Meditación.
1. Estimados hermanos y amigos:
Vamos a meditar una frase de la primera lectura correspondiente a la Eucaristía que estamos celebrando: (DT. 4, 7)
A pesar de los siglos que han transcurrido desde que fue escrito el texto que estamos meditando, podemos constatar que las palabras extraídas del Deuteronomio aún siguen estando vigentes entre nosotros. Aunque decimos que no adoramos a Baal ni a otros dioses como lo hacían los habitantes del territorio que conquistaron los israelitas bajo el mando de Josué, no podemos negar que muchos de los valores que defendemos han sido convertidos por nosotros en dioses más amados que Nuestro Criador. Todos los ídolos que tenemos contribuyen a satisfacer nuestros deseos según la disponibilidad y el bienestar económico que tengamos en cada momento de nuestra vida, pero sólo existe un ídolo que puede satisfacer nuestras carencias plenamente.
2. Nuestro Padre y Dios sabe que nos sentimos útiles a los ojos de la sociedad y ante nuestras personas al luchar constantemente para ser felices, así pues, esta es la razón por la cual el Señor ha dispuesto que hagamos su voluntad para acercarnos a Él.
En el texto del Deuteronomio que estamos considerando, podemos leer: (DT. 4, 8). Aunque la Psicología moderna nos enseña que no somos nada realistas al intentar obtener el mayor perfeccionismo en nuestros actos y pensamientos, el sistema de competencias que se ha establecido en la sociedad en que vivimos, la necesidad que muchos experimentan de destacar para no perecer en el olvido del medio en el que viven, les hace seguir deseando ese perfeccionamiento como si se tratase de una necesidad vital.
La Ley de Dios tiene cierta tendencia a proporcionarnos una buena dosis de sabiduría y perfeccionismo si la ponemos en práctica. Es esta la razón por la cual la Antífona del Salmo nos insta a preguntarle a nuestro Padre y Dios en profundo estado de recogimiento interior: (SAL. 14-15, 1).
Le decimos a Dios: Señor, ¿qué podemos hacer para que fijes tu mirada en nosotros?
Dios nos responde que estaremos en su presencia cuando el perfeccionismo que adquiramos al cumplir su Ley nos haga esquivar lo que comúnmente llamamos mal.
3. Santiago nos dice en su Carta: (ST. 1, 17).
El Apóstol nos dice que todos nuestros dones y virtudes proceden del Dios cuya voluntad jamás se someterá a ninguna rotación, mutación o cambio.
Los deseos de Nuestro Padre y Dios con respecto a nosotros siempre serán los mismos.
Si recibimos de Dios todo lo que tenemos, hasta esas enfermedades o incapacidades que creemos que nos atrofian el cuerpo y el alma, debemos seguir llevando a cabo los consejos apostólicos de Santiago, el gran seguidor de Jesús que nos dice: (ST. 1, 21-22).
Hermanos:
No os contentéis con comulgar un sólo día al año si tenéis más oportunidades de acercaros al Señor, y no creáis que le hacéis una gran ofrenda a Dios al encender un cirio en el altar de algún Santo si a vuestro alrededor, quizá en vuestro propio hogar, tenéis a alguna persona que necesita de vuestro apoyo anímico o económico.
Jesús, en el Evangelio de hoy, defiende este ideal de vida cristiana sobre el cual estamos meditando. Los más acérrimos observantes de la Ley recriminaban al Señor porque sus seguidores comían sin lavarse las manos y los brazos hasta los codos según exigía la Ley religiosa en aquel tiempo.
Recuerdo que cuando yo ejercía de catequista en la parroquia de San José de Nazaret de Cajiz (Málaga), algunas señoras les regañaban a los niños que entraban al templo corriendo para arrodillarse ante el altar del Señor, porque decían que "en la Iglesia no se puede correr".
Jesús dice con respecto a los fariseos de todos los tiempos: (IS. 29, 13).
Nosotros honramos a Jesús practicando el culto externo, pero, ¡qué difícil es para nosotros ponernos en las manos de Dios! (IS. 1, 11-18).
Jesús nos dice: (MC. 7, 6-8).
Nos gusta persignarnos al entrar en la Iglesia, pero no tenemos tiempo para ir al hospital más cercano a nuestra vivienda y acompañar a los enfermos que no tienen familiares que les acompañen en su dolor.
Nos gusta orar durante muchas horas, pero carecemos de tiempo para hablar con nuestros hijos y hacer de ellos hombres y mujeres útiles para nuestra sociedad, de manera que luego no sabemos cómo es posible el hecho de que no creen en Dios.
Aún no puedo entender por qué muchos sacerdotes dicen en sus homilías cuaresmales que hay que cambiar más la acción de los cristianos activistas por la oración, cuando ambos estados de vida son perfectamente compatibles, y toda obra es una alabanza a Dios, aunque nuestros actos nos lleven al más pésimo de los fracasos, ya que Dios valora más nuestra intención que los frutos que producimos.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com
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