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Dios quiere hacer grandes obras por nuestro medio. (Meditación del Evangelio del Domingo V del Tiempo Ordinario del Ciclo C).

   Meditación.

   3. Dios quiere hacer grandes obras por nuestro medio.

   Meditación de LC. 5, 1-11.

   San Lucas nos habla en el Evangelio de hoy de la vocación de San Pedro, la cual no solo estuvo relacionada con la vocación de sus compañeros de pesca, pues también lo está con la vocación de todos los cristianos desde el punto de vista de los católicos, ya que, Nuestro Salvador, le concedió la potestad necesaria, para gobernar la Iglesia, de la que decimos que es "la barca de Pedro", porque el citado Santo y sus sucesores los Papas la gobiernan.

   Quienes han tenido problemas laborales con sus jefes y/o compañeros de trabajo, o han trabajado teniendo grandes dificultades para obtener todo lo necesario para que sus familiares vivan dignamente, deben conocer el estado de ánimo que tenían Simón y sus compañeros, mientras lavaban sus redes, después de haber pasado toda una noche, sin pescar ni un solo pez. Ello no solo me recuerda a quienes tienen problemas relacionados con la actividad laboral que desempeñan, pues también me hace pensar en quienes necesitan trabajar, y no encuentran a quienes los contraten, en este tiempo de crisis económica.

   La multitud de que San Lucas nos habla al principio del Evangelio que estamos meditando, en cierta manera, representa al común de los cristianos que, aunque no predican la Palabra de Dios, se cultivan espiritualmente. Jesús no les pidió a todos los pescadores que se alejaran de tierra con él, pues solo se lo dijo a Simón, lo cual nos recuerda que el citado Apóstol de Nuestro Señor, al tener la facultad de gobernar la Iglesia, puede regir a la misma, así pues, todos los católicos, tenemos la posibilidad de adentrarnos en el mar en que podemos ser pescadores de hombres, siguiendo las recomendaciones del papa.

   Jesús le pidió a Simón que se alejara un poco de tierra, pues no quería que se adentrara en el lago, con tal de no perder de vista a la multitud, a la que le predicó el Evangelio. Ello me recuerda que podemos formarnos espiritualmente, no solo para beneficiarnos, sino para evangelizar a todos los que quieran conocer al Dios Uno y Trino, por nuestro medio.

   Aunque probablemente la barca de Simón era grande como para que Jesús predicara permaneciendo en pie sobre la misma, el Señor evangelizó a sus oyentes sentado, pues esa era la postura en que predicaban los maestros de la Ley israelitas. La multitud de oyentes del Señor debía permanecer en pie, indicando su disposición a acoger el mensaje que se le anunció, y a inspirar su vida en el mismo.

   Cuando Jesús terminó de predicar, le pidió a Simón que se adentrara en el mar. Habiendo terminado de evangelizar a la gente, Jesús quiso iniciar la instrucción que necesitaban recibir, quienes llegaron a ser sus Apóstoles. Obviamente, no requieren la misma instrucción religiosa, quienes predican el Evangelio, que, quienes tienen fe en el Señor, pero no sienten la necesidad de evangelizar a nadie.

   Simón era pescador, y, después de haber pasado toda una noche intentando pescar, tenía la certeza de que, si volvía a iniciar su trabajo, solo perdería el tiempo. A pesar de ello, Simón confió en la Palabra del Señor, aunque hay quienes piensan que lo hizo, con tal de darle un escarmiento a Jesús, enseñándole que en la vida hay que hacer algo más aparte de pronunciar bellos discursos, para poder ganar el pan.

   Existen situaciones en que sabemos que no nos saldrá bien lo que haremos, pero, a pesar de ello, intentamos llevar a cabo lo que tenemos en mente, porque es mejor superar un fracaso, que vivir paralizados. A modo de ejemplo, somos muchos los que hemos intentado conseguir trabajo insistentemente, y no hemos conseguido lo que necesitábamos. Para Simón, no debió ser fácil adentrarse en el lago, después de haber trabajado toda la noche infructíferamente, confiando en la Palabra del Señor.

   El Señor paga admirablemente todos los servicios que le prestamos. En el Evangelio que estamos considerando, estuvo a punto de partir la red de Simón porque la llenó de peces, y, cuando llamaron a los Zebedeos, estuvieron a punto de hundir las dos barcas, por la misma causa.

   Al ver el milagro que hizo Jesús, Pedro se sintió miserable por causa de su condición pecadora, y le pidió al Señor que se alejara de él, porque no era digno de estar en presencia, de un gran Profeta, como Nuestro Salvador. Recordemos que Jeremías, al sentirse violado por Yahveh, quien le impuso una misión que no quería cumplir, porque era consciente de que ello hacía que su vida peligrara constantemente, no se sintió molesto con Dios, sino que dijo que se dejó seducir, y que la Palabra del Altísimo, constituía su alimento espiritual (JER. 20, 7-11, y 15, 15-16). Tal como hemos recordado en la primera lectura de este Domingo V del Tiempo Ordinario del Ciclo C, Isaías se sintió pequeño por causa de su condición pecadora, y, cuando le fueron perdonados sus pecados, se sintió preparado, para servir a Yahveh, incondicionalmente.

   A San Pablo siempre le dolió el hecho de haber sido perseguidor de los cristianos, pero cumplió la misión de evangelizar a los gentiles fielmente, porque sabía que Dios le perdonó sus pecados.

   ¿Nos sentimos pobres, enfermos y desamparados, cuando estamos en presencia del Dios Uno y Trino?

   San Lucas nos dice que, el mismo asombro que invadió a Simón por causa del milagro que le vio hacer a Jesús, invadió a sus compañeros de trabajo. Ello nos indica que, quienes quieran que sus oyentes y/o lectores crezcan espiritualmente, pueden predicarles a los tales, teniendo la formación adecuada, y conociendo sus circunstancias vitales, con el fin de ver cómo puede llegar Dios a ellos para purificarlos y santificarlos, partiendo de la vida ordinaria de los tales.

   El milagro de la pesca milagrosa, no solo sirvió para que el Señor ganara la plena confianza de quienes llegaron a ser sus futuros Apóstoles, pues tuvo el efecto de disponer a los mismos, a realizar una pesca más difícil, que la que estaban acostumbrados a llevar a cabo. Cuando Jesús le dijo a Simón que lo haría pescador de hombres, no le habló de la pesca que se lleva a cabo en provecho propio, sino de la pesca que se hace atrapando a los peces, y manteniéndolos vivos. La pesca de hombres no debe llevarse a cabo en provecho propio, sino en beneficio de aquellos a quienes se evangeliza.

   Cuando los pescadores llegaron a tierra, renunciaron a su trabajo, y a sus posesiones, se despidieron de sus familiares, y se dispusieron a seguir a Jesús. Pidámosle a Nuestro Santo Padre que, la misma convicción con que tales amigos del Señor siguieron al Mesías, nos invada el corazón, y nos ayude a vivir, como discípulos de Cristo Resucitado.

   Faltan pocos días para que empecemos a conmemorar la Cuaresma, los 40 días precedentes al Triduo de Pascua. Durante el citado periodo le pediremos a Dios que nos siga limpiando de nuestras imperfecciones a través de nuestras oraciones y obras. No podemos sentirnos purificados si carecemos de fe, así pues, la Iglesia, con gran sabiduría, nos insta a que recordemos nuestra vocación. Todos los cristianos practicantes vivimos en torno a Dios cumpliendo una misión que nuestro Padre y Dios nos ha encomendado. Existen gran variedad de misiones entre nosotros, pero todas tienen la finalidad de conducirnos al Reino de Dios, independientemente de si somos religiosos o laicos.

   El primero de los Profetas mayores, Isaías, se turbó en la presencia de Dios. A nosotros no nos impresiona el hecho de que "Dios es amor" (1 JN. 4, 8) porque oímos esa verdad cada vez que celebramos la Eucaristía, pero aún en nuestros días muchos de nuestros hermanos comparten la creencia judía de que la justicia y el amor no se compenetran entre sí, de manera que piensan que ante el Todopoderoso los hombres débiles -para ellos la debilidad es el castigo del pecado o impureza- han de perecer ante la ejecución del castigo de Dios por la inminente e inevitable ejecución de la justicia divina. La gran mayoría de nuestros sacerdotes han perdido la costumbre de hablar del infierno y el purgatorio, unos porque no creen en la existencia de esos estados, y otros porque saben que esas creencias se están extinguiendo.

   Un ángel tocó los labios del Profeta con una brasa, simbolizando de esa forma el cuidado que deseamos tener los cristianos a la hora de emitir juicios y proclamar la Palabra de Dios. Este hecho nos insta a leer toda la información que cae en nuestras manos entre líneas, porque tenemos que cerciorarnos de la verdad referente a todo lo que acaece en nuestro entorno social, para no emitir juicios tan improcedentes como temerarios.

   Si purificamos nuestra lengua, estaremos dispuestos para decirle al Señor las palabras del Profeta: "Aquí estoy, envíame a mí a ejecutar tu misión".

   ¿De quiénes podemos decir que tienen mucho amor y coraje para pedirle a nuestro Padre y Dios que los ayude a conocer la aparente infinitud de la miseria humana, para cambiar ese estado por la experiencia de la gracia divina?

   No seamos mediocres y egoístas pidiéndole a Dios que nos resuelva los problemas a nuestros seres queridos y a nosotros, así pues, supliquemos el hecho de estar siempre ocupados en la evangelización activa y en mil actividades más, para sentirnos útiles ante nuestros ojos.

   De la misma forma que el episodio de la pesca milagrosa que San Lucas nos narra detalladamente en su Evangelio fue crucial a la hora en que los Apóstoles optaron por seguir a Jesús, el Señor se manifiesta a través de sus obras en nuestra vida para que vivamos como auténticos cristianos.

   Quizá muchos de nosotros nos parecemos a Pedro el incrédulo e impulsivo. Quizá hemos imitado a Pedro al sentirnos invadidos por el miedo a la hora de experimentar la vivencia de Dios.

   Vamos a concluir esta meditación pidiéndole a nuestro Santo Padre que todos imitemos a los Apóstoles en el seguimiento de Jesús.

joseportilloperez@gmail.com

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