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Dios desea que quienes estamos casados vivamos armónicamente. (Meditación de la primera lectura del Domingo XXVII del Tiempo Ordinario del Ciclo B).

   Meditación.

   2. Dios desea que quienes estamos casados vivamos armónicamente.

   Meditación de GN. 2, 18-24.

   Existen dos tipos de contradicciones en los textos bíblicos. Las primeras disparidades se justifican porque no afectan al campo dogmático-doctrinal, y porque los textos bíblicos están encaminados a enriquecernos en el citado campo, pues sus autores no les concedieron importancia a aspectos triviales, los cuales, en la actualidad, para mucha gente son más importantes, que la espiritualidad. Veamos un ejemplo de ello, entresacado de dos relatos diferentes de la Resurrección de Jesús: (MC. 16, 8. MT. 28, 8). ¿Cómo se explica la discrepancia que estamos considerando? Debemos tener en cuenta que los Evangelios, al mismo tiempo que son relatos de la vida, la obra, la Pasión, la muerte y la Resurrección de Jesús, también son narraciones de cómo las primeras comunidades cristianas vivían su fe en Nuestro Salvador. San Marcos escribió su Evangelio para cristianos de la segunda generación supervivientes de la persecución de Nerón, entre quienes había grandes ejemplos de fe, y gente decepcionada de un Salvador que parecía mostrarse indolente ante sus sufrimientos, que no estaba relacionada con la doctrina de la Resurrección de Nuestro Redentor, como podían estarlo los lectores de San Mateo, porque los tales eran judíos, conocían  el Antiguo Testamento, y, al hacerse cristianos, adoptaron la interpretación de los antiguos textos de los que se deduce que el Mesías debía morir y resucitar, aceptando la predicación de Jesús, sus Apóstoles y diáconos. De aquí se deduce el hecho de que según San Marcos las citadas mujeres no quisieran anunciarles a los discípulos del Señor que el Mesías había resucitado para que los tales no creyeran que habían perdido la cordura, y de que, según San Mateo, ellas no tuvieran inconveniente alguno en aceptar la Resurrección de Jesús, pues comprobaron, por sí mismas, que dichas profecías se habían cumplido, al recibir el anuncio de la Resurrección del Señor, y al poder ver al Mesías (MT. 28, 8-9).

   ¿Cómo podemos pensar que los textos bíblicos que estamos considerando son útiles para el crecimiento de la fe que nos caracteriza, y que sus discrepancias no coartan la misma, haciéndonos verlos como incoherentes? Los mismos discípulos de Jesús que llegaron a ser sus Apóstoles, tuvieron dudas con respecto a la Resurrección del Señor. Si las citadas mujeres llegaron a dudar de tal hecho, también lo hacemos nosotros, cuando se nos debilita la fe. Dado que vinculando todos los relatos evangélicos de la Resurrección del Señor de los cuatro Evangelios (MT. 28. MC. 16. LC. 24. JN. caps. 20-21), averiguamos que muchos creyentes aceptaron la Resurrección del Señor, nos percatamos de que, ambas discrepancias, nos aportan enseñanzas útiles.

   Las segundas disparidades bíblicas afectan al campo dogmático-doctrinal, y, dado que la Biblia al contener la Palabra de Dios no puede contradecirse a sí misma, -pues o se aclaran dichas discrepancias, o tenemos que llegar a la conclusión de que la Biblia no contiene la Palabra de Dios, sino la Palabra de los hombres, lo cual nos lleva a la conclusión de que, la fe que profesamos, es efímera-, se hace necesario aclarar dichas supuestas contradicciones.

   (GN. 1, 27; 5, 1-2). Según los citados textos, los hombres y las mujeres, tienen la misma dignidad ante Dios, lo cual nos da pistas para comprender la importancia del matrimonio. A la luz de dichos textos, cuando en la Biblia se nos habla de la creación del hombre, también entendemos que se nos habla de la creación de la mujer. La mujer fue creada a partir de una costilla del hombre, y es la madre de la vida, lo cual nos hace reflexionar sobre los roles que debemos asumir en nuestras relaciones matrimoniales quienes estamos casados. GN. 1, 27, GN. 5, 1-2, y GN. 2, 7, no pueden estar desconectados entre sí, para que la Biblia, al no ser objeto de una disparidad dogmático-doctrinal que no se puede aclarar, no deje de contener la Palabra de Dios.

   (GN. 2, 7). Según el Génesis, la mujer procede del hombre, y la humanidad procede de Eva, la primera mujer que fue creada por Dios. La sumisión no significa humillación, sino servicio. Quienes estamos casados tenemos que asumir nuestros roles, amándonos, respetándonos y sirviéndonos, con el fin de que nuestras relaciones no se extingan.

   La dependencia de la mujer del hombre y del hombre de la mujer, significa que Dios quiere que quienes estamos casados no pensemos en nosotros en singular, sino en plural, cuando ello sea factible. Hombres y mujeres hemos sido llamados a tener una misma forma de sentir y actuar, lo cual naturalmente no siempre es fácil de conseguir, pero no por ello dejaremos de intentarlo, si verdaderamente amamos a la persona que comparte su vida con nosotros. Si la mujer es parte del hombre, ello significa que el hombre también es parte de la mujer, y que las relaciones que mantenemos quienes estamos casados con nuestros cónyuges, deben estar basadas en el amor, y no en la explotación del más débil, por parte de quien tenga el carácter más fuerte.

   En el Catecismo de la Iglesia Católica, leemos con respecto a los fines del matrimonio:

   "Por la unión de los esposos se realiza el doble fin del matrimonio: el bien de los esposos y la transmisión de la vida. No se pueden separar estas dos significaciones o valores del matrimonio sin alterar la vida espiritual de la pareja ni comprometer los bienes del matrimonio y el porvenir de la familia.
    Así, el amor conyugal del hombre y de la mujer queda situado bajo la doble exigencia de la fidelidad y la fecundidad" (CIC. n. 2363).

   El principal fin del matrimonio, -más allá del servicio recíproco de los cónyuges, y de la crianza y educación de los hijos-, es la realización de la vocación de servicio a Dios. Tal como los religiosos se consagran a Dios, quienes estamos casados podemos servir a nuestros cónyuges e hijos, como si de Dios se tratara.

   Si no consideramos las carencias de nuestros cónyuges e hijos como si fueran nuestras, ¿cómo podremos renunciar al egoísmo característico de muchos, para servirlos desinteresadamente?

   Veamos algunas características del matrimonio, que se deducen, a partir de los siguientes textos bíblicos.

   -Entreguémonos plenamente a nuestros cónyuges, pues ello beneficiará las relaciones que mantenemos con ellos (GN. 24, 58-60. FLP. 2, 1-5).

   -Enamoremos a quienes comparten su vida con nosotros, como si cada día fuera la primera ocasión en que nos declaramos el amor que sentimos. Que no se convierta en rutina vacía nuestra convivencia matrimonial, para que nunca muera el amor (CT. 4, 7-11).

   -Dios nos incita a ser fieles (MAL. 2, 15-16. PR. 5, 18-20).

   -El matrimonio debe basarse en el servicio, la ayuda y la confianza mutuas de los cónyuges, porque Dios desea que sea indisoluble (MT. 19, 6).

   -El matrimonio no debe basarse exclusivamente en la fuerza con que experimentamos sentimientos, sino en los principios sobre los que se fundamenta el amor de los cónyuges.

   -El matrimonio debe ser puro, estable, bueno y honorable, y debe aportarles amor, confianza, y seguridad a los cónyuges (HEB. 13, 4).

   Concluyamos esta meditación, pidiéndole a Nuestro Santo Padre, que nos ayude a quienes estamos casados a desarrollar la vocación que de Él hemos recibido, para que siempre haya constancia en el mundo, de que, el matrimonio cristiano, no es una utopía, sino una realidad que siempre que los cónyuges tengan fe en Dios y no dejen de amarse, podrá realizarse plenamente.

José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com

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