mi sangre con la cual Dios sella o firma el pacto de la nueva Alianza que constituiré con vosotros mediante la cual se compromete a hacer todas las cosas nuevas con su gracia y vuestro esfuerzo personal. Yo soy el Cordero de Dios con cuya sangre será firmado el nuevo acuerdo entre Nuestro Padre común y la humanidad (AP. 3, 12-13; 21, 2 y 5. LC. 22, 20)

   Mi sangre y mi mensaje serán para vosotros bálsamos que os ayudarán a satisfacer vuestras deficiencias. Aún nos quedan muchos obstáculos que vencer, así pues, a pesar de que acabáis de beber el vino de la renovación espiritual (COL. 3, 10), la mano del que me entrega se encuentra entre nosotros (LC. 22, 21).

   (Los Apóstoles discuten frenéticamente entre sí para averiguar cual de ellos será el traidor, para sacar a la luz unos los defectos de otros, y también buscando la forma de impedir el inevitable exterminio del Maestro) (Lc. 22, 23).

   Jesús. El que me va a entregar, se ha alimentado espiritualmente con mi cuerpo y sangre, pero también va a comer pan que tomará de mi mano, comerá un trozo de pan que yo previamente he mojado en mi plato. En verdad os digo que con el Hijo del Hombre sucederá todo lo que está escrito de El en las Sagradas Escrituras, pero aquel que lo va a traicionar se arrepentirá de haber nacido, no por haberme traicionado, sino por no haber entendido mi mensaje.

   Judas Iscariote. Maestro, ¿por qué no hablas claramente? ¿Por qué te comportas como si estos no supieran que te voy a traicionar? Todos los que están aquí piensan de ti lo mismo que yo pienso al respecto de tu doctrina, pero yo soy el único que me atrevo a dar el paso definitivo para abrirte los ojos y mostrarte la realidad de nuestro pueblo. Tú no reconoces los efectos de la dominación romana, ignoras la humillación de nuestro pueblo, la pobreza que corroe el alma del remanente de Yahveh... Crees que con tu muerte se solventarán todos los problemas de quienes no necesitan tu Crucificción, sino tu pan y tu poder de sanación. ¿Qué ocurrir´ía si yo no estuviera dispuesto a entregarte?

   Jesús. Judas, cuando llegue el momento oportuno, debes hacer que se cumpla lo que está profetizado respecto de nosotros dos. Eres libre para amarme y despreciarme, haz lo que desees hacer con este pan partido... Deja que los demás hombres no me vean como un mago que concede dádivas divinas, porque no debo usar el poder de Dios de satisfacer el hambre de los hombres ni de sanar al mundo para manipular la libertad con la que Dios nos ha dotado a todos los hombres (Mt. 26, 24-25. Jn. 13, 27-30)

   (Los discípulos dejan a Judas que se marche con el trozo de pan que Jesús le ha dado porque creen que tiene la misión de preparar la celebración de la Pascua o de darles limosna a los pobres, ya que El es el administrador de los bienes de la comunidad apostólica. Los Apóstoles no perciben apenas que Judas se ha ido, pues ahora discuten entre ellos para saber quién sucederá a Jesús en su Ministerio)

   Jesús. -Es inútil vuestra forma de proceder. Sabéis que los reyes de las naciones ejercen sobre su territorio su señorío y se hacen llamar bienhechores, pero el más importante de mis seguidores será aquel que se disponga a servir a sus compañeros humildemente. Se supone que los criados son menos importantes que su amo, y, sin embargo, yo, aunque soy vuestro Maestro, me he puesto a serviros a vosotros gustosamente.

   Vosotros habéis permanecido junto a mí desde que inicié mi predicación, y me habéis demostrado vuestra amistad y lealtad incluso en los días en que he sido atribulado de diferentes formas. Yo, por mi parte, dispongo un Reino para vosotros, el mismo Reino que mi Padre dispuso para mí. Yo le demuestro a Dios mi amor al dejarme crucificar y al entregarme a vosotros en vuestras celebraciones eucarísticas, y vosotros le agradecéis a Dios su amor respecto de vosotros sirviéndolo en vuestros prójimos los hombres.

   Es mi deseo que comáis y bebáis conmigo en el Reino de Dios, así pues, yo os constituiré jueces de las doce tribus de Israel (LC. 22, 24-30).

   Hijos míos, ya no estaré más con vosotros, pero eso no implica que deje de ser uno más de nuestra comunidad. Ahora os digo lo mismo que les dije a quienes desean asesinarme: Al lugar al cual me dirijo, vosotros no podéis seguirme. Vosotros estáis acostumbrados a mí, renunciásteis a vuestras familias y a todas vuestras posesiones para caminar en pos de mí. Ya que sabéis que no voy a nombrar a ningún sucesor para que me imite porque deseo que todos seáis semejantes a mí, sé que os estáis preguntando: ¿Qué será de nuestras vidas sin el Maestro? Si no queréis sentiros sólos, debéis respetar este nuevo Mandamiento que os voy a dar como si fuese la prolongación de los Mandamientos de la Ley de Moisés. Quiero que os améis los unos a los otros como yo os he amado, porque de esa forma el mundo sabrá que sois mis discípulos, si os amáis hasta el extremo de la muerte como yo os he amado.

   Pedro. Maestro, ¿a dónde vas?

   Jesús. A donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora. Es necesario que yo me vaya, pero a ti te necesito entre tus hermanos porque eres más impetuoso que todos ellos juntos para resolver las dificultades que os aguardan.

   Pedro. -Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? No me preocupa el hecho de ser encarcelado o torturado, sólo quiero estar contigo, no me importa morir si con ello consigo no separarme de ti (JN. 13, 33-37).

   Jesús. Simón, Simón, faltan escasas horas para que el miedo y las dudas os hagan rechazar la doctrina que os he inculcado, pero yo he rezado por tus hermanos y por ti. Pedro, cuando te resarzas del miedo y recuperes la fe, intenta ayudar a tus hermanos, porque ellos no son tan fuertes como lo eres tú para enfrentarte a la adversidad. Con respecto a tu deseo de seguirme para ser torturado, asesinado y encarcelado, ¿estás seguro de que es eso lo que quieres? (Sonríe). Pedro, antes de que el gallo haya cantado dos veces, tú habrás negado el hecho de conocerme tres veces (LC. 22, 31-34)

   Cuando os envié sin ninguna dádiva terrena a predicar el Evangelio y a sanar a los enfermos, ¿tuvísteis alguna carencia material?

   Apóstoles. No.

   Jesús. Pues ahora que yo no voy a estar más con vosotros, quiero que toméis vuestra bolsa, vuestra espada y vuestro manto, pues os espera un camino tan largo como difícil para que os santifiquéis al caminar sobre mis pasos. Con respecto a mí ha de cumplirse la Profecía que dice: "Será contado entre los malhechores", porque, lo mío, toca a su fin.

   Pedro. -Maestro, si quieres que hagamos algo por ti, nosotros tenemos dos espadas...

   Jesús. -­­Basta­! (LC. 22, 35-38).

   Jesús. -No estéis inquietos y angustiados, así pues, confiad en Dios, y confiad también en mí. Sé que tenéis miedo ante la realidad del dolor que me aguarda, pero yo os digo que con respecto a nosotros ha de cumplirse el pasaje de la Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas. Yo sufriré mucho, pero vosotros os dispersaréis, de hecho, Judas me traicionará, y Pedro y los demás con la excepción de Juan me negaréis, de esa forma sólo seréis torturados por vuestro miedo.

   En la casa de mi Padre hay lugar para todos vosotros, de no ser así, ya os habría advertido de ello. Ahora me dispongo a prepararos un lugar en el cielo. Cuando os haya preparado vuestro lugar en el Reino, vendré a recogeros, para que podáis estar en el mismo sitio en donde esté yo. Vosotros ya sabéis el camino para ir a donde yo voy.

   Tomás. -Pero, Señor, aún no nos has dicho adonde vas, ¿cómo pretendes que sepamos el camino?

   Jesús. Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede relacionarse con el Padre de ninguna forma si yo no medio entre Dios y él. Si me conocéis y me habéis visto a mí, también conocéis y habéis visto al Padre, y, si aún no conocéis a Dios, yo os digo que lo conocéis desde este preciso momento.

   Felipe. -Señor, nosotros no comprendemos eso que dices respecto de que tú como Hombre que eres y Dios sois una sola substancia. Muéstranos al Padre, y eso nos bastará, si no para entender, para creer lo que intentas explicarnos.

   Jesús. Felipe, a pesar del tiempo que llevo con vosotros, ¿aún no me conoces? ¿No recuerdas que eres uno de mis primeros seguidores? El que me ve a mí, ve al Padre, porque el Padre celestial y yo somos un mismo ser, y, si crees esto que os digo, ¿por qué me pides que os muestre al Padre para que podáis creerme? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Todo lo que yo os he enseñado no procede de mí. El Padre que vive en mí, es quien está realizando su obra salvadora. Debéis creerme cuando os digo que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí, así pues, si no podéis creerme, fijaos en las obras que llevo a cabo, pues ellas constituyen un perfecto testimonio de lo que os quiero explicar, esto es, que el Padre y yo somos una misma substancia (JN. 14, 1-11).

   Desde el Cenáculo a Getsemaní.

   Con las manos humedecidas por haber lavado los pies de los discípulos, y con el alma herida porque los discípulos no se convertían definitivamente al Evangelio después de recibir a Nuestro Señor eucaristizado, Jesús instó a los Once a que le acompañaran al huerto de los Olivos para orar antes de entregarse definitivamente al dolor tan esperado y temido. Jesús no quiso que María y sus últimos amigos de Betania le acompañaran en este trance, pues el Rabbí quería tener junto a El a los tres Apóstoles más rebeldes, a aquellos que estaban más capacitados para hacer lo imposible para salvar aquella vida que para ellos tenía un infinito valor.

   El relato que vamos a meditar en esta ocasión comenzará a la salida del Cenáculo. Imaginemos la escena, Jueves Santo, las nueve de la noche aproximadamente, Jesús camina hacia Getsemaní acompañado de sus Once...

   Jesús. Esta noche va a fallar vuestra fe en mí para que se cumpla la Escritura: "Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas". No penséis que mi obra toca a su fin con mi muerte, de hecho, después de que acontezca mi Resurrección, iré delante de vosotros a preparar nuestro encuentro a Galilea (MT. 26, 31-32).

   Jesús ora en Getsemaní.

   Jesús llega al huerto de los Olivos y les dice a los Once: "Orad para que no caigáis en la tentación de dejaros arrastrar por la incredulidad y el desfallecimiento que reinan en vuestro ambiente" (LC. 22, 40).

   Jesús. Pedro, Juan, Santiago, acompañadme en mi último momento de oración, pues se acerca la hora de mi muerte. Me siento aflijido y angustiado. Me invade una tristeza tan poderosa como la muerte. Quedaos aquí mientras que yo me alejo a la distancia de un tiro de piedra para orar. Os suplico que oréis para que yo pueda soportar el dolor que me aguarda y para que vosotros no seáis afligidos ahora que comienzan a transcurrir los últimos minutos de mi hora final.

   (Jesús se retira de sus Apóstoles y ora arrodillado).

   Jesús. Padre mío, si es posible, aparta de mí el contenido de la copa de amargura que he de beber, pero que no se cumpla mi voluntad, que se haga lo que tú deseas que se haga.

   (Jesús se levanta y va al encuentro de los tres Apóstoles rebeldes a quienes encuentra dormidos, abatidos por la tristeza, la incomprensión, el desaliento y el cansancio del strés de esos días tan cargados de contradicciones. El Maestro le habla a Pedro).

   Jesús. -Pedro, ¿por qué no puedes orar una hora conmigo? ¿Por qué me pribas de tu compañía si eres el más fuerte de mis seguidores? Velad y orad para que no sucumbáis ante la prueba que se acerca. Es cierto que tenéis buena voluntad para ser mis discípulos, pero vuestra debilidad en este momento es grande. Perdonadme si os exigí mucho al pediros que permanezcáis una hora conmigo, pero mi necesidad de estar con vosotros me hizo olvidar que sois débiles, porque en este preciso instante tengo tanto miedo como vosotros (MT. 26, 37-41).

   (Jesús se aleja de los tres Apóstoles para orar. San Lucas no nos habla de Jesús como lo hacen los biógrafos de los grandes Místicos del Catolicismo, alabando su capacidad de elebación física y espiritual. Más bien el médico alaba el esfuerzo que Nuestro Señor lleva a cabo constantemente para no perder la fe).

   Jesús. -Padre mío, si es tu voluntad, impide que yo apure el contenido de esta copa de amargura, Padre mío, Padre de la vida, Padre Santo, te suplico que no se haga lo que yo quiero, que se haga realidad el designio de tu voluntad.

   (Un  ángel consuela a Jesús en su amargura y le da a beber el cáliz de la fortaleza de Dios. El Señor empieza a sudar, intensas gotas de sangre emana la fuente bautismal que caen a tierra. Es tan grande el ansia de padecimiento del Señor, que la sangre fluye de su cuerpo como si el dolor de los hombres de todos los tiempos le clavara infinidad de clavos y espinas).

   Jesús (leer LC. 22, 43-46).

   (Jesús camina nuevamente al encuentro de los discípulos que siguen dormidos y les dice):

   Jesús. ¿Aún seguís dormidos? No podéis continuar en ese estado de sopor. ¡Vamos, levantaos! ¡Ha llegado la hora! Despertaos y permaneced alerta, así pues, ha llegado el momento en que el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de pecadores. Levantaos, vamos, ya está aquí el traidor (MT. 26, 45-46).

   Satanás habla con Jesús.

   En la página web del cirujano Jerónimo Domínguez, se nos informa de que, entre las cinco y las siete de la mañana del Viernes Santo o de Pasión, Jesús permaneció en una fosa excavada en la tierra mientras sus jueces meditaban la forma de poner su vida en las manos de Pilato. Jesús había sido juzgado en el palacio de Caifás, los testimonios de los acusadores en algunas ocasiones no eran coincidentes (MC. 14, 59) y, aunque el juicio religioso se llevaba a cabo a través de procedimientos ilegales, el Sinedrio estaba dividido, y los enemigos de Jesús usaban artificiosamente la filiación divina del Señor que el Salvador había reconocido ante el Sacerdote principal del país para tramar la Crucificción del Mesías (MC. 14, 60-65).

   Detengámonos unos minutos y meditemos esta conversación ficticia entre Jesús y Satanás.

   Satanás. -Imagino, Jesús de Nazaret, que en estas dos intensas horas de dolor y soledad que empiezas a vivir, no te es muy grata mi compañía, pero es necesario que recapacites sobre tu pretensión. Examinemos cuidadosamente tus últimas acciones. Ayer pronunciaste un fabuloso y puntual discurso apocalíptico referido a la destrucción de Jerusalén y el fin del mundo (MT. 24, 3-44). Posteriormente, hiciste que los tuyos comulgaran tu Cuerpo y Sangre en el Cenáculo. Jesús, no es necesario que te sacrifiques visiblemente. ¿Te parece insignificante el hecho de morir para ayudar a quienes no se percatan de tu fallecimiento y Resurrección para que corrijan sus defectos? Ellos no saben que mueres para ayudarlos, de hecho, en este caso ocurre lo que te entristeció en cada ocasión que hiciste un milagro y los favorecidos sólo se percataron de que estaban sanos o no tenían hambre, pero no reconocían en tu obra el amor misericordioso de Dios.

   Jesús. -No pretendas hacerme creer que mi sacrificio no será trascendental para mis hermanos, dado que sabes que son muchos los hombres que se han percatado de que el Padre y yo somos una sola substancia junto al Espíritu Santo...

   Satanás. -Aún no he terminado de hablar. Judas te ha vendido a la justicia del Israel que tanto amas. Si fueras un esclavo común, al menos podrías vivir hasta que tu amo decidiera acabar con tu existencia, o quizás podrías ser liberado en el próximo jubileo. Tú eres el objetivo de la realización de un proyecto que ha sido muy bien pensado. Pedro te ha negado, se ha cumplido tu Profecía. María está turbada porque ignora lo que te está sucediendo exactamente. Tus amigos íntimos de Betania y los Once que huyeron aterrados están viviendo un arrepentimiento amargo y cobarde, una especie de penitencia que no tiene lógica alguna, un no saber qué hacer para defenderte, la impotencia de quienes ven que la Persona que más aman se lanzará por un precipicio para llevar a cabo un acto suicida que ha meditado desde hace varios años.

   No te digo nada respecto de la opinión del Sanedrín porque Nicodemo y Arimatea no han tenido argumentos válidos para apoyar tu defensa, exceptuando la alegalidad de tu proceso. ¿Por qué no te has defendido? Ello no te huviera servido de nada, pero bueno hubiera sido que no hubieras perdido el orgullo ante ti mismo. Acato tu defensa ante los guardias del Templo en Getsemaní, porque tu argumento de que hablabas para mantener la fe de los tuyos no es creíble, pero podría decir que perdiste el juicio si no te conociera porque, a pesar de que increpaste al siervo de Anás que te dio una bofetada y te hizo caer a tierra, no te defendiste ante Anás y Caifás, pero todavía tendrás una oportunidad apenas amanezca antes de que los jefes de la nación te entreguen al gobernador Pilato.

   Es cierto que Juan y Pedro han seguido todo este procedimiento ilegítimo. Supongamos, -pues-, que Juan está de tu parte, pero ni siquiera el lazo familiar que le une a Caifás es fuerte como para detener la decisión de los jefes de la nación para hacerte morir crucificado. ¿Te sirve de consuelo la presencia de Juan? ¿Te atormenta la presencia de Pedro? ¿Para qué quieres que Juan sufra junto a ti, si no puede hacer nada para hacerte reaccionar?

   Con respecto a ti, Jesús de Nazaret, puedo decirte que me das pena. Yo, a quien tú llamas padre de la mentira (JN. 8, 44), siento compasión de ti, y una rabia inmensa al verte esperando pacientemente la hora de tu suicidio.

   ¿Te duelen las manos? Te han atado las manos por las muñecas a la espalda. Basta tocarte para palpar tus venas infectas. La sangre no te puede circular por donde las cuerdas te cortan las manos. ¿Por qué has consentido que te golpeen y  escupan? Estás pálido, cansado, se te nota que no has dormido, se te ve intranquilo, reconoce que ni siquiera la oración puede hacerte olvidar el pensamiento respecto del dolor que caracterizará tu hora final. ¿Cómo está tu fe? ¿Por qué no viene Dios a aclararte las ideas?

   No puedo comprender tu postura respecto de hacer del servicio mutuo una norma general de convivencia entre los hombres, pero, en fin, si eso te gusta, hazlo, pero quienes tienen carencias, sucumbirán contigo en el mismo momento que expires. Los que dices que son el remanente de Dios, están dispersos por Israel. Todos tus seguidores saben que las autoridades no sienten simpatía por ti, pero ignoran la tragedia que está aconteciendo.

   La noche sigue avanzando, aumenta tu cansancio, tu estado febril se hace más patente según transcurren las horas. ¿Sabes?, se nota que algunas personas han marcado tu santo rostro con sus puños infernales. Sueles decir que la carne no sirve para nada, que tus palabras son espíritu y vida (JN. 6, 63). ¿Cómo está tu espíritu en este preciso instante? No quiero herirte, deseo que reacciones y veas las cosas claras.

   ¿Desconfías de mí? Jesús, te voy a decir exactamente lo que te espera en las próximas horas. A las siete se te dará la última oportunidad para que te defiendas ante quienes saben mejor que tú que no te vas a defender. Posteriormente serás llevado ante Pilato, el gobernador que se mostrará escéptico respecto de tu caso y te enviará a Herodes. Herodes te exigirá que hagas milagros, pero, como no accederás a proporcionarle a su corte la diversión que requiere de ti, te bestirá con una túnica blanca, indicando así que estás loco. Herodes te enviará nuevamente a Pilato, el gobernador que te utilizará para fracasar al mostrarle al Sanedrín su poder y te aplicará la tortura de los azotes para calmar la ira de quienes se mostrarán furiosos al verte coronado de espinas, herido de muerte, sin apariencia de hombre. No creas que el gobernador te dejará escapar por la puerta de atrás del pretorio como ha hecho con otros mesías, pues serás crucificado. El pueblo elegirá a un malhechor y pedirá la muerte del justo por excelencia, para que veas los beneficios que reporta esa caridad que predicas.

   La ascensión al Gólgota será lenta y difícil para ti. Vestirás la túnica que te producirá dolores muy fuertes cada vez que la tela se incruste en tu cuerpo sangrante. Como se te abrá arrancado literalmente una buena parte de la piel de la espalda, sentirás que tu esqueleto es inconsistente y tiende a romperse. Sabes que el trabesaño del madero que cargarás sobre tus hombros pesa mucho, de hecho, esto te ayudará a caer barias veces al suelo.

   Tus heridas se llenarán de tierra cada vez que caigas, sí, de tierra semejante al lodo con el cual curaste al ciego. Ese barro te producirá grandes dolores. No creas que Simón de Cirene cargará con tu cruz haciendo gala de su voluntad de Santo. Cuando te tumben para crucificarte y empiecen a taladrarte las manos y los pies, empezarás a sentir el dolor más terrible que jamás hayas sentido. Cuando te eleven sobre la cruz, sentirás que tienes una gran dificultad para respirar. Las moscas que se posen sobre tus heridas serán semejantes a alfileres que se te clavarán en tus heridas. Será tan grande tu dolor, que no te percatarás de la forma en que te humillarán tus enemigos.

   Tu dolor se agudizará cuando veas a tu Madre al pie de la cruz y a Juan desvalido junto a ella. En conformidad con el debilitamiento de tu cuerpo, tu fe empezará a debilitarse. Sé que le pedirás a Dios explicaciones respecto de su forma de desampararte ante el dolor y la muerte (MT. 27, 46).

   Jesús. -No necesito que me digas todas esas cosas, así pues, cuando estaba en el seno del Padre, pude contemplar lo que me sucedería al final de esta hora. Yo no soy un Hombre más entre los hombres. Amo a la humanidad, quiero ser igual que todos los hombres exceptuando el hecho de que soy el prototipo de la superación de obstáculos de todo tipo. No creas que tu relato me hace cobarde, pero no te niego que tus palabras me aterrorizan. Yo sé a qué he venido al mundo, ya es tarde para que mi Padre y yo tracemos otro camino.

   La sentencia de Jesús

   Estimados hermanos y amigos de Trigo de Dios, Católices, Dios existe, Homilética y la Red de Catequistas Ignaciana:

   Hemos meditado algunos de los aspectos más relebantes de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo usando a tal efecto algunos monólogos. Después de haber consultado con los animadores de nuestros grupos de Liturgia y oración, Rosa y yo hemos llegado a la conclusión de considerar el proceso de Jesús de una manera gráfica y rápida, para así poder centrarnos rápidamente en los aspectos que más nos pueden ayudar de aquellos hechos, es decir, el camino al Calvario, la Crucificción, la muerte y la sepultura del Mesías. El proceso religioso llevado a cabo en la reunión del Sanedrín fue un verdadero desastre de tal forma que ni siquiera los testigos improvisados pudieron hacer coincidir sus testimonios, así pues, para dictar la sentencia condenatoria, Caifás se vio obligado a echar mano de la Filiación divina de Jesús, porque sabía que con respecto a ese interrogante crucial el Señor no podía permanecer silente.

   Merece la pena, sin embargo, el hecho de que nos detengamos unos minutos a considerar el juicio de la autoridad romana. Pilato intentó de varias formas quitarse la responsabilidad que las leyes romanas le concedían en aquel asunto considerando que Jesús era un loco al que era absurdo el hecho de considerarlo peligroso si intentaba alterar el orden público. Pilato, cansado de ver cómo era derramada la sangre judía, había inducido a huir a más de un falso mesías por la puerta de atrás del Pretorio, pero el gobernador romano se vio sorprendido cuando comprobó que Jesús no quería defenderse. Era tanta la presión de los sacerdotes y el populacho, que el gobernador no tenía fácil el hecho de  soltar al nuevo reo, pero esta labor no podía realizarse porque Jesús le insinuaba al pretor que lo crucificara pronto.

   ¿Qué sentido puede tener el silencio de aquel a quien el gobernador mandó azotar para ver si el pueblo se compadecía de sus heridas para posteriormente concederle la libertad?

   Los sacerdotes, siendo conscientes de que Pilato hablaba a solas con Jesús quizá para buscar la forma de no condenar al Profeta, interrumpían las citadas conversaciones, pues no querían permitir de ninguna forma que el Nazareno escapara fácilmente de sus manos.

   ¿Qué podía hacer el gobernador en tan difíciles circunstancias? Pilato no tenía mucho tiempo para reaccionar, así pues, los judíos querían acabar con aquel proceso rápidamente y podían acusar al yerno del Emperador ante el gobernador de Siria de su incapacidad para imponer su autoridad en la región de Judea. Ni siquiera la sentencia de Jesús pudo impedir la deposición del gobernador que tuvo lugar varios años después.

   Los autores contemporáneos de Jesús nos describen de alguna forma lo que Pilato sintió antes de dictar la sentencia de muerte del Nazareno. Los católicos, interpretando el juicio definitivo de Jesús como si este fuese una guerra entre el mundo simbolizado por Pilato y Jesús como Dios, solemos decir que el yerno de Tiberio César se vio indeciso ante la posibilidad de acabar con aquel proceso porque las palabras de Jesús le infundieron un extraño miedo, pero aquel hombre cobarde no sintió más miedo que el que le causaba su deposición y posterior envío a Roma, donde los más altos dignatarios del Imperio podían reírse de su falta de autoridad moral.

   ¿Qué sintió Pilato al contemplar a Jesús con ese aspecto tan difícil de mirar con rabia e impotencia? El gobernador romano sólo sintió lástima, una lástima del tipo del dolor que sienten muchos al ver a los moribundos del tercer mundo al no colaborar con las ongs que les prestan ayuda humanitaria.

joseportilloperez@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja aquí tus peticiones, sugerencias y críticas constructivas