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¿En qué consiste la humildad cristiana? (Meditación de la primera lectura del Domingo V del Tiempo Ordinario del Ciclo C).

   Meditación.

   El Señor nos llama a vivir cumpliendo su voluntad.

   1. ¿en qué consiste la humildad cristiana?

   Meditación de IS. 6, 1-2a. 3-8.

   Isaías fue profeta de Judá bajo los reinos de Uzías, Jotam, Acaz, Ezequías y Manasés. Fue nombrado escriba cuando murió el rey Uzías en torno al año 758 antes de Cristo, pero, por su fe, decidió ser profeta, lo cual lo condujo a la muerte, por defender sus convicciones. Dado que Isaías condenó los pecados de los israelitas, a quienes instó a volverse a Yahveh, fue condenado por decir que había visto a Dios, -cosa que sus hermanos de raza creían imposible, porque pensaban que quienes veían a Yahveh debían ser ejecutados inminentemente por la justicia divina, por ser pecadores-, y por comparar a Jerusalén con Sodoma y Gomorra, dos de las ciudades de la Pentápolis, que fueron incineradas en tiempos de Abraham, por causa de las prácticas homosexuales, que llevaban a cabo sus habitantes. Existe una tradición, según la cual, el citado profeta fue condenado, ora por haberle añadido preceptos a la Ley de Moisés, ora por haberla contradicho. Parece que, después de que Isaías se refugiara dentro de un cedro, el rey Manasés ordenó que dicho árbol fuera serrado, con el Profeta dentro.

   La misión que desempeñó Isaías no fue fácil de ser llevada a cabo. Mientras que los israelitas creían que eran aceptados por Dios por ser descendientes de los Patriarcas Isaac, Abraham y Jacob, el citado profeta les dijo que su creencia era errónea, así pues, si verdaderamente deseaban permanecer vinculados a Yahveh, tenían que cumplir sus preceptos, con el fin de ser perfeccionados, y de ser librados, de las calamidades que los aguardaban. Isaías tenía que decirles a sus hermanos de raza que, si no se volvían a su Dios, caerían en desgracia, por causa de su conducta pecaminosa.

   Isaías se reconoció pequeño cuando se le encomendó la misión de predicar, porque tenía miedo de ser ejecutado inminentemente por la justicia divina, al estar en presencia del Dios perfecto. Nosotros, siendo conscientes de que dios nos perdona nuestros pecados, si nos arrepentimos sinceramente de hacer el mal, y adoptamos el compromiso de no volver a transgredir el cumplimiento de los mandamientos divinos, deberíamos confesar nuestros pecados, tal como lo hizo según el texto que estamos considerando, el más importante de los Profetas de Israel.

   Reconozcamos nuestra pequeñez, la grandeza de Dios, y el alcance del perdón de Nuestro Santo Padre.

   En el texto que estamos considerando, la imagen del trono de dios y de los serafines proclamando la santidad divina, evocan la grandeza de Nuestro Santo Padre. La misión de los serafines consiste en extender la purificación divina por el mundo. En un tiempo caracterizado por las consecuencias de la carencia de fe, Dios le mostró su santidad a Isaías. La santidad de Dios, significa que Nuestro Santo Padre es moralmente perfecto, por lo que, al no estar relacionado con el pecado, es plenamente puro, tal como ansiamos serlo también nosotros, para que nada nos impida ser sus fieles hijos.

   Aunque queremos tener una buena relación con el Dios Uno y Trino, el efecto que producen en nosotros las presiones a que vivimos sometidos, los defectos que tenemos, y las frustraciones que experimentamos, nos hacen tener una imagen de dios incorrecta, la cual se amplía, en conformidad con el estancamiento o la pérdida de fe, que experimentamos. Si no estudiamos la Palabra de Dios ni la meditamos, no podremos tener la imagen del Dios que puede manifestarse en nuestra vida para indicarnos cómo superar -o sobrellevar- nuestras dificultades. Si nuestra imagen de Dios se reduce a la creencia en un Ser desconocido a quien no le interesamos, no podremos valernos de la fe para sentirnos motivados a vivir como cristianos practicantes.

   Si creemos que dios es perfecto, y anhelamos alcanzar su perfección, nos sentiremos motivados a ser purificados de nuestros pecados, a afrontar y confrontar nuestras dificultades hasta superarlas -o aprender a sobrellevarlas con dignidad-, y desearemos servirlo, en sus hijos los hombres.

   Cuando Isaías escuchó la alabanza angélica, se sintió miserable, si se comparaba con Yahveh. Recordemos que no fue el carbón encendido que tocó los labios del Profeta lo que lo purificó, pues ello fue obra de Dios. El estudio de la Palabra de Dios, la penitencia y las obras de caridad, no pueden purificarnos, pero pueden hacernos desear alcanzar la perfección que, aunque no podemos alcanzarla por nuestros propios medios, nos es dada por el Señor, según nos superamos a nosotros mismos. Es esta la causa por la que repito hasta la saciedad que no podemos hacer nada para salvarnos por nuestros medios humanos.

   Cuando Isaías se sintió perdonado, se sometió al servicio de Dios, sin importarle la dureza de la misión que llevó a cabo, durante unos sesenta años, aproximadamente. Nosotros pecamos, nos confesamos, y volvemos a hacer, nuevamente, el mal. Ello no sucede solo porque somos débiles, sino porque vivimos las consecuencias, de no tener una buena formación espiritual, y de no vivir inspirados en el cumplimiento de la voluntad divina.

   Al vivir en un mundo en que evitamos el sufrimiento a toda costa, puede extrañarnos cómo Isaías, después de ser purificado, quiso servir al Señor, sin tener en cuenta el dolor que le causó, la extinción del castigo que merecía, por causa de sus pecados, cuando el carbón encendido, tocó sus labios. Este hecho nos aporta una enseñanza importante, pues, para que nuestro trabajo en la viña del Señor sea fructífero e irreprochable, podemos realizarlo, estando purificados, de nuestros pecados. Recordemos que el mal que hace un cristiano nos difama a todos los seguidores de Jesús, pero, el bien que hacen miles de discípulos del Señor, permanece oculto, a los ojos de gran parte de la humanidad.

   Si queremos testimoniar nuestra fe fielmente, vivamos estando purificados, y sometámonos al cumplimiento de la voluntad divina. Tal como le sucedió a Isaías, nuestra purificación puede ser dolorosa, pero esa es la única manera que tenemos, de poder representar verdaderamente a Dios, quien es puro y Santo.

   Decir que ante Dios carecemos de valor, no debe significar que no nos valoramos, sino que nos queda mucho que crecer espiritualmente, pues, si nos despreciamos, infravaloraremos la Sangre de Jesús, que fue derramada, para que comprendamos, que Nuestro Dios, nos ama sinceramente. No digamos que no valemos nada para sucumbir a la depresión que esteriliza muchas vidas, sino para crecer en amor, pureza y santidad.

joseportilloperez@gmail.com

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