Meditación.
La vida matrimonial.
1. Jesús fue glorificado porque redimió a sus creyentes.
Meditación de HB. 2, 9-11.
Estimados hermanos y amigos.
Cuando Jesús se hizo Hombre, se despojó de su condición divina, y se hizo inferior a los ángeles, con tal de ser igual a nosotros, para demostrarnos que el Dios Uno y Trino nos ama, a partir de la vivencia del sufrimiento. San Pablo describió gráficamente la obra llevada a cabo por Nuestro Redentor, en su Carta a los cristianos de Filipo (FLP. 2, 5-11).
Este es el cuarto de un total de siete Domingos en que la Iglesia, a través de siete pasajes del Evangelio de San Marcos, nos enseña a recorrer el camino de la cruz, un camino que nos aporta gozo, esfuerzos, y, a veces, dolor. Jesús es nuestro mayor ejemplo a imitar en el camino de la abnegación, pues Nuestro Salvador no vino al mundo a destacar entre los más poderosos por causa de su poder, riqueza y prestigio, sino para identificarse con los pobres, enfermos, ancianos y desamparados.
Jesús no murió porque amaba el sufrimiento por sí mismo, sino para concedernos la vida eterna. Nuestra redención, nos recuerda la importancia que tiene la ley de la siembra, que nos indica que todos cosechamos el fruto de los esfuerzos que realizamos. A Jesús le costó un gran sufrimiento alcanzarnos la salvación, pero Él no se sacrificó por obligación, sino por el deseo que tenía -y tiene- de demostrarnos que no estamos solos con nuestras dificultades, porque Nuestro Padre común nunca dejará de amarnos. Dado que no tenía nada más valioso para sacrificar que su vida para demostrarnos que nos ama, Jesús se entregó a Sí mismo a sus enemigos. Ello nos indica que no debemos conformarnos con hacer un mínimo esfuerzo para conseguir lo que deseamos, pues tenemos que empeñar todas nuestras capacidades, con tal de alcanzar la plenitud de la felicidad. Si los esfuerzos que tenemos que hacer en esta vida son grandes, los mismos no se pueden comparar con la gloria de Dios, que es muy superior a los tales.
Al comparar la primera lectura de hoy con los textos de San Marcos que estamos meditando en este ciclo de siete Domingos dedicados a inculcarnos la sabiduría necesaria para recorrer el camino de la cruz, constatamos que, aunque Jesús nos pide que lo imitemos adoptando la condición de siervos de Dios en nuestros prójimos los hombres, ello no es fácil para nosotros.
-Frente al poder que muchos sueñan con ejercer, hasta llegar a pisotear la dignidad de los más débiles de este mundo, Jesús nos pide que ejercitemos la obediencia a Dios. La autoridad no tiene nada reprochable si se ejerce como servicio a quienes obedecen a quienes ejercen el poder, de tal forma que no haya ninguna dignidad superior a la de ser hijos de Dios, para que así construyamos un mundo sin miserias, en que nuestro mayor anhelo, sea salvarnos en racimo, como miembros de una única familia.
-Frente al deseo de poseer riquezas que muchos tienen, Jesús nos pide que seamos generosos, porque los más felices son quienes sirven a Dios ayudando a exterminar las carencias de sus hijos sin tacañería, ya que, sus mayores anhelos, consisten en amar, y ser amados.
Jesús no sufrió para salvarse a Sí mismo porque Él es el Dios perfecto cuya bondad es insuperable por la nuestra, pero su dolor nos ganó la vida eterna. Oremos para que nuestras dificultades nos concedan la sensibilidad necesaria para solidarizarnos con quienes tienen carencias como las que tuvimos en el pasado, para que cada día haya menos gente que sucumba ante las dificultades que, gracias a Dios, fuimos capaces de superar.
Jesucristo, -tal como hemos recordado al meditar el himno de la Carta de San Pablo a los cristianos de Filipo-, obedeció a Nuestro Santo Padre, hasta sacrificar su vida, con tal de beneficiarnos.
¿Qué estamos dispuestos a hacer para cumplir la voluntad de Nuestro Santo Padre, que consiste en hacernos alcanzar la plenitud de la felicidad?
Al haber vivido la experiencia del padecimiento como Hombre, Jesús se ha convertido en nuestro compañero de lo que erróneamente llamamos adversidad, olvidando el efecto purificador que tiene el sufrimiento. Muchas veces nos quejamos porque no soportamos nuestras enfermedades, la pobreza o el aislamiento que nos caracteriza, y nos falta constancia para orar, porque nuestra fe es débil, pues no comprendemos que Dios sabe cuándo tiene que actuar, pues queremos que nos conceda lo que le pedimos en el mismo instante en que oramos, olvidando que sólo Él sabe cuándo debe otorgarnos las dádivas que le pedimos. Seamos con respecto a Nuestro Santo Padre como los niños que, aunque no comprenden plenamente la forma de actuar de sus progenitores, nunca dejan de amarlos ni de esperar que los amen y les concedan dádivas, porque saben que sus antecesores quieren lo mejor para ellos.
Concluyamos esta meditación, pidiéndole a Nuestro Santo Padre, que nos ayude a aprender a recorrer el camino de la cruz, imitando a Jesús, como siervos que trabajan en su viña. Actuemos dignamente en nuestro entorno familiar, social, laboral y eclesiástico.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com
En este blog encontraréis meditaciones para crecer a los niveles personal, social y espiritual.
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