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Meditación para el Domingo XXX del Tiempo Ordinario del Ciclo B.

   Meditación.

   El regreso de los judíos deportados a Babilonia a la Tierra prometida significa la instauración del Reino de Nuestro Padre común entre los hombres, así pues, cuando hablamos del exterminio de las miserias de la humanidad, no nos referimos a una utopía irrealizable, sino que expresamos nuestra fe en la conclusión de la obra que Nuestro Padre y Dios le encomendó a Jesucristo.

   Démosle gracias a Nuestro Dios y Señor por habernos librado de las tribulaciones cuya contemplación nos hizo sufrir.

   A diferencia de los sacerdotes judíos y cristianos que ofrecen sacrificios por la expiación de los pecados de sus fieles y por sus propias transgresiones en el cumplimiento de la Ley de Dios, Nuestro Hermano y Señor Jesucristo, no hubo de morir para expiar sus pecados, pues siempre vivió en Dios, de Dios y para Dios, y, por amor a Dios.

   Ojalá que, a imitación del ciego Bartimeo, cuando seamos conscientes de que Jesús pasa ante nosotros, aprovechemos la oportunidad de pedirle a Nuestro Señor que nos ayude a desear vivir en la presencia de Nuestro Padre común.

   1. Bartimeo y nuestra conversión.

   (Jn. 4, 34). Si el alimento de Jesús, -Dios por excelencia-, es cumplir los deseos del Padre, la voluntad del Altísimo, es que sus fieles lo amen, y, -por tanto-, que depositen su confianza en Él. Así pues, al hijo de Timeo, le reprendía la gente cuando quería acercarse a Jesús, para que el Mesías le sanara, -sin embargo-, el alimento de Dios -compañeros del desierto de la vida-, es saberse amado por nosotros, sus devotos y fieles hijos. Bartimeo fue reprendido, porque pocos fueron los que comprendieron cuál es la voluntad de Dios.

   Cierto día, en el que yo me encontraba entre gente que no creía en Dios, -y cuando aún no me contaba entre los que creen en Nuestro Padre común-, oí a una señora, que decía, llorando: No sé por qué he creído que puede existir un ser tan malvado como Dios. No obstante, la muerte de mi hija, me hace poner los ojos en la realidad, porque, si Dios existe, se ha portado tan mal conmigo, como también hubiera podido hacerlo, mi peor enemigo. Él ha humillado a mi hija, y eso no se lo perdonaré jamás.

   Yo soy prácticamente ciego, y, -sin embargo-, espero ser establecido de mi enfermedad. Me gustaría mucho oír las palabras con que Jesús se dirigió al ferviente Zaqueo (LC. 19, 9).

   Yo pienso que, cuando el hijo de Timeo invocaba a Jesús, lo hacía con la incontenible emoción de quien descubre que no ha de esperar la muerte, marcado por una terrible enfermedad, que piensa que es el opio que le mata. Lo más terrible que nos ocurre a los ciegos, no es el hecho de que tenemos que luchar, por ser, -en lo posible-, como los demás, sino, que muchos no saben cómo tratarnos. Cuando yo estudiaba Bachillerato, uno de mis compañeros le dijo a otro que lo mejor que podría pasarme es morirme, porque vivir sin visión es terrible.

   Cierto día, cuando yo estudiaba primero de Bachillerato, un compañero del centro en el que cursaba mis estudios, me preguntó si sabía beber agua en una fuente. No obstante, yo comprendo que, los ciegos tenemos dificultades, no por la maldad de la gente, sino, por la ignorancia de los mismos.

   Ante tanta incomprensión, cada vez que exhalo un poco de aire, siento que nazco de nuevo, que he de empezar a luchar nuevamente, -olvidando las tragedias del pasado-, sin descansar, pues siento que la vida es un excelente don divino, que he de gozar, y sufrir.

   A muchos ciegos, -especialmente a cuantos se han independizado de sus familiares, y viven solos-, les es dificultoso el hecho de afrontar situaciones, tales como estas: Cuando caminan por cualquier calle de un pueblo o ciudad, muchos les observan, bien para ver si sus ropas están limpias, bien para observar si son capaces de caminar erguidos, sin ladearse. al curiosidad de la gente, hace que no pocos ciegos se sientan espiados.

   Muchos ciegos, -como bartimeos acostumbrados a padecer y a gozar de la vida-, esperamos, -paciente y fervientemente-, la actuación del Señor. No nos cansamos de estar enfermos, sino, de ser incomprendidos. -Entiendan esto quienes creen poseerlo y saberlo todo, y su pobreza es inminente- Ésta es la causa que me hace gritar a los cuatro vientos, que nadie ha de sentirse pequeño ante sus propias dificultades.

   La oración del hijo de Timeo, fue oída por Jesús. Jesús caminaba hacia Jerusalén, acompañado por una gran multitud, y oyó la voz de un mendigo, que para muchos era insignificante, por su pobreza, y, especialmente, por su ceguera. Muchos creían que tales personas pagaban el castigo merecido, bien por los pecados cometidos por sus predecesores, bien por sus propias faltas, cometidas contra la Ley mosaica.

   Así como Jesús le concedió el don de la vista al hijo de Timeo, todo aquel que espere en el Señor, será salvo, para gloria de Dios Padre. Porque, cuanto nos narra San Marcos sobre Bartimeo, se refiere a la conversión, don excelente del Dios Altísimo" (Trigo de Dios, pan de vida).

   2. Bartimeo y las parábolas del capítulo 25 del Evangelio de San Mateo.

   El Evangelio que estamos  considerando en esta ocasión tiene un gran significado teológico para los creyentes, y encierra entre sus letras un gran manantial de esperanza para este moderador que os escribe. Si meditamos el citado texto de San Lucas a la luz del capítulo 25 del Evangelio de San Mateo que meditamos durante los 3 últimos domingos del ciclo A del año litúrgico, podemos comprobar con qué fuerza y eficacia actúa Jesús para sacarnos del error, y aumentar nuestra conciencia de que somos hijos de Dios. El mencionado capítulo 25 de San Mateo se divide en tres significativas parábolas.

   1. En primer lugar, nos encontramos con la parábola de las diez vírgenes, que se narra en los 13 primeros versículos del citado capítulo de Leví. El ciego del cual nos habla San Lucas se encontraba al borde del camino pidiendo limosna, pues había averiguado que Jesús pasaría por el camino que conducía a Jericó.

   ¿Estamos nosotros prontos a hacer la voluntad de Dios?

   ¿Estamos preparados para recibir a quien nos sorprenderá en el momento en que menos lo esperemos, de igual manera que los salteadores sorprenden a los que caminan en la oscuridad de la noche?

   2. Entre los versículos 14 y 30 del capítulo 25 del Evangelio de San Mateo, se nos narra la parábola de los diez talentos, en honor a aquel siervo a quien se le concedió un mayor número de talentos, y produjo el doble del capital que su amo le confió. ¿Por qué se le concedió a éste más talentos que a los otros? Éste se había preparado para recibir más dádivas divinas, pues, si dádivas son gracias y dones, servir a Dios mediante oraciones y actos de misericordia, incluye una responsabilidad proporcional a los talentos que se reciben.

   ¿Qué don o talento recibió Bartimeo, el ciego del camino? Aquel hombre recibió luz y una misión, hacer que la fe de sus semejantes aumentara proporcionalmente a la luz que había recibido de Dios.

   3. Entre los versículos 31 y 46 del capítulo 25 del Evangelio de San Mateo, se nos escenifica simbólicamente el juicio universal, en que los redimibles estarán a la derecha del Señor, al igual que le sucedió a San Dimas en su crucifixión, y los que rechacen a Dios estarán a la izquierda del Rey, de igual forma que le sucedió al incrédulo Gestas el primer Viernes Santo. Todos seremos salvos, pero, ¡qué infelicidad sufrimos al reconocer que no hemos hecho el bien según lo que para Dios, la vida, nuestros prójimos y nosotros mismos hemos tenido la oportunidad de hacer!

   Si el ciego que recobró la vista no produjo frutos evangélicos, ¿de qué le aprovechó la luz?

   Si el citado personaje bíblico no supo amar a sus prójimos, ¿no hubiera sido más feliz viviendo entre tinieblas?

   Concluyamos esta meditación del Evangelio, pidiéndole a Nuestro Padre y Dios que nos ayude a prepararnos a recibir al Rey que viene.

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com

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