Meditación.
1. Noviembre es el mes en que se funden dos años litúrgicos, acaba un periodo de formación y entramos en el tiempo de Adviento, un periodo que dura aproximadamente 4 semanas, y nos introduce en la celebración de la Navidad. La Liturgia del presente mes y parte del mensaje del Adviento, tienen como finalidad hacernos comprender que en cierta forma los cristianos no somos habitantes del mundo, pues somos hijos de un Dios cuyo Unigénito nos ha preparado una morada en su Reino. Cuando Jesús instituyó los Sacramentos de la Eucaristía y el Orden de los sacerdotes, les dijo a sus discípulos: (JN. 14, 1-2).
Jesús dice que en el cielo hay un lugar para todos sus discípulos.
San Juan nos transmitió la oración sacerdotal de Jesús, un texto muy bello del que podemos extraer las siguientes palabras: (JN. 17, 20)
Jesús oró por sus Apóstoles y, antes de entregarse a su Pasión y muerte, nuestro Hermano oró también apasionadamente por todos los que nos hemos convertido a Él después de conocer y aceptar la predicación de sus primeros seguidores, que ha llegado a nosotros durante el transcurso de los últimos 2000 años.
¿Qué pruebas necesitamos para creer que Jesús nos ama?
¿De quién podéis decir que os amó tanto que oró por vosotros muchos siglos antes de que fueseis concebidos?
Los autores del Nuevo Testamento, predicaban el Reino de Dios, al mismo tiempo que preparaban a los primeros cristianos para dejarse asesinar cuando se desataban grandes persecuciones contra la Iglesia, pues deseaban que sus oyentes y lectores fueran lo suficientemente fuertes como para no renunciar a su fe. Los Mártires no son fanáticos, son hermanos nuestros que supieron dejarse sacrificar imitando a su Señor, en el momento en que no se podían demostrar las grandes convicciones cristianas sin que la resistencia humana y divina fuesen acrisoladas con el fuego del amor y las infernales llamas de la confusión que causa el desconocimiento de la Palabra de Dios. San Ignacio de Antioquía, un Obispo de quien muchos hermanos nuestros dicen que era un fanático, sólo fue un humilde siervo de Dios que quiso morir, pues sabía que ese hecho avivaría la fe de sus feligreses, los habitantes de Antioquía, quienes le vieron partir encadenado para ser devorado en el Coliseo romano con gran dolor e impotencia dibujados en su rostro.
En términos generales, las personas nos caracterizamos porque a veces nos causa un gran miedo todo aquello que desconocemos. Esta es la causa por la cual a mucha gente le falta valor, ímpetu y coraje para entregarse al servicio de un Dios cuyo rostro sólo se dibuja en el alma de los más desfavorecidos de nuestro entorno social.
Si queremos vivir eternamente junto a Dios, debemos servir a nuestro Padre celestial en nuestros hermanos los hombres. Esto queremos hacerlo para agradecerle a Dios el manantial de misericordia que ha derramado sobre nosotros. Si alguien nos pide un millón de dólares, obviamente le negamos esa cantidad de dinero en el caso de que la tengamos, exceptuando el caso de que la persona que nos ha formulado su petición sea muy querida por nosotros, pero, pese a nuestra conducta, nos hemos acostumbrado tanto a ser amados por Dios, que olvidamos el hecho por el cual deseamos agradecerle a Nuestro Padre su gran amor sirviendo a nuestros prójimos los hombres.
Vamos a abrir el Nuevo Testamento y a pedirle a San Pablo que nos diga cómo hemos de vivir los cristianos esperando que Jesús venga nuevamente a nuestro encuentro, si es que se puede decir que se separó de nosotros aquel que está en la Eucaristía, en los pobres y enfermos, en quienes lo aman, y en quienes lo buscan mirando en todos los sitios que se les ocurre, exceptuando su corazón. Yo os pido que no busquéis la recepción de los dones divinos en las Escrituras ni en el testimonio ejemplar de los Santos y de los cristianos que nos rodean, dado que esas dádivas divinas están en nuestro corazón, de hecho, Dios sólo espera que nos decidamos a producir frutos abundantes.
San Juan nos transmitió estas palabras de Jesús: (Jn. 15, 16).
(ROM. 7, 10). Todos recordamos los Mandamientos de la Ley de Dios, las diez reglas de oro que aprendimos antes de recibir a Jesús Sacramentado por primera vez, esas disposiciones divinas de las cuales San Pablo nos dice que son santas, justas y buenas. Nosotros reconocemos esta verdad que nos ha sido revelada mediante la Palabra de Dios.
Sería realmente hermoso el hecho de que los jóvenes cristianos se dejaran guiar por el siguiente consejo que San Pablo le dio a su fiel amigo Timoteo: (1 TIM. 4, 12).
San Pablo le pidió a su fiel amigo Timoteo que fuera un cristiano ejemplar a la hora de predicar la Palabra de Dios. Inmediatamente después de que Pablo le pidiera a Timoteo que fuese un predicador ejemplar, también le dijo que diese buen ejemplo con su conducta. Yo puedo pronunciarme con respecto a Nuestro Padre y Dios con palabras muy bellas, pero si mi conducta no fuera acorde con mi predicación, mis palabras no serían dignas de ser creídas por nadie.
El amor, la fe, y el limpio proceder del que Pablo le habló a Timoteo, son aspectos fundamentales que han de caracterizarnos a todos los hijos de Dios. Que ningún cristiano se deje amedrentar por las dudas de muchos ateos, pues San Pablo nos dice con respecto de nuestra fe y a propósito de los citados temores: (2 COR. 4, 13).
José Portillo Pérez.
joseportilloperez@gmail.com
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