Meditación.
Acompañemos a Jesús en su Pasión, muerte y Resurrección.
Estimados hermanos y amigos:
La Liturgia de hoy se divide en dos partes claramente diferenciadas:
1. La procesión de los ramos, que nos recuerda la entrada de Nuestro Señor a Jerusalén, la ciudad que a veces tenía la costumbre de matar a los profetas que Dios le enviaba con el fin de instruirla en el conocimiento de su designio salvífico.
2. La celebración de la Pasión del Señor, que viviremos con mayor intensidad el Jueves y el Viernes Santo, no obstante, dado que las celebraciones litúrgicas de dichos días no son preceptuales, es conveniente que hoy recordemos la muerte de Jesús, con el fin de que el próximo Domingo podamos conmemorar la gloriosa Resurrección del Mesías.
De la misma forma que los judíos creyentes en el Mesías recibieron a Jesús cuando el Señor llegó a la ciudad tres veces santa montado en un asno, en este día que en parte es alegre y en parte triste, tenemos la oportunidad de conmemorar el glorioso hecho que estamos recordando, uniéndonos espiritualmente a quienes alfombraron el camino por el que Jesús iba pasando montado en el burro, pidiéndole con ese gesto al Hijo de María que nos siga ayudando a mantenernos activos en la instrucción religiosa y en la práctica de la sabiduría que adquirimos por el estudio y las celebraciones litúrgicas, por consiguiente, en el Deuteronomio leemos: (DT. 6, 6-9).
Obviamente, sobre todo los laicos, no podemos vivir las 24 horas del día consagrados a la evangelización, pero ello no nos impide hacer aquello a lo que se nos insta en la Liturgia de hoy, es decir, ser fieles seguidores de Jesús, en conformidad con las posibilidades que tenemos para ello.
Jesús nos dice: (MT. 10, 38). Si estudiamos una carrera y posteriormente trabajamos haciendo lo que nos gusta y gracias a ello obtenemos una buena compensación económica y la satisfacción de hacer el trabajo que deseamos, podemos decir que ello contribuye a hacernos felices, pero, si nos convertimos en discípulos de Jesús, debemos estar dispuestos a aceptar una enorme cantidad de complicaciones, así pues, ¿Sabemos cuál será el precio que tendremos que pagar con tal de vivir eternamente en la presencia de Dios? Si la salvación es de carácter gratuito, por amor a Nuestro Padre común y a nuestros hermanos los hombres, tenemos que hacer el bien, como si de ello dependiera nuestra futura salvación. Jesús nos dice con respecto al precio que tendremos que pagar para ser salvos las mismas palabras que les dijo a sus Apóstoles: (MC. 10, 29-30).
¿De qué forma les da Jesús cien veces más a sus predicadores con respecto a los bienes a los que los mismos renuncian con tal de no renegar de su fe? A quienes se encuentran con que sus familiares se oponen a que se consagren plenamente a Dios de manera que vivan dedicados exclusivamente a trabajar para Dios, ya sea predicando, orando o haciendo el bien, Dios les aumenta mucho su familia, dado que no son miembros de un hogar en que conviven unas cuántas personas, sino hijos de un Dios cuya familia es incontable como lo son la arena del mar y las estrellas del cielo. Mi testimonio personal a este respecto consiste en que mi familia se oponía a que creyera en Dios, y he tenido la oportunidad de comunicarme con muchas personas tanto en el campo real como en el mundo virtual, y la familia de mis lectores habituales sobrepasa los 2500 semanales, mientras que mi blog ha sido visitado, en tan solo cuatro años de existencia, por más de 136000 personas. En el campo material, llegado el tiempo de la pobreza absoluta, en que lo perdí todo excepto mi hogar, recibí auxilio sin ni siquiera tener que pedirlo. Si confiamos en Dios, Él procurará que no nos falte nada de lo que necesitemos, pero no hemos de confundir el hecho de que Nuestro Padre común cubre nuestras necesidades con el deseo que podemos tener de alcanzar riquezas innecesarias. No hemos de pensar que Dios cubrirá nuestras necesidades a cambio de que no perdamos la fe y prediquemos el Evangelio, pues Él no nos cuida devolviéndonos los favores que le hacemos, sino porque nos ama.
(MC. 11, 1-2). ¿Por qué entró Jesús a la ciudad santa montado en un asno? Jesús cumplió la siguiente profecía: (ZAC. 9, 9).
Los burros son unos animales más recomendables para soportar el peso con que se les cargue que los mulos y los caballos, de la misma manera que Jesús y sus fieles Apóstoles y discípulos están más capacitados para sufrir que quienes desconozcan el sentido redentor de las dificultades que tenemos que afrontar y confrontar durante los días que se prolonga nuestra vida, dado que, por grandes que sean los sufrimientos, no es lo mismo saber que se sufre por una razón que justifica el dolor que se padece, que pensar que la experiencia que se vive es tan inútil como adversa.
Los burros son muy humildes y dóciles, de la misma manera que tanto Jesús como quienes creen firmemente en Él están preparados para soportar muchos contratiempos con tal de no renegar del Dios que es el sentido de su existencia.
Era necesario que el burro sobre el que montó Jesús no hubiera sido montado anteriormente por ninguna persona, porque quienes aceptan a Dios por primera vez en su vida tienen más facilidad para creer en Él que quienes tienen que cambiar sus creencias varias veces hasta que encuentran lo que piensan que es la verdad, si es que antes de ello no dejan de buscar pensando que Dios no existe, o que son incapaces de averiguar lo que Nuestro Padre común quiere que aprendan por sus propios medios.
El burro del Evangelio que estamos considerando fue muy dócil a pesar de que anteriormente no había sido montado por nadie, tanto como debemos serlo nosotros con respecto al aprendizaje del Evangelio, a pesar de que no comprendamos completamente el mensaje que Dios nos quiere transmitir a través del mismo, ya sea al nivel personal o comunitario, si formamos parte de comunidades de creyentes activas.
Jesús les siguió diciendo a los discípulos que envió a Betfagé con respecto al citado burro: (MC. 11, 3). Jesús no es un ladrón ni un líder religioso que se aprovecha de nuestras depresiones para enriquecerse a cambio de darnos su consuelo divino, así pues, Él quiere que le prestemos los medios de que disponemos para salvar al mundo, de tal forma que no nos olvidemos de nuestros hermanos los hombres en quienes tenemos que servir a Dios, y no abandonemos nuestros compromisos sociales, familiares y personales. Conozco a un sacerdote que ha servido a Dios consagrado al Altísimo durante 25 años, y ha contraído matrimonio con una mujer a la que ama mucho. Él dice que se dedicó por completo a Dios y a la Iglesia durante los años que fue sacerdote activo (el sacerdocio puede dejar de ejercerse, pero no se puede perder), pero que ahora, para curar las heridas que le hicieron algunas personas durante esos años, necesita el cariño de su mujer y el afecto del hijo que espera tener.
(MC. 11, 4-6). ¿Serían los propietarios del pollino los que les preguntaron a los discípulos del Señor qué estaban haciendo al desatar el burro?
¿Dejaron aquellos hombres que los discípulos del Mesías citados se llevaran el burro porque Jesús había hablado previamente a aquella ocasión con ellos para que le prestaran el animal, o dejaron que ello ocurriera porque Jesús, que tiene poder para ver lo que va a pasar en cualquier momento de la Historia, previó que sus amigos no iban a tener problemas para llevarle el citado animal de carga para que pudiera montarlo?
(MC. 11, 7-10). Nosotros podemos darle la bienvenida a Jesús a nuestra sociedad, a nuestro entorno y a nuestra vida, alabando a Dios por permitir que su Primogénito haya venido a nuestro encuentro, y haciendo obras buenas, imitando así a Jesús, el perfecto imitador de Dios, así pues, recordemos las palabras de San Pablo: (EF. 5, 1-2). Dios recibió el sacrificio de su Hijo con agrado, no porque le agradaba ver el sufrimiento de Nuestro Redentor, sino porque de esa manera la Trinidad Beatísima nos demostró su gran amor para con nosotros.
San Lucas nos narra en su relato paralelo al de San Marcos de la entrada de Jesús a Jerusalén algo que ocurrió mientras que la multitud alababa al Señor (LC. 19, 39-40).
¿Le gustaba a Jesús hacer ostentación de su realeza? Si en la segunda lectura de hoy San Pablo nos ha dicho: (FLP. 2, 6), y la Biblia no puede contradecirse porque de hacer eso dejaría de contener la verdad sobre Dios, ¿qué podemos concluir con respecto al hecho de que Jesús permitió que sus seguidores le alabaran? Leyendo los Evangelios, encontramos relatos en que Jesús realizó grandes prodigios y les prohibió a los beneficiarios de los mismos que difundieran aquellos hechos, porque Nuestro Señor no quería ser aceptado en virtud de su extraordinario poder, sino por su capacidad de amar y ser amado, pero en la ocasión que meditamos en la procesión de los ramos ocurrió algo diferente, dado que el relato que estamos meditando ocurrió en un día en que los seguidores del Mesías debían considerar que su Rey entró a Jerusalén. Era necesario que Jesús fuera reconocido aquel día como Rey, a fin de que sus creyentes de aquel tiempo y de los siglos posteriores pudiéramos comprender la terrible humillación que el Señor sufrió durante su Pasión y muerte, y de que sus enemigos se decidieran a asesinarlo.
Concluyamos esta meditación pidiéndole a Nuestro Padre común que nos fortalezca la fe a través de la meditación de los misterios centrales de nuestra fe, que viviremos intensamente durante la Semana Santa o de Pasión.
joseportilloperez@gmail.com
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