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Adoremos a Cristo Rey. (Ejercicio de Lectio Divina del Evangelio del Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario del Ciclo C. Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo).

   Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario del Ciclo C. Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo.

   Adoremos a Cristo Rey.

   Ejercicio de lectio divina de LC. 23, 35-43.

   Lecturas introductorias: 2 TIM. 2, 8; 1 COR. 1, 22-24.

   1. Oración inicial.

   Iniciemos este encuentro de oración y meditación, en el Nombre del Padre, del Hijo, y, del Espíritu Santo.

   R. Amén.

   La solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, fue instituida por el Papa Pío XI el año 1925, para exaltar la realeza de Cristo sobre las ideologías políticas, y condenar a los gobiernos considerados ateos. A pesar de que hemos confundido la realeza de Cristo con el poder de los reyes humanos, podemos decir que el Reinado del Señor es una realidad espiritual, que debe materializarse en nuestra vida ordinaria, para que podamos demostrar, que somos fieles seguidores, del Salvador de la humanidad.

   El Reino de Cristo no es un territorio delimitado, sino la Persona de Nuestro Redentor.

   Después de haber leído el tercer Evangelio la mayoría de Domingos del presente ciclo litúrgico, hemos recordado que Nuestro Señor fue coronado de espinas, no tuvo más trono que la cruz en que falleció, e inició la instauración de su Reino de amor y paz entre nosotros, predicándoles el Evangelio, y solventándoles sus carencias, a aquellos por quienes pocos eran capaces de hacer nada, para dignificarlos.

   A pesar de que el Reino de dios es una utopía tan difícil de llevar a cabo que no cuesta nada creer que es irrealizable, sabemos que jamás se verá su exterminio (LC. 1, 31).

   El Reino de Dios no consiste en adaptar al Señor al cumplimiento de nuestros deseos, porque quiere evangelizar a ricos, pobres, sanos, enfermos, justos e injustos (LC. 4, 43).

   Dado que el Reino de dios es utópico, podemos vivir la humildad de los pobres, para comprender en qué consiste, y experimentar la necesidad, de contribuir a su plena instauración, en el mundo (LC. 6, 20).

   Jesús recorre nuestros pueblos y ciudades anunciando el Evangelio, por medio de la Biblia, y sus predicadores, religiosos y laicos (LC. 8, 1).

   No pretendamos conocer los misterios del Reino de Dios con el empirismo que los científicos llevan a cabo sus investigaciones, para que no nos suceda que, teniendo ojos para ver, se nos ciegue el entendimiento de la fe, y, teniendo oídos para oír, desatendamos al Dios Uno y Trino (LC. 8, 10).

   Oremos y trabajemos para formar parte del Reino de Dios, a fin de que Jesús nos envíe a predicar el Evangelio, y a sanar los corazones quebrantados (LC. 9, 2).

   Mostrémonos al Señor tal cuales somos, sin ocultarle nuestros defectos, para que nos predique el Evangelio, y cure nuestras enfermedades (LC. 9, 11).

   Oremos y trabajemos para que nadie ni nada nos impida predicar el Evangelio, para que podamos contribuir, a la plena instauración del Reino de Dios, entre nuestros prójimos los hombres (LC. 9, 60).

   Oremos y esforcémonos para tener una fe fuerte, para que nunca nos arrepintamos, de ser seguidores, de Jesús (LC. 9, 62).

   Oremos y trabajemos para no cansarnos de hacer el bien, ni de decirles a nuestros prójimos los hombres, que, el Reino de Dios, está cerca de quienes lo quieren aceptar (LC. 10, 9), y entre nosotros (LC. 17, 21), si cumplimos la voluntad divina.

   Oremos y prediquemos el Evangelio, para que la humanidad santifique a Nuestro Padre común amándolo, respetándolo, y cumpliendo su voluntad divina (LC. 11, 2).

   Oremos y trabajemos para que los cristianos de las diferentes denominaciones de seguidores de Jesús existentes nos unamos, porque, mientras permanezcamos distanciados, los no creyentes, no podrán creer, en Nuestro Padre y Dios (LC. 11, 17).

   Si hemos sido testigos de cómo Jesús extingue el mal en cualquiera de las formas que se manifiesta con la fuerza del Espíritu Santo (el dedo de Dios), tenemos una prueba evidente, de que, el Reino de Dios, está siendo instaurado, entre nosotros (LC. 11, 20).

   Cuando temamos que nos lleguen a faltar el dinero y los medios necesarios para poder vivir, oremos y trabajemos incansablemente para que el Reino de Dios sea plenamente instaurado entre nosotros, para que todo aquello que nos sea necesario, nos sea dado, por añadidura (LC. 11, 29-31).

   No tengamos miedo pensando en ninguna circunstancia adversa que pueda acaecernos, porque, a Nuestro Padre común, le place hacernos miembros, de su Reino (LC. 12, 32).

   El Reino de Dios es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra y crece, se hace un gran árbol, en cuyas ramas anidan los pájaros (LC. 13, 19).

   El Reino de Dios es como tres pequeñas cantidades de levadura, que hacen fermentar, una gran cantidad de harina (LC. 13, 21).

   No dejemos de orar y trabajar pensando que el Reino de Dios es nuestro, porque, nuestra pereza a la hora de hacer el bien, y la falta de amor a nuestros prójimos los hombres, pueden hacernos indignos de vivir en la presencia, de Nuestro Padre común (LC. 13, 28).

   Hagámonos dignos de formar parte del Reino de dios, orando y haciendo el bien, en beneficio de nuestros prójimos los hombres, sin recurrir a la violencia (LC. 16, 16).

   Seamos humildes como niños pequeños, para que, el Reino de Dios, sea nuestro (LC. 18, 16-17).

   No permitamos que el uso y abuso de las riquezas que podamos tener, nos impida entrar, en el Reino de Dios (LC. 18, 24-25).

   Si el servicio a Dios en sus hijos los hombres nos supone sufrir y hacer grandes esfuerzos, ello es el insignificante precio que pagaremos, para alcanzar la plenitud, de la vida eterna (LC. 18, 29-30).

   Seamos buenos hijos de Dios, para que, tal como le sucedió a San Dimas en el Evangelio que meditaremos en este trabajo, seamos dignos de ser llevados, al Paraíso (LC. 23, 43).

   Oremos:

   Espíritu Santo:

   Porque no queremos contemplar a los pobres, enfermos y desamparados, sin ayudarlos ni consolarlos, inspíranos tu santo amor, para que actuemos, como buenos hijos de Dios.

   Porque quienes se desaniman al pasar meses y años sin encontrar trabajo, necesitan nuestro apoyo de cristianos comprometidos con la Evangelización, inspíranos tu santo amor, para que actuemos, como buenos hijos de dios.

   Para que no hagamos sufrir a nuestros prójimos los hombres por ninguna causa, ni permanezcamos como espectadores de sus desdichas, inspíranos tu santo amor, para que actuemos, como buenos hijos de dios.

   Porque necesitamos estar seguros de Aquel en quien hemos depositado la fe que nos has concedido, inspíranos tu santo amor, para que actuemos, como buenos hijos de Dios.

   Porque necesitamos estar seguros de lo que creemos, inspíranos tu santo amor, para que actuemos, como buenos hijos de Dios.

   Porque queremos ser completamente libres para cumplir tu voluntad, sin que nadie ni nada nos lo impida, inspíranos tu santo amor, para que actuemos, como buenos hijos de Dios.

   Para que no nos afecte el punto de vista negativo de nuestras circunstancias dolorosas, y jamás creamos que la vida sea una fina y burda ironía, inspíranos tu santo amor, para que actuemos, como buenos hijos de Dios.

   Para que la amargura y la desesperación jamás nos hagan perder la fe en el Dios Uno y Trino, inspíranos tu santo amor, para que actuemos, como buenos hijos de Dios.

   Para que nunca sintamos que nos has olvidado, inspíranos tu santo amor, para que actuemos, como buenos hijos de Dios.

   Para que colaboremos incansablemente en la plena instauración de tu Reino en la tierra, inspíranos tu santo amor, para que actuemos, como buenos hijos de Dios.

   Espíritu Santo:

   Ayúdanos a hacer un balance de cómo te hemos dejado acrecentar la fe que nos has concedido en el año litúrgico que estamos por concluir, e inspíranos el deseo de ser mejores cristianos, para que nos apliquemos tu Palabra adecuadamente, durante el próximo año eclesiástico, que iniciaremos, la próxima semana.

   2. Leemos atentamente LC. 23, 35-43, intentando abarcar el mensaje que San Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.

   2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.

   2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el texto, las frases más relevantes del mismo.

   3. Meditación de LC. 23, 35-43.

   3-1. La conducta de quienes observaron la crucificción del Señor (LC. 23, 35A).

   Muchos habitantes de Jerusalén, y peregrinos que fueron a la ciudad santa a celebrar la Pascua, miraron cómo fue maltratado y crucificado el Señor. Entre la multitud, habría quienes estarían de acuerdo con lo que veían, quienes estarían en contra, y quienes pensarían que, lo que estaban observando, era algo inevitable, porque tal era el estilo que tenían los romanos, de asesinar, a quienes se hacían pasar por reyes, y, a los malhechores. He aquí uno de tantos pueblos gobernados, y sin derecho a decidir su destino. Quizás pensamos que tales espectadores de la Pasión del Señor eran cobardes, porque no impidieron la injusticia por antonomasia, pero, esperar que hubieran reaccionado, hubiera sido tanto, como pedirles a los más pobres, que resuelvan su dramática situación, por sus propios medios, sin contar con ayudas exteriores.

   ¿Qué habríamos hecho si hubiéramos contemplado aquella dramática escena? Tal como nos hemos acostumbrado a que haya gente que sufre en el mundo por diversas causas, y a no extinguir sus padecimientos, independientemente de lo que nos hubiera dolido ver a Jesús agonizando y desangrándose, ni aunque hubiéramos querido defenderlo, nos hubiera sido posible, llevar a cabo ninguna acción, para librar al Señor, de las garras de la muerte.

   Aunque no podemos extinguir el padecimiento del mundo, ¿lo contemplaremos pasivamente, sin hacer nada para evitarlo, en conformidad con nuestras posibilidades?

   3-2. La astuta acción de los magistrados de los judíos (LC. 23, 35B).

   Los magistrados de los judíos, con tal de hacer más humillante la situación del Señor, y de asegurarse de que la multitud no optara por compadecerse del Mesías, insultaron al Hijo de dios y María, burlándose de Él, para justificar su injusta condenación a muerte. Los enemigos del Señor sabían que la multitud podía ser manipulada fácilmente, tanto para que odiara a su víctima, como para que diera la vida por el Señor. La Historia es testigo de cómo muchos han sabido manejar el ánimo de grandes multitudes, para perpetuar su poder, y justificar, sus malas acciones.

   3-3. La conducta de quienes le venden sus almas al diablo (LC. 23, 36-37).

   ¿Cómo iban los soldados romanos a aceptar como rey a un personaje que estaba desnudo significando la mayor humillación, y esperando la llegada de la hora de su muerte? Era lógico para ellos someterse a las autoridades imperiales, pues para eso les pagaban. Los soldados romanos son equiparables a quienes apuestan por una ideología política y/o religiosa, y se vuelven intransigentes, con quienes no piensan como ellos. Los cristianos podemos tener la tentación de imitar la conducta de tales soldados romanos, a la hora de enfrentarnos a quienes no pertenecen a nuestras denominaciones religiosas aunque digan que son seguidores de Jesús, y al rebatir a quienes no creen en Dios.

   3-4. La conducta del ladrón desesperado (LC. 23, 38-39).

   Uno de los ladrones que fue crucificado con Jesús, viendo que iba a morir, se desahogó, insultando al Hijo de Dios y María, e intentando ridiculizarlo. Hay quienes aprenden a superarse a sí mismos cuando padecen por cualquier causa, y hay quienes se envilecen, cuando pierden la esperanza, de progresar. En lo que respecta a quienes somos cristianos, oremos y trabajemos, para que nadie que viva una situación difícil de soportar, pierda la fe en Dios y sus hijos los hombres, al ser arrastrado, por la desesperación.

   3-5. El examen de conciencia del ladrón a quien la Tradición nos insta a llamar San dimas (LC. 23, 40-41).

   Mientras que uno de los malhechores injurió a Jesús, el otro se reconoció merecedor de su padecimiento, porque sus pecados, lo hicieron digno de ello. Ambos ladrones experimentaron la misma situación, pero, mientras que uno explotó por causa de su desesperación, el otro se acogió a Jesús como si el Señor fuera una tabla de salvación, pidiéndole, no que lo salvara, sino que lo perdonara, porque, quienes son perdonados por dios, son salvados, y, quienes se creen dignos de alcanzar la salvación, por su soberbia, pueden indisponerse a formar parte, del Reinado divino.

   A diferencia del llamado buen ladrón, no por sus obras que todos suponemos cuáles eran y cómo las llevó a cabo, sino por su examen de conciencia, y su profesión de fe, no creamos que somos merecedores de las circunstancias adversas que vivimos, y, en vez de consumir nuestras energías amargándonos pensando en lo que quizás no tiene remedio, oremos y esforcémonos, para superarnos, a nosotros mismos. No nos equiparemos a nadie, porque las comparaciones son odiosas, pero superémonos, porque aún podemos ser, mejores discípulos de Jesús, e hijos de Dios.

   3-6. El sacrificio del Señor produjo frutos antes que Jesús muriera, y el Reino de Dios empezó a hacerse presente, antes que el Mesías resucitara (LC. 23, 42-43).

   Mientras que los discípulos varones del Señor, con la excepción de San Juan Evangelista, huyeron cuando Jesús fue detenido en el monte de los Olivos por sus detractores, y entre los creyentes, hubo quienes se decepcionaron de Jesús (LC. 24, 31), el buen ladrón, a pesar de su situación, se jugó la salvación, a la carta de la fe, que lo caracterizaba. Quien estaba en un mayor estado de enfermedad, marginación y desamparo, tuvo más fe, que quienes tenían posibilidades de seguir viviendo, inspirándose en la conducta, que observó Nuestro Salvador. En lo que respecta a nosotros, nos cuesta entender que tenemos que renunciar a todos y a todo lo que nos separa del Señor, y sentirnos totalmente desposeídos, para aprender a valorar, la grandeza de ser, hijos de Dios, y hermanos de Jesús.

   3-7. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos, individualmente.

   3-8. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de asimilarlos.

   4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 23, 35-43 a nuestra vida.

   Respondemos las siguientes preguntas, ayudándonos del Evangelio que hemos meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.

   3-1.

   1. ¿Por qué no defendieron al Señor los constituyentes de la multitud de observadores de su sacrificio?
   2. ¿Por qué no manifestó la multitud su postura con respecto a lo que les sucedió al Señor y a los dos malhechores que fueron crucificados con Él?
   3. ¿Qué habríamos hecho si hubiéramos contemplado aquella dramática escena?
   4. ¿Por qué no pueden ser librados muchos países de los gobernantes que explotan y manipulan a sus habitantes?
   5. Aunque no podemos extinguir el padecimiento del mundo, ¿lo contemplaremos pasivamente, sin hacer nada para evitarlo, en conformidad con nuestras posibilidades?

   3-2.

   6. ¿Cómo hicieron los magistrados de los judíos más humillante la situación de Jesús?
   7. ¿Con qué fin humillaron a Jesús y se burlaron del Señor los citados jueces?
   8. ¿Por qué no confiaban los enemigos del Señor en los esbirros que utilizaron para hacer que el populacho deseara que Jesús muriera?

   3-3.

   9. ¿Cómo iban los soldados romanos a aceptar como rey a un personaje que estaba desnudo significando la mayor humillación, y esperando la llegada de la hora de su muerte?
   10. ¿A quiénes se puede equiparar a los soldados romanos?
   11. ¿En qué ocasiones podemos tener los cristianos la tentación de imitar la conducta de los soldados romanos?
   12. ¿Le hemos vendido en alguna ocasión nuestra alma al diablo?

   3-4.

   13. ¿Por qué se desahogó uno de los ladrones que fueron crucificados con Jesús, insultando al Hijo de Dios y María, e intentando ridiculizarlo?
   14. ¿Intentamos superarnos a nosotros mismos cuando vivimos situaciones que consideramos que nos son adversas, o las mismas nos inducen a perder la fe en Dios, y en sus hijos los hombres?
   15. ¿En qué se diferenció la conducta de los dos malhechores que fueron crucificados con Jesús?
   16. ¿Por qué necesitaba el buen malhechor sentirse perdonado por Jesús para experimentar la salvación?
   17. ¿Por qué pueden excluirse a sí mismos del Reino de dios quienes se creen merecedores de alcanzar la salvación?
   18. ¿Por qué es conocido San Dimas como "el buen ladrón"?
   19. ¿Qué haremos cuando nos afecte lo que erróneamente llamamos "adversidad"?
   20. ¿En qué sentido son odiosas las comparaciones?

   3-5.

   21. ¿Qué fruto produjo el sacrificio redentor de Jesús antes que el Señor muriera?
   22. ¿Cómo se hizo presente el Reino de Dios en tan dramática situación?
   23. ¿Por qué fue más grande la fe del buen malhechor que la creencia en Jesús de sus discípulos varones?
   24. ¿Cómo es posible que quienes más sufren tengan más fe en Dios que quienes desconocen el padecimiento, aunque estos últimos hayan sido cristianos durante toda su vida?
   25. ¿Por qué necesitamos sentirnos desamparados, enfermos y desposeídos, para aprender a valorar la grandeza de ser hijos de Dios, y hermanos de Jesús?

   5. Lectura relacionada.

   Leamos y meditemos ST. 1, 1-17, intentando abarcar las enseñanzas relativas a la manera ideal de soportar el sufrimiento, que encontramos, en el citado texto.

   6. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 23, 35-43.

   Comprometámonos a concienciarnos de que podemos contribuir a colaborar en la plena instauración del Reino de dios en el mundo.

   Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.

   7. Oración personal.

   Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del mismo que hemos hecho.

   Ejemplo de oración personal:

   Señor Jesús:

   Gracias por enseñarnos que, en la debilidad de tus hermanos los hombres, se muestra perfecta, la plenitud de tu fortaleza, y por habernos acompañado durante el ciclo litúrgico que concluimos, instruyéndonos en el conocimiento de tu Verdad, de la que esperamos que nos haga libres.

   8. Oración final.

   Leamos y meditemos el Salmo 77, bendiciendo a Dios, porque ensalza a sus fieles hijos, y los conduce a su presencia.

   José Portillo Pérez espera peticiones, sugerencias y críticas constructivas, en

joseportilloperez@gmail.com

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