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Estudio bíblico sobre el Dios Uno y Trino. (Solemnidad de la Santísima Trinidad del Ciclo C).

   Estudio bíblico sobre el Dios Uno y Trino.

   Las "religiones monoteístas" son aquellas cuyos practicantes le rinden culto a un solo Dios, es decir, el ser espiritual y por tanto incorpóreo a quien sus adeptos consideran como Creador del universo. Todas las denominaciones cristianas son monoteístas, por consiguiente, todos los cristianos, independientemente de la iglesia o congregación a la que pertenezcan, le tributan culto a un solo Dios.

   Los cristianos católicos definimos a Dios como la perfecta unión de tres Personas que se caracterizan porque, a pesar de ser distintas entre Sí, constituyen una sola Divinidad. Las citadas personas son: “Dios Padre”, nuestro Creador; “Dios Hijo”, nuestro Redentor, y “Dios el Espíritu Santo”, el amor que procede del Padre y del Hijo, que nos da su aliento vital y nos hace santos siervos del Altísimo. Al igual que el Espíritu Santo, el Hijo procede del Padre, así pues, Jesús de Nazaret, es la imagen que el Padre vería si se mirara en un espejo. El Espíritu Santo también procede del Hijo, por cuanto Jesús es Dios y tiene las mismas perfecciones que el Padre. Para hacer más comprensible el llamado “misterio de la Santísima Trinidad”, pensemos en un árbol de Navidad, cuya base representa a Dios Padre, desde la base hacia la izquierda y hacia arriba se representa al Espíritu santo, y Jesús, es representado por la parte derecha del árbol, en conformidad con la frase del Credo o profesión de fe: "Subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre". El misterio trinitario también es explicado al constatar cómo los picos de una montaña acaban en la base de la misma.

   "¿Quién es Dios? Si bien podría responder esta pregunta como debe hacerlo un buen católico, tengo que ser franco y recordar que no todos los miembros de todas las creencias existentes pueden definir a Dios con las mismas palabras, dado que todas las definiciones de Dios existentes no son idénticas" (Misa del día de Navidad).

   Dios es un Ser espiritual, es decir, Nuestro Creador no tiene cuerpo visible, por consiguiente, para describir a Nuestro Padre común, hemos de reflexionar sobre los atributos que lo caracterizan, dado que los mismos lo diferencian de sus criaturas, y son aplicables indiferentemente a las tres Personas divinas, es decir, hemos de responder a la siguiente pregunta: ¿Cómo es Dios? Respondamos la anterior pregunta con la Biblia en la mano.

    Dios es amor (1 JN. 4, 7-17).

   Por su parte, San Pablo les escribió a los cristianos de la Iglesia de Galacia, las palabras que leemos en GÁL. 2, 20.

   San Pablo le escribió unas palabras al Obispo Timoteo que nos son aplicables a los predicadores del siglo XXI y de siempre (2 TIM. 1, 7-10).

   El amor es el vínculo de perfección que une a Dios con los hombres, y a los hombres entre sí, pues San Pablo nos dice, las palabras que encontramos en COL. 3, 12-17.

   El amor de Dios une entre Sí a las tres Santas Personas de la Trinidad Beatísima (JN. 5, 20).

   El amor de Dios explica la elección de Israel, como  símbolo de la redención con que Nuestro Creador socorrerá a todas las naciones de la tierra (DT. 7, 6-11).

   (GN. 12, 3). Dios nos ama a los habitantes del mundo de todos los tiempos, y nos demostró este hecho mediante el sacrificio de su Unigénito (JN. 3, 16; ROM. 5, 1-11.

    Los redimidos por Dios aman a Dios sobre todas las cosas y a sus hermanos como a sí mismos, según las siguientes palabras de Nuestro Hermano y Señor (MC. 12, 30-31).

   (1 JN. 4, 12). Si amamos con el amor con que Dios nos ama, no odiamos a nadie, ni siquiera a nuestros enemigos (MT. 5, 44-45).

    Dios es un Dios espiritual: Jesús le dijo a la samaritana de Sicar, las palabras que leemos en JN. 4, 24.

   Jesús, la Palabra de Dios, se nos comunica como “espíritu y vida" (JN. 6, 63).

   Aunque Dios es Espíritu, este hecho no le impide a Nuestro Padre común manifestarse bajo formas sensibles o visibles (teofanías), así pues, el Angel de Yahveh y otros dos ángeles se le aparecieron a Abraham (GN. 18, 1-3. Vé. otras teofanías en EX. 3, 1-2; JUE. 6, 11; 1 RE. 19, 9-14). El último texto nos enseña que no hemos de buscar a Dios únicamente en los acontecimientos extraordinarios, pues también podemos buscarlo en los momentos sencillos de nuestra vida, así pues, unos cuantos hechos muy importantes y un sinfín de vivencias ordinarias, han hecho de nosotros las personas que hemos llegado a ser (IS. 6, 1).

   Las figuras bajo las que Dios se revela a los hombres no son esenciales, dado que Él es Espíritu.

   La verdadera imagen de Dios la percibimos espiritualmente en la Encarnación del Verbo divino (JN. 1, 14-18; COL. 1, 15-16).

   Dios es misericordioso y justo (SAL. 33, 4-5. 103, 6-8. 145, 17-20; 1 JN. 2, 1).

   Si Dios no fuera misericordioso, no podríamos ser salvos, ya que su justicia se nos aplicaría implacablemente.

   Si Dios no fuera justo, su misericordia no sería más que la aceptación del mal que ha hecho la humanidad. En tal caso, Dios se portaría como los padres que les consienten a sus hijos pequeños que actúen inadecuadamente y no los corrigen.

   El Dios misericordioso tiene piedad de quienes hacen el mal, pero, por causa de su justicia, sólo salva a los hombres después de purificarlos de sus pecados (1 JN. 3, 7; LC. 6, 36).

   Uno de los atributos de Dios es la “trascendencia”, así pues, Él, por sus cualidades, supera las cualidades relativas a la naturaleza del mundo en que vivimos.

   Dios es “omnipotente” porque, su poder carece de límites, como sucede con todas sus cualidades.

   Dios es “Santo” por causa de su perfección y su bondad (JN. 17, 11; 14, 25-26).

   En los Hechos de los Apóstoles, leemos que los Apóstoles oraron en los siguientes términos, expuestos en HCH. 4, 27.

   En el Antiguo Testamento la santidad de Dios se manifestaba en la distancia que Él mantenía con respecto a los hombres, ya que el término “santo” significa separado o apartado, así pues, Dios no es imperfecto como nosotros ni está contaminado por el pecado original. El Sumo Sacerdote de los judíos era el único que podía entrar en el lugar santísimo para ofrecer un sacrificio por los pecados de su pueblo y sus propias transgresiones de la Ley divina. Las víctimas que se sacrificaban habían de estar totalmente sanas, simbolizando la pureza espiritual que Dios les exige a sus creyentes (LV. 22, 20; MAL. 1, 14).

   Los judíos tenían totalmente prohibido mirar el arca de la Alianza y de ninguna manera podían tocarla (1 SAM. 6, 19; 2 SAM. 6, 6-7).

   Los judíos pensaban que era imposible ver el rostro de Dios para ellos sin que la justicia divina los fulminara (EX. 33, 20).

   Dado que los judíos estaban rodeados de pueblos politeístas, Dios no quería aparecérseles a sus creyentes de forma visible, con el fin de que ellos y sus descendientes no hicieran imágenes de Él y le confundieran con divinidades extranjeras. El deseo de Nuestro Padre común de que sus creyentes no fueran politeístas, le condujo a no manifestarse abiertamente como Trinidad Santísima, con el fin de que los hijos de su pueblo no creyeran que debían adorar a tres dioses.

   La santidad exterior que se refleja en el Antiguo Testamento es la imagen de la santidad espiritual que Dios nos exige a nosotros, pues Nuestro Padre común odia el pecado (MT. 5, 48).

   Dios quiere que sus adoradores sean santos (LV. 19, 2).

   En el Nuevo Testamento, se nos insta a emular la santidad de Nuestro Señor Jesucristo (JN. 8, 46).

   Se nos insta a que seamos purificados por Dios para que podamos ser santos (HB. 9, 22).

   Si somos cristianos y hemos recibido el Espíritu Santo según vimos al recordar la celebración de la solemnidad de Pentecostés, hemos de imitar la santidad de Nuestro Señor (1 COR. 3, 17; 2 COR. 3, 17-18).

   Dios es “eterno” porque, Nuestro Creador, a diferencia de nosotros que nos contamos entre sus creaturas, carece de principio y fin.

   Dios es Todopoderoso (MT. 19, 24-26).

   Jesús nos dice que necesitamos querer conocer a Dios con el fin de que podamos ser salvos, pues Nuestro Creador lo puede todo (MT. 28, 18; AP. 1, 8).

   La omnipotencia de Dios es eficaz (SAL. 115, 3).

   A pesar de que Dios es todopoderoso, no hemos de pensar que es el responsable directo de todo lo que sucede en el mundo, pues Él respeta la libertad que nos concedió al crearnos para que le sirvamos voluntariamente o para que elijamos la posibilidad de rechazarle.

   Dios no es el autor del pecado, según deducimos esta realidad al considerar el siguiente texto, que leemos en HAB. 1, 13-14.

   Dios permite que el mal esté presente en el mundo, pero somos nosotros los que pecamos, así pues, Nuestro Creador no es el autor del pecado.

   (ST. 1, 12-17). El autor sagrado distingue dos tipos de pruebas.

   1. Las pruebas que sufrimos (con estas pruebas hemos creído ser probados por falta de argumentos científicos que expliciten la existencia de lo que consideramos el mal y las enfermedades) con el fin de superarnos como personas cristianas (1 COR. 10, 13).

   2. El pecado, el cual proviene de la aceptación de los pensamientos que surgen en nuestra mente, los cuales nos condenan a muerte una vez que los convertimos en obras. Mientras tenemos dichos pensamientos en mente no se nos puede culpar de pecar hasta que los convertimos en obras, aunque, al deleitarnos por tener dichos pensamientos, los mismos son pecados de pensamiento.

   Si Dios no es el autor del pecado, sí es el autor de los castigos con que hemos creído que corrige a los pecadores, por causa de la carencia de argumentos que expliciten la existencia de la adversidad (AM. 3, 6).

   Aunque Dios respeta la libertad que nos ha concedido, controla el poder de los pecadores y del demonio, con el fin de que no impidamos que Nuestro Padre común pueda llevar a cabo su designio salvador, según deducimos este hecho de los dos primeros capítulos del libro de Job, pues, la incorrecta interpretación del siguiente relato de Job, puede conducirnos a pensar que Dios y el diablo se han aliado para torturar a la humanidad, pues esto no es verdad (Job. capítulos 1-2; ST. 5, 11).

   Dios obtiene beneficios para nosotros de las pruebas a las que erróneamente hemos llegado a creer que nos somete, así pues, cuando los hijos de Jacob le pidieron a su hermano José que no les maltratara y les perdonara por haberle vendido como si fuera su esclavo, José les dijo las palabras que hayamos en GN. 50, 20. Gracias a la citada venta, José se hizo grande en Egipto, y por ello pudo socorrer a sus familiares cuando la sequía asoló la tierra de Canaán, y ellos fueron a Egipto a vivir con el que fue el hombre más importante del país, después del Faraón.

   "Los “atributos positivos” de Dios son aquellos mediante los cuales conocemos las perfecciones de la Trinidad beatísima, tales como su bondad y su misericordia. Por el contrario, llamamos “atributos negativos”, a aquellos que nos informan de que Nuestro Criador es infinitamente perfecto.

   Llamamos “atributos absolutos”, a aquellos que les son comunes a las tres Personas de la Santísima Trinidad, tales como su eternidad.

   Los “atributos relativos”, son aquellos que se refieren a una de las tres Personas de la Santísima Trinidad, -como la Paternidad del Padre-, o a 2 Personas del misterio más importante de la fe cristiana, -como es el caso de la voluntad del Padre y del Hijo-.

   Llamamos “atributos quiescentes”, a aquellos que nos instan a considerar a Dios como el Ser por excelencia. Uno de los citados atributos es la simplicidad.

   Llamamos “atributos operativos”, a aquellos por cuya existencia consideramos a Dios como Ser dotado de poder y de capacidad para poder obrar, como es el caso de la omnipotencia.

   Son “atributos morales”, aquellos por los que sabemos que nuestro Creador es un Ser moral, así pues, un ejemplo de ello es la sabiduría.

   Decimos que Dios es “simple”, porque no se puede descomponer o dividir en varias partes, así pues, las tres Santas Personas divinas, son un sólo Dios.

   Otro de los atributos de Dios, es la “unidad”, porque, las tres Personas de la Trinidad Beatísima, son una sola Deidad, por lo cuál, no podemos hablar de la coexistencia de 3 dioses distintos, porque, las 3 Personas de dicho misterio, son un único Dios, por lo cuál, las tres Personas forman parte de ellas, de la misma manera que, las 3 líneas de que se compone un triángulo, parten de una misma base.

   Si las 3Personas del misterio trinitario son un sólo Dios, no pueden tener descendientes, pero sí poseen el atributo de la “eternidad”, porque nunca tuvieron un principio, y jamás conocerán su fin (SAL. 90, 2; HEB. 9, 14).

   Nuestras nociones del tiempo no le son aplicables a Dios, dado que disponemos de un reducido número de años los cuales limitan nuestra vida, mientras que Él no morirá (2 PE. 3, 8).

   El hecho de que Dios no esté sometido a un número de años los cuales limiten su vida, no significa que el tiempo no cuenta para Él, dado que Nuestro Padre común se nos ha manifestado con obras y palabras en el tiempo que ha estimado oportuno que ello redunde en nuestro beneficio (SAL. 31, 14-16; HAB. 3, 2).

   Dios permanece invariable, -es decir, Nuestro Creador celestial no cambia- (SAL. 102, 13 y 28).

   La “inmensidad”, es el atributo que le permite a Dios difundirse sin límite alguno, lo cuál, le permite estar en todas partes, así pues, si la difusión de Dios, recibe el nombre de “inmensidad”, la “ubicuidad”, es la permanencia de Dios en todas partes.

   Dios está en todas partes:

   1. Por “presencia”, porque posee la facultad de verlo todo.

   2. Por “potencia”, porque hace posible la conservación de todo cuanto ha creado.

   3. Por “esencia” o “naturaleza”, porque le da el ser -o la existencia- a todo cuanto existe.

   Dios es “omnisciente”, porque posee el conocimiento de todo aquello que es real o posible (SAL. 139, 1-18).

   Los Apóstoles de Nuestro Señor le dijeron a Jesús en la noche en que el Mesías empezó a sufrir su Pasión, las palabras que encontramos en JN. 16, 30.

   San Pablo nos instruye: (1 COR. 2, 9-10).

   Dios conoce nuestro pasado y el futuro que nos aguarda. Dios no permanece como un espectador que ve una obra de teatro al contemplar nuestra vida, así pues, Él aprovecha las circunstancias que vivimos para revelarnos su verdad, así pues, por este hecho nos admite a vivir en su presencia o en comunión (común unión) con Él.

   Dios posee el atributo de la “omnipresencia”, porque es un Ser ubicuo, es decir, que, en todo tiempo, está presente en todas partes (SAL. 139, 7-10; MT. 18, 19-20). 28, 20).

   Nosotros no somos panteístas, es decir, no creemos que el conjunto de la creación es Dios, pues en la Biblia leemos las siguientes palabras del Rey Salomón: (1 RE. 8, 27).

   Salomón nos hace entender que Dios es independiente de su creación. Así pues, los seres creados no formamos parte de la Divinidad.

   La omnipresencia de Dios hace imposible el hecho de que nos hallemos lejos de Nuestro Padre celestial (HCH. 17, 26-28).

   El hecho de que vivimos en Dios, no significa que formamos parte de Él, sino que vivimos porque su Espíritu Santo nos ha dado la vida.

   Dios es el Señor de toda la tierra, así pues, en virtud de esta realidad, Él no ejerce su jurisdicción solamente sobre una parte del planeta (JER. 23, 23-24; JON. 1, 1-16). Jonás huyó de Dios porque pensó que, si los ninivitas se hacían poderosos, podrían conquistar Israel, así pues, El huyó de la presencia de Dios, prefiriendo que los ninivitas murieran antes que conquistaran su tierra. Dado que Yahveh aún no se había revelado nada más que a los hebreos, Jonás pensó en ocultarse en Tarsis, con el fin de que Dios no le encontrara para que no pudiera obligarle a predicarles a los habitantes de Nínive.

   Llamamos “misterios” a las revelaciones que Dios nos hace, cuya naturaleza, es totalmente incomprensible para nosotros. No en vano, el término “misterio”, procede del vocablo latino “misterium”, y, etimológicamente, significa, “cosa oculta”.

   La Trinidad de Dios, es la base sobre la cuál se originan -o fundamentan- todos los misterios que caracterizan la fe cristiana.

   Dios es Uno en esencia -o naturaleza-, y Trino en Personas. Así pues, Dios es indivisible, porque sólo tiene una naturaleza espiritual y una voluntad, y, por ser un sólo Ser, -lógicamente-, posee un sólo entendimiento. No en vano, el alma humana, -imagen y semejanza del Espíritu Santo-, posee 3 potencias: El entendimiento, la voluntad, y la memoria, los cuales son estimulados gracias a los dones y virtudes que recibimos de Nuestro Criador.

   Para comprender mejor el misterio de la Santísima Trinidad, veamos lo que significan las palabras naturaleza y persona.

   Llamamos "naturaleza", a la esencia y a las propiedades características de todos los seres. En sentido moral, llamamos naturaleza, a la luz, al conjunto de virtudes que el hombre posee al nacer, y, posteriormente, le ayudan a discernir el bien de lo que es considerado por El como malo -o superfluo-.

   Llamamos "persona", a todo ser inteligente, al que se le atribuyen todos sus actos.

   La primera Persona del misterio que estamos recordando, es el Padre, porque de Él proceden el Hijo y el Espíritu Santo, por consiguiente, Nuestro Santo Creador, engendró al Hijo desde la eternidad, por lo que Jesucristo posee la misma esencia -o naturaleza-, de quien le engendró por generación intelectual.

   La tercera Persona del citado misterio, es el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo desde la eternidad. Estas tres Personas, tienen una misma naturaleza espiritual, por lo que, en consecuencia, poseen los mismos dones y virtudes, como es el caso de su entendimiento.

   Nuestro Dios se nos revela en las Personas del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En la Biblia no podemos leer que Dios es una Trinidad de Personas, pero, bajo esta óptica, podemos comprender perfectamente las Sagradas Escrituras en su conjunto, así pues, como más adelante veremos al estudiar algunos de los nombres con que es conocido nuestro Creador, al interpretar versículos bíblicos como GN. 1, 26, en que Nuestro Criador es llamado con el plural de “Elohim”, lo cual se traduce como “los dioses fuertes y todopoderosos”, nos encontramos en el caso de que, o aceptamos como verdadera la existencia de Dios como Trinidad Beatísima, o tenemos que reconocer el politeísmo oficial del Judaísmo, lo cual contradice la doctrina bíblica.

   Podemos comprobar la existencia de más de una Persona en el seno de la Deidad al comienzo de la Biblia, donde leemos: (GN. 1, 1). En el original hebreo de este texto, aparece la forma singular de “Elohim”, que se traduce como “el Dios fuerte y Todopoderoso”. Como el Judaísmo es monoteísta, deducimos de la traducción del siguiente versículo que Dios no es una sola Persona, así pues, a continuación, leemos: (GN. 1, 2).

   En el citado volumen bíblico, vemos ejemplos de la aparición del plural de Elohim (GN. 1, 26).

   Después de la comisión del pecado original, Dios dijo las palabras que leemos en GN. 3, 22). El Padre utilizó la palabra “nosotros” en el versículo del primer libro de la Biblia que estamos considerando, así pues, este hecho indica que Él estaba en comunicación constante con el hijo y el Espíritu Santo.

   Si en el Antiguo Testamento (la primera parte de la Biblia) se nos manifiestan las tres Personas divinas unidas en la obra de la creación, en el Nuevo Testamento (la segunda parte de la Biblia), el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se nos revelan unidos en la obra de la salvación de la humanidad.

   Vemos cómo la Trinidad Beatísima se nos revela en el Bautismo de Jesús, el Padre dando testimonio del Hijo, el Espíritu descendiendo sobre el Mesías, y Jesús dejándose fortalecer y recordando su permanencia en el cielo antes de hacerse Hombre (este es el significado de la apertura del cielo la cual es indicativa de la reaparición del profetismo extinguido en Israel desde hacía cuatro siglos), para cumplir la voluntad del Padre (MT. 3, 16-17).

   Nuestro Señor les dijo a sus Apóstoles que bautizaran a sus discípulos en el nombre del Dios Uno y Trino (MT. 28, 19-20).

   Es posible que seamos recién nacidos espirituales al recibir el Sacramento del Bautismo gracias a la obra regeneradora del Espíritu Santo en nosotros, el amor del Padre y el sacrificio expiatorio con que el hijo nos dio la vida eterna que tendremos al final de los tiempos (JN. 3, 5-6. 14-15).

   El corazón de los cristianos es la morada del Dios Santísima Trinidad, según las siguientes palabras de Jesús, contenidas en JN. 14, 15-23; 1 COR. 3, 16-17). 6, 19).

   La bendición apostólica de San Pablo a los Corintios, les fue dada a los citados cristianos en el amor de las tres Personas de la Santísima Trinidad (2 COR. 13, 13).

   La Resurrección de Jesús les fue atribuida al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo (HCH. 2, 24-28; JN. 2, 18-22. 10, 17-18; ROM. 8, 11).

   Si Jesús tiene poder para resucitar por Sí mismo, también tiene poder para resucitarnos al final de los tiempos, cuando concluya la instauración del Reino de Dios entre nosotros (JN. 5, 21. 6, 40).

   Veamos algunos versículos trinitarios, es decir, textos bíblicos en los que aparecen más de una Persona en el seno del Ser de Dios: (HCH. 2, 32-33; 1 COR. 12, 4-6; EF. 4, 4-6; 1 PE. 1, 2-5).

   Cuando nuestros hermanos antitrinitarios nos exijan que les expliquemos cómo es posible el hecho de que existan tres Personas en el seno de la Deidad, podemos reconocer ante ellos que efectivamente esta verdad de fe no se puede explicar científicamente, a pesar de que no tiene por qué contradecir nuestra razón, aunque escapa a nuestra comprensión de seres imperfectos. El hecho de que no podamos comprender la Trinidad de Dios no ha de hacernos dejar de creer esta verdad de fe, dado que no podemos comprender cómo un Ser perfecto decidió crear a seres imperfectos que le traicionaron, ni el poder que Jesús tenía para hacer milagros, de la misma manera que tampoco podemos explicar científicamente nuestra recepción del Espíritu Santo ni ningún otro misterio divino.

   Es importante que creamos en el Hijo de Dios, -la segunda Persona de la Santísima Trinidad-, pues San Juan escribió en su primera Epístola: (1 JN. 5, 13).

   En el Nuevo Testamento encontramos pruebas sólidas que nos hacen creer en Jesús, Aquel de quien cristianos como los testigos de Jehová y los adventistas dicen que no es Dios, sino un dios inferior, así pues, en los Hechos de los Apóstoles, leemos unas palabras que San Pedro pronunció un día en que Jesús curó a un paralítico por su medio en el Templo de Jerusalén, ofreciéndole así a dicho hombre la posibilidad de tener fe en Jesús, el Hijo de Dios: (HCH. 3, 16).

   ¿Cómo se explica el hecho de que Jesús podía curar a los enfermos e incluso hacer otros milagros? Nicodemo, un judío perteneciente al Tribunal de Justicia de Israel, le dijo en cierta ocasión unas palabras a nuestro Señor con que podemos responder la pregunta que nos hemos planteado (JN. 3, 2). En los Hechos de los Apóstoles, también se nos responde la pregunta que nos hemos planteado, así pues, he aquí algo que sucedió como consecuencia de la visión de las autoridades de Israel de la curación del citado paralítico: (HCH. 4, 7-10).

   San Pedro dijo en la ocasión que estamos recordando unas palabras que también nos hacen aceptar la Deidad de Nuestro Señor (HCH. 4, 12).

   Jesucristo es el único que nos puede dar la vida eterna porque, de la misma manera que pagamos nuestras culpas, Dios tuvo que pagar la culpa de permitir que vivamos bajo nuestras miserias actuales a través del sacrificio de su Hijo, así pues, dado que Adán hizo que la humanidad perdiera una vida semiperfecta, Jesús, por su Pasión, muerte y Resurrección, nos concedió la vida perfecta.

   Los Apóstoles estaban tan seguros de que Jesús es Dios, que, después de que Pedro y Juan fueran amenazados por las autoridades judías de Palestina para que no predicaran ni hicieran más milagros en nombre del Nazareno, oraron diciéndole a Nuestro Padre común: (HCH. 4, 30).

   El siguiente episodio bíblico nos hace entender mejor cómo los Apóstoles respetaban el nombre de Dios, y a Jesús como Dios verdadero (HCH. 5, 26-42).

   He aquí lo que hizo el Diácono Felipe en Samaria, pues ello nos hace admirarnos de la fuerza que tiene el nombre de Dios: (HCH. 8, 12).

   Cuando llegó a Jerusalén la noticia de que los samaritanos se estaban cristianizando, algunos de los Apóstoles que estaban en la capital de Judea en aquel tiempo, se reunieron y acordaron enviar a Pedro y a Juan para que investigaran lo que Felipe estaba haciendo en aquella parte del país cuyos habitantes estaban enemistados con el resto de miembros judíos de Palestina (HCH. 8, 15-16). Este texto de San Lucas testimonia el cumplimiento de las palabras que Nuestro Señor les dirigió a sus Apóstoles antes de ser ascendido al cielo después de que transcurrieran cuarenta días a partir de su Resurrección: (MT. 28, 19-20).

   San Pedro dijo en casa del centurión Cornelio antes de que el mismo pagano y sus allegados recibieran el Espíritu Santo: (HCH. 10, 42-43).

 Un poder tan grande como el que tiene Nuestro Señor por causa de su Deidad, no nos hace asombrarnos de lo que hizo San Pablo apenas se convirtió al Evangelio (HCH. 9, 28).

   San Pablo, cuando por boca del profeta Agabo supo en Cesarea que tenía que afrontar maltratos en nombre de Dios, le dijeron quienes le aconsejaron que se pusiera a salvo: (HCH. 21, 13).

   Ya que desgraciadamente no todos los cristianos creen que Jesús es, según el Credo Atanasiano, “luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero”, nos es necesario recordar que en el Antiguo Testamento se nos da a entender que Dios tenía que hacerse hombre para llevar a cabo la salvación de la humanidad bajo las condiciones características de nuestro estado actual, es decir, bajo la vivencia del sufrimiento, así pues, recordemos los siguientes textos bíblicos en que el Angel de Yahveh cumplía la misión de hacer estas revelaciones proféticas: (GN. 16, 7-16).

   De la misma manera que Ismael sufrió el alejamiento de su padre, y posteriormente fue engrandecido por el Dios que le hizo tener una gran descendencia, Jesús sufrió su Pasión y muerte, y posteriormente fue resucitado y galardonado por Dios, el cual le hizo Rey.

   En el capítulo 18 del Génesis aparecen tres ángeles, de los cuales uno habló con Abrahanm y le dijo que Él era Dios. Interpretando la Biblia en su conjunto, sabemos que dicho Angel no era otro que el Angel de Dios, quien le reveló a Abraham su futura paternidad de Isaac, el cual aseguraría su descendencia, y sería el portador y transmisor de la promesa divina de aumentar su descendencia y poblar la Tierra prometida que el mismo Yahveh le hizo a Abraham a sus descendientes. Abraham e Isaac, son imágenes de Dios y de su Unigénito.

   Jacob luchó contra el Angel de Dios, de lo cual se deduce que el pueblo de Israel se opuso a Yahveh en muchas ocasiones (GN. 32, 24-30).

   En el libro de los Salmos vemos que Jesús (el Mesías o Ungido) es el Hijo de Dios (SAL. 2, 7-8).

   Jesús, al ser Dios, recibe nombres divinos (IS. 9, 5).

   SE asocia a Dios con un Hijo suyo en textos como los siguientes: (2 SAM. 7, 14). (Interprétese el citado texto en sentido espiritual, dado que literalmente se refiere a David). (PR. 30, 4).

   En el capítulo 8 del libro de los Proverbios, se nos presenta la Sabiduría divina, de tal forma que vemos que la misma es Jesucristo, el Mediador entre Dios y los hombres (PR. 8, 1-36).

   En el Antiguo Testamento se afirma que tanto el Ministerio como los padecimientos de Jesucristo serían vividos por el mismo Dios, el cual sufriría en su Unigénito, así pues, Dios fue vendido en la persona de su Primogénito por treinta siclos de plata, es decir, el precio por el que en el tiempo de Jesús se podía comprar un esclavo (ZAC. 11, 12-13).

   El mismo Dios fue traspasado en la Persona de Nuestro Señor cuando un soldado traspasó el costado de Jesús con su lanza (ZAC. 12, 10).

   En la profecía de Zacarías, se dice de Jesús que Nuestro Señor es compañero de Dios, en el siguiente anuncio del abandono del Mesías por parte de sus Apóstoles, que aconteció cuando el Hijo de María fue arrestado en Getsemaní (EZ. 13, 7).

   Una prueba de que Jesús es Dios es su eternidad, según se afirma en la profecía de Miqueas (MI. 5, 1).

   Ya en el Nuevo Testamento, Jesús se aplica a sí mismo la palabra “Yahveh”, que se traduce como “Yo soy el que soy" (JN. 8, 23-24).

   Jesús nos da a entender que posee el atributo de la eternidad (JN. 8, 58).

   Jesús dijo de Sí mismo que Él es el Señor del Antiguo Testamento (MT. 22, 42-45).

   Jesús afirma que Él es un mismo Dios con el padre en esencia (JN. 10, 30, y 35-38. 14, 8-11. 17, 1-3, 9-11, y 17-23).
   Una prueba de que Jesús es Dios, es su posesión de los atributos divinos (MT. 18, 19-20). Jesús actualmente está en el cielo, pero, al mismo tiempo, Nuestro Señor está presente en la Iglesia y en el corazón de los hijos de esta, así pues, Nuestro Señor es omnipresente.

   Jesús es omnisciente (JN. 2, 23-25). Era normal que Jesús permaneciera alerta en aquella ocasión por haberse ganado la enemistad de la mayoría de los componentes de la alta clase social de Palestina por haber expulsado a los vendedores de animales y a los cambistas de monedas del Templo de Jerusalén, pero, dado que Nuestro Señor es Dios, no nos equivocamos al pensar que sabía perfectamente de quiénes había de fiarse.

   Jesús es omnipotente (MT. 28, 18; JN. 5, 21-24).

   Tal como vimos más arriba al meditar JN. 8, 58, Jesús posee el atributo de la eternidad (JN. 17, 4-5).

   Jesús es Santo por causa de su aceptación y respeto de la verdad del Padre y de su pureza (JN. 8, 46).

   Al estudiar los milagros que Jesús hizo, alimentando a los hambrientos (por ejemplo en MT. 14, 13-21), sanando a los enfermos (por ejemplo en MC. 2, 1-12), y resucitando a tres muertos (MC. 5, 21-43; LC. 7, 11-17, y JN. 11, 1-45), vemos que Nuestro Señor está lleno de la gracia divina, una gracia que le permite perdonar pecados, según hizo con una pecadora en LC. 7, 48.

   Dado que Jesús es Dios, debemos adorarlo (MT. 2, 11). SE me puede objetar por parte de quienes no creen en la Deidad del Mesías diciéndoseme que Jesús por su escasa edad no fue consciente de que los astrólogos orientales le adoraron, pero Él debió saber que iba a ser adorado durante su vida privada y pública antes de ser concebido en el seno virginal de María.

   Después de que los Apóstoles vieron cómo Jesús en cierta ocasión amainó la fuerza del viento y de las olas que azotaban la barca en que viajaban en el lago de Genesaret, adoraron al Mesías y le dijeron: (MT. 14, 33).

   Según MT. 28, 9, las mujeres que supieron que Jesús había resucitado, adoraron al Hijo de María cuando le vieron como vencedor de la muerte.

   Antes de que Jesús fuera ascendido al cielo cuarenta días después de su Resurrección, los Apóstoles le adoraron (LC. 24, 52; JN. 5, 22-23).

   Los autores del Nuevo Testamento reconocen a Jesús como Dios, así pues, San Juan escribió en su Evangelio, las palabras que leemos en JN. 1, 1, 3, 10-12; ROM. 9, 1-5; COL. 1, 14-19; HEB. 1, 1-3. 13, 8; 1 JN. 5, 20).

   Al reconocer a Jesús como Dios verdadero, los autores del Nuevo Testamento nos enseñan a adorarle de la misma manera que debemos adorar al Padre, cuya Deidad es indiscutible tanto para los trinitarios como para quienes no aceptan la existencia de las tres divinas Personas en el seno de la Deidad (HCH. 7, 57-60; 1 COR. 1, 1-3; FLP. 2, 6-11; COL. 2, 9-10).

   La Resurrección de Nuestro Señor es la mayor prueba que tenemos de su Divinidad (ROM. 1, 1-4).

   San Pedro nos dice que Jesús es Dios (2 PE. 1, 1-2).

   San Pablo también nos dice que Jesús es Dios (TT. 2, 11-13).

   El autor de la Carta a los Hebreos, nos dice con respecto a Jesús, citando el Antiguo Testamento: (HEB. 1, 8-10).

   En el caso de que los antitrinitarios sigan negando la Deidad de Jesús ante vosotros, podéis recordarles que el Señor mismo permitió que Tomás, a partir del momento que aceptó su Resurrección de entre los muertos, le reconociera como Dios (JN. 20, 28).

   El Apóstol Natanael le dijo a Jesús el día en que Nuestro Señor le pidió que le siguiera: (JN. 1, 49).

   Jesús le dijo a la samaritana de Sicar: (JN. 4, 26).

   En el episodio de las tentaciones de Jesús, Satanás, el mayor enemigo de Dios, reconoce a Jesús como Mesías, cuando le dice: (MT. 4, 3 y 6. CF. 16, 15-16).

   Jesús les dio facilidades a los componentes del Sanedrín que lo detestaban para que dictaran su sentencia a muerte, cuando aconteció lo expresado en los siguientes versículos del Evangelio de San Mateo: (MT. 26, 63-64).

   Los principales sacerdotes de Israel se burlaron de Nuestro Señor cuando le vieron crucificado, diciendo: (MT. 27, 43).

   San Marcos comenzó su Evangelio con las siguientes palabras: (MC. 1, 1).

   Por su parte, San Lucas concluyó su genealogía de Jesús en los siguientes términos: (LC. 3, 38). Si Adán es hijo de Dios, y Jesucristo proviene de Dios y como hombre es descendiente de Adán, concluimos que Nuestro Señor es Hijo del Altísimo.

   Jesús es el Unigénito de Dios, según vemos en el siguiente texto: (JN. 3, 16-18).

   Jesús es el Unigénito de Dios por causa de su eternidad (HEB. 7, 1-3).

   Jesús es el Unigénito de Dios. Nuestro Señor fue engendrado en el seno de María por obra del Espíritu Santo (LC. 1, 35).

   Siendo Cristo la segunda Persona del seno de la Deidad, no ha de extrañarnos el hecho de que Nuestro Señor tenga las mismas perfecciones características de Nuestro Padre común (JN. 1, 1-18. 10, 30-39; FLP. 2, 5-6).

   Jesús nos da a entender que Él es igual al Padre (JN. 5, 15-47).

   Jesús se hizo Hombre para cumplir la voluntad del Dios que nos quiere salvar (JN. 3, 16-17).

   Jesús les dijo a sus opositores: (JN. 8, 42; GÁL. 4, 4-7; HEB. 1, 2).

   El hecho de que Jesús sea Hijo de Dios no está relacionado con su misión redentora, así pues, hace referencia a su naturaleza, la cual es la misma naturaleza de Nuestro Creador celestial, lo cual atestigua que el Mesías es igual al Padre, así pues, no ha de extrañarnos que Jesús reclame que se le reconozca como Dios: He aquí un breve fragmento del juicio al que el Sanedrín sometió a Nuestro Señor: (LC. 22, 70; JN. 10, 36. 11, 4).

   Los judíos le dijeron al Procurador Poncio Pilato con respecto a Jesús: (JN. 19, 7).

   Los Apóstoles proclamaron que Jesús es el hijo de Dios (HCH. 9, 17-20; GÁL. 2, 20; 1 JN. 3, 7-9. 5, 1-20).

   En el episodio de la Transfiguración del Señor, también se demuestra la divinidad de Jesús, cuando el Padre da testimonio de Nuestro Señor, diciendo: (LC. 9, 35). San Pedro les recordó el pasaje citado a los lectores de su segunda Carta (2 PE. 1, 16-18).

   El carácter de las obras llevadas a cabo por Jesús demuestra que el Señor es Hijo de Dios (JN. 1, 14 y 18; HEB. 1, 3).

   Si los antitrinitarios os enseñan Biblias en las que se dice, por ejemplo, en JN. 1, 1, que Jesús es dios, y no Dios, y aparecen en las mismas otras diferencias con respecto a la gran mayoría de Biblias existentes, rechazad con respeto y energía la falsificación de las Sagradas Escrituras que quieran presentaros como válida. En el caso de que no seáis creyentes y queráis conocer la Biblia, aunque sólo sea por adquirir conocimientos culturales referentes al Judaísmo y el Cristianismo, leed una Biblia de una denominación mayoritaria como lo son las versiones evangélicas y católicas de las Escrituras (cito a los evangélicos antes que a los católicos por respeto, así pues, no me malinterpretéis los católicos), pues pienso que os es más útil conocer una versión del texto sagrado más afín al original hebreo y griego del mismo, que un texto manipulado por una denominación minoritaria, que modifica hechos reconocidos hasta por los no creyentes aunque sólo sea como subjetivos, tales como la Deidad de Jesús y  la personalidad del Espíritu Santo.

   Los argumentos a favor de la existencia de Dios son tantos como las razones que impiden que la mayor parte de la humanidad crea en Él. Hay que tener en cuenta que, aunque la mayor parte de la humanidad sabe de la existencia de Dios, no le acepta, no porque no cree en Él, sino porque su fe y su amor no son lo suficientemente inquebrantables como para someterse al cumplimiento de la Ley del Altísimo.

   Los ateos niegan absolutamente el hecho de que Dios exista. Mientras que algunos ateos creen que el universo material es la realidad última, otros argumentan que la existencia del sufrimiento en el mundo hace imposible el hecho de que exista el Dios del amor.

   Los ateos se dividen en tres clases:

   1.   Negativos: No se han planteado nunca la posibilidad de pensar en la existencia de Dios.

   2.      Positivos: A pesar de que tienen un conocimiento de Dios suficiente como para tener y ejercer fe en Él, niegan la existencia del Todopoderoso. Los positivistas creen que sólo existen las realidades demostrables mediante la ciencia, por lo que piensan que no tiene sentido el hecho de pensar en la existencia de Dios, dado que ello no es demostrable por medios humanos.

   3. Prácticos: Admiten la existencia de Dios e incluso que creen en Él, pero no se someten al cumplimiento de la voluntad de nuestro Padre común.

   Los agnósticos creen que la evidencia tanto a favor como en contra de la existencia de Dios es cuestionable, así pues, al no poder resolver esta cuestión, no pueden ir más allá de sus dudas.

   ¿ha existido el universo siempre?

   ¿Existe un Dios que ha llamado al universo a la existencia?

   ¿De dónde venimos?

   ¿Son nuestros antepasados comunes Adán y Eva?

   Estas y otras preguntas nos hacen cuestionarnos la existencia de Dios, de manera que comprendemos la incertidumbre que desde el punto de vista de la fe incompleta tenemos con respecto al pasado y el futuro de la humanidad, y también comprendemos la necesidad que el hombre ha tenido desde que existe de creer en un ser superior que rija su destino.

   El Concilio Vaticano I, afirmó:

   “La misma Santa Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas (por El) creadas” (Constitución Dogmática Dei Filius, c. 2, Dz. 1785).

   ¿Cómo podemos conocer a Dios por medio de nuestra razón natural? Podemos llegar a la conclusión de que Dios existe por nuestros propios medios, pero para ello es necesario que sintamos un verdadero deseo de conocer a Nuestro Padre común, pues ello nos exige el deseo de conocer y cumplir puntualmente la voluntad de Nuestro creador, así pues, muchos católicos en la práctica son ateos prácticos, es decir, creen en Dios, pero viven como si no tuvieran fe, con tal de no cumplir la voluntad de Nuestro Padre celestial.

   No hemos de confundir el conocimiento de Dios con la comprensión de los misterios de Nuestro Padre celestial, pues ello escapa a nuestra razón, dado que Él es perfecto, y nosotros somos limitados.

   Dado que Dios es un ser incorpóreo (carece de cuerpo físico), no podemos conocerle actualmente directamente porque no podemos verle, aunque podemos sentir su presencia entre nosotros por medio de la fe, pero, a pesar de ello, podemos conocer a Nuestro Criador indirectamente, según deducimos este hecho al contemplar la grandiosidad de la Creación: (ROM. 1, 16-21).

   Demostramos la existencia de Dios por medio del "principio de causalidad", por el cual entendemos que no hay "efecto sin causa", es decir, que el Universo no se ha podido crear a partir de la nada.

   Los seres “contingentes” (su aparición en el mundo no depende de ellos) aparecen de tres maneras:

   1.   De otro ser igual a ellos (procedemos de nuestros padres).

   2. De los elementos que los compone (una gota de agua se compone de una molécula de hidrógeno y dos de oxígeno).

   3. Por creación, de lo cuál nuestra alma espiritual es un claro ejemplo.

   Los seres contingentes no podemos proceder de la nada, de hecho, es absurdo el hecho de pensar que no tenemos un Creador.

   Tampoco procedemos unos de otros en serie infinita, porque no somos eternos, y, de ser esto posible, deberíamos conocer la existencia del iniciador de la serie. Si la serie tiene un iniciador, no somos eternos, pero, si carece del mismo, ¿de dónde venimos?

   Dado que no podemos demostrar que el género humano procede de un ser contingente, no tenemos más remedio que reconocer que procedemos de un Ser “necesario” (Dios), el cual es eterno, así pues, si Nuestro Creador fuera contingente, necesitaría proceder de un ser necesario para poder existir.

   No es mi pretensión esgrimir complicados argumentos filosóficos y metafísicos para demostraros que Dios existe, porque, más allá de toda meditación que se os pueda plantear, sois vosotros quienes tenéis que llegar a la conclusión relativa al hecho de si Dios existe o no existe, así pues, si somos hijos de Dios, y Él cree oportuno dársenos a conocer, se nos manifestará individualmente cuando crea que ello es oportuno para nosotros.

   Aunque no podemos describir a Dios físicamente porque el Todopoderoso carece de cuerpo, sí podemos describirle espiritualmente, utilizando a tal efecto muchos textos bíblicos. Utilizaré algunos de los textos descriptivos de Dios existentes en la Biblia a modo de ejemplos expositivos de las bondades del Todopoderoso.

   El libro de los Salmos forma parte del Antiguo Testamento o la primera parte de la Biblia, y contiene un total de ciento cincuenta oraciones muy bellas. En una de dichas oraciones encontramos la siguiente meditación: (SAL. 33, 5).

   Al meditar sobre el citado versículo de la Biblia, nos preguntamos:

   ¿Cuál es nuestra imagen de Dios?

   ¿Concebimos a Dios como a aquel Padre que tenemos en el cielo que premia a los buenos y castiga a los malos inmisericordemente, según se nos inculcó a muchos en nuestra preparación catequética a recibir al Señor en la primera Comunión?

   ¿creemos que Dios es un Juez implacable, o un Padre misericordioso?

   Si según recordamos anteriormente Dios ama la justicia y el derecho y su misericordia llena la tierra, ¿cómo podemos explicar las situaciones de miseria que han caído sobre la humanidad como plagas desoladoras?

   Si Dios es Nuestro Padre amante, ¿por qué no nos priva de vivir las situaciones desagradables que tenemos que sufrir irremediablemente?

   En la Biblia encontramos un versículo en cuyas letras se nos responden estas cuestiones que nos estamos planteando gráficamente (AP. 3, 19).

   Si Dios es Nuestro Padre y nos ama, ¿por qué nos castiga afligiéndonos?

   Si nuestra conducta no es correcta a los ojos de Nuestro Creador, ¿por qué no se nos revela Él personalmente y nos indica lo que hemos de hacer para cumplir su voluntad?

   Dios se hizo presente en el mundo hace dos milenios por medio de su Hijo Jesús. Nosotros no podemos aceptar la Palabra de Dios sin rebatirla, así pues, de la misma manera que los científicos pueden verificar sus descubrimientos, en conformidad con nuestras posibilidades, tenemos que deducir si Dios existe, y si la Palabra de Nuestro Padre común es útil para nosotros.

   Nuestra resistencia a creer en el todopoderoso, es la causa por la que Él permite que seamos atribulados con el fin de revelársenos en las circunstancias difíciles relativas a nuestra existencia, ya que cuando nadamos en la abundancia y tenemos una salud excelente, puede sucedernos que no necesitemos a Dios, y Nuestro Creador quiere que toda la humanidad le conozca y le acepte.

   San Pablo nos dice con respecto a la capacidad que hemos de tener para sobrevivir a las situaciones que erróneamente llamamos adversas que forman parte de nuestra vida: (1 COR. 10, 13; EF. 2, 4).

   Muchas veces llevamos a cabo ciertas acciones de cuya práctica nos arrepentimos con el transcurso del tiempo, quizá porque descubrimos que vivimos un corto espacio de tiempo comparado con la eternidad de Dios, y deseamos ser felices, ya que, odiando a quienes consideramos nuestros enemigos, lo único que conseguimos, es aumentar nuestra carencia de felicidad, o quizá porque actuamos con la intención de conseguir el efecto contrario al resultado que obtenemos. Es esta la causa por la que, al recordar las anteriores palabras de San Pablo, con respecto a que la piedad de Dios es grande, e inmenso su amor hacia nosotros, podemos comprender fácilmente que Nuestro Padre celestial nos conoce, nos ama, y nos insta a perdonar a nuestros prójimos así como también nos pide que nos perdonemos los defectos que nos caracterizan y las equivocaciones que forman parte de nuestro proceder, así pues, al limpiar nuestra alma espiritual de vanos resentimientos, le permitimos al Creador del universo colmar nuestros corazones de su paz.

   (HEB. 4, 16). Al meditar estas palabras del autor de la Carta a los Hebreos, tenemos la sensación de que Dios está junto a nosotros, por lo que, al no sentirnos abandonados por Él, y al estar amparados por la seguridad que nos brinda su protección paternal, sentimos que podemos albergar en el corazón una gran confianza en Él, ya que nos hemos percatado de que Nuestro Padre celestial realmente nos ama con todo el ímpetu de su Espíritu Santo (HEB. 11, 6).

   Al principio de esta meditación os dije que Dios es un Ser espiritual, así pues, Él premiará a quienes le acepten, de hecho, creemos que valora a muchos de sus seguidores, los cuales, han perdido la vida, para no renegar de su Señor. Quizá me diréis que creéis que el martirio no tiene sentido, y que si Dios existe y nos ama no puede permitir el sacrificio inútil de sus hijos, pero, quienes perdieron su vida sin malograr su fe, son dignos de ser venerados entre los miembros de la Iglesia Católica. Todos esos mártires que os estoy recordando murieron creyendo que Dios les daría una existencia más allá de nuestro medio natural, una vida sin fin, una oportunidad de habitar en un mundo sin miserias en el que reinará la plenitud a la que Nuestro Padre nos ha llamado, a pesar de que aún no hemos alcanzado ese estado.

   Sé que algunos os podéis preguntar: ¿Quién puede pensar que vamos a ser tan ingenuos para creer que el Dios que no se manifiesta favorablemente cuando los hombres sufren para ayudar a sus hijos es bueno sólo porque ello está escrito en la Biblia?

   También os podéis preguntar: ¿A qué secta nos hemos adherido, en que tenemos la impresión de que los creyentes deben desear alcanzar el martirio para ser considerados hijos especiales de Dios?

   Respondo la primera pregunta diciéndoos que a Dios hay que conocerle profundamente para poder creerle o rechazarle, pues no es la experiencia de nadie la que nos describe a Nuestro Padre común, sino la nuestra, dado que, si el Creador del universo es bueno, se nos manifestará cuando lo crea oportuno a todos nosotros.

   Respondo la segunda pregunta diciéndoos que, si bien es verdad que algunos cristianos han deseado ser mártires porque en tiempos de persecución se le ha hecho una gran publicidad a la fe admirable de los mártires para que los creyentes no renieguen de Dios, el Catolicismo es la religión de la vida, pues Jesús dijo en cierta ocasión: (MT. 22, 32), y en el libro bíblico de los Proverbios, leemos: (PR. 4, 23).

   No pretendo haceros a los no creyentes fieles de Dios a la fuerza, sino que meditéis conmigo, para que seáis vosotros quienes decidáis si debéis creer en Dios, o si, por el contrario, debéis rechazar nuestra fe.

   En el libro del Éxodo (el segundo volumen bíblico), Dios se describe a Sí mismo de una forma admirable, pronunciando su nombre en Hebreo, “Yahveh”, que se traduce como: “Yo soy”, o: “El que es”, en atención a sus atributos (EX. 34, 6-7). No entiendo la aplicación de la justicia de Dios como un castigo irremisible que caerá sobre quienes muchos consideran malvados.

   Centrémonos en algunas meditaciones que Jesús hizo con respecto al amor de Dios, las cuales fueron recopiladas por algunos autores evangélicos (biógrafos de Jesús). El primer texto que vamos a considerar superficialmente está en el Evangelio de San Juan Marcos, un Santo instruido por San Pablo y San Pedro, el primer Papa, pues el citado autor fue intérprete de dicho Apóstol de nuestro Señor en Roma, por lo cuál fue debidamente instruido en el conocimiento de nuestra fe, a pesar de que no es descartable la posibilidad de que el citado Hagiógrafo (autor bíblico) hubiera tenido la oportunidad de conocer a Jesús de Nazaret personalmente.

   Jesús le dijo en cierta ocasión a un intérprete de la Ley religiosa de Palestina: (MC. 12, 30).

   En el mundo en que hay tanta gente que sufre por causa de las situaciones adversas que padece, suenan triunfantes las palabras de Jesús: (MC. 1, 15).

   Jesús les dijo a sus oyentes en cierta ocasión: (MC. 4, 24). Estas palabras de Nuestro Señor nos instan a que nos cuidemos de no pecar contra nuestros prójimos juzgándoles incorrectamente, así pues, antes de emitir un juicio, hemos de escuchar a todas las partes inmersas en la situación que intentamos juzgar correctamente, con el fin de encontrar la última verdad, que habrá de primar sobre todas las versiones previas que hicimos al descubrimiento de la misma.

   San Mateo, el antiguo recaudador de impuestos o publicano, realza el significado de la exposición de las anteriores palabras de Jesús, transmitiéndonos las siguientes palabras del Hijo de María de Nazaret: (MT. 7, 12A).

   Jesús fue claro en su exposición de la doctrina matrimonial (MC. 10, 9).

   Si nos cuestionamos los límites de Dios, los cuales se definen en el hecho de que Nuestro Creador no puede cambiar la esencia de las cosas dado que si lo hace todo deja de ser lo que era antes de efectuar dicho cambio, podemos pensar en la realidad de las siguientes palabras de Nuestro Señor: (MC. 10, 27).

   Jesús quiere que creamos en Nuestro Padre común, así pues, Nuestro Señor nos dice: (MC. 11, 22).

   Jesús es la imagen de Dios, y, como es el Unigénito (Hijo único) del Padre, tiene la misma dignidad de Nuestro Creador, pero, por causa de su humildad, el Hijo de María se consideraba inferior a Dios, así pues, al definir la razón de su existencia mortal y de su misión mesiánica, decía: (JN. 8, 28).

   San Pablo nos dice con respecto a Jesús: (COL. 1, 15).

   Jesús quiere que confiemos en Él, por consiguiente, es esta la causa por la que en cierta ocasión les dijo a sus oyentes: (JN. 8, 36).

   Jesús nos invita a que aceptemos su verdad, y a que descarguemos sobre El nuestras preocupaciones, así pues, Nuestro Maestro nos dice: (JN. 8, 32).

   San Juan describe el designio salvador de Dios con gran belleza en su Evangelio (JN. 3, 16-17).

   Al leer superficialmente los textos en que se anuncia la existencia de un mundo perfecto después de que el actual sea transformado, podemos descubrir que Nuestro Dios desea establecer un Reino más allá de todas las formas en que la miseria se manifiesta en el mundo. Basándonos en este pensamiento, podemos encontrar la explicación de las palabras anteriores de San Juan, el sagrado autor bíblico que escribió en su primera Carta o Epístola universal: (1 JN. 4, 8 y 16).

   Dios confía plenamente en su Hijo amado, así pues, podemos comprobar la existencia de esta realidad en el cuarto Evangelio, la obra joánica en la que podemos leer las siguientes palabras de San  Juan el Bautista: (JN. 3, 35).

   Es esta la razón por la cuál San Juan el Bautista (el Precursor del Mesías o Ungido por Dios para redimirnos) se empeñó en lograr que sus discípulos le desampararan para que se convirtieran en seguidores de Jesús, pues él era consciente de que el fin de su vida estaba cercano, pero, antes de ser encarcelado en cumplimiento de la voluntad de la cuñada y esposa del cruel Tetrarca de Galilea, dijo: (JN. 3, 30). San Juan Bautista fue enviado por Dios al mundo para preparar a los habitantes de Palestina a recibir a Jesús, y, cuando el Hijo de María comenzó su Ministerio público, encaminó gradualmente a sus discípulos con el fin de que se convirtieran en seguidores del Hijo de Dios, para que constataran cómo Jesús llevaría a cabo el designio salvífico de Nuestro Padre común, consistente en hacernos plenamente felices, a pesar de que ello le costó la vida.

   En la Biblia también se nos habla del Espíritu Santo, el vínculo que une al Padre y al Hijo, así pues, la tercera Persona de la Santísima Trinidad, procede del Padre y del Hijo (1 COR. 2, 4-5).

   La "Religión" es la más importante de todas las ciencias existentes para los cristianos, pues, por la adquisición del conocimiento de la misma, se perfecciona nuestra comprensión de los misterios de Dios y de su designio salvífico. Gracias a la ciencia de la religión, podemos conocer a Dios, informarnos de lo que quiere que hagamos a fin de que podamos cumplir su voluntad la cual consiste en hacernos hijos suyos, y en perfeccionarnos y conducirnos a vivir en su presencia, así pues, por medio de la Religión, Nuestro Dios nos da a conocer los medios a través de los que podemos acercarnos a Nuestro Padre común.

   Básicamente, lo que tenemos que hacer para vivir en la presencia de Dios, se resume en los siguientes puntos:

   1. Si amamos a Dios, tenemos que aplicarnos las siguientes palabras bíblicas, mientras que servimos a Nuestro Criador: (MC. 12, 30).

   2. Debemos respetar a nuestros prójimos y aplicarnos el siguiente versículo bíblico: (MC. 12, 31).

   3. Con respecto a nosotros, hemos de procurar alcanzar la santidad, a fin de que podamos vivir en la presencia de Dios (1 PE. 1, 15-16).

   Por medio de la "Teología Dogmática" (Teo significa Dios, y logía tratado) (el Credo) conocemos las verdades que debemos creer.

   La "Teología Moral" nos hace conocer las obras que hemos de llevar a cabo (los Mandamientos de Dios que debemos cumplir) para cumplir la voluntad de Dios.

   Por medio de la "Teología Sacramentaria" conocemos las formas existentes de tributarle culto a Dios (la oración, las celebraciones de los Sacramentos y las demás ceremonias litúrgicas de la Iglesia).

   El "fin próximo de la Religión" consiste en que conozcamos, amemos y sirvamos a Dios en esta vida.

   El "fin remoto de la Religión" es procurarnos la vida eterna en la presencia de Dios en su Reino de amor y paz.

   A través de la "religión natural" conocemos con respecto a Dios lo que podemos deducir por nuestros medios.

   Por medio de la "religión revelada" podemos adquirir el conocimiento de las verdades que Dios nos ha revelado. Esta religión nos es muy necesaria, ya que por nuestros propios medios no podemos conocer profundamente a nuestro Creador.

   La adquisición del conocimiento de la religión revelada y la aceptación de la misma, nos exige:

   1. Aceptar las verdades que Dios nos ha revelado sin rebatirlas.

   2. Cumplir los Mandamientos de Dios lo cuál nos hace desear ser salvos, y cumplir los Mandamientos de la Iglesia, los cuales nos ayudan a hacer más intenso el deseo de vivir en la presencia de Nuestro Padre común.

   3. Utilizar los medios de santificación (el culto) a fin de que sea aumentada nuestra fe y confianza en Dios y de que no nos apartemos de Nuestro criador.

   Todo lo que sabemos con respecto a Dios que no podemos deducir por nuestros propios medios, lo sabemos gracias al contenido de la religión revelada de la Biblia. Si Dios no se nos hubiera revelado por medio de las Sagradas Escrituras o la Biblia, no podríamos conocerle con la seguridad que tenemos de que podemos llegar a aceptar su verdad y a comprender la misma según las escasas posibilidades que tenemos para ello.

   Antes de inspirarles a los Hagiógrafos o autores bíblicos su Palabra, Dios se reveló a los hombres por medio de la religión natural, así pues, la creación nos demuestra la gloria, el poder y la Deidad de Nuestro Creador, por consiguiente, en el Salmo 19, leemos: (SAL. 19, 1. 8, 1).

   Quienes no poseen el conocimiento de la Biblia, a pesar de que no podrán ser privados de la visión beatífica de la misma manera que lo serán quienes teniendo un conocimiento pleno rehusaron someterse a Dios al final de los tiempos, también serán responsables de desobediencia, dado que, por nuestros medios, podemos llegar a la conclusión de que Dios existe, porque el universo no ha podido surgir de la nada ni crearse a sí mismo (ROM. 1, 19-21).

   San Pablo dijo en el areópago de Atenas unas palabras muy bellas con respecto a Dios: (HCH. 17, 24-31).

   (ROM. 2, 12-16). El citado texto de San Pablo a los Romanos nos demuestra que tenemos una noción de la voluntad de Dios que hemos adquirido por nuestros propios medios. En virtud de lo aquí expresado, podemos comprender lo que San Pablo nos dice en el siguiente texto sobre el poder que los magistrados reciben de Nuestro Creador: (ROM. 13, 1-5).

   (SAL. 147, 19-20). En un principio, los versículos del Salmo 147 que hemos recordado se aplicaban exclusivamente al país de Israel y a los paganos, pero, a partir de la celebración del último pacto de Dios con los hombres, se deduce que el texto se refiere a la Iglesia Católica en sentido espiritual, el Israel espiritual de Dios, y a los no creyentes (SAL. 14, 1-3).

   Dado que no podemos conocer a Dios por nuestros propios medios, necesitamos una revelación especial con el fin de poder acercarnos a Nuestro Padre común, según el siguiente texto paulino: (ROM. 3, 21-30).

   En la Biblia se nos demuestra que los antepasados de Abraham, nuestro padre humano según la fe que profesamos, no conocieron a Dios, hasta que Nuestro Padre común se le reveló al primer Patriarca de Israel (JOS. 24, 2).

   DE la misma manera que los antepasados de Abraham no conocían a Yahveh, todas las naciones están lejos de Nuestro Creador, hasta que Él se les revela (EF. 2, 12). Tal era nuestra condición hasta que Cristo se nos reveló (EF. 2, 13).

   Aunque el mundo quiso investigar la existencia de Dios a través de la Filosofía y quisiera hacer lo mismo mediante la ciencia, aún no han dejado de cumplirse las siguientes palabras de San Pablo: (1 COR. 1, 18-21).

   La revelación divina se llevó a cabo por medio de los Patriarcas y los profetas, y culminó admirablemente en la Persona de Jesús de Nazaret, la Palabra o Verbo de Dios (ROM. 16, 25-27).

   Mientras aguardamos el día en que podamos vivir en la presencia de Dios más allá de las miserias que caracterizan nuestra vida, no tenemos más fuente que la Biblia para conocer la verdad de Dios. San Pablo nos dice con respecto a ese día que esperamos llenos de fe: (1 COR. 13, 12).

   Dado que nuestra forma de pensar es diferente a la manera de pensar de Dios por causa de nuestra imperfección, hemos de atender a las palabras que el Espíritu Santo le inspiró al autor de la siguiente profecía : (IS. 55, 6-11).

   No podemos aceptar la verdad revelada por Dios hasta que su Espíritu nos la interpreta de forma que podamos comprenderla (1 COR. 2, 14).

   Gracias a las palabras que Jesús le dirigió a San Pedro cuando el citado Apóstol reconoció a Nuestro Señor como Mesías, podemos comprender que no podemos aceptar la verdad de Dios, hasta que el Espíritu Santo nos la da a conocer mediante la religión revelada (MT. 16, 17; JN. 6, 44-47; 1 COR. 2, 10).

   A pesar de que en los dos Testamentos en que se dividen las Sagradas Escrituras en muchas ocasiones se utiliza la misma palabra para hablar tanto de Dios como de los dioses, se da por supuesto que los segundos son productos de la mente humana (SAL. 115, 1-7; IS. 44, 9). El autor sagrado nos habla de las imágenes utilizadas como dioses, no de los adornos religiosos ni de las actuales imágenes de los santos, pues los hermanos separados nos acusan falsamente de que somos idólatras (1 COR. 8, 4-6. 10, 16-21). San Pablo nos da a entender que hemos de abrazar una religión únicamente para no ser considerados por Dios como idólatras, así pues, no debemos cambiarnos de religión, ni aun en el caso de que quienes nos inviten a unirnos a su iglesia o congregación sean cristianos, pues Dios sólo fundó una Iglesia por medio de su Hijo Jesucristo.

   Quizá me preguntaréis: Si se da el caso de que una denominación cristiana se nos muestra como verdadera y la aceptamos como tal según nuestros criterios, ¿por qué no podemos dejar de ser católicos para unirnos a esa denominación?

   La verdad que debemos aceptar los cristianos es una sola verdad, así pues, si estudiamos las verdades de todas las denominaciones cristianas existentes, nos percatamos de que ninguna de ellas puede interpretar toda la Biblia en su conjunto tal como lo hace la Iglesia, dado que muchas de esas denominaciones se han limitado a adulterar parte de nuestra verdad en conformidad con sus intereses, y a captar adeptos. Tengamos en cuenta que no hemos sido hechos católicos mediante el Sacramento del Bautismo por nuestra voluntad ni por deseo de nuestros Padres, sino porque el Dios que se revela a la humanidad lentamente a lo largo de la Historia de la salvación, nos ha concedido el privilegio de que permanezcamos en su Iglesia, antes de convertir a Él a nuestros hermanos que interpretan la Biblia incorrectamente. No podemos unirnos a ninguna denominación en virtud de nuestros criterios personales para interpretar la Biblia, así pues, debemos evitar que se nos inculquen errores de fe tales como la negación de la Deidad de Jesús, y, si decidimos creer en Dios, no debemos permitir que ninguna religión nos capte bajo la condición de que nos desahoguemos hablando con los adeptos de la misma con el fin de que alguien escuche nuestras cuitas, así pues, si aceptamos la permanencia en una iglesia o congregación, hemos de hacerlo por fe en la existencia de Nuestro Padre común.

   Dios se reveló a los hebreos antes de darse a conocer a las demás naciones, pero Nuestro Padre común es el Dios de toda la tierra (SAL. 82, 8. 72, 1-19).

   Veamos la importancia que el hecho de tener un nombre tenía para los judíos, para que posteriormente comprendamos la importancia de algunos de los nombres de Nuestro Criador, y entendamos por qué hemos de conocer los mismos.

   En el pasado existía una relación directa entre el nombre de una persona y el carácter de la misma. Para los hebreos, el hecho de saber el nombre de una persona, significaba conocer a la misma íntimamente, y, en cierto sentido, tener poder sobre ella.

   El padre del juez Sansón le preguntó al ángel de Yahveh: (JUE. 13, 17-18).

   El nombre hacía próxima a la persona que lo poseía (ÉX. 23, 20-22).

   El santuario de los judíos era sagrado, de la misma forma que también son santos nuestros templos actuales, porque mora en los mismos el nombre de Dios (DT. 12, 11).

   En su oración sacerdotal, Jesús le dijo al Padre que les había manifestado el nombre divino, es decir, la esencia o naturaleza del Dios Uno y Trino, a los hombres que se hicieron creyentes (JN. 17, 6-8).

   San Juan escribió su Evangelio para que los lectores del citado volumen bíblico tengamos vida en el nombre de Cristo (JN. 20, 30-31).

   El nombre pronunciado actuaba con el mismo poder que la persona portadora del mismo. San Pedro dijo el día en que Jesús curó a un paralítico en el Templo de Jerusalén por su medio: (HCH. 3, 16).

   El nombre de Nuestro Salvador Jesucristo está por encima de cualquier otro nombre (EF. 1, 17-22; FLP. 2, 6-11).

   A modo de ejemplos, veamos la etimología de algunos nombres humanos:

   (GN. 3, 20). Eva significa: vida.

   (GN. 5, 28-29). Noé significa: reposo.

   (GN. 17, 15-19). Isaac significa: risa.

   Era preciso que los nombres presagiaran buen augurio, así pues, cuando nació el último hijo de Raquel, la mujer predilecta del Patriarca Jacob, moribunda a causa del parto, llamó a su hijo Ben-Oni (hijo de mi dolor), pero Jacob le cambió el nombre inmediatamente a su último descendiente, llamándole Benjamín (hijo de mi diestra). (GN. 35, 18).

   Algunos nombres comportaban un significado religioso y una mención del mismo, así pues, a modo de ejemplos, Natanael significa: Dios ha dado, y, Ezequiel: Dios es fuerte.

   Otros nombres se inspiraban en la naturaleza o en imágenes de la vida corriente, así pues, Labán significa: blanco, y Raquel significa: oveja.

   Otros nombres tenían un sentido histórico, así pues, Zorobabel significa: nacido en Babilonia.

   El cambio del nombre de una persona significaba el cambio de carácter que había de operarse en la misma. (Vé. GN. 17, 5-15, para ver por qué Abram pasó a llamarse Abraham, y Sarai pasó a llamarse Sara).

   Nos es necesario recordar la veneración que los judíos sentían con respecto al Nombre de Dios, dado que la forma en que se referían a Él significaba para ellos la aceptación de la Divinidad Suprema, la falta de respeto con respecto a ella o el rechazo de la misma, pues es importante que sepamos con qué palabras hemos de dirigirnos a Nuestro Padre común (ÉX. 20, 7. Este texto también se lee en DT. 5, 11; LV. 19, 12).

   El nombre de Dios era tan importante para los creyentes, que los hebreos habían de venerar al Angel que los guió cumpliendo la orden que recibió de Dios de cuidarlos, porque dicho espíritu celestial era portador del nombre divino (ÉX. 23, 20-22).

   El nombre de Dios también significaba la cercanía del Creador con respecto a su pueblo. He aquí un ejemplo de ello: (SAL. 20, 1-2). Dios estaba con sus creyentes en los tiempos patriarcales y de Moisés, posteriormente estuvo en el Templo de Jerusalén, y actualmente está en la Iglesia. El Salmista les deseó a sus lectores que Dios les enviara su protección desde su residencia, es decir, desde el Santuario y desde el cielo.

   A la hora de hablar de Dios con muchos de nuestros hermanos separados (evangélicos, testigos de Jehová, mormones, etcétera), existe una cuestión que dificulta nuestras relaciones con ellos, la cual consiste en la utilización del verdadero nombre de Dios, dado que ellos llaman a nuestro Padre común Jehová, y nosotros le llamamos Yahveh. Ya que ha pasado el tiempo del Antiguo Testamento (la primera parte de la Biblia) y vivimos en el tiempo del Nuevo Testamento (la segunda parte de la Biblia), la utilización del antiguo nombre de Dios no debería ser un motivo de discordia entre los cristianos, pues, dado que en la Biblia Dios tiene muchos nombres diferentes según veremos algunos de ellos a modo de ejemplos seguidamente, deberíamos imitar a Jesús a la hora de hablar del Dios del amor.

   Jesús nunca les dijo a sus oyentes que utilizaran un determinado nombre para referirse a Dios, así pues, Él llamaba a nuestro Creador “Edonay”, pues esta palabra hebrea significa “Señor”. Un ejemplo de ello podemos extraerlo del Evangelio de San Mateo, de un pasaje en que Jesús oró diciéndole a nuestro Padre común: (MT. 11, 25).

   Lo que Jesús sí nos enseñó es a invocar a Dios, en los siguientes términos: (MT. 6, 9).

   La santificación del nombre de Dios por nuestra parte consiste en que oremos para que la humanidad reconozca y respete la santidad de nuestro Padre celestial.

   Los diferentes nombres de Dios que aparecen en la Biblia revelan la relación del Creador con los hombres y el mundo. Veamos los nombres de Dios más usados en las Sagradas Escrituras.

   (EX. 6, 7). En la versión original del texto sagrado en hebreo del versículo del segundo libro de la Biblia que estamos considerando superficialmente, el nombre de Dios que aparece es “Elohim”, que significa: “El Dios Fuerte y Poderoso”. Este nombre de Dios que aparece en los relatos de la creación y del tiempo de los Patriarcas, aumentó la confianza de los oyentes creyentes de Moisés en Dios, pues, por su significado, acentúa la significación de las palabras divinas contenidas en el citado texto. La forma plural de Elohim utilizada en la Biblia que les sirve a muchos para decir que los judíos eran politeístas (esta verdad es lo que se llama una verdad a medias, dado que entre los judíos hubo politeístas de la misma manera que entre los cristianos hay quienes utilizan la religión a su manera), nos da a conocer el conjunto de las perfecciones divinas y nos hace pensar en la presencia de varias Personas en el seno de la Deidad. Veamos un ejemplo de ello: (GN. 1, 26). Dios no es un Ser solitario, así pues, nuestro Creador, es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

   En el Salmo 94, una oración en la que se recuerda que Dios salvará a sus creyentes y castigará a los pecadores, aparece “Adonay” o “Edonay”, que significa: “Señor”, dando así a entender que Dios tiene poder para proteger a los justos y para castigar a los malvados. El hombre le debe su existencia al Señor, así pues, debe estarle sometido, dado que debe servirle de la misma manera que un vasallo sirve a su rey, así pues, en el Salmo 100, leemos: (SAL. 100, 3).

   Vemos cómo en el Génesis Dios es llamado “Edonay" (GN. 15, 1-2). Aunque en la Biblia se utiliza la palabra Adonay para mencionar a los hombres, este vocablo nunca toma en este caso la importancia que tiene cuando hace referencia a Dios, así pues, veamos un ejemplo de ello: (GN. 18, 12). Sara, la mujer de Abraham, se rió cuando oyó el anuncio divino de su futura maternidad, y llamó señor a su marido.

   (GN. 17, 1). “El-Shadday” significa: “el Dios de la montaña”. Los montes son los lugares desde los que se puede mirar al cielo y elevar el espíritu a Dios lejos del mundanal ruido. Abram escuchó las palabras de Dios y las aceptó como verdaderas, y se comprometió a cumplir la voluntad de Nuestro Padre común.

   (GN. 14, 18). El Dios altísimo (el Elion).

   (GN. 21, 33). Yahveh el Dios eterno (El Olam).

   (GN. 22, 13-14). Yahveh-Gihreh (el Dios que provee).

   (ÉX. 15, 26). Yahveh-Rafah: el Dios que te sana).

   (ÉX. 17, 15). Yahveh-Nissi: (Yahveh mi bandera).

   (ÉX. 17, 4-5). El Ganna (El Dios Celoso).

   (JOS. 3, 10). El Hay (El Dios Viviente).

   (JUE. 6, 24). Yahveh Shalom (El Dios de la Paz).

   El siguiente texto sirve para demostrar una realidad que los testigos de Jehová niegan, es decir, que Jesucristo es Dios (IS. 7, 14). Según podemos leer en MT. 1, 23, “Emmanuel” significa: “Dios con nosotros”, así pues, en el citado texto del primero de los Profetas mayores que estamos meditando, se anuncia el Nacimiento de Jesús, el Dios con nosotros.

   (SAL. 23, 1). Yahveh Raah (Dios mi Pastor).

   (JER. 23, 5-6). Yahveh Sidkenu (Dios nuestra Justicia).

   Hay un nombre de Dios que aparece en la Biblia, y lo hace especialmente en volúmenes de las Sagradas Escrituras escritos antes de que aconteciera el exilio (diáspora) de los judíos a Babilonia (Samuel, Reyes, Salmos, Isaías y Amós). Este nombre es “Yahveh de los ejércitos”, (Yahveh Sebaot), que viene a significar “Creador o Dominador del mundo Todopoderoso”. Veamos algunos ejemplos de versículos bíblicos en que aparece el citado nombre: (IS. 54, 4-10; OS. 12, 5).

   En el libro de Isaías se llama a Dios “el Santo de Israel” o “el Santo”, dando a entender que Yahveh es el Dios verdadero, el Dios de Israel. Veamos algunos ejemplos de ello: (IS. 1, 3-4. 5, 18-24. 43, 1-11).

   La santidad de Dios nos hace entender que Él nos ama, nos insta a reconocer sus méritos, y, al aceptar su perfección, nos concienciamos de nuestra imperfección, según el siguiente texto de Ezequiel: (EZ. 20, 41-44). Cuando los judíos regresaron de su deportación a Babilonia, en vez de pensar en rehacer su vida de creyentes, se lamentaron, no porque habían sido exiliados por sus pecados, sino porque Dios los castigó. Ezequiel nos aclara que Yahveh salvó a su pueblo por amor a su santo nombre.

   Dios juró por Sí mismo y por su santidad, dado que ello era una garantía lo suficientemente aceptable para los creyentes como para creer la verdad del Creador, porque este hecho le suponía a nuestro Criador poner en juego su honor. Veamos algunos ejemplos de versículos bíblicos en que Dios juró por Sí mismo, dado que no tiene a nadie superior a Él por quien jurar, es decir, a quien poner por testigo de sus obras ni de sus palabras.

   El Angel de Yahveh le dijo a Abraham por haber opuesto el cumplimiento de la voluntad de Dios a la conservación de la vida de su hijo, las palabras que encontramos en GN. 22, 16-18.

   Durante los cuarenta días que Moisés permaneció con Dios en el Sinaí, dado que el citado profeta no descendía del monte, los hebreos, dándole por muerto, le pidieron a su hermano Aarón que les hiciera un becerro de oro, que les sirviera de Dios. Aarón, para contentar a sus hermanos de raza, en contra de la voluntad de Yahveh, hizo un ídolo de oro, del cuál dijo que era la imagen de Yahveh. Los hebreos festejaron aquel hecho hasta el punto de cometer todo tipo de inmoralidades, hasta que Moisés les castigó severamente con el fin de concienciarles del pecado tan grave que habían cometido. Llegada la hora de interceder por sus hermanos de raza ante Yahveh, dado que Dios le dijo a su profeta para probarle que iba a destruir a sus hermanos de raza, pero que de él haría una gran nación, Moisés le dijo al todopoderoso: (ÉX. 32, 13). Moisés le dijo a Dios: Si has jurado por ti mismo ante tus siervos que les vas a dar a sus descendientes la Tierra prometida, ¿cómo vas a faltar a tu palabra? Moisés le pidió a Dios que no abandonara a su pueblo, no por amor a los adoradores del becerro de oro, sino por causa del juramento que les hizo en el pasado a los citados Patriarcas.

   (IS. 45, 22-24). Sabemos que seremos salvos de nuestras miserias actuales y de la muerte eterna, porque Dios juró por Sí mismo que le adoraremos cuando concluya la plena instauración de su Reino entre nosotros.

   (SAL. 89, 35-38). Si Dios es Santo, ello implica que su pueblo también ha de ser santo. (CF. LV. 11, 44 y 19, 2, donde leemos lo mismo).

   (LV. 20, 7). Este mandamiento, a pesar de que no vivimos en el tiempo del Antiguo Testamento, San Pedro nos enseña que debemos respetarlo en su primera Carta, cuando nos dice: (1 PE. 1, 16).

   El nombre más conocido y amado por los judíos de Dios es “Yahveh"

   (EX. 3, 13-15). “Yahveh” o “Yahweh”, es la tercera persona del singular del verbo “hawah” o “hajah” (ser o estar) que significa: “Yo soy” o “El que es”.

   El sentido del nombre Yahveh radica en la insistencia de Dios en impedir que los judíos fueran politeístas y de que se adhirieran al culto de dioses extranjeros (ÉX. 20, 3; DT. 4, 30-35. 32, 39; IS. 45, 18).

   La palabra “Yahveh” viene del hebreo antiguo. En dicho idioma se escribía sin usar vocales, de manera que, los lectores tenían que adherirse a la tradición que les enseñaba a memorizar las vocales que habían de vislumbrar mentalmente en los textos que leían. Yahveh se escribía: “YHWH”. Los judíos pronunciaban el citado nombre de Dios así: “Yahvé”. Los israelitas del Antiguo Testamento sentían un gran respeto por el nombre Yahveh (este nombre hebreo traducido al castellano se leía de derecha a izquierda), porque Dios mismo se dio ese nombre en presencia de Moisés, según vimos anteriormente. Con el paso del tiempo, por causa del gran respeto que los judíos sentían con respecto al santo nombre de Dios, dejaron de pronunciarlo, y lo sustituyeron por la palabra Edonay o Adonay. Al utilizar el nombre Señor, los judíos se olvidaron de la pronunciación original de YHWH (el Tetragramaton sagrado).

   Entre los siglo VI y X de nuestra era cristiana, los masoretas (estudiosos, intérpretes y traductores de la Biblia conocedores del hebreo) tuvieron muchos problemas con la palabra Yahveh, dado que no sabían cómo se pronunciaba, y querían conservar el respeto que los judíos tenían por dicha palabra lo cual los condujo a no pronunciarla, así pues, le añadieron las vocales “e, o y a” de Edonay, tal como hicieron los judíos en el pasado con tal de no pronunciar el santo nombre divino, por lo cuál obtuvieron la palabra Yehowah en hebreo, Jehová en latín, ya que la y del Tetragramaton , al ser transcrita a dicho idioma, se traduce como j, y la W, se traduce como V.

   En el siglo XVII se hicieron traducciones de la Biblia utilizando textos de masoretas los cuales habían sido traducidos en la Edad Media en los que aparecía el nombre Jehová, por lo cuál el mismo fue incorporado a las citadas nuevas traducciones bíblicas, e incluso el nombre Jehová fue utilizado tanto por católicos como por cristianos separados de la Iglesia, hasta que la verdadera fundación de Cristo decidió no utilizarlo, por considerarlo incorrecto, dado que ni aparece en la Biblia, ni es una palabra hebrea, sino un arreglo hecho para facilitar la pronunciación del nombre de Dios, y para evitar la pronunciación de YHWH.

   Es importante que conozcamos qué nombre se le da a Dios en el Nuevo Testamento, dado que vivimos en el tiempo correspondiente a los hechos narrados en la segunda parte de la Biblia. Jesús y sus Apóstoles utilizaban la palabra “Edonay” o “Adonai”, es decir, “Señor”. En el Nuevo Testamento, se sustituyó “Edonay” por “Kyrios”, ya que la segunda parte de la Biblia se escribió en griego, un idioma en el que la citada palabra significa “Señor”.

   Jesús introdujo en su tiempo la novedad de llamar a Dios “Padre”, el nombre más hermoso que nuestro querido Abba (Papaíto) quiere que usemos cuando nos dirijamos a El, así pues, yo no le digo a mi padre José, su nombre, sino papá. Aunque Jesús no fue el primer judío que llamó a Dios Padre, esta palabra en sus labios en el siglo I de nuestra era resultaba novedosa, ya que sus hermanos de raza no solían llamar Padre a Dios.

   Veamos algunos versículos del Antiguo Testamento en los que Dios es llamado Padre: (IS. 63, 16. 64, 8-9).

   La Paternidad de Dios nos recuerda que la humanidad se alejó de nuestro Padre común (IS. 1, 2).

   Dios es nuestro Salvador paternal (IS. 49, 25-26; SOF. 3, 17).

   Dios es revelado en el Antiguo Testamento como Creador y sustentador de sus creyentes (MAL. 2, 10).

   Jesús también fue profetizado como Padre eterno o Padre del tiempo futuro (IS. 9, 6).

   El hecho de que Jesús fuera anunciado como Padre, apoya la creencia en la Santísima Trinidad.

   En su tiempo, Jesús hizo la revelación más firme de la paternidad de Dios, diciéndoles a sus discípulos con respecto a su Creador que es su Padre del cielo (MT. 5, 44-45).

   Nuestro Señor Resucitado les transmitió a sus discípulos el siguiente mensaje por medio de María Magdalena: (JN. 20, 17).

   Jesús les da a sus discípulos la misma dignidad celestial que Él tiene (EF. 1, 3-14. 2, 1-10).

   Si en el Nuevo Testamento no aparece el nombre de Dios, ¿por qué aparece la palabra Jehová 237 veces en el Nuevo Testamento de los testigos de Jehová? Aunque las Biblias de los testigos de Jehová contienen errores de los cuales puede decirse que son consecuentes del desconocimiento del griego que caracterizaba a Charles Taze Russell, creador de la citada denominación cristiana, en este caso se ve claramente que han adulterado el texto sagrado con el fin de publicitar el nombre con que se dirigen a nuestro Padre común, de quien dicen que los católicos le desconocemos hasta el punto de que llegamos hasta ignorar su nombre. Si los católicos les decimos a los testigos que creemos en Dios, ellos nos preguntan: ¿Cuál es su nombre?, y quedan esperando a que les contestemos: No lo sabemos. Desgraciadamente muchos católicos han caído en las redes de los testigos de Jehová.

   Concluyamos esta breve meditación de las bondades de Dios, considerando las siguientes palabras que el Apóstol San Pablo les escribió a los cristianos de la comunidad que él mismo fundó en la ciudad de Éfeso, unas palabras que esperamos que se cumplan en todos nosotros, para que podamos conocer a nuestro Padre y Dios: (EF. 1, 17-19).

joseportilloperez@gmail.com

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