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La vocación de San Pablo y el anuncio de la fe. (Meditación de la segunda lectura del Domingo V del Tiempo Ordinario del Ciclo C).

   Meditación.

   2. La vocación de San Pablo y el anuncio de la fe.

   Meditación de 1 COR. 15, 1-11.

   San Pablo nos habla, en la segunda lectura correspondiente a la celebración eucarística del presente Domingo V del Tiempo Ordinario del Ciclo C, del Evangelio que nos predicó, la Buena Noticia que hemos recibido, en la que deseamos permanecer firmes, pues, si la ignoramos, no puede decirse de nosotros, que somos cristianos. Aunque San Pablo fue educado como fariseo, y por ello llegó a ser intransigente con aquellos de sus hermanos de raza que incumplían algún precepto de la Ley de Moisés, el Señor le enseñó a no despreciar a quienes incumplían sus mandamientos, sino a motivarlos a que los cumplieran puntualmente. San Pablo sabía que Dios no se conforma con el hecho de que nos reconozcamos cristianos, pues desea que vivamos cumpliendo su voluntad, la cual consiste, en concedernos la plenitud de la felicidad, viviendo en su presencia.

   Hay quienes se dicen cristianos, pues afirman que tienen fe en Dios, pero no lo demuestran. Es bueno para nosotros no esperar que alcancemos la perfección, hasta que Jesús concluya la instauración de su Reino de amor y paz, entre nosotros. Por más que nos empeñemos en cumplir los mandatos bíblicos y eclesiásticos perfectamente, ello no puede ayudarnos a alcanzar la perfección, porque el Señor no quiere que vivamos cumpliendo leyes automáticamente solo porque las tales existen para ser cumplidas, pues también desea que hagamos lo que nos corresponde, sin que existan prescripciones legislativas que nos obliguen a ello.

   (LC. 17, 5-10). Si obedecemos a Dios, sintámonos privilegiados por ello, pensando que tal privilegio no consiste en ser recompensados por nuestro servicio, sino en que se nos conceda la dicha de ser siervos. No caigamos en la tentación de pensar que debemos ser premiados por servir a Dios en sus hijos los hombres, carentes de dones espirituales y materiales. Como hijos de Dios que somos, la obediencia que le debemos a Nuestro Padre común, puede ser considerada como un deber, y no como una consecución de actos solidarios o caritativos. Dado que Dios es perfecto, aunque fracasemos en algunas ocasiones que intentemos servirlo, al juzgar la intención con que nos disponemos a servirlo, no considera que el bien que hacemos es inútil, ni que carece de sentido, de igual manera que premiará nuestras buenas obras. Dios quiere que lo sirvamos esforzándonos para no ser víctimas de la egolatría, que no solo nos tienta a sentirnos superiores a nuestros prójimos los hombres, sino que opta por hacer que nos sintamos superiores, al Dios Uno y Trino.

   Jesús, por medio de la parábola del trigo y la cizaña (MT. 13, 24-30), nos recuerda que, entre quienes somos sus seguidores, hay gente que observa, todo tipo de conductas. En ciertas ocasiones, recibo cartas de algunos de mis lectores, preguntándome por qué no se expulsa a los pecadores de la Iglesia Católica, tal como se hace en otras denominaciones cristianas. Dado que no podemos escrutar los corazones tal como lo hace Dios, tengamos cuidado de no considerar pecadores, a quienes, a pesar de sus errores, pueden tener más fe que nosotros.

   ¿Qué podemos decirles a quienes no creen en Dios, para que deseen tener nuestra fe? San Pablo tenía muy clara la respuesta a la pregunta que nos hemos planteado (1 COR. 15, 3-4).

   Quizás podemos pensar que para San Pablo fue muy fácil creer en la muerte redentora y la Resurrección del Mesías, porque fue educado como fariseo, creía en el advenimiento del Salvador profetizado en el Antiguo Testamento, y le aplicó al mismo, los textos de los antiguos libros sagrados, en  que se profetizaban la Pasión, la muerte y la Resurrección, del Enviado de Dios, a quien muchos israelitas esperaban. No creamos que para el citado Apóstol del Salvador de la humanidad fue tan fácil creer en el Señor. Si San Pablo no hubiera renunciado a perseguir a los cristianos, además de haber seguido siendo un comerciante rico, hubiera alcanzado una buena posición, entre los líderes político-religiosos, de su tierra, lo cual lo hubiera enriquecido, aún más. Por otra parte, al mantener la creencia de que los pobres y enfermos eran castigados por Dios, -lo cual explicaba su estado de miseria y desamparo-, al pensar que Jesús fue humilde, al citado Santo, no debió serle fácil, creer en el Hijo de María. Si no es fácil pasar de la pobreza a la riqueza, hubo algo que le costó más a San Pablo que sobrevivir a su empobrecimiento, lo cual fue las persecuciones a que sobrevivió, las ocasiones en que fue azotado, y la forma en que se enfrentó al martirio en Roma, con tal de no renunciar a su fe.

   El anuncio de la Pasión, la muerte y la Resurrección de Jesús, aún sigue siendo predicado en nuestro tiempo, no solo entre los grandes conocedores de la Biblia, pues también se predica, para los niños y adultos, a quienes se les da la oportunidad, de compartir la fe que profesamos. No nos quedemos paralizados pensando que en nuestro mundo científico y tecnificado no es fácil predicar a Jesús muerto y resucitado. Una de las cosas que tiene que suceder para que nuestra predicación sea exitosa, consiste en que anunciemos el Evangelio, no con miedo a que no se nos comprenda, sino con la seguridad que nos aporta, la fe que profesamos. Esta es la razón por la que San Pablo les escribió a los cristianos de Corinto, las palabras expuestas en 1 COR. 2, 1-5.

   ¿Cómo logró San Pablo sobrevivir a las persecuciones de que fue víctima sin perder la fe? El citado Santo responde esta pregunta, en los siguientes textos: (1 COR. 10, 13, ROM. 8, 18 y 28, y FLP. 4, 13).

   ¿Creemos que Jesús nació de Santa María Virgen?

   ¿Creemos que Jesús se hizo pequeño para concederles la grandeza divina a quienes lo imiten?

   ¿Creemos que Jesús murió y resucitó para manifestarnos el amor de Dios?

   Dado que quizás nos falta instrucción espiritual, y la convicción necesaria para vivir nuestra fe, nos sentimos pequeños, ante la grandeza de la fe de San Pablo, quien dio su vida por Cristo, porque no tenía nada mejor que ofrecerle al Señor, para seguir predicando, a pesar de que no está entre nosotros, pues nos queda lo que se dice de él en los Hechos de los Apóstoles, en la segunda Carta de San Pedro, y en sus Cartas.

joseportilloperez@gmail.com

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