Meditación.
Jesús es Nuestro ejemplo a imitar.
Meditación de IS. 52, 13-53, 12.
Nota: Aunque la primera lectura de hoy está constituida por el texto de IS. 53, 11-12, donde se nos recuerda la razón por la que Jesús murió, resucitó, y fue coronado como Rey, por habernos redimido, he creído conveniente meditar el último poema del Siervo de Yahveh completo, con el fin de resaltar los mensajes contenidos en los Evangelios que meditamos durante los Domingos XXIII-XXXI del tiempo Ordinario del presente Ciclo B de la Liturgia de la Iglesia Católica.
¿Quién es el Siervo de Yahveh?
¿Se refiere el autor del segundo Isaías a un profeta que fue víctima de la incomprensión de aquellos de sus hermanos de raza que no se amoldaron al cumplimiento de la voluntad de Yahveh?
¿Es el Siervo de Yahveh el pueblo de Israel, que vivió bajo el poder del imperio babilónico durante setenta años?
¿Es el Siervo de Yahveh Jesús, Nuestro Redentor?
Dado que el autor de los Hechos de los Apóstoles afirma que Jesús es el Siervo de Dios mencionado por Isaías, meditaremos el último poema del Siervo de Yahveh, refiriéndolo al Mesías.
(IS. 52, 13). ¿Qué hizo el Siervo de Yahveh para prosperar espiritualmente y ser recompensado por Nuestro Santo Padre? Si el citado personaje fue un profeta, profesó su fe con dignidad, quizás hasta sacrificar su vida, con tal de no contradecir a Yahveh. Si el autor del segundo Isaías se refiere a Jesús en el texto que estamos considerando, nos habla de la Pasión, la muerte y la Resurrección del Señor, pues, por su dolor, muerte y Resurrección, Jesús nos reconcilió con el Padre, y nos ganó la vida eterna. En el caso de que el Siervo de Yahveh sea Israel, Isaías hace referencia a los creyentes que, a pesar de la difícil situación a la que sobrevivieron, no dejaron de creer en Dios, ni de cumplir sus prescripciones religiosas.
(IS. 52, 14-15). Si la Pasión y muerte de Jesús nos asombran y entristecen, no podemos asombrarnos menos al considerar que el Mesías resucitó de entre los muertos, fue ascendido al cielo, y, por su recepción del Espíritu Santo, los Apóstoles del Señor, hicieron que el Evangelio fuera conocido en el Imperio Romano.
El Cuerpo de Jesús desfigurado hasta carecer de apariencia humana, nos recuerda cómo el Mesías fue rechazado por sus hermanos de raza, ha sido despreciado posteriormente, y aún seguirá siendo víctima del más profundo desprecio. A pesar del citado rechazo, Nuestro Santo Padre ha coronado a Jesús-Hombre como Rey, porque, al ser Dios, el Mesías nunca renunció a su realeza.
¿Cuáles son las dos cualidades más importantes que tenía Jesús para que su sacrificio fuera aceptado en la presencia de Nuestro Santo Padre, para ser reconocido como Redentor de la humanidad? Dios creó un mundo semiperfecto, pensando que, cuando el hombre le probara su fidelidad, concluiría su perfeccionamiento. Dado que el hombre siguió su camino alejándose de la presencia de Yahveh, Dios no impidió tal hecho para no atentar contra la libertad que le concedió al hombre, pero quiso que este fuera redimido mediante un sacrificio, del que el mismo Dios debía ser partícipe. Si Dios hubiera manipulado la libertad humana, se le hubiera podido acusar por ello, pero, al permitirnos actuar libremente, tenía que ser la víctima del sacrificio redentor de la humanidad, para asumir su parte de responsabilidad, por causa de la existencia del mal y el sufrimiento, y para demostrarnos que no estamos solos en nuestras aflicciones, tal como Jesús no se sintió desamparado en su Pasión, porque el Padre no lo socorrió, pero el Mesías estaba seguro de que su desamparo estaba causado por la incredulidad de los hombres a quienes quiso servirles de ejemplo de fe a imitar, y no por el rechazo de Yahveh.
La segunda cualidad por la que el sacrificio de Jesús fue acepto en la presencia de Nuestro Santo Padre, fue la pureza característica del Señor. La crucificción de un hombre culpable de algún delito no hubiera podido tener valor redentor ante Dios, pero sí lo tuvo la muerte de Jesús, quien fue asesinado injustamente. El sacrificio de una víctima justa por causa de la injusticia de los hombres, nos ganó la justificación divina. El Autor de la Carta a los Hebreos, nos habla de Jesús, el Sumo Sacerdote, que llevó a cabo nuestra redención, tal como recordaremos en la segunda meditación de que se compone el presente trabajo.
San Pedro, en su primera Carta, se dirigió a nosotros (1 PE, 1, 1-2). Esta es la causa por la que San Pablo se dirigió a los cristianos de Roma, en los siguientes términos: (ROM. 8, 1. 14-18).
Por causa de los abusos que muchos han cometido al torturarse física y psicológicamente para alcanzar la pureza, cuando quienes predicamos el Evangelio hablamos de renunciar al pecado, no faltan quienes entienden que los instamos a privarse de disfrutar de los placeres del mundo, y a castigarse inútilmente. Tal como Jesús venció la muerte desde la entraña de la misma, el pecado se vence viviendo la pureza, viviendo y dejando vivir, respetando a quienes no aceptan nuestras creencias, y demostrando, -en cuanto nos sea posible hacerlo-, que es posible vivir en un mundo en que todos seamos miembros de la misma familia. Todos entendemos que los estudiantes necesitan esforzarse para estudiar una carrera que les permita ganarse la vida, que los trabajadores deben esforzarse mucho para mantener sus actividades laborales, y que, si creemos que podemos mejorar en algún aspecto de nuestra vida, lo conseguiremos, haciendo grandes esfuerzos, los cuales, a pesar de las dificultades que entrañen, nos aportarán grandes satisfacciones, cuando los hayamos superado.
(IS. 53, 1). ¿Por qué quiso Dios redimirnos contradiciendo la creencia existente en Israel de que el poder, la riqueza y la buena salud eran características de los devotos, y que la pobreza y la enfermedad, marcaban a quienes no eran dignos de vivir en la presencia de Yahveh?
¿Por qué salvó a la humanidad un Siervo despreciado, humilde y maltratado, en vez de hacerlo un rey poderoso?
Recordemos que Dios actúa muchas veces en contradicción con las creencias implantadas en el mundo, por medio del siguiente texto: (IS. 55, 6-9).
Jesús demostró su fortaleza por medio de su humildad, sufrimiento y misericordia.
¿Cuáles son los medios de que nos valemos para demostrar lo que somos y lo que creemos?
(IS. 53, 2). Las autoridades de Israel no aceptaron a Jesús como Mesías. Ello no sucedió por causa de su ignorancia, sino porque prefirieron mantener su status social, en vez de vivir en la presencia de Dios, pues conocían perfectamente los textos del Antiguo Testamento, en que se anunciaban el Nacimiento, la obra, la Pasión, la muerte, la Resurrección y la glorificación del Mesías. Israel no reconoció la grandeza de la humildad de Jesús, y confundió al Mesías con un hombre común.
Dado que el mal que hacen algunos cristianos destaca más que el bien que hacen los seguidores de Cristo, siempre es necesaria la vida ejemplar de fieles de Jesús, que den a conocer la vida y obra de Nuestro Salvador, y que nos enseñen que el Cristianismo es una realidad por medio de la profesión de una fe ejemplar que han de demostrar por medio de sus palabras y obras, aunque sea considerado como una utopía.
(IS. 53, 3). Aunque no seamos grandes conocedores del Evangelio, hoy tenemos la oportunidad de tomar una decisión con respecto al seguimiento, el rechazo o la indiferencia que puede caracterizarnos con respecto al Señor. No permitamos que las heridas de Jesús simbolicen el desprecio y la marginación de que el Señor es víctima.
Dispongámonos a conocer a Jesús, y así nos percataremos de que el Señor quiere que alcancemos la plenitud de la dicha, aunque, hasta que no comprendamos esta realidad, tengamos la impresión de que se opone a que llevemos a cabo algunas de nuestras ideas. Jesús es para nosotros como un padre que, hasta que no es suficientemente comprendido por sus hijos, no es valorado justamente por sus descendientes.
(IS. 53, 4-5). Jesús nació para experimentar la mayor dicha y el más doloroso sufrimiento de los hombres. De entre sus contemporáneos, ni siquiera sus seguidores comprendieron el hecho por el que se dejó apresar por sus enemigos. Quizás para nosotros carece de sentido la idea de que Jesús, siendo el Dios Todopoderoso, quisiera vivir nuestros padecimientos voluntariamente, porque nos es difícil creer que el dolor tiene utilidad, para impulsar nuestro crecimiento espiritual. A los defensores de la pena capital les es comprensible el hecho de que un asesino pierda la vida por haber cometido uno o varios crímenes, pero no es tan fácil creer que Dios quiso experimentar el padecimiento de los hombres teniendo la posibilidad de evitarlo, y, mucho menos, que murió para pagar el castigo merecido por los pecadores, de entre, a quienes lo aceptaron como Redentor, los reconcilió con Nuestro Santo Padre, y les concedió la salvación.
(IS. 53, 6). Para los judíos, era comprensible el hecho de intentar aplacar la ira de Dios por medio del sacrificio de un cordero sin defecto, pero carecía de sentido el hecho de ofrecerle un sacrificio humano a Yahveh. En nuestro tiempo, muchos que han oído que Dios es amor, no comprenden la razón por la que Jesús murió para demostrarnos que Nuestro Santo Padre nos ama, pues tenía otras formas de demostrarnos tal realidad sin sufrimiento, aunque no caen en el detalle de que, tales formas de proceder que hubieran estado justificadas porque Dios puede hacer lo que le plazca, no hubieran ganado tantas almas para Dios, como lo ha hecho la crucifixión de Jesús.
Isaías nos indica en el versículo de su obra que estamos considerando, que nosotros vivimos nuestra religiosidad como creemos más oportuno hacerlo, y que rechazamos a Dios cuando nos place, pero que Jesús fue el objeto de la ira de Dios, y por ello pagó el daño causado por la maldad de la humanidad. Tanto en los tiempos del Antiguo Testamento y de Jesús, como en nuestros días, es más fácil creer que Dios se cebó en la Persona de su Unigénito para desquitarse por causa de los efectos de la maldad de la humanidad, que murió para demostrarnos que Nuestro Santo Padre nos ama, y que el dolor tiene un valor redentor muy útil, para ayudarnos a crecer a nivel espiritual.
Los israelitas no fueron los únicos que se apartaron de Yahveh actuando como ovejas errantes. Nosotros vivimos expuestos constantemente a aceptar la tentación de vivir al margen de Dios, y, de hecho, hay ocasiones, en que prescindimos de la fe que nos caracteriza. No invalidemos el sacrificio de Jesús, y no dejemos de formar parte del rebaño que ha de ser conducido por Jesucristo, el Pastor que nos llevará a la presencia de Nuestro Padre común.
(IS. 53, 7-12). Jesús fue sepultado con los malvados porque lo humillaron crucificándolo junto a dos malhechores llamados Dimas y Gestas, y fue sepultado entre los ricos, porque un sanedrita y comerciante, llamado José de Arimatea, le cedió un sepulcro que hizo excavar para sí mismo.
El sufrimiento y la muerte de Jesús, nos hacen pensar que Dios no solo conoce el dolor humano porque no se le oculta nada por causa de su absoluta perfección, pues sabemos que conoce plenamente la experiencia del sufrimiento de los hombres, por haberla vivido. Esta es la causa por la que, aunque el Señor murió entre quienes eran marginados socialmente, Dios lo convirtió en Rey, haciéndolo el miembro más influyente de su Reino. Este hecho nos hace reflexionar sobre la manera en que debemos afrontar y confrontar nuestras dificultades, y sobre lo que vamos a hacer y decir, para agradecerle a Dios, todo lo que ha hecho por nosotros.
Concluyamos esta meditación, pidiéndole a Nuestro Padre común, que nos ayude a extinguir nuestros defectos, y a sobrellevar la pobreza, las enfermedades y/o el aislamiento con dignidad, para que podamos conocer la plenitud de la felicidad, en su Reino de amor y paz.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com
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