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Dios quiere que seamos justos. (Meditación para el Domingo IV del Tiempo Ordinario del Ciclo C).

   Meditación.

   Dios quiere que seamos justos.

   1. La experiencia de los evangelizadores es fundamental para que los tales puedan predicar la Palabra de Dios eficientemente.

   Hace muchos años conocí a un sacerdote que reunió a un grupo de adolescentes en torno suyo y comenzó a prepararlos convenientemente para confirmarlos. Aunque al principio al buen predicador las reuniones con dichos adolescentes le eran muy provechosas porque los tales le escuchaban con agrado, a partir del segundo mes de reuniones, los jóvenes empezaron a tener dificultad para concentrarse en la escucha de las charlas de su sacerdote, porque el mismo no lograba penetrar en sus corazones el Evangelio. Por su parte, el buen predicador, en lugar de rendirse, empezó a evangelizar a los adolescentes utilizando canciones religiosas que, aunque eran más lentas que la música que ellos escuchaban, el párroco pensó que podían resultarles atractivas a sus jóvenes oyentes, lo cual no fue cierto.

   Cuando el sacerdote volvió a fracasar en su segundo intento de evangelizar a los jóvenes, se dijo: "Les he hablado a estos niños de Dios y de la Iglesia utilizando historias y símiles fáciles de aprender para que puedan retener mejor la Palabra de Dios, y les he buscado una música más o menos acorde con su edad y sus gustos, y no se dejan evangelizar porque no les da la gana creer en Dios". El buen sacerdote vio impotente cómo se disolvió su grupo de adolescentes porque los mismos se dividieron en dos bandos y se pelearon unos con otros.

   Muchos predicadores fracasan en sus intentos de evangelizar a sus oyentes o lectores porque se dirigen a los mismos como si ellos hubieran sido creyentes ejemplares durante toda su vida y como si los tales hubiesen de obedecerlos porque son los dueños absolutos de la verdad. Es importante que pensemos que el hecho de amenazar a nuestros oyentes con la idea de que van a ser excomulgados gracias a Dios que no funciona, porque ellos conocen perfectamente su libertad para decidir sobre lo que quieren hacer con su vida, y porque para nosotros mismos es más agradable buscar la forma de acercarnos a ellos, no para hacerlos sufrir y dominarlos por la fuerza, sino para establecer relaciones de amistad y/o de hermandad.

   El abogado estadounidense Darrow Clarence afirmó: "La primera parte de nuestra vida es arruinada por nuestros padres, y la segunda por nuestros hijos". Igualmente, al predicar el Evangelio, podemos arruinarnos la vida pensando que somos grandes pecadores o ejemplos de fe insuperables, y les podemos amargar la vida a nuestros oyentes o lectores, haciéndoles creer que son pecadores irremediables.

   Jesús, en el Evangelio de hoy (LC. 4, 21-30), explica en la Sinagoga de Nazaret cómo Dios en el pasado se compadeció de dos paganos en lugar de favorecer a dos miembros del pueblo de los hebreos, lo cual enfureció en gran manera a los judíos que pensaban que, dado que sus antepasados fueron los primeros habitantes del mundo que conocieron a Yahveh, ellos eran los únicos merecedores de ser favorecidos por nuestro Padre común.

   Otro gran ejemplo de soberbia lo vemos en la parábola del hijo pródigo (LC. 15, 11-32). El hijo mayor del protagonista del citado relato obedecía a su padre, pero no se sometía a este por amor, sino ambicionando la posibilidad de adueñarse de todas las posesiones del mismo.

   Por su parte, San Pablo, en la segunda lectura correspondiente a la Eucaristía que estamos celebrando (1 COR. 12, 31- 13, 12), nos recuerda que vivamos inspirados en el ejemplo que nos dio nuestro Señor Jesucristo, para lo cuál nos dice con respecto al amor algo que deberíamos recordar siempre (1 COR. 13, 4-8a).

   A quienes son exigentes con quienes les predican la Palabra de Dios, y a quienes pretenden que quienes les rodean se adapten a ellos en todos los aspectos de la vida, se les presentan en las lecturas de hoy tres ejemplos de humildad dignos de ser imitados, porque los tales se adaptan al cumplimiento de la voluntad de nuestro Padre común.

   -Jeremías, en la primera lectura, a pesar de que se siente incapaz de cumplir la difícil misión que Dios le encomienda de ser un signo de contradicción para sus hermanos de raza, da el paso decisivo para cumplir la voluntad de nuestro Creador a pesar de sus muchas dudas y del miedo que lo caracteriza, pues, si el Todopoderoso le ha encomendado que lleve a cabo una determinada misión, también le procurará la forma de cumplir la misma (JER. 1, 4-5. 17-19).

   -En la segunda lectura, San Pablo, un gran Santo que sobrevivió a calamidades aterradoras con tal de no renunciar a la fe cristiana que profesaba, con su himno de la grandeza del amor, nos demuestra la clase de cristianos que podemos ser, pues el citado Apóstol de nuestro Señor, nos dice, las palabras contenidas en FLP. 4, 13.

   -En el Evangelio, volvemos a recordar un conocido relato de lo que le sucedió a nuestro Señor cuando regresó a Nazaret después de empezar su Ministerio público, en el que constatamos, -una vez más-, cómo el Mesías hizo acopio de su fe y humildad, en el día en que sus convecinos lo llevaron a la cima de un monte con el fin de asesinarlo.

   A pesar del sufrimiento que caracterizó la vida del Hijo de María, nuestro Señor dijo en cierta ocasión, las palabras que encontramos en MT. 11, 28-30.

   Si bien los predicadores tenemos que ser respetuosos con quienes no comparten nuestras creencias, queremos defender nuestros valores, así pues, -a modo de ejemplo-, no debemos apoyar la práctica del aborto con tal de ganarnos la confianza de nuestros oyentes, pues el derecho que los no nacidos tienen a vivir no les debe ser negado en ningún momento, ni siquiera de palabra.

   Jesús nos dice cómo quiere que seamos sus seguidores, en MT. 10, 16.

   -DE la misma manera que las serpientes se arrastran por el suelo, Jesús quiere que los que creemos en Él tengamos los pies firmemente apoyados sobre la tierra, lo cual se traduce en que evitemos el hecho de vivir únicamente mirando al cielo, para que así no nos olvidemos de nuestros deberes terrenales.

   -De la misma manera que las serpientes no se caen porque están apoyadas en la tierra, los cristianos podemos mantenernos firmemente unidos a la Iglesia y no queremos dejar de ejercitar la fe que nos caracteriza, para evitar el hecho de sucumbir bajo los efectos del pecado.

   -De la misma forma que las serpientes carecen de brazos, evitemos el hecho de utilizar los nuestros para apegarnos a las vanidades, la sensualidad y los respetos humanos cuya finalidad consiste en alejarnos de Dios, de la Iglesia y de nuestros hermanos los hombres.

   -Así como las palomas pueden volar, nuestro corazón desea aspirar al hecho de alcanzar el cumplimiento de las promesas divinas que aguardamos.

   -Ya que antiguamente las palomas eran utilizadas para enviar mensajes de un lugar a otro, dichas aves son símbolos de los cristianos que tenemos la vocación de predicar la Palabra de Dios con nuestro ejemplo de fieles discípulos de Jesús y con las palabras que nos inspire el Espíritu Santo (OS. 6, 3).

   2. ¿Qué era la justicia según los autores de la Biblia, y cómo quiere Dios que ejercitemos la misma?

   Para los hebreos la justicia no consistía únicamente en adjudicarle a cada miembro de la sociedad lo que le pertenecía exclusivamente, pues la misma también era sinónimo de fe. Bajo esta óptica, no ha de extrañarnos el hecho de que los grandes personajes mencionados en las Sagradas Escrituras por su buen ejemplo sean considerados justos por causa de la fe que le profesaron a nuestro Padre común.

   En nuestro tiempo, aunque no estamos en contra de la veracidad de la definición bíblica de la justicia que la equipara a la fe en Dios, amparándonos en muchos textos bíblicos, consideramos que, quienes tenemos fe en Dios, no podemos dejar de hacer el bien, no para salvarnos, sino para que la citada virtud no sea reducida en nuestros corazones a un mero acto teatral (JER. 9, 22-24).

   De la misma manera que Dios visitó a todos los hebreos que circuncidaron su carne y no su corazón, también juzgará a quienes se bautizaron y sólo fueron cristianos de palabra, y no hicieron obras dignas de los hijos de nuestro Padre común.

   El Creador les dice a los creyentes que aman excesivamente las riquezas y se olvidan de demostrar cómo aman a Dios ayudando a los más pobres y débiles del mundo a vencer sus dificultades, las palabras que encontramos en AM. 5, 22-24.

   Concluyamos esta meditación reflexionando en oración el siguiente versículo del profeta Miqueas: (MI. 6, 8).

joseportilloperez@gmail.com

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