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¿Cómo podemos hablarles de la Eucaristía a nuestros hermanos separados? (Meditación para la solemnidad del Corpus Christi del Ciclo C).

   Meditación.

   ¿Cómo podemos hablarles de la Eucaristía a nuestros hermanos separados?

   La Eucaristía es el Sacramento que constituye el centro de la vida de los cristianos católicos, pero, a pesar de ello, existen causas de peso, -entre las que se encuentran el hecho de que la Iglesia se ha negado durante mucho tiempo a decir la Misa en los idiomas de sus fieles, y el desconocimiento de la Palabra de Dios que caracteriza a muchos católicos-, que muchos protestantes aprovechan astutamente, con tal de lograr desestabilizar la fe de los catecúmenos y de aquellos de nuestros hermanos que carecen del conocimiento de la Palabra de Dios.

   ¿Es cierto que los católicos pretendemos asesinar a Jesucristo en cada ocasión que celebramos la Eucaristía, y que pretendemos comernos el cadáver del Mesías?

   ¿Es cierto que los católicos no utilizamos la Biblia en nuestras celebraciones eucarísticas?

   ¿Es cierto que los Sacramentos católicos son rituales de magia blanca?

   No nos es desconocido el hecho de que existen pocas religiones cuyas divinidades no requieran ningún sacrificio de sus seguidores. La celebración de la Misa es el sacrificio que los cristianos católicos le ofrecemos a Dios. El sacrificio que le ofrecemos a Dios en la celebración de la Eucaristía es el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo. Dado que nuestra imperfección nos hace inferiores a Dios, cuya santidad no podemos alcanzar por nuestros medios, Dios no puede aceptar el sacrificio de ninguna víctima imperfecta, así pues, Jesucristo, el Ministro principal que preside las celebraciones eucarísticas, es la única víctima que puede ofrecérsele a Dios, dado que de su perfección emana la perfección que adquirimos por la fe que nos caracteriza y el ejercicio de los dones y virtudes que recibimos del Espíritu Santo.

   San Juan el Bautista, antes de ver a Jesús, recibió un aviso divino de Dios, gracias al cual, predijo que Jesucristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (JN. 1, 29 y 33).

   Puede decirse con toda justicia que el sacrificio de la reforma de la Ley de moisés (el Nuevo Testamento o la Nueva Ley) de Jesús comenzó en el mismo instante en que el Mesías se encarnó en las entrañas purísimas de nuestra Santa Madre (HEB. 10, 5-10).

   Toda la vida de Jesús, fue la preparación del sacrificio eucarístico que nosotros actualizamos cada vez que lo celebramos, así pues, lo vivimos como si acabara de suceder. No debió ser fácil para Jesús renunciar temporalmente al estado característico de su Divinidad para sumirse en el estado de imperfección característico del género humano. A pesar de ello, cuando Nuestro Señor se encarnó, no pensó en que ello suponía una humillación para Él, sino que se gozó porque estaba cumpliendo la voluntad de nuestro Padre común. Las privaciones que vivió el Mesías a lo largo de su vida, fueron su preparación de la vivencia de su Pasión y muerte. Llegado el final de su vida, cuando fue Hombre el Niño que fue salvado de morir por causa de la furia del tirano Herodes cuando aconteció el episodio de la matanza de los Santos Inocentes de Belén, se entregó a sus enemigos voluntariamente, y se dejó asesinar siendo el autor de la vida, con tal de demostrarnos que Dios nos ama infinitamente.

   Bajo nuestra óptica de habitantes de un mundo que defiende el bienestar máximo que sus habitantes puedan conseguir, parece absurdo el sacrificio de Jesucristo en la cruz, así pues, es, -a nuestros ojos-, políticamente incorrecto, el hecho de que, el sacrificio de un Hombre inocente, sea causa de bendición para quienes creen en Él. Dada la dificultad existente para comprender la utilidad tanto de este sacrificio como de los episodios dolorosos que hemos de vivir, los protestantes aprovechan este hecho para atacar nuestra creencia en Jesús Eucaristizado.

   San Pablo les escribió a los cristianos de Corinto respecto de la cruz de Cristo: (1 COR. 1, 24-25).

   Si queremos conocer en profundidad el mensaje que Dios nos quiso transmitir permitiendo el sacrificio de su Hijo amado, tenemos que interpretar este hecho desde su óptica (IS. 55, 8-9).

   El sacrificio de Jesús fue necesario para nosotros, porque el mismo fue la vía que Dios dispuso para demostrarnos lo mucho que nos ama. Dios hubiera tenido infinidad de formas de salvarnos sin vivir el más mínimo sufrimiento porque Nuestro Padre común es Todopoderoso, pero Él, en vez de evitarnos las situaciones dolorosas que vivimos, quiso pagar, al demostrarnos su amor, su responsabilidad por dejarnos sufrir en este mundo que para muchos es un valle de lágrimas. No olvidemos que, si Dios nos hubiera redimido de nuestros pecados sin sufrimiento, le hubiera quedado por demostrarnos su amor.

   Jesús dijo en cierta ocasión que, su Pasión, muerte y Resurrección, constituirían el principio de nuestra redención (JN. 12, 24).

   Recordemos las palabras que Nuestro Señor les dijo a los discípulos de Emaús: (LC. 24, 26; JN. 10, 14-15).

   Al actualizar el sacrificio de Nuestro Señor en las celebraciones eucarísticas, los cristianos católicos nos ofrecemos a Dios, no como víctimas mortales, sino como hijos que, con nuestras obras, palabras y ejemplo de fe, colaboramos con el Dios Uno y Trino en la santificación, ora de quienes nos rodean, ora de gente que vive lejos de nuestro entorno, a la que llegamos gracias a los medios de comunicación de que disponemos. Al ofrecernos a Dios a la hora de presentar nuestras ofrendas en el altar del Señor, cumplimos el Mandamiento nuevo de Nuestro Señor (JN. 13, 34. 15, 4-5, y 8-12).

   Los Apóstoles de Nuestro Señor, a partir de su recepción del Espíritu Santo en Pentecostés, organizaron el culto eucarístico, de lo cual tenemos constancia bíblica, aunque los protestantes afirmen que los primeros cristianos no celebraban la Eucaristía, sino que se reunían para comer en las casas de los creyentes, manipulando el texto bíblico original escrito en griego, para desmentir cuanto sabemos del Sacramento de la Eucaristía (HCH. 2, 42 y 46. 20, 7).

   A pesar de que no copio el capítulo seis del Evangelio de San Juan en el presente estudio por causa de la extensión de este trabajo, es recomendable que lo leáis, con el fin de comprender mejor el anuncio que hizo Nuestro Señor Jesucristo de que iba a instituir el Sacramento de la Eucaristía. Por causa de la extensión de este documento, sólo explicitaré los versículos más relevantes referentes a la cuestión que nos ocupa.

   Jesús está presente en el Sacramento de la Eucaristía (JN. 6, 35. 47-48. 51).

   Cuando Jesús dice: "El que coma de este pan vivirá para siempre", no da a entender que quienes le comulgamos no vamos a morir, sino que, cuando seamos resucitados, viviremos en la presencia de Dios sin volver a perder la vida. Si en las celebraciones eucarísticas nos sacrificamos junto al Señor en beneficio del crecimiento de los hombres en todos los niveles, es justo que, cuando el mundo sea plenamente convertido en el Reino de Dios, gocemos de la misma vida que ahora caracteriza a Cristo Jesús.

   (COL. 3, 4. 13. 17). No quisiera que el texto paulino que hemos recordado nos inste a celebrar la Eucaristía por el mero interés de alcanzar la salvación, pues, mientras hacemos el bien desinteresadamente, Dios se ocupará de concluir nuestra santificación cuando llegue el momento que ha previsto para salvarnos.

   Una de las dificultades que tenemos para creer en el Sacramento de la Eucaristía, se manifestó el día en que Jesús les dijo a sus seguidores que iba a instituir este Sacramento, así pues, ¿cómo recibieron los creyentes la idea de devorar el cadáver de su Maestro? (JN. 6, 52-56). Aunque los protestantes y los hermanos de muchas sectas dicen que la Transubstanciación del Señor en la Eucaristía es de carácter simbólico, vemos que Jesús hablaba de su sacrificio y de nuestro crecimiento espiritual al ser alimentados con el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Salvador.

   Quienes no creen en la Eucaristía, pueden preguntarnos: ¿Creéis que Jesús hablaba sin recurrir al lenguaje de los símbolos cuando se definió a Sí mismo como la luz del mundo y como la puerta que accede al Reino de Dios? (JN. 8, 12. 10, 7). En estos y en otros casos, Jesús no hizo hincapié en que no hablaba simbólicamente, como sucedió en su anuncio de la institución del Sacramento de la Eucaristía, tal como queda demostrado este hecho en el presente estudio bíblico.

   Fue tan grande el impacto que las palabras del Señor produjeron en sus oyentes, que algunos de sus discípulos se separaron de Él (JN. 6, 60-66).

   Podemos destacar dos aspectos del fragmento del Evangelio de San Juan que acabamos de recordar.

   1. Según el versículo 6, 64, "Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién le iba a traicionar". Los que no creían porque tenían una fe incompleta, eran aquellos que se escandalizaron cuando conocieron la intención del Mesías de alimentarnos con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, con el fin de que creciéramos espiritualmente.

   2. Cuando un político o un líder religioso constata que sus seguidores lo abandonan, hace todo lo que está a su alcance, con tal de retener a los mismos. A pesar de esta realidad, es admirable la postura del mayor luchador de la Historia, el cual, al ver que muchos de sus seguidores lo despreciaron, no hizo nada para retenerlos, indicando de esa manera que, quienes le acepten, tienen que acoger su doctrina completa en sus corazones, y no sólo la parte de la misma que les interese.

   Dado que Jesús perdió a muchos de sus seguidores, también asumió el riesgo de que se le fueran algunos de sus Apóstoles, al demostrar que, los verdaderos creyentes, deben aceptar la realidad de la Eucaristía, pues la creencia en el sacrificio del Altar, no es negociable (JN. 6, 67-69). El hecho de que fuera Pedro -el primer Papa- y no otro Apóstol el que pronunciara las palabras que mantuvieron unidos a los miembros del Sacro Colegio Apostólico junto al Mesías, significa que el mismo habló, no en su propio nombre, sino en el nombre de la Iglesia que ha hecho del Sacramento de la Eucaristía el centro de su vida.

   ¿Por qué es la creencia en el Sacramento de la Eucaristía esencial para distinguir entre los verdaderos y los pseudocristianos? Mientras que existen religiones cuyos adeptos tienen que ganarse el favor de sus deidades, el Cristianismo consiste básicamente en que nos dejemos amar por Dios (JN. 13, 4-9). Pedro no quería dejarse servir por Jesús porque, al compararse con el Mesías, se veía como el pecador más miserable de la historia de la humanidad. Jesús quiso que el futuro primer Papa comprendiera que, si quería formar parte del pueblo cristiano, tenía que dejarse amar por su Hermano y Señor, y vivir imitando al Mesías, en beneficio de sus hermanos los hombres.

   Veamos ahora cómo el propio Jesús les dijo a sus Apóstoles que desea que celebremos el Sacramento de la Eucaristía (LC. 22, 19). Algunos cristianos no católicos, sostienen la idea de que Jesús nos ordenó conmemorar su muerte, sin incluir la instauración de la Eucaristía, el Orden de los sacerdotes ni su Resurrección de entre los muertos, tal como hacemos los católicos durante la tarde del Jueves Santo y el Domingo de Resurrección. Nosotros celebramos la Eucaristía porque Jesús nos ha mandado que vivamos activamente la Misa y que imitemos su capacidad de donación a los hombres.

   Es preciso que quede demostrado en este estudio bíblico que el pensamiento que mantienen las sectas de que los católicos pretendemos asesinar a Jesús y alimentarnos de su cadáver en cada ocasión que celebramos la Eucaristía es una simple falacia. Observad, cómo en el siguiente texto, San Pablo no les ordenó a los cristianos de Corinto que repitieran el sacrificio del Señor, sino que lo hicieran presente como si el mismo acabara de suceder, en cada ocasión que celebraran la Cena del Señor (1 COR. 11, 23-25).

   La actualización del sacrificio de Nuestro Señor no es un simple recuerdo, pues hacemos la misma presente como si sucediera durante el acto de la Consagración de las especies sacramentales (el pan y el vino) en cada ocasión que celebramos la Eucaristía.

   San Pablo tenía muy claro el hecho de que el Sacramento de la Eucaristía no es simbólico, así pues, para él, el hecho de comulgar, tanto como el hecho de recibir al Señor indignamente, tienen sus consecuencias, tal como veremos a continuación, al recordar sus propias palabras (1 COR. 11, 26-32). Si no recibiéramos al Mesías en la Eucaristía, el hecho de no venerar los símbolos de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, no sería castigado, pero, dado que recibir al mismo Señor Jesucristo para amarlo y vivir en conformidad con su voluntad, constituye el centro de nuestra vida de cristianos, si comulgamos, y no nos adherimos al Señor, nos hacemos culpables de desobediencia.

   Quienes les siga siendo aún imposible creer en Jesús eucaristizado, pueden leer el siguiente fragmento de la Carta de San Pablo a los Romanos (ROM. 8, 24-25).

   Quienes creen que en la Eucaristía sólo recibimos los símbolos del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor, afirman que, el único pan que puede ofrecernos el Señor Jesús, es el alimento constituido por su Palabra. En cierta parte, a nuestros hermanos separados no les falta razón para mantener dicha opinión, dado que, en ciertos pasajes bíblicos, la recepción de la Palabra de Dios por parte de los creyentes y el cumplimiento de la voluntad divina, se ilustran como alimentos espirituales. Veamos dos pasajes bíblicos a modo de ejemplos de lo que intento exponer.

   (MT. 24, 45). Inicialmente, Jesús escogió a sus Apóstoles para que alimentaran espiritualmente a su Iglesia, los cuales, viendo que no se bastaban para cumplir la voluntad de su Maestro, nombraron a muchos Obispos más, los cuales, viendo que no podían atender a todos sus feligreses, instituyeron sacerdotes que les ayudaran a desempeñar su trabajo. El clero tiene la labor de alimentar espiritualmente a los feligreses de la Iglesia, de la misma manera que los laicos tenemos la responsabilidad de alimentar espiritualmente a quienes evangelizamos, bajo la guía y sumisión al clero.

   (JN. 4, 34). La Palabra de Jesús es el pan espiritual mediante el que conocemos el designio de Dios y deseamos ser salvos. La Palabra de Jesús es un pan en el que nos es necesario creer.

   El Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús, son un pan espiritual por cuya comunión recibimos la vida eterna. Veamos dos ejemplos bíblicos, en los que Nuestro Señor se define en el primero como Palabra salvadora de Dios, y en el segundo como alimento divino salvador.

   (JN. 6, 33. 35). El hambre y sed a la que Jesús se refiere, es el deseo que tenemos de conocer tanto la Palabra, como los misterios y el designio salvífico de Dios con respecto a nosotros.

   (JN. 6, 54-58). Un caso especial lo constituye el texto de LC. 22, 19 de la Biblia del Nuevo Mundo traducida el pasado año 1987 por los testigos de Jehová, en el que sus traductores ponen en boca de Jesús las palabras "esto significa mi cuerpo" en vez de "esto es mi cuerpo", con lo que pretenden invalidar la realidad de la presencia de Jesús en la Eucaristía. Tengamos en cuenta que muchos cristianos como los evangélicos, que tampoco creen en la Eucaristía, respetan el texto original de San Lucas (aunque en la traducción RVA. del año 1960 cambian las palabras "este es mi cuerpo" por "esto es mi cuerpo", en atención a su deseo de darnos a entender que el Señor no se sacrifica en las celebraciones eucarísticas), pero los testigos de Jehová constituyen un caso especial. Charles Taze Rusel, -el creador de los testigos de Jehová-, tradujo LC. 22, 19 de manera que la palabra griega "estin", que significa "es", se lee en la Biblia de su organización como "significa".

   Antes de dar por finalizado este estudio, quisiera reflexionar sobre la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. No olvidemos que el Cuerpo de Nuestro Señor Resucitado no es idéntico a nuestros cuerpos, así pues, tal como se ve en el Evangelio de San Juan, el Mesías era capaz de entrar dentro de una habitación, aunque las puertas que accedían a la misma estuvieran cerradas (JN. 20, 19). Este hecho es posible porque el Cuerpo de Nuestro Señor Resucitado es espiritual, -es decir, no es físico-. La espiritualidad del Cuerpo de Nuestro Salvador, hace posible el hecho de que podamos comulgar al Mesías en las celebraciones eucarísticas, aunque no le veamos físicamente entre nosotros.

   Al recibir a Cristo en la comunión, nos unimos más a nuestros prójimos los hombres, y nos incorporamos al Cuerpo Místico de Cristo, en conformidad con el crecimiento espiritual que experimentamos.

   A pesar de las diferencias que nos separan, oremos incansablemente por la unidad de los cristianos, para que todos constituyamos un sólo rebaño, bajo la guía de un sólo Pastor.

joseportilloperez@gmail.com

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