Meditación.
2. Dios nos concede sus dones para que lo sirvamos en sus hijos los hombres.
Meditación de 1 COR. 12, 4-11.
Llamamos "dones espirituales", a las habilidades especiales, que recibimos del Espíritu Santo. Tales dones nos capacitan para ser perfectos imitadores de la conducta que observó Nuestro Redentor, sirviendo a quienes necesiten nuestras dádivas espirituales y materiales.
Existen muchos dones espirituales, que el Espíritu Santo nos concede, teniendo en cuenta nuestra capacidad de ejercitarlos. Ningún don espiritual es superior a los demás dones, pues, en cuanto dichas habilidades proceden del Espíritu Santo, todas tienen el mismo valor, y tienen el propósito de edificar espiritualmente, a los miembros de la Iglesia.
¿Qué sucede cuando, en lugar de utilizar nuestros dones espirituales para edificar y unificar la Iglesia de Cristo, los utilizamos con fines egoístas? Cuando San Pablo les escribió a los cristianos de Corinto el texto que estamos meditando, los dones que deberían haberles servido para crecer y fortalecerse espiritualmente, fueron convertidos por tales cristianos, en motivos que hacían discordantes las relaciones que mantenían unos con otros. ¿Cómo puede ser posible que esto suceda? Dado que muchos corintios no utilizaron sus dones espirituales para servirse desinteresadamente unos a otros, sino que se sintieron importantes, pensando que sus dones eran superiores a los dones que tenían otros, originaron rivalidades entre sí, por causa de su afán de destacar en su Iglesia.
Muchos fueron los corintios que cometieron el error de querer utilizar sus dones espirituales a su manera, sin tener en cuenta las carencias de sus hermanos en la fe.
No debemos utilizar nuestros dones espirituales para servir a nuestros propios intereses, cuando ello supone que vamos a perjudicar a nuestros hermanos en la fe.
No nos está permitido valernos de nuestros dones espirituales, para manipular a nadie.
San Pablo nos dice que existen muchos carismas, pero que todos los recibimos de un mismo Espíritu, que existen muchos ministerios, pero que solo existe un Señor, y que, aunque existe una gran diversidad de actuaciones, existe un solo Dios, quien hace el bien utilizándonos como mediadores. Meditemos lentamente la segunda lectura de la Eucaristía que celebramos este Domingo II del tiempo Ordinario del Ciclo C, y pensemos si existen divisiones en nuestras comunidades de fe físicas y/o virtuales, causadas por nuestro deseo de sentirnos superiores a aquellos con quienes compartimos la actividad que realizamos en nuestra iglesia, o en la página de Internet, en que predicamos el Evangelio.
Quizás pensamos que el don de profecía consiste en predecir el futuro, sin tener en cuenta que también consiste en denunciar las injusticias que acontecen en el mundo. Los profetas son grandes almas de fe que no se detienen si han de denunciar las injusticias que acontecen en el mundo, ni aún en el caso de que ello les suponga que tendrán que soportar todo tipo de sufrimientos. Pensemos que nuestra fe debería ser fuerte como la de los profetas. Muchas veces nos quejamos porque en los países en que vivimos se aprueban leyes contrarias al sentir de los cristianos, pero ello no sucede porque el mal se ha adueñado del mundo y nosotros somos santos excepcionales, sino porque cada día somos menos los que demostramos con nuestras palabras y obras, que vivimos cumpliendo la voluntad de Nuestro Santo Padre.
¿Nos resignaremos al ver que nuestra fe se extingue en el medio en que vivimos?
joseportilloperez@gmail.com
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