Meditación.
Zacarías, en la primera lectura, nos recuerda la entrada triunfal de Jesús en la ciudad tres veces Santa. Seguramente todos recordáis cómo conmemoramos dicho pasaje evangélico el pasado Domingo de Ramos, pórtico de la Pasión, muerte y Resurrección de Nuestro Hermano y Señor Jesucristo, al recordar el misterio pascual. Jesús es el rey de la humildad que trocó la ignorancia de los más pequeños de este mundo por la sapiencia de Dios y sus Santos, sabiduría que nos induce a alcanzar el Reino de Dios a través de nuestras experiencias, oraciones y el servicio a nuestros hermanos los hombres. Jesús también quiere estar presente hoy entre nosotros, es esta la razón por la cual nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía, así pues, Nuestro Señor se volverá a sacrificar para seguir ayudándonos a superar nuestras dificultades, y para seguir haciendo posible nuestro crecimiento espiritual.
San Pablo nos sigue instando, en su Carta a los Romanos, a que caminemos sobre los pasos de Nuestro Señor Jesucristo. Hoy el Apóstol nos pide que no pequemos más para que así podamos entregarnos fielmente al cumplimiento de la voluntad de Dios en nuestros prójimos y nuestras personas. Se han dado muchas interpretaciones de este texto, de forma que se ha creado una gran controversia, pues no faltan adivinos, y otras personalidades réprobas por los Autores humanos de la Biblia, que se dicen católicos. Yo, estimados hermanos y amigos en la fe de Nuestro Señor Jesucristo, pienso que los católicos no hemos de comprobar nuestra verdad personal exigiéndoles a los hombres que nos muestren su carné de Santidad o su pasaporte para viajar al cielo. Dios sabe cual es la causa por la cual todos somos distintos, por consiguiente, intentemos comprender a nuestros hermanos los hombres, sin tacharlos de pecadores. No juzguemos más a nuestros prójimos, y pensemos en aquellos hermanos nuestros que renuncian a la riqueza para no negar su fe. Hace varios meses recibí la carta electrónica de un lector que renunció a traficar con drogas, desde que leyó algunos textos religiosos en Internet, entre los cuales está el sermón esquemático de las siete Palabras que os envié el pasado Viernes Santo.
San Mateo, en los capítulos 10 y 11 de su Evangelio, nos enseña cómo hemos de comportarnos los cristianos en una sociedad sin Dios. Jesús nos da instrucciones para que le sigamos, y, al hacer balance de sus éxitos logrados recordando al entonces encarcelado San Juan Bautista de la escasa acogida que tenían sus Palabras entre sus hermanos de raza, Jesús se siente cansado, su espíritu humano empieza a flaquear. El Espíritu Santo acude en ayuda del Jesús orante, aunque no se le vio adoptando la forma corporal de una paloma, como ocurriera cuando el Bautista bautizó a Nuestro Hermano y Señor Jesús. La hermosa plegaria con que Jesús comienza el Evangelio de hoy (Mt. 11, 25-27), puede inducirnos a poner nuestras virtudes, defectos y necesidades en las manos de Nuestro Padre y Dios. Todos sabéis que, desde hace varias semanas, en Trigo de Dios, todos los domingos, oramos al concluir la lectura de la meditación, en recuerdo de dicha plegaria divina. Al concluir su oración, Jesús recupera su fuerza, otra vez quiere cargar con nuestros pecados y dolores para encumbrarnos, en la cruz del dolor y la paciencia, para conducirnos al Reino del cielo.
Estamos en un mundo en que, a lo largo de la Historia, hemos aprendido a vivir incitados por lo que denomino especie de impulsos revolucionarios, que nos han permitido en unos casos descubrir grandes verdades, al mismo tiempo que en algunas ocasiones hemos defendido errores que no tienen ninguna explicación que los justifique la Palabra de Dios. Hubo un tiempo en que el pueblo de Israel no quiso ser gobernado por Jueces inspirados por Dios, razón por la cual el pueblo le pidió a Samuel que le pidiera a Dios que les concediera un rey que les gobernara, para ver si podían prosperar en riqueza, al igual que lo hacían otras tantas naciones que tenían más experiencia que los judíos en vivir como pueblos no sometidos a la esclavitud. Dios advirtió a su pueblo de que, si se dejaba gobernar por un rey, este le obligaría a cargar con el peso de su poder, pues habría de darle una buena parte de sus ganancias anuales.
Si nos remitimos al primer libro de la Biblia, podemos constatar cómo Adán y Eva, desobedeciendo a su Criador, comieron del fruto prohibido. Debido a mi situación de ciego, he tenido la oportunidad de ver en multitud de ocasiones cómo mucha gente les facilita demasiado la vida a sus familiares minusvalorizados, sin tener en cuenta que, para madurar, para crecer espiritualmente, necesitamos aprender de nuestros errores, fracasos y buenas experiencias.
Cristo supo siempre mejor que nadie que estuvo más desamparado en su Pasión de lo que muchos hombres se han llegado a sentir por Dios a lo largo de la Historia. Jesús vivía en permanente comunicación con Dios, pues la oración era para Él el sustento espiritual que le ayudaba a llevar a cabo su obra redentora. En ciertas ocasiones nos enredamos en nuestros asuntos cotidianos, y descuidamos el diálogo interno con Nuestro Padre y Dios, de manera que sólo nos acordamos de Nuestro Señor cuando necesitamos que nos conceda algún caramelo que nos hace falta o se nos antoja en un determinado momento de nuestra vida.
La oración no es un simple monólogo que mantenemos sin que nadie nos escuche, pues, los que emprendemos este camino de crecimiento espiritual, tenemos la experiencia de la vivencia de Dios en nuestros corazones. Es bonito levantarse con ganas de empezar un nuevo día en que nos vamos a encontrar con el reto de seguir potenciando nuestra revolución personal ante la humanidad de Dios y la divinidad del hombre, pues, es tan grande el amor con que nuestro Padre nos ama, que en ocasiones me es difícil distinguir quién es divino o humano.
Hace varios años, tuve la oportunidad de acompañar a una chica que descansa en las Moradas eternas llamada Gema Aragón, que estudiaba el tercer curso de la E. S. O., en el instituto María Zambrano de Torre del Mar. Esta chica era invidente, sorda, tenía enfermedades prácticamente en todo el cuerpo, y había sido sometida, a sus 18 años, a 38 intervenciones quirúrgicas. La salud que le faltaba a mi amiga, resultó ser una inexplicable inteligencia que hacía que esta chica obtuviera unas calificaciones envidiables por muchos de sus compañeros de clase. Os cuento esta historia porque cierto día mi amiga me interrogó: "¿Dónde está Dios¿" Yo le respondí: "Todos los miércoles vengo al María Zambrano a pasar la mañana con Él" El amor a Dios manifestado en el servicio a nuestros prójimos, es más valioso que toda la sabiduría contenida en los libros.
joseportilloperez@gmail.com
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