Estudio bíblico.
El sermón del monte.
Al leer los Evangelios, podemos constatar cómo el mensaje de Jesús era aceptado y rechazado por los oyentes del Mesías. Si los citados libros neotestamentarios pueden ser leídos aproximadamente en tres horas, hace falta más tiempo para analizar las palabras que Jesús pronunció en su exposición de su doctrina profundamente, pues, el mensaje divino evangélico, puede ser vislumbrado desde varias ópticas. He creído conveniente exponeros el sermón del monte, que se encuentra en los capítulos cinco, seis y siete de la obra de San Mateo, comparando los dichos de Jesús con otras sentencias suyas y algunos relatos del Antiguo Testamento, con el fin de que conozcamos superficialmente algunos aspectos de la Ley de Moisés, y la reforma de la misma que llevó a cabo el Hijo de María de Nazaret.
Las bienaventuranzas.
Introducción.
En el Nuevo Testamento encontramos dos relatos de las bienaventuranzas, escritos por San Mateo, -autor del primer Evangelio psinóptico y testigo ocular de la gran mayoría de los hechos relacionados con el Ministerio público de Jesús-, y San Lucas, -médico, compañero de viaje de San Pablo, autor del tercer Evangelio Sinóptico y de los Hechos de los Apóstoles-. Mientras que San Lucas relata el inicio del sermón del monte de Nuestro Señor superficialmente, San Mateo trata las bienaventuranzas con más profundidad. Si interpretamos las bienaventuranzas literalmente, las aplicamos a nuestra vida terrenal, pero, si las comparamos con otros versículos bíblicos y profundizamos en el estudio de su significado, podemos constatar que nos instan a seguir creciendo en términos espirituales.
San Lucas sitúa el episodio del sermón del monte inmediatamente después de la elección de los Doce Apóstoles por parte de Jesús. San Mateo sitúa el sermón del monte después de que Jesús realizara una serie de milagros un Shabbat (sábado), después de acudir al culto religioso, y de festejar el día preceptual en casa de San Pedro.
(LC. 6, 17-19; MT. 5, 1-2). Las multitudes buscaban a Jesús para que el Maestro les restableciera la salud, para que les alimentara, y para que les consolara. Jesús, antes de concederles a sus oyentes lo que le pedían, tenía la costumbre de instruirles en el conocimiento de su doctrina, con el fin de que aspiraran a ser santos, así pues, no han de extrañarnos las palabras con que San Pedro se dirigió a sus lectores (1 PE. 1, 16).
Las Bienaventuranzas son el pórtico del sermón del monte, el cuál carece de sentido sin las Bienaventuranzas, las cuales, paradójicamente, parecen un texto incompleto e incomprensible, si no son interpretadas por el sermón del monte, ya que son una especie de bosquejo del programa que ha de caracterizar la vida de todos los cristianos.
En las Bienaventuranzas destacan dos clases de padecimiento, que son, a saber: el padecimiento material y el padecimiento espiritual, así pues, mientras que en el mundo hay muchos pobres que necesitan recursos materiales para vivir, también es cierto que todos somos pobres espiritualmente hablando ante el Señor, de la misma manera que muchos lloran porque no se pueden consolar, mientras que otros se desprecian porque se sienten pecadores incorregibles, etcétera.
Las Bienaventuranzas pueden ser observadas como las recomendaciones que Nuestro Señor nos hace para que anhelemos la santidad. Para que podamos vislumbrar esquemáticamente el programa de nuestra vivencia cristiana, es conveniente que recordemos el siguiente texto de San Pablo: (1 COR. 13, 1-8 a).
¿Cuál de los textos de las bienaventuranzas es más completo? Aunque el texto de San Mateo es más completo que el de San Lucas, no hemos de desestimar al segundo autor para estudiar al primero, pues cada uno de dichos Hagiógrafos sagrados escribió su Evangelio con fines distintos.
Las Bienaventuranzas de San Lucas se diferencian del texto de San Mateo en los siguientes puntos:
1. El número de las Bienaventuranzas citadas por San Mateo es superior al número de bendiciones citadas por el citado doctor.
2. Las Bienaventuranzas de San Lucas están acompañadas de advertencias, profecías que han de ser aplicadas a las vidas de quienes no qieran amar a Dios, sirviendo a Nuestro Padre en sus prójimos los hombres.
3. Mientras que el texto de San Mateo nos embarga de emociones que sirven como si fueran inyecciones de ánimo para que no perdamos la fe, el texto de San Lucas contribuye a ponernos alerta para que no sucumbamos ante nuestros defectos y pecados, así como para que no nos dejemos sumir en nuestro dolor, como si este no fuese una misteriosa vía de santificación.
1. La primera bienaventuranza (MT. 5, 3; LC. 6, 20-21A).
Aunque San Mateo y San Lucas nos exponen la misma bienaventuranza, el primer Evangelista se refiere a los pobres espirituales, -los humildes, los que confían plenamente en Dios-, y el tercer Evangelista elogia a todos los pobres en general, dándonos a entender que Dios les recompensará por haber permitido que padezcan mucho. La pobreza de la que nos habla San Mateo puede ser comprendida como la aplicación de todos los valores cristianos a nuestra vida. San Marcos nos ilustra sobre la vivencia de la pobreza de la que nos habla San Mateo en su relato del sermón del monte, recordándonos a la viuda que le cedió sus únicos óvolos a los administradores del Templo de Jerusalén (MC. 12, 41-44).
Quizás algunos os preguntaréis: ¿Por qué aquella viuda se desprendió de las únicas monedas que tenía para vivir? Para los judíos, el hecho de colaborar con las obras del Templo, era tan importante como contribuir al sostenimiento de sus familias, así pues, en aquel tiempo, existía un tributo llamado "corbán", según denunció Nuestro Señor, que era la excusa perfecta que les servía a muchos para no ayudar a sus padres ancianos (MC. 7, 10-12).
(SAL. 9, 19. 69, 33-34; MT. 6, 25-34). Jesús no nos dice que no nos preocupemos por cuidarnos convenientemente, así pues, como recordamos en la exposición de la Navidad y la infancia del Señor, sabemos que el Mesías utilizaba una túnica lo suficientemente costosa como para que los soldados que lo crucificaron decidieran jugársela a los dados según hacían en aquel tiempo con los crucificados, en lugar de romperla y repartírsela entre ellos. Lo que Jesús quiere decirnos es que no nos inquietemos por causa de nuestros problemas, pues Nuestro Padre común sabe exactamente lo que necesitamos para sobrevivir, y en qué momento debe satisfacer nuestras carencias.
(LC. 12, 13-21). La petición que le fue hecha al Señor por parte de su oyente no era injusta, así pues, él quería compartir con su hermano la parte de la herencia que le correspondía, pues su hermano se había quedado con la herencia completa. En este caso, el oyente de Jesús no debía odiar a su hermano, pero, el que se había adueñado de la herencia, tenía el deber de compartirla con su hermano, porque, mientras que los bienes materiales son perecederos, el ejercicio de las virtudes divinas, nos conduce a la presencia de Nuestro Criador.
Meditación.
“1. Las 8 Bienaventuranzas, constituyen el más perfecto ideal de vida cristiana. Jesucristo llama bienaventurados, dichosos o felices, a aquellos que tienen sed de amor, a quienes claman justicia, a aquellos que desean que Dios se les manifieste plenamente, a quienes sufren por la pérdida de uno o varios seres queridos, a quienes carecen de trabajo... El Evangelio de Jesús no es la Buena Noticia del dolor. Nuestro Señor nos enseña que, aquellos que son autosuficientes y orgullosos, -los ricos mencionados por Jesús en los Evangelios-, tienen grandes dificultades para hablar con Nuestro Señor (MC. 10, 25).
La Religión no es la virtud por excelencia de los dementes, es el camino que, a través del dolor y las carencias materiales y espirituales, nos ayuda a vivir la plenitud de la vida cristiana.
2. La primera Bienaventuranza, nos enseña que tenemos que ser pobres de espíritu. ¡Cuántas veces nos ha dicho Nuestro Señor que tenemos que ser humildes! Nadie sabe mejor que los pobres que es necesario tener carencias para comprender la importancia de satisfacer las necesidades propias y de nuestros hermanos los hombres. Las almas de oración son pobres espiritualmente hablando, porque desestiman las riquezas materiales, para acogerse a Dios, nuestro gran Amor.
3. Jesús nos dice que los atribulados, los que sufren, los que lloran, y los enfermos, son dichosos, en su pobreza espiritual. En una sociedad en que nadie es juzgado según su actitud, sino en conformidad con su sabiduría y riqueza, no se valora la gran significación teológica y el gran valor espiritual de la oración de los pobres y enfermos, de quienes muchos creen que son piltrafas humanas, trozos de carne inservibles.
4. Jesús dice que son bienaventurados los perseguidos por causa de su fe. Hace años conocí a un niño creyente cuyos padres, aunque habían sido bautizados, decían que eran ateos. Dicho niño celebraba la Eucaristía dominical con cierto sentimiento de pudor, porque sus padres no querían que fuera a la Iglesia. Este y otros casos que pueden parecer insignificantes, coartan la acción del Espíritu Santo en muchos cristianos niños y adultos. Tenemos que defender a Nuestro Dios cuando ante nosotros se digan palabras indeseables referentes a la fe que profesamos. No nos vale el hecho de decir que el silencio nos ayuda a disimular nuestra fe siempre, porque, en algunos casos, es inevitable el hecho de manifestar nuestras creencias y hablar de la esperanza que nos caracteriza. Nuestros interlocutores no creyentes pueden respetarnos, así pues, no debe avergonzarnos el hecho de dar a conocer nuestra fe y esperanza.
5. Tenemos que vivir las Bienaventuranzas humildemente. Hace pocos días os dije que la vida cristiana se desarrolla en el entorno familiar, amistoso, y, social, y que, tributándole a Dios el culto a Él debido, podemos impedir el hecho de que nadie coarte nuestra fe en cualquier situación.
Pidámosle a Dios, al concluir esta reflexión del Evangelio diario, que nos ayude a vivir el espíritu de las Bienaventuranzas” (José Portillo Pérez. Meditación de MT. 5, 1-12. 10/06/2002).
Meditación.
La pobreza -o sencillez espiritual- consiste en sentirnos pequeños para que así podamos amar y desear la grandeza con que Dios nos coronará el día en que Cristo venga a nuestro mundo a concluir la obra que el Padre le encomendó. La pobreza espiritual no ha de ser confundida con la sumisión total con respecto a quienes desean explotarnos, así pues, muchas madres, basándose en su sencillez, les conceden a sus hijos todos los caprichos que les son posibles, y no se percatan de que, al hacer eso, lo único que logran, es ser manipuladas por ellos, y que sus descendientes, en un futuro no muy lejano, maltraten a sus mujeres, al exigirles que actúen como sus progenitoras lo hicieron siempre. Cuando Jesús envió a sus Apóstoles delante de él para que anunciaran la Palabra de Dios, alimentaran a los hambrientos y sanaran a los enfermos, les dijo: (MT. 10, 16).
Los pobres espirituales son conscientes de que no se pueden comparar con Dios, pero, al dejarse instruir por Nuestro Maestro, intentan aplicarse las siguientes palabras del Mesías con el corazón henchido de gozo: (MT. 5, 13-14. 7, 24-25).
En virtud de la misericordia de Dios y de la grandeza de los pobres de espíritu, el Salmista escribió: (SAL. 9, 11; 37, 25).
Jeremías, -el segundo de los Profetas mayores-, en su aflicción, oraba para no perder la esperanza en Yahveh (JER. 15, 16).
El mayor ejemplo de pobreza es Jesús, -el Señor-, pues Él dijo cuando se encarnó en Santa María: (HEB. 10, 7).
Los cristianos vivimos inmersos en nuestras actividades cotidianas, así pues, mientras que los religiosos se ocupan de aumentarnos la fe mediante la oración y su trabajo ordinario, los laicos vivimos ocupados en pagar hipotecas infernales, pensando en criar a unos hijos de quienes esperamos que no se especialicen en crearse toda clase de problemas según hacen muchos jóvenes actualmente, y nos esforzamos en encontrar las respuestas que nos motiven a la hora de no perder la fe cuando seamos atribulados. Muchos laicos también nos dedicamos a predicar la Palabra de Dios, quizá en nuestra parroquia, en cada ocasión que podemos hacerlo en nuestra vida ordinaria, o en los medios de comunicación que utilizamos para ello.
¿De qué pobres nos habla Jesús en la Bienaventuranza que estamos meditando? Si Jesús nos adoctrina sobre la suerte que correrán quienes carecen de dádivas materiales, ¿cómo puede explicarse el sufrimiento que a lo largo de la Historia ha caído sobre los más marginados de todos los tiempos como una plaga mortal? Jesús nos está hablando de quienes se han dejado llenar el corazón por la sencillez de Dios. Las frases paralelas de los Santos Mateo y Lucas que estamos meditando nos hacen golpearnos de frente con la ideología consumista, según la cuál, como todos tenemos el valor correspondiente a los bienes que poseemos, la pobreza es una desgracia que atenta contra la dignidad humana. ¿Habéis constatado cómo quienes venden flores para que las llevemos a las tumbas de nuestros seres queridos en la Conmemoración de los Fieles Difuntos nos venden sus productos a un precio más elevado que lo hacen el resto de los meses del año? Así pues, Poner flores en las tumbas de nuestros seres queridos significa que nos acordamos de ellos ya que los seguimos amando aunque no estén con nosotros, pero, el hecho de no llevar flores al cementerio como no hace la mayoría de la gente, significa que no nos interesa acordarnos de nuestros difuntos, lo cuál no dice nada bueno con respecto a la imagen de mucha gente cuya felicidad desgraciadamente depende de lo que quienes les conoce piense de sí mismos. Naturalmente, esto tiene su precio, que los vendedores de flores saben cobrarnos, ya que las flores naturales no pueden ser adquiridas con antelación a la Conmemoración de los Fieles Difuntos para que no se nos marchiten.
La mayor riqueza de los cristianos es Dios, y, por consiguiente, según nos dedicamos a cumplir puntualmente la voluntad de Nuestro Padre común, todos sabemos cuál es nuestra apariencia, porque no necesitamos que nadie realce nuestra autoestima hablando de una buena imagen que quizá no tenemos. Los cristianos no somos el reflejo del espejo en el que se mira el mundo, así pues, más que la apariencia, nuestros buenos hechos, constituyen el gozo que Dios nos ha dado, la inmensa alegría que nadie podrá quitarnos ni aunque se dé el caso de que nos quiten la vida.
2. La segunda bienaventuranza (MT. 5, 4; LC. 6, 21b).
Mientras que San Mateo nos habla en su segunda bienaventuranza de quienes trabajan en la viña del Señor para pedirle a Nuestro Criador que concluya la plena instauración de su Reino entre nosotros y extermine la miseria humana, San Lucas nos dice que, todos los que sufren, sólo por causa de su dolor, serán salvos. Por su parte, Isaías profetizó el cumplimiento de la escena que Jesús protagonizó en Nazaret, cuando dijo de sí mismo que El es el Mesías (IS. 61, 1-2; LC. 4, 14-30).
Los cristianos tenemos el deber de ayudar a solventar las carencias de nuestros hermanos los hombres, independientemente de que los mismos crean en Dios o rechacen nuestra fe.
Cuando Jesús bendice a quienes lloran, no hemos de entender que les dice que se limiten a gemir hasta que él los libre de la adversidad, así pues, Cristo nos da medios suficientes para que luchemos con el fin de remediar nuestras carencias, en conformidad con nuestra fe, y, nuestra capacidad de producir frutos ejercitando los dones y virtudes que hemos recibido del Espíritu Santo. Todos conocemos a más de una madre crucificada que sólo sabe hacerse amar presumiendo de que les ha entregado su vida a sus hijos, y, ellos, aunque la adoren, tienen que soportar la incomodidad de que les diga a todos sus conocidos que sus descendientes la desprecian. Los pobres en el espíritu, los que lloran en sus estados adversos sin perder la esperanza de vivir en un mundo mejor que ellos mismos han de crearse con la ayuda de Nuestro Padre común, no han de presumir de su bondad, pues ocuparán todo su tiempo en ejercitar los dones y virtudes que han recibido del Espíritu Santo, pues ellos, viven en Dios, viven de Dios, y viven para Dios.
San Mateo nos expresa el sentido espiritual de la segunda Bienaventuranza (MT. 5, 4).
Dios consolará a quienes lloran porque padecen las consecuencias de sus carencias materiales y espirituales. Tanto Lucas como Mateo no se refieren a quienes lloran porque les gusta ser sobrestimados constantemente, sino a quienes lloran más allá de la tristeza, con el corazón henchido de esperanza, porque han aprendido a creer que, su Dios, hará realidad sus más profundas aspiraciones. No debemos ser prepotentes, pero tampoco debemos creer que somos desgraciados.
¿Realmente creemos que Dios nos consolará cuando perdamos a nuestros familiares o amigos queridos, cuando necesitemos trabajar y nadie nos dé el empleo que podamos desempeñar, cuando veamos impotentes a uno de nuestros familiares o amigos enfermo, cuando nos falten alimentos, ropa o un techo bajo el que protegernos del frío? Aunque he tenido dificultades de cierta gravedad y aún vivo una situación bastante interesante por causa de la dificultad que la misma representa para mi mujer y para mí, no dudo de la certeza de las siguientes palabras del Salmista (SAL. 34, 10-11).
Esta Bienaventuranza fue pronunciada por Jesús porque recordaba constantemente a los enfermos, las viudas, los huérfanos, los leprosos... Jesús no ignoraba el eterno lamento de quienes se acercaban a Él implorándole sus gracias, porque Él era la única esperanza que tenían, ora para comer un poco, ora para que el Maestro les ayudara a ser sanados de sus enfermedades. El próximo día veintitrés del presente mes cumpliré treinta y cinco meses trabajando por la difusión del Evangelio a través de la red (año 2006), y, durante este tiempo, he descubierto que muchos de nuestros hermanos se amparan en la religión porque padecen una presión espiritual que no saben describir. Cuando empezaron a sufrir sus familiares y amigos se volcaron sobre ellos, pero, como nadie les comprendía, optaron por vivir aislados, al mismo tiempo que los suyos se alejaron de ellos con la impotencia de quienes piensan que los tales son perezosos que no desean solventar sus problemas. Hoy Jesús les dice a quienes sufren por cualquier causa que Dios mismo les consolará cuando el Señor concluya la plena instauración de su Reino al final de los tiempos, y que, por haber sufrido tanto, cuando descubran que sus problemas son solucionados por ellos mismos con la ayuda de Dios, podrán reír sin forzarse sin ganas para ello, porque alcanzarán la dicha divina.
3. La tercera bienaventuranza (MT. 5, 5).
(SAL. 37, 11; 9, 19; 10, 17-18; 25, 8-10; 34, 2-3; 69, 33-34; 149, 4. IS. 41, 17-18. 1 COR. 1, 25-30. CF. GAL. 5, 22-25. EF. 4, 1-7). ST. 1, 9). Qué paradójico es el hecho de hablar de la humildad en la sociedad que ha establecido un límite de competitividad que sobrepasa todo sentimentalismo, de forma que son muchas personas las que están capacitadas para hacer cualquier cosa por escalar un puesto mejor al que tienen actualmente sin escrúpulo alguno que les haga compadecerse de quienes no tienen oportunidades o mejor dicho amistades que les eleven a una categoría semejante a la que desean obtener. Son humildes quienes se dan a sí mismos, desinteresadamente, a servir a Dios en las personas de sus prójimos, especialmente en aquellos de quienes quizá sólo pueden recibir un poco de gratitud con mucha suerte (SAL. 9, 19).
La palabra "humildad" no hace referencia únicamente a la escasez de bienes materiales, pues también se aplica a la forma de vivir de quienes no son orgullosos ni presumidos. Los humildes se caracterizan porque depositan su confianza en Dios (SAL. 10, 17). El Salmista nos insta a todos, independientemente de cuál sea nuestra condición social, a que creamos en Dios (SAL. 12, 6).
¿Por qué ama Dios tanto a los humildes, hasta llegar a hacer que se cumplan en ellos las palabras con que Nuestro Creador se dirigió a San Pablo: (2 COR. 12, 9). Si somos humildes y compasivos, recordaremos con gran gozo las siguientes palabras del Apóstol: (COL. 3, 12).
Si por causa de nuestra humildad estamos dispuestos a sufrir contrariedades por causa del amor que sentimos con respecto a nuestro Padre común, cuando alguien nos diga: Si Dios os ama, ¿por qué no os ahorra vuestros sufrimientos actuales¿, le responderemos que nos aplicamos las palabras de San Pedro: (2 PE. 3, 9).
Pienso que todos podemos esforzarnos para alcanzar las metas que más nos ilusionan, pero, ya que somos cristianos, podemos ser humildes y pedirle a Dios que nos ayude a conseguir lo que deseamos. Jesús nos dice por medio de San Mateo que los humildes heredarán la tierra, porque los tales no antepondrán ninguno de sus deseos a su experiencia personal y comunitaria de Dios, Nuestro Santo Padre, la fuente de todos los dones y virtudes espirituales y temporales.
4. La cuarta bienaventuranza (MT. 5, 6).
(IS. 55, 1-2). Cuando leo los versículos de la profecía de Isaías que estamos meditando, recuerdo las palabras con que muchos testigos de Jehová inician su predicación, ante quienes intentan inculcarles su doctrina: ¿Se imaginan ustedes viviendo en un mundo en que no se cometan injusticias, en que no existan las enfermedades, y en que no exista la muerte? Todos los años, cuando llega la Navidad, nuestros niños les escriben cartas a los reyes magos, diciéndoles que les concedan muchos regalos, porque se han portado muy bien durante todo el año. Por nuestra parte, los adultos, en el citado periodo litúrgico, especialmente en la celebración de la Natividad del Mesías, hacemos muchos propósitos, que no llevamos a cabo por diversas razones. En la bienaventuranza que estamos meditando, nuestro Señor nos dice que son felices los que anhelan que el amor y la paz triunfen sobre la miseria que atañe a nuestra vida, pero, para que las palabras de Jesús no sean olvidadas por nosotros, es necesario que llevemos a cabo los propósitos anteriormente citados. Al leer los 2 primeros versículos del capítulo 55 de Isaías, nos preguntamos: ¿Se nos prohíbe a los cristianos el hecho de divertirnos? No es bueno para nosotros abusar de los vicios, así pues, aunque el hecho de comprar lotería de vez en cuando o tomarnos una copa puede sacarnos de nuestra rutina un rato, la compra compulsiva de lotería y la embriaguez nos crean muchos problemas a nuestros familiares y a nosotros.
(AP. 21, 6). Para comprender las palabras de Cristo Resucitado, hemos de pensar en las aguas bautismales, en la gracia divina, y, en el Espíritu Santo, y también en Jesús, el don de Dios a la humanidad, la donación de Sí mismo que nuestro Padre hizo para demostrarnos que nos ama, a través de la comunicación de su Verbo, y de la Pasión, la muerte y la Resurrección del Hijo de María (AP. 22, 17).
Hemos sido llamados a ser santos, así pues, tenemos que cuidar nuestros deseos para que hasta nuestros pensamientos, según la medida de nuestras escasas posibilidades de gestionar los mismos, sean correctos, según los Mandamientos divinos. Los humildes se caracterizan por su capacidad de no sucumbir ante la adversidad (SAL. 16, 7-8).
Esta bienaventuranza parece utópica, ya que todos sabemos que, para que se cumplan nuestros deseos, tenemos que hacer algo más que desear que se hagan realidad nuestros sueños, por consiguiente, si yo sueño con vivir en un mundo más justo que el actual, debo replantearme si cumplo la voluntad de Dios, y, en el caso de no hacerlo perfectamente, me aplicaré el siguiente texto bíblico, con el fin de examinarme (MT. 7, 4). Tengo que ver en qué aspectos de mi vida debo cambiar, con el fin de vivir según mi ideal de vida. Yo sé que no puedo cambiar el mundo, pero yo sí podré mejorar más de lo que pienso que puedo superarme basándome en la aplicación de la Palabra de Dios a mi vida, en todo lo que pueda aprender de las experiencias que tenga que vivir.
Me gusta ironizar un poco cuando acaecen ciertas circunstancias porque ello me ayuda a ver la parte positiva de lo que erróneamente llamamos adversidad. En algunas ocasiones, cuando se comete un atentado en cualquier parte del mundo, o cuando sucede un desastre natural cuyas consecuencias son muy duras de padecer, me encuentro con gente que dice suspirando aliviada: "Dios quiera que eso no lo suframos nosotros". Jesús nos pide que seamos muy activos y que nos comprometamos a solidarizarnos con nuestros prójimos y que nos amemos unos a otros, para que así constituyamos una gran cadena y podamos darnos la mano cuando nos sucede lo que no queremos que nos acontezca en cualquier parte del mundo.
Cuando yo era catequista de niños les preguntaba a los pequeños: "¿Qué deseáis más que nada en el mundo¿". Los niños, deseando no tener obstáculos que retrasaran su recepción de la primera Comunión para celebrar una gran fiesta, me respondían con su característico deje andaluz mecánicamente y agobiados porque querían irse a jugar: "Que haiga pá". Quizá los adultos en muchas ocasiones actuamos de la misma forma que los niños que catequicé hace varios años, pues no deseamos comprometernos a trabajar por los más necesitados como verdaderos cristianos. Además de trabajar por nuestros prójimos los hombres, también debemos abogar por nuestro bienestar sin olvidar que Dios quiere que seamos santos.
¿Por qué nos ha elegido Dios a nosotros? ¿No existe en el mundo gente más preparada que nosotros para trabajar testificando que Cristo ha resucitado de entre los muertos? Dios no quiere que seamos perfectos porque eso no nos es posible, pero sí desea que estemos siempre dispuestos a trabajar por la extensión de su Reino. A Dios no le incumbe tanto el hecho de que hagamos las cosas bien hechas como le interesa por causa de nuestra felicidad que nunca estemos paralizados viendo cómo la vida siempre sigue igual y nosotros envejecemos sin cambiar y sin mejorar el mundo en que vivimos.
5. La quinta bienaventuranza (MT. 5, 7).
Nuestro Padre común quiere que seamos misericordiosos, es decir, que sirvamos a nuestros prójimos como si se tratase de nosotros mismos y de Nuestro Creador. Jesús, antes de expirar en la cruz, le rogó al Altísimo que tuviera misericordia de Él, recordando el Salmo de David (SAL. 51, 3). La Iglesia piensa que, aunque Jesús no pecó durante su existencia mortal, Nuestro Señor fue juzgado y condenado, para que expiara la culpabilidad de los hombres de todos los tiempos, por lo cuál, sufrió la pena que todos merecemos, por el mero hecho de ser pecadores. Conformémonos con el hecho de saber que Jesús, sintiéndose culpable por causa del peso de la maldad de la humanidad por la que fue condenado, sabiendo que Dios le dejó morir y que le hizo fuerte para soportar grandes dolores y humillaciones, fue osado para rogarle a Nuestro Padre común que tuviera misericordia de Él. Sé que en nuestro tiempo es normal el hecho de pedirle ayuda a Dios independientemente de nuestra conducta, pero, tanto en la historia del Judaísmo como en los 2 milenios de existencia del Cristianismo, siempre han existido expertos en hacernos sentirnos culpables quizá de sucesos sin importancia, que nos han robado la felicidad que Nuestro Criador nos concedió al crearnos libres.
Veamos algunos textos bíblicos en que se nos habla de la misericordia de Dios, y de cómo nuestro Padre común quiere que seamos misericordiosos (SAL. 6, 2-8. 33, 1-6. 41, 2. 42, 9. 86, 1-17). (Considérense a los adversarios citados en el Salmo 86 como las dificultades a las que hemos de sobrevivir). (SAL. 90, 1-2; 12-17. 102, 2-29. 103, 1-22. 106, 1-5; 119, 124; 132; 149; 159; 123, 1-4; 130, 1-8; 145, 8-12. IS. 63, 7-9).
Llamamos misericordia a la virtud que nos inclina a compadecernos de los trabajos y las miserias de nuestros prójimos los hombres. También llamamos misericordia al atributo de Dios en cuya virtud Nuestro Padre común nos perdona las transgresiones en el cumplimiento de su Ley (pecados) y nos acepta como hijos a pesar de nuestras miserias (SAL. 112, 1-9).
6. La sexta bienaventuranza (MT. 5, 8).
A continuación oraremos mientras que leemos el Salmo 42, 2-12, pues deseamos que nuestro Padre común concluya la plena instauración de su Reino entre nosotros.
(IS. 11, 9-11; 1 JN. 3, 19-24; IS. 26, 8-9). Para comprender el significado de la bienaventuranza que estamos meditando, hemos de estudiar detenidamente el concepto del pecado, pero ahora sólo pensaremos en que Nuestro Padre común valora mucho la pureza, el amor de los santos que le amaron de una forma inexplicable, el amor con que ayudamos a solventar las carencias de nuestros seres queridos y realizamos nuestras tareas ordinarias.
¿Debemos comprender que quienes tienen limpia la conciencia verán a Dios personalmente, o debemos pensar que las citadas palabras de Nuestro Señor tienen un sentido simbólico? Isaías responde esta pregunta en los siguientes términos: (IS. 25, 6-9).
Aunque no podamos comprender basándonos en nuestros razonamientos cómo será posible que Dios elimine las injusticias y el sufrimiento de la tierra, no hemos de olvidar las siguientes palabras del Hagiógrafo sagrado: (HEB. 11, 6; MC. 10, 14). Jesús desea que nuestra conciencia sea un espejo a través del cuál pueda verse la luz divina. Por consiguiente, en virtud de ello, el Salmista escribió: (SAL. 32, 2).
Nuestro Hermano Jesús desea que seamos como los niños, que expresemos nuestros sentimientos con la misma espontaneidad que ellos dicen lo que sienten sin segundas intenciones. Como somos imperfectos y no podemos evitar los malos entendidos que nos causan nuestros prójimos y en muchas ocasiones provocamos nosotros, San Pablo escribió: (EF. 4, 26).
7. La séptima bienaventuranza (MT. 5, 9).
Si recordamos las bienaventuranzas anteriores, podemos pensar que Dios se ofrece a curar a los enfermos, a saciar a los hambrientos y a los sedientos, a ser misericordioso con quienes son misericordiosos, y, en general, a colmar de felicidad a quienes le aman, pero, a los pacificadores, les llama hijos suyos. Nuestro Señor no utilizó ningún arma para hacer que sus enemigos cambiaran de conducta, así pues, se dejó asesinar por sus detractores, con el fin de que aprendieran que Nuestro Padre común nos creó para que vivamos unidos, así pues, Jesús les dijo a sus amigos íntimos durante la conmemoración de la Cena pascual: (JN. 15, 5).
Isaías nos anunció el nacimiento del Príncipe de la paz (IS. 9, 1-6).
¿Es fácil trabajar por el establecimiento de la paz en el mundo, en nuestra sociedad y en nuestros hogares?
¿Disfrutamos de la paz que necesita el mundo? (MT. 10, 34-36).
¿Os habéis desanimado los religiosos o los laicos en alguna ocasión, pensando que Dios os ha encomendado un trabajo superior a vuestras fuerzas para llevar el mismo a cabo?
(JN. 16, 33). Al percatarnos de que Jesús aún no había padecido su pasión ni había fallecido cuando dijo que había vencido al mundo, ello nos ayuda a entender que tenemos que resolver nuestras dificultades lentamente, sufriendo los errores que consideraremos fracasos a los que tengamos que enfrentarnos, y alegrándonos en cada ocasión que solucionemos alguno de nuestros problemas.
El Salmista escribió con la sabiduría práctica que lo caracterizaba, pues la misma le fue revelada por Dios, al mismo tiempo que la vivía aplicándola a las experiencias que tuvo durante su vida: (SAL. 51, 19).
Si somos imitadores de Jesús, hemos tenido que aprender que el reino de Dios se gana orando y proclamando el Evangelio como buenos pregoneros de justicia, y viviendo como cristianos ejemplares, enfocando las contrariedades de nuestra vida de una forma positiva al modo que lo hizo Jesús, cuando dijo: (JN. 12, 32).
Pidámosle a Dios que muchos laicos sigan el ejemplo de los religiosos y se consagren a la evangelización activa, que los padres críen y eduquen a los santos del futuro, que los jóvenes atraigan a la Iglesia a sus amigos y compañeros de estudio y trabajo, y que los ancianos, los desamparados, los pobres y los enfermos, sigan elevando sus plegarias al cielo, como si de esa forma apresuraran la llegada del mañana que, por nuestra fe, esperamos que sea mejor que este tiempo tan cargado de hostilidades. A la luz de JN. 12, 32, digámosle a Jesús:
Querido hermano:
Danos tu Espíritu santo para que nuestra vida ejemplar convierta a nuestros prójimos al Evangelio. Envíanos a tu Espíritu Santo para que nuestras palabras sean eficaces como para conseguir que el mundo se acerque al Dios verdadero y confíe en la Trinidad Beatísima.
Vamos a manifestarle a nuestro Padre y Dios el deseo que tenemos con respecto al establecimiento de la paz mundial. Evitemos olvidar que, antes de luchar por el establecimiento de la paz mundial, hemos de obtener la paz interior que tanto necesitamos para pacificar al mundo después de que el Espíritu Santo nos conceda tan apreciado don celestial (COL. 3, 15).
8. La octava bienaventuranza (MT. 5, 10).
(1 PE. 3, 14-17). Para entender el texto petrino que estamos meditando, hemos de recordar que San Pedro escribió sus Epístolas en un tiempo en que los seguidores de Cristo eran mal vistos e incluso perseguidos, por el simple hecho de creer en una deidad muerta. Recordemos también que el mismo San Pablo, cuando les escribió su Carta a los Gálatas, instó a sus lectores a que no permitieran que su fe flaqueara, cuando quienes desconocían sus creencias, no aceptaban el hecho de que creyeran en Jesús, aún sabiendo que el Hijo de María había sido crucificado.
A la luz de la bienaventuranza que estamos meditando y del texto del Apóstol Pedro que acabamos de recordar, volvemos a preguntarnos: ¿Qué sentido tiene el martirio? ¿No podrían los mártires haber ocultado su fe temporalmente hasta que hubieran tenido la oportunidad de trabajar por Dios en un entorno que les fuera favorable en vez de dejarse asesinar? Sabemos que la Iglesia nos permite disimular nuestra fe si estamos en peligro de muerte, pero, bajo ninguna circunstancia hemos de renegar de Dios.
(MT. 5, 11; 1 PE. 4, 12-16; (MT. 5, 12). Cuando el Diácono San Esteban fue enjuiciado por el Sanedrín (alto tribunal de los judíos), les dijo a los jueces de Palestina, recordando la Historia sagrada, e intentando convertir a sus enemigos al Evangelio: (HCH. 7, 51-52).
¿Por qué nos anima Jesús a resistir todas las contrariedades a las que tenemos que sobrevivir los cristianos practicantes para no perder la fe que sustenta nuestra espiritualidad? Nuestro Señor nos dice que, de la misma forma que el Espíritu Santo fortaleció a los Profetas del pasado, nosotros también recibiremos el aliento divino necesario para afrontar las persecuciones que nos puedan sobrevenir a lo largo de nuestra vida.
Jesús podría evitarnos todas las pequeñas y grandes contrariedades que los cristianos practicantes sufrimos gustosamente para que la voz de Dios no se extinga en el mundo materialista. Es cierto que Jesús podría conseguir muchos más frutos de los que nosotros producimos, pero Él quiere que seamos perfeccionados al trabajar para que quienes deseen unirse a nosotros sientan que son miembros del Reino de nuestro Padre y Dios.
Meditación.
1. Las fiestas religiosas más importantes se contrastan curiosamente con celebraciones paganas que contradicen nuestra fe. Durante toda la noche muchos de nuestros hermanos han celebrado la fiesta de Halloween, un importante principio que hace que muchas personas jóvenes y no tan jóvenes se amparen en las ciencias ocultas quizá buscando la solución a sus problemas en los poderes paracientíficos que les atribuyen a las fuerzas del más allá, que hace unas horas dejaron nuestra tierra para volver a internarse en su dolorosa e insoportable soledad infernal. Yo puedo describir ampliamente las necesidades que tienen los hermanos que se amparan en las ciencias ocultas, así pues, aunque no ejerzo como paracientífico, soy tarotista. Así como se diferencian la noche y el día, se distinguen las celebraciones de Halloween y la Solemnidad de todos los Santos que hoy celebramos.
2. Creo conveniente recordar que los Santos no son seres misteriosos e inaccesibles, pues estos son personas corrientes que, en un determinado momento de su vida, decidieron entregarse al servicio de Dios en las personas de sus prójimos, ora orando, o dedicándose a satisfacer las carencias materiales o espirituales de los hombres. Esta fiesta que estamos celebrando queridos hermanos, nos recuerda que los fantasmas y las brujas de Halloween no tienen nada que ver con aquellas personas que hoy recordamos con tanto afecto al acercarnos a sus tumbas con nuestras flores, lágrimas y oraciones, y que nosotros seremos santos a partir del instante en que decidamos ponernos a disposición de Nuestro Padre y Dios para que haga su voluntad con nuestra vida. Una cosa es decir que estamos en las manos de Dios porque Él es más poderoso que nosotros, y otra casuística se da cuando acatamos la voluntad de Dios sustituyendo la resignación por la plena satisfacción que nos confiere nuestra filiación divina.
El Apóstol Juan, en la lectura del Apocalipsis que escuchamos hace unos minutos, nos habló de una multitud simbólica que vio en un sueño -o revelación- y que no pudo contar. Algunos hermanos nuestros cristianos como los testigos de Jehová, aseguran que las 144000 personas que menciona el Apóstol Juan, serán quienes acompañarán a Jesucristo en su tarea de gobernante de la tierra, pero esta información es falsa, dado que el autor del texto Sagrado excluyó a la tribu de Dan de su listado, para que el número de los seguidores de Jesucristo fuese múltiplo del número 12, que significa la mayor de las perfecciones en el sentido literal de la interpretación de esta palabra. Este hecho nos hace deducir que, cuando nuestro Hermano y Señor venga nuevamente a nuestro encuentro, la muchedumbre de sus seguidores será incontable. Es normal que el número de los redimidos que Juan vio en su revelación fuesen judíos, pues no ignoramos el carácter nacionalista que tenían los Primeros monoteístas de la historia.
3. El ángel que en la revelación de San Juan subía del Naciente les dijo a los ángeles que tenían la misión de herir a los hombres pecadores que no ejecutaran su acción hasta que estuvieran marcados los elegidos del Señor. Esta escena apocalíptica puede inducirnos a considerar que nuestro Padre y Dios tiene ciertas preferencias a la hora de escoger a sus Santos, pero, hermanos, no debemos ignorar que nosotros somos los que autorizamos a Jesucristo para que Él, con los Sacramentos y su cruz, nos ayude a vencer la adversidad. Si tenéis fe, podéis sentir cómo arde en vuestro corazón el fuego que Cristo trajo a la tierra. En el Evangelio del médico a quien tanto amó San Pablo, podemos leer estas palabras: (LC. 12, 49-50). Nuestro Hermano y Dios Jesús tenía angustia cuando pensaba en su próxima Pasión y en la realidad de su muerte, pero esa realidad no le inducía a dejar la tarea que el Padre le había encomendado. A modo anecdótico, os diré que el ángel oriental viene a significar que las religiones más importantes proceden de Oriente, la parte del mundo desde la cual esperamos que venga la salvación.
(MT. 24, 27) Si meditáis el versículo de San Mateo citado detenidamente, podréis constatar cómo a través de las religiones más importantes, la salvación se extenderá de Oriente a Occidente.
4. San Juan se maravilló cuando uno de los cuatro ancianos que aparecen en su Apocalipsis le informó de que Dios ama mucho a los ciento cuarenta y cuatro mil judíos de los cuales nos habla el Apóstol, pero también los gentiles, -los no judíos-, ocuparán su lugar en el Reino de Dios, sin que por ello sean tenidos como inferiores a la raza de los primeros monoteístas. Los hijos de Dios son los que se purifican de la adversidad, los que se sostienen gracias a la fuerza de los Sacramentos y la cruz, los que consideran que la Eucaristía, -el Cuerpo y la Sangre del Cordero-, es el alimento mediante el cual su fe no perece. Esta es la alegría que manifestamos llenos de emoción al recitar el Salmo responsorial.
5. (1 JN. 3, 1) Nosotros estamos tan acostumbrados a decir que Dios es Nuestro Padre, estamos tan habituados a vivir bajo el amparo de Nuestro Creador, que tenemos el mal hábito de olvidar la grandeza que significa para nosotros el hecho de ser semejantes al Dios que, además de caracterizarse por su ilimitable poder, se nos ha dado a conocer por el ímpetu de su amor misericordioso. En estos días los que no creen en Dios nos atacan, porque dicen que nos escudamos en la resurrección de los muertos, porque nos hace sentir verdadero pavor el hecho de vivir inmersos en la adversidad que atañe a nuestra vida.
6. (1 JN. 3, 2) Juan nos insta a que no perdamos la esperanza de ser configurados y transfigurados por Cristo a imagen y semejanza de Nuestro Señor, por consiguiente, hemos de tener presente que, los textos del Evangelista que estamos meditando, sirvieron de luz y consuelo para los cristianos del primer siglo de historia de nuestra Iglesia, que empezaron a formar parte de la ola de mártires que siguieron el ejemplo de Jesús de Nazaret, con tal de no abnegar de su querida fe universalista.
En virtud de nuestras consideraciones, San Juan nos dice en la segunda lectura correspondiente a esta Eucaristía que estamos celebrando: (1 JN. 3, 3)
¡Cómo recordaba y amaba San Juan las palabras de Jesús! ¡Mirad las palabras que nos transmite San Mateo en su Evangelio! ¿No os recuerdan estas palabras el tono exigente y amable del Maestro? (MT. 5, 48)
7. Aprovechando la ocasión que el marco en el que se encuadran las lecturas de hoy me propician, creo que podemos olvidar las técnicas mercadotécnicas que tan sutilmente hemos adoptado para guardar nuestras apariencias, y que hemos de llevarles menos flores a nuestros difuntos al cementerio, de igual manera que debemos luchar por los enfermos mientras que están vivos, ya que no sirve de nada el hecho de aparentar que los amamos cuando están muertos y la gente no tiene por qué alardear de nuestra hipócrita santidad. Permitidme terminar esta meditación copiándoos un extracto de un libro que estoy escribiendo, unos ejercicios espirituales, pues está muy relacionado con el Evangelio con el que pondremos fin a nuestro comentario de los textos litúrgicos de hoy.
8. (Simulemos ser los testigos presenciales del sermón de la montaña pronunciado por Jesús. Quien represente a Jesús será interpelado por los miembros del grupo, e intentará resolver estas u otras posibles situaciones que se le planteen)
Para que nuestro encuentro no sea muy monótono, vamos a cambiar la impartición de charlas por una escenificación teatral. Imaginemos que estamos en el monte en que el Señor pronunció su conocido sermón de la montaña que nos narra San Mateo en los capítulos 5, 6 y 7 de su obra. Todos los que lo deseéis, podéis interrumpir a quien representará a Jesús en su discurso, para que os explique el significado de las palabras mesiánicas. Esta representación debe tener un toque de originalidad consistente en que algunos de vosotros simularéis ser contemporáneos de Jesús, y otros os expresaréis como hombres y mujeres del siglo XXI. Pidámosle a Dios que en nuestro rol podamos vislumbrar algunos aspectos del mensaje que Jesús desea transmitirnos.
Comencemos la representación. Imaginemos que nuestro grupo está compuesto por varios cientos de personas que se extienden por el monte. Algunos asistentes ríen, en otros se vislumbran gestos de desesperación y cansancio, otros miran fijamente a Jesús, bien impacientes por ver qué dirá el maestro, bien para escuchar una historia nueva, o con la intención de escuchar palabras tan poderosas como para transformar sus heridas en paz y sosiego. Entremezclemos, a tal propósito, varios pasajes bíblicos, para hacer de esta representación un acto completo cargado de ideas para meditar.
Jesús. (MT. 5, 3)
Interviene un judío pobre: -¿En qué te basas para justificar la supuesta felicidad de los pobres? Yo tenía una granja, los romanos me han quitado recientemente todas mis pertenencias porque no puedo pagar el tributo. Mi hijo iba a heredar mis bienes, ahora, tanto él como yo, no tenemos nada.
Interviene otro contemporáneo de Jesús: -Hace 6 meses que mi mujer se encuentra en un campo destinado a cementerio de leprosos. Yo la veo todos los días un momento, y no puedo hacer nada por ella. No dispongo de medios para sobrevivir ni para llevar a mi mujer a algún lugar en el que no se sienta como un animal impuro. ¿Por qué alabas las virtudes de la pobreza?
Jesús. (MT. 6, 25-26)
-¿Pretendes hacernos creer que Dios está pendiente de solventar todas las carencias que atormentan a los pobres? Supongo que responderás a mi pregunta argumentando que Dios se vale de nosotros para satisfacer las necesidades de los más desfavorecidos de nuestra sociedad, así pues, ¿qué estás tú dispuesto a sacrificar para ayudar a quienes no poseen nada en esta vida?
Jesús. (LC. 14, 28-29) Yo he venido al mundo para entregar mi vida y mi trabajo al servicio de los pobres, pero vosotros, según vuestras posibilidades, debéis acordaros de quienes sufren. No podéis dar todo lo que tenéis para beneficiar a los pobres, así pues, si obtenéis mayores ganancias, podréis repartir más abundantemente y mantener vuestra posición social.
Interviene un hombre joven. (LC. 12, 13)
Jesús. (LC. 12, 14-15). Yo no puedo obligar a tu hermano a que reparta la herencia contigo, pero, por tu propia paz, intenta no guardarle rencor a tu hermano, así pues, si albergas en tu corazón odio contra él, no podrás hacerle daño, pero llenarás tu vida de amargura. Con respecto a tu hermano, si se niega a repartir la herencia contigo, el día de su muerte, sentirá que se le ha escapado de las manos el mayor gozo de la vida, que consiste en amar y ser amado.
Hombre joven. -Señor, yo necesito la parte de la herencia que me corresponde. Tus palabras me parecen acertadas, pero al oírte no se solventa mi carencia económica.
Jesús. No puedo hacer nada al respecto, así pues, confía en Dios, pues, si el Padre alimenta a los pájaros, ¿cómo te abandonará a ti, que eres más importante que todos los pájaros? ¿Por qué piensas tanto en el futuro y no vives el presente? (MT. 6, 34).
Jesús. (MT. 5, 4; 11, 28-30. LC. 14, 27)
Según un viejo adagio chino, las cosas que se reciben adapta la forma del recipiente que las contiene, así pues, si no podéis soportar que os barran, que os borren del recuerdo de quienes amáis, si no soportáis que os anulen de vuestra familia, si no aceptáis la idea de ser aniquilados si os fuera preciso padecer por alguna causa, si os horroriza la idea de que os reduzcan a la nada y os sepulten en el olvido, nunca podréis cambiar vuestra débil conducta para adoptar convicciones realistas que os faciliten la Existencia. ¡Qué pobreza es la del hombre que va por la vida con los ojos abiertos para mirar sin poder ver!
Los irlandeses dicen: Que tengas suficiente felicidad para mantenerte dulce, suficientes problemas para mantenerte fuerte, suficientes penas para mantenerte humano, suficientes esperanzas para mantenerte feliz, suficientes fracasos para mantenerte humilde, suficientes éxitos para mantenerte ansioso, suficientes amigos para darte consuelo, suficiente fortuna para cubrir tus necesidades, suficiente entusiasmo para mirar hacia adelante, suficiente fe para desterrar las depresiones, suficiente determinación para hacer... que hoy sea mejor que ayer.
Según un dicho japonés, cuando una flor nace, el universo entero se hace primavera.
Haced que la esperanza haga de vuestra vida una eterna primavera. Sé que los problemas requieren de soluciones con cierto carácter de urgencia, pero, si albergáis la esperanza en vuestro corazón, veréis cómo podéis encontrar la felicidad al Ver cómo se solventan algunos problemas, y cómo sois capaces de buscar esa felicidad al aguantar la adversidad que no podáis remediar, pues comprobaréis cómo os sentís mejor desde el instante en que decidáis afrontar la vida con una fuerza insuperable. Aprovechad los momentos difíciles de vuestra vida para aumentar vuestra madurez.
-Señor, yo soy cojo. ¿Se debe mi enfermedad a los pecados que mis antepasados o yo hemos cometido?
Jesús. (JN. 9, 3) Si la enfermedad fuera un castigo para los pecadores, la adversidad no podría ser vista como un camino de superación personal.
Ofrécele a Dios tu dolor, y esfuérzate por aumentar tus virtudes, y así verás que tu sufrimiento te aporta beneficios espirituales muy importantes.
Es cierto que los ciegos necesitan ver y los cojos tienen necesidad de caminar para poder valerse por sí mismos en este mundo, pero bienaventurados son quienes suplen según sus posibilidades las carencias de su cuerpo físico con los dones y virtudes que reciben del Espíritu Santo de Dios.
-No puedo soportar la ausencia de mi hijo, él ha muerto y mi vida ha dejado de tener sentido.
Jesús. Has vivido muchos años sin tu hijo, reconozco que lo echas de menos, pero esa realidad no ha de anular tu vida, así pues, Pablo dice hablando de mí: (HEB. 2, 18). Yo puedo ayudaros a aguantar vuestro dolor porque sé lo que es sucumbir bajo una pesada cruz. Pablo decía: (FLP. 4, 13. COL. 1, 11-12. ROM. 8, 37. 1 COR. 10, 13
Jesús. (MT. 5, 5).
Joven cristiano rebelde de nuestro tiempo. -Jesús, no podemos permanecer desperdiciando nuestra vida esperando que Dios haga caer del cielo la solución de nuestras dificultades. Yo soy joven, y, si quiero conseguir algo, tendré que luchar incansablemente para alcanzar mi propósito.
Jesús. Isaías nos dice: (IS. 2, 11. MT. 18, 3-4; 23, 12; 25, 40. GÁL. 5, 22-23).
La humildad no debe ser confundida con la indiferencia ante los acontecimientos de nuestra vida, así pues, os estoy hablando de un camino de superación personal y comunitario.
Jesús. (MT. 5, 6) Felices son aquellos que se esfuerzan para hacer que sus sueños se conviertan en realidad. Es cierto que no podéis exterminar el poder de la enfermedad y la muerte, pero vosotros tenéis la posibilidad de construir un reino de amor y paz en vuestro ambiente, la posibilidad de alentaros en la adversidad unos a otros, y muchas formas de considerar la manera en que las desgracias caen sobre vosotros. Pensad que el sueño estancado que no se atreve a despertar, a hacerse realidad palpable, nunca aprenderá a fascinar.
-Señor Jesús, ¿cuándo podremos ver el Reino de Dios consolidado?
¿Cuándo venceremos definitivamente la enfermedad, el error, los sentimientos superfluos y la muerte?
Jesús. (LC. 17, 21)
Vosotros sois la sal y la luz del mundo (MT. 5, 13-14)
Para Dios no hay nada imposible, a vosotros sólo os falta aprender a amaros a vuestros prójimos y a vosotros para que podáis aprender que el Espíritu Santo está en vosotros.
Jesús. (MT. 5, 7). Si hacéis alguna obra buena en favor de vuestros prójimos, no actuéis pensando en el favor que deseáis recibir de Dios a cambio de vuestro sacrificio. No sobornéis a Dios, pues Él sabe lo que os conviene, y os dará lo que necesitéis por añadidura (LC. 12, 31).
Vosotros sed misericordiosos, no os canséis de ser artícifes de la donación.
Jesús. (MT. 5, 8). Los hombres que no deforman su conciencia contradiciendo los principios de su fe y su religiosidad, hacen acopio de su gran voluntad.
Doy cuanto tengo -dice el generoso- Doy cuanto valgo -dice el abnegado- Doy cuanto soy -dice el héroe- Me doy a mí mismo -dice el Santo- (Unamuno)
Jesús. (MT. 5, 9). ¿Por qué os retiráis de los ruidos del mundo para encontrar la paz? Fuera del mundo no existe la paz, así pues, donde no hay ningún tipo de ruido, persiste el silencio, y, donde el silencio jamás es interrumpido, reina la muerte. No creáis que la paz se haya en los sitios tranquilos, así pues, la paz interior consiste en la confianza que tenemos en nosotros cuando creemos que Dios nos ha hecho capaces de superar la acritud de nuestra vida.
Según palabras de Albert Einstein, "en medio de la dificultad subyace la oportunidad". No os canséis de amar a aquellos por cuya dureza parecen ser intolerables, porque esas personas son las más necesitadas de amor, así pues, esos hermanos nuestros están tan solos, que no son capaces de mostrar su necesidad de cariño.
Acostaos todos los días rezando, levantaos todas las mañanas cantando, ¡veréis qué días de felicidad os esperan!
Jesús. (MT. 5, 10-12). 2 COR. 4, 1-13).
Chico joven. -Señor, me da vergüenza ir a Misa porque mis amigos se ríen de mí. Me he confesado varias veces para que el Padre me perdone, pero cada día mis dudas son mayores. ¿Qué debo hacer para solucionar mi problema?
Jesús. Para quienes desconocen el Evangelio es muy fácil hablar sobre lo que ignoran y destacar los puntos negativos de la Sagrada Escritura y la historia de la Iglesia, pero, a pesar de que los mencionados episodios han de ser tenidos en cuenta, muchas de las personas que nos critican ignoran que hablar sin pleno conocimiento de estos temas requiere de cierta prudencia y dominio. No pretendo ignorar las inadecuadas actuaciones de muchos creyentes de diversas iglesias y congregaciones, pero, los que sois creyentes en Dios, no podéis permitir que los relatos que pertenecen al pasado, imposibiliten al mundo para que los hombres se beneficien del contenido de la fe divina. En cuanto a ti, ya conoces el Evangelio, no creas que voy a alegar mis argumentos a favor de tu conversión para que te asfixien tus dudas. Sabes que yo siempre te estaré esperando. Escucha los consejos de los demás independientemente de que estos sean creyentes o no crean en Dios, pero, a la hora de tomar Decisiones importantes, acuérdate de las firmes convicciones que has debido adoptar según has ido madurando a lo largo de tu vida, pues no es bueno que te conviertas en un pobre fracasado al dejarte manipular por la opinión de la gente que te rodea.
9. Vosotros sois la sal de la tierra.
(MT. 5, 13. MC. 9, 50. LC. 14, 35). Jesús nos dice que somos la sal del mundo, es decir, que de nosotros depende el hecho de que alcancemos la felicidad. Es cierto que no podemos resolver todos nuestros problemas, pero sí podemos solventar las dificultades que nos ocasionamos. Nuestro Señor nos anima a que miremos a la vida a la cara para que podamos percatarnos de que Él vive entre nosotros. Cuando yo era adolescente viví un hecho que puede ser insignificante, pero a mí, años después de que aconteciera aquella anécdota, me enseñó a confiar en Dios. Un día en el que me acercaba a la escalera que accede a la casa de mis padres, una niña pequeña que estaba viéndome llegar en el último peldaño, sin pensárselo 2 veces, e ignorando mi carencia de visión, saltó a mis brazos, obviando la posibilidad de caerse. Aquella vivencia me enseñó a confiar en Dios más allá de las dificultades que he de afrontar y confrontar durante los días de mi existencia mortal.
Es importante que nos llenemos el corazón de optimismo todos los días a la hora de levantarnos. Me gusta levantarme todos los días y vislumbrar la luz del alba a través de los cristales de la ventana de mi dormitorio y darle gracias a Dios, porque me concede nuevas oportunidades para seguir superando dificultades y alcanzando nuevos logros. Si quiero ser la sal del mundo, si deseo ser útil para mí y para mis prójimos los hombres, he de ser sal que sala, y no sal insípida.
10. Vosotros sois la luz del mundo.
(MT. 5, 14. JN. 8, 12; 9, 5. MT. 5, 15. Este texto también está escrito en MC. 4, 21, y en LC. 8, 16. LC. 11, 33-36. MT. 5, 16). Los versículos bíblicos que hemos meditado se refieren a nuestra conducta, así pues, el Señor nos dice que no hemos de ocultar las acciones que llevamos a cabo, porque quienes actúan impulsados por el Espíritu Santo no tienen ninguna mala acción por la que avergonzarse ni han de temer la posibilidad de ser juzgados erróneamente por nadie (JN. 3, 20-21).
Tanto en JN. 8, 12 como en JN. 9, 5, Jesús se nos manifiesta como la luz del mundo. ¿Qué quiere decirnos Jesús cuando pronuncia tales palabras? Jesús es el Hombre cabal cuya conducta intachable es un ejemplo a seguir para nosotros. Esta es, pues, una de las razones por las que los mártires rehusaron a su vida mortal, por consiguiente, si quienes carecían de fe y querían creer en Dios veían que ellos eran incapaces de defender su ideal de vida, ¿cómo podrían abrazar nuestras creencias?
Hace varios años me preguntó un amigo ciego: ¿Por qué dice Jesús en la Biblia que nuestros ojos son las lámparas de nuestro cuerpo? Yo le respondí: Si Jesús hablara en esos términos con respecto a nuestros ojos, Dios permitiría que existieran muchas enfermedades en el mundo, pero la ceguera sería un problema causado por las formas en que vemos los acontecimientos que vivimos. Imagínate -le seguí diciendo a mi amigo-, una empresa que tiene un importante déficit económico y cuyo director piensa: Debería bajarles el sueldo a mis trabajadores, así pues, yo hice una inversión, y creé puestos de trabajo arriesgándome a fracasar, por consiguiente, ahora que mi empresa obtiene pocos beneficios, debo hacer que mis trabajadores obtengan menos ganancias para que trabajen más con el fin de que algún día pueda recuperar el dinero que estoy perdiendo. Por su parte, los trabajadores pensarían: Es injusto que se reduzca nuestro sueldo, porque nosotros somos los que trabajamos para que la empresa no quiebre. Si Dios es luz y justicia y nos juzgara según lo hacemos nosotros, ¿se decantaría por la defensa del director de la empresa, o por concederles la razón a los empleados de la misma? Mi amigo me respondió: Veo que, si hemos de ser perfectos como lo quiere Dios (MT. 5, 48), tenemos el riesgo de equivocarnos. Yo le respondí: La perfección está al alcance de Dios y, el hecho de poder equivocarnos, no nos indica que hemos de vivir viendo nuestros problemas paralizados, pues ello significa que tenemos muchas oportunidades de alcanzar metas muy estimables.
San Pedro escribió una instrucción que habían de vivir quienes se exponían a la persecución y al martirio (1 PE. 2, 12).
Meditación.
“1. Jesús, en el Evangelio de hoy, nos dice que, al estar íntimamente vinculados a Dios, somos el centro del universo. Esta realidad tan atractiva, significa una gran responsabilidad para nosotros, pues nos hace constatar que nuestro Padre común nos ha dotado de una libertad, que debemos aprovechar convenientemente, para crecer como personas cristianas, como gente de este mundo, a pesar de que somos peregrinos que caminamos hacia un mundo nuevo, que nos estamos creando, con nuestras obras, palabras, y, oraciones. Nuestro origen humano es indiscutible, pero, al comparar nuestra fragilidad con la omnipotencia de Dios, David le preguntó a nuestro Criador: (SAL. 8, 5).
Estamos tan acostumbrados a tener a Dios como a un Padre olvidado, y estamos tan sumidos en el progreso material de la sociedad en que vivimos, que, con la excepción de que suframos carencias temporales o de que enfermemos gravemente, no nos acordamos de nuestra debilidad, no porque nuestra fe suple los defectos que tenemos, sino porque no nos sentimos necesitados de Dios. Vivimos en un mundo que se está pluralizando, y, la Filosofía y la Psicología, al no poder estar dirigidas a instruirnos en una creencia generalizada, están siendo utilizadas para fomentar el amor que debemos sentir por nosotros mismos, por lo que, lamentablemente, en la sociedad cuyo afán competitivo es ilimitado, nos estamos olvidando de nuestros prójimos los hombres. Jesús nos dice que somos la sal y la luz de la gran ciudad del mundo, pero no somos felices, porque, no podemos darle savor y luminosidad a nuestra vida, si vivimos aislados, paradójicamente, en una sociedad que dispone de muchos medios para que nos sea posible comunicarnos con nuestros prójimos.
2. Somos muchos los católicos que nos hemos acostumbrado a asistir a la celebración de la Eucaristía semanal de los Domingos, pero, lamentablemente, no todos conocemos a Jesús. A pesar de que el pasado Domingo meditamos las Bienaventuranzas, estoy completamente seguro de que, muchos católicos no saben en qué capítulo de San Mateo o de San Lucas se encuentran las citadas máximas de Nuestro Maestro. ¿Qué diría Jesús si volviera hoy en su Parusía y viera que la Eucaristía sólo es un acto rutinario para nosotros? ¿Por qué somos cristianos si no sabemos lo que Dios quiere de nosotros? Un cristiano que no conoce sus creencias es semejante a un científico que desconoce su trabajo.
3. Paralelamente a nuestros ciclos formativos, es muy importante que ejercitemos los dones y virtudes que recibimos del Espíritu Santo, participando, por ejemplo, en diversas actividades que se pueden programar en nuestras comunidades físicas yo virtuales. Pueden constituirse grupos de oración para rezar el Santo Rosario una vez a la semana, se pueden crear grupos de Catequesis o de Liturgia, se pueden crear asociaciones para recabar fondos económicos para realizar actividades en países subdesarrollados, etcétera. Yo he sido catequista de niños, adolescentes y adultos, y, desde hace más de tres años, evangelizo a través de la red, y me dedico a escuchar a quienes se sienten tristes, a través de la cuenta de Msn Mesenjer:
amigosdetrigodedios@hotmail.com
y os puedo asegurar que Dios me ha dado frutos como para superar miles de veces las buenas obras que he realizado. Estas actividades nos instan a olvidar el egoísmo, y nos enseñan a amarnos a nosotros, a nuestros prójimos, y, a nuestro Padre común.
4. La formación y la acción cristianas carecen de sentido si no se basan en la oración, de la misma forma que, las Bienaventuranzas, carecen de sentido, al no ser explicadas por el sermón del monte. Orar es hablar con Dios como lo hacemos con quienes se sientan con nosotros en nuestro hogar, una experiencia inolvidable e inexplicable, que sólo puede ser comprendida, por quienes la viven” (Fragmento de la meditación del Domingo V del Tiempo Ordinario del Ciclo A, año 2005).
11. Jesús y la Ley.
Quienes conozcáis los dos Testamentos en que se divide la Biblia al menos superficialmente, e incluso quienes hayáis leído algo sobre Dios durante el tiempo que habéis dedicado a la lectura de estas meditaciones por primera vez, habéis tenido la oportunidad de constatar que, mientras en los Evangelios Jesús nos habla de la Ley uniendo intrínsecamente la justicia y el amor, en el Antiguo Testamento se nos habla de que los que pecan han de ser castigados de una forma ejemplar, con el fin de que, quienes les contemplan sufrir, piensen en lo que les puede suceder, si incurren en el incumplimiento de la Ley. Gracias a Dios que estas prácticas han desaparecido en muchos países. Al constatar la desigualdad existente entre la perspectiva de la Ley que se nos ofrece en la Biblia, nos preguntamos: ¿Herró Jesús al explicitarnos su óptica con respecto a su visión de la Ley? ¿Era la Ley muy severa? Para responder a estas cuestiones, hemos de tener en cuenta que los relatos bíblicos acontecieron en épocas diferentes, lo cuál explica los contextos sociales en que los Hagiógrafos de los textos sagrados nos aportaron sus puntos de vista con respecto a este tema (MT. 5, 17-18).
Todos conocemos el valor de las Alianzas divinas, cuyo propósito consiste en acercarnos a Dios, así pues, aunque Jesús vislumbró la justicia basada en el amor recíproco, esto no cambiaba el sentido de la Ley que fue escrita para que los hebreos que no sabían vivir como hombres libres y podían aniquilarse en vez de sobrevivir, aprendieran a vivir en comunidad, aunque hubieran de hacerlo, en un principio, con tal de esquivar la muerte.
(MT. 11, 12-13). ¿Por qué permite Dios que su Reino sea violentado?
¿Seremos nosotros quienes queremos adaptar el anuncio del Reino de Dios a nuestras ópticas?
¿Seremos nosotros, los que queremos conquistar el Reino de Dios a la fuerza, imponiéndoles nuestra forma de pensar a nuestros hermanos, utilizando nuestra verdad cristiana como una espada de doble filo, que nos mata a nosotros si nos creemos dueños de la misma, y por nuestra agresividad extermina la fe de nuestros prójimos los hombres?
(LC. 16, 16. MT. 5, 19). Jesús quiere que cumplamos los preceptos legales que podamos escrupulosamente, pero no como quienes se sienten obligados a ello, sino como quienes acogen a Nuestro Padre común con una gran cortesía, como al mejor huésped que puede habitar en su alma, de la misma manera que la mujer pecadora le agradeció a Nuestro Señor el hecho de que le permitiera que enjugara sus pies con sus lágrimas (LC. 7, 36-50).
A continuación, Jesús pronunció unas palabras que contribuyeron a su sacrificio (MT. 5, 20).
Jesús no juzgaba el valor personal de los escribas y fariseos, sino la conducta de los mismos.
“Hubo un tiempo en el que los hombres se regían por la ley del más fuerte. Así pues, si un hombre era insultado por otro, quien profería el insulto podía ser tratado según la voluntad de su adversario. No estoy fantaseando, así pues, nuestros niños ven esta realidad a través de la televisión muchas veces. Frente a esta inútil e injusta óptica, Dios le entregó a Moisés los Mandamientos en el Sinaí, escritos, como todos sabemos, en dos tablas. Es frecuente que muchos de nosotros no le concedamos importancia a la ley de Moisés, por considerarla anticuada, en desuso, pero es el mismo Jesús quien nos insta a no desestimar la Ley de Dios y de Israel. Jesús nos enseña que dicha Ley no es perfecta, pues todos sabemos que contiene unos preceptos que son prácticamente imposibles de cumplir, pues van más allá de nuestras posibilidades de cumplirlos, con el fin de hacernos comprender que Dios nos concede la salvación, no a través del cumplimiento de la Ley, sino por causa de su amor misericordioso.
Quienes hemos leído la Torá, -nuestro Pentateuco-, podemos constatar la dureza de multitud de mandamientos que Moisés hubo de institucionalizar, para que sus seguidores se adaptaran al Dios que se les revelaba a través de su Profeta.
¿Por qué no hemos de desestimar la Ley de Moisés? De la misma forma que decimos que dicha Ley está en desuso, muchas veces solemos adaptar los mandatos bíblicos y eclesiásticos a nuestra voluntad, de manera que nos creamos una teología propia, de modo que nos inventamos un dios a nuestra imagen y semejanza, que nos justifica de vivir aquello que no nos gusta de la Ley de Dios. Estas cosas son las que nos hacen vivir una gran tibieza, gran impedimento para que la fe fructifique en nosotros. Jesús nos vuelve a pedir a través de la Liturgia de la Iglesia que seamos luz y sal en un mundo que se proclama autosuficiente sin Dios. Ahora, más que nunca, tenemos que demostrar dónde estamos los cristianos, y por qué actuamos según el proceder de Cristo Rey.
Concluyamos esta reflexión del Evangelio diario, pidiéndole a Dios que nos ayude a meditar y cumplir los Mandamientos de su Santa e irrevocable Ley” (José Portillo Pérez, Meditación de MT. 5, 17-19. 12/06/2002).
“Algunos hermanos desean saber si la Ley de Moisés tiene la misma vigencia que el Evangelio entre los católicos. San Mateo nos dice en su Evangelio respondiendo a nuestra pregunta que Jesús no vino a la tierra con el propósito de modificar la Ley, sino a darle a las citadas disposiciones legales su más pleno sentido. Veamos un ejemplo práctico de la reforma que Jesús llevó a cabo en la Ley:
Moisés autorizó a los hombres de Israel a divorciarse de sus mujeres a través de la entrega a las mismas de un acta legal de separación. Jesús, en cambio, no defendía el divorcio, de hecho, ni consentía la separación de los hombres de las prostitutas como actos correctos (MT. 5, 32).
Si la Ley dada por Moisés a los hebreos era imperfecta, ¿por qué quiso Jesús otorgarle su más pleno sentido? La Ley de Dios se puede sustituir por otra Ley humana, pero no se puede reformar porque, en este caso, los términos reforma y sustitución son sinónimos. Esta es, pues, la causa por la cual Jesús no transformó la Ley de Moisés, ya que más bien, le concedió un valor más humano respetando la voluntad y los lazos afectivos existentes entre Dios y los hombres.
Concluyamos esta meditación del Evangelio diario, pidiéndole a nuestro Padre y Dios que nos ayude a considerar que no existen diferencias entre el amor y la justicia” (José Portillo Pérez. Meditación de MT. 5, 17-19. 26/03/2003, Miércoles III de Cuaresma).
12. El uso y el abuso de la religión.
Llamamos religión al conjunto de creencias -o dogmas- acerca de Dios, de sentimientos de veneración y temor hacia la Divinidad suprema, de normas morales para la conducta individual y colectiva, y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para tributarle culto. También llamamos religión a la virtud que nos mueve a darle a Dios el culto que le debemos como acción de gracias por su amor para con nosotros. Dependiendo de la forma que utilicemos la religión, podemos hacernos felices a nuestros prójimos y a nosotros, o podemos autodestruirnos. Un famoso comunista solía decir que "la religión es el opio del pueblo". Muchos jóvenes, cuando comienzan a tener relaciones interpersonales, se alejan de su círculo de amigos, y se entregan a sus parejas, como si las mismas constituyeran la mayor ilusión de su existencia. Muchos de esos jóvenes, en conformidad con el paso del tiempo, descubren que sus parejas no son quienes ellos creían que eran, y, al desaparecer el enamoramiento natural con que iniciaron sus relaciones, comprueban que, lo que al principio era bello, concluye siendo cansino. Con la religión puede sucedernos algo parecido a lo que les sucede a los citados jóvenes que carecen de experiencia amorosa o no están preparados para mantener relaciones interpersonales. Muchas personas que se refugian en la religión buscando el consuelo de los creyentes, según conocen la doctrina que sus amigos profesan, se van planteando dudas, las cuales, si no son resueltas satisfactoriamente, menoscaban la fe de quienes no encuentran lo que buscan en la Iglesia, quizá porque no sabemos comprenderles o inculcarles debidamente nuestros conocimientos religiosos. No faltan quienes se refugian en la religión y años después de comenzar a creer en Dios, descubren que han de volver al mundo, porque los creyentes de siempre no sabemos satisfacer sus dudas, o porque descubren que la religión no es lo único que han de vivir. Por último, no hemos de olvidar a los que nos exigen que cumplamos la Ley de Dios a rajatabla, aunque ellos se creen santos, y adaptan las normas morales a su forma de pensar, de manera que creen que son inimitables por su perfección. Jesús nos habla en los Evangelios de estos personajes, pues, en el tiempo en que vivió Nuestro Señor, los fariseos constituían una secta dentro del Judaísmo que destacaban por su rigor y austeridad, pero evitaban el cumplimiento de los preceptos más relevantes de la Ley en la práctica. De aquí viene el hecho de que el vocablo fariseo sea sinónimo de hombre hipócrita, malintencionado y de mala catadura. Al estudiar superficialmente el capítulo 23 del Evangelio de San Mateo, vamos a ver cómo muchos líderes religiosos aprovechan su don de gentes para exigirles a sus discípulos que hagan lo que ellos no hacen, porque se creen santos cumplidores de la Ley divina.
(MT. 23, 1-5; 6, 1). Gertrudis, mi abuela paterna, me contó una anécdota que le sucedió a una amiga suya hace muchos años. Ella le prometió a San José de Nazaret -el Patrón de Cajiz, mi pueblo- que, si le concedía un favor, caminaría descalza durante la procesión religiosa del citado santo, que se celebra todos los años los días 18 y 19 de marzo. Todos los vecinos del pueblo sabían cuál era la razón por la que aquella mujer caminaba descalza tras la imagen de San José. Don Pedro el sacerdote, al ver aquella escena, se acercó a la penitente y le dijo: {cálzate enseguida, porque puedes clavarte un cristal en un pie y, en vez de hacer cosas que no sirven para nada, haz algo útil, y dale una limosna a una familia pobre. La penitente, con tal de cumplir su voto y no desobedecer al sacerdote, le regaló un litro de aceite de oliva a una familia pobre, un donativo que, en los años de la posguerra civil española, era una limosna muy generosa para ser concedida por una pobre campesina.
Jesús nos dice también con respecto a los fariseos: (MT. 23, 6-8). Jesús no quiere que seamos maestros unos de otros en sentido figurativo, indicándonos que todos debemos tratarnos como hermanos, dado que los hijos de Dios pertenecemos a un único estamento social.
(MT. 23, 9). Jesús no se opone a que tengamos padres, así pues, los sacerdotes católicos son considerados como padres y por tanto preceptores de sus feligreses, de hecho, nuestro Señor no quiere que idolatremos a nadie como si se tratara de Nuestro Padre celestial, que haga las veces de Dios.
(MT. 23, 10-11). El día en que los hermanos Juan y Santiago le pidieron a Jesús por mediación de Salomé -su madre- que cuando viniera al mundo para concluir la plena instauración del Reino de Dios les sentara a su izquierda y a su derecha respectivamente, el Mesías les dijo, las palabras que leemos en MT. 20, 25-28. Véase el mismo texto en LC. 22, 25-26.
(MC. 9, 35. Véase un texto igual a este en MC. 10, 43-44. CF. también LC. 22, 25-26, un texto idéntico al de San Mateo que estamos meditando). Jesús no nos dice que renunciemos a nuestro status social para servir a los pobres ni que les quitemos el pan a nuestros familiares para dárselo a los carentes de dádivas materiales, sino que repartamos nuestras posesiones equitativamente, sin renunciar a nuestro estado actual. Tengamos en cuenta que Jesús decía esas palabras tan difíciles de aceptar con respecto al ejercicio de la caridad porque los fariseos no se consideraban inferiores con respecto a los demás, sino superiores a quienes instruían.
Jesús es nuestro modelo a imitar a la hora de servir a nuestros prójimos, así pues, el Señor nos dice, las palabras que leemos en LC. 22, 27. MT. 23, 12. CF. el mismo texto explicado con diferentes palabras en LC. 14, 11; 18, 9-14).
(MT. 23, 13-14). En el tiempo en que vivió nuestro Señor, las mujeres eran consideradas inferiores a los hombres, así pues, esta es la razón por la que muchas viudas tenían que prostituirse para poder sobrevivir. Jesús les dijo a los fariseos que ellos se cerraban el cielo a sí mismos y lo mismo hacían para quienes seguían su ejemplo, pues no sólo pecaban, sino que inducían a sus seguidores a imitarlos.
(MT. 23, 15). Un prosélito es una persona que se adhiere a una doctrina, una facción o parcialidad.
Cuando el Rey Salomón (descendiente de David) era anciano, hizo construir un altar frente a la antigua ciudadela de Jerusalén, en el que los creyentes tenían que sacrificar a sus hijos en honor de los dioses paganos Kemósh y Moloc. Salomón construyó la gehena, según leemos en la Biblia (1 REY. 11, 7-8). La gehena fue conocida como un lugar de abominación, por causa de los sacrificios humanos que se llevaban a cabo en el citado valle, incumpliendo la Ley de Yahveh, el cuál no aceptaba que se le ofrecieran sacrificios humanos. En un periodo posterior, aquel valle se convirtió en un vertedero de basura, en el que se mantenían fuegos encendidos siempre, con el fin de evitar la pestilencia. Estas son las causas por las que en el Nuevo Testamento la gehena es sinónimo de infierno.
(MT. 23, 16). Jesús nos dice que no le concedamos más valor a los objetos religiosos que a la casa de Dios, y que no les concedamos más importancia a los motivos religiosos que a las personas. Llegados a este punto, os propongo un tema que podréis considerar -si así lo queréis- cuando concluyais esta consideración: ¿Debe la Iglesia vender su patrimonio para ayudar a los pobres a solventar sus carencias, o debe mantenerlo y seguir utilizándolo para evangelizar a la humanidad? (MT. 23, 17-22. IS. 66, 1-2).
Decir que una construcción hecha por hombres sirve para acoger a la Divinidad creadora del universo es hablar en lenguaje simbólico, así pues, el verdadero templo de Dios, es el corazón de sus hijos los hombres (MT. 5, 34-35). San Esteban, antes de morir, explicó el hecho que nos ocupa, -es decir, que quienes somos imperfectos no estamos capacitados para construirle una morada a Aquel cuya perfección es ilimitada- (HCH. 7, 46-50).
(MT. 23, 23. LV. 27, 30). Los hebreos hacían bien con ofrendarle a Dios la décima parte de las semillas que plantaban y de los frutos que recogían de los árboles, pues así contribuían al sostenimiento de los descendientes de Leví, el hijo de Jacob cuya prole fue consagrada al sacerdocio. Jesús aprueba nuestra asistencia a las celebraciones litúrgicas. Jesús no se manifiesta en contra de que en nuestros templos haya riquezas, pero quiere que seamos justos y socorramos a los indigentes, y que seamos misericordiosos, en virtud de la fe que le profesamos a Nuestro Padre común.
(MT. 23, 24). Jesús nos habla de quienes cumplen escrupulosamente los mandamientos de la Ley que no les resultan gravosos como asistir a la Eucaristía dominical, e incumplen los preceptos por los que hemos de ser conocidos los cristianos.
(MT. 23, 25-26. MC. 7, 1-23). Jesús nos dice que, de la misma manera que al fregar un plato por dentro lo limpiamos por fuera, las personas que tienen limpia la conciencia tienen limpio el cuerpo, aunque esto contradecía las creencias de los judíos con respecto a que los enfermos eran pecadores que pagaban el mal que hicieron ellos o sus antecesores de generaciones anteriores (MT. 23, 27).
No es fácil constatar cómo Jesús inició su Ministerio público predicando el Evangelio con mucha dulzura, y cómo hubo de endurecérsele el corazón cuando tenía que esquivar a sus perseguidores, los cuales cada día le cercaban más e intentaban asesinarle como diera lugar a escondidas de sus creyentes, pues Él quería difundir su conocimiento de Dios, y no le importaba sacrificarse si ello le era necesario para lograr su propósito. Jesús llamó a los fariseos sepulcros blanqueados dándoles a entender que, a pesar de que vestían suntuosamente, su espíritu era un recipiente lleno de maldad. Podemos constatar que Jesús no atacaba a sus enemigos profiriendo calumnias, sino que advertía a sus oyentes para que no imitaran a sus perseguidores. En el Evangelio de San Lucas podemos comprender muy claramente las palabras de Jesús, pues Él no estaba de acuerdo con la forma en que los fariseos practicaban el proselitismo (LC. 11, 44. MT. 23, 28).
(MT. 23, 29-31). Jesús sabía que, de la misma manera que los antepasados de sus oyentes habían asesinado a muchos mensajeros de Dios, ellos no sólo acabarían con los sucesores inmediatos del Mesías, sino que Él mismo podía contar las horas que le quedaban de vida, pues los miembros de la alta sociedad de Palestina le entregarían muy pronto a Pilato para que el Gobernador de Judea le condenara a morir crucificado.
(MT. 23, 32-33). Jesús se dirigió a sus enemigos adoptando la misma agresividad con que San Juan el Bautista se dirigía a quienes incumplían la Ley (MT. 3, 7-8. Este texto también se expone en LC. 3, 7. MT. 12, 33-35).
(MT. 23, 34). Quizá pensaréis: Si Jesús sabía que muchos de sus predicadores iban a ser asesinados, ¿por qué les encomendó la misión de predicar el Evangelio, e incluso les capacitó para que hicieran milagros? ¿Quería Jesús que sus seguidores murieran como Él sabía perfectamente que le iba a ocurrir? Nuestro Señor no quería que los suyos murieran, así pues, cuando les anunció a sus discípulos que les iban a perseguir para asesinarlos, les dijo las palabras que leemos en MT. 10, 23).
Algunos autores sostienen que Jesús creía que el fin del mundo iba a acontecer después de que Él rompiera las collundas de la muerte. Esta creencia fue desmentida por el propio Jesús, pues, cuando el Mesías les habló a sus amigos íntimos del fin del mundo, les dijo, las palabras que encontramos en MT. 24, 36.
Jesús no quería que sus seguidores fueran martirizados, pero ello era inevitable si ellos se aplicaban las palabras de Jeremías escritas en JER. 15, 15-16.
(MT. 23, 35). ¿Quiénes eran los personajes de los que nos habla Jesús? Abel el justo era hijo de Adán y Eva, y, por tanto, hermano de Caín. En la Biblia leemos: (GN. 4, 8).
Con respecto a Zacarías, podemos leer en el libro que contiene la Palabra de Dios: (2 CRO. 24, 20-21).
No es este el momento de debatir sobre la existencia del infierno y sobre la perfección de Dios, pues no pretendo hacer interminable esta exposición, pero, aún así, para seguir interpretando el capítulo 23 de la obra de Mateo el publicano, hemos de preguntarnos:
¿Creemos que Dios castiga a quienes le desobedecen?
Si Dios castiga a quienes no le aceptan, ¿cómo explicamos el sufrimiento de los creyentes?
¿No tendrá el dolor humano un sentido teológico aunque el mismo sea causado por la culpabilidad de los pecadores? Dejemos este tema pendiente para tratarlo en la exposición correspondiente al significado de la Pasión, la muerte y la Resurrección de nuestro Señor, y sigamos meditando el pasaje de San Mateo que os estoy exponiendo.
(MT. 23, 37-39. (Para ver la cita a la que Jesús hace referencia para recordar las palabras con que Jerusalén deberá alabarlo cuando lo reconozca como Mesías, Vé. SAL. 118, 26).
Jesús vaticinó la destrucción de Jerusalén que llevaron a cabo Tito y Vespasiano en el año 70, el cruel asesinato de los rebeldes nacionalistas que prefirieron morir antes de entregarse a los colonizadores de Palestina, quienes lucharon contra sus invasores hasta el último segundo de su existencia mortal.
¿Hemos recibido a Jesús en nuestros corazones?
¿Hemos orado diciendo: "Bendito el que viene en nombre del Señor" acogiendo al Mesías en nuestra vida? (Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario del ciclo A, año 2011).
13. Jesús y la ira. Leyes sobre actos violentos.
(MT. 5, 21). En el Pentateuco (los primeros cinco libros de la Biblia) leemos: (ÉX. 20, 13. DT. 5, 17. GN. 9, 5-6. LV. 24, 17. ÉX. 21, 12-13. NM. 35, 9-12. Este texto se explica también en JOS. 20, 1-9, donde Josué elige ciudades de refugio en las que los homicidas se refugiarían a la espera de ser juzgados. Moisés escogió ciudades de refugio al Oriente del Jordán, según consta en DT. 4, 41-43; 19, 1-13. NM. 35, 12-30. DT. 17, 6;1 9, 15-21). (Como explicación de DT. 19, 15, vé.: HEB. 10, 28).
Jesús desea que perdonemos a quienes nos hieran de cualquier manera en los siguientes términos: (MT. 18, 15).
A pesar de que no debemos dejarnos arrastrar por la soberbia, debemos defender nuestros planteamientos cuando la razón está de nuestra parte, basándonos en la óptica de Dios, para evitar cometer errores. Jesús nos dice que solventemos los problemas que tengamos con nuestros prójimos hablando con ellos a solas, para que la parte en conflicto que tenga que reconocer que carece de razón para defender su posición no se sienta avergonzada ni humillada, pues ello puede hacer a la misma más terca, por lo que la situación puede empeorar. Jesús nos insta a ser humildes en los siguientes términos: (LC. 17, 3). Jesús no nos advierte para que nos cuidemos de nuestros prójimos, sino para que tengamos cuidado de que nuestro excesivo amor propio no nos distancie de quienes amamos.
(MT. 18, 16). Jesús quiere que cuando tengamos problemas con nuestros prójimos, y ni ellos ni nosotros queramos resolverlos con tal de no ceder, ya sea porque la razón esté de nuestra parte, o porque el pecado que habita en nosotros sea más fuerte que el amor, que cumplamos la Ley (HEB. 10, 28).
Nuestro Señor nos sigue diciendo: (MT. 16, 17-18). Nuestras obras serán importantes cuando Dios nos juzgue, pues las mismas dan a entender si verdaderamente amamos a Nuestro Padre común y a nuestros prójimos.
San Pablo fue claro con los Corintios, cuando les escribió: (2 COR. 13, 1). Vemos cómo San Pablo aplicaba el principio legal sobre el que estamos meditando (1 TIM. 5, 19-21. NM. 35, 31-34. ÉX. 21, 14-16. DT. 24, 7. ÉX. 21, 17. El texto se amplía en LV. 20, 9. Dicho precepto de honrar a los padres y la prohibición de maldecirlos, se encuentran reflejados en MT. 15, 4, y en MC. 7, 10. ÉX. 21, 18-24. LV. 24, 19-20. Tal aplicación de la justicia también se ve en DT. 19, 21. ÉX. 21, 26-32). (He aquí algunos textos en que se exponen algunos de los Mandamientos que debemos respetar los cristianos: MC. 10, 19. CF. LC. 18, 20. ROM. 13, 9. ST. 2, 11. MT. 5, 21-22).
Quizá suponemos que Jesús modificó la Ley de Moisés para que la misma no fuera imposible de cumplir puntualmente por los creyentes. Tal como vimos anteriormente, Nuestro Señor, aunque nos dice que debemos vivir inspirados por el amor, no vino a transformar la Ley, sino a darle su pleno cumplimiento endureciendo los preceptos de la misma, ya que consideró pecados hasta los pensamientos sobre deseos impropios. Personalmente no soy partidario de la aplicación de la pena de muerte a ninguna persona, pero hemos de reconocer que cada civilización desarrolla su código legal, con el fin de evitar que se cometan los actos que son considerados impropios.
(LC. 12, 57). Jesús nos dice que, antes de comparecer ante un tribunal intentemos pactar con nuestros prójimos, al menos, si no lo hacemos por amor a ellos, nos pide que lo hagamos considerando que podemos ser condenados independientemente de que creamos que la razón esté de nuestra parte (MT. 5, 23-24).
¿De qué nos sirve ofrecerle sacrificios a Dios si no amamos a nuestros prójimos los hombres? (MT. 5, 25-26).
Parece que Jesús hace más gravoso el cumplimiento de la Ley, así pues, no quiere que nos enfademos con nuestros prójimos. El Hijo de María discutió muchas veces con sus enemigos, pero Él rechazaba la conducta de sus perseguidores, así pues, no odiaba a quienes le asesinaron, por consiguiente, se aplicó las palabras que años después escribió San Pablo: (EF. 4, 26).
14. El adulterio. Las relaciones interpersonales ilegítimas.
(MT. 5, 27. Jesús hace referencia a ÉX. 20, 14. El citado precepto se repite en ROM. 13, 9. LV. 20, 10; 18, 6-8. Lo mismo se dice en DT. 22, 30. DT. 27, 20. LV. 18, 9; 20, 17. DT. 27, 22. LV. 20, 11-12; 18, 15; 20, 13; 18, 22-23; 20, 14. DT. 27, 21. LV. 20, 15-16. ÉX. 22, 19. LV. 20, 18. Para ver otro texto que refleja esta prohibición, CF. LV. 18, 19; 20, 19-20; 18, 10-14; 20, 21; 18, 17-18).
Jesús nos dice después de habernos recordado la dureza de los mandamientos de la Ley de Moisés, las palabras que leemos en MT. 5, 28). Todos conocemos perfectamente el significado del término "adulterio", pues se refiere al ayuntamiento carnal voluntario de una persona casada con otra que no sea su cónyuge. Al igual que vimos en el epígrafe anterior en el que recordamos la aplicación de la Ley de Israel sobre los homicidas, Nuestro Señor no nos dice que los homosexuales ni los adúlteros han de ser ejecutados por mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio, de la misma forma que nos dice a quienes estamos casados que no les seamos infieles a nuestros cónyuges, así pues, todos somos hermanos y, por ello, las relaciones sexuales han de ser contempladas exclusivamente dentro del matrimonio, y han de ser vividas por amor, no sólo por placer. Jesús nos dice a quienes estamos casados que si deseamos ayuntarnos con quienes no son nuestros cónyuges, adulteramos contra nuestros cónyuges en nuestro interior.
La existencia de métodos anticonceptivos ha sido uno de los factores que han servido para promover la idea con respecto a que las relaciones sexuales pueden ser mantenidas fuera del matrimonio y sin que medie el amor entre quienes pueden decidir ayuntarse por mero placer. En nuestro tiempo también existe la tendencia de mantener relaciones sexuales antes de celebrar enlaces matrimoniales, pues se contempla la sexualidad como una ayuda que sirve para mantener a las parejas unidas, y no sólo se observa exclusivamente para tener hijos, según se nos dice que hagamos en la Biblia y en el Catecismo de la Iglesia Católica. Por ahora, dado que estamos comparando superficialmente la Ley mosaica con las enseñanzas de Jesús, nos es preciso seguir conociendo a Nuestro Señor, hasta que nos llegue la hora de profundizar en la visión de la Iglesia de los Mandamientos de la Ley, y tengamos la oportunidad de desarrollar este tema en un contexto más adecuado.
Aún quienes no conozcáis la historia del pueblo en que vivió Jesús, después de haber tenido la oportunidad de comprobar cómo los hebreos discriminaban a las mujeres considerándolas inferiores a los hombres, entenderéis que a muchos oyentes del Mesías, les era difícil amar como a sus hermanas a aquellas mujeres con las que no hablaban en las calles porque ello les avergonzaba. Es importante recordar que hasta los rabinos (intérpretes de la Ley mosaica), en el tiempo en que vivió Nuestro Señor, no hablaban con sus cónyuges fuera de sus casas. ¿Por qué se empeñó Jesús en que aquellos hombres vieran en las mujeres a personas a las que ni siquiera habían de soñar que las tenían entre sus brazos si no estaban casados con ellas? Las iglesias o congregaciones cristianas, a pesar de lo que podemos deducir leyendo atentamente el Evangelio Apócrifo de Felipe con respecto al amor que unía a Nuestro Señor con María de Magdala (versículos 30 y 62), nos enseñan que Jesús fue célibe, pero no por ello dejó de ser defensor del matrimonio. Esta es la razón por la que Jesús nos dice en su lenguaje simbólico usual que, aunque en ciertas ocasiones nos sea difícil vivir con nuestros cónyuges, que no recurramos a la infidelidad, sino que solventemos nuestras diferencias con ellos (MT. 5, 29. La misma enseñanza se lee en MC. 9, 47). Obviamente no podemos interpretar literalmente las palabras de Jesús, dado que no vamos a perder la gracia de Dios por causa de nuestros ojos. Muchos de vosotros recordáis perfectamente que en décadas anteriores la Iglesia nos enseñaba que tenemos tres enemigos que atentan contra nuestra vida eterna, los cuales son, a saber: el demonio, el mundo y la carne. Antes de que yo empezara a trabajar como catequista de niños de primera Comunión, un sacerdote les dijo a los feligreses de su parroquia que Dios había querido que yo naciera ciego para que, al carecer de visión, y, por tanto, al estar privado de utilizar los ojos para mirar a las mujeres y desearlas consecuentemente, mi alma no fuera condenada. Yo pienso que Jesús nos quiere decir que no utilicemos nuestros ojos para acariciar una felicidad que no tenemos con nuestros cónyuges y que quizá no podremos tener con ninguna persona si queremos dar por imposible una relación cuyo fin depende de nuestra incapacidad de comprender que dar amor, apoyo y comprensión, es tan importante como recibir el afecto y la ayuda que necesitamos de nuestros cónyuges.
(MT. 5, 30. La misma enseñanza aparece en MC. 9, 43). Siempre que queremos conseguir algo bueno tenemos que pelear por ello, así pues, si para ser felices tenemos que luchar hasta perder algún miembro de nuestro cuerpo, ¿qué esperamos para conseguir que el hecho de vivir nos resulte satisfactorio?
15. El divorcio.
(MT. 5, 31. DT. 24, 1-4. La doctrina matrimonial evangélica de la negación del divorcio, se encuentra en MT. 19, 7, y en MC. 10, 4. MT. 5, 32. La doctrina del adulterio se desarrolla también en MT. 19, 9, en MC. 10, 11-12, y en LC. 16, 18. 1 COR. 7, 1-4. 10-11).
En el tiempo en que gracias a Dios las mujeres no son consideradas como esclavas de los hombres en muchos países, nos preguntamos: ¿Por qué no permite Jesús la ruptura matrimonial entre quienes no pueden vivir casados? Pensemos que, si al Señor le costó un gran esfuerzo hacer que algunos de sus oyentes amaran a sus mujeres y que no se separaran de ellas, ¿cómo iba a predicar que se permitiera el divorcio, por ejemplo, en los casos en que los hombres maltrataban a sus mujeres, si en aquel tiempo las torturas físicas eran permitidas bajo la óptica de la Ley? Personalmente no pienso que Jesús era machista, así pues, si entre sus Apóstoles no hubo mujeres, ello debió suceder porque Nuestro Señor quiso proteger a sus fieles amigas de las torturas bajo las que sucumbieron muchos de sus discípulos. Detengámonos, pues, unos minutos en el curso de la exposición del sermón del monte, y conozcamos más a fondo la doctrina matrimonial del Mesías.
(MT. 19, 3). ¿En qué consistía la trampa que los fariseos le querían tender al Mesías? Si Jesús les decía que les estaba permitido separarse de sus mujeres por cualquier motivo, ellos, sabiendo que el Señor era estimado por los más humildes de su pueblo, les demostrarían a los creyentes en Jesús que su Maestro no valoraba a las mujeres como personas libres con derechos semejantes a los de sus maridos, sino como esclavas de los hombres. Por otra parte, si Jesús les respondía la pregunta que le hicieron negativamente, le acusarían de incumplir la Ley de Moisés, según recordamos hace unos minutos. ¿De qué manera podría Jesús salir de la trampa que intentaron tenderle sus enemigos sin salir perjudicado de la misma? Veamos cómo Nuestro Señor recurrió a las antiguas Escrituras para salir de aquella situación que le plantearon quienes estaban interesados tanto en promulgar la existencia del divorcio como en procurar la muerte del Hijo de María (MT. 19, 4). Jesús dijo las citadas palabras basándose en los siguientes versículos del Génesis: (GN. 1, 27; 5, 1-2. MT. 19, 5). Jesús recurrió nuevamente al Génesis para justificar su explicación, así pues, en el citado versículo de San Mateo, recitó literalmente las palabras que aparecen en GN. 2, 24.
(MT. 19, 6-7). Mientras Jesús les dijo a sus interlocutores que hicieran lo posible por no separarse de sus cónyuges, ellos justificaron su forma de pensar basándose en las antiguas Escrituras, de las cuales extrajeron el siguiente pasaje: (DT. 24, 1. (MT. 19, 8-12).
16. La ley de los juramentos.
Los cristianos heredamos de los judíos el hecho de jurar ante Dios que vamos a hacer ciertos sacrificios, ya sea para conseguir algunos favores divinos, o ya sea para darle gracias a Nuestro Criador por habernos concedido alguna dádiva que le hemos pedido anteriormente al cumplimiento de nuestro voto. Actualmente muchos cristianos pensamos que el hecho de hacer sacrificios consiste en sobornar a Dios, pues Él sabe lo que necesitamos y, dado que nos concede lo que nos es necesario cuando así lo estima oportuno, debemos hacer el bien para agradecerle su amor para con nosotros, pero de nada nos sirve hacer sacrificios insignificantes ni lacerarnos para conseguir sus favores, dado que ello no nos es útil. Independientemente de cuál sea vuestra óptica con respecto a los juramentos, os expongo la doctrina de Nuestro Señor con respecto a este tema (MT. 5, 33. LV. 19, 12. DT. 5, 11. Para ver otra exposición de este precepto, CF. EX. 20, 7. NM. 30, 2. DT. 23, 21-23. NM. 30, 3-15. MT. 5, 34. ST. 5, 12. MT. 5, 34. IS. 66, 1. MT. 23, 22; 5, 35. SAL. 48, 2-3. MT. 5, 36-37).
Jesús no quiere que nuestra fe en que seremos salvos se base en el cumplimiento de nuestros votos, sino en la forma en que Nuestro Padre común nos ama. Recordemos que, aunque actualmente la costumbre de hacer votos se está extinguiendo, aún muchos de nuestros hermanos le prometen a Dios que van a efectuar grandes o pequeños sacrificios, para arrancarle a Nuestro Criador el favor que desean conseguir de Él, así pues, quienes gustéis de asistir a las procesiones de Semana Santa, estaréis acostumbrados a ver las interminables filas de penitentes que caminan tras las imágenes de Jesús y de María, orando para lograr la obtención de favores divinos.
Muchos de los cristianos separados del Catolicismo acosan a nuestros catecúmenos diciéndoles que desconfíen de quienes les enseñamos a adorar a las imágenes, argumentando para ello que Dios en el Antiguo Testamento nos dice que no debemos adorar a las imágenes, según vimos en en el lugar en que os expuse la definición de Dios y la Biblia. La Iglesia nos enseña a adorar a Dios (latría, idolatría), a venerar a María (hiperdulía o suma veneración), y a venerar a nuestros hermanos los santos y a los ángeles (dulía o veneración).
17. Amad a vuestros enemigos.
(MT. 5, 38. ÉX. 21, 23-25. La misma enseñanza se lee en LV. 24, 20, y en DT. 19, 21. MT. 5, 39-42). ¿Qué quería decir Jesús cuando les dijo a sus oyentes que se dejaran abofetear por sus enemigos? Jesús no pretende decirnos que seamos cobardes y nos dejemos golpear por nuestros rivales, sino que hagamos todo lo que esté en nuestras manos antes de sufrir graves percances con tal de ver cómo nuestros enemigos lo pasan mal por nuestra causa. Si Jesús hubiere creído que debía dejarse torturar por sus enemigos, no se hubiera defendido ante los fariseos y los saduceos que le tendían lazos antes de prenderlo, pues, sabiendo que iba a morir crucificado, ¿de qué le hubiera servido defenderse si hubiera creído que ello era inútil? Está claro que debemos aprender que, por causa de nuestra dignidad, si nuestra conciencia nos dice que somos inocentes cuando se nos acusa falsamente de haber hecho el mal, aunque nos pisoteen, aunque nos barran, aunque nos hagan tragar polvo, y aunque nos hagan lo que quieran, debemos defender nuestros ideales, porque, según dijo el Che Guevara, “más vale morir de pie que vivir arrodillado“. Efectivamente, Jesús murió a manos de sus enemigos cumpliendo su ideal redentor, así pues, Él no se dejó asesinar para hacerles entender a sus enemigos que fueron más fuertes que Él, sino porque quería cumplir la voluntad de Nuestro Criador.
Jesús también nos dice que, antes de pleitear con nuestros adversarios, si nos es posible, que sacrifiquemos nuestro orgullo, con tal de no subestimar a nuestros enemigos. Aunque el dinero sea lo más importante para muchos, nosotros tenemos unos ideales que trascienden la ambición de los hombres egoístas.
Jesús nos dice que si nos fuerzan a hacer lo que no queremos, que obedezcamos ciegamente, e incluso que hagamos el doble de lo que se nos pide. Esto tiene sus límites, así pues, si sucumbimos bajo el dominio de quienes se sienten dueños de nuestra vida, ¿no perderemos nuestra libertad? Si no tenemos libertad para vivir según la vocación que Dios nos ha inspirado, ¿cómo podremos sazonar nuestra existencia si permitimos que nuestra personalidad sea modificada según les plazca a nuestros amos?
Nuestro Señor nos dice que no dejemos de complacer a quienes nos piden dádivas, pero ello no significa que dejemos que los vagos vivan a nuestras expensas, pues la tierra es de quienes la trabajan.
(MT. 5, 43. LV. 19, 15. DT. 16, 19. ÉX. 23, 6-8. LV. 19, 16-18. LC. 10, 27. DT. 6, 5. GÁL. 5, 14. Leer algunos mandamientos que debemos cumplir los cristianos en las siguientes citas: MT. 19, 19, y 22, 34-40. Lo mismo leemos en MC. 12, 28-31).
“Al considerar cuál de las religiones existentes en nuestro tiempo tiene los preceptos más difíciles de cumplir, nos encontramos con que el Judaísmo, el Islam y el Cristianismo, tienen un Mandamiento en común (la adoración a un único Dios), que es prácticamente imposible que lo observemos los miembros practicantes de las citadas religiones perfectamente. Dios es el centro de las tres religiones. Nuestro Padre celestial es el punto cúlmen de nuestra vida. Si leemos con atención el libro de los Salmos, podremos observar cómo la plenitud de nuestra vida consiste en alabar a Dios, mientras esperamos la plena instauraciónn del Reino celestial en el mundo. El libro de los Salmos constituye un rico material para enriquecer nuestra oración porque en él encontramos la forma en que hemos de pedirle a Nuestro Padre celestial dádivas, ya sean estas para nuestros prójimos o para nosotros, así como también se nos indica cómo hemos de alabar a nuestro Criador.
Ante el carácter indeleble del Mandato de adorar a Dios, ¿somos capaces de anteponer el amor a Dios al amor a los hombres, e incluso al deseo de aumentar nuestras pertenencias materiales?
Tengo la impresión de que los dos primeros Mandamientos de la Ley de Moisés interpretados por Jesús y la Iglesia, es decir, la adoración pura a Dios y el amor incondicional a nuestros prójimos los hombres, son dos partes de un todo que, al cumplimentarse, le dan una adecuada respuesta a las inquietudes de nuestra vida a nivel personal y colectivo -o social-, pues, en ambos preceptos, no sólo se encierra la Ley de Israel, sino que se encierra el más pleno sentido de los Mandamientos de Nuestro Señor Jesucristo, quien reformó la aplicación de la Ley mosaica.
En la definición del primero de los Mandamientos de la Ley, Yahveh se pronunció en estos términos: (ÉX. 20, 5). Nuestro Criador, cuyo amor para con nosotros es la plenitud de la felicidad de los hombres, exige ser el centro de nuestra vida, la meta a alcanzar en nuestro crecimiento espiritual.
Concluyamos esta meditación del Evangelio diario, pidiéndole a Nuestro Padre y Dios que nos ayude a amarle por encima de nuestros seres queridos, y aún más que a nuestros anhelos” (José Portillo Pérez. Meditación de MT. 22, 34-40. 23/08/2002).
Meditación.
“1. Pobres de nosotros, religiosos y cristianos de a pie, pues sobre nuestras conciencias pesan los Mandamientos de Moisés, 2 de los cuales son positivos, y 8 negativos. Sobre nuestra conciencia también pesa la regulación del ayuno eucarístico, y, todo esto, sin mencionar los 1752 cánones del Derecho canónico y los cinco Mandamientos de la Iglesia, la mayoría de los cuales nos exigen un estricto y obligado cumplimiento, así pues, el incumplimiento de una sola de las citadas normas, nos induce a caer en la aceptación de la ley del pecado, estrictamente regulada por el Dios que nos ha dado la fe y su Santa Iglesia.
2. Ante tan enorme maremagnun de reglas de vida, ¿cuáles de dichos preceptos son los más importantes? ¿Recordáis la parábola del fariseo y el publicano, los cuales acudieron a confesar sus pecados al mismo tiempo al Templo de Jerusalén? (LC. 18, 9-14). El fariseo penetró en el recinto sagrado como Pedro por su casa, pues se consideraba un perfecto hombre, un semidios comparado con un simple recaudador de impuestos. ¡Qué hipócrita era aquel fariseo que no tenía en cuenta la colaboración existente entre los miembros de su secta para con los invasores romanos! Si aquel hecho relatado por Jesús hubiera acontecido en nuestros días, el fariseo hubiera tenido más razones de que jactarse, diciendo: "Señor, yo no soy como los que no vienen a la obligatoria Eucaristía dominical. Yo no soy como aquellos que no se ponen sus mejores galas para venir a tu encuentro. Mis hijos no son tan vulgares como los de aquellos que ni siquiera han memorizado un versículo bíblico..."
Los publicanos de ayer y hoy, esos que en vez de quemarse los dedos prendiendo las luces simbólicas de la fe se queman el alma con el fuego con que Cristo se dejó abrasar (LC. 12, 49-50), siempre tienen lo mismo que decir, muy a pesar de que, son tan buenos, y tan humildes, que no reconocen los dones y virtudes con que Dios les dotó para encontrar algo bueno en sí mismos.
3. Me ha quedado una pregunta que contestar, referente a cuál de los Mandamientos que tenemos que observar es el más importante. ¿Cómo se puede creer que los cristianos estamos obligados a cumplir Mandamientos? En tiempos de Moisés, el carácter obligatorio del cumplimiento de la Ley de Dios podía ser justificado, porque, aquellos que habían sido esclavos durante 430 años, sólo sabían hacer con sus enemigos lo que sus dueños habían hecho con ellos, y apenas conocían a El-Shaddai (el Dios de la montaña). En nuestros días, pensar en el maremagnun de disposiciones que tenemos que cumplir, supone el hecho realista de que no tenemos capacidad memorística para almacenar tantos datos, y, como Jesús decía las palabras que leemos en MT. 5, 19, podemos perder una buena parte de nuestra autoestima, de forma que podemos quedar atrapados en la tibieza, siendo víctimas de una depresiva obsesión que nos puede hacer tan obstinados como para que acabemos creyendo que somos inútiles pecadores.
4. Contestaré el interrogante que quedó en el aire al principio de esta meditación, sin dar más rodeos. Cuando tenía entre 16 y 17 años, empecé a asistir a todas las celebraciones eucarísticas que podía. Mi madre, quien durante bastante tiempo me insultó con todos los eufemismos habidos y por inventar, cuando transcurrieron varios años, le decía a todo el mundo refiriéndose a mí: "Él cumple puntualmente todas sus obligaciones, pero no le pidáis que quiera a nadie ni a nada por encima de Dios, porque perderéis vuestro tiempo".
Santa Magdalena de Nagasaki, Mártir japonesa, sabía que el único Mandamiento que debemos cumplir, el cual no es de carácter obligatorio, sino una necesidad de mantener viva la fe, es el de amar a Dios y a nuestros prójimos. Magdalena de Nagasaki, por amor a Cristo, fue colgada boca abajo en un pozo, y murió 13 días después de que aconteciera aquel trágico acontecimiento, porque llovió y el pozo se llenó de agua, hecho por el cual la pobre víctima murió ahogada.
Os propongo otro ejemplo de amor con respecto a Dios y a los hombres. Miles de personas se disponen a contemplar un espectáculo que estimula emociones de diversa índole. Mucha gente sale de las mazmorras a la arena del circo cegada por la luz que no está acostumbrada a contemplar desde hace tiempo. Los niños pequeños contemplan a sus padres aturdidos, quienes tienen dibujados en sus caras gestos de horror incontenible. Se hace un profundo silencio, se oyen golpes de látigo, seguidos de una serie de rugidos que suenan en todas partes. Aparecen tigres, panteras, y otros animales en la arena, que devoran a las víctimas de las persecuciones de Roma contra la nueva Religión que, desde Israel, se expande a las grandes ciudades del mundo. Poco tiempo después, sólo quedan los animales rodeados de huesos, y de algunos cristianos moribundos.
5. Si el martirio resulta ser la plena recepción del Bautismo de fuego, si nuestra única obligación es amar a Dios y a nuestros hermanos los hombres, hemos de vivir una vida en la que, lentamente, nos dispongamos a seguir el camino de aquellos primeros Mártires de nuestra fe. No nos falta el acoso de parte de muchos, para tener la tentación de tirar la toalla, pero ello no nos impide seguir creyendo en Dios” (José Portillo Pérez. Meditación del Domingo XXX Ordinario del año 2002, MT. 22, 34-40).
Meditación.
(ST. 2, 1-13. MT. 5, 44-48. DT. 18, 13). Gracias a quienes a través del chat o del teléfono me habéis contado las causas por las que sufrís, y gracias también a los ciegos que me habéis dejado inculcaros mis conocimientos de informática a través de diversos chats, del correo electrónico y del teléfono, he aprendido que todos, pequeños y grandes, debemos caminar juntos. No tengo nada de especial si discrimino a quienes tienen más carencias que yo, pero me siento más hijo de Dios y más hermano y amigo vuestro si os ayudo a suplir vuestras deficiencias. Gracias por vuestra amistad, y por haberme dejado crecer espiritualmente, porque de Dios y de vosotros he recibido más de lo que os he dado.
¡Qué difícil es vivir en conformidad con los Mandamientos de Cristo en una sociedad en la que se opta por la legalización del aborto y la eutanasia! ¡Qué difícil es creer en Cristo en una sociedad en la que nuestros prójimos enfermos, niños y ancianos, resultan ser una pesada carga para mucha gente! Las palabras de Jesús se oyen en un mundo que parece ignorarlas, para que amemos a nuestros enemigos. Jesús nos instruye para que solucionemos nuestros problemas haciendo que los dones y virtudes divinos fructifiquen en nosotros. Nuestro Señor nos ha enseñado al tiempo que hemos empezado a meditar este sermón de la montaña, a cambiar toda clase de soberbia por amor.
Jesús nos pide que no seamos tacaños a la hora de dar y prestar. Nuestro Señor no está de acuerdo con quienes prestan a usura.
18. La limosna.
(MT. 6, 1; 23, 5). Jesús nos dice que cuando socorramos a nuestros prójimos los hombres no presumamos de ser bondadosos, así pues, debemos darles a ellos lo que les pertenece por justicia, porque si los recursos existentes en nuestro planeta no hubieran sido repartidos desigualmente, en nuestro mundo no existiría la pobreza.
(MT. 6, 2). Estoy cansado de ver a muchas madres que se jactan de “tener como a reyes” a sus hijos minusválidos, así pues, utilizan a su prole para publicitar su bondad hipócrita, pero ¿por qué no se esfuerzan en hacer que sus descendientes se valgan por sí mismos, en vez de buscar la forma de presumir por causa de su falsa compasión?
(MT. 6, 3-4). ¿De qué forma nos recompensará Dios si no nos está permitido alardear de nuestra pretendida misericordia? Esta pregunta sólo puede ser respondida por quienes saben dar generosamente aunque en ciertas ocasiones sólo reciban el desprecio de aquellos a quienes benefician, y aún así no se rindan y sigan haciendo el bien, porque saben que esa es la forma de beneficiar a Dios en las personas de sus hijos.
19. La oración. El Padre nuestro.
Llamamos oraciones a las súplicas, las deprecaciones o los ruegos que se les hacen a Dios y a los santos. La oración es la elevación de nuestra mente a Dios (le buscamos a través de la escenificación mental -o contemplación-) para alabarlo o para pedirle mercedes o dádivas. La oración es una conversación que mantenemos con Dios -o con sus santos- de la misma forma que nos dirigimos a las personas en quienes confiamos que hablan con nosotros diariamente.
(MT. 6, 5. Recordemos la parábola del fariseo y el publicano que meditamos anteriormente, que está escrita en LC. 18, 9-14).
Cuando yo era adolescente, una persona cuyo nombre no puedo desvelaros, le prometió a la imagen de un Cristo que hay en un pueblo cercano al que vivo que si me curaba la vista, o si almenos me ayudaba a recuperar alguna visión, todos los años, esa persona y yo, no faltaríamos a la procesión de la imagen por las calles cercanas a la parroquia en que está el citado Cristo. Esa persona ha incumplido su voto por mi culpa, así pues, aunque ella no es católica practicante, no considerará a la citada imagen como un fetiche por mi causa, y, desde luego, si yo me curara aunque fuera a través de una intervención quirúrgica, no me gustaría que esa persona presumiera de que yo me habría curado por causa de la insistencia de su pseudobondad, pues ella, más que mi curación, buscaba el reconocimiento de sus conocidos. Los donantes de sangre no saben si su sangre salva vidas, por consiguiente, esta es la forma de hacer que los que pueden portar su substancia vital vivan creyendo que han logrado salvarse por su fe o por su suerte, pero nunca por el favor que les han hecho algunas personas, de manera que no es lo mismo agradecerle la vida a Dios o a la suerte que a una persona a la que habría que tratar de una forma muy especial.
(MT. 6, 6-8). Aunque la oración ha de ser perseverante, no debemos caer en el error de repetirle a Dios las dádivas que queremos que nos conceda para ver si se cansa de nuestra obstinación y actúa como una madre que no soporta las quejas de su hijo mimado, así pues, una cosa es pedirle a Dios todos los días al rezar el Padre nuestro que extermine la pobreza del mundo, y otra cosa es repetírselo constantemente, como si Él no fuera consciente de las necesidades que tienen los miembros más marginados de nuestras sociedades.
Con respecto al hecho de que Dios conoce nuestras carencias, si esto es cierto, ¿por qué debemos pedirle a Nuestro Padre común que nos otorgue mercedes? Efectivamente Nuestro Criador conoce nuestras necesidades, pero, a través de la oración, podemos descubrir si somos egoístas, si queremos satisfacer nuestras carencias económicas antes que las espirituales, si amamos a nuestros hermanos los hombres, etcétera. La oración es una conversación que mantenemos con Dios, es esta la causa por la que cuando oramos, descubrimos nuestra mentalidad ante Nuestro Creador.
(MT. 6, 9-13. 1 CRO. 29, 11. MT. 6, 14-15. Esta misma enseñanza también aparece en MC. 11, 25-26). Dios siempre nos perdona cuando transgredimos el cumplimiento de sus mandamientos, así pues, si Él no comprendiera nuestra imperfección, no podríamos decir que su amor para con nosotros es perfecto.
¿Por qué nos dice Jesús que hemos de ser misericordiosos para experimentar la misericordia de Dios? La respuesta a esta pregunta es fácil, así pues, de la misma manera que no podemos dar aquello de lo que carecemos, no podemos explicitar lo que no podemos comprender porque no lo hemos experimentado, por consiguiente, quienes saben perdonar porque han tenido la necesidad de experimentar el perdón divino, pueden sentirse perdonados y amados por Nuestro Padre común.
20. El ayuno.
El ayuno es una práctica judeocristiana utilizada para pedirle mercedes a Dios. Muchos cristianos creemos que esta práctica no tiene sentido porque Nuestro Padre celestial no necesita vernos sufrir para concedernos lo que le pedimos, pues Él sabe en qué momento debe otorgarnos los dones que necesitamos. Algunos vemos en esto el caso que me sucedió hace varios años cuando una chica me amenazó con tomarse un montón de antidepresivos si no le daba 600 euros, así pues, para no arriesgar su vida, me exigía la citada cantidad de dinero. Gracias a Dios que fui más inteligente que ella, y, al fingir que no le hacía caso, me demostró que era incapaz de hacerse daño.
Aunque a Dios no le sirven nuestros ayunos, Jesús aprovecha la existencia de esa práctica para purificar nuestras intenciones, para que no seamos hipócritas, según vimos al reflexionar sobre el modo en que hemos de darles limosna a los carentes de dádivas materiales (MT. 6, 16-18).
21. Tesoros en el cielo.
(MT. 6, 19-21). A pesar de la utilidad que tienen los bienes materiales, nuestras pertenencias no nos servirán cuando tengamos que vivir en la presencia de Dios cuando Nuestro Padre común concluya la plena instauración de su Reino entre los hombres. El objetivo principal de la vida de los cristianos practicantes consiste en trabajar para vivir en el Reino de Dios, como si de su esfuerzo dependiera la salvación -o salud- de su alma (LC. 12, 32-33).
22. La lámpara del cuerpo.
(MT. 6, 22-23). Jesús nos invita a juzgar las circunstancias que atañen a nuestra existencia mortal amparándonos en la óptica de Dios.
23. No utilicéis las riquezas como no os es propio hacerlo.
(MT. 6, 24). Es curioso constatar que según la forma en que utilicemos nuestras posesiones podemos acercarnos a Dios o alejarnos de Nuestro Padre común. En la Biblia se nos dice en repetidas ocasiones que no seamos egoístas y que no permitamos que la miseria se cebe sobre quienes tienen menos recursos que nosotros para sobrevivir.
24. La ansiedad de dádivas materiales.
(MT. 6, 25-29). Cuando yo era adolescente mantuve una conversación con dos personas a las que les expliqué que en mi vida la consecución de riquezas no es lo más trascendental. Una de esas personas es una mujer, la cuál, años después, cuando me ha visto vivir tiempos difíciles en los que he carecido de vivienda, se ha burlado de mí diciéndome: Gracias a Dios que para ti el dinero no es lo más importante, porque si lo fuera, yo de ti estaría muy apurada. A veces me dice esas palabras y se las dejo pasar como si no la hubiera escuchado, pero en otras ocasiones le digo irónicamente: Yo no soy la única persona que no pienso que el dinero es lo más fundamental en su vida, así pues, mírate a ti misma, que has preferido vivir a costa de un hombre, y no has querido trabajar para depender de ti misma. Jesús nos dice que los alimentos que necesitamos para vivir son inferiores a nuestra existencia, pero, cuando no tenemos medios para sobrevivir podemos pensar: Jesús tendrá sus razones para decirnos que la vida es más importante que la comida que necesitamos para sobrevivir, pero ¿cómo podremos sobrevivir sin alimentarnos? La respuesta a esta pregunta sólo la sabe Dios, pues Él nos ha sacado a muchos de la miseria abriéndonos ventanas en los muros en que no se nos permitía abrir puertas.
(MT. 6, 30-34). Hace varios años conocí a una chica en un autobús que me dijo que trabajaba afanosamente pensando en ser feliz el día en que se jubile. Yo le dije que no me parecía mal lo que estaba haciendo. Al comprobar que la comprendía, aquella joven me dijo que se sentía incomprendida por sus familiares y amigos, los cuales le decían que debía hacer más cosas además de trabajar, pues lo único que hacía era pensar en los años de su vejez, cuando ni siquiera tendría 25 años. Yo le dije que seguía pensando que estaba haciendo algo bueno al trabajar, pero que no debía olvidarse de la actualidad, por lo que podía hacer cosas que la colmaran de felicidad, como tener amigos con los que divertirse. Ella no me comprendió, pero, cuando le dije que ello le podía servir para quitarse el strés que la dominaba y por lo tanto para producir un mayor rendimiento en su trabajo reduciendo el número de horas que le dedicaba a su actividad laboral, empezó a estudiar la posibilidad de hacernos caso a sus familiares, a sus amigos y a mí.
Actualmente (año 2006) mi situación económica es difícil y, si miro al futuro, lo veo muy negro. Os puedo asegurar que la negrura de la que os hablo no es consecuente de mi ceguera. Esa visión negativa no me hace sentirme inquieto, así pues, pienso como Jesús, por consiguiente, cuando resuelva mis problemas actuales, encararé el futuro y afrontaré y confrontaré mis carencias con todos los medios que estén a mi alcance para resolver las dificultades a las que tenga que enfrentarme.
“"El viaje
Una vez un padre de una familia acaudalada llevó a su hijo a un viaje por el campo, con el firme propósito de que éste viera cuán pobre era la gente del campo, que comprendiera el valor de las cosas y lo afortunados que eran ellos.
Estuvieron todo un día y una noche en una granja de una familia campesina muy humilde.
Al concluir el viaje, y de regreso a casa, el padre le preguntó a su hijo:
--¿Qué te pareció el viaje?...
--¡Muy bonito, papá!
--¿Observaste cuán pobre y necesitada puede ser la gente?
--¡Sí...!
--¿Y qué aprendiste?
--Que nosotros tenemos un perro en casa, ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina de 25 metros, ellos tienen un riachuelo que no tiene fin. Nosotros tenemos unas lámparas importadas en el patio, ellos tienen las estrellas. Nuestro patio llega hasta el borde de la casa, el de ellos tiene todo un horizonte. Especialmente, papá, vi que ellos tienen tiempo para conversar y convivir en familia. Tú y mamá tenéis que trabajar todo el tiempo y casi nunca os veo.
Al terminar el relato, el padre se quedó mudo... y su hijo añadió:
--Gracias, papá, por enseñarme lo ricos que podríamos llegar a ser...."
(Extraído de "Vital").
Bendita la humildad que prevalece cuando la prepotencia baja de su falso trono.
Los ricos que no aman, son avaros.
Podemos ilustrar con palabras muy hermosas la interpretación del texto de San Mateo que meditamos al celebrar la Eucaristía en este día. Si no comprendemos lo que Jesús nos quiere dar a entender en el citado texto de San Mateo, nuestra fe puede empezar a extinguirse.
¿Cómo puede decirnos Jesús que no nos preocupemos si no tenemos trabajo, alimentos y vestidos?
¿Cómo podemos vivir sin dinero?
¿Por qué no nos preguntamos cómo es posible la felicidad sin fe en Dios?
Preocupémonos de orar, para que Dios nos conceda los bienes materiales y espirituales que necesitamos, demostrándonos que oye nuestras oraciones.
Pidámosle a Nuestro Señor, al concluir esta meditación del Evangelio diario, que nos ayude a concentrarnos en las verdades de nuestra fe, y en servir con amor a nuestros prójimos, tributándole el culto debido a Nuestro Padre del cielo, para que, ni las preocupaciones de hoy, ni los trastornos que vivamos mañana, nos aparten de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida de nuestra eterna salvación” (José Portillo Pérez. Meditación no fechada de MT. 6, 25-34).
25. La forma idónea de juzgar a los demás.
(MT. 7, 3-6). Jesús no nos impide que juzguemos a nuestros prójimos los hombres, así pues, Él no desea que dimanen sentimientos contraproducentes de nuestra mente cuando enjuiciemos a nuestros prójimos (LC. 6, 37-38).
Jesús nos dice que no le echemos lo sagrado a los perros y que no permitamos que los cerdos pisoteen nuestras perlas. Al decir tales cosas, Nuestro Señor recurrió al lenguaje de aquellos profetas como Juan el Bautista, que tenían la costumbre de expresar lo que sentían sin temor a herir a nadie ni a ser víctimas de quienes tenían poder para asesinarlos, para hacernos entender que no permitamos que quienes no aceptan nuestra doctrina les cierren el Reino de Dios a los catecúmenos y a quienes se acercan a la Iglesia, y para enseñarnos que no debemos dejarnos explotar por ningún prepotente.
26. La oración. La regla de oro.
A Jesús no le gustaba que sus discípulos oraran para convencer a Dios para que les concediera todo lo que quisieran.
(MT. 6, 7). Jesús nos dice que existe una diferencia notable entre pedirle a Dios todos los días que extermine las miserias que asolan a la humanidad y entre orar procurando llevarnos a Dios a nuestro terreno. La oración de petición, si bien es utilizada por los egoístas para manipular a Dios lo mismo que muchos adolescentes y jóvenes lo hacen con sus padres para pedirles dinero y malgastar los ahorros de sus progenitores, constituye una conversación caracterizada por la fe y la confianza, pues, a través de la misma, le manifestamos a Dios que nuestra esperanza descansa en Él. Una de las características esenciales de la oración, ya sea esta mental, comunitaria o individual, es la persistencia, así pues, si no debemos utilizar a Dios como un amuleto mágico, existe una gran diferencia entre pedirle la erradicación de la pobreza una vez a lo largo de nuestra vida y entre rogarle diariamente que ayude a los pobres a solventar su difícil situación vital (MT. 6, 8).
Al pedirle a Dios un favor reiteradamente, no le convencemos para que nos dé lo que deseamos que nos conceda, pero nos demostramos a nosotros y a Él que verdaderamente deseamos los dones que le pedimos en nuestra conversación diaria.
Muchos de nuestros hermanos cristianos oran algunas veces, pero no son perseverantes en su conversación con Nuestro Padre común, porque piensan que Dios no les escucha, porque no les concede lo que le piden. El texto que os expondré a continuación trata sobre la perseverancia en la oración, así pues, cuando oramos por una causa justa como lo es por ejemplo la salvación de un enfermo terminal, ¿por qué Dios no reacciona salvándole la vida a nuestro ser querido? No es este el momento de encontrar una respuesta satisfactoria al dolor, pero ha llegado la hora de aprender que, aunque Dios sabe cuál es el momento en que debe concedernos las dádivas que le pedimos, no nos abandona (LC. 11, 5-8).
La paciencia de Dios es infinita y por eso nunca se sentirá importunado por nuestras peticiones, pero tengamos cuidado de no pretender satisfacer nuestro egoísmo a la hora de hablar con Nuestro Padre común.
(MT. 7, 7-8). ¿Qué debemos pedir en nuestras oraciones? Cuando yo era catequista de niños y trataba con ellos el tema de la oración, algunos me preguntaban: ¿Debemos pedirle a Dios que no llueva el jueves para que podamos ir a la excursión que ha programado el maestro de ciencias sociales, o eso no es necesario? He conocido a algunos adultos que creen que el número de peticiones que podemos hacerle a Dios está limitado por alguna causa, así pues, evitan pedirle a Nuestro Padre común algunos favores de escasa importancia, y aprovechan para pedirle por sus enfermos o por alguna otra causa que consideran de cierta relevancia como para molestar a Nuestro Creador. Nosotros podemos pedirle a Dios lo que queramos, siempre que no pequemos de egoístas (1 COR. 6, 12).
¿Qué debemos buscar a la hora de orar? Cuando le dirigimos nuestras peticiones directamente a Nuestro Criador, y cuando les pedimos a sus mediadores María Santísima y a todos los santos que intercedan ante Nuestro Padre común por nosotros, buscamos que Nuestro Criador nos conceda lo que necesitamos, que solvente nuestras carencias en la medida que ello nos sea conveniente, que mantenga a la Iglesia fuerte para que no sea extinguida, y, en general, que concluya la plena instauración de su Reino de amor y de paz entre nosotros.
¿Dónde habremos de llamar para que Dios nos abra las puertas del cielo? Cuando decimos que queremos vivir en el cielo con Dios, debemos entender que el cielo no es un lugar propiamente dicho, sino un estado perdurable de felicidad. Esta es la causa por la que decimos que Dios vive en nosotros y nosotros vivimos en Él, en su amor misericordioso.
(MT. 7, 9-11). San Lucas completa la última frase del Señor que hemos oído, en LC. 11, 13. Cuando Jesús dice que somos malos, entiendo que no nos dice que somos pecadores fatuos, sino que nuestro amor es más imperfecto que el amor de Dios. A diferencia de San Mateo, San Lucas no nos dice únicamente que Dios nos concederá cuando lo crea conveniente para nosotros lo que le pidamos en oración, sino que serán tantas las dádivas que nos otorgará Nuestro Padre común, que nos llenará el corazón de su Espíritu Santo.
(MT. 7, 12). A pesar de que la regla de oro es muy clara y no necesita ser explicada, todos tenemos experiencias que nos indican que Jesús se equivocó al pronunciar las palabras escritas en MT. 7, 12, así pues, no todas las personas a las que hemos beneficiado nos han devuelto siempre bien por bien. Esta contradicción no se da siempre que hacemos el bien, así pues, aunque en alguna ocasión esta regla no sea vivida por familiares y amigos favorecidos por vosotros, no os rindáis, porque, la satisfacción de hacer lo que debe ser hecho, es una forma de hacernos felices, a pesar de los desengaños que vivamos eventualmente por causa de algunos desagradecidos o almas santas que no saben captar nuestras buenas intenciones.
27. La puerta estrecha que accede al Reino de Dios.
Nuestro Señor utilizaba algunas narraciones ficticias de las que se deducía, por comparación o semejanza, una enseñanza moral, y, por tanto, una verdad importante para sus seguidores. Aunque os estoy exponiendo el sermón del monte que pronunció Nuestro Señor según lo escribió Mateo el publicano, os voy a exponer este punto primero según nos lo transcribió el médico Lucas (LC. 13, 22-24).
¿Cuál es la puerta estrecha de la que nos habla Jesús? San Mateo escribió: (MT. 7, 13-14). Al meditar las palabras del Hijo de María, comprendemos fácilmente que la puerta estrecha que nos conduce al Reino de Dios es nuestro amor a nosotros, a Nuestro Padre común y a nuestros prójimos y la observancia de la Ley divina por nuestra parte. Jesús nos dice que muchos han intentado traspasar esta puerta y no les ha sido posible alcanzar la salvación por sus propios medios, así pues, no todos tenemos la fuerza de voluntad necesaria para no fracasar en el cumplimiento de la Ley de Dios. Quienes sois padres sabéis que la educación de vuestros hijos os supone un gran esfuerzo, pero, si no os esforzárais para ayudar a vuestros descendientes a salir adelante, entraríais por la puerta de la ociosidad en el infierno de la vida regalada, en el mundo de la pereza, en el reino de lo vanal. Cuando conseguimos hacer algo que nos supone hacer un gran esfuerzo, nos sentimos orgullosos por haber sido capaces de obtener lo que deseamos sin sucumbir a la tentación de vivir sin grandes ambiciones.
(LC. 13, 25-27). El texto lucano que estamos meditando, hace referencia a la plena instauración del Reino de Dios en el mundo, y a la celebración del banquete nupcial simbólico de Jesucristo, el Cordero de Dios, con la humanidad redimida, según consta, por ejemplo, en los primeros 14 versículos del capítulo 22 del Evangelio de San Mateo. Para comprender la razón por la que en el Reino de Dios serán rechazados quienes traspasen la puerta ancha, nos sería necesario definir el concepto del pecado, así como cuestionarnos sobre las postrimerías concernientes a la fe católica (el cielo, el purgatorio y el infierno), pero, por el momento, dado el espacio de que dispongo para exponeros algunas enseñanzas del Mesías, será en las exposiciones correspondientes, donde reflexionaremos con respecto a la relatividad del bien y del mal y la existencia más allá de la muerte.
(LC. 13, 28). Para cualquier cristiano que crea que su alma es indigna de alcanzar la salvación, la idea de pensar que Dios concluirá la plena instauración de su Reino entre los hombres y que él no será digno de vivir contemplando a Nuestro Criador eternamente, constituye una desgracia irremediable. En la parábola que estamos meditando, Jesús se dirigía a los judíos, a aquellos que, según veremos más adelante, les ganaron en santidad muchos gentiles o paganos, es decir, no judíos que abrazaron la fe predicada por Nuestro Salvador.
Al final de su relato simbólico de las bodas del Cordero de Dios con la humanidad, Jesús pronunció unas palabras que nos hacen pensar en nuestra vocación (MT. 22, 14). Dios nos convoca a todos para que le sirvamos en nuestros prójimos, pero no todos somos escogidos para desempeñar alguna misión en la viña de Dios, -es decir, en nuestro entorno social y en la Iglesia-. Existe un campo muy extenso en el que podemos trabajar para Dios, pero, aunque existen muchas tareas entre las que podemos elegir las que más se adapten a nosotros, no estamos preparados para ser grandes discípulos de Nuestro Hermano mayor.
Cuando halláis leído y meditado estas reflexiones, quienes decidáis creer en Dios, orad diciendo:
Señor, ya que nos has llamado a trabajar en tu viña, ayúdanos a sentir que nos has escogido para realizar el trabajo que podemos hacer para servirte en nuestros prójimos los hombres.
Señor, no te defraudaremos, porque confías en nosotros, y, aunque fracasemos en la realización de algunas actividades, jamás nos cansaremos de servirte.
En la parábola de los diez talentos que podéis encontrar en MT. 25, 14-30, Jesús dijo unas palabras que se adaptan perféctamente a lo que sucede en la vida real, hablándonos del siervo improductivo. Muchas veces llamamos torpes a quienes cometen fallos reprochándoles que no son tan hábiles como lo somos nosotros para reaccionar ante determinadas situaciones, pero es cierto que los improductivos se hacen a sí mismos. En el caso de la parábola de los diez talentos, el personaje improductivo del que nos habla Jesús no aprovechó los dones que le fueron entregados para servir a Dios, así pues, ese hombre, sabiendo que Dios desea que nos perfeccionemos pues en eso consiste su exigencia para con nosotros, decidió no hacer nada para agradecerle a Nuestro Padre la oportunidad que le dio de adquirir experiencias vitales trascendentales para su desarrollo personal. Las palabras de Jesús a las que hice referencia anteriormente diciéndoos que se adaptan perfectamente a la vida real, son las siguientes: (MT. 25, 29. (Esta enseñanza también se lee en: MT. 13, 12, MC. 4, 25, LC. 8, 18, y 19, 26. Vé. LC. 13, 29-30).
28. Las personas buenas producirán frutos buenos.
Aunque actualmente sabemos que el bien y el mal son conceptos relativos en nuestros países aconfesionales, Jesús nos enseña que las personas cuyos corazones están henchidos de virtudes divinas producen frutos buenos, mientras que, quienes no han sido ayudados para aprender a amar a sus prójimos hacen el mal, aunque actúen con la intención de beneficiarse a sí mismos (MT. 7, 15-19).
Con respecto al castigo de la maldad de los hombres, -el cuál no ha de ser visto como una multa o una pena mortal, sino como una oportunidad para volver a la senda divina-, San Juan el Bautista dijo: (MT. 3, 10; 7, 20; 12, 33).
No hemos de pasar por alto el deseo que Jesús tenía de que los profetas -o predicadores del Verbo divino- fueran santos. Jesús sabía que a lo largo de la Historia muchos personajes se han servido de diversas religiones para aprovecharse de quienes necesitan creer en alguien -o en algo- que le dé sentido a su vida o que les ayude a solventar una situación determinada -o varios casos difíciles de afrontar para ellos-. La religión es una espada de doble filo con la que podemos segar el mal con la práctica de las virtudes divinas, asesinar a nuestros prójimos, o acabar con nuestra vida después de hacer infelices a quienes creen en nosotros. Si les dijéramos a un niño o a un adulto carente de estima personal que son malos y que únicamente serán salvos cumpliendo la Ley de Dios, ambos serían capaces de hacer cualquier cosa con tal de vivir en la presencia del Todopoderoso, no por amor a Nuestro Padre común, sino para salvarse de las llamas del infierno. Yo quiero imitar a Jesús a la hora de deciros que os cuidéis de los profetas destructores de la felicidad de los hombres. Tened cuidado a la hora de seleccionar la forma en que se os inducirá a interpretar la religión en la comunidad -o el movimiento- en que decidáis participar, y, si os sentís incómodos, si no os dejan pensar lo que creéis que debéis creer, y sentís que os fuerzan a darles la razón a los superiores que dirijan los grupos, huid de ellos, porque podéis caer en las manos de expertos manipuladores de la mente que harán con vosotros lo que quieran. Tened en cuenta que si el amor de Dios es perfecto, Él no puede cometer la torpeza humana de castigarnos eternamente, pues sería tan egoísta como lo es cualquier asesino que desea segar vidas con tal de demostrar su poder.
29. Los verdaderos servidores de Dios.
(MT. 7, 21-23). Jesús hizo referencia a la siguiente cita del Salmo 6: (SAL. 6, 7-10). Jesús nos insta a que sirvamos a Dios por amor. Nuestro Señor no desea que pretendamos ser sus discípulos con la condición de que nuestros familiares y amigos nos alaben por causa de la pseudomisericordia que nos caracteriza, así pues, no debemos hacer el bien para ser alabados, sino como muestra de la reciprocidad de nuestro amor para con Nuestro Criador.
30. Los dos cimientos.
(MT. 7, 24-27). Según hemos visto a lo largo de este tema en el que os he expuesto brevemente el significado del sermón del monte de Nuestro Señor que el Apóstol San Mateo transcribió en su obra, podemos ver que Jesús les expuso a sus oyentes las bienaventuranzas, su óptica con respecto a la Ley mosaica y la necesidad que quienes creemos en Él tenemos de afianzar nuestra fe sobre Cristo Resucitado, nuestra roca viva (ÉX. 17, 1-7), la fuente de la salvación.
31. Ayes.
Jesús nos dice que quienes creen en Él son bienaventurados por causa de su fe, mientras que quienes le rechazan no podrán alcanzar la felicidad que caracteriza a los cristianos practicantes. San Lucas, en su exposición de las bienaventuranzas, nos transmite una serie de ayes -o lamentaciones-, que marcan a quienes rechazan al Mesías (LC. 6, 24-26). Para comprender los ayes que estamos meditando, debemos recordar que Jesús no detestaba a los ricos, así pues, según podemos leer en LC. 8, 1-3, sabemos que Nuestro Señor recibía donaciones económicas de ciertas mujeres pertenecientes a la alta sociedad de Palestina, lo cuál le ayudaba a mantener la comunidad apostólica, cuyos bienes eran administrados por Judas Iscariote, el cuál, según San Juan, se valía del dinero del Señor y de sus seguidores más íntimos para satisfacer sus carencias. Jesús detesta la riqueza llamada prepotencia, intolerancia y chulería. Los que están hartos carecen de amor, pues son estimados por interés, no por lo que significan para nadie. Quienes ríen a costa del daño que les causan a sus prójimos serán purificados a través de sus vivencias personales. Los mártires se sacrificaron porque no tuvieron defensores poderosos que estuvieran de acuerdo con sus creencias ni con su forma de proceder.
¿Odia Jesús a quienes tienen una buena posición social?
¿Desprecia Nuestro Señor a los ricos?
¿Qué tiene Jesús contra quienes no tienen carencias materiales?
Lo que nuestro Señor pretende decirnos con sus famosos ayes es que, si lo único que nos preocupa es la consecución de bienes materiales, y nos olvidamos de amar a nuestros prójimos, llegará el día en que no podremos trabajar -o quizá sucumbamos bajo los efectos de alguna enfermedad-, y, cuando ocurra ese hecho que erróneamente tacharemos como desagradable, nos percataremos de que nuestra hartura se trocará por hambre, nuestra risa se convertirá en llanto, y, todo el dinero que derrochamos en vanidades, se convertirá en una soledad que quizá será incurable.
32. Jesús hablaba con autoridad.
(MT. 7, 28-29). Podría hacer varias observaciones con respecto a las diversas reacciones que las enseñanzas del Mesías producían en sus oyentes, pero, quisiera que seáis vosotros, quienes opinéis, pensando en el significado que el Verbo de Dios tiene en vuestra vida.
joseportilloperez@gmail.com
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