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Amémonos como nos ama el Dios del amor. (Ejercicio de Lectio Divina del Evangelio del Domingo VII del Tiempo Ordinario del Ciclo C).

   Domingo VII del Tiempo Ordinario del Ciclo C.

   Amémonos como nos ama el Dios del amor.

   Ejercicio de lectio divina de LC. 6, 27-38.

   Lectura introductoria: DT. 4, 31.

   1. Oración inicial.

   Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y, del Espíritu Santo.

   R. Amén.

   El texto evangélico que consideramos en esta ocasión, puede ser interpretado al modo de los fundamentalistas, que aplican el mensaje bíblico a su vida tal cual lo leen, -al modo de quienes cumplen los preceptos religiosos como si actuaran automáticamente, sin plantearse el porqué de la existencia de los mismos-, o a la manera de quienes intentan aplicarlo a sus circunstancias actuales, de tal modo que las ilumine y explicite.

   Dado que Jesús solo disponía de sus palabras para llamar la atención de sus oyentes, y no disponía de material escrito para repartir entre los tales como sucede en las diversas denominaciones cristianas existentes en la actualidad, utilizó palabras difíciles de aceptar, con el fin de que sus oyentes pensaran si debían acogerlas, adaptarlas a sus circunstancias o rechazarlas. Teniendo en cuenta que cuando Jesús predicó el Evangelio Palestina estaba dominada por Roma, que los miembros de la alta esfera social se aliaron con los colonizadores para mantener su situación privilegiada frente a la gran pobreza que generaron, y que la mayoría de los oyentes del Mesías pertenecían a la clase de los desheredados del mundo, ¿cómo pudo Jesús decirles a los oyentes de su sermón que amaran a sus enemigos, que beneficiaran a quienes los odiaran, que bendijeran a los que los maldijeran, y que le rogaran a Dios por los que los difamaban? Por si ello no les suponía ser víctimas de suficientes humillaciones a los seguidores y oyentes del Mesías, el Señor les siguió diciendo que no se defendieran cuando fueran abofeteados, que les dieran toda su ropa a quienes les pidieran su ropa exterior, que no le exigieran a nadie que le devolviera los bienes que le prestaran, que no se defendieran de quienes los robaran, y que trataran a todos los hombres, como quisieran ser tratados por los tales. Si aplicamos tales frases del Señor a nuestra vida, pensamos que debemos observarlas porque son palabras de Dios que no podemos considerar si deben vivirse al modo de los fundamentalistas, o pensamos que el Mesías no nos tiene ninguna consideración.

   ¿Cómo justificó Jesús las exigencias tan radicales que les hizo a sus oyentes? Para el Señor, si sus discípulos amaban al modo de quienes no aceptaron su Evangelio, ora porque lo rechazaron, ora porque no les fue predicado, solo beneficiaban a quienes hacían el bien en su favor, y solo les prestaban sus bienes a quienes sabían que se los iban a devolver y también les prestarían los suyos apenas se los pidieran, no hacían nada extraordinario, para destacar sobre los no creyentes. Los cristianos no queremos amar extraordinariamente a nuestros prójimos los hombres independientemente de que sean creyentes para que se nos considere grandes personajes, sino para amar con el mismo amor con que somos amados, por el Dios Uno y Trino. ¿Es conveniente que nos apliquemos las citadas palabras de Jesús tal cual están escritas en el Evangelio de San Lucas sin adaptarlas a nuestras circunstancias vitales? Jesús nos pide que amemos a nuestros enemigos, que hagamos el bien desinteresadamente, y prestemos sin esperar nada a cambio de ello. Comprendo esta aplicación de las frases del Señor, porque Jesús vivió amando a sus amigos y enemigos, pero no veo lógico el hecho de que no nos defendamos cuando se nos ataque. Existe una gran diferencia entre amar a nuestros enemigos, -lo cual es positivo para nosotros, porque nos evita experimentar el odio-, y no defendernos cuando se nos insulte o se nos ataque. En la actualidad, dado que somos muchos los que no creemos que las maldiciones se cumplan, comprendemos que las tales solo son palabras que pueden ser utilizadas como desahogo, pero, ¿nos interesa aceptar el hecho de ser difamados?

   Si nos desprendemos de nuestra ropa cuando nos la pidan, nos desprendemos del dinero que tenemos y de otros bienes, y no podemos reclamar lo que es nuestro, ¿cómo viviremos? Además, si nos dejamos robar, aparte de perder nuestros bienes, estamos favoreciendo la comisión de injusticias.

   Cuando San Lucas escribió su Evangelio, muchos de sus lectores habían sido víctimas de persecuciones. Es importante tener en cuenta este dato para interpretar el Evangelio que consideraremos en el presente trabajo, porque entre los cristianos se difundió la idea de que debían resistir todo tipo de vejaciones por amor a Dios, pues hacerles frente a sus perseguidores, o ponerse a salvo, era considerado como una traición, a Nuestro Padre celestial. Los cristianos pensaban que sufriendo demostraban la grandeza de su fe, y que lo mejor que podía pasarles era morir, para ser llevados a la presencia del Señor. Desde esta óptica, es comprensible la radicalidad de las palabras con que comienza el texto lucano que meditamos el Domingo VII del Tiempo Ordinario del Ciclo C.

   Para San Lucas, el hecho de que los creyentes aplicaran las citadas palabras del Señor a sus vidas, significaba que los tales eran dignos de recibir una gran recompensa, no en el cielo tal como creen muchos creyentes actualmente, sino en este mundo, a partir del momento en que vivieran observando, dichas palabras mesiánicas. Si para muchos cristianos actuales tales recompensas significan alcanzar la plenitud de la dicha en el Reino de Dios, para los primeros cristianos, el hecho de mantener la fe en tiempos difíciles, era una gran recompensa de incalculable valor.

   Jesús nos dice en el Evangelio de hoy que seamos compasivos, que no juzguemos a nuestros prójimos los hombres indebidamente a fin de que no seamos juzgados por Dios, y que perdonemos a quienes nos ofendan, nos roben o nos hieran, a fin de que alcancemos el perdón divino. Es importante hacer hincapié en que no podemos evitar defendernos ni dejar de denunciar las injusticias que se cometan contra nosotros, y en que Jesús nos pide que no odiemos a quienes nos hagan mal, ni los tratemos tal cual nos traten. Cuando Juan Pablo II visitó a Alí Agka, -el terrorista que atentó contra él el 13 de mayo del año 1981-, lo perdonó, pero ello no significó, que se le evitó el cumplimiento de su condena.

   Jesús nos dice al final del Evangelio de hoy que, según tratemos a nuestros prójimos los hombres, seremos tratados por Dios. No hagamos el bien por el interés de alcanzar la salvación, sino deseando para nuestros prójimos los hombres, la felicidad que queremos para nosotros.

   Antes de escribir el presente trabajo, he leído muchas meditaciones del texto lucano que os insto a considerar, en muchas de las cuales, he tenido la oportunidad de ver cómo los autores de las mismas, parten de la idea de que somos malvados, y por ello no nos aplicamos las palabras de Jesús. Es triste el hecho de que muchos predicadores partan de la idea de que somos pecadores y no queremos hacer el bien, y no valoren la idea de que no hacemos nada irreprochable al amarnos, y al defendernos cuando se nos maltrate de alguna manera, o se cometan otras injusticias contra nosotros. Sé que podemos ser egoístas y actuar inadecuadamente por muchas causas, pero no ignoro que somos dignos de ser amados y respetados, tal como se espera que amemos y respetemos a nuestros prójimos los hombres.

   Oremos:

   Pidámosle al Espíritu Santo que se manifieste en nuestra vida, a fin de que podamos perdonar a quienes nos han hecho daño de alguna forma.

   Oremos y esforcémonos hasta llegar a amar a quienes nos han hecho sufrir. Es muy probable que no podamos sentir afecto por quienes nos han hecho daño, pero, al menos, esforcémonos por terminar nuestra vida evitando ser víctimas del rencor y el odio, que, en definitiva, solo nos hacen sufrir inútilmente.

   Oremos y esforcémonos para no tratar a quienes nos han herido como nos han tratado ellos. Hay ocasiones en que es necesario recurrir a la justicia para resolver determinados casos, pero, en cuanto nos sea posible, no olvidemos las enseñanzas que nos aportó el sufrimiento, y evitemos pensar en las circunstancias que nos hicieron sufrir.

   Perdonemos a quienes soportamos porque no queremos -o no podemos- romper los lazos que nos atan a ellos. Perdonemos la ira y el mal humor que caracterizan a tantos amargados que, ni son felices, ni permiten que lo sean quienes los rodean.

   2. Leemos atentamente LC. 6, 27-38, intentando abarcar el mensaje que San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.

   2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.

   2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.

   3. Meditación de LC. 6, 27-38.

   3-1. Amemos a nuestros enemigos (LC. 6, 27-30).

   El Evangelio que consideramos el Domingo VII del Tiempo Ordinario del Ciclo C, se entiende con demasiada claridad, como para que nos detengamos a meditarlo bastante rato. Dado que Jesús quiso saber por qué lo abofeteó un guardia del Templo de Jerusalén en presencia de Anás, ex Sumo Sacerdote, la noche de su Pasión (JN. 18, 22-23), comprendo que las palabras que San Lucas puso en boca del Señor, no deben ser interpretadas literalmente, pues tenemos derecho a recibir el amor y respeto que se nos pide para nuestros prójimos los hombres, y, si nos dejamos golpear y robar, permitimos que se cometan injusticias.

   ¿Qué sentido tiene el hecho de amar a nuestros enemigos? Probablemente no sentiremos afecto jamás por muchos de los que nos han hecho daño, pero podemos intentar evitar odiarlos, porque salvo que se dé el caso de que nos venguemos de ellos no supondrán que los detestamos, y porque el odio que podamos sentir, nos impide ser felices. El hecho de que dejemos de odiar a quienes nos hicieron daño, no significa que dejemos de cuidarnos de quienes sabemos que aún desean herirnos de alguna manera.

   ¿Es conveniente que beneficiemos a aquellos de quienes sabemos que esperan la ocasión de actuar contra nosotros? Esta pregunta puede ser difícil de responder, para muchos que tienen a sus enemigos, entre los miembros de sus familias. A modo de ejemplo, podemos beneficiar a aquellos familiares que tenemos que nos han hecho daño, e intentar, al mismo tiempo, evitar que nos sigan hiriendo. Recuerdo el caso de una señora que cuidaba a su padre anciano y enfermo, el cuál aprovechaba todas las oportunidades que tenía para recordarle sus errores, culparla por todos los problemas de su familia, abrirle sus viejas heridas, y hacerla sentir inútil. Mi amiga tomó la decisión de internar a su progenitor en una residencia, en la que se aseguró de que recibiera todos los cuidados que necesitaba, y donde jamás pudo volver a atacarla.

   ¿Por qué quiere Jesús que oremos por quienes nos maldicen y nos difaman? Los judíos creían que tanto las bendiciones como las maldiciones se cumplían. Esta es la razón por la que Jesús quiso extirpar el odio de sus seguidores, haciendo que impidieran manifestar su ira bendiciendo a quienes los maldecían. Es fácil amar a quienes corresponden nuestro amor, pero, amar a quienes actúan contra nosotros, no es tan fácil.

   ¿Nos dejaremos agredir por quienes nos golpeen? La respuesta a esta pregunta es negativa, y nos hace pensar en evitar ser violentos.

   ¿Cómo pudo Jesús decirles a sus oyentes que les dieran su ropa interior a quienes les pidieran su ropa exterior, teniendo en cuenta que vivían en un país lleno de mendigos? Este hecho me sugiere la idea de que el amor cristiano puede ser ilimitado, pero, para que el amor a nuestros prójimos sea auténtico, y no una petición de limosna, necesitamos amarnos a nosotros. No hacemos nada malo al cubrir las necesidades de nuestros prójimos, pero necesitamos no olvidarnos de las nuestras, para poder ayudarles, sin pedirles nada a cambio, de nuestras manifestaciones de generosidad.

   ¿Les prestaremos nuestras posesiones a aquellos de quienes sabemos que no nos las devolverán? Podría terminar este párrafo afirmando que para los cristianos los dones celestiales son más importantes que los terrenos, pero lo cierto es que necesitamos el dinero y las posesiones que tenemos prácticamente en su totalidad. Se nos hace necesario diferenciar el egoísmo, el hecho de mantener nuestra posición social sin perjudicar a quienes son más pobres que nosotros, y ejercitar el altruismo.

   ¿Nos dejaremos robar sin denunciar a quienes se apropien de nuestras posesiones? Ello sería muy perjudicial para nosotros. Es por eso que creo que no podemos aplicarnos las palabras del Señor que estamos considerando, tal cual están expuestas en el tercer Evangelio.

   3-2. La grandeza del amor cristiano (LC. 6, 31-36).

   ¿Quiere Jesús que tratemos a nuestros prójimos los hombres como nos gustaría ser tratados por ellos, porque esa es la manera de evitar que nos perjudiquen nuestros enemigos, y de lograr que sean nuestros amigos? No podemos cambiar la conducta de todos nuestros enemigos, pero podemos evitar sufrir inútilmente alimentando rencores, y ganarnos el afecto de quienes nos atacaban creyendo que queríamos perjudicarlos, y de quienes comprenden que actuamos sin la intención de herirlos o de beneficiarnos a su costa.

   ¿Qué mérito tenemos si amamos a quienes nos aman, beneficiamos a quienes actúan en nuestro favor, y prestamos a aquellos de quienes esperamos recibir? No es malo hacer esto, pero ello no nos distingue a los cristianos de quienes carecen de fe en Nuestro Padre común. Amar a quienes no nos aman, hacer el bien sin esperar recompensa alguna, solo por la satisfacción que ello produce, y arriesgar algún dinero y algún objeto de valor por si no nos lo devuelven, son signos del amor cristiano, que valora más a las personas, que los bienes materiales. Por supuesto, para hacer estas cosas, no es necesario ser cristiano, de hecho, hay quienes las hacen, y nos aventajan en bondad, a quienes nos decimos, seguidores de Jesús.

   San Lucas nos insta a hacer el bien sin esperar recompensa humana alguna, afirmando que, gracias a ello, recibiremos una recompensa divina. Dado que Dios es amor (1 JN. 4, 8), hagamos el bien sin esperar recompensas humanas ni divinas. Ya que Dios paga con creces lo que hacemos en favor de sus hijos, cuanto más humildes seamos, más nos percataremos de cómo nos premia, pues valoraremos detalles que quizás son pequeños, pero, para nosotros, tendrán una gran importancia.

   Nuestro modelo a imitar es Dios, cuya compasión queremos encarnar en nuestra vida.

   3-3. Tratemos a nuestros prójimos los hombres, como queremos ser tratados por ellos (LC. 6, 37-38).

   Jesús nos dice que no juzguemos a nuestros prójimos los hombres, a fin de que no seamos juzgados por Dios. Durante los años que vivamos, aprenderemos de quiénes podemos fiarnos, y de quiénes debemos cuidarnos, pero evitemos emitir juicios temerarios.

   No condenemos. No anhelemos para los demás, lo que no queremos para nosotros.

   Perdonemos a quienes nos han hecho daño. El resentimiento es una droga que consumimos para envenenar a quienes nos han herido. Necesitamos perdonar para que nuestras heridas se cierren y podamos exterminar el resentimiento que nos hace sufrir inútilmente. Si nos han hecho heridas muy profundas, es posible que tardemos mucho tiempo en perdonar, pero necesitamos intentarlo, porque, si no lo hacemos, nos impediremos ser felices aislándonos, y olvidando la gratitud de los momentos más bellos de nuestra existencia. Aprovechemos las enseñanzas que nos aportó el sufrimiento, y dejemos que se extingan de nuestros corazones los deseos de llevar a cabo esa venganza infructífera que hace difícil lo fácil, nos hace olvidar la bondad y la belleza de la vida, y perpetúa el dolor que sentimos. Perdonar es encontrar la paz que necesitamos mientras nos deshacemos de una gran carga que nos impide centrarnos en buscar lo mejor que hay en nuestro interior.

   No perdonemos a quienes nos han herido pensando que van a cambiar, dado que pocos serán los que cambien, porque ello no depende de nosotros. No podemos cambiar la conducta, los pensamientos ni las emociones de quienes nos han herido, pero, si cambiamos nuestra manera de verlos, nos desharemos de una carga muy pesada, y no les haremos el favor de permitirles hacernos infelices, porque nuestra felicidad no depende de cómo nos trata nadie, sino de quiénes somos y de lo que pensamos que somos, y es una decisión nuestra, el hecho de ser felices.

   Hemos visto que el perdón nos aporta beneficios. Si además de perdonar a quienes nos han herido, nos reconciliamos con ellos, también podrán beneficiarse de nuestra decisión de volver a confiar en ellos, pero, si no podemos reconciliarnos, el hecho de perdonarlos, nos aportará una paz muy valiosa.

   3-4. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.

   3-5. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.

   4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 6, 27-38 a nuestra vida.

   Respondemos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la consideración que aparece en el apartado 3 de este trabajo.

   3-1.

   1. ¿Debemos interpretar el texto evangélico que hemos considerado al modo que lo hacen los fundamentalistas? ¿Por qué?
   2. ¿Qué sentido tiene el hecho de amar a nuestros enemigos?
   3. ¿Sentimos -o podremos sentir- afecto por quienes nos han hecho daño?
   4. ¿Por qué nos conviene evitar odiar a nuestros enemigos?
   5. ¿Qué beneficios tiene para nuestros enemigos el hecho de que los odiemos?
   6. ¿Qué beneficios tiene para nosotros el hecho de odiar a nuestros enemigos?
   7. ¿Podremos dejar de odiar a quienes nos han hecho daño y tenemos la certeza de que aún quieren seguir hiriéndonos?
   8. ¿Es conveniente que beneficiemos a aquellos de quienes sabemos que esperan la ocasión de actuar contra nosotros?
   9. ¿Por qué quiere Jesús que oremos por quienes nos maldicen y nos difaman?
   10. ¿Por qué no nos es fácil amar a nuestros enemigos?
   11. ¿Nos dejaremos agredir por quienes nos golpeen?
   12. ¿Debemos resolver nuestros problemas antes de ayudar a nuestros prójimos los hombres? ¿Por qué?
   13. ¿Podremos amar y servir a nuestros prójimos los hombres desinteresadamente si no nos amamos porque nos consideramos inútiles o pecadores imperdonables? ¿Por qué?
   14. ¿Les prestaremos nuestras posesiones a aquellos de quienes sabemos que no nos las devolverán?
   15. ¿Nos dejaremos robar sin denunciar a quienes se apropien de nuestras posesiones?

   3-2.

   16. ¿Quiere Jesús que tratemos a nuestros prójimos los hombres como nos gustaría ser tratados por ellos, porque esa es la manera de evitar que nos perjudiquen nuestros enemigos, y de lograr que sean nuestros amigos?
   17. ¿Qué sentido tiene el hecho de tratar a nuestros enemigos como nos gustaría que nos trataran, si tenemos la certeza de que no van a cambiar?
   18. ¿Qué ventajas tiene el hecho de tratar a los demás como queremos ser tratados por ellos?
   19. ¿Qué mérito tenemos si amamos a quienes nos aman, beneficiamos a quienes actúan en nuestro favor, y prestamos a aquellos de quienes esperamos recibir?
   20. ¿Cómo podemos demostrar los cristianos que valoramos más a las personas que los bienes materiales?
   21. ¿Qué sentido tiene el hecho de hacer el bien sin esperar recompensas humanas ni divinas?
   22. ¿Por qué necesitamos ser humildes para percatarnos de cómo Dios nos colma de dádivas?
   23. ¿Por qué queremos encarnar la compasión de dios en nuestra vida?

   3-3.

   24. ¿Por qué es necesario que no juzguemos a nuestros prójimos indebidamente?
   25. ¿Por qué nos dice Jesús que evitemos condenar a nuestros prójimos los hombres?
   26. ¿Por qué necesitamos perdonar a quienes nos han herido?
   27. ¿Qué nos sucederá si nos negamos a perdonar a nuestros enemigos?
   28. ¿Qué les sucederá a nuestros enemigos si no los perdonamos?
   29. ¿Por qué necesitamos deshacernos de los deseos de vengarnos de nuestros enemigos?
   30. ¿Cómo podemos encontrar lo mejor que hay en nuestro interior?
   31. ¿Por qué no vamos a perdonar a nuestros enemigos esperando que nuestra decisión los induzca a cambiar?
   32. ¿De qué depende nuestra felicidad? ¿Por qué?
   33. ¿Quiénes pueden tomar la decisión de que seamos felices?
   34. ¿En qué sentido nos aporta una paz muy valiosa el hecho de perdonar a quienes nos han herido, si no nos reconciliamos con ellos?

   5. Lectura relacionada.

   Leamos MT. 5, 6-9, un texto que no meditamos el Domingo VI del Tiempo Ordinario del Ciclo C, cuya aplicación a nuestra vida es necesaria, a fin de que podamos aplicar las palabras de Jesús que hemos meditado en el presente trabajo, a nuestra vida.

   6. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 6, 27-38.

   Comprometámonos a hacer una meditación sobre el proceso de nuestro perdón a quienes nos han herido de alguna manera.

   Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.

   7. Oración personal.

   Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.

   Ejemplo de oración personal:

   Padre Nuestro que nos has demostrado tu amor incondicional, ayúdanos a amarte, a amar a nuestros prójimos los hombres, y a amarnos a nosotros, pues todos somos miembros de tu familia universal.

   8. Oración final.

   Leamos y meditemos el Salmo 51, pensando en nuestro proceso de perdón, y en los errores que nos han caracterizado, no para acusarnos de que somos pecadores, sino para facilitar el proceso de nuestro perdón, comprendiendo que todos somos humanos, y por ello no siempre actuamos, como nuestros prójimos desean que lo hagamos.

   José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en

joseportilloperez@gmail.com

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