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Meditación para el Domingo XXX del Tiempo Ordinario del Ciclo B.

    Meditación.

   1. Durante las últimas semanas estamos conmemorando el XXV aniversario del Pontificado del Papa Juan Pablo II al frente de nuestra Iglesia. Este hecho es muy significativo en el marco en que la Iglesia nos propone que desglosemos las lecturas  de hoy, para que meditemos en esta ocasión, en la que, nuestro anciano Papa, junto a todos los cristianos que sufren por alguna causa y tienen valor y coraje para no revelarse ante su dolor, le ofrecerán, a Nuestro Padre y Dios, su acción de gracias.

   (SAL. 18, 50). Unámonos a Juan Pablo II, el Papa más aplaudido de la historia, para convertir nuestra vida en un instrumento capacitado para que nuestras obras y oraciones sean las melodías más maravillosas que le transmitan a Nuestro Padre y Dios nuestro amor, alegría y agradecimiento -o acción de gracias-.

   Nuestra oración de acción de gracias puede deducirse de las lecturas de la Eucaristía de hoy, pues la Liturgia, de alguna forma, nos hará meditar sobre la oración comunitaria y privada de nuestra Santa Madre Iglesia.

   2. Han transcurrido 25 años y unos días desde que el Papa se dirigió al mundo afrontando sus múltiples responsabilidades, y aún nos siguen emocionando las primeras palabras con las cuales se dirigió a nosotros: "No tengáis miedo". Mientras que los polemistas estudian la posibilidad de que el Parkinson haga que el Papa renuncie a su alto cargo, junto a los débiles de la Iglesia, un anciano que se ha convertido en signo de contradicción por amor a su Señor -y según la óptica de algunos- de rechazo al progreso de la Iglesia -todo hay que decirlo sin ánimo de resentir la fe de nadie-, aparece ante nosotros, discapacitado, permitiéndose el lujo de gastar bromas con respecto a su próxima muerte.

   Cuando Jesús fue crucificado, sirvió de espectáculo a quienes lo miraban, así pues, de alguna manera, la imagen de Juan Pablo II, fortalece a muchas personas creyentes que sufren, pero dificulta nuestro acercamiento a quienes desconocen o no aceptan nuestras creencias, ya que muchos de ellos piensan que la Iglesia abusa del uso de las diversas enfermedades de Juan Pablo II con el objeto de atraer hacia sí a los débiles del mundo. Personalmente pienso que el Papa sólo debe seguir exponiéndose a la gente por Voluntad propia, ya que todos los enfermos decidimos hasta qué punto nos vamos a esforzar para difundir nuestro conocimiento de Dios.

   Con la certeza de que no podemos responder los interrogantes que se derivan de las diversas y a veces difíciles situaciones que hemos vivido a lo largo de la historia de la Iglesia, debemos ser conscientes de que la fundación de Jesucristo no dejará de ser lo que representa, y que no perderá ninguno de sus valores cuando Juan Pablo II cruce el umbral de la esperanza.

   2. La salud del Papa está permitiendo que muchos cristianos nos cuestionemos la utilidad que puede tener el sufrimiento para nosotros. Yo no voy a dar una larga explicación con respecto al sentido redentor del dolor, pues ya me ocupé de ello en la web principal de Trigo de Dios. La gente se revela ante el servicio que nos presta la adversidad. Es terrible el efecto que produce en nuestra sociedad el desconocimiento de la Palabra de Dios. Podemos decir que la vida de los creyentes no se empobrece con el dolor, de hecho, la misma se plenifica al asemejarse al sufrimiento de Jesús, de quien esperamos dones y virtudes para sobrevivir a la adversidad. A pesar de lo que os he dicho, os insto a considerar la posibilidad  de que intentéis evitar el dolor, y que sólo consideréis redentoras las situaciones que no podáis evitar o que viváis voluntariamente para beneficiar a vuestros prójimos.

   3. Con respecto a las lecturas correspondientes a la Eucaristía que estamos celebrando, creo que en los citados textos se dibuja muy sutilmente nuestra conversión al Señor, y nuestro testimonio de fe individual y comunitario. No olvidaremos que Dios nos creó para que viviéramos en comunidades, esto se deduce de la experiencia que vivió Adán, el primer hombre que Dios creó, quien se sentía sólo hasta que Dios creó a Eva, su compañera. Adán y Eva necesitaban expandirse, pues no se bastaban por sí mismos para ser felices, y tuvieron que tener hijos para formar junto a sí una comunidad familiar que se fue extendiendo con el paso del tiempo. A pesar de los grandes avances que han surgido desde que Dios creó el mundo, nosotros seguimos teniendo las mismas necesidades que aquellas personas a quienes recordamos por su pecado original.

   4. Nuestro Padre y Dios, en su inmensa sapiencia, dispuso que, a pesar del imparable avance de la ciencia, nuestra felicidad sólo se hallara en la presencia de Nuestro Criador. Este hecho no obedece al deseo del alfarero que no desea perder la obra de sus manos, sino a nuestra incapacidad para luchar por la igualdad de condiciones vitales de todas las personas que habitan nuestra tierra.

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com

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